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JOSÉpEUDE MONTES, Decano y Catedrático de Medicina Clínica en la Universidad de Santiago, Caballero Gran Cruz de la Real orden Ameri- cana de Isabel la Católica y de Número de la Real y distin- guida orden Española de Carlos III, Secretario honorario de S. M., Académico de Número de la Real Academia de Medici- na y Cirugía de Galicia y Asturias, corresponsal de la de Madrid y de la Real Academia de Ciencias, de Mérito de la Academia de Esculapio, de la Quirúrgica Matritense: Socio igualmente del Instituto Palentino y del Valenciano, de la Academia Cesar Augustiniana, de la Mallorquína, de la Aso- ciación médica de Jerez de la Frontera y de la de Lisboa, de la de medicina práctica de Amberes, corresponsal de la de igual clase de Willebroeck, de la de medicina legal del gran Ducado de Badén, Socio de mérito de la Sociedad de Amigos del Pais de Santiago etc. \J Preestabilí ratiocioatíone et aceurata observatione, veritas. fSEBK SANTIAGO. IMPRENTA DE JACOBO SOUTO É HIJO. V^J¿A¿^ 1859. \Z59 r /^■Á„ 7fj~7 -'-'t^, < Esta obra es propiedad del autor, y no podrá reimprimirse sin su permiso. A LOS SUSCRITOBES. Quisiera que mi obra fuese un tesoro de inestimable valor para que mereciese dedicárosla: no buscaría seguramente otro Mecenas que mas importancia pudiese darla ni que tanto enalteciera su mérito. Nada baj mas digno ni mas alhagüeño para un escritor que el verse aceptado y protegido por un gran número de personas respetables que le tienden su mano y le forman con generosidad la apología de su trabajo dándole cré- dito y reputación. Yo os saludo poseído del mas puro y dulce sentimiento de gratitud y acepto con noble orgullo vuestro desinteresado apoyo y vuestra decidida cooperación. En medio de un incidente que amenazó mi ecsislencia se me recordaba mi compromiso con vosotros; pero la Provi- dencia quiso que pudiese dedicaros un trabajo que bien merecéis y que deseo vivamente corresponda al concepto ventajoso que de él habéis for- mado. Recibid, pues, esta dedicatoria como una proclamación noble y justa de mi profundo agradecimiento. [*) José Várela de Montes. Sres. D. Sres. D. Dr. D. Juan José Viñas, Rector Vicente Martínez de la Riva. de la Universidad de Santiago. Rafael del Valle. La Universidad Literaria de id. Juan Raeza. por 2 egemplares. Juan Rivas. (*) La falta de papel tuvo hasta ahora detenida la impresión de esta obra y aun hoy una casualidad me lo proporciona. Srei. D. Sres. D. Víctor Novoa y González. Emilio Fcnlenla y Suarez. Francisco Javier Fernandez. Manuel Caballero. Juan Paradela. Andrés Cobas. Rafael Leirado. Casimiro Torre y Castro. Ramón Novoa. Manuel Corral y Delgado. Antonio García Reboredo. Pedro Fernandez, Andrés de Castro. Francisco Porto. José Manselle. Andrés Maria Fernandez Dios. Ramón Portal Montenegro. Juan Rivadulla. Pedro Rodríguez Ferreiro. Andrés Alvarez Rodríguez. Juan Antonio Lerez y Martínez. José Caballero. Juan Hernando. José María Soulo Maroño. Antonio Vieítes. Pedro Ron y Railina. Daniel Abad. Claudio López Pórtela. Antonio Castro de la Cruz. Domingo Rañuelos Segade. Vicente Llop'rz. José Novoa y Bolaño. José Moreira. Francisco López Otero. José Pou González. Desiderio Várela. Ambrosio Aldemiía y Martínez. Braulio Félix Reino. Agustín Rojas y Pérez. Eduardo Pondál. Antonio Campos Ameigenda. Ignacio Caballero. Pedro Mosquera. José Porto. Andrés Braña. Francisco Vázquez Gulias. Eduardo Méndez Ybañez. Valentín Losada Nicolás Marlinez Murguia. José Clérigo. Vicente Puga y Araujo. Eliseo Vázquez. Ramón Ocampo. Gervasio González Novoa. Ramón Quintas. Francisco Otero y Porras. José Paz y Fernandez. Pedro Bartolomé Casal. Juan Jaspe Montoto. Antonio Codesido. Julián Mourullo. Manuel Rodríguez Salgueiro. José Romero Busto. Eladio Vázquez. Juan Martínez Carrete. Valentín García. Modesto Gándara. Marcelino Arean, Juan Lojo Batalla. Manuel Fernandez Ibero. Antonio Fernandez Vaamonde. Antonio Vázquez Veira. Manuel Seoane. Juan García López. José Lciro. Manuel Ramos. Celestino Maneira. Mariano Muñecas. José García Pazos. Francisco Javier Aguiar. Benito Valles. Francisco Yebra. José Bucela Solía. David Bermudez. Benito Rivas. Leandro Abcnte. Sres. D. Sres. D. Vicente Insua. Pedro Atocha. Antonio Mira. Francisco Javier Peón. Mariano López. Juan Domeuech. Luis Fraga. Marcelino Astray y Caneda, (pri- mer médico de la Armada.) Antonio Sanmartín, 2." médico de id. Francisco Ramón Capriles. Dr. D. Esteban Villarrubia, Ramón Rodríguez Sánchez Ulloa Dr. D. Ramón Camacho, Consul- tor de la Armada. Eduardo Bartorell, primer me- dico de la Armada. Jorge de los Ríos, primer médi- co de la Armada. Juan Rodríguez Navarro, 2.* me- dico de id. Manuel Pintado, 2.° id. de id. Mariano Garrió, 2.° id. de id. Pablo Andrade. Jesús Vázquez Limeses. Domingo Pérez Lema. Antonio Vilariúo. Luis Costa. José Rornará.. Manuel Suarez. Juan Antonio Barros. Juan Nepomuceno Herrera. José Man cel le. Gumersindo Eiriz. Ramón Otero. Justo Alonso. José Baltár. Manuel Vázquez Araujo. Juan Armada. Vicente Carballés. Ramón Maria Almoin. José Maria Arrióla. Francisco de Paula Gutiérrez, Více-Director de la Armada. Juan Bautista Soto. Máximo Lema del Rio. Antonio Castro Asorey. Benito Fernandez López. Antonio Couceiro de la Gándara. Francisco Cernadas. Francisco Garrido Budiño. Antonio Pascual. Domingo Sánchez. Manuel Vázquez. José Lorenzo Méndez. José Otero. Antonio Porrua. José Romero Bayo. Diego Montenegro. José Labarta. Ramón Plá. Vicente Señorans Martínez. Joaquín Villarejo. José Carrera Marino. Ángel Botana. Gaspar Rodríguez. Benito Somoza. Víctor López Seoane. Manuel Verea y Saco. Ramón Gil Villanueva, Francisco Guerrero. Antonio Casares. Maximino Teigeiro. Román Casares. Francisco Freiré Barreiro. Excmo. Sr. D. Ramón Fráu. Dr. D. Tomás Santero. Dr. D. Enrique Fráu. Dr. D. José de Goicochea. Dr. D. Doroteo de la Torre. Dr, D. Salvador Rodríguez Osuna Dr. D. Cesáreo Fernandez Losa- da, médico del Hospital militar Sres. D. Sres. D. La España Médica. Eduardo Caballero Cañáis. Paulino Alonso. Aquelino Manzanegro. Jorje Villasegura. Biblioteca del Colegio deS. C Ignacio üliver. Joaquín Malo. Bernardino del Val. Pedro Marlinez. José Gómez. Juan González. Alberto Verenguer. José Joaquín Culebras. Manuel Ochoa. Roque Larraniza. Zacarias benito González. Manuel Villar. Luis Velez. Tomás Araraburo. Antonio García Malo, Joaquín Navarro Eusebio Caslelo. Joaquín Quintana. Feliz García Caballero. José Garofalo y Sánchez. José Montero. Antonio Fernandez Cabuil Joaquín Muñoz Carabaca. Mariauo Benavente. Basilio S. Martin. José Fontana. Pedro López y Carrillo. Luis Marlinez Leganés. Manuel izcaray. Casimiro Olozaga. Mariano Ortega. Pedro Espina. Eduardo Escalada y López. Francisco Méndez Alvaro. Francisco Ocaña. Tomas Martin Tapia. Francisco Ferrari. Eduardo Pérez de la Faursa, Martin Barrera. Manuel Hernando. Joaquin Rodríguez Carrillo. Juan Ocaña. José de Jesús María Albiol. José Asesio y Piedrañta. Juan Madreda. Manuel Diaz y Gómez, Jorge Calvo. Sandalio de Pereda. Francisco Gómez. Francisco Nicolán. Pedro Blasco, Mariano Carreteros. José Barrena. Vicente Llórente. Manuel García de Riaña. Fernando Serrano. Pedro Vindél. Ignacio Gómez. Eustaquio Guinea. José Corbera. José del Olmo. Juan Sandano. Manuel Hidalgo Rivera. Inocencio Escudero. Lucas Guerra. Agustín Olivan. Feliz García. José Andresi y Romajosa. Andrés Pérez y López, Ricardo Gómez Cortina. Antonio Barrera Pérez. Marcos Juan Ariban. Raimundo Alfonso. Felipe Canales. Vicente Picatoste y Sánchez. José Gimeno. Joaquin Morso y Vivas. Fernando Romeral y Puente. Ramón Atieusa. Juan Muñir. Sres. D. Sres. D. Valeriano Casas. Gaspar Barcells. Vicente Marlinez. /osé Gausols. Joaquín Fernandez Alvarez. Salvador Oller. /osé San /uan. Cándido López Rueda. Miguel Tora. Francisco de la Torre. Francisco de Cala Fernandez Salvador Manero. /uan López, Estanislao Cañizares. Antonio Garcia Izquierdo. Mariano la Hoz. Mariano Miralles. Anionio Vitas. /oaquin Rueda. Buenaventura Teres /osé Botella. Alfonso Morale. Fernando Cabello. Gabriel López. Rafael Rodríguez. Marcelino Pérez. Manuel Ca De la Berge, y Monueret, p.B 1/ (2) Curtii Sprengel, Instituí, Med. tom, A* pag. 29. (1) Troiss. y Pid. tom. 1.° 138. 1Í6 tables, que dejamos sentados, hablando del rostanismo. La doctrina de Trousseau, y Pidoux sería poco trascendental si no fijara su base en entidades que desechamos, y en acciones que desconocemos: pero todo se puede admitir en un nuevo sistema médico, fracción de otro sistema, me- nos esas creaciones que ya pensábamos desaparecieran para siempre de la ciencia. Ya no hay tampoco anatomía pa- tológica, ya no hay órganos, ya no hay mas que vida animando la materia: esto es un retroceso; es una lamen- table calamidad; y harto mas sensible cuanto que nos ha- bíamos puesto en el único camino que debe llevarnos á una doctrina evidente y estable. Y no se crea que veo mal la fracción Trousseau, ni que la juzgo con pasión: oigá- mosle. «El organicismo no vé mas que hechos consuma- dos: no le competen los hombres vivos: su papel empieza en la muerte. Para tratar seres vivientes es preciso ser vifalista, y para tratar hombres, que son mas que orga- nismos vivientes, permítaseme la espresion, es preciso ser ¡tomistas (1).» Oh! si: la humanidad debía á Rostan un in- sulto hecho á Broussais: debía devolverle el anatema que lanzara contra el autor de la doctrina de la irritación: Tros- seau y Pidoux se encargaron de vengarlo y son los instru- mentos de la humanidad. Poco nos importan los nombres; tampoco analizamos las obras, pero si examinamos las ba- ses de que parten las doctrinas. LXXVll Hemos dicho antes de ahora que Rostan anun- ciaba una lógica sospechosa; que indicaba una base incierta al indicar que todo debía beberse en la autopsia, pero admitimos entonces algunos de sus principios con todas sus (1) Pag. 631. 147 consecuencias que deseábamos llevar mas allá de Rostan. Pues en estos momentos en que la verdad de los sistemas debía presentarse en el campo de la discusión, esta ver- dad vuelve á sumergirse en un tenebroso caos. ¿Qué es esa naturaleza, que son esas propiedades, esas fuerzas, y esa resistencia? Los órganos y el organismo. Nada hay en el hombre mas que alma y cuerpo: el alma piensa por que es su carácter esencial el pensamiento: los órganos funcionan porque es esencial en ellos el funcionar; y aque- lla y estos piensan y funcionan porque existen; solo de- jan de hacerlo cuando dejan de ser: es decir, el pensar en el alma es una consecuencia de su existencia, como el funcionar ó el ser sensible lo es de la existencia organi- zada. Se me dirá que el organismo puede existir sin fun- cionar, ó sin demostrar sus propiedades, sus fuerzas, y su resistencia, pero ó la materia es orgánica, ó no: si es or- gánica debe presentar como una consecuencia necesaria de su modo de ser ciertos fenómenos, actos, ó actividad que llaman propiedades, fuerzas: la alteración de estas anuncia siempre la alteración del organismo del que son resultados; luego las enfermedades todas en que se nota cambio de acción, de fenómenos ó de actiddad, son precisa y única- mente los resultados del organismo alterado: luego los re- medios que convienen son aquellos que obrando sobre los órganos les devuelven las condiciones qué deben tener para presentarnos los fenómenos fisiológicos. Por consiguiente ne hay enfermedades vitales; es decir, que consistan en la alteración de propiedades ni de fuerzas, y es absurdo de- cir que los medicamenlos neuros-lhenicos imprimen inme- diatamente á las fuerzas radicales de la economía la re- sislencia vital (1) ¿Qué es la resistencia vital independiente de la estructura, de la conformación y de las disposiciones anatómicas (2)? Efectivamente tiene razón Trousseau al de- cir con un estilo demasiado vano «perdóneme la escuela or- ganicista si estas aserciones enredan un poco la seductora sencillez de su doctrina. Pero por desgracia no solo enre- dan al organicismo sino que lo enredan todo. Nosotros pre- guntaremos á esos nuevos vitalistas ¿por qué se alteran las funciones y las propiedades? ¿Puede un órgano estar sano y tener alteradas sus propiedades? ¿puede un órgano estar enfermo y funcionar bien? Es preciso saber que aun en esas enfermedades del sistema innervador, la causa reside siempre en la lesión del tegido, en la lesión de estructura, en la lesión de las condiciones anatómicas que dan por re- sultado las fisiológicas, Y rechazamos los sofismas tomados de las ciencias físicas porque para nosotros las propiedades, y las leyes físicas son á los cuerpos llamados inorgánicos, á sus masas, á su consistencia, y mas condiciones físicas, lo que las propiedades y las leyes vitales son á los cuerpos or- ganizados, á su estructura, y condiciones anatómicas. Cuan- do queremos aumentar la gravedad de los cuerpos agrega- mos materia, ó aumentamos la densidad, ó separamos obs- táculos; cuando queremos ha:er á un cuerpo mas ó monos elástico obramos sobre su densidad ó consistencia, ó sobre sus condiciones físicas, y jamás intentamos modificar las propiedades ni las leyes de los cuerpos inorgánicos sino obrando sobre su materia, y modificándola; y eslo es tanto mas exacto cuanto que las propiedades y las' le jes son una (1) Tro sseau v PiJoux tom. 3.° pag. 64 (2) id. pag. 63 149 consecuencia necesaria del estado y de la disposición y con- diciones de la materia. ¿Y que es la vida con sus propieda- des, sus leyes y sus funciones mas que la materia organi- zada obrando con todas las condiciones anatómico-fisiológi- cas que la constituyen? ¿Qué es la enfermedad mas que la modificación, la alteración de eslas mismas condiciones dan- do por resultado propiedades, leyes, y funciones modifica- das y alteradas? Rechazamos el vitalismo que hoy levanta la cabeza: lo vemos como un mal grave en nuestra época ac- tual, y debemos todos reunir nuestros esfuerzos para con- tener sus progresos. ¡Qué estremos tan lamentables! Unas veces la materia hasta sin vida, la materia muerta es el talismán de los sistemas: otras la vida, la vitalidad metafí- sica, la vida independiente de la materia organizada cons- tituye el hipomoction de las doctrinas: alli lodo es materia; aquí todo es vida: y en medio de ambos, errores y verdades. LXXIX. Por lo demás la doctrina de Trousseau y Pi- doux presenta varias vistas importantes cuando se separa de este espíritu de abstracción. Sus observaciones, sus da- tos científicos son de gran importancia, y sobre todo nótese muy particularmente ese tira y afloja que hemos visto siem- pre en la historia de la ciencia entre el empirismo que na- ce, y el racionalismo que lo sumerge; entre el solidismo que absorve todos los sistemas y el humorismo que triunfa absoluto; enlre las teorías físicas, y mecánicas que todo lo sujetan á cálculo, y el vitalismo que todo lo rechaza me- nos lo que no comprende; entre la confusión nosológica, y la monografía absoluta; en fin entre los órganos muertos erigidos en maestros y la vida abstraída del organismo. No debo estenderme mas, pero el examen de las doctrinas tru- soistas es importante y digno. El reta multiplicadas veces 150 á los que no piensan como él: yo por mi admitiera gustoso el reto. Pero veamos como piensa el dinamismo de estos AA. con respecto á la piretológia, y por cierto que ha- llamos un gran número de verdades teóricas y de deduc- ciones prácticas que apreciamos en su justo valor. ¿Puede verse la inflamación de otra manera distinta de lo que la ban visto los antiguos solidistas, humoristas, y los modernos vi- talísta y organícístas? Trousseau y Pidoux con todos los mo- dernos adalides ven solamente cerno Broussais una afección de los capilares sanguíneos. «Las sobre-escitaciones morbo- sas, ó las irritaciones idiopáticas de los capilares sanguíneos por una parte y la de los troncos vasculares por otra, uni- das ambas á causas especiales forman, las primeras, fluxio- nes, congestiones agudas, flogosis móviles no supuratorias, inorgánicas, ó reumatoideas; las segundas, fiebres angiaténi- cas, tales como ciertas calenturas inflamatorias, las gotosas, reumáticas etc.» Aquí no hallamos nada original que no di- gesen Pinel, y Broussais, el uno en su angiotéuica, y el otro en sus irritaciones de la capilaridad vascular: no obs- tante hay algo de originalidad cuando se dice «pero hay flegmasías en las que conservándose idéntico, puesto que no puede cambiar, el universal inflamación, ó si se quiere, el género, varia sin embargo su causa especial, contraindican- do, por su naturaleza, el uso de los antiflogísticos. Entonces debe obedecer mas bien á la contraindicación sacada de este elemento que á la indicación procedente de la sobre-escita- cion de los capilares sanguíneos, considerada en sí misma. Y lo que acabamos de decir de las inflamaciones se aplica exactamente á las fiebres, sin mas que cambiar el apara- to especial de los fenómenos. En la inflamación se hallan interesados los capilares sanguíneos, pero los fenómenos es- 151 peciales de la fiebre residen, por el contrario, en los tron- cos gruesos del mismo aparato. El íntimo enlace de estos dos ordenes de vasos esplica las relaciones de la inflama- ción con la fiebre (1).» Notables ideas hay en estas palabras pero se hallan oscurecidas por conceptos poco exactos: va- mos á observarlo. Y nótese que nos detenemos en esta escuela moderna porque es la que ostenta hoy mas poder, y acaso mas verdad. LXXX. Hemos adelantado ya dos cosas de importancia: 1.* que la fiebre reside en los grandes vasos sanguíneos: 2.a que muchas veces en las inflamaciones no está indicado, ó está contraindicado el plan antiflogístico. He aqui dos ver- dades prácticas, pero que envuelven dos errores teóricos. 1/ La palabra fiebre solo puede representar en este mo- mento para Trousseau y Pidoux, la irritación de la túnica arterial de los grandes vasos y del corazón, es decir, la angio-carditis de Bouillaud, y la angio-hemilis de Piorry, ó la angio-ténica de Pinel: y esta entidad morbosa no es nada, no significa nada, tiene un valor muy vago, y su importan- cia es, generalmente, muy secundaria, bien sea como pri- mitiva, ó como sequela de olra enfermedad. Existe en un panadizo, en una pulmonía, en una erisipela, en diversos pe- riodos de la viruela, tiene muy diverso significado, y en fin no es la fiebre, es una calentura en la verdadera acepción de esta palabra, y si se quiere ni aun merece este verda- dero nombre. No obstante envuelve este concepto una ver- dad y es que hay un estado piretológico muy frecuente ya como primitivo, ó como secundario que consiste en la irri- tación de los centros circulatorios. 2.* ¿Podemos concebir (1) Trousseau y Pidoux. 43. tom. 2.* 152 que pueda darse una inflamación á la que no se deba opo- ner el plan antiflogístico, ó en la que esté contraindicado? ¿Hay ó nó inflamación? ¿Que diversa naturaleza es esa qué en la inflamación se opone á la naturaleza de la inflamación? En este caso esta inflamación tendrá dos naturalezas. Siem- pre que hay inyección capilar, que la capilaridad vascular se vé aumentada con rubor, y calor, se dice que hay infla- mación: he aqui el error. Por esta causa muchas veces es- ta rubicundez con calor se cura con los tónicos, con los astringentes y contraindica el plan antiflogístico, como suce- de en este estado de los capilares consecuencia de verdaderas inflamaciones qué en su tiempo reclamaron los antiflogísticos y que después los rechazan: hé aquí las inflamaciones crónicas muy mal apreciadas, é impropiamente llamadas así. He aqui también esas seductoras congestiones capilares que se obser- van en los padecimientos de los órganos en sus lesiones específicas. Hé aqui por que cuando en una fiebre grave esencial se ven estas congestiones en los intestinos, en el cerebro, en el pulmón, en el hígado, se llama á la fiebre gastro-enteritis, enlero-mesenteritis, fiebre con pneumonitis, gastro-hepatitis, entero-cefalitis. siendo que estos estados de la capilaridad vascular no indica la verdadera inflamación, sino el padecimiento del órgano, el padecer del organismo. y que en la verdadera fiebre es general pero mas ó me- nos localizado. Por esto dige que prácticamente tenía razón Trousseau; este estado de la capilaridad vascular, á que se llama inflamación, rechaza muchas veces el plan que la inflamación reclama, porque no es inflamación sino una congestión muy local que tiene un origen y una naturaleza distinta de la inflamación: en otro concepto sería un con- trasentido, un absurdo. La práctica confirma las palabras 153 del Autor, pero rechaza la teoría. No nos olvidemos de es- to porque es muy importante para cuando hablemos de la patogenia de la fiebre y de la calentura. LXXXl. Ideas muy aceptables nos presenta el dinamis- mo con respecto á las fiebres, y tendremos motivo de ob- servarlo muy luego porque la lucha entre el dinamismo, el vitalismo y el organicismo es casi hoy solo de palabras. El empeño de Trousseau de comparar la inflamación con la fiebre tragera sus ventajas si viese la inflamación en la fiebre como debe verse: apesar de eslo sus ideas bien esplicadas pueden aceptarse aun por los organicistas mas puros. «Distingue, dice, las fiebres de las inflamaciones la circunstancia de que en estas, el hecho primitivo é im- portante es la afección local, la inflamación, que debe servir de norma para apreciar todos los demás. En las fiebres se halla modificada esta relación: ellas son las que dominan y regulan todas las demás manifestaciones mor- bosas, inclusas las flegmasías. En estas la afección gene- ral que se revela especialmente por la fiebre, es secun- daria respecto de la inflamación: en las calenturas las afec- ciones locales, cuando existen, se manifiestan sobre todo por inflamaciones secundarias, relativamente á la fiebre, la cual constituye el trastorno primitivo y representa de un modo mas genuino la enfermedad.» Si se digera que, en las fiebres cuaudo aparecen lesiones locales que llaman la atención se manifiestan por fenómenos que simulan infla- maciones, no tendríamos inconveniente en aceptar estas ideas, pero no podemos aceptar asi inflamaciones loca- les que reclaman medicamentos contrarios á las inflama- ciones. En fin Trousseau y Pidoux no localizan la fiebre de un modo general, y no siempre ven lesiones locales. 154 Si se fijaran menos en las inflamaciones secundarias, si cuando aconsejan la prudencia del médico en el plan an- tiflogístico en las fiebres y claman contra el abuso de las sangrías en dichas enfermedades se fijasen mas en el es- tado general que las constituye, hubieran sido mas espli- citos y mas claros en sus apreciaciones; porque se enre- dan bastante con esas flegmasías espúreas, con la verda- dera caleutura, con las diversas fiebres y es preciso me- ditar mucho su doctrina para ver con claridad. Veamos, por fin, como todas las escuelas de hoy siguen recibiendo una influencia suprema, por mas que asi no lo crean, de la escuela fisiológica. «La medicación antiflogística acorta y atenúa evidentemente las calenturas continuas tiphoideas. Los últimos partidarios de la medicina fisiológica preten- den que esta medicación impide á ectas calenturas elevarse á un grado mas caracterizado y pasar á ese segundo pe- ríodo en que se declaran los síntomas del tiphus cuando no se han presentado en su principio. Mas no es justo que tal exageración sea un motivo para que nos privemos sis- temáticamente de los servicios que pueden prestar las emi- siones sanguíneas en los casos en que todas las circuns- tancias nos inviten á ponerlas en práctica. Empero, cuando una calentura tiphoidea que al principio indica espresamenle el uso de la medicación antiflogística, descubre, sin em- bargo, bajo esta apariencia inflamatoria los graves fenó- menos que son propios de esta especie de fiebre, ¿qué de- bemos pedir, qué podemos esperar del orden de medios que nos ocupa? ¿En qué límites conviene circunscribirlos? Solo se puede simplificar la enfermedad; descartar, cuan- do en ello no hay peligro, todo cuanto pudiera en lo su- cesivo dar materia á congestiones y á flegmasías tiphoi- 155 deas (1).» Veremos que estas ideas están muy en armonía con la mas sana práctica, pero que pueden llevarnos á un gran peligro por el modo como se esplican los hechos. El dinamismo y el vitalismo de la época actual se confunden y tocan en sus estremos con el organicismo, asi sucede con la doctrina proclamada por Trousseau, que al mismo tiem- po que dá tanta importancia á sus fuerzas radicales, tam- poco desatiende las propiedades vitales que, en los vasos capilares sanguíneos, son atendibles para exigir la medica- ción antiflogística, si bien la rectitud de su buen criterio le obliga á añadir que, ademas de las propiedades vitales de- be fundar sus motivos de obrar en el conocimiento de la causa inmediata que sobreescita los vasos menores. Son estas verdades de las que nos utilizaremos dándole diverso sentido y de menos difícil apreciación. Veamos ahora co- mo piensa otro de los corifeos del vitalismo moderno y que sin duda precedió á Trousseau en este camino si bien con menos influencia. LXXXII. El gusto por la lectura de las obras antiguas, y de las de autores que nos han precedido crece todos los dias. Ya no se creen los hombres de la ciencia indepen- dientes en su pensamiento hasta el punto de rechazar los principios y las doctrinas anteriores; pero acaso, esta incli- nación y esta honrosa conducta de buscar apoyo en hom- bres que ya existieron muy antes que nosotros, sea moti- vada por la dificultad de crear: y por consiguiente el vi- talisla cita á los auteriores vitalistas; el humorista á los an- tiguos humoristas, como los solidistas de ahora á los soli- distas de entonces. Y se me ocurrió esta idea, que ya anun- (1) Tom. 2.° 202. cié hablando de Trousseau, al observar que Dubois (de Amiens) cita con interés á R'il para presentar su doctri- na. ¿Queremos conocerla en pocas palabras? pues la vere- mos vilalísta como la anterior en sus bases dinamislas: oigámosle. «En toda enfermedad la lesión primordial es esencialmente vital- en el principio de las enfermedades hay siempre una lesión de la inervación: muchas veces existe una tendencia á los desórdenes, esto es, á las modificacio- nes impresas en fas fuerzas que dirigen los actos de las mo- léculas vivas (1) .. Las lesiones materiales, ya en la compo- sición de los sólidos, ya en la de los líquidos no pueden constituir enfermedades: de la vitalidad tan solo, diversamen- te modificada, emanan todas las individualidades morbosas: donde no hay vida no hay enfermedad aun cuando persis- tan las lesiones orgánicas (2).» ¿Queremos una prueba mas evidente de la combinación fatídica de los errores y de las verdades? A donde no hay vida no hay enfermedad, dice Doubóis; esta es una verdad: ¿pero la es el que solo la vi- talidad modificada produzca las enfermedades? ¿ijue es la vitalidad modificada? ó es un ente de razón, abstracto, in- apreciable, ó la vitalidad modificada indica el organismo modificado: porque el lenguaje de ios órganos está represen- lado en las propiedades, en las funciones, en la vitalidad; y la vitalidad en si misan nada representa, no es nada, so- lo representa los órganos. En el principio de las enferme- dades hay siempre una lesión de inervación, dice Doubois; pero ¿la lesión inervadora no indica la lesión de un órga- no? ¿porqué se altera la acción inervadora? ó porqué en el (1) Paiolog. Tomo 1.° pag. 20. (2) Id. pag. 157. / 157 cerebro hay una lesión, ó modificación, ó en los centros, ó en los filetes nerviosos. ¿Por qué las influencias atmosfé- ricas alteran la inervación? porque los fluidos impondera- bles, ó ponderables obran sobre el organismo con una ac- ción que lo modifica ó lo allera: he aquí la razón del disgusto, inquietud, y cefalalgia que siente una persona neuropática bajo la influencia de una atmósfera muy eléc- trica que altera su sistema inervador; pero cuyos fenómenos no observa el hombre de una fuerte y buena constitución, porque si bien recibe la misma influencia, esta no produ- ce alteración en ninguna parte de su organismo. Los fenó- menos fisiológicos, ó patológicos en el sistema nervioso, son productos tan materiales de la testura, organización, y con- diciones anatómicas necesarias como en cualquiera otra par- te del organismo; con sola esta diferencia que la finura y delicadeza de estructura, igualmente que la sutileza de sus corrientes y lo altamente complicado de su trama y de sus efectos hace mil veces inapreciables las lesiones qua; cul- trum eludunt analomicum, como decia Baillou. LXXXIU. Pero continuemos dando á conocer la doctri- na de Doubois. Entiende que hay diátesis cuando se ha desenvuelto en la economía una susceptibilidad tal que desar- rolla una enfermedad (1). Y preguntaremos nosotros ¿que es susceptibilidad? ¿Es una cosa diferente del organismo? No fuera mas claro, y mas exacto decir, se entiende por diátesis aquel estado del organismo, que facilita el desenvolvimiento de ciertas y determinadas alteraciones cuyo sello lleva ya con anterioridad? Es pues la diátesis no una susceptibilidad, sino un estado orgánico que causa, si se quiere, una sus- (1) Tomo l.°pag. 75. 25 158 ceptibilidad. Yo no admito nada que se separe del or- ganismo. Hacer ver con raciocinios que no se necesitan las lesiones anatómicas para constituirse esencialmente ni para caracterizar las enfermedades (1); decir que se puede es- tar enfermo antes que los tegidos se alteren; añadir por otra parte que esto no es decir que la enfermedad existe en un principo independiente de los órganos (2), pero que esta dependencia no es ni en el color, estructura, consis- tencia etc. porque en los órganos hay otras cosas mas que estas disposiciones... es abusar del raciocinio, es dar tortura al lenguage lógico, es vagar entre la incerlidumbre. Para que podamos decir que hay alteración de tegido no es pre- ciso existan induraciones, reblandecimientos, ni degenera- ciones porque estas lesiones son el estremo de las alteracio- nes de los órganos; hasta que el órgano, el sistema, ó la parte haya perdido alguna de sus condiciones anatómico- fisiológicas. Pongamos ejemplos muy sencillos, pero de aquellos que los vitalistas pudieran citar con aire de triun- fo. El frió intenso es una sensación que representa un pen- samiento negativo, falta de calor; pues esa sensación no se sentiría si la falta de calor no produgera en el organismo, en la circulación, en la inervación un efecto material que altera las condiciones anatómico-fisiológicas de todo ó parte del organismo. Una conmoción eléctrica mata á un hombre: la autopsia nada indica de lesión orgánica; pero esta existe: la corriente eléctrica trastornó de repente las condiciones anatómico-fisiológicas del sistema inervador: una corriente irresistible mató los órganos, no mató la vida, ni las fuer- (1) Pag. 167. (2) Pag 165. zas; hirió de muerte á los órganos, y si el ojo armado de los microscopios de Amicis como dice Doubois, ó del de los micrografos, como Raspad, nada hallan, es porque las cau- sas que obraron sobre el sistema nervioso produgeron le- siones en su organismo inapreciables. ¿La epilepsia no de- pende de una alteración material bien que sea inapreciable del encéfalo, médula, ganglios ó nervios? Lo repito: no hay enfermedad cuando el organismo no enferma. Todos los medicamentos obran sobre el organismo, ninguno sobre la vitalidad ni sobre las fuerzas. LXXX1V, El dinamismo vital de Trousseau y Doubois como el de Cayol, del que aun tendremos ocasión de hablar, es hasla tal punto seductor que resuelve algunas de sus cuestiones á ejemplo del dinamismo físico. Yo no osaré in- trusarme en el campo inmenso de la .naturaleza: su solo aspecto me pasma, su magestuosa marcha me llena de una profunda admiración, y cuando intento profundizar mucho concluyo por no poder pensar nada, y por admirar esa Providencia infinita, incomprensible, insondable, pero real y existente en la inmensidad de los Cielos. Cuando mas fría- mente se contemplan los cuerpos de la naturaleza, el al- ma se llena de placer, y como el niño que sale de si mis- mo de contento al vencer un obstáculo que creía superior á él, asi nuestro pensamiento se sublima y se complace cuando vé mas claro lo que creía incomprensible. Parecerán estas reflexiones agenas de este lugar, pero permítaseme también cierta espansion á mi espíritu, cierta anchura á mi pensamiento porque la necesito mucho, y porque estas incursiones estrañas á mi obgeto, y que exigen otro esti- lo, recrean el alma cansada de órganos enfermos, y de ór- ganos muertos. No obstante si alguno no me justificase me 160 justificaré yo, probando que no está fuera de propósito mi llamada á la Naturaleza y á la Providencia. Los dinamistas vitalistas, ó los dinamistas homistas, como lo quiere Trous- seau, y desde Bichat, y anteriormente á Bichat, y en nuestros dias. al reconocer sus fuerzas apelan á Newton, como los organicistas apelan á Bacon, y de ellos toman un argumento ad similem: de las fuerzas físicas, las fuerzas vitales; de la observación sensual filosófica, la observación médica. La atracción universal, la atracción magnética son fuerzas generales que dominan y rigen la existencia y las leyes de la materia: luego la fuerza vital, la fuerza de reac- ción, la fuerza de resistencia, dominan á la materia organi- zada. Para mí ni lo uno ni lo otro: no considero asi las fuerzas físicas, ni las vitales; no es esta la teoría del dina- mismo. La atracción universal, la atracción celeste, la gra- vedad, la afinidad, la atracción magnética, la eléctrica, que absorben la contemplación de los filósofos, y los humillan ante el Criador no son fuerzas ni anteriores, ni superiores ni independientes de la materia; son la misma materia, y consecuencias de su esencia íntima: por esto es que están en relación de sus masas, de sus distancias, de su consistencia y de otro gran número de circunstancias físicas. A donde se hallan esas fuerzas abstraídas de la materia? ¿Como se conciben? Prívese á los cuerpos de esas fuerzas y dejarán de existir como son: mudará su esencia. Y como no cono- cemos la esencia de cosa alguna, vemos esos fenómenos, los separamos de su causa, los creemos independientes, y creamos en nuestra imaginación un dinamismo que no es mas que el estudio de los efectos de la actividad de la mate- ria física ó organizada. Un cuerpo electrizado atrae, lo mis- mo que un cuerpo imantado porque con el está combinado 161 un fluido que tiene por carácter esencial á su naturaleza atraer ó repeler los cuerpos: lo mismo que el calor derrite la cera y la pone líquida combinándose con ella; y no se debe decir que el calor tiene la fuerza deliquescente, sino que por su naturaleza se combina con los cuerpos y se interpone en- tre sus moléculas: pero á otras sustancias las pone en un es- tado sólido, no porque tenga la fuerza de solidificar sino por- que se combina con los líquidos inlermoleculares que con- tenían y los pasa al estado gasiforme estrechándose asi el cuerpo que solidifica. LXXXV. No hay, pues, que hacer comparaciones con el dinamismo físico, porque se halla en el mismo caso. No hay por consiguiente que ocuparse de las fuerzas vitales mas que como fenómenos indicativos del estado orgánico, ó de los órganos: todo otro sentido que se dé á las palabras pro- piedad, fuerza, función, es melafísico y absurdo. Bajo estas bases escriben los vitalistas actuales; sobre estas ideas se quiere cimentar el edificio de la ciencia: en el escolasticis- mo se buscan las respuestas á las mas fundadas objecio- nes. Cuando habla Doubois de las fiebres; cuando trata de las inflamaciones como vamos á ver, cuando describe la ca- quexia, presenta ideas muy luminosas, pero las obscurece ese vitalismo frivolo que le distingue. Sus obras se leen con fruto por los hombres de la ciencia, pero esponen á gra- ves errores á los que no se hallan en estado de tener un exacto criterio. Levantamos nuestra voz aquí, como la le- vantamos en Rostan: ni la anatomía patalógica es la base de los sistemas médicos, ni la fisiología del dinamismo, nuestra guia. Doubois, vitalisla esforzado, toca muchas ve- ces el estremo dinamista y el organicísta, porque ya se de- ja llevar por Bichat, ya por Broussais y otras veces se 162 deja vencer por la verdad de un puro organicismo. Siem- pre sucede asi: la teoría seduce, pero la práctica convence. ¿Que nos querrá decir esle respetable Profesor con anun- ciarnos que la inflamación es un acto anormal, una enfer- medad? ¿Qué novedad presentan estas palabras mas que un abuso de lenguage? Después de haber sido proclamado el organicismo, después de Mr. Luis, de Chomel y de Brous- sais, ir á buscar á Reil es un verdadero retroceso. Creer que puede hoy sonar bien el lenguage de Reil que vé la enfermedad como un cambio de las operaciones ordinarias de la organización en otras anormales, es un error, como lo es el que intente probarnos que puede haber enferme- dad sin que los órganos estén alterados; oigámosle. «A nues- tro modo de ver, mientras mas se obstinen en buscar las difiniciones de la enfermedad en el estado variable de las condiciones materiales del organismo menos hallarán de pre- ciso, de exacto y de satisfactorio. En efecto, muchas veces se vé uno obligado á decir que el desorden de las funcio- nes es la sola cosa que constituye la enfermedad.» Es para mi sobre manera sublime este razonamiento por mas que Doubois quiera apoyarlo en varias autoridades buscando aun la de Chomel por mas que diste tanto de la suya. Se ha- lla embarazado para difinir la inflamación, que no obstante supone como una reacción del organismo, y cuyos síntomas estudia con una verdadera lógica, aun cuando no nos ha- ble de lo que caracteriza una verdadera doctrina médica, que es la naturaleza de la inflamación: muy al contrario; me parece que discurre con poca lógica cuando por no poder esplicar la resolución sin cierto grado de inflamación (yo diría, siu cierto grado de actividad de la parte infla- mada, no de inflamación) concluye de una manera termi- 163 nanle, que las enfermedades son actos y no simples lesio- nes orgánicas. Pero si son actos ¿quien los ejecuta? ¿De quien son? ¿Son de la entidad morbosa, lo que seria una on- tologia, ó del órgano enfermo? LXXXVL Bajo el mismo aspecto estudia las fiebres. Notables verdades proclama con las que estamos muy con- formes, pero en su doctrina hallamos la misma vaguedad que en todos. Se limita como lo hizo en la inflamación, á presentarnos las mas recientes opinines piretológicas, y en elle dá grandes pruebas de su cordura limitándose á breves generalidades para entrar en la parte monográfica. Tiende Doubois á las opiniones de Prost y de Broussais sin ser tan esclusivista como él; pero bajo este aspecto casi todos siguieron la misma marcha. «La calentura ó fiebre, nos dice, es un estado en el cual se observa alguna alte- ración en el calor animal, aceleración en los latidos del pul- so y trastorno general de las funciones como lesión lo- cal. (1).» En el momento en que escribo estas líneas tengo en la Sala de S. Sebastian número 9 una muger con una grave fiebre tiphoidea en la que el pulso no se halla alte- rado, ni el calor general aumentado ni la lengua está seca, pero la postración, el intenso meteorismo, la fisonomía, los saltos de tendones, y su indeferentísmo á cuanto le rodea demuestra una gravísima fiebre. ¿Como, después de esta di- finicion en la que parece intenta, aunque, con vaguedad, esencializar la fiebre, nos dice con Prost y con Broussais que «en casi todas las fiebres hay signos inequívocos de la irri- tación del estómago y de los intestinos delgados? ¿Como á pocas líneas, fijándose en el concepto, casi todas, nos dice (1) Patog. Gao. tom. 1.° pag. 312. 164 que los A A. están conformes, y parece también el estarlo, en que hay cierto numero de fiebres sin fenómenos de lo- calizacion y sin vestigios de iuflamacion en ias vías diges- tivas cuaudo se abren los cadáveres? En qué quedamos ¿son ó nó las fiebres efectos localizados en el tubo inie-iinal? por- que si esto constituye su patogenia orgánica no puede fallar sin que falte la enfermedad. Mr. Doubois no se resuelve ni á pertenecer á los localizadores ni á los esencialistas: vé ambas cosas, y se inclina á admitir con Prost el influjo de los centros nerviosos en las fiebres en la forma atáxica, y el del corazón en la angiolénica, LXXXVI1. Ha dado un gran paso Doubois en la historia de las fiebres reuniendo bajo la designación de fiebre ti- phoklea todos los tiphus de Europa, y lo hubiera dado completo si nos hubiese manifestado que el tiphus es la for- ma, el tipo de todas las fiebres tiphoideas indígenas y exó- ticas, á semejanza de la viruela, de la sífilis que, por be- nigna ó grave que sea no deja de ser la viruela. «La fie- bre tiphoidea, uos dice, no consiste en una gastro-enteritis, como lo aseguran los que retrocediendo verdaderamente, se jactan de seguir el movimiento de la ciencia. Puede suceder que haya al mismo tiempo congestión hacía el tubo digec- tívo y hacia los órganos encefálicos: hemos admitido con Andral que este accidente es uno de los que constituyen las tres series de síntomas tiphoideos: pero no es el hecho mor- boso principal. Asi lo prueba la observación de que muchas veces no existe cu los cadáveres indicio alguno de inflama- ción? Haya ó nó ¡uflamacion de los órganos encefálicos, siem- pre existe trastorno funcional del sistema nervioso con es- tado febril continuo ó remitente y ademas diversos actos ner- viosos secundarios.» Muchas reflexiones se nos ofrecen sobre 165 estas apreciaciones de Doubois, pero no es este el lugar de entrar en consideraciones lógicas: limitémosnos á decir que aceptamos muchas ideas de este celebridad médica pero no estamos conformes en el valor que inlenla darlas. Lamenta- mos ese empeño fatal, que desde la doctrina de Broussais viene siendo lan general, de ver en lodo irritaciones, infla- maciones al simple anuncio de la lesión de un aclo orgáni- co, que se cree no puede tener lugar sino bajo la influencia de la inflamación y la que se quiere buscar siempre y ver siempre en la congestión, ó en la mas simple inyección ca- pilar. Ya ventilaremos esta grave cuestión. LXXXVUI. Veamos, pues, en Trousseau, y en Doubois respetables observadores que no se han dejado seducir por pomposos anuncios y que buscaron la verdad en el justo medio de escuelas exageradas y que proclamando el dina- mismo vital son en su práctica razonadores profundos que impulsan la ciencia piretologica, cuya importancia reconocen, al verdadero camino de un libre examen sin dejarse con- ducir en su práctica ni por elucubraciones teóricas ni por los hechos sin criterio. En su práctica es simple, juicioso en sus apreciaciones, prudente en la administración de los recursos de la ciencia: en fin si se nos obligase á clasi- ficar su escuela la pudiéramos ver prudentemente ecléctico con Hipócrates, con Sidenham, con Cullen, con Haller de cuyas ideas participa, y este es su mejor elogio. LXXXIX. Dinamismo orgánico-fisico. Preciso es cerrar la revista de la época actual, porque sin duda nos ha- ríamos cansados á nuestros lectores: preciso es terminar esta superficial reseña de los sistemas en medicina y es- pecialmente en la ciencia piretologica. La época actual tie- ne no obstante un doble carácter que la distingue, y este 166 es la sucesión de la doctrina médica desde Broussais, mo- dificada bajo mil formas por Chomel, Andral, Luis, Piorry, Breteneau, hasta Bouillaud, y los sistemas especiales bajo Hahnemán, Raspad, Benech, y Priesnit. Las doctrinas me- dicas parecen reasumirse en la última obra de Bouillaud (1), y con ella terminaremos la sucesión de las doctrinas, pero aun diremos algo sobre los sistemas especiales. XC No juzgaremos á Bouillaud (2) como lo hace un colega suyo; vemos de muy diversa manera que am- bos á dos. Bouillaud presenta una doctrina que no es ca- paz de seguir, y semejante á Rostan la deja en mitad del camino: vé la luz que el mismo apaga: halla la joya que se le escapa de las manos y desaparece entre el polvo. No vemos, pues, como su antagonista; creemos su crítica injusta cuando dice «Hasta aqui la medicina era del do- minio de la fisiología; pero gracias al Dr. Bouillaud y á todos los ultra-bruseislas, no pertence mas que á la quí- mica y á la física; de manera que con este progreso, Bi- chat ha caducado, y nuestros males no deben apreciarse si- no como fragmentos físicos que caen bajo el martillo...» Ojalá que todo el pensamiento de la doctrina Bouillaud fue- ra dirigido bajo esta clave: es un gran pensamiento que en otra parle he presentado con la claridad posible (3). Los elementos físico-químicos combinados son á los cuerpos or- (1) Traite de Nosographie. 1846. (2) Aun cuando colocamos á Bouillaud en este lugar, no igno- ramos que data su doctrina de una época mas anterior, y que de- hiera presentarse antes de Trousseau, y de otros, pero yo creo que la esposicion de su doctrina no fué presentada con los honores que merece hasta la publicación de su Nosografía médica. (3) Ensayo de Antropología t.° 1/ pag. 225 y 376 par. 225 y par. 352 y siguientes. 167 ganizados, lo que la materia elemental á los cuerpos inor- gánicos: lodos los fenómenos de una y otra clase de cuer- pos no son mas que resultados de su naturaleza elemental, ó de sus combinaciones sucesivas; porque de combinación en combinación llegan los elementos físicos á dar sus gran- des resultados á que se llama estado de los cuerpos, natu- raleza de los cuerpos, fenómenos de los cuerpos, ya sean in- orgánicos ó vitales. Pero Bouillaud indica esle pensamiento y no lo hace fructificar presentándose en la arena de las discusiones con una vaguedad indisculpable. «El estudio de las fuerzas vitales, dice, considerada en conjunto, no podría separarse del estudio de las fuerzas mecánicas, físicas y químicas que rigen los fenómenos de los cuerpos inorgá- nicos; pero dejando á parte su elemento psicológico, la me- dicina, en el fondo, no es mas que la mecánica, la física, y la química de la economía viviente.» Pudiera aun Boui- llaud ser mas esplicito; pudiera decir: la existencia de los fenómenos de la vida, la organización vegetal, y animal con sus leyes, sus propiedades y sus funciones no es mas que una consecuencia de la naturaleza de la materia organizada de sus combinaciones, y uno de sus modos de ser. De aquí par- tiría todo un gran sistema médico, el verdadero sistema orgánico. Y este gran pensamiento está reasumido y esplica- do en una palabra tradicional de oscuro significado: materia organizada; es decir materia física combinada, modificada y dispuesta bajo ciertas condiciones que le dan el carácter y la hacen merecer el verdadero y filosófico nombre de organizada. Cuando se nombra á un cuerpo como orgánico, se escluye de hecho la influencia omnímoda de las leyes y de las propiedades físicas y químicas para no ver mas que vida, propiedades y leyes vitales: pero entiéndase que 168 este modo de ver es bajo el rudimento y la base de la materia lisico-química. Y esto es tan cierto que cuando im- pera este rudimento y esta base, es la muerte próxima ó la muerte real. Mientras la organización tiene las condicio - nes vitales, la materia que la constituye no es mas que un rudimento necesario, porque la vida no se puede abs- traer de la materia, como la luz no puede abstraerse del fluido lúmico, ni la gravedad puede separarse de los cuer- pos. Organización, vida, propiedades y funciones vitales, he aqui cosas que andan siempre juntas, nunca aisladas. Los verdaderos organicistas ni pueden ser materialistas, ni vi- talistas, tienen que ser ambas cosas. La materia sin vida no puede enfermar; la vida sin materia no puede padecer porque no puede existir. Con razón Cayol, uno de los mas esforzados vitalistas, rechaza la poderosa influencia de la escuela anatómica, con razón Bouillaud intenta dar grande importancia á la mecánica, á la física y á la química: am- bos tienen razón, pero los dos tienen que fluctuar en este terreno, porque las enfermedades no son anatómicas, ni físicas, ni vitales; son siempre orgánico-vítales: pero ni los órganos padecen sin que padezca la vida, ni esta puede al- terarse, ni aun muy levemente, sin que se altere el órgano. Bajo este aspecto no admitimos con Cayol ni con los vi- talistas ni dinamistas que la enfermedad sea un acto vital, ni la inflamación una función vital; ni con Bouillaud, or- ganicista físico-químico, esa vaguedad materialista, orga- nicísta, vitalista y dinamísta que se resabia en sus obras: si bien le disculpamos porque es la consecuencia de la ver- dad que trasluce; es decir, de que no se puede separar lo orgánico de lo vital, ni completamente de lo físico. Si se me obligase, no obstante, á optar entre el organicismo 169 de Monneret, las ideas fisico-orgánícas de Bouillaud y el vitalismo de Dubois y de Cayol me filiaría en esta escuela porque tiene mas relación con la filosofía que profeso, y la que mas promete á la ciencia. No puede haber inde- cisión entre rodearse de la muerte y de cadáveres ó ele- varse á la esfera de las inteligencias y de la vida: esta es la ciencia. Empero no personifiquemos lo que no tiene existencia real. Esa Naturaleza medicatriz que se rechaza por unos, y se proclama por otros solo existe en los ór- ganos vivos, por los órganos vivos y para los órganos vi- vos: no es una entidad diversa de estos; es su lenguage, su fuerza, su poder providencial. Pero no es este el mo- mento de dilucidar este punto importante de la ciencia. Bouillaud vio la luz que se le oscureció pronto porque dice á pocas líneas. «Los cambios fisiológicos, ó las modifica- ciones funcionales pueden ser los efectos ya de una lesión de las condiciones dinámicas, ya de las condiciones materia- les, ó simultáneamente de ambas. Es una grave cuestión de diagnóstico el distinguir estos tres casos los unos de los otros» Muy grave cuestión es sin duda, irresoluble, yo se lo aseguro á Bouillaud. ¿Como se separan las condiciones dinámicas de las condiciones anatómicas? ¿Como puede exis- tir lesión de fuerzas independiente de la lesión del organis- mo? Por esto es que llamo á la escuela de Bouillaud, di- namismo orgánico. Ya hemos hablado de esto mismo con motivo de la doctrina de Trousseau. Para reconocer la fluc- tuación en que se halla el que quiere ser á un mismo tiem- po organicista y dinamista basta citar estas palabras. «Si existe, dice, un gran número de fenómenos (abstracción hecha siempre de los fenómenos psiológicos) que no pode- mos completamente esplicar, esta no es una razón suficiente no para separarlos todos indistintamente de la esfera inmensa de los fenómenos regidos por las fuerzas y las leyes me- cánicas, físicas y químicas, en consideración á que estamos muy lejos de la época en que todos los fenómenos de este orden sean susceptibles de una rigurosa esplicacion.» Aqui el autor es físico-químico, pero en otra parte dice «dejando á un lado las fuerzas vitales, cuya existencia solo nos es posible admitir por el pensamiento, y por una es- pecie de fé fisiológica, estudiemos los fenómenos orgánicos sometidos á su imperio, y volvamos á las modificaciones de estos fenómenos conocidos bajo el nombre de síntomas ó de lesiones funcionales, que es preciso distinguir bien de los síntomas físicos, últimos síntomas de los cuales algunos pueden ser considerados como otros tantos caracteres ana- tómicos de las enfermedades.» ¿Como se convienen estos pensamientos? ¿Quién los comprende? Unas fuerzas vitales cuya existencia es, á lo menos, dudosa para él; pero por otra parte estas fuerzas, tienen bajo su imperio á los fenó- menos orgánicos: unas lesiones funcionales que constituyen síntomas, pero que deben distinguirse de los síntomas físicos: he aquí la fluctuación del que parece buscar la vida á flor de agua y se sumerje para perder el último resto de ella. XCI. La doctrina cuyas bases estudiamos ha vislumbra- do la gran verdad de la ciencia, y el escollo de los vi- talistas, pero ó no tuvo bastante valor su protagonista para rechazarlos de frente, ó se dejó llevar por el espíritu do- minante de lo sublime y de lo metafisico. Pero es muy notable que en esta misma época, y estos mismos sistemas intenten apoyarse en Bacon y en Bichat: dos estremos opues- tos por sus principios á la doctrina del dia, porque si bien este último fué vitalista sus principios eran fisico-anatomi- 171 eos, y por esto se repite el precepto de Bacon en que establece el principio de observación sensual, y el de Bi- chat que quiere buscar el órgano afecto: las palabras de estos célebres escritores ya se repiten hoy hasta el fastidio. XC1I. Por consiguiente, de los principios doctrinales deben deducirse las consecuencias terapéuticas y patológi- cas; y aqui vemos la misma indecisión, el mismo desor- den. Los medicamentos orgánico-vitales, ó químico-vitales, los esencialmente dinámicos y los físico-mecánicos son los instrumentos de todas las medicaciones. ¿Y que son los me- dicamentos dinámicos? ¿Son los que obran sobre las fuer- zas, ó sobre las funciones? Son, dice, los que regulan la fuerza nerviosa, y que se oponen á Jas hypernebrias, á las hyponevrias, y á las ataxonevrias. Pero si vuestras fuerzas vitalistas, son y están reducidas á la influencia inervadora, ¿como no reconocéis que en los centros nerviosos, y en sus conductores nada hay, ni sucede, ni puede suceder que no sea estrictamente orgánico, producto y consecuencia del estado orgánico de esos centros y de esos conductores? Y en este caso ¿por qué no se concibe su influencia como la de otro cualquiera sistema en mas ó en menos, y por qué no se vén esas fuerzas como de origen orgánico, co- mo resultado orgánico, y no como reguladoras del orga- nismo del que proceden? Y si decís que el sistema iner- vador tiene una fuerza independíente porque escita los ór- ganos, llamazle fuerza nerviosa, y á la de la sangre por igual razón fuerza sanguínea, y á la de luz que escita nuestros ojos fuerza lumínica, y á todo cuanto obra sobre nosotros, fuerzas vitales: asi nos entenderemos. Pero no es este el pensamiento de los dinamistas, pues Bouillaud, el menos dinamista y vitalista de todos, dice: «La inflamación 172 no es otra cosa que una modificación de la calorificación, de la circulación capilar, de la secreción y de la nutrición que supone una lesión simultánea de los sólidos y de lo$ líquidos, sin perjuicio de una lesión concomitante de las con- diciones dinámicas.» He aqui como se confunden las ver- dades, y como un lenguage abusivo hace acaso decir lo que no se quiere. Presenta Bouillaud las mas importantes observaciones; razona con exactitud, se acerca á veces á la verdad, pero una sola palabra trastorna sus principios y hace traición á la sublimidad de sus consideraciones: por que asi puede decirse cuando después de criticar los sis- temas médicos sobre las ideas de fuerzas, y sobre las in- flamaciones, después de ser exactísimo en muchos lugares de sus escritos, dice, «La única cosa en que debemos in- sistir en este momento es en que la inflamación, propia- mente dicha, consiste en una modificación de acción sui ge- neris. ¿En qué se distingue este pensamiento del de I)u- puylren, Marandel, y Roche que lanío critica? Degemos las bases doctrinales del autor de la endocarditis reumática, de la angio-carditis degémoslo en su presunción de formu- lador de la filosofía médica; dejémosle con su nueva fórmu- la de las evacuaciones de sangre, que derrame ese líquido vital coup sur coup: le deseamos feliz práctica de la que nos ocuparemos cuando formulemos también nuestro pensamiento sobre el tratamiento de las fiebres. No obstante, debo ma- nifestarlo aqui con la imparcialidad del que no aspira ni á fundar sistemas nuevos sobre las ruinas de olios, ni á me- recer un nombre en la ciencia que Bouillaud por su doc- trina, sus pensamientos, sus descripciones es lo mejor que conocemos: Bouillaud por sus creaciones, sus endocarditis, sus sangrías suficientes, no merece mas gratitud que la de 173 su laboriosidad. No está Bouillaud mas feliz en su píreto- logía. Chomel, Andral, Piorry son los que le han prece- dido en el camino patológico sobre las liebres, y todos, por mas que no lo crean asi, no han hecho mas que se- guir á Broussais en la apreciación de su patogenia. No dis- cutiremos en este lugar la doctrina de estas celebridades médicas porque es demasiado grave esla discusión cuando se trata de Profesores de tanta talla científica: en la 2.a parte de esta obra lo haremos con ese comedimiento que exige una decorosa discusión. Pero no dejaremos incom- pleta esta última parte histórica de la piretologia, la mas importante, la mas nutrida de ideas y la mas bien represen- tada por el número y la clase desús adalides. Efectivamente debemos confesarlo con vanidad: el siglo XIX dio á la cien- cia un gran número de médicos sabios. Bouillaud, Yalleix, Geintrac estudiaron esla parle de la ciencia con instruc- ción, constancia y fé. El primero de estos que parece ten- der á constituir escuela, no fué, he dicho, muy feliz en su parte piretologica, porque concluyendo de leer sus obras nos preguntamos, que es la fiebre y no podemos contes- tar. Hay una fiebre que debe llamarse angio-carditis, hay otra que debe llamarse séptica, otra enlero-mesenlerilis, olra iyphoidea, olra typhus, otra intermitente perniciosa, otra, en fin, colera-morbus, pues que están colocadas y tratadas en sus clases y órdenes diversos y con diversa patogenia. Va- mos á probarlo con los mismos términos de Bouillaud. Por una parle confiesa que «deben reunirse en una sola y mis- ma clase las enfermedades que forman la primera y se- gunda clase de la Nosographia phüosófica de Pinel, porque no es permitido ya separar asi las phegmasias y las fie- bres dichas esenciales continuas que fueron descritas en la célebre obra que se acaba de citar, pues sería violar los principios de una clasificación verdaderamente natural.» Aqui el Autor obstenta ser acérrimo partidario, á lo menos ba- jo esle aspecto, de la escuela de la irritación, ó fisioló- gica admitiendo las fiebres llamadas esenciales en la clase de las inflamaciones: pero á pocas líneas nos dice «la re- volución piretologica, de la cual ha sentado Broussais las bases, no habiendo sido aun consagrada por el tiempo y el asentimiento unánime de los médicos, no he podido dis- pensarme, en una obra como esla, de esponer y discutir las razones.» En estas palabras sanciona el Autor la doc- trina de la escuela fisiológica hasta el estremo de intentar probarla en la discusión con razones de las que deduce una doctrina enteramente contraria á la de la escuela fisio- lógica, ó á lo menos con variantes tan esenciales como son 4a angio-carditis simple constituye la fiebre inflama- toria, ó angio-lenica franca y legítima. Complicada con un elemento séptico, pútrido ó typhoideo no es otra cosa que la fiebre pútrida, tiphoidea ó adinámica.» No pensaba asi Broussais, á no ser que se vea como idéntica la loca- lizacion de la fiebre en la túnica interna de las arterias ó en la mucosa gaslro-intestinal. Bouillaud admite su angio- carditis como el tipo de la fiebre, y si no pasara de aqui admitiríamos esta idea bajo cierta condición: pero no nos adelantemos. La verdadera fiebre tiphoidea es para él la entero-mesenieritis, y en esto tampoco tiene originalidad por- que es la idea de Breteneau, de Petit, de Chomel y toda la escuela anatómico-patológica. No obstante, conviene Bouil- laud con Broussais en una idea básica, fundamental, esta idea es la de ver siempre la inflamación en todas las fie- 175 bres desde la sinocal simple hasta el cólera y la peste de Levante. Es lamentable que se confunda el estado séptico con el inflamatorio únicamente obligados por la idea de sos- tener el elemento flogíslíco en todos los males, sin hacerse cargo que esos fenómenos flogislicos son aparentes cuando existen, y no pueden existir como fenómenos de septicidad. Por esto rechazamos su angio-carditis typhoidea, y á su tiempo veremos como sucede aqui lo que tanto llevo re- petido: la práctica de los hombres eminentes no engaña, no pueden engañarnos, pero las interpretaciones se fuerzan, las deducciones son erróneas. Hablando de la peste que clasi- fica por su causa ocasional y no por su causa próxima, ó patogénica nos dice «que esta enfermedad es un com- puesto temible del estado séptico é inflamatorio (1).» Fuera este concepto y esta opinión de leve importancia si no tu- viera una suma trascendencia en el plan curativo, y as¡ vemos aconsejar sangrías y antisépticos. Cuando trata del typhus nostras, parece que duda de su naturaleza pues nos advierte que «la teoría de una enfermedad cualquiera no puede ser completa sino en cuanto se conocen sus causas y su mecanismo y las alteraciones orgánicas correspondien- tes á este. La consecuencia de este principio es que en el estado actual de la medicina es imposible presentar una teoría enteramente satisfactoria del typhus.... Sería come- ter un error grave el sostener que los typhus no son otra cosa que una gastro-enteritis.» ¿Y por qué ha de ser un error, y se ha de clasificar asi mientras no se sabe lo que es? Sepárese Bouillaud de Broussais y de su elemento (1) Tom. 3.° pag. 80. 176 flogístico; vea con esa claridad que dá la crítica justa y sin prevención esos fenómenos aparentemente flogísticos, y sus teorías serán admisibles. No aprecie, bajo el aspecto que lo hace, esa irritación vascular de un tipo febril, su angio-carditis para reemplazar la gastro-enteritis de Brous- sais y podremos entendernos, porque tiene en su pluma algo de ridículo el escribir que «la irritación de la mem- brana interna del corazón y de los vasos, inseparable de la fiebre continua de los typhus no ha fijado hasta aqui la atención de alguno de los autores que han escrito sobre el tiphus (1)» Yo creo que hicieron bien en no fijarla si había de ser con el objeto de contemplar una irritación con una seplicidad, una inflamación con una astenia, un estado plástico de la sangre con un estado de disolución. Siempre esla celebridad vé por desgracia la irritación en las fiebres ya con Broussais, ó con Breteneau, ó con Luis, ó con Chomel. Haremos aqui una solemue protesta: de cuan- tos han estudiado las fiebres dichas esenciales, Bouillaud es el Profesor que mas se ha acercado á la verdad, y el que también mas inclinado se reconoce á aceptar las ba- ses de la escuela fisiológica: le respetamos; no le juzga- mos por crítica, y solo lo hacemos para asentar nuestra doctrina y para lo cual nos utilizaremos muchas veces de la autoridad de este respetable Profesor. No es por con- siguiente difícil el reconocer cual será el plan curativo que nos propone. Sentimos verle vacilante y dando esa preferencia sistemática á la sangría, porque no podía menos de ser asi viendo en las fiebres tiphoideas angio-carditis sép- ticas, en todos los tiphus irritaciones por causas miasmáli- (1) Tom. 1.° pag. 261. 177 cas, y llevando la inflamación á todos los tegidos, porque «las fiebres continuas dice, llamadas esenciales no son sino flegmasías locales y generales por tanlo ti,empo desconoci- das, sean simples ó complicadas con un elemento séptico ó tiphoideo.» Esla exageración de doctrina nos disgusta en Bouillaud, pero en medio de ella, hallaremos verdades que no se pudieron eclipsar á su ilustrado genio. XCII1. Continuación déla época actual. Terminémosla época actual en la que pudiéramos hacer una separación muy lógica esludiando aparte las obras en que se procla- man doctrinas y las que se limitan á la parte práctica. No obstante en el estudio piretológico son inseparables la ra- zón de los hechos en si mismos á no sumergirnos de nue- vo en las sutilezas del dogmatismo ó en el absurdo em- pirismo. Iniciada por Pinel la época actual, anunciada ya con lamentable vaguedad por épocas muy antiguas, fijada por Prost, desenvuelta con valentía por Broussais, comen- tada por Roche, Boisseau, modificada por Chomel, Petit y Serres, Brelenau Rostan Luis, Andral Bouillaud, se intenta hoy reabsumir no con bastante fortuna, porque siempre observamos la confusión mas notable en el tratamiento, siem- pre la contradicion mas clara entre las ideas y los hechos. Lo veremos á su tiempo: el Profesor que dá sus primeros pasos en la práctica llega lleno de confianza á la cabe- zera del enfermo nutrido en las doctrinas mas nuevas, mas apoyadas, pero á poco que camine se vé envuelto en mil dudas, en mil contradiciones en la elección de los recur- sos que debe eligir para tratar sus enfermos. Es Brousseis- ta por necesidad y tiembla salir de este camino. Que quiera ver la irritación en la mucosa del estómago é intestinos; que la reconozca en el intestino y en el mesenterio; que 178 ia siga en las placas de Peyero, siempre vé irritaciones, é indicaciones antiflogísticas y trabajo le cuesta echar mano de otros medicamentos mientras observa solo irritaciones en sus diversos grados. ¿Por qué nos hemos de limitar á este círculo localizador sujetando nuestra razón al criterio del escalpelo, y abandonando la razón para no observar mas que la muerte? Mil veces lo repitirémos: no aca- bamos de comprender esa insistencia en la localizacion mas sistemática desatendiendo el lenguage de la natura- leza: oigamos sino á uno de los mas esforzados organi- cístas que cierra su conocimiento á todo cuanto no de- muestra la autopxia, oigamos los gritos de la sana razón. «Por lo que respecta á la localizacion de la fiebre continua grave, ó tiphoidea es perfecta: son las placas de Peyero que están alteradas á la manera que Broussais veía la flegmasía de la membrana gastro-inteslinal que producía todas las fiebres esenciales. En el caso en que la enfermedad es de intensidad ¿las placas de Peyero están enfermas? Y si lo es- tán ¿se parece su lesión á la que se encuentra en la ti- phoidea grave? La respuesta se reduce á una probabili- dad (1).» ¿Por qué no se lo pregunta á la autopxia? En Chomel hallará la contestación. Esta duda de Monneret es justa; es la razón que despide luz, pero que se apaga. Ha- llamos no obstante en esla obra eminentemente práctica al- gunas ideas sublimes en pirelológia. Para justificar mi aser- to del dominio de la doctrina brusseista en la actualidad volvamos á oír al mismo Autor. «No sabemos verdaderamen- te dice, si se ha ganado mucho en sustituir la fiebre tiphoi- dea á la gastro-enteritis, no bajo el aspecto de la lesión cu- ; (1) Monn. y Kleury. tom. 4.° pag. 56. 179 ya naturaleza está bien determinada, gracias á los traba- jos importantes publicados sobre este obgeto, sino bajo el punto de vista de la influencia que esta sustitución puede tener sobre el conocimiento de la naturaleza real de la en- fermedad, y sobre los medios terapéuticos propios á com- batirla.» Yo por mi creo que la flogosis gaslro-intestinal no podría menos de afectar las placas y la glándula de la mu- cosa intestinal, y que esta sustitución por consiguiente debe ser de poca trascendencia para darla tanta importancia. Si me obligaran á optar vería como mas lógica la flogosis gas- tro intestinal, que la irritación, ó flogosis, ó lesión de las placas de Peyero, y las glándulas de Brunerio. Esla no obs- tante esla idea que domina. XC1V. En el dia ya no se quiere admitir la angio-car- ditis de Bouillaud. Valleix rechaza esta idea para declarar- se partidario de Mr. Luis con sus lesiones de las glándulas de Peyero que constituyen realmente el carácter esencial de las fiebres graves. Por este modo de ver tanto Valleix como Mr. Luis se encuentran sin poder hallar la naturale- za de la fiebre amarilla, de la peste, ni aun la de la fiebre puerperal, sobre la cual estamos, al parecer, en la mayor oscuridad. Afortunadamente no es asi y cuando hablemos de la patogenia de estos males volveremos á Valleix con cuyas opiniones nos conformaremos en gran parte. Admite en su clasificación piretologica la calentura efímera, la cinocal, la tiphoidea, el tiphus nosocomial, el de Irlanda, la calentura puerperal, la amarilla, la peste, las intermitentes y remi- tentes benignas y perniciosas y la grippe. Esta clasificación por mucho que respetemos á su Autor, los parece inexacta porque parte de opuestas bases, pues ya es el tipo, ya la gravedad, ya la topografía, ya especiales circunstancias in- 180 dividuales, ya su sinlomalogia la que la apoya sin que ten- ga bastante parte su patogenia, su verdadera causa. Esto demuestra la inmensa dificultad de esas divisiones frivolas que solo deben admitirse como variedades de una misma razón patológica. XCV. Ya nos haremos cargo á su tiempo y esperamos llevar el convencimiento al ánimo de nuestros lectores so- bre la antigua fraseología y el intento de reabsumirla en la fiebre tiphoidea, porque esta idea asi presentada es fal- sa, y de trascendentales consecuencias. «En la época en que se empezó á sustituir el nombre de fiebre tiphoidea á otras denominaciones de las fiebres graves, era importante ocu- parse de los diversos aspectos y fisonomías que puede presentarse esta enfermedad. En efecto era preciso demos- trar que estas fiebres designadas con los nombres de calentu- ra inflamatoria, biliosa, mucosa, nerviosa, adinámica, no son otra cosa que la calentura tiphoidea, y un buen medio de demostrarlo era el hacer ver que esta se pre- senta con todos los caracteres de estas diversas calentu- ras (1).» ¡Que error! ¡La calentura inflamatoria es una tiphoidea! No porque Valleix se apoye en Chomel deja- remos de rechazar una tan grave confusión: rechazaremos también á Chomel. ¿Será cierto lo que aventura Gintrac que se dá á muchas enfermedades el nombre de fiebres que ni lo son, ni tienen esle carácter? Algo hay en esto de ver- dad, pero tampoco adelanta mas que sus actuales contem- poráneos. «La fiebre, dice, no es realmente mas que un es- tado morboso.» No necesitamos comentar esla idea, porque no es sin duda una fiebre un presente de salud. «Siempre (1) Valleix tom. 9/ pag, 288. 181 que no se pueda descubrir, añade, fuera del aparato circu- latorio, una lesión grave perteneciente á otro orden de ór- ganos, efectuada la enfermedad, esto es, la fiebre, esla se- rá evidentemente esencial ó idiopática.» Desgraciado el Pro- fesor que se dirija por tal semiología porque para compro- bar su juicio tiene que esperar á la mas minuciosa disec- ción, porque cuando lodo el cuerpo está enfermo, como lo está en la liebre, no hay órgano que no padezca, y cuando no se notan graves lesiones por los síntomas la llamaremos esen- cial, pero cuando un órgano se resienta mas que los otros la llamaremos sintomática. Las ideas de Gintrac bajo esle aspecto se parecen á las de Doubois, lo que prueba la ¡n- certidumbre sobre la naturaleza de esla tan frecuente en- fermedad. XCVI. Si bajo tales auspicios queremos fijar la idea culminante de hoy sobre la patogenia de las fiebres para completar su historia no sabemos á quien refugiarnos. To- dos han espueslo sus ideas y dilucidado su pensamiento con mas ó menos fortuna; todos digeron verdades que admiti- mos, y deducido consecuencias que rechazamos. ¿Nos re- fugiaremos en Lepelletíer de la Sarthe? Su doctrina bio- lógica debe ser estudiada; pertenece á la escuela orgáni- co-dinamisla y en sus ideas píretológicas al vitalismo puro. Su doctrina fisiológica se halla presidida por esta base vi- talista. «Mientras toda la duración de la vida, el micro- cosmo se halla regido por sus leyes propias; de tal suerte que la influencia vital es un obstáculo incesante á la in- fluencia de las afinidades químicas del macrocosmo.... Cuanto mas complicadas son la organización, la vida, en sus dis- posiciones y en sus modos, lanto mas frecuentes, nume- rosas, diversificadas son sus alteraciones ó enfermedades; 28 182 y mas es de temer la muerte accidental.» En medio de estos pensamientos verdaderamente sintéticos se nota cierta obscuridad que se necesita para desvanecerla recordar los principios del vitalismo, y del dinamismo. En patología reco- noce que «no puede existir ni estado, ni acto morboso en donde no se encuentra ni estado, ni acto vital.... En la economía del hombre hallaremos, como en todas las otras economías vivientes, condiciones de existencia que, en él, son mas numerosas que en los demás y pueden no obs- tante ser reducidas á cuatro clases principales: condiciones físicas, químicas, vitales y psicológicas. Por mas que pa- rezca algo abstracta la idea de condiciones vitales, y psi- cológicas; reconocemos muy digna de tomarse en con- sideración esta idea, de la que se puede sacar gran partido en patología, no abusando de la acepción de las palabras. Define la enfermedad, «una alteración parcial ó general de las dichas condiciones, produciendo de- sórdenes suficientemente apreciables en las funciones de la economía viviente.» Después de tantas difiniciones co- mo tenemos de una cosa tan evidente como es el es- tado enfermo no es de gran perjuicio el tener una mas, pero como no juzgamos sino que simplemente historiamos nos limitaremos á citar los puntos culminantes y fundamen- tales de esta nueva doctrina biológica. XCVH. Las severas consideraciones de Lepelletíer so- bre las fiebres merecen toda nuestra atención: quieren re- solver el problema pero se limitan á plantearlo. No es en observaciones aisladas en las que halla toda la impor- tancia, quiere mas; piensa como el respetable Reveillé-Pa- risé; el arte no está todo en las observaciones que no son mas que los puntos de partida. El arte consiste en las 183 generalizaciones. «Yo recomiendo, dice el erudito Autor de la Higiene de los Hombres de letras, el estudio filosó- fico de la historia de la medicina; esludio el mas útil, el mas instructivo que yo conozco, pero también el mas olvi- dado.» Lepellelier reabsume, ó intenta reabsumir las doc- trinas de las fiebres, pero, en justicia lo digamos, no acerló á llevar este punto importante de la patología á una sen- cillez y claridad cual debiera esperarse. Es la fiebre, para este recomendable biólogo, ««« hecho patológico mas ó me- nos complexo, un estado anormal del organismo, caracteri- zado, en su completo desarrollo, por un aumento notable, una alteración del calor, con fuerza, frecuencia, desigual- dad del pulso, sentimiento de laxitud y de malestar.» No juzgaremos esta difinicion: bástenos decir que no la admi- timos ni como esencial, ni como descriptiva, porque bajo un aspecto es ilusoria, bajo otro es inexacta. Se lamenta con justa razón del esclusivismo ele unos que constituyen de la fiebre una entidad independiente de los órganos y del organismo y de los otros que no ven mas que lesiones orgánicas locales. «La verdad se halla en esto, como en todo, entre los estremos.» XCVI1I. Queriendo reseñar esle bosquejo de la historia piretologica nos tenemos que reducir á muy pocas líneas por- que hace tiempo caminamos en un círculo vicioso desde el vitalismo al organicismo. No obstante hoy por hoy el len- guage del escalpelo y del microscopio lleva ventajas en el campo de la práctica. Confesemos, no obstante, que perdió ya parte de ese entusiasmo que contribuía á darle el vita- lismo moderado de Bichat y de Broussais, porque al mismo tiempo que proclamaban la materia la reconocían presidida por las leyes de una materia original que constituía una 184 eoonimía viviente. Por olra parte pedológicamente hablan- do ni el vitalismo pudo sostenerse sin el organicismo, ni es- la resolvió ningún problema satisfactoriamente. Oigamos á ambas partes. «En toda la patología, desde el primer sínto- ma de la afección mórbida hasta el último acto del trata- miento y aun de la convalescencia, nosotros vemos al gran hecho, vida, dominar toda la escena; agruparse lodos los he- chos particulares alrededor de él como alrededor de un centro común (1).» Hé aquí el lenguage vitalista; veámoslo también al acercarse mas al hecho patológico. «En las altera- ciones de las condiciones vitales es comunmente mas fácil fijar el sitio positivo de la enfermedadad bien que ella pue- da invadir simultáneamente sólidos y humores. Esta aprecia- ción es facilitada por la naturaleza, por el sitio del dolor cuando existe con bástanle intensidad; por las diferentes le- siones funcionales, y por los caracteres del pulso. Por lo de- mas es casi siempre muy útil, bajo el punto de vista del pronóstico y del tratamiento, el conocer la naturaleza del tegido, del órgano, del aparato en que se fija mas especial- mente la enfermedad principal, como la esperiencia lo de- muestra en las neurosis, las flegmasías, las congestiones, las astenias, en las que el conocimiento del sitio es uno de los principales elementos de su pronóstico, y de las indicaciones curativas (2).» ¿Y por qué no ha de ser siempre el ele- mento principal del diagnóstico, pronóstico y terapéutica el conocimiento del asiento del mal? ¿Volveremos á apostrofar aquel célebre dicho de Bichat tan malamente repetido, de que vale la observación si se ignora el asiento del mal? ¿Y (1) Doutr. biolog Lepellet. de la sarthe. pag, 416. (2) Id. pag. 373. 185 por qué medio, digo yo, llegamos á reconocer este asiento á no ser por la observación? Lepellelier vé la vida en pri- mer término, pero no puede desconocer la importancia de penetrar en el eslado de los órganos. Andral vé primero los órganos pero no puede prescindir de que son órganos vivos, y vé también la vida pero en segundo término, y por esto es que llega muchas veces á dudar después de sentadas bases que parecían indestructibles. Localiza cons- tantemente las fiebres guiado por su fino escalpelo, pero cuando razona desconfia de su instrumento. «Al punto á que ha llegado la cuestión de las fiebres continuas, dice, y so- bre el valor que tienen en su producción las lesiones de diferentes órganos que las acompañan, y la grande impor- tancia concedida á la alteración intestinal, como el punto de partida de estas enfermedades, me parece vá hacién- dose á cada paso mas problemático!» Aqui habla la razón, libre de las cadenas del patologismo cadavérico, que al- gunas veces le lleva á deducciones de una trascendencia incalculable. Vé por una parte «que la congestión ó der- rame de un rojo intenso no es siempre el resultado de una inflamación, por que este fenómeno en el peritoneo es problemático que nos demuestre una peritonitis (1)» y por la otra nos asegura «que la mayor parte de las viruelas no afectan una terminación funesta sino cuando se complican con una inflamación interior que reclama el pbn an- tiflogístico (2),» He visto muchos variolosos y la forma mas frecuentemente grave es la confluente cuyo peli- gro no está en esas inflamaciones que se quieren ver en (1) Clin. Mel. toro. 4.° pag. 623. (2) Id. tom. 3.° 432. 186 todo, á lo menos con ese* carácter que siempre debe tener la verdadera inflamación, y sobre cuya materia no estamos conformes ni con Andral ni con Gaverct ni con otros patólogos sumamente laboriosos con su escalpelo y y su microscopio. Pero debemos anunciarlo: eslos trabajos no tienen la decantada trascendencia que se les quiere dar: no admitimos como merecedores de tal calilícacion sus pen- samientos sobre las inflamaciones; y sus hyperemias, sus estasis, y sus congestiones no solo son un retroceso para la ciencia sino que hacen incomprensible una doctrina que por su sencillez debiera presentar la primera base de la cien- cia práctica. Y no se crea exagerada esla idea, nó: la doc- trina de la inflamación es hoy mas dudosa que nunca; es hoy incomprensible, es el caos de la ciencia, y de este caos parcial, por decirlo asi, se sigue la confusión general, y el que no nos entendamos; porque ¿qué hay, pregunta- ríamos, en la inflamación? ¿hay estasis pasiva, ó estasis activa, obstrucción vascular, congestión sanguínea, ó qué hay? Hay todo, se me dirá. Pero yo diré que en la ver- dadera inflamación no puede haber mas que una cosa, de la que habló Bouillaud, y antes de leer su obra de 1846 había hablado yo en 18H, ya en mi ensayo-de Antro- pología, ya en mis espiraciones, esta cosa es la elabora- ción exagerada ó anormal de tos órganos que supone al- teración de condiciones orgánico-íisiológicas mas ó menos profunda. Repito que no se me culpe si juzgo asi la época actual no solo en las doctrinas generales, sino en la espe. cial de la inflamación: Monneret me justifica. «La escuela anatómica tan poderosa contra la doctrina fisiológica con- vencida de la incertidumbre que reina sobre el acto mor- boso, que se llama inflamación, se limita á estudiar las al- 187 teraciones en si mismas, sin ocuparse en manera alguna de la causa íntima que las produce.» Oh! gloria entonces al siglo de la ilustración; gloria inmarcesible á los hom- bres de ahora, á nuestra época, y á nuestros superiores genios, porque todo el gran edificio de la ciencia se reduce á reconocer como lo confiesa Monneret, «los reblandeci- mientos de los órganos, la ulceración, la hyperlrofia etc. pero sin poder decir bajo que formas se presentan estas le- siones cuando son de carácter inflamatorio.» y añadiremos, y sin conocer mas que los estragos que el arte no puede por lo común remediar: oh! sí, esto es lamentable, tristísimo. La pluma se cae de la mano al querer describir las conse- cuencias de tales doctrinas. La ciencia misma, y la hu- manidad también exigen aquí nuestro silencio, y sellan nuestra crítica.... En fin podemos asegurar que el vita- lismo y organicismo han dividido el campo y que deben, en una época muy próxima, confundirse los campamentos para no ver ni órganos sin vida, ni vida sin órganos, sino mas bien organismo en acción, organismo viviente, como por fortuna no se vé ya hoy solidismo ni humorismo sino organización. Este será el triunfo de la piretologia, del verdadero estudio de la inflamación y de la fiebre. XC1X. Pensamientos especiales. No se que titulo conce- der á un gran número de pensamientos aislados que se han querido inocular en la ciencia sin basiante autorización pa- ra ello. Pudiera limitarme a lo ya dicho sobre escuelas y doctrinas, pero parece que se nota un vacio meditado en esta época del libre pensamiento y en la que tanto se dice, tanto se escribe. No obstante guardaria silencio, sin que se me pudiese criticar, si no se tratase de ciertos sistemas apoyados por hombres que sin duda merecen nos ocupemos 188 de ellos, bien no sea mas que por no dejar de traer á la escena piretologica á Raspail y á Benech. Por lo que res • peda á Hahnemán, Le Roy, Audin-Ruvíer, Priesnizl solo ci- taremos sus principios para que ocupen en la época actual el lugar del antiguo empirismo. Ya no son sistemas modificados, ya no son antiguas verdades que aparecen de nuevo; son pen- samientos singulares que no tienen semejantes. Comencemos por Raspail. Parecerá ridículo acaso que olvidando á tantos hombres de la ciencia me ocupe del micógrafo, de la doc- Irina vexicular y de la medicina de las causas animadas; pero yo no puedo menos de respetar á ciertos hombres bien que tengan sus errores ó preocupaciones. Debo á Ras- pail muchas ¡deas luminosas en fisiología lomadas de su química orgánica: veo en su patología algunas verdades entre muchos errores. Por otra parte, las doctrinas es- peciales de tal originalidad y que no son fracciones de otros sistemas deben ocuparme también. Raspail es singu- lar. Su fisiología parte de su idea vexicular y del desar- rollo de esta vexícula, ó célula organizada que llega á su mis complicado desarrollo bajo la influencia de sus cua- tro grupos de los elementos orgánicos que son organizados, organizantes, organizalrices, y orgánicos (1).» El indi- viduo es el órgano general, es decir, la reunión armonio- sa de los órganos: cada órgano no es olra cosa que la reunión de células que son los órganos elementales de un tegido. Un órgano normal colocado en condiciones norma- les no puede menos de elavorar normalmente: no puede ponerse enfermo; solo puede envejecer. El órgano sano no produce su enfermedad: la recibe de afuera: no en- (1) Nouv. sistem. de chimiq. organ. 1839. tom. 1/ pag. 211. 189 ferma, ni muere antes de su término sino accidentalmen- te. La enfermedad no es un ser de razón, ni una entidad ideal; es una turbación producida en las funciones de un órgano; esto es, un obstáculo que se opone á la ley de la asimilación y del desenvolvimiento; un efecto cuya cau- sa activa es esterior al órgano que, en este caso, es pu- ramente pasivo (1).» En estas palabras de Raspail se re- conocen ideas muy luminosas, pero que se envuelven en la obscuridad de consecuencias inexactas. En efecto, un órgano normal solo puede ejercer actos normales, y siem- pre que los ejerce anormales es porque no está en esta- do normal: todos los fenómenos morbosos son actos anor- males, luego todos estos fenómenos demuestran la alteración fisiológica del órgano. Asi debiera razonar Raspail según los principios que sienla, pero su objeto es una especia- lidad. Asi es que su designación de causas físicas morbo- sas ocupa un buen lugar en el autor de la química or- gánica, pero su clasificación de causas morbíparas condu- cen al error al autor de la historia natural de las enfer- medades. «Las causas, dice, mas frecuentes de nuestras en- fermedades son causas animadas y parásitas.» Esto le obli- ga á admitir una terapéutica específica cuya base es el al- canfor interior y esleriormenle administrado. Su doctrina fué debatida con un calor exagerado, fué despreciada, acaso con esceso. Su química orgánica no debiera merecer tan amarga critica; su aplicación, sus inmensos trabajos le ha- cían digno de un elevado lugar, porque si bien su carác- ter, su genio, revelado en sus escritos, es díscolo, fuerte y picante su estilo: puede ser que la resistencia que sus (1) Ilist. Natur. de la santé ét de la maladie, t.* 1.° pag. 10. 29 190 trabajos hallaron para merecer el honor aun del examen le hayan obligado á este desquite. Fisiológicamente hablan- do Raspail tiene importantes y elevadas verdades que es- tudiar aun; pero su patología es ridicula: sus preceptos higiénicos no merecen referirse. C. Con respecto á la piretologia vemos idénticos er- rores; citemos sus mismas palabras. «Como el efecto inme- diato de toda causa morbipara es introducir en la circula- ción un principio alcalino ó acido, lo que determina una turbación circulatoria, sea en menos, ó adinámica, sea en mas ó inflamatoria con intermitencias y remitencias ó no, se sigue que en caracterizando el estado mórbido por el síntoma principal, no hay casi enfermedades que no se hu- biesen clasificado en las diferentes fiebres. La sarna era una fiebre asi como todas las demás enfermedades exacte- máticas.... todas las fiebres provienen de la infiltración en la sangre de los producios de una llaga, cicatrización, sea traumática y puerperal, sea entomogénica.... La fiebre ti- phoidea es un contagio ascarigeno por la multiplicación in- definida de ascárides en consecuencia de la nutrición harino- sa.... Hoy dia y desde que nuestras revelaciones han dado la palabra del enigma de la fiebre tiphoidea, los médicos han adoptado, modificándolo mas ó menos, nuestro, método anthelmintico, y la fiebre no llega jamás á su período alar- mante. Con nuestro tratamiento completo y continuado has- ta el alivio manifiesto, se contiene la enfermedad en diez minutos y se triunfa como por encanto.* ¿Es charlatanismo ó alucinamiento?No podemos pensar lo uno en Raspail; cree- mos lo segundo. ¿Y cual es este plan prodigioso que asi triunfa de una enfermedad tan grave? «Agua sedativa al- rededor del cuello sobre todo el trayecto de las carótidas, 191 sobre el cráneo: lociones sobre el abdomen: seis granos de acíbar al interior: enemas alcanforadas con aloes y rosas de Provenza: fricciones con la pomada alcanforada, ó el al- cohol alcanforado: frecuentemente el enfermo pide de co- mer la misma tarde y come con apetito (!).•> ¿Podrá ad- mitirse que una fiebre se cure lan pronto bajo la influen- cia de tales remedios? Aun suponiendo la hipótesis de Ras- pail ¿esas ficciones del específico anlhelmintico atravesaron los tegidos para ir á la sangre á producir su efecto sea aun po- niendo en contribución la exosmosis y en dormosis de Du- trochel? El Cólera-morbus es una entomogenosis, y me- jor una myogenosis intestinal, consecuencia de una pulu- lacion de insectos que son sus autores; huevos que lleva- dos por los vientos ó el agua potable, hacen á este afren- toso mal epidémico y contagioso. Acíbar, assafelida, y al- canfor bajo todas las formas, hé aquí el plan medicinal con el cual se consigue expulsar la causa de la enfermedad. ¿Y no son lamentables estos errores? No hay mas que in- sectos y remedios matadores de insectos. Conocidos nos son los sucesos de su practica y á cuantos disgustos ha dado motivo la muerte de su colega y amigo el Dr. Cottereau. Corramos un velo sobre estas cuestiones médicas que si bien pertenecen á la humanidad, mas principalmente tpcan á la moralidad de los profesores. CI. ¡Cuan lamentable es este eslravío de hombres lan eminentes por su saber y por ese vehemente fuego cientí- fico que los anima y los inspira! Empero, animémonos para no humillarnos porque la fatalidad que nos persigue es tam- bién común á otras ciencias. Los hombres que han nutrido (1) Medical, triomph. tom. 2.° pag. 592. 192 su razón y enriquecido su pensamiento con un asiduo estu- dio y con un afán observador digno de lodo elogio suelen caminar tan solo cierto tiempo sin esclavizarse: hay un punto en el cual se detienen y pasado el cual se eslravian con fre- cuencia: en filosofía como en legislación, como en eiencias políticas los ejemplos de esto son bastante comunes: lamen- temos nuestra flaqueza y del acontecimiento providencial que humilla nuestro orgullo saquemos alguna utilidad para asir- nos fuertemente á las bases bien meditadas de la doctrina que elijamos, porque casi todas las doctrinas las proclaman evidentes, claras, y bien cimentadas, pero dura poco tiem- po nuestra fé en ellas: nos queremos elevar y nos precipi- tamos; cuanto mas cerca nos creemos del cielo la pirámide que nos sostiene se viene al suelo. Gil- Naturismo, ó autocratismo empírico. No es ya una sucesión de principios, ni una modificación de doctrinas el objeto que nos ocupa en esta parte de nuestro pequeño tra- bajo: la singularidad mas estraña, la oposición mas franca, mas clara, y mas vehemente á toda esa gran doctrina, á todas las doctrinas, á todos los principios de la ciencia ac- tual que hasta aquí llenó nuestras páginas, es la que llama nuestra atención.- Ciertamente que la oposición que las doc- trinas especiales hacen á la doctrina actual es en estremo agria, altamente injuriosa, si hemos de juzgar por los es- critos de sus protagonistas. Pero doctrinas presentadas con tal carácter de virulencia se rebajan á si propias, cualquiera que hubiese sido la causa de la conducta que se observa. La guerra es á muerte, porque las bases, los principios, los conceptos, los planes distan tanto de la medicina actual co- mo la muerte de la vida. Y bajo este aspecto nótese que esto no pudiera ser de otra mauera por mas esfuerzos que 193 S2 quisiesen hacer para amalgamar lo que no puede amalga- marse, y por que sería una ridicula utopia el pertenecer á la escuela moderna y abrazar al mismo tiempo las especialidades que francamente han arrojado el guante á la doctrina actual, conociendo con harta razón que entre ella y las de las es- pecificidades hay la oposición de los dos polos de una pila. So- bre este punto de tan grande importancia hoy dia hace tiem- po tengo hecho algunos trabajos para probar la inmensa tras- cendencia de esos soñados eclecticismos, y sobre todo por la incerlidumbre práctica á que nos conducen, por la vague- dad de los planes que establecen, por el lenguage opuesto de las doctrinas y en fin porque esa es la disolución científica, el abismo de la ciencia. Clll. Y es tanto mas cierto lo que acabo de decir cuan- to que la doctrina purgativa de L* Roy, como la quinta esen- cia de Audin-Rouviere supieron hacer frente á la época en que vivieron pero sin jamás transigir con ella, porque jamás se transige con el enemigo que se ostenta envanecido. Ni los hombres de entonces pudieron ni debieron, apesar del aura popular que victoreaba á sus contrarios, hacer treguas con estas dos notabilidades que fueron al íin vencidas en el campo imparcial de la experiencia. Entre las doctrinas de la especiíidad, entre esas doctrinas singulares no hay eclec- ticismo, ni mas amalgama que el triunfo ó la derrota: Hé aqui porque Raspail se levanta erguido y sin pedir armisti- cio, porque sabe que no puede haberlo: hé aquí porque Be- nech presenta la batalla á todas las notabilidades de Paris. CIV. Luis Viclor Benech intenta formular un nuevo sistema patológico anunciando nuevas bases diagnósticas. Apenas puede concebirse una utopia mejor presentada; ape- nas se puede hallar por donde resistir la fuerza de los 19í principios que hacen la base de su sistema médico poco conocido, pero cuyo título alucina. El Examen general del conocimiento de la naturaleza de las enfermedades fué el pri- mer escrito de Benech y que en su éxito, á lo menos entre los médicos, puede compararse al que tuvieron los escri- tos del desgraciado Hume; no se leyeron y atrageron so- bre el aulor la emulación y el desprecio. El lema de su doctrina es lo mas brillante que se puede leer, y su ob- geto no desmerece á su título. El tratamiento natural de las enfermedades, es decir, «la resolución de este proble- ma: es necesario en todas las enfermedades que el médico camine con la naturaleza, pero con la naturaleza bien com- prendida, si quiere poseer el arte feliz de calmar nuestros dolores (1).» En 18i6 publicó su obra titulada Superiori- dad de la Medicina Natural, y en 1851 se dio á luz su Patología Natural y General. Pero la gran dificultad está en que nadie comprende bien la naturaleza sino Benech, y esto es un obstáculo invencible para que su sistema ad- quiera adeptos. Escuchar la naturaleza, oír sus gritos, com- prender lo que reclama para salir de su apuro, he aqui una gran medicina con un grande obgeto: todo el miste- rio consiste «en el arte de interrogar al dolor, distinguir con precisión sus gritos tan diversos y prescribir riguro- samente lo que ellos reclaman: he aqui nuestro secreto, y nada mas.» Basta en efecto, no se necesita mas para que la ciencia deba al Dr. Benech la resolución del único, del verdadero problema que la humanidad le reclama. Es lás- tima que después de citarnos mil enfermos, de batir en brecha á todas las notabilidades de París, y después de (1) Trailement. ratarél, pág. 4. 195 hablar de un gran número de males que curó por encanto, y contra los cuales fueran infructuosos los esfuerzos de los profesores muy dignos que cita, no nos diga como los curó, ni los recursos de que echa mano, ni los medios de distinguir los instintos verdaderos de los enfermos, de los instintos falsos que nos engañan, porque «siempre es ne- cesario, aun en los casos mas simples, para curar, apre- ciar bien la espresion de los síntomas: este estudio, añade, no se había hecho jamás é yo el primero sentí esta indis- pensable necesidad, y me atrevo aun á creer que he lle- nado un vacío importante.» Efectivamente díganos el Dr. Benech como interpreta esos instintos, como los halla, co- mo comprende ese lenguage que reclama el remedio, y juzgaremos su doctrina á la cabecera de los enfermos. «Se me ha acusado, dice, de no formular el remedio de cada enfermedad; pero si se reflexiona que las causas de las enfermedades, los temperamentos, las predisposiciones or- gánicas varían al infinito, "se debe conocer que yo no pue- do presentar mas que principios generales para servir de guia en la apreciación de nuestras espresiones morbosas» Hé aquí por que su sistema no fué bien recibido, ni re- gularmente apoyado, porque Benech dice que cura pero no dice como, ni con que, apesar de que se infiere que sus recursos son los de todos, si bien simples, pero su gran tacto está en comprender lo que los órganos piden. Por esta causa el Decano de la facultad de París le negó ya en el principio de su carrera médica, cuando quería com- probar su pensamiento en los hospitales, una sala para sus ensayos. Landre Beauvais tuvo razón porque el pensamiento de la doctrina ó sistema de Benech debía haber sido el re- sultado de la experiencia consumada en la que solo se ad- 196 quiere ese tacto de adivinar, ese don de descubrir, y bien comprender el lenguage de los órganos para distinguir los instintos verdaderos de los instintos falsos; los instintos del órgano pervertido, que son por consiguiente instintos mor- bosos de los instintos del órgano aun sano, que son los instintos verdaderos. La crítica que hace de los médicos de su tiempo es altamente injusta y poco digna: los hom- bres de la ciencia deben razonar no ultrajar: porque la ciencia pierde en ello y los profesores rebajan su impor- tancia. Quiere probar Benech la excelencia de su método con idéntica conducta que todos los especialistas, empíri- cos é ignorantes; anulando todos los sistemas, y humillando el profesorado. «Yo no escribo un tratado, dice, mi prin- cipal obgeto en esla colección es probar que los diversos sistemas de medicina que existen en nuestros dias son fal- sos y peligrosos y que se pueden obtener infinitamente me- jores resultados que los que se han obtenido!.' Pero ¿por qué sistema? Pongamos nuestra atención en las fiebres ¿nos dirá lo que son y como se curan? CY. Mr. Benech arrastra muchas veces por su lengua- ge y por el prestigio que dá á su pensamiento el título de su medicina: pero todo queda aquí. Elogia á Hipócra- tes, critica á Galeno, á Sydenhan, á Pinel, á Broussais, á Andral, á Bouillaud, todos han errado y todos merecieron su severa crítica. Pero ¿qué es la fiebre? ¿cómo la vé Be- nech? Ilusiones: el autocratismo mas exagerado. La natu- raleza, habla al medico, le guia, le indica el remedio, y no tiene mas que seguirla. ¡Que critica la de Broussais/ Pero no, no es crítica; es un anatema injurioso estensivo á la escuela fisiológica de hoy. «Se elevaron gritos, dice, contra mi, pero importa poco todo el corage de los que 197 se llaman maestros, cuyos trabajos llevaron la ciencia al último grado de envilecimiento, y cuya práctica fué la tor- tura incesante de sus enfermos: su reino ha pasado, y el de la naturaleza, que yo invoqué el primero, comienza y su triunfo está asegurado.» ¿Y como no quería Benech su- frir la persecución merecida por quien sin miramiento ni consideración de ningún género todo lo envenena, todo lo vilipendia? «El brusseismo, según él, ha despoblado en ma- sa, y continúa despoblando en las enfermedades agudas, y si se razona, dice, por inducción, tengo la idea de que en muchos casos si se pudiese inyectar sangre arterial en las venas de sus muertos y escitarlos en seguida por el calor llevado sobre la piel y el intestino grueso, se podría aun rea- nimarlos.» Rechaza la gastro-enteritis, pero como lo rechaza todo en patología, en clínica, en farmacología, pues critica agriamente á Buchardart, y Soubeiran, sería preciso un muy estenso artículo, para juzgar con razonamiento su lenguage de venganza. No obstante las bases del brunismo y del brusseis- mo con sus estimulantes y sus escitaciones son de suma utilidad en su idioma. Para Benech la fiebre tiphoidea es un monstruo nacido de las locuras médicas, y reprueba toda la medicación aconsejada: toda su medicina consiste, «en saber modificar las relaciones esteriores del organismo cou los escilantes, y las relaciones de los órganos entre sí mien- tras que al estómago se le somete á sus relaciones propias. Todos los casos de fiebres que he referido hasta aqui son de la mayor gravedad; y lo que prueba que yo no soy un ciego rutinero es que cada enfermo ha recibido un tra- tamiento apropiado á su modo de ser, desde el momento en que no he ignorado la naturaleza del mal. El uno fué sometido á la excitación, el otro á los estimulantes, cuyas 30 moléculas no podían ser introducidas en el torrente circu- latorio: un tercero se ha sugelado á los materiales nutri- tivos; el cuarto á las sangrías, y siempre mis resultados prueban que estos medios curativos tienen un igual poder siempre que sean aplicados apropósito y que no siguiendo mas que un camino para la curación, mientras que la natu- raleza tiene tantos, no se haga daño (l).» Tiene tal fé en su método que llega hasta la resureccian: la vida ofrece, dice y tiene razón, á la muerte resistencias incalculables, pues que aun en los casos los mas desesperados, como en los ago- nizantes, se pueden obtener brillantes resultados en indivi- duos que á los ojos del médico como á los del pueblo se suponía na existir; no siendo raro, en cierta manera, imi- tar la resureccion.» ¡Y tan raro como es este fenómeno! La verdadera agonía es la muerte. Para que mis lectores se formen una idea exacta de los escritos de Benech y de su ad- mirable habilidad citemos la observación 77 y por ella están modelados lodos los demás sucesos de su misteriosa instinto. «La Señorita Sénéchal en Sottevilla, cerca de Rouen padecía había 7 años los síntomas de una gastritis. Su es- tado era tan grave que ni aun podía soportar la leche, ni el agua azucarada sin sentir grandes dolores epigástricos. Fué sometida á la dieta, á las sangrías, á las sanguijuelas cada ocho dias por mucho tiempo, á los purgantes reiterados, á los baños sin conocer alivio. La dirigieron muchos mé- dicos, concluyendo por decirla que era enferma de imagi- nación: asi, cuando no se pueda digerir ni el agua azuca- rada sin esperimentar dolores, si el corazón late con violen- cia, si hay grande turbación, ya sabéis, lector mío, que no (1) Superiorité de la Med nalur, 65. 199 se esperímentan todos estos síntomas sino porque el enfermo se imagina que los siente. La demasiado desgraciada enfer- ma consultó también al grande Klaubert, ante el cual yo me inclinaría, si yo pudiera hacerlo, de toda la altura délas torres de Rouen, hasta tal punto estoy lleno de su genio. Des- pués de haber examinado bien á la enferma aseguró que para curarse debia comenzar por imaginarse que no estaba enferma, (Aquí ridiculiza Benech este consejo y la distracción impuesta á la enferma). Nosotros hemos seguido otro camino y la Señorita Sénéchal ha hallado la salud con tanta rapidez que al segundo dia del tratamiento digería muy bien la co- mida. ¿No hice bien, lector, en curar á esla enferma? ¿Pe- ro que dirá Mr. Klaubert? Balbuceará injurias contra mí.» Que sacamos de tal historia? ¿Que enfermedad reconoció Be- nech? ¿Que plan curativo le llevó á tan sorprendente suce- so? La medicina para este Profesor, en Marsella, en Lyon, en Rouen, en Paris es imperfecta, ó monstruosa y sostener lo contrario, dice, es negar la luz al medio día. Curiosas, no obstante son las obras de Benech escritas en un estilo y con una intención muy parecida á la de la química orgá- nica de Raspail, hallándose poco satisfechos de la fraternidad de sus hermanos de profesión, y de las grandes corporacio- nes de la ciencia. Hé aqui la verdad y el error de Benech: una verdad luminosa es el pensamiento de buscar entre los fenómenos patológicos los que son los intérpretes de la exi- gencia de los órganos que aun no se hallan pervertidos, por- que de la parte enferma solo fenómenos enfermos pueden partir. Este tino de Benech es elogiable, envidiable será su instinto, pero por desgracia para su teoría, todos los médicos, y todas las doctrinas creen que lo tienen y por consiguiente no le cederá ninguno su puesto por que 200 le suponga á él mejor instinto. Todos los médicos obran se- gún se lo indica el lenguage de los órganos, ó de la natu- raleza, según sus principios: todos creen que auxilian esa naturaleza: lodos que la siguen, y todos suelen errar. ¿Qué prueba nos dá Benech de que vé mejor que los otros? Su experiencia. Pero experientia falax si rationis ductu fuerit distiluta, decía Baglivio. Todos alegan su esperiencia, y las opiniones mas opuestas se apoyan en ella. ¡Tantas son las condiciones que exige la sana esperiencia! ¡tanto lo que hay que tener presente para deducir de ella la verdad de los sistemas que me temo que jamás estos ensayos den el resultado que se busca! Hablaré aun de esto al citar otra doctrina, y al manifestar por que Beaubais negó á Benech su sala de ensayos, y porque Bouillaud resistió, mucho des- pués, la esperiencia comparativa. CVI. Humorismo empírico. La escuela humorista que dominó la ciencia en tan distintas épocas aparece de cuando en cuando para recordarnos que ha existido. La escuela hu- morista ha conseguido con el tiempo amalgamarse y ocupar un buen lugar con el solidismo. Hoy dia ya nadie es riguro- samente solidista ni humorista: hoy los médicos convienen en que los sólidos y los líquidos pueden ser la causa de los males del organismo y en que se alteran los sólidos como los humores. Pero entre las escuelas humoristas que han existido hay una diferencia; porque la una considera la alte- ración de los humores constituyendo enfermedades; la otra solo cree que los humores en circulación admiten, llevan y conducen á todas partes una causa mortífera que debe elimi- narse. En la época actual se admite todo; se admiten los hu- mores alterados, y se admiten también causas miasmáticas en circulación. Hubo un tiempo no muy lejano en que la 201 medidna purgativa, y el toni-purgativo arrastraron la pu- blica credulidad siempre dispuesta al humorismo y á la práctica de la expulsión. No hablaremos de L'Roy, que todos conocen: tampoco nos fijaremos en Audin-Bouviere; pero notemos que sus principios son, por decirlo asi, la primera parle de la medicina del agua, de la hydrothera- pia, y ellos los precursores de Priesnilz. Audin-Rouviere, mas científico que L' Roy, para apoyar su doctrina humo- rista, tiene el mismo lenguage que nuestros médicos ac- tuales. «La Medicina ha participado, dice, de ese gran ade- lantamiento del espíritu humano producido por los conse- jos de Bacon (1).» jPobre filósofo! ¡si pudieras levantar tu cabeza sobre la losa de tu sepulcro amargamente llorarías sobre ella por la tortura que se da á tus sanos principios! «La moda es hoy, añade, no ver en el desorden de la sa- lud mas que flegmasías y por consiguiente de ordenar san- guijuelas y agua de goma.... pero nosotros preguntándonos si el principio morbífico debía salir con la sangre ó con las materias escrementicias, no hemos titubeado ni un ins- tante en preferir los purgantes y el purgativo anunciado en esta obra.... Hemos escuchado la voz de la Naturaleza y el sistema de una purga prudente nos ha parecido el mas conforme con el cuerpo humano.... Los humores mas que la sangre son el origen de las enfermedades.... La Me- dicina debe dedicarse á echar del cuerpo los principios mór- bidos que perturban todo el sistema.» Tan solo citamos á este autor porque sus opiniones se fundan como las de Be- nech en la voz de la Naturaleza que sabe oír, y como Priesnilz en la espulsion de la causa morbífica. Por lo de- (1) La medicina sin medies pag. 3. 202 más Audin-Rouviere nos da en su libro hermosos é im- portantes preceptos higiénicos, y reglas también muy fun- dadas para la longevidad: esla parte de consejo no deja de tener utilidad (1). «Cuando consideramos, dice, la inmen- sidad de escritos sobre las calenturas, las teorías versátiles, la variedad de opiniones, las eruditas divagaciones, los co- mentarios en los hechos, nos hallamos condenados á la mas penosa duda; no sabemos á que sistema nos hemos de adhe- rir. Los patologislas, tomando muchas veces los efectos por las causas, confundiendo los síntomas con la lesiones que los producen, han colocado en sus cuadros, como calentu- ras esenciales, unas enfermedades que, en nuestra opinión, no han de llevar este nombre. Las calenturas son las en- fermedades mas familiares á la especie humana; también es sobre ellas que se han egercitado unos espíritus falsos y superficiales con mas libertad, ó con mas desventaja para los progresos de la ciencia. ¿Como sería posible reconocer- se en el laberinto informe donde nos echa una erudición vasta, pero sin escogimiento? ¿Cómo esperar de salir de allí con felicidad? Eslos achaques han sido observados y des- critos en todas las regiones y durante las estaciones mas variadas. Ya se conocen lodos los escollos en que se pue- de caer. No entra en el cuadro de mi obra el discutir estos varios sistemas, señalarles el pueslo que merecen, resolver, en fin, un problema que me parece de una solución difi- cultosa. Quizá seria hacer la sátira mas amarga de la me- dicina el referir aquí los principios fundamentales de la curación de las fiebres, é indicar las substancias vegetales (1) Preccpio> generales de higiene para conservar la salud y prolongar la vida. ó minerales que se han usado alternativamente para sa- narlas.» Pero nada nos dice sobre su modo de ver las fie- bres limitándose al plan de las intermitentes que es su pur- gativo. Conocía la dificultad de este estudio. CVH. Vamos á hablar de Priesnitz no por la impor- tancia piretologica sino por que la hidroterapia, ó la me- dicina del agua tuvo prosélitos en pasados siglos. Priesnilz, simple labrador de las inmediaciones de Viena, establece un nuevo plan terapéutico fundada en que «todas las en- fermedades son determinadas por humores viciados y re- tenidos en lo interior del cuerpo, para cuya esputsion basta una sudación conveniente que restablece la salud.» L' Roy, y Audin-Rouviere quieren espeler esla causa por el vientre; Priesnilz lo intenta por la piel. ¿Tienen, pues, pareci- do estas doctrinas? Su base es igual. Creó Priesnitz su es- tablecimiento de hydrotherapia enGraeffemberg, y su gran reputación los multiplicó en otras parles. Las muchas cura- ciones y su práctica feliz hizo que desde Alemania se estendiesen á otras naciones. Digamos la verdad, dice Bou- chardat; se ha singularmente atenuado el número de los reveses y exagerada la importancia de los casos felices. Priesnitz no razona su método; se acoge á su experien- cia eligiendo en su establecimiento aquellos enfermos que deben sujetarse á su tratamiento. Aumentar la traspira- ción cutánea, hacer sudar á los enfermos, fijar el mo- mento en que el sudor debe contenerse, sumergirlos al instante en un baño de agua fria, hacerlos pasear mucho y beber mucha agua, hé aquí su terapéutica. Este sistema tuvo prosélitos en Alemania y Francia y un momento de entusiasta reputación en 1812 á 1844: se ha comparado con las doctrinas de los alópatas por Eheremberg: se ha for- 204 mado una nosología de las enfermedades curables por la te- rapia por Munde, y el profesor Scouletlen escribió también sobre su influencia higiénica, y médica; en fin, muchos pro- fesores se han ocupado de este método, que por mas que se nos diga es el empirismo, y la especificidad. El gran ruido príesniciano se acalla en Francia, y como siempre, resuena en España como un eco apagado al recorrer una gran distan- cia y al estrellarse contra la madurez española. Esta suerte es la de todas las doctrinas exóticas: les cuesta trabajo llegar acá; á veces se vuelven porque no se aclimatan, pero á fuerza de viajar hallan un pais, un pueblo, ó una cabeza, y por fin hacen ruido: pero semejantes al árbol ya gastado que se trasplanta, mueren pronto..... La curación de las fiebres no tienen lugar en su sistema. CYlll. Priesnitz alega su practica, y sea este el lugar que eligimos para hacer algunas consideraciones sobre las condiciones de esa experiencia seductora en que los sistemas mas espuestos y hasta mas ridículos se apo- yan. Ya no nos pasma el proselitismo, ya no nos ad- mira la popularidad, y ni aun los pueblos en carabanas nos hacen creer en la misteriosa influencia, ni en las milagrosas curaciones: hemos visto de lodo. No hace mucho que un hombre ignorante, que no sabía leer atraía en pos suyo una multitud de enfermos; los remedios mas ridículos eran su terapéutica: las lagartijas; los vichos mas inmundos, los anillos de oro y plata, las cruces, las frotaciones mas estravagantes, y las prescripciones mas risibles no eran lo bastante para desengañar al vulgo. Al fin llega la horade la verdad, y el misterio pierde su prestigio. Yo quisiera que los sistemas y las doctrinas se juzgaran al criterio de la experiencia, sí, pero esa experiencia 205 no debe ser abusiva; esa experiencia debe ser dirigida por la buena fé, por el deseo franco y desapasionado de la verdad: esa experiencia, en fin, no debe ser aluciuadora del pueblo, porque esta conducta sería un ultraje á la huma- nidad: hé aquí como debe ser esa experiencia. Reúnanse los hombres de buena fé, á quienes miras de ninguna espe- cie obligan á adoptar una doctrina, ni á rebatirla: reúnanse los hombres de doctrinas diversas, opuestas y elijan las materias controvertibles, compárense en las mismas enfer- medades los resultados de los distintos planes dirigidos por los prosélitos de cada doctrina bajo la inspección de los que piensan de diversa manera, y se deducirán las verda- deras consecuencias. Esas clínicas por las que se suspira siempre que se quiere ensalzar una doctrina no tienen consecuencias sino bajo estas bases, porque los hombres de buena fé saben que cuando los enfermos se eligen pa- ra las salas puede hacerse que la mortandad sea insigni- ficante: por lo contrario, salas en que la suerte da los enfermos, la mortandad es mayor; salas destinadas á en- fermedades crónicas tienen un número de muertos mayor que ninguna otra. He aqui porque cualquiera puede pro- meterse comprobar por este medio la verdad de su doc- trina, si una dirección rígida, una buena fé á prueba, una abnegación honrosa, y en fin, si una imparcialidad filantró- pica no dirige el objeto de las clínicas. Los alumnos deben verlo lodo para que no vayan seducidos por la alhagüeña idea de "curarlo todo, y porque el médico que sale de la escuela no solo tiene que curar enfermedades, sino también que dirigir incurables. Mi orden para la admisión de 40 enfermos continuamente es: lodos hasta llenar el número, cualquiera que sea la enfermedad; tísicos, hidrópicos es- 31 206 cirros interiores, paralíticos, etc. etc. Con solo dar la orden de que solo se admitiesen enfermedades agudas, ó de dese- char aquellas de infausto pronóstico, pocos ó ninguno hubie- ra muerto en la sala clínica: he aqui el caso de estas clínicas en que las reputaciones se afianzan: enfermedades elegidas, de fácil curación; enfermedades que el mismo organismo cu- ra; enfermedades de fácil diagnóstica dan por resultado una estadística favorable, pero falaz y seductora. CIX. Esta importancia que Priesnitz y su escuela, si asi puede llamarse por honra de algunos hombres que ad- mitieron sus principios, dá al agua no es mas que el reflejo de lo que de ella decían antiguos escritores. Paracelso, Lin- dano, Etmulero y el mismo Boherave la usaban mucho y encomiaban sus virtudes. Lommio esperaba de su adminis- tración un sudor abundante que sanaba los enfermos. En el siglo XVIII el agua pura era un gran remedio á una tem- peratura templada, con el obgeto de humedecer, y fria pa- ra reaccionar, y siempre para diluir los humores viciados, y espeler por el sudor la materia morbífica. Los baños, lo» fomentos húmedos, y las lociones eran de gran uso ya en tiempo de Hipócrates. Sydenhan aconsejaba el beber gran- des vasos de agua, ya caliente, ya fría; aconsejaba los pe- diluvios y los baños generales de agua dulce. Un médico español decía que «en el agua y en el opio aseguraba la cu- ración de los afectos espamódicos_ mejor que en toda la se- rie química y galénica de los medicamentos.» Mr. Pomme curaba con los baños fríos las afecciones nerviosas (1), y con cuyo medio salvó á enfermos que se juzgaban incura- bles, como lo asegura Mr. Blanc (2). Los fomentos de agua, (iy Traite des Vapeurs. (2) Observations sur les ofeccions vapor, gueríes per les remd • aqueux. 207 las bebidas simples y el baño fueron elogiados por Dela- brousse (1), el que se espresa en el lenguage siguiente: «Cierto es que todo tiene limites. Yo me sirvo del agua fria, ó caliente en diversos casos: obtendré siempre laxar por un dulce calor, y fortificaré la fibra por la aplicación de los cuerpos fríos. A un buen físico corresponde cono- cer estos principios y á un médico ilustrado el aplicarlos.» í'n naturalista filósofo decia «que siendo el agua un ele- mento tan favorable para nosotros, debe sernos nalural, y que si el temperamento se altera por las enfermedades ó si se debilita no tenemos medio mas seguro ni mas pron- to para atraer la naturaleza á sus deberes y para curar sus trastornos que el de reuniría á su principio (2). Yans- wieten (3) dice, Hipócrates convulsiones frígida copióse af- fusa levari et dolorem solvi monuit. En fin Mr. Renard (4), Witl se declaran acérrimos partidarios del agua interior y exterioimnle no solo en las enfermedades nerviosas, sino en un gran número de las otras, tanto agudas como crónicas, y el primero de estos médicos asegura que «el agua fría, la nieve y el hielo aprietan los poros, disminuyen el calibre de los vasos, impiden la extravasación de los jugos y pre- vienen la hinchazón y el edema. He aquí la autoridad y la esperiencia sosteniendo al empirismo de Priesnitz: he aquí también la práctica de Priesnitz elogiada y ad- mitida por grandes médicos de todas las edades. ¿Y que deduciremos de aqui? Que Priesnitz y los priesnicianos (1) Sur P usag. des humenctant. (2) De 1' hom. el des auím. (5) Tom. 3.° pag. 161. (4) Sur les effeets. de 1* eau froide et de la glace dans les ma- bd.J 208 son unos empíricos ó unos embaucadores: por que son empíricos, si creen que todos los males dependen de una materia morbífica que circula en el cuerpo y que intentan espeler por el sudor; son empíricos cuando creen que todos los males se curan con el agua sin recono- cer su causa: son empíricos cuando nos dan por toda res- puesta sus casos prácticos: son embaucadores porque mono- polizan esclusivamente un medio, para curarla todo, que los médicos conocen, pera que saben aplicar según las circuns- tancias la exigen. Siempre los médicos usaron el baño frió ya por inmersión, ya por chorro, ya por detención: siempre usa- ron del agua como el diluyente por escelencia, y nada tie- ne de novedad el nuevo sistema mas que su universalidad. Cierta es que hay de original la construcción de grandes establecimientos;, la hay en sumergir á un enfermo que está sudando en un baño frió: la hay en la abundancia de agua que se bebe, y en el mucho ejercicio que sigue al baño, pero parte de este aparato es insignificante. Apesar de todo veamos como esplicar.los casos felices que se publican y que seducen al vulgo. La hidrotherapia no espele humores viciados, lo que solo puede hacer es producir cambios en el organismo que ó sucumbe á impresiones extraordinarias ó se reacciona, y en esla reacción repelida podrá alguna vez cambiar su estado morhoso y aproximarse al fisiológico. Un cuerpo caliente á fuerza de escitar la piel,, y el organismo que se sujeta en este estado á una impresión intensamente fria que lo agita todo,, produciendo un dolor y angustia in- definibles, que se le obliga al momento á llenarse de agua y á un egercicio en estremo forzado, debe sufrir fuertes tras- tornos, y sucumbir á reaccionarse. Esto es lo mismo que con menos esceso, y menos decisión hacen los médicos en ....... 209 el baño por inmersión, o en el baño frió prolongado: asi cu- ran los baños minerales frios muchas enfermedades y la le- pra y la elenfanciasis, y otros males. Asi es como todos los sistemas tienen algo de cierto en medio de muchos erro- res: asi es como la hidroterapia ó la hidiatrica, ó la hi- drosuílopalia puede admitirse como lo está hace muchos años enlre los remedios terapéuticos. No he leído ni á Scoulen, ni el examen práctico y filosófico de Latour; el concepto que estos dos célebres médicos me merecen por otras obras suyas me hacen desear et oírlos sobre esta materia. Pero no nos alucinemos, en el crisol de la sana razón filosófica deben depurarse los sistemas y las hipo- tesis de sus estravíos. Yo concibo, en fin, algunas cura- ciones posibles por el método priesniziano; pera concibo también que ni se esplican por la depuración, ni por la virtud de especificidad; solo se esplican como se esplica la acción de la nieve en una quemadura, la del agua hir- viendo en un panadizo, es decir produciendo cambios en el organismo que pueden ser favorables, pereque son muy difíciles de apreciar y muy inciertos. Seamos, pues, cau- tos, reservados: conservémonos en esa posición prudente, imparcial, digna que siempre debe ocupar la medicina es- pañola: no seamos el reflejo de otros, ni la moda exótica nos seduzca, en fin, seamos siempre españoles. CX. Aulocratismo absoluto. Debía abstenerme de hablar de Hahnemán, pero mi silencio pudiera interpretarse, ape- sar de que su época pasó y la juzgará la historia. En eslo no prejuzgaré nada para la cuestión científica; diré solo lo que pasó, que fué lo mismo que sucedió á Brown, á Brous- sais, y á Priesnitz. Lo repetiré siempre, y cada vez con mas entusiasmo: los españoles tienen gran criterio y mucha 210 madurez: las noticias llegan luego; no vivimos sumergidos en el aislamiento, pero no nos dejamos arrastrar fácilmente por el entusiasmo, ni por la novedad, ni por especulación; y esto no es porque tengamos las cabezas duras, sino por que tenemos las cabezas pesadas; porque tienen mucho seso y no se van á todos lados: somos pensadores. CXI. El grande objeto de Hahnemán presentado con el aparato de su doctrina es el de lodos los sistemas, cam- biar el estado actual morboso del cuerpo enfermo. Pero este instinto universal de la humanidad enferma y de los mé- dicos se présenla á nuestro autor de un modo singular, especifico que comenta con un lenguaje lleno de vigor, de entusiasmo, y algunas veces de superioridad seductora. Pero no por reconocer esta verdad, ni por acatar en Hahnemán un hombne de gran capacidad, y mucho saber le perdo- naré jamás la mala lección de moralidad que ha dado á sus discípulos. Yo protesto contra la imputación calumniosa que dirige á los hombres que le han precedido, porque yo no perdono jamás la falla de dignidad médica, ni aun en los hombres de mas justa reputación aun contra los de es- casa influencia con tal que sus trabajos se dirijan al bien de la humanidad. «Es ya tiempo, dice (1), de que lodos los que se llamaban médicos cesen al fin de engañar á la pobre humanidad con palabras vacías de sentido, y que co- miencen á obrar, es decir, á consolar y curar realmente á los enfermos.» Rechazamos estas palabras con dignidad; pero aun nos ofenden mas las siguientes que copiamos y que no podemos concebir en la pluma de Hahnemán, n¡ en sus principios filosóficos. «No faltan á los alópatas ar- (1) Organon pag. 111. 211 gumentos para defender todos los males que hacen, pero no se apoyan jamás sino en las preocupaciones de sus maes- tros ó en la autoridad de sus libros.... Y solo cuando una larga práctica les ha convencida de los tristes efectos de su pretendida arte, es cuando se limitan á usar de insig- nificantes bebidas, es decir, á no hacer nada aun en los casos mas graves, y entonces es cuando los enfermos co- mienzan á empeorar y morir menos frecuentemente en sus manos.... Este arle funesto que después de una larga serie de siglos se halla en posesión de acordar arbitrariamente sobre la vida y la muerte de los enfermos, que hace pe- recer diez veces mas hombres que las mortíferas guerras, y que hace que millones de otros padezcan infinitamente mas de lo que sufrían antes, ya le examinaré ahora mis- mo en sus pormenores, y antes de esponer los principios de la nueva medicina,, que es la única verdadera.» CXIL Después de haber oido como juzga Hahnemán á los hombres de la ciencia se me justificará por lo que di- ge hablando de Benech. Las doctrinas de las especificidades declararan siempre guerra á muerte á todas las escuelas y á todas las doctrinas; y bajo este aspecto se hicieron mere- cedoras de una crítica justa,, imparcial, pero severa. Yo sien- to tener que hablar y haberme impuesta este deber volun- tario; y sobre todo porque tengo de Hahnemán un concepto muy favorable bajo otro aspecto, y porque he concebido su pensamiento de un modo que no he visto espresado, alome- nos como yo me lo represento. El callar fuera pobreza ó cobardía, y acaso se interpretaría mal mi silencio. Será pre- ciso pues esponer los errores y las verdades fundamentales de Hahnemán, como la de los otros, en bosquejo. CXIII. Varios puntos de grande importancia deben eslu- diaXfen la doctrina que nos ocupa. 1.- El dinamismo de Hahnemán. 2.* La metafísica de Hahnemán: 3.° El animis- mo de Hahnemán: 4.° La especificidad terapéutica: 5.° La acción virtual molecular; 6o La analogía etiológíca morbo- sa con los recursos terapéuticos de Hahnemán. Si pudiéra- mos abrazar, y presentar á mis lectores todas las re- flexiones á que pudiera dar lugar la discusión imparcial de la doctriaa que se deduce del modo como Hahnemán resuel- ve lan graves cuestiones, acaso distaría su sistema menos de lo que piensa de las doctrinas actuales. Pero por des- gracia cuando ios gefes de las doctrinas escriben todo les parece original, todo singular en ellos, y al aceptar ciertos principios no hacen mas que usar un lenguage diverso, pe- ro que en el fondo es el mismo lenguage de la ciencia. ¿Qué es la «fuerza vital que anima dinámicamente la parte mate- rial del cuerpo y que egerce un poder ilimitado?» ¿quien es esa «fuerza vital que en desacuerdo con el organismo pro- duce las enfermedades?» ¿quien es ese «ser inmaterial que anima al cuerpo en esíado de salad y de enfermedad y al cual debe el sentimiento y el egercicio de sus funciones? ¿quien es esa fuerza espiritual, activa por si misma y exis- tente en todas las partes del cuerpo que cuando el hombre enferma es la primara que siente la influencia dinámica del agente hostil á la vida? ¡Cuantas palabras sin sentido, y sin valor! ¡Siempre contradiciones....! «El organismo es'eííw- trumento material de la vida» pero mis tarde «esta fuerza vital no se la puede concebir independiente del organismo» y a pocas lineas «nuestra fuerza vilal es una potencia di- námica, y sobre ella deben obrar las sustancias modifica- trices por su fuerza dinámica ó virtual.» Siempre en medio de verdades, errores: siempre grandes errores en- 213 vuelven algunas verdades. La metafísica de Hahnemán se resiente de la época en que se escribía y de las doctrinas reinantes en Alemania, y asi es que su espiritualismo, su dinamismo y su esencia íntima es un espiritualismo singu- lar emanado del kantismo, y de la escuela moderna ale- mana con su fisica exterior y su cosmología y su psico- logía racional. ¿Que son «esos específicos determinados á priori en un caso cualquiera de enfermedad?» ¿Como se comprende esa «ley terapéutica de la naturaleza manifes- tada en todos los ensayos puros y en todos los esperimen- tos y en la que se apoya la curación por los específicos y por la ley de los semejantes?» La medicina, dice uno de los discípulos de Hahnemán, Jahr, no busca curar al órgano enfermo, y si al individuo enfermo. ¿Que es ese individuo enfermo? ¿es mas que una reuuion de órganos existentes por si mismos, vitales por si mismos mientras conserven sus condiciones anatómico-fisiológicas? Separar las enfermedades de los órganos para verlas en los indi- viduos es separar el sugeto de la personalidad, lo que so- lo puede hacerse en conceptos metafisicos y no en las cien- cias físico-fisiológicas. CXIV. La parte piretologica de Hahnemann tiene mucha originalidad. Según él la fiebre es, «una alteración puramente dinámica de la facultad de sentir y de moverse, manifes- tada especialmente en el sistema vascular y cuyo rasgo mas sobresaliente es una grande variedad de caracteres.» Felicísima definición sin duda para que nadie la entienda. Hartmann, uno de sus mas autorizados órganos, compren- dió su oscuridad y quiso defender á su maestro invocando la autoridad de Hildebrand sobre la dificultad de dar una 32 m thfinicion lógica (1). En la clasificación de las fiebres allá se andan con los alópatas pues reconocen gástricas, muco- sas, ataxicas, pútridas, tiphus etc. Pero en lo que se han lucido es en la terapéutica, en la que desplegan un luja seductor y sorprendente. En la fiebre gástrica, aun sim- ple, tienen la pulsatila, la brionia, la nuez vómica, la hipecacuana, el tártaro emético, el antimonio crudo, la ca- momila, la coloquintida, el fósforo, el arsénico. En la pú- trida el arsénico,, el árnica, el carbón vegetal, la creo- sota, el fósforo,, la hipecacuana, el ácido muríático, el mer- curio, ei rhus, la belladona, la nuez moscada,, el beleño, el ópio> el alcanfor, el cobre etc. ¿Y no es esto ridí- culo, y sobradamente vago? Afortunadamente la insignifi- cancia de sus dosis, deja á la naturaleza en plena y ab- soluta libertad para obrar el bien ó asentir al mal: por eso apoyándose en la autoridad de Ehermin que proclama la sencillez en los métodos curativos se pregunta Uarlmann ¿hay un método mas sencillo y conforme á la naturaleza que el homeopático? Yo le aseguro que nó y por esto ti- tulé este sistema aulocratismo absohdo; la inacción, la nu- lidad. Y si queremos convencernos tomemos en la mano á otro adepto de gran autoridad, á Jarh. y observemos que siendo el grano la unidad, la 1.a atenuación contiene un céntimo de- grano; la 2.a un diez milésimo; la. 3 a un millonésimo: la 4.a un cienmillonésimo de grano, en fin hasta la 6." que es un bimillonésimo, y la 10.a un deci- millonésimo de grano; es decir, una parle de un grano di- vidido en diez millones de partes. ¡Con razan aconsejan que el médico observe mucho la naturaleza, y que no se le (i) Hartmann. Therapeut. homeopática pág. 51, 215 contrariel Ella tiene que hacerlo lodo. No siempre se cum- ple con no hacer el mal, también se debe hacer el bien, y la fria y estúpida observación es un gran mal cuando la naturaleza es impotente por si sola. Concluyamos aqui nuestra reseña histórica. Hartos errores hemos lamentado. CXV. Apostrofe á la Naturaleza. ¡La naturaleza! Voz mágica que lodos usan, que algunos niegan pero que pa- cos comprenden. Permítaseme aprovechar este momento para esplicar esta palabra que tanto se gasta, porque aun tendré que servirme de ella-. CXVI. ¿Quién es esa naturaleza que todos invocan y que nadie conoce? ¿Quién es ese ser misterioso que seme- jante al Proteo de la fábula toma tan diversas fisonomías para seducir á los hombres de todas las épocas y de to- dos los sistemas? ¿A donde está esa Providencia orgánica á que todos recurren en sus compromisos ya para tomarla por guia, ya para contrariarla, y muchas veces para ca- lumniarla? ¿Nos conduce cual otra Ariadna en el laberinto de la organización? Esa Naturaleza que habla á todos se- gún el idioma de cada uno; esa naturaleza que solo tiene un medio de espresarse pero que á un mismo tiempo la entienden todos ó dicen que la entienden, y que desde Hi- pócrates juega siempre el principal papel en todas las doc- trinas bajo diversos nombres; esa Naturaleza no es nada, ni los grandes hombres que usaron esla palabra la dieron una existencia propia, independiente y singular: fué siem- pre el geroglítico luciente de fuerzas, de potencias, de ema- naciones providenciales de la esencia de los cuerpos, casi siempre tan manifiestas como inesplicables; y entiéndase que solo me refiero á esla palabra como símbolo de acción, de resistencia, de poder según se admite en las ciencias 216 fisiológíco-patológicas. Ella representa grandes fenómenos, grandes hechos.... un misterio, muchas veces: pero que no se abuse de esta palabra para ver ilusiones, para es- plicar lo inesplicable, para apoyar utopias, sandeces y de- lirios. El hombre que levanta un peso enorme, lo mismo que el que resiste el empuje de otro cuerpo sin mudar de posición: el organismo que no se altera bajo el poder de ciertas causas destructoras, igualmente que el que se opo- ne á las que ya minan su existencia, y las limita y las vence; el hombre en la agonía que lucha con la muerte á semejanza del náufrago que forceja por resistir el em- puje de las olas que le envuelven, lodos, todos llaman á la naturaleza en su socorro, y en todos estos casos se vé á la naturaleza vencedora ó vencida. Empero nada hay aqui inesplicable, nada que no sea la materia activa: fibra muscular sólida, y bien organizada y cuyas condiciones dan energía á sus actos de contracción; organismo sano con to- dos sus elementos anatómicos en proporciones dadas, y bien constituido, y de cuyo estado difícilmente lo. sacan causas que no sean muy poderosas; ó que cuando lo alteran solo ganan su tegido disputando á líneas su progreso; órganos alterados pero que aun conservan condiciones de vida y que resisten el triunfo de la muerte hasta perder el ul- timo elemento de vitalidad; en fin, organismo que solicita, ó organismo que desecha: he aqui toda la naturaleza, y todo el poder de esa voz mágica que sirve para encubrir el error, y para dar importancia á lo que no la tiene. ¡Yo me postraría ante tí si fueses siempre la idea simbo- lizada del poder del organismo, como me humillo ante el Sol que preside el sistema planetario que recibe su influen- cia! Pero cuando veo que solo sirve tu sombra para en- 211 cubrir el error, para alucinar al ignorante, y para que semejante á un figurín te vista cada uno con su ropage, yo te desecha y bajo este aspecto te borraría del diccio- nario de las ciencias. Símbolo del organismo desempeñando sus aclos, cumplimentando los inescrutables decretos de la Providencia, yo te erigiría un templo, y en tí adoraría al Criador. PIN DE LA PRIMERA PARTE. SEGUNDA PARTE DE LA NRETOLOGIA RAZONADA. GENERALIDADES ¥ REFLEXIONES SOBRE Li FIEBRE Y Li CALEXTLRA, onocidas nos son ya las diversas épo- cas por que ha pasado el estudio de las fiebres y de las inflamaciones. En esas inmensas cuestiones hallaron un insuperable escollo lodos los sistemas, y las fiebres muy especialmente vienen siendo el panteón de todas las doctri- nas. Si me fuera posible fijar principios prácticos sin razonar; si la experiencia clínica pudiera aislarse de la filosofía, pasaría rápidamente de la reseña histórica á la práctica piretologica; pero esto es imposible, porque se- ria el empirismo y es preciso convencerse de que la edu- 220 cacion intelectual de la juventud importa tanto o mas que los casos aislados que pueden verse en una clínica ó en un libro. Vamos á razonar con la experiencia y á observar razonando, pues que en las ciencias prácticas estos dos ele- mentos no pueden aislarse. Bien es verdad que nuestra guia es la razón y nuestro objeto hallar los principios sobre que deben fundarse las indicaciones, sin esa variedad de planes, sin esa contrariedad de ideas que reinan y dirigen la conducta del profesor á la cabecera del febricitante en momentos en que la desicion, la energía y la figeza en las ideas son tan precisas, porque ni aquel es el tiempo de consultar libros ni de meditar con frió razonamiento. Hoy, por fortuna, parece acercarse una época de concien- zudo convencimiento que ocupe el lugar de esa veleidad fluctuanle que los sistemas produgeron, y que reemplace, en bien de la humanidad, á esas interminables dispulas, á esas diatribas inmorales y poco concienzudas que tanto mal hicieron á la ciencia y á sus profesores. La esperanza, la fé que tengo en que sucederá pronto á tanta inquietud sistemática un pensamiento fijo, único, universal sobre es- ta materia, alaga al estudio, reanima el espíritu y for- talece el alma. En la 1/ parte espusimos las doctrinas todas, aqui discutiremos y razonaremos la nuestra. Im- posible me será seguir un riguroso orden, porque la pri- mera cuestión está íntimamente enlazada con la última y con todas las demás. La etiología, la sinlomatologia, la se- miología y la terapéutica se ilustran recíprocamente, y ellas representan una sola y única idea, la enfermedad: soy muy amigo del orden, pero no le sacrifico la claridad. Por otra parte tengo el gran pensamiento de habituar ai raciocinio y solo así puedo justificar el título de esta obra 221 en la que deben aparecer hermanadas la filosofía y la experiencia. 2. Mis ideas sobre las fiebres llamadas esenciales son bien conocidas, y cuando aun el brounismo y brusseísmo dominaban en todas partes, razonaba como voy á hacerlo hoy, con mis discípulos; razonaba como hoy razonan casi todos. Yo no sé como esplicar lo que sucede actualmente á los escritores mas eminentes cuando llegan á ocuparse y á razonar sobre las fiebres, pero lo cierto es que después de los mas esactos razonamientos y cuando la verdad pa- rece traslucirse yá, se pierde el hilo de un exacto pen- samiento para sumirnos nuevamente en las tinieblas del humorismo, del vitalismo, del autocratismo con una in- consecuencia sorprendente. Tiempo tenemos de observar esta verdad en las páginas que siguen. Diré no obstante que mis ideas están muy de acuerdo con el modo de ver de los modernos escritores, si bien hay una gran distancia en el modo como las concibo y como veo su patogenia para fijarme en su plan curativo. Los principios que hoy sientan todos y que son hijos de la experiencia no pueden ser desconocidos, pero las deducciones son tan distintas co- mo los sistemas antagonistas. En el siglo actual, no obs- tante, se han dado pasos importantes, y en estos últimos años se han fijado ciertos principios que pueden verse co- mo fundamentos de la piretologia. Mi doctrina sobre la fie- bre, presentaría gran novedad y hasta sería original, hace algunos años, pero no por eso deja de tener interés aun hoy porque fija principios, sienta verdades, establece esa sencillez con que siempre luce la verdad. Después de mil dificultades me decidí á escribir sobre este importante objeto en una época en que recorría algunos pueblos de 222 Galicia esta grave enfermedad, y con cuyo desgraciado motivo hé rectificado mis ideas hasta el punto de haber adquirido un convencimiento profunda de la naturaleza del mal y de sus diversas formas bajo circunstancias diver- sas de pueblos, de individuos, de hospitales, de ricos y de pobres. Esla enfermedad no puede estudiarse aislada ni esporádica; es preciso verla, tratarla en grande escala pa- ra poder observar todas sus faces, sus variedades y sus anomalías. Una práctica estensa y sin interrupción de cua- renta años, dá algún derecho á hablar; pero la enseñanza que tanto obliga al estudio y fortalece aquella, revistién- dola de un carácter científico y superior dá derecho á escribir. 3. En mis principios sobre la fiebre, y aun también en los principios hoy de Bouillaud, de Monneret, de Gri- solí, de Valleix, de Hugon, de Trousseau caben todas las doctrinas, todas las opiniones, todos los tratamientos pro- clamados con mas ó. meuos entusiasmo por los antiguos y por los modernos; por Hoffmam, y Sydenham, como por Broussais, y Brown. No por esto somos eclécticos. Yo no puedo escribir de una manera, y hablar en el aula de otra: sería una inconsecuencia injustificable. Los autores tan respetables que cimentaron sus doctrinas en su práctica no nos engañaron, como he dicho ya (1.a parte p.° XCII), porque hombres de tanta preponderancia científica no en- gañan jamás. Estos sistemas piretológicos que caducaron ba- jo la razón práctica, que creían sostenerlos, solo tuvieron un defecto, que fué el generalizar hechos que no lo merecían; deducir consecuencias generales de fenómenos locales; ver algo que tenia, en efecto, realidad desconociendo lo mucha que debía llamar preferentemente su atención; tomar, enfin, 223 algunas veces un efecto, real también, y digo mas, un efec- to de suma importancia, por la causa. 4. Cuando dominaron la ciencia los sistemas filosóficos, las teorías marchaban delante de los hechos, y la preven- ción los acomodaba á ellas: cuando los hechos rompieron la marcha, el entendimiento no quiso ver mas que lo que ellos enseñaban y la filosofía fué inútil. Siempre los mé- dicos vieron lo mismo pero dieron bajo estos dos métodos opuestos, diverso valor á la experiencia. Acaso se me pre- gunte ¿y en qué época estamos? ¿Quién domina hoy la ciencia? Difícil es contestar á esla pregunta. Pinel, Brous- sais, Monneret, Bouillaud, Andral y Gavaret, Piorry, Trous- seau, Lepelletíer y los anatómico-patologistas, y los quí- micos que analizan la sangre, y los micógrafos que ven los glóbulos, deducen sus consecuencias: otros razonan los hechos y deducen también de lo que piensan, elevándose sobre lo que ven y lo que palpan: pero afortunadamente hoy se ven las fiebres bajo un punto de vista muy pare- cido porque si bien es cierto que reconocimos ya que los corifeos del dia manejan diversas teorías, y sientan dife- rentes principios, razónese bien el punto de donde par- ten y aquel á donde van á parar, y estará demostrado que la distancia de la verdad no es grande convenidas en las bases: por esto hé dicho anteriormente que en los principios que sentaban cabían todos los pensamientos hijos de la ver- dadera esperiencia, de aquella esperiencia que dan los años, los esperimenlos, la anatomía patológica, la observación mi- cográfica y el análisis químico-orgánico, pues que á todos estos elementos científicos veremos proclamar la verdad cuando los sistemas esclusivos no la disfiguran. Hé aquí la razón por que para contestar á la pregunta de quien domina 224 hay la ciencia y para demostrar que nadie la domina con ese proselitismo de algún tiempo, fué preciso escribir la his- toria contemporánea. 5. Distinción entre la fiebre y la calentura. La fiebre es un proteo y por esto es que se vio su número indefini- do, y también porque en esta clase hay cien enfermeda- des que no son la fiebre. Pinel, se dice, hizo un gran bien á la ciencia con su Nosografía filosófica. Pinel no hi- zo mas que secuudar el espíritu filosófico de su época: esta era la de Cabanis, y este siguió á Condillac, como este á Loch, es decir, proclamó el análisis, el libre exa- men, el valor de la sensación que le llevó á la lo- calizacion de las fiebres. No merece por esto un gran- de elogio porque no las localizó, porque la fiebre no pue- de localizarse, y si se cree que las localizó lo hizo muy mal. Pero hay una razón para justificar á Pinel: contri- buyó á sepultar al brounismo: del mal el menos. Por otra parte la terapéutica de Pinel es aceptable en mu- cho, por lo demás confundió dos cosas muy diferentes, bien que otros muchos haeen lo mismo, la fiebre con las reacciones secundarias del sistema sanguínea que producen la calentura. Que Pinel na distinguió la calentura de la fiebre se deduce de sus obras. Cierto es que lodos los AA, vienen confundiéndolas y cuando se definen las fiebres se hace solo de la calentura. Después que Pinel cita algunas, definiciones de la fiebre concluye por no dar la suya. «Siendo desconocida,, dice, hasta el dia la natu- raleza de la fiebre, me limitaré únicamente á su esplica- cion y coordinación esperimental.» Esto es el empirismo al que conduce la análisis tan decantada. Nobstante pro- curó localizar las calenturas cosa no difícil, pero no pudo 225 localizar las fiebres, cosa imposible cuando no se las se- para de aquellas. De aqui esas inmensas variedades, esas complicaciones incomprensibles de los estados flogisticos con el estado séptico ó adinámico, de la ataxia y de la infla- mación, y tai multiplicadas nomenclaturas fundadas tan solo en la sobresalencia de un síntoma, ó de la afección mas marcada de una viscera. Pinel, nobstaute, hizo al- go en su liempo. Se vio entonces en gran apuro para marcar sitio á las fiebres lentas, á la entero-mesenlerica, y á la puerperal; cosa fácil es en nuestra doctrina. Las primeras son fiebres por intoxicación piohemica; la entero- mésente rica es una calentura mientras no hay infección miasmática, y está la causa reducida á la irritación de los intestinos y mesenterio; la puerperal está en el mismo ca- so; su causa puede ser en el peritoneo y útero como á su tiempo diremos. 6. Esta dificultad de comprender la línea divisoria entre la calentura y la fiebre produjo necesariamente la imposi- bilidad de definirlas juntas. El mismo Piquer nos dice «cual- quiera médico, aunque esté no mas que medianamente es- perimentado, conoce cuando un enfermo tiene calentura, y ninguno hay hasta ahora que haya sabido perfectamente definirla, y á la verdad, la calentura es una de aquellas cosas que con la mayor facilidad se conoce y se define.» Hé aqui una contradicion fácil de esplicar. Es difícil de- finir la calentura cuando se la confunde con la fiebre: es fácil si se separan estas dos entidades: hé aqui lo que no- sotros hacemos, lo que facilita su estudio, regulariza la observación, aclara las patogenias, dá al Profesor confianza y seguridad y fija el plan curativo. Nuestro Piquer, no obstante, no se muestra en su tratado de calenturas tan 226 profundamente lógico como era de esperar, porque no po- demos menos de criticar el que diga «que importa poco que se ignore en que consiste la esencia de la calentura como se sepa conocer y curar.» Yo no creo que se pneda conocer y curar ninguna enfermedad si no se sabe cual es la modificación orgánica que la produce: esto es, para mi, conocer la esencia de los males. Bien es cierto que Piquer decía esto para derimir las eternas disputas que la doctri- na de Galeno y el escolaticismo suscitaron en esta parte sobre causas procsimas, causas eficientes, y causas ocultas (p. XLVI). Boisseau tampoco distinguió las calenturas de las fiebres, y asi hallamos en su doctrina, básicamente brus- seista y organicista, la calentura gástrica, la amarilla, la perniciosa cardialgíca, la perniciosa colérica, la perniciosa ictérica, la perniciosa atrabiliaria etc. haciendo de esta ma- nera tan numerosa, como ininteligible la clase fiebres y la clase calenturas. Con solo enumerar desde Selle y Sau- vages todas las calenturas con sus nombres, pudiéramos entretener muchas páginas, en la seguridad que se nece- sitaría una predilecta memoria para retenerlos. Tal es la confusión y la arbitrariedad en esta materia. No nos can- samos de repetirlo; la calentura es una, una la fiebre cualquiera que sean los síntomas que sobresalgan. 7. La célebre doctrina fisiológica quiso simplificar tanto la clase fiebres que la limitó á un origen local. Dominaba ó comenzaba á dominar la anatomía patológica bajo la in- fluencia de Bichat y ella fué la norma de su sistema. Na- da mas común en los cadáveres que las lesiones del tubo intestinal, y esta lesión fué para Broussais (p. CXXV1) la fie- bre, la calentura y todo. Los discípulos de Broussais, como sus antagonistas, tampoco reconocieron otro elemento básico 227 para su piretologia, y Chomel. y Breteneau* y Mr. Luis, y Petit y Serres no hicieron mas que cojer el escalpelo im- pulsados aun por su antecesor con el que vieron mas, ó menos bien que él (p. CXXXVII). Hé aquí porque la fiebre que era para aquel, á la verdad, célebre médico, una gastro- enteritis, fué para estos una enlero-mesenteritis, una ilio- ilidilisr una dolinenteritis, una angio-hemitis. Acaso mejor la denominó Hugon al llamarla neuro-visceritis. ¿Es mas justificable la denominación de augio-hemitis, ó de angio- carditis como la titulan Piorry y Bouillaud? 8. Si nos propusiésemos refular la doctrina de Brous- sais y de todos los localizadores sobre este objeto no pu- diéramos hacerlo en mas breves palabras que el erudito José Frank. Sus objeciones están concebidas en estas pa- labras que á todos ellos se pueden referir. 1." Supuesto que la mayor parte de las causas que ocasionan las ca- lenturas (también confunde la calentura con la fiebre) obran sobre toda la economía, debe resaltar también un efecto general. (Tiene razón Frank si se había de la fiebre). 2.° Que los prodomos de un gran númeFO de calenturas de- signan realmente una enfermedad de todo el sistema; 3/ Que si la calentura afecta un sitia mas bien que otro no se puede concluir de esto que este sitia constituye el fo- co del mal: (esto está muy exactamente dicho refiriéndo- se á la fiebre); 4.° Que el mismo principio contagioso de la viruela, del sarampión y de la escarlatina ataca primero toda la economía y mas adelante solo la piel; 5.° Que durante el curso de una misma é idéntica calen- tura unas veces una parte del cuerpo y otras veces otra pueden estar afectadas de un modo particular sin que el carácter de la enfermedad cambie en lo mas mínimo; 6.° 228 . • i Que es comunmente posible combatir la afección especial de la parle que sufre mas, persistiendo sin embargo siem- pre la calentura y siguiendo la marcha que le es propia: (cierto por lo que respecta á la fiebre; falso si se refiere á la calentura). 7.° Que la crisis que únicamente puede terminar la calentura es solo un movimiento de todo el cuerpo; 8.* Que la esencia de la calentura no debe bus- carse solamente en las partes sólidas del organismo, sino también en los fluidos, como lo demuestran entre otras la producida por una grave pérdida de sangre. (Mejor hu- biera dicho por una intoxicación miasmática); 9.° Por úl- timo que las calenturas mas graves reclaman un tratamien- to general, fallando el cual, los medios locales, cerca de la parte principalmanlvi dañada, aumentan mas bien el mal, como lo he visto muchas veces, cuando se empezaba por sanguijuelas sin que fuesen precedidas de la sangría,» (No estamos conformes con esta idea de Frank sino en parte. Et tratamiento local es importante á veces, como lo veremos en la therapéutica de esta enfermedad. Las sanguijuelas deben en todos los males locales ser precedi- das por las sangrías en sugetos vigorosos, sanguíneos, ó robustos, y al principio del mal). «Por lo demás, continua el autor, el error do Broussais ha producido un bien, y es que los médicos que despreciaban antes las calenturas se- cundarias, fijan ahora mas la atención en las irritaciones locales que son la causa de las calenturas sintomáticas. Pudo obtener semejante resultado sin hacer tanto rui- do.» La angio-carditis, como la angio-hemilis, como la neuro-visceritis, como la entero-mesenteritis, como la doti- nenteritis, como la ilio-ilidilis, son en las fiebres esenciales (typhoideas, tiphus, fiebre amarilla, peste, cólera indiano), 229 efectos posibles, no siempre existentes, pero no causas pa- togénicas, ni lesiones necesarias, y tengamos esto présenle para luego que hablemos de Mr. Chomel, y de su doc- trina al razonar la nuestra. 9. Una de las causas que contribuyeron á lo menos a complicar la cuestión sobre las fiebres fué y es la confu- sión de las palabras. Siempre que el pulso se acelera y hay aumento de calor con incomodidad ó malestar se dice que hay fiebre: y se llama fiebre también á una afección pútrida en que no existen estos fenómenos ¿y que tiene que ver la calentura que acompaña ó es la consecuencia de una pulmonía con esa enfermedad que se denomina la fiebre? nada. ¿En qué se parece una inflamación de esto- mago con calentura á la fiebre? en nada. ¿Es por ventura el síntoma característico y patognómico de la fiebre la ace- leración del pulso y el calor aumentado por mas que acom- pañe á su primer periodo las mas de las veces? Cuando una fiebre intermitente invade, ¿hay calentura en el pe- riodo álgido, aun cuando este sea el verdadero periodo esencial de la fiebre, pues que el segundo de calor es tan solo una reacción benéfica? ¿No es una fiebre el cólera morbus y vía calentura amarilla y no creemos hoy dia to- dos que el periodo de calentura nos anuncia la bonanza y el triunfo del organismo en reacción sobre la causa colé- rica ó icterodica? Figémonos siquiera en el lenguage dei vulgo y le veremos llamar calentura á una cosa á la que le dá poca importancia y alarmarse al nombre de fiebre: esto solo bastaría para llamar nuestra atención hacia la nota- ble diferencia que existe entre la calentura y la fiebre, y para llevarnos al estudio del carácter esencial que las distin- gue. Pinel, Broussais, Rostan y Bouillaud se vieron en gran 23a compromiso para estudiarlas, para difinirlas y para clasifi- carlas, porque era imposible unir dos cosas tan distantes entre si. El aulor de la Nosografía filosófica vagaba entre dudas al colocar la calentura al lado de la fiebre. «¿Con- siste, dice, en la imperfección del método descriptivo ó en el carácter particular de las fiebres inflamatorias el que no se hayan podido aun colocar estas fiebres en un orden re- gular y determinar con cuidado sus diversas complicacio- nes y sus tipos de continuidad, de remitencia ó de inter- mitencia? ¿Se debe atribuir á las mismas causas el equi- voco que reina entre aquellas fiebres en las que se observa la opresión de fuerzas capaz de ser confundida con lo que se llama postración de fuerzas en las fiebres adinámicas?» Con razón hallaba Pinel tanta repugnancia á. colocar bajo una misma clase dos cosas tan diferentes como son su an- gio-tenica y su adinámica. ¿En que se parecen efectiva- mente en la elialogia, sinlomatologia, y terapéutica ambas dolencias? Y si no se parecen en las tres cosas mas esencia- les ¿porqué se les dá el mismo nombre? Pinel que tanto pro- clama la observación y que nos invita lanías veces «á seguir la marcha de la botánica, de la zoología y de todas las cien- cias físicas» ¿como no comprendió que cosas tan deseme- jantes no podian ser la misma cosa? Se confunde desgracia- damente la liebre con la calentura y con la inflamación, y de aquí nace ese laberinto de dudas en qué nos encon- tramos al estudiar las piretologias. Las inflamaciones y las calenturas tienen un gran parecido y por esto todos los au- tores proclaman mas ó menos el plan antiflogístico: pero la inflamación y la fiebre no tienen semejanza alguna; muchas veces en los primeros períodos si hay algún parecido es aparente- Bouillaud no dudó ni un momento en colocar un 231 capítulo con el titulo «de las fiebres y de las inflamacio- nes» debiendo haber dicho de las inflamaciones y de las calenturas. Nobstante vislumbraba la verdad, como ya he indicado, pero ó no se atrevió á hacer una distinción ó se le obscureció la verdad, pues apenas acaba de hacer la amalgama de fiebre y de inflamación pasa á estudiarlas bajo su verdadero nombre de pirexias, que comprende la ca- lentura y la inflamación. Lástima es que el Profesor de clínica de la Escuela de París no se hubiese fijado bien en esa palabra para no confundirla con la fiebre. «Yo reúno, dice, en una sola y misma clase las enfermedades que for- man la primera y segunda clase de la Nosografía filosó- fica de Piuel. En efecto, no es ya permitido el separar asi las flegmasías y las fiebres llamadas esenciales conti- nuas, tales como se hallan descritas en la célebre obra que acabamos de citar, porque sería violar los principios de una clasificación verdaderamente natural.» Bajo este as- pecto Pinel obró mejor que Bouillaud, porque á lo menos separó en dos clases las inflamaciones y las fiebres, si bien entre estas haya algunas que no siendo fiebres, sino pi- rexias, ó calenturas estuvieran mejor colocadas entre las inflamaciones; pero aquel al criticar á Pinel confunde las- timosamente la pirexia, la calentura, la inflamación y la fiebre, como debemos ver mas adelante para convencernos de los esfuerzos de genio que tienen que hacer los que colocan las fiebres bajo la misma clave de las inflamacio- nes. Ya hemos oído á Bouillaud y debemos prepararnos para ver luego, apesar de sus protestas, separar las ver- daderas fiebres esenciales de la clave de las inflamacio- nes (p, XCU). La verdad le arrastra apesar suyo. 10. Es preciso, pues: que separemos con decisión la 232 palabra fiebre de la palabra calentura, como ya Chomel quiso separarla denominando enfermedad tiphoidea á las lla- madas fiebres esenciales y dejando aquella palabra sin du- da para representar la acepción de la palabra calentura que los franceses no tienen, y las que en su etimología son verdaderamente sinónimas, representando la una el es- ceso de calor é indicando la otra un efecto de su acción, el hervor ó la ebullición de los líquidos por el calor. Es preciso nos conozcamos que sin dar á eslas tres palabras, inflamación, calentura, fiebre un verdadero significado nos será imposible definirlas; asi vemos que el Doctor Drument en su patología médica se hace cargo de un concepto se- mejante al que acabo de espresar, pues nos dice que «las fiebres forman una clase importante de, las enfermedades, una numerosa familia que en vano han creido algunos po- derlas colocar en el cuadro nosalógíco. de las flegmasías.» En efecto, fácilmente se colocan las calenturas, ó pirexias verdaderas entre las flegmasías, pero la fiebre representa allí un papel forzado, injusto. Ya hemos visto en la rese- ña histórica la inexactitud de tales definiciones que por querer abrazarlo todo no significan nada; verdad que casj todos confiesan y que vemos con la claridad del dia au- torizada por los tres corifeos de la medicina de este siglo, Pinel, Bouillaud, Lepelletíer, pues que ellos son los que su- pieron dar cierta originalidad á su doctrina piretologica. El primero de estos célebres médicos vio con exactitnd una enfermedad pirética verdadera en su fiebre angióténica, pe- ro no fué exacto en colocar á su lado las fiebres esenciales. Bouillaud crítica injustamente á Pinel, ciertamente en lo que no debiera criticarlo, porque le quisiera ver generalizar su fiebre angióténica como el tipo natural de la fiebre. 233 « las saburras, y en todas las enfermedad loca- 236 les capaces de irradiar sus efectos al centro circulatorio: he aqui la calentura reaccionaria en el primer periodo de las erupciones, de las fiebres tiphoideas, y aun de los tiphus no muy intensos, del período de reacción del cólera, de la fiebre amarilla etc. Reservemos la palabra fiebre para una afección general producida por intoxicación miasmática primitiva ó secundaria, esporádica, endémica, epidémica ó contagiosa cuya acción es atáxico-adinámica general y cuya causa puede afectar con mas predilección determinadas vis- ceras, tegidos ó sistemas con variados síntomas, pero con idéntica patogenia. He aqui la fiebre tiphoidea atáxica, adinámica, pútrida, cerebral, pneumónica, con todos los tiphus. Si realmente existe diferencia entre estos estados mórbidos que acabamos de definir y en ello no puede haber divergencia, está probada la necesidad y la conveniencia de separarlas definitivamente por palabras que representen su verdadera naturaleza. Probemos estos asertos y razonemos bajo estos principios las doctrinas actuales al esponer Ja nuestra. 12. Bouillaud cree que todas las verdaderas fiebres esen- ciales se reducen en su primer elemento á una fiebre local, á la inflamación ó irritación del sistema sanguíneo que des- pués se complica con otro elemento (p. XCU.): cosa que no puede admitirse á no ser que este estado local flogístico del sistema arterial se reconozca como reaccionario en la fiebre, pero no como causa ni elemento de la-; fiebres esen- ciales: esto sería reducirlas á la verdadera angio-ténica de Pinel y á nuestra calentura. Este error es común al ma- yor numero de teorías sobre lan frecuente enfermedad. Asi es que mal se comprenden los sistemas médicos que á un mismo tiempo se han levantado contra Broussais no siendo 237 mas que el facsímile de la doctrina de la irritación. Boui- llaud contra Broussais y Trousseau contra Bouillaud son nobslante los protagonistas de la misma idea modificada en el razonamiento pero idéntica en su origen y en su objeto; porque si bien es cierto que estas tres doctrinas son en si mismas, en su lenguage y en su dialéctica opuestas, su identidad se demuestra por los dos grandes puntos culmi- nantes de la ciencia, la patogenia de los males y su tera- péutica. Pues bien; para estos tres corifeos de las doctri- nas reinantes, la irritación es la patogenia de las fiebres, el plan antiflogístico su terapéutica: no puede probarse mas exactamente su identidad. Y por mas que se rechace esla semejanza ella es cierta y evidente también en otra im- portante circunstancia, la anatomía patológica, pues que to- dos ven una lesión anatómica intestinal, por mas que Trous- seau lo disimule, en donde su antagonista veía también una lesión gaslro-enlerica: «imprime, dice este aulor, la fiebre tiphoidea, su carácter propio y distintivo en los intestinos delgados.» Por lo que hace al plan curativo lo probare- mos en su lugar. Y no debemos olvidar que la palabra fiebre tiphoidea representa hoy á todas las llamadas fiebres esenciales y muy especialmente á la fiebre atáxica, á la adinámica, á la pútrida y á todas las que se presentan con gravedad, excepción hecha de las que tienen una espe- cialidad como los tiphus; idea que bajo un aspecto fué un adelanto, pero que bajo otro hizo mas •difícil su ver- dadero estudio. 13. Nos es preciso simplificar para entendernos, y sino sacrificamos algunos momentos á la claridad será dificil con- seguirlo. Nobslante parte la luz que nos guia de observa- ciones tan ciertas que por todos fueron y son admitidas. 3o 238 Desde la mas remota antigüedad vienen confundiéndose en el lenguage la palabra calentura y la palabra fiebre, pero en realidad á la cabecera de los enfermos, en los libros y aun enlre el vulgo estas dos palabras tienen una acep- ción distinta. Asi es que no siempre que un enfermo tie- ne mucho calor, aceleración en el pulso, sed y aun do- lor de cabeza se debe decir que tiene una fiebre. Con es- tos síntomas puede presentarse una pulmonía, una hepa- titis, un tumor inflamatorio, un intenso panadizo, un fle- món ele. y todos ven en esos síntomas unos efectos del mal que los produce. En otro caso y cuando no se vé mas enfermedad que el calor, la aceleración del pulso y el dolor de cabeza, todos sospechan si será fiebre. Asi lo vieron los hombres de todas las épocas y asi es la verdad. Por eso creo que ó tiene que proscribirse la palabra fiebre y dar á la enfermedad que representa otro nombre, ó asig- narle el verdadero sentido en que todos deben admitirla; enfin darle á la calentura el sentido que su etimología de- signa, ó establecer definitivamente su diferencia, y la di- versidad de objetos que representa. El Siglo Médico en su número 296 inserta un artículo muy meditado del Sr. Herre- ro, Médico de Béjar, en que proclama con justísima razón la necesidad de una Medicina verdaderamente española (cosa muy difícil en España por razones que todos comprenden) y hablando de las fiebres quisiera un nombre español al mo- do que los ingleses tienen su conlinued ferver y los franceses su tiphoidea: fácil sería presentar un nombre nuevo, pero bástenos el dar un verdadero significado á la palabra espa- ñola calentura y dejemos el nombre secular de fiebre para representar la enfermedad tiphoidea y el de ferver que apesar de lo que digan Valleix, Luis y otros no es mas que la tiphoi- 239 dea; y tendremos la ventaja de no recurrir á la lengua grie- ga. Fijaré mis principios bajo esla consideración. 14. Toda afección local irritativa ó no irritativa, ó in- flamatoria que sinérgica ó simpáticamente produce el au- mento de acción circulatoria sanguínea no pasa de ser una enfermedad local con calentura, ó una calentura secunda- ria por causa local, pero jamas una fiebre esencial. En este caso está la gastro-enteritis, la enteritis folicular, la ilio-iliditis, la detinenteritis, la angio-hemitis y la angio- carditis. Si la calentura es producida por estas alteracio- nes locales no es la fiebre esencial, y mientras tanto que se vean estas lesiones como causas y como la verdadera patogenia de los males no puede menos de reconocerse la localizacion del mal constituyendo una enfermedad local que produce calentura. Pero como hombres tan eminentes no pudieron engañarse en lo que vieron, creemos que esas alteraciones orgánicas que demuestra la anatomía pa- tológica no son una causa en la fiebre esencial, y solo un efecto al que le negamos desde luego el carácter de verdadera inflamación, pues que en todo caso estas lesio- nes en las fiebres serian de un carácter especial, sin du- da desorganizador y no siempre constantes. Si se quisiese una prueba de este aserto lo hallaríamos en las observa- ciones de los mismos partidarios de la enteritis folicular* pues que el mismo Chomel que vé lan claro como la luz que la lesión de los folículos intestinales caracteriza la afección lyphoidea en sus diversos grados y períodos conviene en que las auptoxias demuestran que no existe relación fija entre la lesión folicular y la gravedad de la enfermedad, y que en algunos cadáveres de liphoideos nin- guna lesión notable se ha encontrado. 240 15. Chomel, en su grande compromiso, recurre á la distinción muy arbitraria de lesión primitiva y secundaria comprendida á su manera para dar tortura á su inflama- ción folicular y consagrar tan solo en prueba de su exacto juicio algunas palabras á la verdad demostrada pero no comprendida. Citemos la observación franca que hace esle célebre medico. Después de haber sentado que nin- gún médico observador, que ningún hombre versado en el estudia de la anatomía patológica puede ver hoy dia la enfermedad que nos ocupa como á una gastri- tis, ni como una gastro-enteritis sino mas bien como una enteritis folicular añade con una imparcialidad que le honra. «Después de haber reconocido por el examen de las cuestiones precedentes, por una | arle que la lesión de los folículos no está siempre en proporción con la gravedad de los síntomas, y por otra que en algunos casos, muy raros á la verdad, pero de una autenticidad que nadie ne- gará, esta lesión ha completamente fallado, voy á ecsami- nar la cuestión de si la inflamación de los folículos intes- tinales, y de los ganglios mesenlericos correspondientes es primitiva ó secundaria.» Aqui vemos á Chomel arrastrado á un mismo tiempo por el pensamiento de localizacion y por un severo raciocinio, que le vence al fin y viene á contradecir el gran pensamiento de la enteritis folicular. Oigámosle porque sus palabras son muy dignas y respe- tables; son la espresíon de la verdad, y envuelven el gran- de y único pensamiento posible sobre esta materia. «En el estado actual de la ciencia, cuando en la inspección ca- davérica el mas átenlo examen no demuestra lesión algu- na apreciable, ó cuando las lesiones observadas no pueden esplicar la gravedad de los síntomas, se halla uno arras- 2il trado á admitir una alteración oculta, sea en el sistema nervioso, cuya organización es generalmente lan delicada y cuyas últimas ramificaciones se escapan al escalpelo mas hábil, sea en los líquidos animales y particularmente en la sangre, cuyas análisis químicas dejan aun tanto que de- sear.... Si fuese permitido tener una opinión en una cues- tión tan material que los sentidos debieran únicamente juz- gar, pero que los sentidos no juzgan en et estado actual de la ciencia, me atrevería á colocar en los líquidos mas bien que en los nervios el punto de partida de la enfermedad.» 16. Estas justas ideas, como igualmente el gran pen- samiento sobre la enfermedad tiphoidea, como una única fiebre, lau solo tuvieron para Chomel una importancia se- cundaria, pues que se dejó arrastrar por la enteritis foli- cular hasta el punto de decirnos, hablando del modo de reconocer la fiebre tiphoidea «que siempre que los fenó- menos febriles, que na se pueden atribuir á una lesión apreciabte, se prolonguen mas allá de ciertos límites, ocho ó diez días, se tendrá ya un grave motivo para pensar que están ligados á la alteración de las glándulas de Peyero,» insistiendo al mismo tiempo en reconocer y tratar una fie- bre tiphoidea inflamatoria por el plan antiflogístico, otra biliosa por los evacuantes, otra atáxica por los antiespas- módicos, otra adinámica por los tónicos, lo que no viene á ser otra cosa que dejar en su lugar las doctrinas de lodos tos pirelologistas antiguos y modernos, pera dando siempre advertencias sobre el plan antiflogístico. ¿Y es posible, repi- to, una fiebre lyphoidea inflamatoria? ¿X si Chomel admite tantas formas de fiebre que traen diversos síntomas y reclaman diversos tratamientos á que viene á reducirse su unidad? A un pensamiento cierlo, pero del que no se sacan ' 242 todas las consecuencias lógicas. Una es la enfermedad, una su patogenia, uno su tratameinto, como unos sus síntomas, y úni- ca su causa. Todo cuanto parece diferenciarlas es facticio, aparente, no es suyo, como el estado inflamatorio de su pri- mer periodo, el estado bilioso que es un efecto; ó es la con- secuencia de la intensidad de una misma causa, ó de la predisposición individual, como en los tiphus, pero siem- pre idéntica causa, idéntica patogenia. Algunos Autores hoy dia vacilan en la doctrina de las fiebres, y arrastra- dos por un espíritu de sistema irresistible ven la verdad por un prisma que se la desfigura y que tan solo les deja percibirla débilmente á beneficio de los rayos que huyen del foco de su lente. Verdades prácticas hallamos en Boui- llaud, grandes pensamientos y filosofía en Trousseau, pero si pudiese analizar minuciosamente sus doctrinas veríamos cuantos errores, cuanta ontologia por una parte y cuan- ta sutileza por otra. Asi es que v. g. para Trouseau la fiebre tiphoidea no es una afección orgánica, sino vital pe- ro por otra parte, y mientras se declara adversario de Bouillaud, confiesa con su lenguage dinámico vital, y á veces metafisico que esta fiebre imprime un carácter pro- pio y distintivo en los intestinos delgados, órgano que se forma el primero en la evolución embriogénica. Esto mis- mo probaria la constancia de las lesiones intestinales en las fiebres, lo que estoy lejos de negar, pero si que tales le- siones sean ni inflamatorias, ni contantes y mucho menos patogénicas de la fiebre tiphoidea. 17. La fiebre tiphoidea, cuando no se la comprende en su patogenia, se la confunde con un gran número de enfermedades. Asi Frank la vé semejante á la pesie, en lo que tuviera muchísima razón si la considerase como no. 243 sotros la vemos, porque la peste no es mas que la tiphoi- dea miasmática de la Persia, del Egipto y de países pa- recidos á estos, pero como la considera de tan distinta ma- nera no solo, dice, se la puede confundir con la peste sino también con las intermitentes perniciosas, con las continuas inflamatorias, verminosas, nerviosas, con los lipbus, apo- plegía, parótidas, disenteria, las escrófulas y la sífilis. Pero ¿en qué está este parecido? ¿que tiene de común ni de semejante la fiebre y la calentura inflamatoria? veámoslo. La fiebre inflamatoria, sinoco simple, angio-ténica, angio- hemilis, ó angio carditis, suele presentarse en sugetos ro- bustos por causas escilantes, por plétoras, por reacciones circulatorias puras sin carácter específico; y que pueden ser primitivas cuando las causas egercen su acción primera sobre el sistema circulatorio, cuando la predisposición está en la sangre; ó secundarias cuando la irritación del cora- zón y de las arterias es producida por olra lesión existente. Pero también suele presentarse iniciando la fiebre tiphoi- dea, pero entonces aquella no es mas que producto de la causa miasmática; tiene su carácter ó es una reacción or- gánica, digna de llamar la atención de los médicos por el papel que representa, con su benéfica acción; no es un enemigo, es un defensor,, como luego veremos. De este error se siguen graves perjuicios porque la idea flogistica obliga á poner en práctica el plan dibilitante con energía que deja libre campo á la causa tiphica para desarrollarse y hacer los mayores estragos. Generalmente la fiebre ti- phoidea se ceba, y se hace de suma gravedad en las personas sanguíneas: varias razones hay para ello: 1.a que la causa que llegó á sellar un fuerte organismo debió ser intensa: 2/ que esta causa antes de dominar y desarro- llar su acción fué poco á poco señoreándose y el orga- nismo resistiéndose, y los enfermos venciéndose antes de creerse acometidos: 3.a el abuso del plan antiflogístico apo- yado en la robustez del individuo, y eu la intensidad de la reacción: 4.a las congestiones intensas que se fijan en las fuertes reacciones y que toman después el carácter especifico de la fiebre. He aqui la fiebre mal llamada angióténica tiphoidea, angio-carditis tiphoidea, y cuya de- nominación debiera proscribirse porque induce á error: ya veremos esto mas claro. Ya hemos nolado que Trousseau apesar de hacer una amalgama ilógica de las fiebres y de las inflamaciones, vé con justa razón en unas una causa general que dá carácter á las afecciones locales, y en oirás un carácter simple, y genuino: es decir, se trasluce en sus palabras nuestra idea de calenturas y de fiebres, y nos hace notar que las inflamaciones en estas están subordi- nadas á la naturaleza febril, (p. LXXXL) 18. De estas breves consideraciones deducimos la causa de esa infinita división del tiphus y de todas sus especies siendo únicamente una afección tiphoidea de antiguo cono- cida pero que se presenta con fenómenos algún tanto di- versos en su invasión y en su carrera bajo las variadísi- mas influencias atmosféricas, geográficas, topográficas é in- dividuales. Ni por consiguiente podemos dudar, con algunos muy recomendables autores, de su existencia en antiguos tiempos, ni disputar ya sobre la naturaleza y carácter de las mortíferas epidemias que describieron Tucidídes, A vi- cena, Aetio, ni de la de algunas historias que Hipócrates nos dejó. La fiebre tiphoidea es como un meteoro maléfico que se presenta aquí, allí y en todas partes para poner siempre en riesgo la existencia del género humano. Ella 243 es la que tan variadas formas afecta para introducir la confusión en el modo de considerarla, y la división en las doctrinas. De aquí las pestes gástricas y nerviosas de Franck, de aquí el que Rostan confunda la encefalitis y meningitis esencial, poco frecuente en verdad, con la fiebre tiphoidea que afecta especialmente el encéfalo y las meninges, for- ma sin duda sumamente grave y mas grave aun cuando la parte encefálica afectada es la base de esle órgano, co- mo ya veremos luego. Estas lesiones son entonces sinto- máticas, y si hay esa irritación es específica, tiene un ca- rácter especial, no cede al plan antiflogístico, y semejante á la angina variolosa, morbilosa ó escarlatinosa, y gangre- nosa, son las lesiones encefálicas lesiones tiphoideas, y la prueba es que exigen, como el mismo Rostan lo reconoce, un tratamiento especial. ¿Qué es pues una encefalitis que no tiene el carácter de la encefalitis y que reclama otro tra- tamiento? no puede menos de ser otra cosa por mas que si- mule la verdadera inflamación del cerebro. Hé aqui por que el mismo autor al admitir en su doctrina piretologica la irri- tación como desempeñando el primer papel parece estrañar el que se le presenten en su práctica el typhus en su periodo adinámico sin el periodo de irritación: ¿que quiere decir esto? Para nosotros esto indica que la intensidad de la causa tiphica no dio tiempo á la reacción del organismo, ó que este no tuvo bástanle fuerza para rehacerse. 19. Los brusseislas ven en la fiebre biliosa grave, en la mucosa adinámica, biliosa adinámica, gastro-atáxica ele. la mayor agudeza de la inflamación gaslro-inteslinal: pero ¿y porque entonces no aparecen los síntomas carac- terísticos de la verdadera gastritis, y de la enteritis, de la inflamación verdadera del estómago é intestinos? Es- 246 preciso no haber visto enfermos para no desechar en to- das estas diversas faces de una misma enfermedad la in- flamación del estómago. Cuando Begin asegura que todas las fiebres ya simples ya complicadas son verdaderas le- siones del estómago é intestinos delgados ¿no babia visto estas fiebres sin síntomas de la menor lesión de estos ór- ganos, con lengua húmeda, plana, sin color rubicundo, sin calor, sin sensación epigástrica y aun sin sed, cuando no ecsiste gran reacción? Cierto es que las mas veces la lengua se cubre de un barniz variado según mil circuns- tancias; cierto, es también que al agravarse las liebres pe- cas veces deja la lengua de secarse, ó ponerse crapulosa, pero ¿porque hemos de estrañar suceda esto cuando lodo el organismo padece? ¿no seria bien raro ó inesplicable que únicamente el estómago apareciese ileso en medio del estado general del organismo? Por esto mismo es bien cierto lo que dice el mismo Begin, que las lesiones gás- tricas, é intestinales no son constantes. 20. ¿Que inferir,, pues, de le que digeron Morganni, y Bonnet y después Broussais,. Begin, Mr. Luis, Breten- neau, Cbomel y otros, que la gangrena se halla casi siem- pre en los intestinos,, como las perforaciones y ulceración nes? ¿Negaremos eslas tan. respetables autoridades? Ya he- mos dicho que hombres tan eminentes no podían engañar- nos, pero generalizaban, con demasía, porque ¿en donde no se hallará, ó no. se podrá hallar la gangrena en cadá- veres muertos de fiebre tan grave? Valleix dice que en algunas auptoxias de febricitantes nada halló en los intes- tinos; lo mismo dice Chomel como ya hemos visto: luego esta no es la causa de la fiebre porque á serlo debia ha- llarse siempre en esla enfermedad. Por otra parte el mis- 247 mo Valleix halló en los cadáveres de los tiphoídeos la gangrena pulmonal. Las alteraciones comprobadas en algunos cadáveres de la fiebre tiphoidea que Valleix trata en el Hospital de la Piedad nada han ofrecido de particular, dice él, en esla epidemia. «Neumonías, gastritis, tuberculizacio- nes, han sido las principales lesiones accesorias que he- mos hallado.» Mr. Barth decía á la sociedad médica de los hospitales de Paris «que en la fiebre tiphoidea de 1856 había visto desde el principio de la epidemia las formas atá- xica, adinámica pectoral, y abdominal ecsistir simultánea- mente y variar según los individuos.» Stoll ya conoció es- tas fiebres pútridas de forma peripneumónica en la cons- titución epidémica de 1779, pero esta putridez, dice, pa- recía haberse formado en segundas vías. Efectivamente sien- do la enfermedad la misma sus estragos sellan de muy diverso modo el organismo según las disposiciones indivi- duales. El Doctor Drument en una notable epidemia de fie- bre amarilla observó hechos semejantes que demuestran con cuanto criterio debemos juzgar de las auptoxias para de- ducir la patogenia de los males: «si bien, dice, en muchos casos se encuentran alteraciones en la masa encefálica y en los órganos de la respiración, las mas de las veces no pueden considerarse sino como productos de la agonía ó de complicaciones que, según la naturaleza del sugeto, se han desarrollado en el curso de la enfermedad.» En una memoria leida en la Academia de Medicina de Paris por el Dr. Hervieux en la sesión del 14 de Octubre sobre la fiebre typhoidea reinante en los hospitales, notaba esta di- versidad de síntomas según variadas circunstancias, obser- vándose en algunos casos la embriaguez tiphoidea, ó la ti- phomania, pero reconociéndose que el estado adinámico es- 218 taba siempre ligado á la forma abdominal; esta era la mas frecuente, sin dejar de observarse la forma torácica algu- nas veces. Vio en las auptoxias ulceraciones de las placas de Peyero, aun en los casos en que solo un intenso do- lor de cabeza era el síntoma predominante,, pero nada en le encéfalo. «El intestino, dice, estaba casi siempre seria y profundamente alterado.» Esto no basta; debe estarlo siem- pre, constantemente para que la fiebre tiphoidea merezca el nombre que le dá esta escuela de dothinenteritis. Nobs- lante Mr. Hervieux reconoce que en esla epidemia la for- ma abdominal era la mas común,, y añade con la mayor buena fé dos ideas de la mayor importancia para nuestro objeto: 1/ «que sobre el tubo intestinal parecía haberse acumulado todo el efecto de la enfermedad.» Realmente, en medio de la acción de esta causa que dominaba al or- ganismo todo, el lubo intestinal fué el mas eficazmente in- vadido é interesado: asi debió suceder, pero no dejaría de haber casos, como se infiere de su relación, en los que la causa tiphoidea afectase profundamente otras visceras. 2.* Reconoce las- transformaciones que pueden sufrir ciertas epidemias las unas en las otras, su fusión en algunos ca- sos, y aun su identificación en ciertas condiciones higiéni- cas, ó climatéricas dadas. Pone el ejemplo de las enfer- medades que diezmaron el ejército de Crimea. No puede ser menos, porque todas eran una misma cosa variable ac- cidentalmente. 21. Todas estas lesiones cadavéricas son efectos del mal, causas también de la muerte, pero no la enfermedad en su naturaleza que es superior á estas lesiones pero muy ca- paz de producirlas. Pongamos un egemplo: en la pústula maligna el enfermo muere victima de un virus venenoso 249 que gangrena el organismo, bien que la picadura fuese en la cara ó en la mano ó en la cabeza: en la parte en que se fijó primitivamente el veneno aparece la gangrena pe- ro porque sea lo mas frecuente que las estremidades su- periores y la cabeza sean el lugar del mayor estrago pues se hallan al descubierto, pueden serlo el pecho, el abdo- men y otras partes. Los intestinos y el estómago son los sitios mas frecuentemente gangrenados en las fiebres y especialmente en las esenciales secundarias porque sus fun- ciones y estructura, su posición, y longitud, y acaso tam- bién porque la causa eficiente del mal en medio de su ata- que á la vida en todo el organicismo, prefiera los intestiuos para fijarse con mas intensidad, como las viruelas la piel, el vicio sifilítico lo fibroso y los huesos, y la gota las pe- queñas articulaciones; ó por ser un órgano de depuración muy estenso como lo creía Liebíg, pero siempre veremos en todas estas lesiones efectos de un mal, y no su causa. Se halla gangrenado el pulmón en la pneumonitis: hé aqui un efecto de la enfermedad, la causa sin duda de la muer- te, pero ¿quien la produjo? la inflamación que debió cu- rarse con los antiflogísticos, no con los tónicos que recla- ma la gangrena. Como prueba de lo que se deduce el es- píritu de sistema, y como arrastra aun á los hombres mas distinguidos, citemos en nuestro favor las palabras que Be- gin cila para probar las lesiones intestinales que constitu- yen las fiebres, fundado en la autoridad de Morgagni: Porro cum aliis quoque malignis febribus so?pe número gangrenam interiorem conjungi... ¿quien lo duda? quien no vé no so- lo posible sino casi necesario que en las fiebres que termi- nan mal se gangrenen los intestinos, como se presentan las equimosis en la piel y los derramenes en el cerebro? Pero 250 nótese que Morgagni dice sape número, y esto debiera su- ceder siempre si la fiebre fuera en su eseneia una irrita- ción intestinal. Son frecuentes como dice Begin, y debiera decir, son constantes, para ser consiguiente con su doc- trina, las lesiones de los órganos digestivos en la enferme- dad en cuestión, pero no son la enfermedad misma sino su efecto, ni merecen tal importancia que estemos autorizados para que estas lesiones frecuentes sean la base de la eti- mología piretologica. Y veremos luego como yo conci- bo la fiebre después de los datos emitidos anteriormente, y como debe hacerse su estudio independiente de las pi- rexias y de las calenturas: demos no obstante primera- mente una mirada á estas enfermedades, porque ya he di- cho que en nuestro objeto era imposible separar estas tres palabras tal es su íntima relación y tal es la confusión que entre ellas reina: tenemos ya mucho adelantado para re- conocer sus límites, porque están sentadas las bases de nuestro pensamiento. 22. De las pirexias. Hemos definido (p. XI.) esta palabra y se habrá observado la dificultad de todos los sistemas para darla un lógico significado y al mismo tiempo para colo- carla entre las fiebres. Por desgracia un vacío inmenso se halla hoy para comprender la simple palabra pirexia, que realmente debe representar todas las enfermedades llogis- ticas ó inflamatorias. Pero ¿estamos de acuerdo sobre es- tas enfermedades las mas comunes, las mas sencillas y las mejor estudiadas? Si yo tratase mas que por incidencia de la inflamación hubiera de escribir otro vvolúmen, tal es la multiplicidad de pensamientos, de definiciones, y lo peor, de apreciaciones sobre su naturaleza pues me bastaría ci- tar á Andral y Gaveret, á Monneret y Fleury y á Mr. 251 Beau. Nobslante aun, en otro lugar juzgaremos á estas emi- nencias médicas que tanto nos dificultan el estudio de esas mismas enfermedades que quieren dilucidar. Yo no sé si sería mejor correr un velo sobre una materia que parecía sancionada por los siglos: pero la anatomía patológica por Monneret, la observación micográfica por Andral, y lo que es mas lamentable, la clínica médica por Beau cubren con un manto oscuro las teorías de la flogosis. ¿Como atre- verme yo, pues, á una empresa que sería superior á mis fuerzas, cuando genios de la eieneia me dicen «nada sabe- mos sobre inflamaciones solo que hacen degenerar los te- gidos porque asi lo dice el cadáver» «la inspección del mi- croscopio es la demostración del estado Uogístico» «en la inflamación verdadera la sangría está contraindicada, y su empleo es una contradicion notoria con lo que enseña la clínica y la hematología.» En este laberinto y para acla- rar tan nebuloso horizonte me era preciso, he dicho, otro volumen,, pero tengo el convencimiento que vencería las tinieblas por la fuerza de la razou y de la experiencia. 23. Las enfermedades piréticas son todas aquellas que reconocen por causa patogénica, por su verdadera natu- raleza la exageración de las condiciones orgánicas, ó ana- tómico-fisiológicas de los tegidos, y cuyo estado es la causa y no el efecto de la sensibilidad aumentada, de la circu- lación activada, del calor exagerado, y de la nutrición es- cedente {dolor, calor, rubor y tumefacción) de la parte irri- tada, ó inflamada. Acabo de manifestar las dudas que se ocurren sobre este modo de ser morboso al leer las mo- dernas patologías en las que vemos unas veces inexactos pensamientos, difiniciones ridiculas, y otras una modestia incalificable en materia tan poco controvertible, y hasta el 252 punto de negarse á definir la inflamación y por consiguien- te todo estado pirético que de ella procede. Desde Gale- no podemos asegurar que no varió la acepción de la pa- labra flogosis sino en pequeñas circunstancias hasta Pinel: ni tampoco bajo la influencia de escuelas físico vitales des- de Baglivio hasta Andral, y nobslante hoy todas son du- das y escrúpulos para decirnos que es la flogosis, la irri- tación y la pirexia, pues vemos á Bouillaud con una fran- queza notable decirnos que es «una afección cuya natura- leza no está rigurosamente determinada.» Lo mismo decía Rostan que optaba por «abstenerse de toda definición an - tes que fundarla sobre quimeras y abstracciones.» Si á este punto hemos llegado ¿á donde vamos á parar? Limi- témonos nos dirán á observar sus fenómenos y nos es su- ficiente saber «que se desenvuelven por causas escitanles y se curan por los antiflogísticos cuyos efectos principales son disminuir el calor de la economía animal.» Pero ¿será esto alómenos cierto? tampoco porque Mr. Beau hemos visto ya que intenta demostrar que la sangría no está indicada y este remedio es la base del tratamiento antiflogístico muy especialmente para Bouillaud y lo fué para todos y lo será apesar «de las recientes nociones de la hematología.» Tampo- co es cierto, en lo general, que los escitanles desenvuel- van las inflamaciones, ni que á ellas predisponga la lozanía del temperamento, ni la riqueza de la sangre; todo es al revés según la modernísima escuela que se quiere apoyar en Quesnay, en Mr. Luis, en Andral, en Magendi: y es muy cierto que «estas ideas esplicarían tan bien los pre- tendidos sucesos de la homeopatía:» como la espectacion de Stahal. Ya no es posible ninguna definición, pero res- pelemos aun los nombres de Galeno, de Baglivio, de Spren- 2o3 gel, de Boherave, de Stahal, de Mekel, de Pinel, de Bi- chal y del mismo Broussais que al fin nos digeron en que consistía la irritación, sino con grande exactitud porque cu lo general confundieron el efecto con la causa, no nos de- jaron alómenos en el laberinto de las dudas y en medio de una perplegidad lamentable. 24. Nosotros que creemos comprender hien la palabra pirexia y que jamás podrá separársela del elemento flo- gístico, irritativa, ÓLinflamatoria, no podemos entrar en su estudio porque tan solo tocamos esta materia para que nos sirva á nuestro propósito de calenturas y fiebres: por lo de- mas dilucidaríamos con gusto esta cuestión que parece ha- bía ya dejado de serlo: la definición que acabo de dar re- vela la idea fundamental de mis principios. Los primeros fenómenos subsiguientes á la irritación de una parte son el dolor que varia en su carácter en los diversos tegidos desde el de mayor intensidad hasla el dolor obtuso é in- determinado, el color rubicundo desde el sonrosado de los tegidos blancos hasta el intensamente rojo y lívido de los parenchimas, el calor escedente desde una temperatura no- table hasta el grado urente y abrasador, el aumento de volumen de la parte ligeramente tumefacta hasta el tumor glandular: grados diversos que caracterizan como lo ha- bía observado Baglivio las irritaciones y las inflamaciones. Pues bien: todas las enfermedades en que se noten eslos fenómenos son pirexias esenciales, porque las condiciones del tegido afectado se aumentaron; con este aumento se exa- geraron sus propiedades y sus actos vitales: de aquí el au- mento de sensibilidad, mayores elaboraciones orgánicas pero precipitadas: de estas, mas sangre gastada en los trabajos ela- boradores; de aqui la congestión capilar, el mayor aflujo de sangre: á mas elaboraciones mas desprendimiento de calor y engrosamienlo de la parte afecta. Siempre, pues, que estos fenómenos tengan lugar existe irritación ó inflama- ción, y todos estos males se deben comprender en la clase pirexias, que representa todas las enfermedades flogislicas en las que hay aumento de calor. Estos males pueden ser locales, limitados á una parte, á un tegido, á una viscera, con ó sin trascendencia á otros tegidos ó sistemas. Por con- siguiente desde el simple panadizo hasta la intensa encefa- litis, y desde la sencilla coriza hasta la gaslritis mas agu- da y desde la flebitis ó arterilis local hasta la augio-car- dilis todas están comprendidas en la gran clase pirexias, y de la cual hemos separado y separaremos aun mas la fie- bre esencial. 25. Colocaremos, pues, entre las pirexias todas las en- fermedades de carácter flogíslico, bien se hayan compren- dido hasta aqui en la clase inflamaciones, en la clase ca- lenturas, ó en la de fiebres. Y por igual razón separaremos de ella todas las enfermedades que no reconozcan por causa patogénica la irritación, la flogosis, ó la inflamación. Muchos de los modernos escritores se han penetrado de esta necesi- dad, pero no fueron bastante consiguientes porque si separa- ron de la clase pirexias los tiphus y aun las tiphoideas no fué por reconocer su naturaleza, sino que las clasificaron por su causa ocasional, que nobslante vieron muy poderosas para producir inflamaciones y de aquí el que tuvieron que hacer un grande esfuerzo para separarlas de las pirexias. En esle lugar es en donde debemos hacer una aclaración muy im- pórtenle que ya dejo anunciada. Los tegidos se afectan de muy diversas maneras y simulan, á veces, una esencialidad que no tienen. Todo es irritación, lodo inflamación aguda ó crónica, todo es asténico, ó esténico, y esla simplicidad de lenguaje es en verdad muy seductora. Las saburras gástricas son irritaciones, lo son los cólicos salurninos, como los fe- nómenos locales sifilíticos, como el vicio psorico, herpélico, ó leproso; lo son igualmente la pústula, el carbunco, la viruela y la fiebre, y los tiphus porque todas estas cau- sas capaces de desarrollar estas enfermedades llevan á las partes sobre que obran una causa estilante que irrita que inflama: he aqui una idea simple, inteligible pero que en- vuelve un error. Por sola la necesidad de dilucidar este punto me vi en el compromiso de hablar de la irritación é inflamación. Esas irritaciones todas solo aparentemente pertenecen á las enfermedades flogíslicas, porque en sus causas, en su marcha y en su tratamiento tienen otro ca- rácter, otra patogenia por mas que muchas veces los sín- tomas simulen la irritación. Si todas las causas que diri- gen su acción sobre el organismo no hacen mas que irri- tarlo con el carácter verdaderamente flogístico ¿para que ese escrúpulo con el que investigamos la naturaleza de la causa? Si el miasma, como el virus solo irritan los legidos y los órganos ¿en que se diferencia su acción de la de los verdaderos estimulantes? ¿Porqué hay tanta diferencia en- tre la irritación intestinal producida por las intoxicaciones miasmáticas y la causada por un vicio psórico relropnlso, el abuso de los alcohólicos y los preparados de plomo? Real- mente todos estos agentes pueden llevar una acción mórbi- da sobre los intestinos, á cuyo efecto se le llama irritación, palabra, desde Broussais especialmente, familiar y perfec- tamente acomodaticia. Esla inexactitud se comete cuando al reconocer frecuentemente la lesión intestinal en la fiebre se yó solo una irritación que reclama los antiflogísticos, los de- mulcentes como los reclamaría esta irritación si hubiese- sido producida por fuertes estimulantes. Y como en reali- dad existe un estado aparentemente flogístico debemos ha- cer una distinción de inmensa importancia que no descono- cieron los hombres de la ciencia pero que no aplicaron bien al estudio de las fiebres. Esas, mal llamadas, irritaciones, inflamaciones ó flogosis tienen el carácter de la causa que las produjo, y conservan su naturaleza y se llaman irrita- ciones específicas á falta de otra, palabra mas apropiada. Ya Chomel lo conoció en la enfermedad tiphoidea, y mas ade- lante veremos y lo hemos también indicado ya, que vio ulceraciones intestinales curadas con los tónicos, sin duda por que esas irritaciones anteriores á la ulceración tenían un carácter especial, el de la causa tiphoidea que las produge- ra. ¿Quien no vé los caracteres de la irritación en la piel de un varioloso, de un escarlatinoso ó de ún morbitoso? pues esas irritaciones son de un aparente carácter porque su naturaleza es específica y no se curan sino con los me- dicamentos y con el plan que su naturaleza reclama, co- mo en la sarna, el herpes, la pústula, la sífilis. Veremos, pues, en las fiebres fenómenos locales y aun generales apa- rentemente flogísticos pero que no lo son en su esencia, ni en su marcha ni en su terapéutica. De aqui deduciremos que esas lesiones gástricas, intestinales, cerebrales ó pneu- mónicas que observaremos en la carrera de la fiebre y producto de su causa tiphica no deben verse como tales irritaciones, sino como una lesión de tegido producida por la fiebre y no causa de los fenómenos liphoideos. Cuando hablemos de la patogenia de esta enfermedad veremos esto muy claro y por consiguiente nos convenceremos de la in. mensa] distancia que existe entre las enfermedades verda- 257 déramente piréticas ó (logísticas y la fiebre, pues que los AA. y la historia reconocida de los tiphus nos darán da- tos para proscribir los nombres modernos impuestos á las fiebres con esa terminación itis que se quiere simbolice las inflamaciones. Y no es esta cuestión de palabras: es una cuestión de inmenso valor porque resuelve el problema te- rapéutico que es el mas importante en la clínica. 26, Los trabajos de Hunter, de Scarpa, de Bichat, de Meckel, de Bayle, y de Broussais habían dado á las enfer- medades irrilalivas una cierta claridad indisputable, estu- diándolas en todas las visceras y en los diferentes tegidos. Las inflamaciones ílegmonosas eran siempre el tipo de to- das las inflamaciones; pero ya después los tegidos y los sis- temas orgánicos presentaron un ancho campo á la anato- mía patológica en el que las escrupulosas investigaciones de Magendi, de Andral, de Dubois complicaron bastante la comprensión de este afecto orgánico tan frecuente, y que parecía bien comprendido: asi es que uno de estos (An- dral) no duda decirnos que «la palabra inflamación no pa- sa de ser una espresion verdaderamente muy vaga cuya in- terpretación es de-tal. modo arbitraria que ha perdido todo su valor: es como una vieja moneda sin sello que debe separarse de circulación porque solo produciría error y confusión. La inflamación no puede ya ser considerada sinó> como la espresion de un fenómeno complexo que compren- de otros muchos fenómenos cuya dependencia no es ni ne- cesaria, ni constante.» Broussais viera con mas claridad y en su época desaparecieron las dispulas de esencialidad: admitía que «la modificación vital que dá origen á los cua- tro fenómenos caracteristicos del estado inflamatorio, tie- ne su asiento en los vasos capilares de la parte enferma 258 y depende manifiestamente del aumento de su acción or- gánica.» Estas ideas son claras, son hasta admisibles cuan. do solo se fija el pensamiento en los caracteres ostensibles y en los fenómenos que los sentidos reconocen mientras la vida y en el cadáver. Andral resucita la clase pirexias para distinguirlas de la flogosis y de la inflamación, cosa que la doctrina fisiológica abrazara bajo una misma de- nominación, irritaciones, inflamaciones, en lo cual vemos un retroceso porque complica infinito los cuadros nosolo- gicos que serán ya imposibles. «Las pirexias, dice, forman una gran clase de enfermedades agudas que se ha vana- mente querido hacer desaparecer de los cuadros nosologi- cos para comprenderlas todas en el orden de las simples inflamaciones. Una pretensión de esla especie no puede sostenerse porque las pirexias existen como enfermedades aparte: las causas que frecuentemente las desenvuelven, los síntomas que las caracterizan, la naturaleza espe- cial de las alteraciones que producen en los soli- das, la época de su desenvolvimiento frecuentemente pos- terior á la del estado febril, vez aqui graves motivos para no confundir las pirexias y las flegmasías; pero el análisis de la sangre viene á establecer una diferencia de las mas notables entre ambas.» Estas palabras de ambiguo signi- ficado tienden realmente á establecer una verdad, pero una verdad que solo se trasluce al través de una suma con- fusión. En efecto hay diferencia entre la liebre y la in- flamación: esla es la verdad; pero la confusión eslá en que en sus pirexias confunde la calentura, hecho verdaderamente flogislico, con la fiebre, hecho verdaderamente adinámico. Y si queremos probar que asi debe juzgarse á Andral ci- temos sus palabras. «Mientras que en las flegmasías hay 259 siempre dos alteraciones constantes que marchan unidas, las del solido y de la sangre (diga lo que quiera Andral en las verdaderas inflamaciones el solido es el primitivamente alterado, la sangre se altera bajo la dependencia de aquel como quisiéramos poder probar en esle momento), no su- cede asi en las pirexias, en las que el solo fenómeno que jamas falta es la fiebre misma: las alteraciones muy varia- das entonces y de las cuales es el sólido el asiento pue- den faltar completamente, y los cambios de composición que el análisis ha descubierto en la sangre no se muestran tampoco en todos los casos: (uosotros diriamos á Andral en que casos y que especie de cambios se deben notar): de suerte que en^el estado actual de nuestros conocimientos, el carácter de las pirexias tiene aun un carácter negativo; es decir, que basta tener mas dalos, la fiebre que acompa- ña las pirexias no reconoce ni en los sólidos ni en la san- gre alguna alteración constante que pueda darnos cuenta de esto (si ni en los sólidos ni en la sangre ¿en donde ha- llaremos la perturbación que dá origen á la fiebre?) Nobs- lante en los sólidos y en la sangre se pueden con mas ó menos frecuencia, comprobar alteraciones; pero ellas no son sino efectos de una causa mas oculta que domina el or- ganismo; efectos importantes que se deben estudiar, pues que á su vez dan origen á un cierto número de síntomas que por su asiento y por su naturaleza sirven á clasificar y denominar la pirexia.» ¿Y porque han de clasificar y denominar la enfermedad síntomas secundarios, efectos de una enfermedad prexístente, que los produjo y á los que dio su carácter, su genio y su naturaleza? Esta lesión, ó estos síntomas pueden ser piréticos en las calenturas, tienen una naturaleza muy diferente en la fiebre. Y vez aqui cada vez mas reconocida la importancia de distin- guir las pirexias y la calentura de la fiebre. Oigamos por último en prueba de ello al mismo Andral. «Acabo de demostrar qua existe una gran clase de enfermedades febriles en las cuales la fibrina de la sangre no aumenta jamás, subsiste la misma ó disminuye. Hay otras enferme- dades febriles en las cuales al contrario se halla un au- mento constante de este principio: estas son aquellas que son sintomáticas de este m )do de alteración de los soli- dos que desde tiempo inmemorial se ha llamado una fleg- masía.» .No se puede desconocer en este pasage la calen- tura de una parte, la fiebre de otra, y veámoslo compro- bado en estas palabras: «hay, pues, en las flegmasías es- ceso de fibrina con relación á los glóbulos, es decir, lo contrario de lo que tiene lugar en los tiphus.» Las pire- xias, pues, de Andral no son nuestras pirexias, pues que no comprendemos entre ellas la fiebre, ni los tiphus, y vemos de un modo muy diferente los fenómenos piréti- cos que eu estas enfermedades pueden hallarse, como se notará al hablar de su patogenia pues que entonces volve- remos á Andral. 27. La etiológia de las pirexias simples y verdaderas está representada por todos los modificadores que egercen sobre el organismo una acción escitante: por esto Brous- sais no tuvo inconveniente en admitir aquel principio de Brown que proclamaba á los estímulos como agentes de la vida. Representando, pues, la palabra pirexia la acción au- mentada del organismo según los dinamistas, la exagera- ción de las propiedades vitales según el lenguage del vi- talismo ó la capilaridad sanguínea sobrecargada, ó me- jor el aumento de las condiciones anatómico-fisiológicas que 261 aumentan la circulación y desarrollan mas calor; dada, di- go, esta significación genuina á la palabra pirexia claro es que en esla clase deben comprenderse un gran número de enfermedades, si bien no tantas como comprendía Broussais y comprende aun hoy la escuela moderna, pues que noso- tros separamos de ella 1,° la fiebre; 2.° los tiphus; 3.° las inflamaciones é irritaciones específicas; 4.° las llamadas fleg- masías crónicas; pues solo asi podrá representar genuina- mente una gran clase la denominación pirexia. Por lo contrario, comprendo en esta clase todas las enfermedades inflamatorias puras viscerales ó no viscerales, irritaciones intensas ó leves, locales ó mas ó menos generalizadas mien- tras tengan ó conserven la naturaleza de exageración en las condiciones de los tejidos con congestión sanguínea, elaboraciones anormales, y calorificación escedente. Y no comprendo como Mr. Beau admite la inflamación sin con- gestión, bien que pueda admitir esta sin aquella, Ni con- cibo tampoco porque razón á los órganos supurados se les há de dar el carácter flogístico, lo mismo que al órgano de- generado, lo que ha hecho caer en ridículo el nombre de pneumonilis crónica dado á la tisis, debiendo suceder lo mismo en la hepatitis crónica, enteritis crónica y tantas otras, pues que desde que un tegido supura ó se pervierte no debe ya considerársele como á un tegido inflamado. No nos detendremos en esta materia porque sería no concluir. Nos hemos limitado á decir lo preciso para comprender la palabra pirexia y calentura. Si hubiésemos de procla- mar un verdadero cuadro nosológico haríamos una gran clase de Pirexias bajo las siguientes bases. 38 Í62 ÍTodas las enfermedades irritalívas'j, ó inflamatorias sin mas fenómenos >. que los locales. ; Locales generalizadas. í W ^Generales ¡ £ ÍTodas las enfermedades de la mis-1 ma clase, pero con fenómenos ge-1 nerales consecutivos, ó simpáticos i de irritación circulatoria. 4 ÍLas irritaciones generales de un} sistema, ó tegido sin reconocer una>. causa local. ; Generales reaccionarias, 'Las pirexias generales que son Ia^ consecuencia de la acción de agen- tes especiales de muy distinta na- turaleza y no en relación muchas I veces con las causas estilantes, pero, que dispiertan en el organismo una resistencia manifestada por fenó- unenos piréticos. 263 Flegmones, orzuelo, conjuntivitis, coriza, irritaciones sim- ples de la mucosa, gastritis simple, otitis, nevritis etc. Pneumonitis (como tipo de las inflamaciones parenquímato- sas), encefalitis, aranoidítis, gastroenteritis intensa, carditis, pleuritis, hepatitis, peritonitis, metritis, nevralgias intensas con fenómenos generales etc. Angio-carditis, como tipo de la calentura primitiva, por causa existente en el sistema sanguíneo (plétora, esceso de hematosina, causas escitanles del corazón y de los vasos arteriales) (l). rLa calentura, angio-carditis verdadera croe rechaza al agen- te en circulación, mientras que éste o no se elimina, ó se trasforma, ó vence á la reacción para aparecer con lodo su carácter, ó verdadera naturaleza: he aqui la calentura de incubación de las enfermedades miasmáticas y virulen- tas (viruela, sarampión, escarlatina, pemphigo, y el pri- mer periodo de la fiebre primitiva). (1) Pocas enfermedades corresponden á esta clase porque pocos sistemas generales se afectan por verdadera irritación: las de la piel, sistema linfático etc. son casi siempre especificas. 28 De las calenturas. Nos fué preciso hablar de la ca- lentura cuando tuvimos que dar nociones generales sobre la fiebre y muy especialmente al demostrar la necesidad de considerarlas como dos entidades muy distintas. Apenas lla- mó la atención de los AA. la existencia de dos estados mor- boso que representan dos grandes ideas patológicas. Por loque me fué preciso ya decir y por el cuadro piretológico an- terior se habrá formado, idea de mi propósito de demostrar la distancia que separa las enfermedades que deben llevar el nombre de calentura de las que merecen ser clasificadas como fiebres. Partiendo, pues, délo que dejamos anunciado repetiremos que no hay mas que una calentura ni mas que una fiebre. Hemos indicado como se habian confundido ambas enfermedades hasta el punto de que Sauvages re- conociese la existencia de una enfermedad á la que dio el nombre de calentura paraphrosina, y que según las obser- vaciones recientes se quiere parecer á un tiphus marítimo y sobre la que haremos aun. algunas observaciones. Por lo de- mas ni en España ni en el estrangero se dio un verdadero significado á esta palabra que representa hoy enfermedades de tan opuesta naturaleza. La hemos difinido y lo repetire- mos: para nosotros debe ser calentura la irritación del sis- lema circulatorio, cualquiera que sea su causa, mientras conserve el genuino carácter flogístico. 29. Nuestro Piquer tenia nociones muy claras que no pudo desarrollar; Sydenham parece que quería desenvol- ver nuestro pensamienlo; Pinel dio un gran paso que inu- tilizó después; Bouillaud toca la distinción entre calentura y fiebre y se entrega á las ideas ya recibidas, y la confu- sión acrece á proporción que mas se intenta estudiar una enfermedad que comprende dos entidades opuestas. Supo» 265 nian algunos que la calentura no era mas que la oposición de la naturaleza á las causas maléficas que obraban sobre el organismo: veía Pinel la necesidad de admitir una irri- tación del sistema circulatorio sin causa local, á la que dio el nombre de angio-ténica: Bouillaud creó su angio-car- ditis; mas el primero de estos cuando quiso reconocer la posibilidad de admitir con esta fiebre la complicación sép- tica pregunta si es posible el consorcio de la angio-lénica y de la adinámica: si hubiera resuelto la duda se libraría de mil inexactitudes y de que le viésemos vagar en la sintomatólógia y en la terapéutica de una misma enferme- dad. Bouillaud se encarga de contestarle, pues que de he- cho admite la posibilidad de una tal amalgama. Esa irrita- ción del sistema circulatorio caracterizada por pulso fre- cuente, pulsación dura ó dilatada, calorificación aumentada, con deseo de líquidos frescos,, incomodidad general, dolor de cabeza mas ó menos intenso,, orinas encendidas, pervigi- lio, es lo que caracteriza nuestra calentura, el sinoco sim- ple de nuestros maestros. Reclama la dieta absoluta, los diluyentes refrigerantes, las evacuaciones de sangre, y en general el plan antiflogístico, que Sydenham, que Piquer, que Pinel, que Bouillaud recomiendan en su sinoco, su an- gio-ténica, su angio-carditis. Pero téngase presente que al reconocer como la patogenia de la calentura la irritación cardiaco-vascular simple y genuina, admito dos modos en su existencia de que voy á ocuparme muy detenidamente; el uno se vé producido por causas escitanles; en el otro la causa eficiente puede tener una naturaleza muy variada. 30. Cuando el hombre en la plenitud su existencia se agi- ta con esceso,, se produce una ealenlura pasagera que el descanso hace desaparecer: en este caso no hubo mas que una sobrc-escitacion fisiológica del sistema circulatorio: mas si los escitantes internos ó externos egereen su acción de manera que se fije permanentemente esta irritación, en tal caso se presenta la calentura: es, pues, esta enfermedad promovida por agentes que llevando su acción estimulante á la sangre y al corazón, se altera el círculo general por que aquel late con esceso de velocidad y fuerza, la circula- ción se activa, todas las partes reciben esceso de estímulo: de aqui el aumento de calorificación, que es habiluosa, la incomodidad general, el dolor de cabeza y la frecuencia de la respiración, todo proporcionado á la intensidad de la agi- tación circulatoria. Y esto sucede también cuando la san- gre es demasiado rica en principios estimulantes, ó cuan- do sufrió un rápido cambio en sus corrientes, ó cuando una temperatura elevada llevó sobre ella una acción escilante, y enfin, en el abuso de los espirituosos. En todos estos casos en que ninguna causa orgánica local, como dice Pi- nel, dio margen á la enfermedad, se dice que el hombre padece una calentura, según nuestro lenguage, un sinoco impúlrido, una fiebre inflamatoria, una angio-pyria, una angioteaíca, una angio-carditis, una angio hemitis, una gas- tro-enteritis. Y pregunto yo ahora, cuando esta afección viene con una pneumouitis, una hepatitis etc. ¿como se la llama? Ella puede existir por si sola, ó puede ser un efecto de otra enfermedad existente que simpática ó secundaria- mente la produzca, pero no por esto deja de ser la ca- lentura con su patogenia, sus síntomas, y su terapéutica, si bien en este caso se subordina á la enfermedad primitiva. ¿Que nombre preguntaríamos dá Pinel, y Boaillaud y todos á este estado de la circulación general cuando reconoce por causa un afecto pulmonal, gástrico, intestinal, vexi- 267 cal etc.? ¿No se dice generalmente que tiene poca ó mucha calentura en el que padece otra cualquiera afección? ¿poi- qué pues limitarse á ver solo la inflamatoria, la sinoco sim- ple y la angio-carditis como existente por si misma, como á una fiebre, y no se la ha de distinguir de enfermeda- des tan distintas? La calentura es, pues,, primitiva cuando la causa, ó agente ha obrado directamente sobre la san- gre ó sobre el sistema cardiaco-vascular: es secundaria si la irritación que afecta á este sistema es irradiada desde otra parte del organismo enfermo, bien sea simpática ó se- cundariamente. En el primer caso hay calei.lura y en el segundo hay también calentura con una idéntica patogenia. He aqui la pneumonilis con calentura, la gastro-enteritis con calentura etc. En la primera suposición están inclui- das las fiebres llamadas flegislicas y en la segunda están todas las fiebres llamadas gástricas, mucosas, biliosas, catar- rales, verminosas, y sintomáticas: no son fiebres. ¿Pueden dar lugar á ellas? Lo veremos luego, pero avancemos una ¡dea: el tránsito de una calentura á una fiebre solo puede tener lugar en las secundarias, y aun esto no por causa de la ca- lentura sino motivada por la misma causa que promovió á esta: v. g. Una calentura llamada gástrica, porque una afección gástrica la produjo, puede pasar á fiebre, pero de este tránsito no es responsable la calentura, sino la afec- ción gástrica. Veremos esto muy claro cuando hablemos de la fiebre secundaria. 31. El otro modo de existencia que reconozco en la ca- lentura, ó mejor dicho; además de esas causas irritantes capaces de promoverla, hay otras de muy diversa na- turaleza que son el motivo de la confusión que observa- mos en tan interesante materia, y que quisiéramos hacer 268 comprender. ¿Por qué razón los AA. han de admitir si- nocos, fiebres inflamatorias, angioténicas, augio-carditis con putridez, con adinamia, con ataxia, y fenómenos tiphoi- déos? Si á Pinel se le resistía la reunión de tan distintos elemento; ¿por qué no profundizó en la causa de hallarse en la práctica hechos que parecían demostrarlo? Si se le resistía, pero lo observaba en su clínica ¿porque no pro- curó hermanar, con su lan decantado análisis, la razón y la experiencia? Las palabras sinoco pútrido, inflamatoria pú- trida, angio-tónica adinámica, angio-carditis tiphoidea, representan una contradicción, un antagonismo, una verda- dera antinomia, pues que se componen de dos signos que por su naturaleza, su marcha, y sus efectos se rechazan, co- mo la acción á la nulidad, el movimiento al quietismo, la vida á la muerte. No creemos posible la amalgama de dos elementos opuestos porque lo resiste la razón y lo reprueba la experiencia. Yaidy no considera posible esta reunión pues nos pregunta con sobrado fundamento «¿no es admitir la posibilidad de una contradicción formal el su- poner la coexistencia de un estado inflamatorio con un es- tado adinámico?» El mismo Dubois, es bajo este aspecto, muy esplícito y piensa como nosotros negando la posibi- lidad de tal convinacion. «Los Aulores, dice, han querido esplicar de otra manera la forma mista, diciendo que en estos casos la primera mitad del curso de la fiebre es in- flamatoria, ó esténica y la segunda tiphoidea ó asténica. Pe- ro nosotros no diremos que en estos casos haya dos períodos sino dos enfermedades sucesivas y que toda afección que en un principio haya sido una simple y legítima reacción inflamatoria y que después presente todo el aparato sinto- matológico del tiphus, no es la misma enfermedad exacer- nada, sino una nueva, resultado de una complicación en que entraron otros elementos. En otro tiempo parecerían eslra- ñas estas ideas, pero en el dia las confirma la observación.» Muy cierto; la experiencia confirma que en la fiebre esencial primitiva, y aun á veces en los tiphus, existe este primer elemento flogótico, pero ni hay dos enfermedades, ni dos períodos, y mucho menos ese elemento adinámico añadido al elemento inflamatorio, porque en tal caso, sí el elemento tiphoideo es la adición y el flogístico la enfermedad, ¿que razón hay para llamar epidemia de tiphoideas, ni para de- cir que reina la fiebre, sino que existe una epidemia de angio-ténicas, que es según los Autores de que habla Du- bois el primer elemento de la enfermedad? Por olra parle; Fournier y Yaidy aseguran que la calentura angióténica ca- si siempre es esporádica y muy raras veces epidémica: y esto no debe citarse como una excepción; es la regla; es lo único posible y lógico. Pero se me dirá ¿es cierto ó nó que en la fiebre se observa ese elemento flogístico, esos síntomas que indican un estado inflamatorio pues que los Autores lo observaron y lo admiten como un hecho con- signado por la experiencia de todos los siglos? ¿Y como pudiera yo negarlo cuando yo mismo lo he observado? Pero vamos á ver como aclaramos este punto de tanto ínteres porque nos servirá muchísimo en el estudio de la fiebre. Valgámonos aqui de las palabras de Vaidy para disculparse con Pinel. «No será la censura de los ilus- tres nosógrafos la que temeremos. El culto que estos pres- tan á la verdad nos sirve de garantía de que aplaudirán sinceramente las tentativas que hubiésemos hecho para disi- par los errores que oscurecen la ciencia, aun cuando llegue- mos á resultados contrarios ala doctrina que han profesado.» 39 270 32. En el primer período de la fiebre, palabra que pa- ra nosotros debe ser ya sinónimo de tiphoidea bajo todas sus formas, se observa realmente un esíado flogístico,. cardiaco- vascular (nuestra calentura) que ni es simpático de una afección local, ni sintomático de otra afección„ pero que es- tá íntimamente ligado en aquel momento con la causa ti- phoidea antes que desenvuelva su acción, y por esto apa- rece mientras ella no egerce su influencia, cuyo campo le deja tan pronto los órganos respondieron á su dañina acción adinámica. Esta calentura es aquella misma próvida reac- ción que observamos en la incubación de Ja viruela y del sarampión: es la manifestación saludable que el organismo hace al reconocer un principio estraño en circulación, como ya hemos indicado (2.* p. p. 17.). Esta reacción no es la enfermedad, como no es la viruela la calentura de incuba- ción: detrás de ella está el enemigo, conlra el que se subleva el organismo. Es, pues, una calentura de reacción, una irritación del sistema cardiaco-arterial especialmente, producida por la presencia de un agente estraño cuya na- turaleza no ha sellado aun á esle mismo organismo que lo rechaza, pero que sucumbirá á su influencia ostentando luego su triunfo asténico, adinámico, disipador del estado flogístico. Esla reacción no es la enfermedad; al contrario es el antidoto de la intoxicación. Por esto veremos á su tiempo que pensamos con Andral sobre la práctica de apa- gar esla reacción por el método de Bouillaud. Pero com- prendamos bieu que este estado flogístico solo se presenta en la fiebre de no gran intensidad, porque en los tiphus graves, epidémicos, en la fiebre amarilla, en el cólera y en la peste esla reacción es una excepción y su no existen- cia la regla; porque la causa es tan intensa que egerce rá- 271 pidamente su acción asténica, su efecto adinámico sin per- mitir reacciones, sin oposición por parte del organismo: y por esto es que vemos con esperanza los anuncios de la reacción en el tiphus asiático y en el iclerodes. ¿Diremos entonces que la calentura que sobreviene es la enfermedad ó veremos en ella la resistencia orgánica á su mórbida acción? Pues en los tiphus tan intensos la calentura reac- cionaria viene después que la causa está algún tanto neu- tralizada y no aparece al principio porque su intensidad sobrecoge al organismo. Y nótese bien que la falta de ca- lentura de reacción al principio de la fiebre es una cosa evidente y casi segura en la fiebre cuya causa ejerce su acción especial sobre el sistema nervioso como en los tiphus intensos, en los que el cerebro sufre la predilección del ataque, en el cólera en el que los nervios ganglionicos pa- decen preferentemente, y aun en las intermitentes cuyo pe- riodo de reacción es posterior á la acción mórbida de la causa miasmática paludiana. 33. Y no se diga que estas ideas complican la teo- ría de la calentura y de la fiebre, porque un hecho que se llega á esplicar, por difícil que sea la prueba, es un he- cho demostrado. Difíciles eran los cálculos de Newton que le llevaron al descubrimiento de grandes verdades; difíci- les son los cálculos matemalíeos y bien complicados pero ellos demuestran verdades. Mas complicado y difícil es com- prender una contradicion porque es imposible que una co- sa sea y no sea aun mismo tiempo: es imposible que una enfermedad sea á un mismo tiempo asténica y esténica. Si se quiere esa claridad que seduce por su sencillez, óptese por los sistemas dicotómicos ó monotómicos (1/ p. p. LXI y LXVU) de que hemos hablado: la verdad necesita prue- bas, y estas están en la razón y en los hechos razonados. Esa irritación bien pasagera, á veces no existente, que se nota en los primeros dias de la fiebre, y que obliga á ad- mitir ese estado como un hecho necesario en la enferme- dad tiphoidea, varia tan pronto la causa tiphica comienza á obrar, y entonces cesa ese estado orgánico-vital para dar lugar á la adinamia, y ese mismo corazón y la san- gre y el sistema arterial toman su genio y su naturaleza: y el pulso varia de carácter y todo anuncia la ataxia, Ja adinamia y luego la seplicidad. Bajo esle aspecto admi- tiéramos mejor el pensamiento de Dubois que el de Bouil- laud. Esa irritación de las túnicas arteriales demostrando una flogosis con un elemento séptico no es cosa nueva; ya Frank la anuncia, ya antes Huxam y Pringle llamaban la atención de los médicos para que no se dejasen seducir por síntomas que reclaman la flebotomía, respecto de que de tal manera disimulan alguna vez los orgasmos pútridos y disueltos de la sangre, que en la plétora y la diá- tesis inflamatoria muchas veces se han engañado los mas ejercitados profesores.» También el eminente práctico Qua- rin cae en el mismo error, pero nos encarga mucha pru- dencia en sacar sangre «cuando el estado- inflamatorio está unido con un principio de fiebre pútrida, en quien ha te- nido una vida regalada.» Tiene razón: ese momento reac- cionario es mas intenso y puede reclamar prudentes eva- cuaciones de sangre en sugetos robustos como diremos al tratar de la terapéutica de la fiebre. Por lo demás esle es- tado es transitorio; mas marcado en sugetos robustos, y aun en personas nerviosas de gran susceptibilidad: pero también en ellas el desarrollo de la acción toxica es mas intensa, mas grave, mas imponente como ya probaremos, 34. Este período no existe en las fiebres miasmáticas de intenso grado, ó es muy pasagero y al momento toma la naturaleza de la causa: pongamos un ejemplo. El virus sifilítico tiene, para nuestro objeto, dos periodos: uno es su primera acción flogística, como principio estraño al or- ganismo, y dá origen á irritaciones verdaderas que suelen reclamar los antiflogísticos, pero á poco tiempo, según la intensidad de la causa, estos estados locales flogóticos ad- quieren el carácter sifilítico que reclama, no los antiflogís- ticos, sino los anlivenereos. Broussais vio siempre la irri- tación del mismo carácter y este fué su error. He aqui por que aun los médicos mas aficionados á la sangría en las liebres sientan que solo se debe hacer al principio y Huxam nos aconseja que no despreciemos los momentos por que no se pueden compensar en los siguientes progresos de la calentura. ¿Y por qué? porque el estado de genuina reacción es poco subsistente, y aun cuando al parecer con- tinúe con la fiebre, los síntomas indican que ha perdido su carácter puro y solo se sostiene una alteración circu- latoria del carácter séptico, miasmático. Otras veces desa- parecen del todo los fenómenos circulatorios; y la anemia y la irregularidad los reemplaza. Por esta razón es un con- sejo importantísimo el no precipitarse á obrar antes de bien diagnosticar: el análisis histórico del mal y su etio- logía, el conocimiento de las enfermedades reinantes, del estado atmosférico son la clave para resolver el problema, que en todos los tiempos se vio con oscuridad. Los an- tiguos humoristas tenían también sobre esto sus dudas y asi era que, aun siendo galenistas, temían á la sangría en la fiebre porque exasperaba las cualidades de la bilis que era para ellos el agente principal de sus fiebres: cuando dudemos no precipitarnos, decían. Si verb febres sint inconstantes et exiguis constet non urgere et per con- sequens non esse periculum in mora, bené polesl Medicus aliquibus diebus cessare ab auxiliis magnis, doñee morbus constet: esto decía nuestro Heredia, y esla es una máxima de prudente reserva. 35. Se tendrá ya una idea clara de la razón porque se creyó posible la coexistencia de la flogosis y de la septi- cidad, y la razón porque no admitimos esos dos elementos reunidos por mas que al parecer la observación .clínica os demuestre aparentemente, y por mas que esta idea ven- ga sucediéndose desde tiempos muy antiguos, dando lugar á graves dudas para el tratamiento, que es imposible pue- da ser al mismo tiempo antiflogístico y antiséptico ó an- tiadinámico, lo que debió autorizar la expectación, ó el ab" surdo. No exisle, pues, la angióténica, ni la angio-cardi- tis como fiebre; solo existe como una calentura producto de la irritación de las túnicas arteriales y del corazón se- gún fué conocida por Galeno (1.a p. p. XXIX) y por Ale- jandro de Tralles (1/ p. p. XXXI). Esla irritación cardia- co-vascular, hemos dicho, puede ser primitiva, secundaria y reaccionaria, y por si misma no puede dar lugar á la fiebre por mas que Bouillaud crea lo contrario al asegurar que «en los casos en que la fiebre inflamatoria ó la angio- carditis es idiopalica, los fenómenos tiphoideos pueden ser el efecto de la acción de materias ó de miasmas sépticos venidos de afuera ó formados en el interior mismo del apa- rato sanguíneo cuya flegmasía habría terminado por una verdadera supuración mas ó menos abundante que seria se- guida de esto que se llama hoy dia en cirugía, infección purulenta.* No podemos concebir como un talento tan cía- 275 ro como el de Bouillaud puede admitir paridad entre la infección purulenta, de que nos dá egemplo la cirugía, y la fiebre pyohémica ó calentura lenta con la fiebre tiphoidea. Por otra parle yo no sé si está probado por la anatomía patológica esle estado de ulceración de la membrana inter- na de las arterias por mas que Frank ya haya hallado en los cadáveres de personas muertas de calentura inflamato- ria los vasos, y las arterias especialmente, con señales de inflamación: y digo esto porque no se cual túnica es la su- purada y ni creo se sepa aun con bastante claridad pues según las observaciones de Mr. Giraldes á la Academia de Emulación de Paris con motivo de una fractura del fémur, no es la inyección vascular de ninguna de las. túnicas ar- teriales quien caracteriza esencialmente la arteritis, sino para la membrana interna la descamación de su epitelio que favorece la coogulacion de la sangre al nivel de los puntos inflamados, y para la túnica media una cierta in- filtración con resblandecimiento de tegido. Sin duda que estas observaciones pueden ser importantes para esplicar algunos fenómenos flogisticos, pero no para darnos una idea de como se forma esa supuración vascular capaz de producir los fenómenos tiphoideos. Ya veremos al hablar de la fiebre como el concibe las fiebres llamadas esen- ciales, y limitémonos en esle momento á reconocer que su angio-cardilis no es mas que nuestra calentura que nada tiene que ver con las llamadas fiebres esenciales que todas se reducen á nuestra fiebre. 36. Por lo que respecta á la hematología ó estudio de la sangre en la calentura tampoco estamos muy confor- mes apesar de los importantes trabajos de Andral y Gave- ret. Nos es muy difícil deducir exactas consecuencias de la doctrina hemalológica porque comprende entre las pirexias las fiebres y ademas porque también entre las flegmasías no se colocan las calenturas y esta confusión hace que se atribuya ya mas veces á la pirexia lo que se debe á la fiebre y otras que se culpe á esta de lo que es propio de la calentura. Diremos nobslante para entendernos: 4." que las cualidades flegmasicas de la sangre se deben hallar en mas o menos no solo en lo que se entiende por inflamación sino también en las calenturas mientras conserven su carác- ter genuino irrilativo: 2.° Que las cualidades de la sangre en la fiebre se hallan siempre en menos tan pronto se pre- senta con su verdadera naturaleza; y no aparecen carac- terísticas en las que son precedidas por la calentura de reacción ó de incubación; momentos en la que puede la observación de la sangre inducirnos en error. En esle mo- mento solo debo ocuparme de la sangre en las calenturas, en nuestras verdaderas pirevías, porque ya no debo repe- tir que la fiebre no es una pirexia: en otro lugar me ocu- paré de la sangre en la fiebre. 37. Gomo he dado pruebas de ser muy bi pocrático me llama siempre la atención al ver en nuestros hombres de la época actual, en nuestras celebridades médicas, gloria de nuestro siglo, citar en su apoyo á nuestro viejo Hippócra- tes, y séarae permitido eitar las palabras de Mr. Andral con los que iniciasen observaciones hematológicas.» Era uno de los dogmas profesados por la escuela de Cos, que para esplicar los fenómanes de la salud y de la enferme- dad, era preciso lomar en consideración los sabidos que entran en la composición del cuerpo humano, los líquidos de los que están tan abundantemente provistos y las fuer- zas que los rigen. Nobstante pocos médicos subsistieron 273 fieles a estos principios que Hippócrates ha sentado en mu- chas de sus obras, y especialmente en su libro de la an- tigua medicina, y observamos que Galeno reprende con amargura á sus contemporáneos de haber rolo este bello conjunto de la antigua escuela griega, sin mas objeto que el hacer intervenir en la esplicacion de las enfermedades, los unos solamente los sólidos, los otros únicamenle los lí- quidos y algunos, en fin, las fuerzas que penetran y ani- man la materia organizada. Asi es como se marcaban, des- de antiguos tiempos, los tres grandes puntos de vista que de hecho separados y despreciados han producido los tres sis- temas del solidismo, del humorismo y del vitalismo.» Asi justifica Andral la importancia que dá á la observación de los líquidos del cuerpo humano y especialmente de la san- gre. Pero vamos á nuestro objeto, y no olvidemos que la palabra pirexia, para el famoso hematologista, representa nuestras fiebres, y que en este momento solo nos intere- san las flegmasías. «Acabo de demonstrar, nos dice, que existe una gran clase de enfermedades febriles en las cua- les la fibrina de la sangre no aumenta jamás, y subsiste frecuentemente en cantidad normal y aun también dismi- nuida (estas son nuestra fiebre). Hay otras en las cuales al contrario, se halla un aumento constante de esle prin- cipio: estas son aquellas que son sintomáticas de esta suerte de alteración de los sólidos (mejor digera del organismo véase la 1-* parte p. XC) que desde tiempo inmemorial se llama flegmasía.» ¿Y es constante este aumento de fi- brina en las enfermedades inflamatorias? ¿está siempre en relación con la intensidad de la flegmasía? ¿En todos los estados flogísticos de Jos tegidos y visceras es igual esle ascenso de la cifra fibrina? ¿La costra llamada flogística 40 278 indica la flegmasía, su grado de intensidad y la prescrip- ción de las evacuaciones de sangre? Cuestiones graves son estas que no pudo desconocer Andral, «Cualquiera que sean las condiciones en que se halle el organismo, la interven- ción de una flegmasía aguda produce necesariamente en todos los casos un aumento mas ó menos considerable de la cantidad de fibrina que la sangre debe normalmente con- tener. En el hombre, la fibrina, en una inflamación aguda bien establecida, oscila ordinariamente entre las cifras 6 y 8 y se eleva en pocos casos entre 8 y 9.. En el flegmon estenso con poco estado febril, 4, 7 y 5. En las inflama- ciones de las mucosas se halla la fibrina en cantidad nor- mal, si son ligeras, poco esteusas y sin fiebre: en caso contrario aumenta. En las bronquitis estensas y agudas ha llegado á veces hasta 9. Las dos enfermedades en las cua- les he visto la fibrina elevarse mas son la pulmonía y el reumatismo articular agudo: únicas en las cuales la he visto elevarse á la cifra 10.» He aqui en resumen lo que mas nos interesa para probar el carácter de nuestras calentu- ras que después compararemos con lo que nos dice la he- matología eu la fiebre, lo que nos probará con cuanta ra- zón separamos esla enfermedad de la clase pirexias. Pero razonemos sobre estos dalos importantes. 38. Yo creo que podemos admitir sin riesgo de equi- vocarnos que la fibrina de la sangre aumentada en las fleg- masías es una fibrina mal elaborada por el organismo en es- tado de sobre escitacion orgánica; que esta fibrina es ela- borada en los órganos inflamados, y que por consiguiente la cifra es mayor á proporción de la mayor estension é in- tensidad de la flegmasía y también según la naturaleza del tegido, pues que el que elabora fibrina por su estructura, 279 como el sistema muscular, debe aumentar mas la cifra en sus flegmasías agudas estensas; que los tegidos que no elaboran fibrina como las membranas mucosas y serosas que tan solo elevan su fibra cuando las acompaña la calentura y en es- te caso este aumento no se debe á la flogosis local sino á la escitacion general del sistema circulatorio; que la fi- brina anormal es un producto mórbido y por consiguiente mal elaborado y que esla es la causa de la costra flogís- tica tan variable: que esla costra indica el aumento de fi- brina, ó la mala fibrina producto de una flogosis local es- tensa, ó general pero que por si sola no reclama las eva- cuaciones de sangre; que en las flogosis é inflamaciones de- saparece la costra cuando la flegmasía hace degenerar los órganos; que esla costra y el aumento de fibrina no basta para formar exactas indicaciones; que el aumenta de fibri- na existe en las calenturas y flegmasías que siempre son elaboradoras por su naturaleza, pero que solo se hace no- tar en la sangre, cualquiera que sea su causa, cuando son intensas y sostenidas; enfin que ni la costra ni el aumento de fibrina caracterizan las calenturas ni las inflamaciones, como algunos quisieron sentar, pues que no existen al prin- cipio, en los primeros momentos en que el profesor intenta hacer el diagnóstico. Es nobslante de gran importancia el examen de la sangre en gran número de males y por con- siguiente de gran valor los estudios hematológicos. Apesar de todo, las observaciones de Beau están llamadas á pro- ducir un mayor cambio en las ideas con respecto á la sangre, á la plétora, á la costra flogíslica, y á la natu- raleza de la inflamación y su plan terapéutico. Quiera el cielo sea este un progreso para la ciencia. 39. La calentura, pues, llama la atención del médico 280 bajo el aspecto de su causa: siendo ella una, única en su existencia patogénica (la inflamatoria, angio-ténica, angio- carditis), es las mas de las veces un efetio de olra causa local que debe ser la primera á atenderse por el profesor. El plan antiflogístico de mayor ó menor intensidad; la es- peclacion en un gran número de casos; la dicta, la quie- tud, la humectación, la tranquilidad son los recursos que reclama en su genuina existencia: pero las mas de las veces no tiene esta existencia aislada, no existe por si mis- ma, es secundaria y debemos tratarla como en segunda línea cuando fuese preciso, moderarla, regularizarla procu- rando disipar el aféelo orgánico que la promueve: he aqui las diversas especies de la calentura clasificada, no por su patogenia, que es siempre idéntica, sino por el agente que la promueve. Por esto me es preciso hacer una sencilla clasificación etiológica para poder estudiarlas. Esla clasi- ficación no debe abrazar enfermedades de diversa pato- genia y por esla razón, será mas lógica que las que has- ta aqui se han proclamado como tan exactas, pues como he dicho en el prólogo, las nosologías fueron una osten- tación de lujo después que Plater y Cesalpino han hecho ver su utilidad. Asi Sauvages. Linneo, Vogel multiplicaron los géneros hasta la confusión: esceso que procuró remediar en gran parte Pinel, pues desde los doce géneros de ca« lenturas de Sauvages con una gran multitud de variedades; desde Vogel con sus ochenta géneros, supo reducirlas á seis órdenes que comprenden veinticuatro géneros á que reduce nuestra fiebre y nuestra calentura. Pinel nos quiso dar una lección de lógica y de modesta prudencia manifestándo- nos, al clasificar sus fiebres, que ignorando su esencia debía hacerlo según los datos que la experiencia le suministraba. 281 No era fácil esta clasificación queriendo difinir la calentu- ra y la fiebre á un mismo tiempo sin fijarse en que su an- gio-ténica no tiene nada que ver con su adinámica ni con ninguna de las otras. Lo repelimos: ese egemplo que se quiere tomar de las clasificaciones botánicas y geognósicas no se aviene con enfermedades que no son .individuos sino modos accidentales de ser de los órganos: tomemos si de les botánicos los métodos de descripción como lo aconseja nuestro Piquer y sacaremos mas ventaja que de la imita- ción nosologica. Se me dirá acaso que soy inconsecuente pues voy á clasificar; no voy á clasificar, voy á ordenar en un orden lógico sin formar clases, obligar órdenes, y for- mar géneros; voy á estudiar la calentura individualmente, y á separar la fiebre de una clase á que no pertenece. 282 ETIOLOGÍA. ÍPor agentes que dirigieron su ac- ción irritativa sobre el sistema ar- terial y el corazón. Por saburras gástricas. Por irritaciones gástricas, ó gas- tro-entéricas. < tri ¡21 W di Por irritaciones gastro-hepáticas. [. ÍPor irritaciones mucosas con au-' |Secundaria. . .< mentó de secreción folicular, ó1 Wrversion de la membrana. Por irritaciones agudas de la mu-' cosa tráqueo-bronquial con aumen- to de secreción follicuar. Por lombrices. ■I Por agentes tóxicos, miasmáticos,] ó virulentos en su incubación. 1 2S3 SINONIMIA. ÍSinoco simple, calentura ó fiebre inflamatoria, sanguínea, Angióténica: Angio-carditis: Angio-hemilis: Angio-pyria, (Nuestra calentura). (Calentura ó fiebre gáslrica, saburra!, colubíes gástrica agu- ada, indigestión con calentura. (Calentura por indigestión). / Gastritis aguda, meningo-gastrica, gastro-enteritis, fiebre \ gástrica. (Calentura gástrica). / Fiebre, ó calentura biliosa, ardiente, gastro-hepatitis, co- *( lepiria. (Calentura gaslro-hepaliea). {Calentura, ó fiebre mucosa, adenomeningea, glutinosa, pi- 'Ituilosa, adennopiria. (Calentura mucosa).. (Fiebre ó calentura catarral; catarro con calentura. (Calen** ' * " l tura catarral)» . . ,(Fiebre, ó calentura verminosa. (Fiebre ó calentura variolosa, morbillosa, escarlatinosa, An« • • *{ gio-carditis tiphoidea etc. (Calentura reaccionaria). 284 40. Calentura. Su etiología, descriccion y terapéutica. Si fuera posible sujetarme á ser rigurosamente lógico me abstendría de tratar de la calentura considerada en su cau- sa y como un efecto de estados locales mas ó menos gra- ves y variables, porque ya he hablado de la calentura en su acepción genuina, y únicamente en este lugar rae fue- ra permitido fijar la atención en la una de entre tantas enfer- medades que merecieron este nombre. Nobstante como en realidad, cualquiera que sea el órgano aféelo ó su modo de ser morboso, se presenta la calentura con variedad en su invasión, en su carrera, en su pronóstico bajo la in- fluencia de las variadas causas que la promueven, podré estar autorizado para estudiar la calentura según el origen de donde parta como secundario afecto mórbido. No dejo de conocer que podrá haber escrupulosos que me opongan argumentos al parecer concluyentes por separar de las fie- bres ciertas calenturas localizadas por Pinel, y aunque con menos exactitud ya anteriormente localizadas, como son la meningo-gáslrica, adeno-raeningea, pues- que ellas pasan fácilmente á presentarnos los síntomas de la verdadera fie- bre; pero, si bieu lo observamos, el mismo nosógrafo al que no le negamos una gran perspicacia, después que fi- ja el orden segundo, fiebre meningo-gástrica, lo esludió especialmente en sus causas, colubíes gáslrica, colubíes in- testinal, cólera morbus, fiebre biliosa con otras muchas Iras- formaciones: de aqui se iníicre que estudió los órganos de donde le parecían partir los fenómenos piréticos, que se agregaban á las lesiones primitivas del estómago, intestinos, hígado, etc. y lo mismo sucede con su adeno-meningea. Pero el verdadero argumento seria el pedirme esplicaciones porque las lesiones de otros tegidos no fueron incluidas 28$ por los AA. en la clase fiebres aunque produgesen fenó- menos piréticos, y sí algunas lesiones de diversa índole gás- tro-entero-hepáticas y de las que se vén resultar verdade- ras fiebres; lo que autorizaría su designación en la clase fiebres. A esto contestaré que las enfermedades verdade- ramente flogísticas gastro-entero-hepáticas no son las que dan origen á la fiebre secundaria, sino otro modo de ser morboso del estómago é intestinos que merece ser estu- diado separadamente de las flogosis como ya quiso ha- cerlo Pinel sin haber llenado su objeto; estados que no son la liebre pero que pueden dar lugar á ella por sus circunstancias según probaremos al hablar de la fiebre esen- cial secundaria. Por esta razón voy á tratar de esas en- fermedades del tubo digestivo que ni son la fiebre ni son la calentura, pero son muy abonadas para producirlas, y de aqui el confundirlas por muy diversa que sea su patogenia y el darlas el nombre ilógico que llevan, que será tan autorizado como si se llamase á una pneumonitis calentura pneumónica como debiera hacerse según las ideas de Frank que pronto citaremos. 41. Me es preciso en obsequio del orden y de la cuv ridad presentar sencillas descripciones de las calenturas que fueron mal comprendidas en la clase fiebres; pero lo haré, como creo deben hacerse estos estudios sintomatológicos, sin aglomerar fenómenos que pueden ó no presentarse y que hacen confuso, recargado y también inútil el cuadro nosográfico. Veo en esle punto un abuso que nobstante fué muy°elogiado. Se consideran como de un mérito nosográ- fico importante las narraciones descriptivas sobrecargadas de tintes alarmantes y en las que no queda por presentar nin- gún fenómeno de los que pueden sobrevenir en los casos 286 de mayor gravedad; y asi se hacen indigestas é imposi- bles de retener en la memoria. Yo quisiera un fino pin- cel que solo me presentara los rasgos característicos sobre los que después se pueden sobreponer los tan variables tra- ges de que puede adornarse un mismo individuo. Por esla falta de sencillez han recibido las fiebres tanta multitud de nombres que cada epidemia, reclama uno especial para si, siendo idéntica la enfermedad. Pero hay olra razón para que se proclame toda la sencillez posible y esla es que se confunden las calenturas y las fiebres de manera que al presentarse una de ellas no se sabe que nombre darla aun recurriendo á las nosologías. Si se quiere una prueba de esla verdad compárese la sintomatologia de Frank con la de Vaidy y de Pinel y se verá el lujo de diagnóstico dificultando su verdadera apreciación. Mas de una página de síntomas trae el primero solo para describir la calen- tura gástrica, si bien parece que luego reconoce este abuso, pues nos hace la siguiente advertencia que considera de grande importancia. «Guardémonos de atribuir á la indi- gestión enfermedades, que aunque á la verdad van acom- pañadas de calentura y de vómito, reconocen, sin embargo, un origen diferente, por ejemplo, la encefalitis, el periodo de incubación de la viruela, la carditis, la gastritis, la en- teritis y la hepatitis:» advertencia exacta, pues que los vómitos y otros muchos síntomas que se indican como pa- tognomonicos no lo son y pertenecen á otras enfermedades. Idénticamente Pinel trae una estensa y variable sintoma- tologia en su angio-ténica. Si realmente admitimos como característicos todos los síntomas que acompañan algunas veces á esta calentura, y á todas las demás enfermeda- des de esta clase, mucho lujo de síntomas pudiéramos os- 287 tentar. Por todas estas razones seré muy reservado en presentar como característicos fenómenos que no lo son ó no se presenten alómenos, en el mayor número de casos. 42. Calentura sanguínea, cardiaco-vascular, angio-téni- ca, angio-cardilis etc. He dicho en el párrafo anterior que en un sentido estrictamente lógico el artículo calentura de- bía estar reducido al de esa irritación cardiaco-vascular que constituye su patogenia; y realmente después de hablar de ella en este lugar habremos terminado nuestros esludios verdaderamente pirelológícos, porque lo que nos resta que estudiar serán únicamente causas que pueden promoverlo: entiéndase bien esto porque á decir la verdad está hoy mas oscuro el campo de las calenturas que el de las fiebres, en las que hay solo pequeñas pero claras divergencias. Y si quisiésemos una prueba de ello bastaría citar á Frank cuando nos dice con estilo dogmático «estamos convencidos perfectamente de que las flogosis de las visceras, designa- das con el epíteto de inflamatorias, no son realmente mas que calenturas continuas inflamatorias con una flogosis par- cial.» Este es un error porque las flogosis viscerales y aun las de los tegidos son anteriores á la calentura, y no esta anterior á ellas, y en todo caso serían, como lo son, in- flamaciones con calentura y no calentura con inflamación. Este seria el orden lógico. 43. Etiología. El temperamento sanguíneo; el alimento muy restaurante; la vida sedentaria; la atmósfera pura y las corrientes del norte; la edad de juventud, y del completo desarrollo; hemorragias habituales suprimidas; los alimen- tos estimulantes y abuso de bebidas espirituosas son las cau- sas que predisponen á la calentura primitiva angio-cardiaca. Bajo de estas disposiciones, el calor ó frió escesivo; las pasio- 288 nes activas, sobre todo la cólera ó la alegría, un inmoderado ejercicio, y en general toda causa escitante dá origen á esta calentura. La promueven lambien muy variadas lesiones del organismo y son entonces secundarias. 44. Sinlomatologia. Son notables todos los fenómenos de exaltación circulatoria que aparecen sin preparativos, sin ca- si pródromos. Calor intenso haliluoso, dolor de cabeza gra- vativo, sensación de cansancio, opresión de fuerzas, sed, pul- so fuerte, frecuente, desenvuelto, blando en la juventud, duro en la mayor edad; color rosado de la cara; ojos vivos y conjuntiva algún tanto inyectada; orinas escasas y encen- didas. Tras estos síntomas pueden presentarse los de varia- das congestiones, y gran número de fenómenos morbosos como el delirio ó el sopor,, las hemorragias etc^ 45. Patogenia. La hemos ya anunciado muchas veces; la irritación mas ó menos intensa del corazón y membrana interna del sistema arterial, promovida por causas generales escitanles ó por lesiones de otras visceras ó parles de la organización, (p. 28.) 46. Pronóstico. No es grave sino se desatiende, pues en este caso las congestiones á que dá origen la hacen peligrosa; este es su mayor riesgo. Si no se complica con estados anteriores gástricos nunca pasa á ser la fiebre* Ter- mina en el primer septenario, y por lo regular antes y aun en el primer dia bien auxiliada, ó por hemorragia ó sudor. 47. Terapéutica. Dieta absoluta; quietud; atmósfera tem- plada; bebidas atemperantes; pian antiflogístico con sangría ó sanguijuelas según la edad, la constitución y la intensidad del mal. Si se presenta el sudor que el enfermo tolera sin incomodidad, respetarlo: no sofocarlo con ropa, pero si hay sudor placido tampoco debe desarroparse. Si se teme con- 289 gestiones atenderlas con urgencia porque el mal es agudo. Pero es necesario ser muy prudentes en la calentura secun- daria de olra afección, en cuyo caso debemos fijar el ojo derecho en la afección primitiva y el izquierdo en la secun- daria: en gran número de casos esla nos indica el progreso ó el descenso de la olra y á falta de olrts síntomas locales suele ser un buen barómetro; pero en realidad la afección primitiva es la que debe llamar nuestra mayor atención, porque apagar el efecto no es curar la causa: este es el gran escollo de los que ven la fiebre en la calentura: en la ca- lentura de reacción y en la secundaria es esle error de graves consecuencias,, como probaremos al hablar del pri- mer período ó período de incubación de las intoxicaciones y sobre lo que ya hemos indicado algunas ideas (2/ p. p. 32. y siguientes).. 48. Aqui fuera el lugar de ocuparnos del plan antiflo- gístico de la angio-carditis de Bouillaud, plan propuesto por él y que únicamente puede estar indicado en las grandes in- flamaciones y en esta calentura. Su fórmula consiste en gran- des y frecuentes sangrías que llevan el objelo de yugular la enfermedad,, pero que en imperitas manos puede también yugular al enfermo. Ya hemos visto las ideas de Beau (2.a p. p. 27.) sobre la sangría en las inflamaciones, ideas que parece merecieron aceptación, pero que no se pueden ad- mitir sin. reserva. Si, pues, la sangría no es tan aceptable como suponía Beau en las intensas flogosis, menos debe serlo en la calentura, y muy partii ulaKmente en la de reacción secundaria que es en la que tanto pondera Bouil- laud los maravillosos efectos de su sangría suficiente. Nos ocupará esle objeto en la terapéutica de la fiebre. 49. Calentura gástrica. Meningo-gástrica.=Calentura 290 saburral. ¿Qué pensaremos de esta calentura? Anuncia- das nuestras ideas Ocomo veremos esta enfermedad? Fácil es conocerlo. Pinel que fué el primero á fijar su verdadero significado no trató de la calentura gáslrica, sino del esta- do gástrico* y nada tiene de particular el que se note esla im- perfección: Pinel tenia mas razón que Frank, porque estudió la causa gástrica promovedora de la calentura. Es esla en- fermedad muy frecuente, muy conocida, muy simple en su primer aspeclo, pero llena de peligros en su marcha. Mere- ciera por lo mismo nos ocupásemos en algunas consideracio- nes por que ella es la madre natural del mayor número de fiebres esporádicas que observamos en la práctica, pero como al hablar de la fiebre primitiva y secundaria ten- drá que llamar nuestra atención la calentura gástrica nos limitaremos á breves indicaciones sobre este objeto al es- tudiar su patogenia. 50. Etiología. Toda causa que perturbe la digestión ali- menticia en el estómago (saburra alta) ó intestino delgado (saburra baja) puede ser el motivo del infarto, saburra, co- lubíes gástrica, asieuto de alimentos, de empacho. A esle efecto predispone un débil estómago, el abuso de alimen- tos, los de mala calidad, y la inlerupcion de la elaboración gáslrica ó duodenal por causas accidentales, como una ines- perada noticia, el miedo ó intensos trabajos mentales. Estas causas no obran producieudo la calentura sino dando motivo á una enfermedad que puede escitar la circulación cardiaco- vascular, ó limitarse á los efectos locales: en este segundo caso no pasa de ser una indigestión, la colubies gástrica de Pinel; en el primero se présenla la calentura que por razón de la causa que la oscila se la da el nombre de gáslri- ca. Pero hay otro estado gástrico, que sin reconocer por 291 causa una indigestión marcada présenla los caracteres de una alteración muy clara de la membrana mucosa del es- tómago producida por el mal régimen, ó por influencias atmosféricas y de las que hablaremos en la patogenia de es- ta enfermedad. b'l. Sinlomatologia. Inapetencia, anorexia, propensión al vómito, mal estar general, disgusto, lengua cubierta de un barniz oscuro, amargor de boca, incomodidad epigástrica, palidez facial. Si la indigestión no es fuerte, la abstinencia completa y algunas deposiciones alvinas terminan este esta- do. Lo mismo suele suceder si espontánea ó artificialmente se promueve el vómito á poca distancia de Ja indigestión, pero en otro caso los productos indigestos pasan al lubo in- testinal y se establece un mal estado del tubo digestivo que dispierta la calentura con mas ó menos intensidad; se gene- ralizan los síntomas, viene la sed, el dolor de cabeza fron- tal, duele el cuerpo, se seca la lengua, viene el pervegilio, la orina es turbia y sedimentosa. Estos síntomas del segun- do periodo no son tan caracteristico como los del primero, y si quisiésemos llevar esla calentura hasta la fiebre le po- dríamos agregar todos los síntomas mas graves de la tiphoi- dea como lo hacen el mayor número de nosofogistas. En este estado continua la enfermedad todo el primer septenario, en el que debe terminar á beneficio de la naturaleza ó del arte porque si pasa al segundo debemos recelar su tránsito á otra enfermedad. La terminación mas favorable es la diarrea. 52. Patogenia. Se me preguntará sin duda cual es la pa- togenia, ó la naturaleza de la calentura gástrica. Aqui debo detenerme un poco porque es preciso presentar algunas ideas importantes sobre las variedades con que se presenta la afee- cion local que dá origen á esla calentura. Es muy clara y para nadie dudosa la clasificación de las saburras gástricas por indigestión, pero no siempre es tan obvia esla causa por- que no precedió empacho y los síntomas no son tan manifies- tos. Esta dificultad que hemos tocado al final del párrafo (50) es la causa de mil disputas sobre las indicaciones terapéuticas. Vamos á ver de cuautos modos puede afectarse el estómago dando siempre por resultado la calentura gáslrica. 1.° El alimento cualquiera que sea su calidad ó cantidad no pudo elaborarse por el estómago, lo que puede suceder por mil variadas circunstancias y se produce una indigestión. Basta muchas veces una gícara de chocolate para causarla. El estómago, centro de la vida de conservación, relacionado con todas las visceras del cuerpo humano, sufre una alteración incómoda, su circu- lación capilar se perturba, su sistema nervioso, de una im- portancia y conexiones inmensas, irradia su estado mór- bido, como irradía su bien estar fisiológico impresionado por alimentos de buenas cualidades, y el corazón loma parte y viene la calentura: todo el organismo se resiente del estado de la viscera central con ese disgusto de mal estar que remplaza á la sensación de placer en las bue- nas digestiones: el dolor de los senos frontales manifiesta la parte que toma el encéfalo que tan unido está con el centro gástrico. La patogenia, pues, de la calentura gás- trica por saburra, es el cambio orgánico que ella produ- ce sobre esa membrana mucosa, rudimento de la anima- lidad, verdadera base de las funciones de nutrición y que tiene tanto número de relaciones. Mientras que la en- fermedad no pasa de aqui, el trastorno orgánico y por consiguiente funcional no presenta un carácter grave 293 y verdaderamente determinado, y por esto es que se di- sipa pronto, cede fácilmente á los recursos apropiados, y su carrera no escede de siete dias. Pero si Ja lesión de los tegidos es mas profunda, ya por no haber nlendido á la causa, ya porque el efecto gástrico no sea del carác- ter verdaderamente saburral, la afección gástrica es ya otra cosa. 2.* El mal régimen alimenticio, los condimen- tos y bebidas alcohólicas, los escesos de intemperancia predisponen mal el estómago que se resiente á un peque- ño esceso, ó bien el estado atmosférico sobre-escita su membrana mucosa que digiere con dificultad y bajo la menor causa se altera, se irrita, sus vasos capilares se inyectan y aparecen los síntomas de la calentura gástrica con sensación epigástrica, sed, lengua seca, y calentura, dando lugar á una afección cuya patogenia es irritativa: esle modo de ser gástrico es el mas frecuente que sostiene, por dos septenarios, la calentura. Es muy importante esta distinción porque si bien en su carrera presentan los mis- mos temores, su plan curativo es, algún tanto variado. 3.' Cuando las afecciones gástricas ó se presentan en sugetos de idiosincrasia hepática, ó la cansa ha sido el abuso de li- cores, ó una irritación sostenida sobre el estómago por el calor del clima desenvolvió esta irritación, porque ya sa- bemos la íntima é imprescindible relación que exisle de te- gido y funcional entre la piel y las membranas mucosas interiores, entonces, digo, esta irritación se trasmite al hí- gado y se presenta la calentura biliosa con los mismos ca- racteres que la gáslrica, pero con la adición del tinle ama- rillento que indica la sobre-escilacion hepática, con el ca- lor mas intenso y acre, y la sed insaciable, Esla varie- dad es la que vieron Tissot y Stoll como estacional; y 294 Sprengel como epidémica, ne aqui las diversas variedades de calenturas gástricas que dieron lugar á las fiebres lla- madas biliosas, ardientes, y á las calenturas gástrico-biliosas, á las fiebres coléricas y aun al cólera-morbus que algunos autores quisieron colocar eu esta clase: Ballonio fué el pri- mero que la dio el nombre de liebre gáslrica. Esta calen" tura, asi considerada, es la base de todas las fiebres para jos localizadores y también para los que quisieron simpli- ficar esla clase, y para Odier el elemento básico de todas demás. Nosotros pensamos que en realidad no se pueden confundir todas las alteraciones gástricas que pueden pro- ducir calentura, porque si bien el fenómeno piréclico es igual, la causa y la patogenia de la enfermedad es diver- sa, como, por no ser mas difusos, vamos á probar en su terapéutica, 53. Terapéutica de hs estados gástricos con calen- tura.—La colubies gástrica alimenticia no nos debe ocupar mientras se limita á una simple indigestión sin presentar ca- lentura; nobslante como es una causa frecuente de ella con- sideraremos su curación como el primer grado de la calen- tura gástrica, en el cual los signos que nos demuestren la existencia del aparato gástrico exigirán los evacuantes te- niendo presente aquel consejo de Hippócrates que nos pre- viene eliminar por arriba las saburras estomacales y por abajo las saburras bajas. Pero adviértase que son muy po- cos los casos en que el Médico es llamado con tal opor- tunidad que las indicaciones del vómito sean claras y exi- gentes, porque las saburras del ventrículo pronto bajan á los intestinos y entonces la mas clara indicación es la prescrip- ción de los purgantes salinos, la dieta absoluta, los diluyen- tes. Desde la doctrina de Broussais se habia repartido un 295 terror pánico contra los eméticos, que se suponía aumenta- ban la irritación del estómago é intestinos, pues que ella era la patogenia de las calenturas gástricas, pero realmente sus exagerados temores no estaban fijos sobre estos esta- dos sino sobre aquel que constituye una de las variedades de la calentura gástrica que el célebre reformador consi- deraba como gastro-enteritis. En su tiempo y bajo la in- fluencia-del brunismo y de la práctica de Stoll y en la in- fluencia casi universaldel humorismo es cierlo que se abu- saba del emético contra el que se declaró la escuela fisioló- gica. Nobslante, la razón y la experiencia apoyan su adminis- tración y la importancia del plan evacuante en las verdade- ras calenturas gástricas del primer grado; es decir sabur- rales, por indigestión y en el primer septenario. 54. En las calenturas gástricas del 2.° y 3,er grado la importancia del vomitivo es mas problemática, porque pueden no existir materiales que espulsar y el trastorno que causa el vómito puede agrabar la modificación irrita- tiva que sufre el estómago. En este caso es preferible la administración de los preparados salinos laxantes como el crémor de tártaro, el sulfato de magnesia, que á un mis- mo tiempo limpian las impuridades y se oponen á la des- composición séptica. En esla variedad de la calentura gas- trica pueden convenir las evacuaciones moderadas de san- gre al epigastrio, cuando, convencidos de la vacuidad del estómago, reconocemos señales de irritación gástrica, lo que se demuestra por la intensa sed, la sequedad, rubicundez, y temperatura elevada de la lengua. 55. En las calenturas del tercer grado apenas está in- dicado el vomitivo, y por el contrario la razón dicta los evacuantes inferiores, el uso de la mistura de crémor las 296 bebidas subácidas y las evacuaciones de sangre locales al epigastrio, ó al ano según temamos ó reconozcamos con- gestiones, sanguíneas al estómago, intestinos ó hígado. Sea- mos justos: dice muy bien Brousseais «los siolomas biliosos se curan mas pronto y seguramente por las sanguijuelas aplicadas al epigastrio, ó solamente por la abstinencia y por el agua que por los eméticos.» Efectivamente la dieta absoluta, el agua de cebada, suelen ser suficientes en su gra- do de menor intensidad. Jamás la causa local que produce esla enfermedad, reclama la sangría pero podrá exigirla la calentura en sugetos robustos, jóvenes, ó de buena cons- titución, según lo hemos indicado en otra parte (47.) Esta forma de la calentura gástrica biliosa es la que des- cribe Frank bajo el nombre de biliosa-inflamatoria, y bi- liosa-reumática que no merece formar una variedad á no querer admitir tantas como fenómenos pueden acompañar- las. Como al hablar de la fiebre esencial secundaria te- nemos que volver al tratamiento de la calentura gástrica, sea suficiente lo dicho para comprender la base de su the- rapeutica, que puede ser variable en su carrera segundos exigencias muy atendibles; su patogenia y los síntomas ac- cidentales que pueden presentarse. Debemos nobslante ma- nifestar que apesar de la exactitud con que Stoll y también Odier describieron la calentura biliosa, como estos eminen- tes prácticos llevaron su intensidad hasta estralimitarla de su localizacion primitiva para presentarnos la fiebre esencial secundaria, no hemos querido fijar mas que su verdadera y simple fisonomía sin recargarla con rasgos que no son suyos sino de una grave lesión general á que dio origen la afección local. 56. Calentura mucosa, adeno meníngea, adennopiria.— 297 Irritación de la mucosa gástrica con secreción folicular au- mentada y acompañada de calentura.—Notable es esla enfer- medad por su carácter grave y su tendencia á terminar en la fiebre. Fué descrita bajo el nombre de fiebre cotidia- na por los antiguos que la consideraban como una afec- ción humoral;, llamada latica por Avicena, y perfectamente descrita por Galeno, mereció ser estudiada por Baglivio bajo el nombre de mesenlerica,. pero que la distinguió muy especialmente con el nombre de linfática, por Boderer y Vagler bajo el de enfermedad mucosa, de adenomeningea por Pinel y de odennopiria por Alibert, y que Chomel y con él Valleix comprenden en la palabra fiebre tiphoidea. ¡Cuan- ta inexactitud y cuanta confusión! Es preciso separar la causa de su efecto, y lo simple de lo compuesto. La ca- lentura mucosa es una entidad de origen local, una modi- ficación de la membrana gaslro-entérica que nada tiene que ver con la fiebre tiphoidea como vamos á> demostrar. 57. Etiología. El uso de alimentos de mala calidad, la permanencia en lugares húmedos y pantanosos, las esta- ciones frías y húmedas, los pueblos lluviosos sobre todo si están en baja localidad y con poca ventilación, son cau- sas abonadas para dar orígeu á esta enfermedad y muy especialmente en sugetos de temperamento linfático, en ni- ños y viejos, en personas depauperadas. Suele presentarse bajo la influencia de ciertas constituciones atmosféricas en las que los vientos del Norte en estaciones de verano no permitieron la depuración periférica presentándose luego el otoño húmedo y frió. Esta enfermedad fué la que hemos observado en la epidemia que en 1853 reinó en Noya y sus inmediaciones, y la que bajo variados nombres obser- varon Baglivio en Roma y Wagler en Goltinga. 298 58. Sintomatologia. Fácil nos sería recargar el cuadro sintomatológico de esla calentura, ya porque la hemos ob- servado muchas veces desde su faz mas sencilla hasta la forma mas grave, ya porque mereció ser desiripta por eminentes profesores ¿Pero que haríamos con agrupar alre- dedor de esta entidad mórbida todo cuando mas grave pue- de acompañarla mas que oscurecer su diagnóstico? Su invasión es lenta, sin gran aparato; mas bien son fenóme- nos generales de malestar que sintonías locales: ape- nas escalo-frio, apenas calentura, un disgusto general, anun- cia la enfermedad. La frecuencia del pulso, apenas á ve- ces notable, el calor sin gran exageración, la lengua hú- meda y blanca cubierta de un barniz que llega á parecer con notable exactitud como si se diera un baño con nata de leche; poca sed, y si alguna hay al querer beber re- pugnancia á los líquidos; bascas mas bien que vómito y si este se realiza, por promoverlo, se espelen humores gluti- nosos, se notan pequeñas aflas en las encías, y labios: abatimiento; disgusto; insomnio: recargos por la noche sin grande intensidad, lo que autorizó el nombre que le die- ron los antiguos de cotidiana: apenas dolor de cabeza: ori- na turbia, sensación dolorosa al quigastrio. Con estos sín- tomas, de aparente benignidad, el mal llega hasta la pos- tración, al delirio bajo, á los borborigmos, al meteorismo, y á la verdadera postración, anunciando que la afección gastro-intestinal llevó á los centros orgánicos la intoxica- ción y la septicidad. Decia muy exactamente Baglivio: en céleres ruince: en precipitia; en repentina mala, et slupente medico ac malignilatem aecusante ceger in manibus citó citó perit: vera dico, experta dico, sancleque af firmo. Asi hablaba este célebre Médico afectado aun por enfermos que tenía 299 entremanos, observando que la malignidad de la pituita da- ñaba la sangre: he aqui anunciado el tránsito á la fiebre por Baglivio, Es esta calentura de larga duración, como todos los males que no tienen un verdadero carácter in- flamatorio. Pero témase mucho su prolongación cuando se estiende á mas del primer septenario por simple que pa- rezca. Gran peligro hay en el segundo septenario y emi- nente en el tercero, porque los humores segregados de un modo patológico en el tubo intestinal degeneran y dan lu- gar á la fiebre, que no se cura, por lo regular, no destruyen- do el foco de seplicidad. Baglivio encargaba mucha vigilancia; atribuía su gravedad á los remedios inoportunos, y en ver- dad que Baglivio parecía presentir la época de las flogo- sis á las que era muy inclinado. Es siempre grave esta enfermedad. 59. Patogenia. ¿Cual esla naturaleza de esta calentura? A la verdad y apesar de tanto como se ha dicho sobre ella yo la considero aun mas fácil de comprender que la gástrica mas sencilla. La calentura mucosa es el catarro de la mem- brana gastro-enterica que en su variada estructura, en sus relaciones innumerables, en su esencialidad funcional, en sus funciones secretarias debe verse como una membrana de notable organización. Las causas que promueven esta en- fermedad, las predisposiciones que reclama, los síntomas que présenla, todo indica que está modificado el tegido de nn modo que afecta sus secreciones, sus exalaciones, sus funciones, sus relaciones y hasta su modo de existencia. No es una irritación simple, ¿logística; es una irritación secretoria, notable, de carácter especial, pero cuyo ele- mento flogístico es bajo: hay una modificación de tegido que pierde pronto el elemento flogístico que puede tener; 300 por esto la sed no molesta, la lengua está húmeda, las sim- patías son oscuras. Asi se esplica la influencia que en su producción tienen las variaciones atmosféricas sobre todo cuando las estaciones son variables, y constan les en el es. tío los vientos frios y secos y los otoños húmedos y fríos. Bajo estas intemperies, las mucosas se afectan; vienen los catarros y los males consecuentes al defecto de depura- ciones periféricas, y sobre todo en sugetos linfáticos en los que las funciones de estas membranas tienen ya fisioló- gicamente cierto grado de desarrollo. Baglivio ya notó, y después fué opinión muy general, la facilidad con que se afectaba el mesenterio en esta calentura. Wagler dice haber hallado en los cadáveres señales de inflamación en el estómago é intestinos, pero yo creo que este estado flogístico solo puede ser el engrosamienlo de tegido, su rublandecimiento y la hipertrofia folicular, lo que con- viene con las observaciones de Chomel en su tiphoidea mucosa. Pero no siendo mas que una afección de la membrana mucosa gastro-enterica ¿como tan fácilmente pasa á una verdadera fiebre? La razón es muy obvia. Esta membrana es esencialmente depuradora, como pro- baremos en la patogenia de la fiebre, es al mismo tiempo de absorción elaboradora, y los humores perver- tidos, degenerados vuelven, tanto los que se segregan con malas cualidades como los que en su estensa cacidad se pervierten, al torrente circulatorio y llevan á la sangre un elemento de grave septicidad. Nobslante casi todos vie- ron en ella un elemento flogístico al que nosotros damos poca importancia, por que el que existe es de un carácter es- pecial, pasagero y no exigente, y mas bien limitado á los folí- culos que á la membrana misma; es una irritación secretoria. 60. Therapéutiea. Si quisiésemos ver representadas las épocas mas notables de nuestra historia con este mo- tivo, nos bastaría dirigir una mirada retrospecliva á las opiniones de los médicos que las representaron con jus- ta celebridad sin retirarnos tanto de la época actual que exumemos opiniones olvidadas. Baglivio represen- taría el tiempo antiguo; Pinel, la reforma contem- poránea y Chomel la actualidad. Seamos justos: el cé- lebre romano no puede olvidar el humorismo modifica- do bajo la influencia de las ciencias físicas: el gran no- sógrafo, que tiende tanto á la localizacion, proclama el solidismo: el patologista anatómico representa, en esta par- te, la doctrina casi general, que no es olra que la de la localizacion irritativa. Baglivio encarga con insistencia la necesidad de la mucha observación, prudencia y modera- ción que en esta enfermedad debe ser mayor que en otras. Aconseja los purgantes, y los diaforéticos, reprobando los tónicos que exasperan la enfermedad: bien que Ba- glivio fluctuaba entre el humorismo y una especie de simpatía hacia las irritaciones é inflamaciones, porque á un mismo tiempo veía la linfa espesa, alterada, víscida in- vadir las glándulas, el mesenterio, y la inflamación de estas partes. Es, nobstanle, su grande idea en la curación de la fiebre linfática el abstenerse de medicamentos irritantes, es- tomáticos, espirituosos, cálidos, volátiles, llegando hasta proscribir la quina. Pinel, bastante prudente y considera- do en llenar las indicaciones en esta calentura, no duda en aconsejar el emético en el principio, y el plan tónico en su agravación. Chomel, como que vé á esla calentura co- mo á una variedad de su tiphoidea. recomienda el méto- do antiflogístico En estas tres autoridades eslán reabsumí- 302 das todos las opiniones terapéuticas sobre la calentura mu- cosa. Nosotros que vemos esta enfermedad sin complica- ción, y en su sencillez sin llegar á producir un estado sép- tico geaeral; nosotros que solo nos guiamos, para resolver el problema terapéutico, por el conocimiento que tengamos de su patogenia, admitimos la necesidad de dirigir nuestra vista hacia la causa que reconozcamos haya producido la enfermedad. La enfermedad en si misma reclama la si- guiente indicación: suavizar la irritación secretoria: aumen- tar la traspiración cutánea, sostenerla suavemente: laxar con suavidad; impedir las degeneraciones de los humores mucosos, catarrales ó pituitosos que se puedan hallar en el tubo intestinal y especiar con prudencia. Cuando las bas- cas, la incomodidad de estómago, las suciedades mucosas de la lengua lo reclamen, puede, al principio, administrarse la hipecaquana. Conviene después la mistura cremorizada; diluir con infusiones teiformes; aplicar las cataplasmas emo tientes al vientre y enemas de la misma clase. A veces en la calentura que se prolonga, y en la que la sensibidad de la misma está embolada por las secreciones foliculares interesan ademas del crémor las bebidas teiformes de flor de tilo con jarabe de azar; ó las ligeras de melissa para que auxilien el desprendimiento del barniz que cubre la mem- brana; en cuya circunstancia recomienda Frank la sal am- moniaco que ya Baglivio administraba en casos semejantes. No creo indicado en ningún caso el opio que algunos usan; sus ventajas son espuestas. 61. En las complicaciones con el estado saburral gás- trico está indicado al pricipio el emético, y atender en se- guida á las saburras bajas con el crémor. Pinel no habla de esta complicación, pero admite una adeno-meningea con- 303 tinua, otra remitente y otra intermitente. No he observado nunca esta última especie que creo bien difícil, atendida la naturaleza de la intermitente y de la muccsa. Con respec- to á la remitencia, este es carácter de la calentura muco- sa é ya he dicho que por observarse en ella los recargos á la noche le dieran los antiguos el nombre de cotidiana. Frank admite una calentura pituitosa gástrica inflamatoria, que es cuando la irritación mucosa secretoria s marca con actividad y sobresale la escitacion capilar sanguínea, pero entonces esta enfermedad es nuestra calentura gástrica ir- ritativa. La calentura piluitosa-gastrico-saburral, puede ser la complicación de que acabamos de hablar, pero cuya sa- burra puede ser alimenticia, ó mucosa. La calentura pitui- tosa nerviosa, es nuestra fiebre secundaria. 62. En el año de 1858 reinaron bastantes calenturas gástrico-mucosas, cuya terminación mas favorable era el sudor por dos ó tres dias. Si este se suprimía antes de tiem- po se presentaban recrudecencias, y cuando al parecer fue- ran ya juzgadas venían recaídas que cedían al emético y á los sudoríficos. En la sala de clínica observamos estas re- cidivas que eran casi generales, queriendo demostrar que la enfermedad parecía juzgarse en dos tiempos por lo que los antiguos llamaban lysis. En muchos casos solo se podían clasificar por calenturas gáslrico-catarrales porque se veia afectada también la mucosa traqueal. Fueron benignas y apenas ninguna degeneraba en verdadera fiebre, lo que no podemos considerar como una complicación, sino como un tránsito. 63. Calentura gástrica verminosa. No vamos á hablar de las lombrices, y también pudiéramos suprimir este pár- rafo, pero como tanto se dice de la calentura que ellas 304 causan me será preciso dedicarle dos palabras. 64. Etiología. Esta calentura promovida por un helminto conocido en su especie por el ascárides lumbricoides es propia de los niños en quienes predomina una caquexia linfática, y en las niñas particularmente según lo observó Hippócrates. Las secreciones foliculares del tubo intestinal y una especie de so- bre-escitacion de esla membrana produce mucosidades que a mi modo de ver tienden al desarrollo vermicular, yá que no vea estos productos animales como efectos de la tendencia de los humores segregados organizables á orga- nizarse; pero sea de esto lo que se quiera lo cierto es que los niños linfáticos, las mugeres de este temperamento pa- decen frecuentemente afecciones verminosas; á lo que sin duda contribuyen las aguas, el mucho uso de las leches, los alimentos grasientos. los países húmedos como lo observó Baglivio en su célebre memoria sobre este objeto. 65. Sinlomatologia. Un sin número de fenómenos suelen acompañar la calentura que nos ocupa, y hasta tal punto que no hay síntoma que no se atribuya á las lombrices, viendo siempre esla causa en las convulsiones, los ataques cerebra- les, las diarreas, los cólicos, las indigestiones de los niños, que si bien causan gran daño no siempre son ellas los agentes del sin número de males que en esta edad pueden padecer- se. Y cuidado con este error que hace á veces descuidar en- fermedades que reclaman eficaces tratamientos. Pero limi- témonos á la calentura: ta lengua blanca y con pequeñas pintas rojas, un olor ácido especial del aliento; la incha- zon del epigastrio y abdomen; la dilatación de la pupila; el color perlado de la conjuntiva; el prurito incómodo de la punta de la nariz; el rechinamiento de dientes; los do- lores de vientre; la orina lechosa; las dejecciones como 305 de ralladuras; los grifos, y saltos en sueños; son los sín- tomas mas característicos de la existencia de lombrices pro- duciendo calentura. Mucho pudiera recargar este cuadro si quisiésemos imitar á muchos Autores respetables, pero nos contentamos con lo mas característico, anunciando que pue- de sobrevenir la convulsión, el sopor, y la apoplegia; pero estos sucesos no son lo que debemos buscar; no son re- presentativos de la existencia constante de la enfermedad que indicamos. 66. Patogenia. Según mi modo de ver siempre es la pa- togenia esencial de la calentura verminosa la supersecre- cion mucosa que engendra las lombrices, y producidas es- tas, los fenómenos que su existencia causa, no solo locales sino generales bajo la influencia del sistema nervioso, ha- cen de esta enfermedad un modo patológico grave desde una afección sencilla hasta la perforación intestinal que ob- servaron Bonnet, Carrón y otros. 67 Therapéutica. Complicadísima es la therapéulica de esta enfermedad, por que en ella se pueden presentar mil ac- cidentes á que se debe atender; pero si la consideramos en su simplicidad debemos aplicarla las mismas indicaciones que hemos admitido en la calentura mucosa. Los laxantes. los sub-ácidos, los antielminticos, be aqui los medicamentos mejor indicados: pero si el niño es robusto, si tememos con- gestiones cerebrales, si se anuncian las convulsiones, en este caso hay que atender al cerebro y al sistema nervioso: las sanguijuelas algunas veces, sin abusar; los antiespasmo- dicos, los revulsivos inferiores son necesarios en estos ca- sos. Cuando la elevación epigástrica y abdominal existan, sin señal de notable irritación, convienen los calomelanos con el ruibarbo; los enemas atemperantes y mucilaginosos, 306 ó de lecbe y azúcar. Si hay cólico se usa del aceite ricino con el de almendras ya á cucharadas ya en lavativa; las fricciones con bálsamo tranquilo; las cataplasmas emolientes. Y advertimos que no hablamos de los anlielminlicos que pue- den tener lugar no habiendo calentura, pero que en esle ca- so remedios escitantes fuertes pudieran comprometer la vi- da del niño: no es nuestro objeto tralar de las lombrices apireticas sino de la calentura que lleva su nombre y que mas bien es una variedad de la calentura mucosa. Nobs- lante se puede echar mano para su curación del calomel, del ruibarbo, del aloes, de la infusión de la raiz de grana- do, dejando el estaño, la ruda, los mercuriales internos, el alcanfor, y otro gran numero de remedios para el estado crónico de la afección, 68. Calentura reaccionaria de incubación. No entra en nuestro objeto actual el hablar de esla calentura, porque la causa que la produce pertenece á olro articulo; á la patogenia y etiología de la fiebre, en cuyo lugar hallaremos cuanto es preciso para conocerla y para reconocer preceptos prácticos de la mayor importancia. Ya sabemos que la palabra ca- lentura siempre representa lo mismo, (p. 28 hasta 40), y que la clasificación hecha solo se refiere á su etiología: no es preciso, pues, volver atrás para comprender que la lla- mada de incubación es aquella en que el organismo resiste la influencia de causas estrañas que intentan sellarlo con su acción: es aquella que preludia todas las erupciones de ín- dole tan diversa; es la manifestación admirable de una ley del organismo que resiste sufrir la influencia de agentes que le son estraños. Pero esta manifestación es local cuando el agente limita su acción á una parte; es general cuando su influencia tiende á obrar estrañas modificaciones sobre 307 la generalidad del organismo, y en este caso la centinela alerta es el sistema cardiaco-vascular bajo la influencia de una inervación poderosa: sistema cardiaco-arterial que re- dobla su acción exagerando todas sus condiciones orgáni- cas hasta la irritación, y hasta la flogosis, por decirlo asi, de estos órganos que llaman en su auxilio al organismo todo por medio del aumento de la circulación arterial. Valleix, nobstante, no parece admitir como probada la irritación vascular en la calentura, bien que este Autor tampoco ad- mite mas que la forma tiphoidea. No deja nobstante de ha- cer, sobre el estado de su iniciación, flogístico y irritativo que obligó á Chomel á admitir el error de suponer posible la forma de tiphoidea inflamatoria, algunas reflexiones nota- bles. «¿Quien no conoce desde luego,.dice, que una forma que no se manifiesta sino el principio (la forma flogística, nuestra calentura) tiene algo de singular?» Mucho en efecto; pero Valleix no resuelve la duda porque no vé que cuando existe al principio ese elemento inflamatorio general en al- gunas fiebres graves, ese período no es la fiebre que aun no se desarrolló; es la reacción orgánico-general, es nuestra calentura. Yo no sé que pensar cuando oigo decir á hombres tan eminentes «era preciso demostrar que estas fiebres de- signadas con los nombres de calentura inflamatoria, biliosa, mucosa, nerviosa y adinámica, no son otra cosa que la ca- lentura tiphoidea.» Repetimos lo que ya hemos dicho; si la sencillez há de ser á costa de la verdad; si en medio de las tinieblas vemos una luz que nos guia por un camino esca- broso que nos lleva al asilo, la preferimos á una claridad que nos deslumhra y no nos deja reconocer el camino á don- de vamos: esa admirable antorcha que nos ciega es como el canto de la sirena que nos seduce. Veremos con la cía- 308 ridad del dia las dos entidades distintas, calentura y fiebre; representando la una las leyes de la conservación orgánica, representando la olra el principio de destrucción, y ambas ostentando su poder por fenómenos claros y distintos que clasifican su naturaleza, por síntomas. 69. Estudios sobre la fiebre. Ya se habrá comprendido, por todo lo que precede, la inmensa importancia que tie- ne el estudio de esa entidad mórbida que tanto nombre me- reció en todas las épocas de la ciencia y que tantas polé- micas produjo entre observadores eminentes. Nuestra idea parece cerrar todas las discusiones, si conseguimos probar la unidad de su causa y la unidad de sus efectos esencia- les, cualquiera que sea la denominación que reciba, por variada que se nos presente su fisonomía y por diversos que sean los trastornos orgánicos que promueva. Efectiva- mente, separada la calentura de la fiebre por su etiología, por su patogenia y por su terapéutica, nos resta solo reu- nir bajo una denominación; bajo una misma clave y lo que es mas seguro, bajo un mismo razonamiento todas esas en- tidades multiformes, innumerables que constituyen hoy to- das las especies de fiebres tiphoideas y de tiphus; idea ló- gica que se desprende como una consecuencia necesaria del estudio de la fiebre separada de la calentura y de la pire- xia. La unidad de causa y de efecto será la prueba mas relevante como consecuencia de una serie de razonamientos que comprueban la razón y }a experiencia. 70. He definido la fiebre (11) con toda la posible cla- ridad indicando en la definición una causa y un efecto: so- lo asi podemos aspirar á reunir todas las enfermedades eo las que probemos identidad de causa y de patogenia. Nues- tra definición no es descriptiva por que estas definiciones 309 tienen el gran defecto de ser inexactas y variables siempre que una entidad morbosa se rodee de circunstancias espe- ciales que le den una fisomia diversa; mientras que las defini- ciones esenciales son siempre inalterables siempre que re- presenten la verdadera causa efficiente y su constante efec- to por variado que sea el cuadro de su perspectiva. Veamos, primero, como hacer una clasificación de la fiebre, como lo hicimos de la calentura, no por sus causas ni por su patogenia ni por su sintomatologia, sino únicamente por las circunstancias especiales en que su causa se desarrolla y obra. Y nótese, para reconocer toda la sencillez de nuestra idea, que en las pirexias hay divisiones de importancia, por egemplo la de genuinas y especificas: nótese que en la calen- tura existe alguna cosa que autoriza cierta variedad en su cau- sa eficiente, como las producidas por saburras gástricas y las que lo son por irritaciones de la mucosa; pero en la fiebre no estamos autorizados para tales divisiones ni por la causa ni por la patogenia y solo únicamente por variables circustan- cias en que se desarrolla esta misma causa v. gr. la causa viene de afuera ó se engendra dentro; la causa se desarro- lio en un país ó en otro; la causa obra en el sitio en que se desenvolvió ó fué trasladada á otra parte. Asi es que un examen comparativo, entre la pirexia, la calentu- ra y la fiebre, dá á esta última mas unidad, mas simpli- cidad en su estudio, mas facilidad en la apreciación de su patogenia, y en fin mas exactitud y verdad en su terapéuti- ca. Ensayemos, pues, la única reforma que la nosología piretologica reclama en nuestros dias, y estudiemos des- pués su etiología general, la naturaleza de esa causa uni- versal, sus efectos; la patogenia, en fin, de la fiebre y su terapéutica. 44 310 Tiphoidea. • • • « Tiphus europeo. S, pq/Primitiva*. . ■ 1 Tiphus americano Tiphus asiático ....•»• Tiphus africano. Secundaria. m- x. a n ÍPor calentura{ Tiphoidea,.] ^trica# h ♦ • Esporádica. Endémica.. Epidémica. Contagiosa. 3Í1 Afectando con predilección. El cerebro (cerebral, atáxica.) El tubo intestinal (séptica, pú- trida.) El sistema nervioso general adi- námica.) Endémico., Epidémico. Contagioso. .(Afectando pro-[Desde la tiph- . ] fúndame nte el ] nia hasta el so- .(cerebro. /por tiphico. » • • ÍvnAnm\.n ÍCon variados síntomas como el Ende^co.......vomito. (Vomito negro.) Lontagioso......(ictericia. (Fiebre amarilla.) ¡Endémico.......1 Con variada intensidad. (Cóle- j Contagioso......trina, cólera.) ! Endémico... Contagioso.. Con afección glandular. (Bu- bón) Con disolución humoral. (Peste k pútrida.) Mucosa.. . Saburral. . Biliosa.. , Verminosa. Afectando con predilección el, encéfalo.(cerebral, atáxica.) El tubojntestinal. (pútrida, sép- tica.) El sistema nervioso general, .adinámica. 312 71. De su etiología general. Quisiera dar á esta im- portante cuestión toda la latitud posible para que se com- prendiese bien. Siempre que bajo la influencia de circuns- tancias atmosféricas ó locales ó individuales sufra el or- ganismo humano la acción de miasmas de mal carácter desprendidas de sustancias vegetales ó animales en descom- posición séptica ó de la aglomeración de individuos, de lo- calidades mal ventiladas y no aseadas, ó de disposiciones orgánicas desconocidas, puede desarrollarse la fiebre. Los pue- blos húmedos, colocados al Sur de elevadas montañas; los puertos de mar, y las estensas rias, particularmente en las que á baja mar quedan inmensas y lodosas secas, que fer- mentan á los primeros calores del estío elevando á la atmós- fera efluvios corrompidos vegetales y animales que se pre- cipitan sobre las poblaciones al enfriarse la atmósfera; los lugares en qne se cultivan y corrompen los depósitos de lino; las inmediaciones á los estanques, y lagunas que pier- den sus manantiales, ó se disminuyen en el verano; Jas orillas de mas ó menos caudalosos ríos cuyas aguas se de- positan para riegos sin suficientes precauciones, son las mas poderosas causas de la fiebre. El acinamíento de enfermos en los hospitales, en los que efluvios de toda especie impreg- nan su atmosfera: las cárceles, los presidios y casas de corrección en las que ni hay la ventilación necesaria, ni la limpieza, ni un calculo prudente para la admisión de personas, son también causa de la fiebre. Las emanacio- nes que se elevan de estos mismos enfermos cuando no se tiene la debida separación y los males adquirieron un ca- rácter grave, pueden ser su origen. A esta fiebre se la debe llamar primitiva, porque no reconoce otra alguna enfermedad como causa, es una intoxicación miasmática, 313 y los efectos y alteraciones que esta causa produce, es su verdadera patogenia. 72. Cuando la intoxicación es por efluvios emanados de rios y pantanos, suele presentar el carácter intermiten- te; tercianas y cuartanas, quo por lo común son endémi- cas ó propias de ciertas localidades. Cuando á un mismo tiempo son vegetales y animales toman el tipo de conti- nuas ó remitentes typhoideas. Cuando estos miasmas ad- quieren una suma intensidad bajo la influencia atmosférica europea ó de las atmósferas carcerarias ó hospitalarias, ó de grandes reuniones como de egércitos, de buques es el ty- phus nostras, nosocomial, naval, castrense. Cuando estas mismas causas desarrollan su acción bajo el cielo asiático es el cólera ó tiphus asiático. Cuando se desenvuelven y obran en el clima del Egipto es el tiphus de levante, la peste. Si estas causas emanan de los diversos puntos de América, es el tiphus americano, la fiebre amarilla. ¿Y por que razón un mismo agente ha de dar origen á males tan diversos? Las causas las mismas, la enfermedad idéntica, pero las influencias atmosféricas dé tan diversos países, y las variadas constituciones y temperamentos de sus habi- tantes les dan ese carácter de insidiosa desemejanza. Las tisis, las pneumonitis, las escrófulas, las sífilis son siempre una misma cosa ¿por que no la fiebre? No hay mas que una fiebre como una sífilis, ni mas que una inflamación, y una viruela, por mas que aparezcan con variable intensi- dad y síntomas especiales. ¿Que fué la viruela en su ir- rupción en América? ¿Que fué la sífilis en su aparición en Europa? El cólera lo demuestra, la peste misma y la fie- bre amarilla. «Sobre esta última ya presentan la misma idea varios autores y el mismo Bouillaud al rechazar con su acostumbrado tino la opinión de Cornuel, vislumbra la verdad á medias, pues que cree que en un cierto núme- ro de casos referidos de la fiebre amarilla solo se trata- ba de una typhoidea: yo creo que serían la misma cosa; pero ya veremos esto mas adelante, 73. El miasma bajo tales influencias geográficas y obrando sobre tales constituciones intoxica poderosamente el organismo; su acción es destructora, mortífera y ni aun dá tiempo á que se despierte en el bomhre el instinto orgánico de resistencia á su destrucción: hé aquí el período álgido del cólera ¿lo vence la naturaleza? pues está venci- do lo principal y el organismo se resistirá; vendrá la reac- ción protectora y el enfermo peleará con la muerte: su marcha, desde el momento en que se dio aliento á la vi- da que habia sobrecogido el veneno, será la que sigue la fiebre typhoidea y como en ella, el enfermo se salvará ó morirá como salvan ó mueren los typhoideos. El Dr. Pi- doux reconoce «este estado de vitalidad morbosa que se desenvuelve muchas veces bajo la influencia de gérmenes en incubación, dando lugar á un nuevo modo de existen- cia, que yo llamo reaccionaria, y que cuando procede con el orden y la regularidad de un ser ó de una función, or- dena los actos de la vida eliminando la materia ó impo- niéndole sus leyes: entonces la salud recobrará su ac- tividad naturalmente dominante: por lo contrario, que la vida mórbida no se individualice francamente; que la se- paración no se haga bien entre los elementos sanos y los elementos iosanos del organismo.... y todo el hombre se- rá alterado hasta lo mas íntimo de su organismo.» Esta fuer- za de vida, esta fuerza verdaderamente mórbida, de que habla Pidoux, es la ley vital de resistencia: todos los males 315 son mortales si ella falta. 74. Es el hombre, á la verdad, el mismo en todas par- tes, y criado para habitar lodo el globo terrestre; resiste todas las intemperies, y se hace superior á la fuerza de los elementos. Empero el hombre es nna frágil máquina que su fuerte razón domina y dirije hasta un punto increí- ble, y la Razón suprema al formarlo ha querido ensayar su omnipotencia creando una maravilla, y un portento. Es- tas ideas, ciertas sin duda, no deben exagerarse. Este hom- bre uno está sujeto á la influencia de los climas que le modifican, Je afectan, le robustecen ó le enervan. Y no so- lo los climas sino las mismas topografías locales obran so- bre él. Tengamos también olra cosa presente. Los agentes que le modifican, le sostienen ó le dañan, tienen igualmente un poder diverso bajo latitudes diversas, y variadas locali- dades. Y no se crea esto una paradoja, porque la minerali- zacion y la vegetación nos dan la prueba de esta verdad, y el hombre en su condición sociable se presenta también fisica y moralmente marcado con el sello de su habitación, de su nacimiento geográfico. El vegetal y el animal osten- tan el uno sus virtudes medicinales ó tóxicas, y el otro su mortífera ponzoña, ó su natural lozanía bajo dadas con- diciones geográficas, y topográficas, fuera de las cuales pa- recen estinguidas sus cualidades, ó á lo menos modificadas. Apliquemos esta doctrina á nuestro objeto. 75. Las mismas causas, pero modificadas en su ac- ción, exageradas en su actividad producen [en Europa el typhus nostras, en América la fiebre amarilla, en el Asia el cólera, la peste en la Siria. Los miasmas pútridos son la causa en todas partes de la enfermedad typhoidea, pero esta misma causa bajo una localidad que la active como una 316 cárcel, ó un hospital, origina el typhus. Si estas causas se desarrollan bajo la latitud de las Antillas y en las estacio- nes calientes, á orilla de los ríos cenagosos y egercen su acción especialmente sobre hombres no habituados en aque- lla atmosfera, el typhus se desarrolla, ó mejor dicho la afección tiphoidea produce una general intoxicación que in- teresa especialmente y fija su acción predilecta, apenas de- senvuelta, sobre el sistema gaslro-hepático: hé aqui porque sus síntomas en el primer período tienen un parecido con la hepatitis: y una desemejanza con la typhoidea. Hé aqui también porque es una opinión muy común la de que la fiebre amarilla es una intermitente perniciosa. Pero si el enfermo no sucumbe bajo la primera impresión de la cau. sa destructora, en el 2.a período se declaran los síntomas y la marcha de la fiebre typhoidea. Efectivamente las en- fermedades dominantes en nuestras Antillas.son las hepáti- cas. Todos Jos años tenemos consultas de indígenas, y es- pañoles que vienen á Europa á buscar su salud, y casi to- dos presentan las enfermedades hepáticas, obstruciones, in- fartos, hidropesías, diarreas biliosas, ictericias, etc. 76. Si en el Indoslan, á orillas del Ganges obran esas mismas causas que en América desarrollan la fiebre ama- rilla, allí esos miasmas matan de la misma manera pero tomando una nueva forma que se denomina cólera. Todas esas vanas disputas sobre su naturaleza y asiento son de ningún valor porque si llevan el objeto de designar los estragos del organismo que sucumbió á su acción, estos estragos son efectos frecuentes pero no constantes; pero efectos que una vez producidos no los corrige la ciencia, y si con esas discusiones se piensa llegar á comprender por que la causa produce tales efectos es remontarse á la esen- Sil cía de la causalidad que los hombres no penetran en nin- guna ciencia. Esas causis producen una intoxicación que sin saber por que lleva su acción preferente y mortífera so- bre los centros de inervación orgánica. Vénzase su primer efecto, y que su brusco ataque no mate rápidamente la vi- da nerviosa, y se recobrará la esperanza, siguiendo su mar- cha la enfermedad como una fiebre de mas ó menos in- tensidad. Sucede en el cólera como en las intermitentes perniciosas: venza el médico el periodo álgido y esta victo- ria será un rayo que le aliente en sus esfuerzos para ven- cer el mal. Es bien sabido que en los Asiáticos el sistema inervador tiene una susceptibilidad escesiva: física y mo- ralmente el Asia es el país de las sensaciones, de los pla- ceres, de la imaginación, y de las creaciones: en ella los nervios lo sienten todo como en ninguna parte del mundo. 77. Bajo las influencias del África, en Egipto, en Cons- tantinopla las causas miasmáticas se reproducen con frecuen- cia en medio de un calor húmedo, y del poco aseo do- méstico y desarrollan la peste, en lo cual veo la predilec- ción de la causa á obrar sobre el sistema glandular, y so- bre la composición de la sangre; carbúnculos, gangrenas, y petequias: es sin duda una verdadera fiebre en que do- mina el elemento pútrido. Cuando hable del tratamiento de la fiebre no podré menos de estrañar esos elogios del plan antiflogístico en labios de muy eminentes escritores. 78. Debo nobstante hacerme cargo de una fuerte obje. cion. Se me dirá que en la fiebre amarilla, por egemplo, se observa que acomete especialmente á las personas que llegan de nuevo á habitar las Antillas y las cuales no tie- nen esa disposición orgánica en armouia con la acción del agente morboso (37): cierto, y mas digo aun, no acome- 318 te sino en las costas á los no aclimatados, pero reina en- démica en las orillas de mares oenagosos. ¿Que tiene de particular que una causa morbosa siempre reinante, pero po- derosamente en las estaciones calurosas, afecte con inten- sidad y prontitud al no aclimatado, dejando inerme al que ya lo está? Sucede como en las atmósferas hospitalarias; pe- ro al fin en ellas la intensidad de la causa vence el po- der del hábito y en dadas circunstancias nadie se libra de su dañina influencia. En fin pudiera aun alegarse en con- tra de esta omnipotencia que doy al clima para que una misma causa produzca enfermedades que parecen diferentes y que únicamente lo son en la apariencia, las frecuentes irrupciones de la fiebre amarilla, de la peste y del cólera á países opuestos á su geográfica cuna; pero adviértase que en estos casos las causas endémicas se han reforzado en su tránsito al través del organismo humano para adqui- rir de este modo el carácter contagioso, y la facilidad de importación. Asi es como yo veo los contagios, y las en- fermedades contagiosas, por que para mi contagio, infección, miasma, efluvio, virus, son la misma cosa, como lo son las enfermedades esporádicas, las endémicas, epidémicas y contagiosas, y sobre cuya materia, interesante en muchas cuestiones, no está bien fijo el lenguage, porque este proble- ma en vez de hacerse cada dia mas claro á cada paso se oscurece mas en medio del deseo de espliearlo. No es una cuestión difícil de resolver y de presentar con clari- dad como veremos luego. 79. Todas las especies de tiphus que los autores ad- miten no son mas que una misma enfermedad, la enferme- dad typhoidea, nuestra fiebre de origen miasmático, la fiebre esencial primitiva en sus diversas faces, idéntica en 319 su causa, en su naturaleza, pero varia según el sistema orgánico que afecta con. especialidad. Por esta razón en las epidemias de fiebre typhoidea en unas se la llama atáxica, porque se resiente especialmente el cerebro, en otras pú- trida porque sobresale la alteración humoral, en otras se la confunde con la verdadera cerebritis, ó meningitis sien- do siempre la misma entidad. Tan distinto modo de presen- tarse un mismo mal depende también de los temperamentos y predisposiciones individuales. Estas diversas fisonomías se ven igualmente en los typhus y en Jas typhoideas: asi Mr. Jubiot en el typhus de Frioul tenia, como ya veremos, su forma y su tratamiento periódico, atáxicor ó adinámico se- gún el aspecto que la enfermedad tomaba. De la misma ma- nera sucede cuando reinan estas enfermedades, y parece que los médicos no se entienden porque cada uno le dá su nombre según los síntomas predominantes que observa. Y téngase pre- sente que estos síntomas y su gravedad corresponden también á la mayor fuerza y energía en la causa. No se me pue- de olvidar que Mr. Velpeau, hablando de la peritonitis, sien- ta nuevamente una verdad ya olvidada y es, que toda en- fermedad recibe la influencia de la naturaleza de su cau- sa y que la intensidad del mal está en relación con la de la causa: verdad que nos demuestra la diversidad de una misma fiebre producida por una misma causa pero con diverso grado de energía. También puede esta verdad servirnos para probar que una causa séptica, cual ha pro- bado Jubiot en los typhus y nosotros también admitimos en la fiebre, debe dar origen á un efecto de su naturaleza mas bien que á una flogosis, como probaremos en su patoge- nia, conformes con las ideas racionales y prácticas que ya espondremos de MM. Hervieux y Cázalas: no nos ade- 320 lantemos, pero todo está tan enlazado que se me debe- rán dispensar ciertas incursiones á otros artículos y aun ciertas repeticiones. 80. Vamos á poner en claro esla semejanza de los typhus, y á hacer una distinción importante. Nobstante de- bo manifestar que únicamente hablo de los typhus por que no puedo dejar de hacerlo hablando de la fie- bre. La diversidad que se quiere hallar no solo entre estas enfermedades sino también entre la fiebre, la atáxica, la adinámica y tantas otras especies, no es mas que ilusoria, y la prueba cierta de los médicos de la ac- tual escuela, la de la autopsia, no solo falta sino que in- troduce el cisma médico, y dá lugar á eternas disputas. Citemos por egemplo lo que refiere Bouillaud que para di- rimir la duda entre lo observado por Landouzi y Pellicot, Gherard y otros sobre la identidad del typhus de Reims y la fiebre typhoidea, cierra el debate con las siguientes palabras. «Las investigaciones recientes hechas por Mr. Pellicot, Gherard, y Fleury han dado resultados anatómicos diferentes de los señalados por Mr. Landouzy; lo que prueba de dos cosas la una; ó que las enferme- dades observadas por estos autores no eran las mismas, ó que las observaciones de que se trata no han sido he- chas en todos los casos con la suficiente exactitud.» No es preciso ninguno de estos estremos; basta que los cadáve- res hayan sido diferentes para que se hallase esta diver- sidad. Había en la antigua filosofía un principio lógico de bastante exactitud: quidquid recipitur, decia, ad modum re- cipiendi recipitur. Asi sucede en este caso: la misma causa afecta diversos órganos con preferencia y produce sus es- tragos según el estado, ó disposición orgánica délos atacados.. 321 81. La fiebre es una, única, universal en todos los paises pero las causas que la dan origen tienen algo de diferente según su origen y las latitudes geográficas. Esla enferme- dad es siempre de origen miasmático, y recibida por infección, bien sea interior, es decir, producida por una cau- sa desarrollada interiormente con motivo de otra enferme- dad (fiebre secundaria como luego veremos) ó por in- fección también interior consecuencia de evoluciones orgá- nicas, que esplica Trousseau por su melasincrisis (fiebre primitiva esporádica); ó en finia fiebre es originada por prin- cipios sépticos atmosféricos introducidos en el organismo (íy- yphoidea typhica Europea, Asiática, Americana, Africana.) Siempre es la misma enfermedad en su causa, y en sus efec- tos, y solo diversa en grados; presentando siempre un pareci- do profundo, y suma facilidad á tomar la misma fisonomía. En la época en que reinaron las fiebres en Galicia, y en toda España, y aun en Francia, en unos aparecían los sín- tomas del tyhus, en otros las parótidas gangrenosas, las petequias, en muchos los vómitos biliosos, las diarreas, y en algunos la suma postración, y la refrigeración sorpren- dente. Citaré dos casos de esta última forma. 82. Fui llamado para visitar á D/ B. S. en el 2,' pe- ríodo, el 8 ó 9 de enfermedad: el único síntoma grave que aparecía era una suma anhelación respiratoria, pulso pro- fundo y débil; la lengua húmeda y plana. Este estado se agravó; el calor natural bajó hasta la frialdad, el pulso desapareció; su cara se descompuso; las úlceras de los cáus- ticos se presentaban secas y con escaras gangrenosas; en- torpecimiento intelectual. Salió de este estado animando la calorificación con botellas calientes, sinapismos ambu- lantes, cordiales, y vino generoso en el caldo: pero lareac- 322 cion era demasiado artificial para sostenerse; este estado se reprodujo, progresó hasta su fallecimiento; se pudiera con- fundir con el cólera. D." A. T, decía el Profesor que la visitaba que había cuatro dias que fuera llamado: sus poten- cias intelectuales estaban ilesas: había suma postración, abati- miento de Jas facciones; la lengua húmeda, fresca, pero te- nia mucha sed: el pulso era imperceptible, su piel fria, la respiración laboriosa. Al momento se le aconsejaron los auxilios espirituales porque he creído próxima la muerte, que tuvo efecto al siguiente dia sin mas fenómenos que el rebajarse progresivamente la acción orgánica sin un so- lo momento de reacción. Es de notar que tenia 46 años y era robusta: parecía esta enfermedad la lypiría de los antiguos (XL1X.) 83. ¿No vemos en estos dos casos un parecido con el typhus asiático? pues bien; las gangrenas y las petequias tan frecuentes, y las parótidas son el parecido con otro typhus; los vómitos, las diarreas serán otro, y en paises mas calientes que Galicia, el parecido será mayor con el ty- phus americano, pues aqui apenas vemos las fiebres ar- dientes y biliosas de los autores que deben ser muy comu- nes en la parte meridional de España. La semejanza de nuestra fiebre con el typhus nostras es ya una cosa probada por la esperiencia; pues que esas typhoideas con sopor, respiración nasal, postración y convulsiones, no son otra cosa, y hemos visto muchos casos de estos, ape- sar de que la fiebre reinante era la fiebre estacional, porque no puedo reconocer en ella un agente séptico atmos- férico. De las observaciones hechas por Mr. Jubiot con mo- tivo de la guerra de Crimea deduce que el tiphus es una fiebre esencial de naturaleza séptica, pero con manifestaciones va- 323 riadas y cuyos caracteres constantes son el estupor, el de- lirio y el exantema muricolor. Asegura con justo funda- mento que el typhus de Crimea fué el mismo del 1779 y 1794, con solo la diferencia de circunstancias, é idéntico al typhus ferver de Irlanda y de América. Pero este sabio observador cree nobslanle diferente al typhus de la fiebre typhoidea, admitiendo por otra parte la identidad de todos los typhus. Preguntaría yo á Mr. Jubiot ¿no ha visto en epidemias de fiebre terminar y presentarse casos idénticos al lyphus mas bien caracterizado? 84. Como este punto es de tanto interés y como Mr. Jubiot reabsume las razones en que se fundan todos los que, como Tibaut, admiten la diversidad de patogenia y de etiología entre la fiebre llamada typhoidea y el typhus, y como justamente mi opinión no solo no admite esta dis- paridad sino que proclamo identidad de causa y de efec- to, con accidentales variedades, no solo en la typhoidea y typhus Europeo sino en todos los typhus bajo la denomi- nación de fiebre, estoy en el deber de presentar las princi- pales bases en que se fundan los diferentistas; pero como en esle lugar solo la etiología general me ocupa, diré úni- camente, reservando razonar en otra parle los datos de la disparidad y de la semejanza, que nadie puede poner en duda que las mismas causas pueden desarrollar la fiebre bajo todos los aspectos de los typhus variados, y que aun la esporádica puede presentarse sin lesión dothienentérica con todos los fenómenos tiphicos, quiero decir, con esos sín- tomas con que se quiere dar una fisonomía especial al ty- phus, como veremos en la sintomatologia. La fiebre hos- pitalaria, comolacarceraria, como la doméstica por insalu- bridad local, como la esporádica tienen una idéntica causa, 321 los efluvios ó miasmas sépticos, que siempre son los mis- mos engéndrense en el organismo, ó emanen de focos d infección, y cuya existencia, origen y modo de producción nos ocupará tratando de la etiología en particular, apoyo de todas y tan diversas doctrinas. 85. No siempre la fiebre es producida por influencias epidémicas, endémicas ó contagiosas, porque hay fiebre (esen- cial typhoidea) sin que se reconozca causa ninguna general, y son como un tránsito de las otras calenturas por causa local que dejamos admitidas; v. g. una calentura gástrica. mucosa, biliosa, después del séptimo dia presenta graves sín- tomas y se hace, según el lenguaje común adinámica, ó atáxica. Es bien cierto que esto sucede y entonces se pre- senta la fiebre esencial que yo llamo secundaria, porque la causa miasmática que la produce reconoce por origen otra enfermedad. ¿Como se produce? por miasmas deleté- reos emanados de focos, producidos en la carrera de estas calenturas,, sostenidas á veces por el mal régimen dietéti- co, ó por alteraciones, ó producciones del mismo organis- mo enfermo como muy en breve vamos á ver. Desde el momenlo en que se absorven, la intoxicación se com- porta como en las epidémicas, ó endémicas y se van presentando los síntomas typhoideos y aun tiphicos que toman, lo mismo que en las primitivas, el carácter do- minante atáxico, ó adinámico, según que la causa egerce una acción mas determinada sobre los centros nerviosos, ó sobre la sangre, lo que depende, como ya dejamos re- petido, de Jas disposiciones individuales. 86. Cuando reinan calenturas gástricas estacionales, ó mucosas se ven con gran frecuencia tránsitos á las typhoi- deas secundarias, y sucede también que las calenturas es- 32o porádicas pasan muchas veces á la fiebre, ya sea por el mal régimen en ellas seguido, ya por ciertas circunstan- cias individuales. La fiebre -que ha reinado en el partido de Noya en 1853 tenia esle carácter: eran calenturas gástrico- mucosas que pasaban á la fiebre casi en su generalidad. Debe reconocerse como tesis de grande importancia la si- guiente: «las calenturas gástricas, mucosas ó biliosas que pasan de los siete dias sin terminar, tienden á lo menos, á convertirse en fiebre, y es preciso no descuidarlas.» Su- cede con ellas como con las inflamaciones, que si no ter- minan en el primer septenario nos hacen temer las supu- raciones y las degeneraciones de tegido, á lo menos en las inflamaciones viscerales y generalmente en todas las ver- daderas inflamaciones. 87. No se crea por esto que soy partidario, con una absoluta sugeccion, de la doctrina de los dias críticos: creo si, que los males de cierta intensidad tienen su carrera prefijada, no por leyes inmutables, ni por la fuerza de los números, ni del sol, ni de la luna, sino por la razón su- ficiente de la causa y sus efectos, porque el organismo tan solo puede resistir la acción de una causa destructora por cierto tiempo, pasado el cual ó la causa cede y el órgano se restablece ó este sucumbe. Hé aquí la razón porque las fiebres y las inflamaciones tienen una marcha propia que puede fijarse en dias con poca diferencia y en los que ó la patogenia morbosa y el agente de acción destructora son vencidos, ó el organismo se destruye. 88. Muchas dificultades hay á veces para distinguir la fiebre primitiva de la secundaria cuando la estación in- fluye en su desarrollo, pero hay un medio fijo para de- terminarlo. Cuando la fiebre reinante es secundaria pro- 46 326 ducida por una calentura gástrica, mucosa ó biliosa que pasan con facilidad á verdaderas fiebres, todos los casos presentan este primer carácter, y muchos de ellos no pa- san de calenturas, ni toman el carácter lyphoideo: pero cuando la fiebre es primitiva se presenta muchas veces, y aun las mas, sin los síntomas que caracterizan dichas ca- lenturas. Mas sucede aun: en las primitivas el sistema gas- trico no se afecta ó se afecta apenas, y sucede con mucha frecuencia que los signos de su alteración se forman úni- camente cuando el mal tiene ya un gran desarrollo. Asi sucedía cuando reinaron las fiebres typhoideas: apenas sed: lenguas planas, templadas, húmedas, y apenas crapulosas, y tan solo á los 7, 11, 12 ó mas dias* se secaban ó se ponían trémulas y sucias. 89. Nobstante no es siempre el mal estado de las vias gástricas en un principio lo que anuncia la calentura, y no la fiebre, porque cuando hemos definido esta enferme- dad hemos dicho (11.) que la causa intoxicadora afec- tando todo el organismo fijaba su acción preferente en de- terminadas visceras, ó sistemas: puede, pues, afectar con mas intensidad el tubo intestinal, y no por eso será una calentura gástrica, y sí la fiebre que afecta marcada- mente este órgano con predilección. Asi es que cuando se adquiere por contagio, como en los hospitales, cárceles etc. no se halla ni la causa en el régimen ni en los escesos, ni en las disposiciones individuales y nobstante muchas ve- ces la fiebre se presenta con fenómenos gástricos muy marcados. Para probar que la calentura es, por lo regu- lar, la causa de la fiebre; ó para ser mas exactos en el lenguage, siempre que se quiere probar que el estado gás- trico con calentura ó sin ella pero especialmente la dis- 327 posición gastro-mucosa y gastro-saburral son la causa de la formación de miasmas sépticos que llevan al organismo el germen de la fiebre, no hay mas remedio que busca pruebas en la clínica con las cuales se demuestra que un simple aparato gástrico puede dar origen á la entidad mor- bosa fiebre porque es este conocimiento de gran interés para evitarlo, ó para remediarlo si ya existe. El ojo clí- nico del médico distingue luego la causa morbosa y su categoría. En la época de 1853 se veía ésto con frecuen- cia. En el núm. 5. de la sala de S. Sebastian entró una muger con ligeros dolores cólicos, y convaleciente ya le acometió la fiebre reinante en dicha sala: apareció á pri- mera vista como una calentura gástrica, porque la lengua se presentaba blanquecina un poco seca, pero era la en- fermedad reinante. En el núm. 9. de la misma sala se vio lo mismo mas claro. A los siete dias de enfermedad y con síntomas gástricos apareció ya la erupción typhoidea que por la intensidad de las manchas parecían mas bien pe- tequias: hé aqui como la typhoidea primitiva ostenta, á lo menos en el primer septenario, algunas veces el carácter gástrico. Por lo contrario D. A. F. apenas presentó nin- gún fenómero gástrico, ni aun la sequedad de la lengua, ni menos el meteorismo y la enfermedad llegó á toda la intensidad typhoidea haciéndonos creer que la causa había afectado preferentemente el sistema nervioso trisplánico, tal era la ansiedad respiratoria, el abatimiento, Ja disfagia que notábamos, y cuya grave enfermedad terminó felizmente en el tercer septenario. En D. A. C. la fiebre siguió su carrera afectando especialmente el cerebro: pulso frecuente y bajo, calor, dolor de cabeza: al 6.° dia delirio, erup- ción typhoidea, lengua húmeda, plana, ninguna sed hasta el 32$ sptimo y aun entouces moderada. La enfermedad en to- dos estos casos es la misma en su causa, una intoxicación séptica aun cuando su apariencia sea diferente: pero va- mos á estudiar esa causa en su origen y en su natura- leza porque lo considero de inmensa importancia para que luego veamos como aparecen los efectos de su acción y cual es este efecto ó la patogenia de la fiebre. 90. Su Etiología en particular. Sería muy conveniente saber cual es esa causa atmosférica ó orgánica que tan gravemente obra sobre el hombre. Hay en esle problema ciertas observaciones que dificultan su resolución, y que lo elevan á un grado de importancia tan notable que su resolución interesa á la ciencia toda: por desgracia acaso sea irresoluble. Cuando la fiebre se desarrolla bajo influen- cias locales conocidas se esplica fácilmente la causa del mal, pero cuando, sin estas causas, se desarrollan espon- táneas, ó bajo influencias atmosféricas no sépticas ¿quién las produce? ¿como en estos últimos casos es la enferme- dad en todo semejante á la endémica y contagiosa? Siendo producto de un miasma séptico, ó en otros términos, de una intoxicación, ¿á donde está, de donde viene ó como se produce este miasma en el organismo no viniendo de afuera como sucede en las esporádicas y en ciertas constituciones médicas? Yo veo la fiebre en todas sus faces bajo tres diversos aspectos en su causalidad. 1.° Por intoxicación venida de afuera,, ó esterior: 2.° por intoxicación espon- tánea interior bajo la influencia de una causa orgánica lo- cal ó de una disposición orgánica especial: 3.* por into- xicación interior promovido su desarrollo por causas at- mosféricas. Este modo diverso de considerar su etiología divide la fiebre bajo este aspecto: 1." en fiebre ende- 329 mica, ó por contagio: 2/ en fiebre esporádica primi- tiva ó secundaria: 3.° en fiebre estacional, por cons- titución atmosférica reinante. ¿Por qué en estos tres modos de intoxicación, no ha de tener la enfermedad la misma naturaleza, ya que vemos produce idénticos re- sultados? pero en este caso ¿qué constitución atmosférica desenvuelve interiormente esla causa? ¿cual es su natura- leza, su modo de acción? Hay en esta materia algo supe- rior á nuestros alcances. ¿Cual es este agente endémico, contagioso, intoxicador y maligno? ¿Se engendra en noso- tros mismos en ciertas constituciones atmosféricas que pro- ducen esta fiebre? Asi parece cuando ni causas endémicas, ni contagiosas fueron su origen, y porque las calenturas esporádicas gástricas, mucosas, biliosas pueden producir esa misma intoxicación dando origen á la fiebre se- cundaria. 91. No es nueva la idea de ver la causa de las fie- bres en la atmósfera. Esta verdad no se podía desconocer, pero se limitó esta idea á las llamadas calenturas entonces estacionales ó epidémicas. Sydenham, yantes que él Hipó- crates, reconoció esta influencia y aun llegó casi hasta no- sotros. Varia; sunt, dice, annorum constitutiones, qua; ñeque ealori nec frigori nec sicco,, humidoque ortum sunt debent, sed ab oculta potius, et inexplicabili quadam altératione in ipsis Ierra; visceribus pendent. Baglivio cree que la saliva se impregna y es capaz de producir las fiebres.. También nuestro Piquer dice, «como quiera que esto sea no hay que dudar que las exalaciones que van con el aire causan las calenturas al modo y semejanza con que obran los ve- nenos; y las producen de mayor ó menor actividad ó ma- licia según la mayor ó menor fuerza que ellas tienen, ó 330 de las disposiciones que se encuentran en los sugetos que las reciben.» Es nobslante Piquer partidario de la influen- cia de los astros, advirtiendo que las razones en contra de Gassendo y Feijóo no le han convencido. 92. Esla atmósfera tan poco conocida y que es el ele- mento vital, puede también contener un elemento mortí- fero que seguramente no nace en ella sino que se eleva de la tierra, parle de los grandes ceñiros de populación, casi nunca de las poblaciones rurales, tiene su origen en focos de corrupción carcelarias, hospitalarias, domésticas y aun individuales: asi es como ese elemento puro y vital se hace el vehículo de la muerte. No quiero privarme aqui de citar un libro importante, «Influencia de los climas so- bre el hombre por P..Foissac,» porque tiene la mas gran- de relación con nuestro objeto. Sean en buen hora ciertas las ventajas de la civilización bajo el aspecto social, pero confesemos que bajo la consideración patológica la huma- nidad no ha ganado. Si Foissac al reconocer las enferme- dades como una pensión inevitable de la condición humana no se inclina á ver como una causa poderosa de sus ma- les los vicios de la civilización, ni las pasiones, ni el lujo, porque vé compensados sus perjuicios con bienes inestima- bles, lo cierto es que la simplicidad de costumbres, y la vida sencilla y frugal es el gran preservativo de los males. Por esto es que las sociedades al paso que progresan y se engrandecen debieran atender mas que nunca á la edu- cación física y moral, y á la higiene: pero es todo lo contrario: mas se adelanta, mas se refina el hombre, mas se abandonan los medios de prolongarle la vida. Es muy cierto que las ciencias progresaron y progresó con ellas Ja medicina, y que, en este último siglo especialmente, los 331 preceptos de la higiene erigieron y modificaron las casas de corrección, las de beneficencia, los hospicios, los hos- pitales, etc. pero hay una apariencia de mejoramiento en esto: se me parece á aquellos casos en que llueve, por decirlo asi, dinero para obsequio del hombre que camina al último suplicio; ¡acaso por haber cometido un crimen al que le obligara su miseria! Es muy digno y justo que el ramo de beneficencia sea una atención preferente de un buen Gobierno, y que el hospital, el hospicio y el presidio estén indicando el grado de civilización de un pue- blo por su buena dirección, por su aseo y por todo lo que pueda ser útil, pero yo quisiera que no hubiese po- bres que tuviesen que ir al hospital, ni mendigos que re- cojer, ni crimenes que castigar en esas casas benéficas y consoladoras de la desgracia. No es esla una utopia. Qui- siera que la educación evitara, basta donde puede ser, esas desgracias; quisiera que la higiene pública fuera una ver- dad en los pueblos; quisiera que se acostumbrase el hom- bre al ejercicio de la caridad bienhechora: estos son los resortes para evitar la indigencia, el crimen y gran nu- mero de males. Pero volvamos al influjo de la atmósfera sobre el hombre, como causa de enfermedad. 93. Hemos visto que las enfermedades mas graves [y esas epidemias mortíferas que diezman al género humano parten casi siempre de los paises calientes en los que la descomposición séptica es mas fácil y las emanaciones ga- siformes muy considerables. Sin citar la lepra ni la elefan- cía ni otros muchos males del mismo género bastaría para probarlo el recordar el origen de la fiebre amarilla» del cólera morbo epidémico y de la pesie. El cólera tiene su originaria cuna en las orillas cenagosas del Ganges, en 332 la India inglesa y hace sus estragos rápidos en los pueblog parecidos á su cuna; pero capaz de ser trasportado no co- noce países y el calor de la India le vale tanto como el frió de S. Petersburgo. La fiebre amarilla, llamada vómi- to negro por los vómilos que suelen acompañarla es de ori- gen americano; las Antillas nos la envían con frecuencia^ pues reina casi siempre mas ó menos en Mégico, en Cuba, y en toda la cosía con especialidad. También se trasporta y la España tiene aun recuerdos tristes: nobstante pasa con dificultad tierra adentro, y no se aclimata en países fríos. La peste también toma su origen en los países calientes con otras condiciones de localidad: es endémica en la "Syria, en el Egipto, el oriente dá su germen, y desde la mas remo- ta antigüedad se la ha visto estenderse por Europa. «Ape- sar, dice Foissac, de que la vida es muy activa y muy desarrollada en los países calientes, el hombre conservaría fácilmente la salud, si no la disipase en los escesos de la gula, en los placeres que enervan, y en todas las pasio- nes desarregladas. La humedad, la frescura de las noches, y la descomposición de las materias vegetales y animales son las tres causas mas ordinarias de las enfermedades: ¿no sería, pues, fácil el evitarlas por los trabajos de sa- neamiento y aseo, y por la cultura de las tierras que con- vertiría en principios de vida las nuevas especies orgáni- cas, los miasmas pútridos que repartidos en la atmósfera llevau coasigo el contagio y la muerte? La sociedad pu- diera hacer mucho para evitar estos males que van á ser muy frecuentes á proporción que la industria del hombre uniendo los pueblos, aproximando sus habitantes y sus pro- ducciones útiles nos trae sus vicios y sus enfermedades. 94. En la epidemia que reinó últimamente no podemos 333 reconocer en la atmósfera un principio de tal naturaleza que fuese capaz de producir la fiebre reinante. En diver- sas localidades, en montañas y valles, á orilla de la mar y de los rios, en poblaciones grandes y pequeñas, templa- das ó frías, con viento sur ó norte, húmedo ó seco la en- fermedad se presentó é hizo sus estragos. Yo creo que esta enfermedad, como todas las que dependen de ciertas constituciones médicas, fué producida por cambios orgáni- cos que ellas producen y que dan origen al desarrollo de heterogéneos principios que infestan, intoxican el organis- mo. El verano de 1852 ha sido frió y húmedo, apenas se ha traspirado: le siguió un invierno frió y lluvioso, una primavera en que reinaron los vientos S. y S. 0. fríos y húmedos; el verano del año siguiente fué frió y de una in- constancia notable, pues se sucedían rápidamente tempe- raturas estremas dominando la fria. El organismo no se depuró, y estas cualidades atmosféricas han motivado la producción de principios eliminables, tóxicos y sépticos. De aqui las viruelas, las erisipelas, las erupciones y la fiebre. El vulgo quería decir algo cuando decía que aquellas fie- bres eran las viruelas, cuando inculpaba á la vacuna, cuan- do veía la fiebre y la viruela como una misma cosa; efec- tivamente son intoxicaciones interiores si bien motivadas por la intemperie atmosférica. Y téngase presente que ha- blamos de la verdadera fiebre y no de las calenturas que pueden ser estacionales como luego tendremos motivo de reconocer. 95. Trousseau que en medio de su dinamismo (LXXXI y sig.) no está demasiado bien ni con la escuela química, ni con la anatómica, ni con la nosográfica, pero que os- tentando vitalismo se acerca al humorismo mas esclusivo 334 buscando á Sydenham en su apoyo, modifica las opinio- nes de este célebre médico, que á un mismo tiempo era hu- morista y naturista (XLl.) pues que vé unas veces los hu- mores alterados producir los males, y otras considera la enfermedad como un esfuerzo de la naturaleza para ven- cer un estado ó cualidad morbosa ecsistente: asi es que en su definición de la enfermedad, muy exacta por cier- to si se la define de un modo abstracto y final y tenien- do en cuenta una idea absoluta y en la cual reconoce un esfuerzo de la naturaleza para espeler una causa morbosa, vemos el humorismo con su cocción, y su crisis, y el na- turismo con su principio regulador, previsor, é inteligente: asi Trousseau se le acerca dudando entre su metasincrisis palabra muy usada por los antiguos, como puede verse en Orivasio, y su reconstitución orgáuica. En esta idea se pa- rece á Themison y á la escuela metodista. Considera y no sin fundamento, que á cierta edad de la vida la orga- nización puede adquirir cierto estado plástico, cierta crasis particular que ecsige una modificación interna. Yo por mi veo mas claro la necesidad de una depuración capaz de segregar principios orgánicos sépticos, ó deletéreos; y tan- to mas es esto posible y como un hecho, cuanlo que las ty- phoideas endémicas y las contagiosas en las que no cabe duda en la ecsistencia de principios sépticos, y destructo- res que llegan al organismo recibidos de la atmosfera que nos rodea, son una misma cosa en su desarrollo, en su mar- cha, y en su término que las esporádicas que reconocen por causa una intoxicación espontánea, interior, individual é independiente de causa alguna esterior. 96. ¿Pero donde se produce? ¿como? ¿De que parte del organismo viene la septicidad? Permítaseme en este 335 lugar llamar la atención de los patólogos sobre un fenó- meno de la mayor importancia. Yo veo en esa preponde- rancia que efectivamente tienen los síntomas gástricos en la fiebre typhoidea primitiva, y aun en la secundaria una cosa muy diversa de la que ven todos los patólogos. Yo creo que los fenómenos intestinales que se observan per- tenecen á otra gerarquia, y que deben ligarse con la al- teración de los otros órganos y de las demás funciones orgánicas. Me obligan á pensar asi las siguientes obser- vaciones, 1/ En las fiebres, en las que muchas veces ni aun suponemos puedan ecsistir materiales intestinales que entren en descomposición animal, se observan nobstante deposiciones de una fetidez ó olor su\ generis; gases en abundancia; orinas de mal olor, turbias; diarreas cuantio- sas. ¿Como se producen, yú*e donde vienen? 2 * En las fiebres en que hemos evacuado superne, et inferné, como decían los humoristas, y en las que hemos prodigado los ene- mas á cierta época, las deyecciones albinas fétidas se pre- sentan, se desenvuelven gases fétidos, y la pneumacia y me- teorismo son muy notables. ¿A espensas de que materia- les contenidos en el tubo intestinal se producen? 3.a Recor- ren las fiebres á veces el primer septenario sin demostrar lesión alguna del tubo intestinal; otras veces, y suelen ser gravísimas, tan solo el meteorismo anuncia su alteración, en momentos justamente en que el médico supone no ec- sisten materiales que puedan producirlo. ¿De donde parten los gases que lo producen? 4.a En el typhus asiático se no- tan deposiciones frecuentes de materiales líquidos, como se- rosos y según el Dr. Drument semejantes á la serosidad de las hidropesías, pero en esta misma enfermedad, y en su transformación cuando la acción tóxica dá tiem- 336 po á alguna reacción, y se presentan los fenómenos ty- phoideos se observau las deposiciones biliosas y fétidas. ¿Como puede suceder que después de un primer periodo de escrecioues albinas serosas, y cuando debemos suponer sin materiales putrescentes el tubo intestinal se reconozcan las deposiciones que anuncian los fenómenos sépticos? ¿No es muy frecuente que la fiebre termine por deyecciones ven- trales, especialmente en ciertas epidemias?.6.' En los intesti- nos, mas bien que en el estómago, se notan las alteracio- nes patológicas que los AA. designan como constantes, ó casi constantes lesiones en la fiebre typhoidea. Efectivamen- te apenas se observan síntomas ostensibles de lesión esto- macal mientras que frecuentemente el vientre duele, se abulia,, se observan deposiciones involuntarias, meteorismo etc. ¿No probará esto que en los intestinos ecsiste alguna cosa grave, ó que en ellos sucede algún fenómeno notable al reconocer la parte que toman ellos en la gravedad ty- phoidea? 7.* ¿'Abundantes y sedimentosas orinas no son mu- chas veces un término favorable de esta enfermedad? 8." ¿No lo son los sudores en algunos casos? 97. Muchas veces me han llamado la atención estos fenómenos problemáticos que se resuelven generalmente de un modo muy satisfactorio y fácil, al parecer, cuando la reflecsion no profundiza. Acaso los intestinos se resientan con tanta preferencia en la fiebre porque á ellos es á quien corresponde la eliminación de los principios sépticos, tóxi- cos, incapaces de elaboración orgánica, y acaso en su eli- minación destruyan, afecten los órganos mismos que de- bieran eliminarlos. Es cierto y evidente que en estas fie- bres suele ser un buen término el desprendimiento de materiales líquidos y fétidos, que han sido reconocidos por 337 todos como capaces de producir el contagio. Se dirá aca- so que si fuera asi el remedio de estos males serian los purgantes: ya veremos en su lugar que no están contra indicados, pero que su acción fisiológica no tiene una fa- cultad electiva para eliminar este, ú el otro principio, por que esto depende de circunstancias superiores á nuestros me- dios terapéuticos. Hallo en Liebig algunos comprobantes de mi pensamiento aplicable á otras afecciones como luego ve- remos. Este célebre químico, aunque á veces bastante atrevido en el vuelo que dá á sus concepciones, presenta algunas ideas que merecen tenerse en consideración. «Es un error, dice, el creer que las heces se componen de sustancias en estado de putrefacción y que deben su olor á este estado. Se han hecho esperieocias que prueban que el escremento de la vaca, del caballo, del carnero y del hombre en buena salud no se halla en putrefacción; nin- guna sustancia pulrescente posee el olor particular de es- tas evacuaciones, y las partículas olorosas que ellas des- piden pueden producirse artificialmente con todos sus ca- racteres repugnantes por la oxidación de la albúmina, de la fibrina etc.. Por la armonía de los órganos de secre- ción conserva la sangre la composición necesaria para la nutrición. Comer mucho, como se hace casi siempre, re- cargar el horno de convustible; un ligero esceso de sus- tancias que pasan del estómago á la circulación no turba las funciones vitales en las personas sanas porque el es- cedente no gastado por la respiración, en un tiempo dado, se evacúa por los intestinos ó por los ríñones en un es- tado de mas ó menos alteración. Bajo este aspecto, el ca- nal intestinal y los ríñones se ausilian recíprocamente. Cuan- do á consecuencia de una semejante sobre-carga de san- 338 gre, ó de la falta de oxigeno, la orina contiene un esce- so de sustancias orgánicas no quemadas; cuando es obs- cura, y se hace turbia por el ácido úrico, denota frecuen- temente un defecto de actividad en los intestinos; en este caso un simple purgante restablece ordinariamente el equilibrio y vuelve á la orina su transparencia y su color ordinarios espulsando de la sangre las sustancias incomple- tamente oxidadas. Se desenvuelven materiales anormales siempre que las funciones de los intestinos y de los rí- ñones se alteran ó se interrumpen eo su marcha regular por causas morbosas... Hace mucho tiempo que los mé- dicos inteligentes saben por esperiencia que los ríñones y el canal intestinal son los reguladores de la respiración. El canal intestinal es un órgano de secreción, es si se quiere, la chimenea del organismo; las partes fétidas de las heces son el hollín que el canal intestinal separa de la san- gre; la orina representa el humo, es decir las partes so- lubles, alcalinas, ó acidas.» Yo añadiera á estas observa- ciones la depuración biliosa, pulmonal y dermoidea, pues que tendríamos resuelto el gran fenómeno de la crisis y sin ser humoristas viéramos de este modo las fiebres que toman el carácter bilioso, y las erupciones cutáneas, y el olor sui generis del aire espirado. Viéramos lambien es- plieado el termino de las fiebres por diarreas biliosas, por la orina, por sudor, pues que los médicos todos ven hoy como posible la crisis por esas excreciones naturales que tanto respetamos á veces. En las fiebres de nn carácter benigno que reinaron desde el Otoño de 1858 hasta esta primavera, y de las que tuvimos bastantes en la sala clí- nica, pero en mucho mayor número en las de mugeres, su terminación era por sudores, observándose casi constante- 339 mente recaídas inmotivadas, sin duda porque la depuración era incompleta, y un nuevo sudor era seguido de rápidas convalecencias. 98. Eu este lugar reconoceremos la importancia de la división que hé hecho de la fiebre según el origen de su causa séptica. El mismo Trousseau, si bien no reconoce es- ta división, halla dificultades que sin ella no puede vencer: dice. «Por último: cuando insistiendo en esta idea (la de la reconstitución, ó melasincrisis) se trata de investigar si la causa próxima es un germen {!) como el que produce las viruelas y otros exantemas específicos, una materia morbífica viva venida del estertor y sumiuistrada por un organismo que habiéndola recibido de otro la trasmite con sus mismas condiciones de modo que venga á ser un contagio mas ó menos directo, condición rigorosa del desarrollo de la en- fermedad, vemos lo contrario pues se la observa nacer es- pontáneamente, ó con independencia de una multitud de cir- cunstancias higiénicas ó de condiciones de insalubridad que (i) La causa próxima de la fiebre no es un germen, ni un miasma porque esto sería, ó debiera llamarse causa ocasional es- pecifica, porque el mismo reconoce que sus cond ciones metasin- criticas necesitan curias condiciones individuales ó temperamenta- les para favorecer su acción. Por otra parle la verdadera causa próxima de las enfermedades es el cambio orgánico que la causa ocasional produce; es la misma enfermedad y asi en la fiebre la cau- sa próxima es la alteración que en el organismo produce la causa séptica, que á veces existe y se elimina, se asimila ó se neutraliza shi producir su efecto. Hé aquí porque en las epidemias en que en el aire eslá la causa todos lo respiran y no lodos enferman. La causa próxima asi considerada es la patogenia del mal, es el término del gran problema médico. ¿Qué efectos produce en el organismo la causa séptica esterior ó interior? Esto es lo que intentan reconocer todas las doctrinas porque de aqui parle todo. Yá hé dicho de cuan diversas maneras vé obrar cada uno sus efectos á la misma causa. Hablaremos luego de la causa próxima que es su patogenia. 340 pudieran creerse muy eficaces para producirla. Por lo lau- to es preciso modificar ó desechar la hipótesis, y bHscar en la misma economía, en sus leyes, en la observación de sus necesidades, de sus cambios, de sus revoluciones, de los trastornos que puede esperimentar etc. los datos necesa- rios para ilustrar la oscura etiología de la fiebre typhoi- dea.» Según estas ideas todas las fiebres son esporádicas, no hay ni conlagios, ni fiebres endémicas. De esla duda se sale fá- cilmente reconociendo como una cosa cierta, indudable, que la causa de la fiebre typhoidea es unas veces individual, y otras endémica, ó contagiosa; es decir, nacida interiormente ó venida de afuera. En ambos casos puede ser aplicable la idea, y observación del gran químico Liebig, yá citado, que á sus notables conocimientos en la ciencia une los con- ceptos mas elevados dé la verdadera filosofía; dice en sus nuevas cartas sobre la química, que «desde que se ha rtco- nocido la verdadera causa del origen y de la trasmisión de la putrefacción, en las moléculas orgánicas y complexas, la cuestión relativa á la naturaleza de los miasmas y de los principios contagiosos se ha hecho muy fácil de resolver. La cuestión se reduce á lo siguiente, ¿Ecsisten hechos que demuestren que ciertos estados de putrefacción, ó descom- posición de una materia pueden comunicarse en la econo- mía á las partes coustituyentes de órgauos vivos, y que por su contacto con un cuerpo en putrefacción ]estas par- tes se ponen en un estad) semejante á aquel en que se ha- lla el cuerpo putrescente? A la cuestión asi plantada es ne- cesario responder de una manera afirmativa. Todos estos hechos demuestran que una sustancia animal en estado de descomposición puede provocar enfermedades en el hombre en estado de salud. Pues que los productos mórbidos no 341 son olra cosa que partes del organismo que se hallan en un estado animal de descomposición, es claro que pueden mientras que su metamorfosis no ha concluido, comunicar la enfermedad á un segundo ó á un tercer individuo,» y después de reconocer con Henle las causas mas frecuentes del desenvolvimiento de los miasmas sépticos, añade. «Se puede siempre predecir con certeza la invasión de las enfermedades epidémicas en Jas llanuras cenagosas, ó en los lugares por mucho tiempo inundados y que los intensos calores desecan... Los hechos que acabamos de esponer autorizan naturalmente á considerar como causa prócsima (1) de la enfermedad el estado particular de las materias orgánicas en descomposición en todos los casos en que un fenómeno de putrefacción precede á la enferme- dad, ó cuando esta puede propagarse por producios sólidos, líquidos ó gaseosos y no se halla otra causa mas directa.» 99. Veamos con sorpresa que este quid desconocido, miasma, efluvio, ó virus (2) se comporta como el virus varioloso, como el efluvio, ó miasma escarlatinoso ó mor- biloso. El virus varioloso unas veces se trasmite inmedia- tamente, otras mediante el intermedio atmosférico y algu- nas sin estos medios, desarrollándose en el individuo para no atacarlo mas que una vez en la vida, cualquiera que hu- biese sido su origen. Veamos ahora la typhoidea. Se adquiere (1) Debiera decir, la causa ocasional, Ó determinante especí- fica. Sensible es que aun se confunda asi la acepción de la palabra causa, ya lo hemos dicho; la causa próxima de una enfermedad es el cambio orgánico que la constituye, es su patogenia: asi lo com- prendían los antiguos con la escuela dogmática, exacta bajo este aspecto. (2) Para mi son sinónimas estas palabras: cuando los conta- gios me ocupen manifestaré las razones en que apoyo esla creencia. 48 por contacto mediato, ó inmediato; se desarrolla bajo de- terminadas constituciones atmosféricas, d aparece sin estas causas desenvolviéndose en lo interior del hombre; y por lo común acomete una sola vez en la vida. ¿Por qué "esta analogía? ¿qué parecido hay entre estas causas? ¿Por qué en la época de 1853 y en 1858 reinaron á un mismo tiem- po en Francia y en España las fiebres, las viruelas, las erisipelas y una variedad notable de erupciones uniéndose muchas veces para presentar los mas imponentes cuadros? ¿Por qué Mr. Bourguignon en una Memoria leída última- mente á la Sociedad médica, establece el paralelo entre la viruela y la fiebre tiphoidea, y pide la inoculación como preservativo? ¿Por qué padecidas una vez parecen dar al hombre carta blanca contra la misma enfermedad? ¿Exis- ten, acaso, sus elementos en nuestra organización con an- terioridad á su desarrollo, y una vez depurados, elimi- nados, no resta ya la disposición á responder, á fomentar, ó á nutrir las causas endémicas ó epidémicas, ó esporá- dicas que pueden obrar en nosotros? ¿Serán todas estas enfermedades, tiphoidea esporádica, viruelas, erisipelas, ver- daderas depuraciones orgánicas? Un velo misterioso cubre la verdad de estas analogías: respetémoslo mientras que no lo sancionan la razón y la esperiencia, pero creo si, que eslán sentadas premisas de mucha importancia para resol- verlo. Y nos detenemos en el estudio de la causa eficiente de la fiebre porque es de una importancia inmensa para reconocer su naturaleza, y por consiguiente para deducir su terapéutica. 100. Acerquémonos mas á la forma insidiosa de estos males. Nadie pone en duda que los miasmas sépticos ema- nados de un local cualquiera son capaces de producir la enfermedad typhoidea: esta entonces es endémica, y puede llegar á contagiosa. Absorvido el elemento séptico larda mas ó menos tiempo en ejercer su acción, como si (y no se crea en sentido figurado lo que voy á decir porque si no es se acerca mucho á ser una realidad) recluíase nue- vos elementos de acción, como si se nutriese para obrar con mas fuerza, como si reconociese las condiciones de su domicilio para atacarlo. ¿Por qué el sutil vapor, las leves emanaciones de un varioloso son capaces de multiplicar al infinito el pus varioloso en el contagio? porque reclutó ele- mentos que hizo de su misma naturaleza. ¿Por que en la pústula maligna la insignificante cantidad de virus que pue- de llevarla trompa de una mosca produce un pequeño gra- nito que luego poco á poco crece, mata la parte que apenas un leve prurito anunciaba enferma, y mata al fin al hom- bre intoxicando todo su organismo? porque la cantidad in- significante de virus se nutrió á costa de los elementos orgánicos. ¿Por que respirando todos una atmósfera conta- giosa no lodos contraen la enfermedad? porque la causa des- tructora recorrió el organismo y este no respondió á su acción, ó fué eliminado á tiempo ó fué elaborado, descom- puesto y hecho ineficaz, Hé aqui lo que exactamente se entiende por disposición orgánica á contraer los males. Y he aqui también porque la intoxicación variolosa, y typhoi- dea preservan de una segunda intoxicación: sin duda no halló el virus absorvido los elementos apropiados para nu- trirse y desarrollar su acción. Pero se me volverá á pre- guntar ¿que es el miasma? A esto solo se puede contestar que el miasma es un producto de descomposición orgánica que no sé si me atreva á decir que conserva cierto carác- ter vital sin el cual no obra pues la experiencia demues- 344 tra que es mas fácil el contagio vivo que el contagio de los muertos. Esta idea la vemos ya anunciada en una muy interesante Memoria del respetable Doctor Seoanne sobre al cólera morbus de 1832, dirigida al Gobierno desde Lon- dres. En ella, hablandóos del contagio, cita las opiniones del Dr. Palaco Goldberg que según Recker sospechó que el contagio del cólera se producía en el periodo de pasar los enfermos al estado de convalencia. Yo lo creo, tanto mas asi cuanto el cólera en su periodo álgido tiene menos con- diciones que en la reacción para trasmitirse: pero sobre esle punto aun volveremos á hablar. El dia de grandes desgracias en una epidemia suele ser el del descenso, como si los hombres llevasen consigo al sepulcro los elementos de su enfermedad. Cierto es que mal esplicarnos lo que es miasma, porque no se pudo analizar hasta el dia por mas que eminentes químicos trataron de fijarlos en las atmósferas hospitalarias por medio de Ja intensa refrige- ración. Solo conocemos de importancia para nuestro ob- geto lo que nos dice Liebig refiriéndose á observaciones microscópicas hechas sobre el pus en putrefacción y sobre el pus vacuno, y en los que se ven glóbulos semejantes á los de la sangre. Esta observación apoya el pensamiento de que el contagio es el producto de un estado mórbido de los órganos. Se vio, «dice, en los glóbulos el ger- men vivo de la enfermedad.» No deja esta idea de ser algún tanto exacta, porque los virus contagiosos son pror- ductos orgánicos escitadores de estados semejantes. 101. Esta aparición espontánea de los gérmenes sépticos en el hombre está comprendida por el Dr. Pidoux de una manera bastante clara bajo su aspecto dinamista «las enfermedades, dice, son incesantemente escitadas por el mis- 345 mo fuego de la vida en el seno de todas las causas deter- minantes físicas y morales, sociales y cósmicas en medio de las cuales el hombre obra, se desenvuelve, resiste. Pe- ro se obra en nosotros, bajo estas influencias, una determi- nación especial de nuestras propiedades mórbidas elemen- tales, verdadera germinación ó formación de gérmenes no- sologicos que se llaman elementos mórbidos. Asi es como las enfermedades propiamente dichas toman su origen ó como se forma el cuerpo de las enfermedades. Esta ge- neración está sometida á las condiciones de evolución y á las leyes embryológicas de todos los seres organizados.» Es- ta doctrina si bien se acomoda á la producción de gér- menes espontáneos que obedecen las leyes supremas de la organización, no olvidemos que estas leyes emanan del organismo como el efecto emana de su. causa. 102.. Nonos distraigamos en mas reflexiones. Acerque- monos á esplicar la etiología de la fiebre esporádica, endémica y contagiosa porque es la mas conocida, pero antes debo hacer una aclaración importante, por que se confunde la palabra epidemia. Enfermedad epidémica es aquella que reconoce una causa específica que existe en la atmósfera y que la atmósfera propaga. Pero en otros ca- sos, no parece existir esla causa, pues que tantos pueblos, y tan diversas localidades afecta y puede ser un contagio, ó bien ser la fiebre esporádica muy generalizada por cir- cunstancias atmosféricas, por esas intemperies de la atmos- fera, como las llamaban, los antiguos (XXVIII) á las va- riaciones de sus cualidades y á los cambios estacionales: estas circunstancias del aire son las que producen, lo que los médicos llamaban constitución médica reinante, la que ya por si misma produce enfermedades, ya predispone á 346 ellas; por eso se decia constitución catarral, biliosa etc. Pero cuando de los enfermos ó de ciertos lugares se des- prenden principios morbosos que repartidos, y conducidos por el aire son capaces de afectar el organismo vivo, en- tonces hay ó reina una enfermedad epidémica. Cuando en Francia reinaba el cólera, se decía que reinaba una epi- demia, pero al mismo tiempo se atribuía á las cualidades de la atmósfera en la alteración de sus principios: si era esto segundo, era estacional, no epidémica porque en esla hay traslación de principios mórbidos por intermedio del aire que no es mas que un vehículo: todo contagio mias- mático se efectúa por este intermedio, aun en los conta- gios inmediatos. Cuando es directa la trasmisión de indi- viduo á individuo hay contagio; cuando la causa es local, propia de un lugar, y mientras que se limita á obrar en su esfera de acción, hay una enfermedad endémica, que puede hacerse epidémica y contagiosa. Ueiuan, pues, mu- chas veces las fiebres typhoideas, ó fiebres graves, ó la entidad llamada fiebre bajo la influencia, no endémica, ni epidémica, ni contagiosa, sino bajo una constitución atmos- férica especial, y entonces son estacionales ó esporádicas, pero que cuando es mucho el número de atacados puede hacerse endémica ó contagiosa ó epidémica, como luego veremos. ¿Como se multiplica este miasnn? El célebre quí- mico Liebig sienta un principio muy luminoso para espli- car este tránsito de las enfermedades esporádicas á epidé- micas y contagiosas: «un cuerpo en descomposición dice, que llamaremos escitador, introducido en uua mezcla liqui- da que contiene los elementos, puede reproducirse de la misma manera que el fermento en un jugo vegetal que contenga gluten; y esta transformación se opera mas se- 347 guramente si entre los elementos de la mezcla se halla el elemento de donde el escitador ha tomado origen.» ¿Y quien duda que el miasma es producto de otro ser orgánico se- mejante al en que ejerce su acción? El mismo Químico nos hace observar que la sangre corrompida, la sustancia cerebral, el pus, la hiél en putrefacción, aplicadas sobre llagas vivas, causan vómitos, postración, y pasado algún tiempo la muerte. Aqui la causa infecciona, el fermento no pasa al organismo en estada miasmático ó gasiforme, sino materialmente como los virus. 103. Cierto es que los médicos no están de acuerdo sobre si debe buscarse la causa de la fiebre typhoidea y de los typhus en la atmósfera miasmática que algunos ne- garon, ó en las cualidades del aire. Sabemos cuanto se ha delirado sobre el estado eléctrico de la atmósfera, sobre las oscilaciones barométricas y la existencia de ejércitos de cuerpecitos animados en ella, pareciéndose á la etiología de Raspail (C.) Se busca en apoyo de todo á Hipócrates y á los aulíguos historiadores, pero en ellos se halla que unas veces es el aire con sus cualidades físicas, y oirás el aire como conductor de la causa maléfica: nulla cceli intemperie quce occurreret oculis, dijo también Tácito ha- blando de la peste que desoló á Roma en tiempo de Ne- rón. Lucrecio al mismo tiempo que atribuye estas enfer- medades á los miasmas elevados de la tierra, de térra sur- gunt observa cuanto influyen en su maléfica acción los gran- des calores y las grandes lluvias. Tito-Livio con una maes- tría sorprendente reconoce esta causa que á un mismo tiem- po está en el hombre mismo, en un lugar determinado y en el aire produciendo las terribles plagas que parlen, acaso, de un individuo para desolar provincias y reinos 1,48 enteros. En la segunda guerra Púnica una verdadera peste desoló los egércitos de Roma y de Cartago, era el typhus; nació por circunstancias locales y se estendió por ambos egércitos; se hizo tan contagioso que bastaba tocar los enfer- mos para contagiarse y morir: oigamos á Tito-Livio. Accessit et pestilentia commune malum, quod facile ulrorumque ánimos avertere á belli consiliis. Nam tempore autumni, et locis natura gravibus multo tamen magis extra urbem quam in urbe, intoleranda vis oeslus per ulraque castra omnium fere corpora movit. Et primo temporis ac loci vilio el ongri erant et moriebanlur: postea curado ipsa et contactus cegro- rum vulgabal morbos: ut aut neglecti desertique qui inci> dissent, morerenlur: aut assidentes curanteisque, eadem vi morbi repletos secum traherent: quotidianaque fuñera et mors ab oculos esset el undique dies noctesque, ploratus audien- tur. Ved aqui las pestes endémicas que se estienden como epidemias y se transportan también por contagio inmediato. He aqui las pestes ó typhus del estío y del otoño, de que nos habla Sydenham, y Stoll, y que ya Hipócrates nos marca con esas influencias atmosféricas que en sus cua- lidades pueden desarrollar en el individuo la causa typhica, que puede hacerse contagiosa por circunstancias especia- les, pero cuya causa no está en las cualidades atmosfé- ricas, y solo en el aire el miasma desprendido de los cuer- pos en putrefacción vegetal ó animal. Enfin, reabsumamos estas ideas de tanta importancia. Si hay miasmas en la atmósfera sean producidos por cuerpos enfermos, ó por emanaciones de descomposiciones sépticas, hay epidemias. Si no hay mas en la atmósfera que variaciones y altera- ciones, ó irregularidad en sus cualidades, reinan fiebres estacionales, que reconocen por causa un miasma desarro- 349 liado en el individuo, por lo regular como secuencia de la falta de depuraciones orgánicas impedidas por circuns- tancias atmosféricas, ó bien estos miasmas son un producto de segundo orden originado de descomposiciones orgáni- cas en la carrera de otras enfermedades estacionales, co- mo de las calenturas: en el primer caso son estacionales primitivas; en el segando son estacionales secundarias. Si la causa séptica parte de un punto determinado obrando sobre una localidad, reina la fiebre endémica. Cuando la atmósfera que rodea á los enfermos, y sus emanaciones producen la enfermedad, es contagiosa. Lo repetimos para que haya siempre precauciones; sobre todo ventilación y limpieza: la fiebre esporádica mas limitada puede producir la endémica, la epidémica, y la contagiosa. Egemplo; un solo caso en una cárcel, hospicio ú hospital puede originar un conflicto de suma trascendencia. Pero todo este estudio no nos dá bastantes datos para llegar á reconocer la natura- leza del miasma vivo, ó del miasma muerto, porque ni aun se pudo bien comprender cual sea ese miasma palu- diano que produce las intermitentes, ni esa convinacion miasmática tan destructora en los países litorales y fluvia- les que el calor activa, y que no siempre el frió mata. Pero es un hecho; ellos se desprenden, se reparten y pa- recen adquirir vida con el calor y la luz, como sise compor- tasen á semejanza de las evoluciones ovaricas ó de las ger- minaciones vegetales. En Octubre de 1853 apareció el có- lera en la provincia de Pontevedra: se estendió con hipocre- sía; se sostuvo aquí y allí repartiéndose con insidiosa calma tomando, por decirlo asi, carta de vecindad para en la pri- mavera y verano hacer sus victimas como en pais conquistado. Quiera el cielo que en los momentos en que escribo estas 350 lineas, la conducta de este agente invisible no sea la misma para darnos, acaso, un justo merecido en el año próximo. 104. Mas sobre el carácter contagioso de la causa,— Nada hay que no recibiese de un modo notable el impulso patente de los sistemas médicos y de las influencias filosó- ficas: ni el contagio estuvo á cubierto de esta fatalidad. Co- nocida es de todos la historia de las diversas pestes que asolaron y aterraron la Europa, en lo que no locó poca par- te á nuestra España. Todos conocemos la antigua legisla- ción que emanara del terror de tantas calamidades, pero cuyas leyes eran casi tan aterradoras como la epidemia mismo. 105. A principios de este siglo la filosofía y la ciencia clamaron tanto y con un esclusivismo tan admirable que sus consecuencias fueron también calamitosas abriendo las puer- tas á todas las enfermedades, y entonces ya no los typhus, pero ni la fiebre amarilla ni la peste merecieron llamar la atención bajo este aspecto ni de los Gobiernos, ni de los médi- cos. Absurdo era el considerar contagiosa la elefancía y la tisis, y la fiebre pútrida y los tiphus todos y daba una opi- nión poco favorable del pobre médico práctico que pro- clamaba el contagio. En 1810 nuestro malogrado López Mateos Mama desatinos de los hombres la opinión sobre los contagios, y este eminente escritor se deja llevar por las ideas de su tiempo buscando solo pruebas físicas y hechos comprobados por una filosofía entonces vulgar. La tradición es un error; los hechos son inexactos y no hay mas contagios que el de los virus que los sentidos nos demuestran. La atmósfera, los cambios eléctricos son los que producen estos males. No refutaremos las ideas de este Profesor pero no podemos admitir los caracteres que quiere designar á las enfermedades contagiosas» Empero 351 somos de su modo de pensar sobre lo importantísimo que es, en el caso de una enfermedad común, apurar si es ó no es contagiosa, para que ni falte ni se exceda en sus disposiciones la policía y pueda arreglar con acierto sus arbitrios. Pero esta misma idea ya la proclamó Stoll ad- mitiendo el nó contagio de la peste y para cuyo practico únicamente la sífilis, la viruela, la sarna y el sarampión eran contagiosos. Las razones en que se funda no mere- cen discutirse porque se apoyan en la inoculación, é ya hemos dicho en otra parte que si la viruela se inocula también puede comunicarse por intermedio atmosférico. Pero estas opiniones tan escliisivas y que fueron admiti- das con general aceptación se modificaron tan pronto se vieron las consecuencias de su conformidad, y hoy dia las opiniones se inclinan mas á ver la posibilidad del conta- gio de muchas enfermedades en quienes se negara. Fi- jémonos en nuestra fiebre que es lo que mas nos interesa. Las observaciones del Dr. Haime, Médico de las epidemias de Tours insertas en los periódicos facultativos llevan á demostrar que la fiebre, ó su fiebre typhoidea puede ad- quirir el carácter contagioso pues que Ja enfermedad ata- caba por familias y se trasmitía á los asistentes. Ni se pue- de alegar que este profesor haya confundido el typhus con la fiebre typhoidea porque el mismo asegura haberse pre- sentado perfectamente caracterizada. Mr. Jubiot con motivo del typhus de Crimea nos hace una distinción que estamos lejos de admitir, porque es complicar el lenguaje de la cien- cia, bastante complicado ya, pues nos asegura que el ty- phus es esencialmente infeccioso pero no contagioso. Sin disputa: hay una gran diferencia entre la sífilis contagiosa y el typhus que se trasmite de individuo á individuo, por • 352 que eu el uno existe un virus que obra inmediatamente y en el otro hay un miasma que egerce su acción por inter- medio del aire. No creo, pues, pueda hallarse un motivo para no llamar contagio la adquisición del typhus porque necesite de la atmósfera para trasmitirse, pues que si no co- nocemos al miasma como he espuesto en otra parte (100) tampoco conocemos el verdadero virus vacuno ni ningún virus por mas que se presente á nuestros ojos bajo formas materiales que no son, sin duda, las del verdadero virus contagioso. Mr. Bouillaud dice que el no contagio de la fiebre typhoidea le parece tan cierto como el contagio de la viruela. El contagio de la fiebre fué admitido por Bre- toneau y por Gendron. El Dr. Ragaine lo ha demostrado en epidemias aisladas que es como se debe estudiar. Las grandes disputas sobre el contagio de esas enfermedades que tanto aterran, cólera y fiebre amarilla, no tuvieran lu- gar si estas, enfermedades se estudiasen en su mas simple aparición como nosotros lo hicimos (Revista del cólera de 1834): asi solo se puede seguir su trasmisión individual antes que se generalice; porque un contagio pasa á com- portarse como una epidemia muy luego de su aparición. Pienso como Mr. Roche «si se exceptúan las fiebres pe- riódicas, todas las demás fiebres miasmáticas son, ó pueden ser, contagiosas. Yo no sé que diferencia pueden hallar los autores entre la infección y contagio para que tanto se exageren las consecuencias de no separar ambas palabras, porque aun tomándolas en la acepción mas rigorosa con Le- pelletier de la Sarthe. no sería la diferencia otra que, en unos casos la enfermedad se transporta de individuo á in- dividuo por conducto del aire, y en otros existe un virus apreciable á nuestros sentidos cuanto pueden serlo pues que 353 el virus que afecta ni pudo ser analizado ni puede ser co- nocido como sucede con los miasmas, siendo mas exacto decir en tal caso que la enfermedad infecciosa recesita la atmósfera que la contenga y la enfermedad contagiosa el pus que la comunique. Pero aun esta acepción ¿en que clase colocaremos la viruela? La esperiencia nos dice que si unas veces se comunica por la atmósfera, otras se trans- porta por inoculación. La fiebre typhoidea y los typhus son á no dudarlo comunicables de individuo á individuo. ya por medio de la atmósfera en grande, ya por las exa- laciones dei individuo, llámese á este contagio ó infección que para mi es lo mismo.' Los autores están divididos ba- jo este aspecto pero nadie duda hoy quo los typhus son contagiosos y la experiencia desgraciadamente me ha de- mostrado que la fiebre lo es igualmente como que tiene la etiología y la patogenia de aquellos. 106. Por lo que respecta á los typhus especiales es una temeridad, es cerrar los ojos á la evidencia, es obrar contra un instinto casi providencial, el intento solo de ne- gar su trasmisibilidad. El que se ha visto en epidemias de fiebres, llámense typhoideas, typhus ó cólera y niega el contagio ó está ciego ó uo ha observado con escrupu- losa atención. Desde la mas remota antigüedad se vio el contagio como un hecho demostrado: Tito-Livio como Tácito distinguían bien las enfermedades estacionales de las contagiosas: este último hablando de la peste de Ro- ma, no quería inculpar al aire, que solo puede pro- ducir otros males porque sus elementos jamás cambian sus proporciones como se ha querido decir contra lo que han probado Dumas y Bousingaul. No es Paris, ni Londres donde se pueden resolver los problemas del contagio, so- 354 lo en aisladas poblaciones, poco populosas, y en su ori- gen se pueden estudiar los hechos que demuestran el con- tagio. Mr. Rufz cree que si la fiebre amarilla es con- tagiosa no lo es por contacto y si de un modo especial. No hemos creído nunca en el contagio inmediato en los typhus porque este modo de trasmisión solo es de los virus, pero si por intermedio atmosférico. Mr. Trousseau tiene razón, no hay que comparar ün contagio á otro por que esto es lo que nos lleva á la duda. Decía bien Tito- Livío puede llegar el contagio, al principio dudoso, á hacer- se terrible y casi inmediato. En fin, esa guerra apasiona- da que se hace en este siglo al contagio de la fiebre con sus typhus es, en lo general, de mala ley: acaso el rigo- rismo de las leyes sanitarias en las que la pena de muerte se prodigaba en todos los delitos de infracción, fué el primer origen de esta voz fatídica que proclamó su aboli- ción, ó su desuso: siempre el rigorismo conduce á la inob- servancia y á la ineficacia: nobstante decía en el siglo pa- sado nuestro Escobar; en este siglo hemos sido afortuna- dos, por la misericordia de Dios, y lo debemos al noble y vigilante cuidado de los gobernadores de los puertos en observar las instrucciones publicadas. ¿Que diremos noso- tros en nuestro siglo después de un Congreso sanitario Euro- peo? Por lo demás si nos ocupásemos de esta materia con de- tención tendríamos que recorrer la historia desde Hipó- crates hasta nosotros; pero no podemos concluir sin protestar contra la inculpación maliciosa de atribuir á la atmósfera lo que es consecuencia de los miasmas elevados de la tierra emanados de cuerpos vivos ó cuerpos muertos pero siem- pre orgánicos: la atmósfera en si misma, como decia No- nio, tola est vitalis et perennis salubritatis est. 355 107. No me es posible entrar en todas las cuestiones que se pueden presentar hablando del contagio porque mis ideas sobre esta materia exigieran un razonamiento que me ocuparía demasiado, comenzando por fijar Ja acepción de las palabras. Diré sí, que este asunto es de tal tras- cendencia que mereciera de la ciencia un código de pre- ceptos que tuviesen una sanción universal, porque es hasta ridículo ver disputar aun hoy lo que la razón y la ex- periencia parecieran haber sancionado ya. Si Hipócrates y Galeno, si Sydenham y Stoll, si Pringle y Lind no tienen bástanle autoridad para que su opinión sea en la balanza de la discusión de un valor decisivo, pudiéra- mos citar en su apoyo la doctrina actual en sus contro- versias sistemáticas y la reciente memoria del Dr. Ra- gaine premiada por la Academia francesa en la que sienta, apoyado en gran número de observaciones, el contagio de la fiebre typhoidea que Bretonneau y Gendran habían ya anunciado. Yo pudiera citar también recientes hechos de una claridad y evidencia irresistible, pero mil circunstancias me lo impiden. Debo terminar este trabajo con algunas re- flexiones importantes. 1/ El médico debe ser muy circunspecto para decidir sobre la trasmisibilidad de un mal de un individuo á otro. Aun en las enfermedades en que no reconocemos virus ni miasma esta decisión es de suma trascendencia: pongamos por ejemplo la tisis pulmonal, cuya trasmisibilidad es po- sible: hoy la reconoce Mr. Brouchon apesar que el siglo XIX la había negado con entusiasmo. 2." Las enfermedades productos de virus y de miasmas tienen el carácter contagioso, infeccioso ó trasmisible. Pre- gúntese á los anti-contagionistas si la fiebre esporádica 356 puede ser causada por miasmas bajo ciertas circunstancias interiores ó exteriores, y responderán todos afirmativa- mente: pues bien ¿y por qué estos enfermos no han de poder trasmitir á otros sugetos sanos la causa que los hizo enfermar y que se multiplicó en su incubación? Una gota de pus varioloso ó sifilítico puede trasmitirse á mi- llones de individuos ¿por qué no el miasma? La fiebre, pues, bajo todos sus aspectos, tiphoidea, tiphus, cólera, fiebre amarilla, peste, es contagiosa, es trasmisible. 3/ Si peligros hay en declarar intrasmisible una enfer- medad, mas incalculables son los resultados de una deci- sión contraria. La razón debe guiar la conciencia del pro- fesor, no los intereses. Ponga á cubierto su responsabili- dad y su persona. 4." Los medios preventivos no son jamás ridículos y mucho menos innecesarios. Una experiencia de cuarenla años me ha demostrado esla verdad. La poca ventilación, las atmósferas de los enfermos, la falta de limpieza, la cons- tante permanencia al lado del paciente, la cama común y la cohabitación son causas frecuentes de contagios, ó trasmisión de enfermedades que ni aun se reconocen como virulentas ni como miasmáticas. 108. Debo en este lugar, ya que me decido, en medio de un profundo convencimiento, por el contagio, y si no se le quiere llamar asi, por la cualidad infecciosa de la fie- bre con todos los tiphus, debo, digo, elevar una voz im- potente, pero que es el cumplimiento de un deber supre- mo. La historia nos sorprende con las numerosas calami- dades que afligieron al mundo en muy diversas épocas y nuestra España no fué la menos castigada, como puede verse en nuestra epidemiología. Si el cólera con trabajo 357 pudo invadir la Europa, en la que lo considero aclima- tado como presente lamentable del siglo XIX; si la fiebre amarilla hace años nos respeta, gracias á la dificultad de su aclimatación; si la peste de levante que tantas veces nos acometió desde el siglo VI hasta el XVI, y cuyo ori- gen podemos leer en nuestro Escobar, parece haberse sa- ciado de victimas europeas, no por esto debemos vivir con tal confianza que no pensemos seriamente en su posi- bilidad para ahuyentarlas con esas medidas enérgicas con prudencia, sabias con meditación y profundamente huma- nitarias y civilizadoras; porque el primer principio de la civilización es la protección de la vida del hombre. Yo no quiero ni anunciar calamidades ni tener la presunción de traslucir el horóscopo de este siglo con fatídica previ- sión, pero debo llamar la atención de los Hombres de Estado en una época en que se abren las puertas del continente africano cual campo en que debe ondear la ban- dera de la civilización de Europa. 109. Sinlomatologia de la fiebre.=V&mtA\ periodo.=E1 primer fenómeno que indica el ataque de la causa morbosa es el escalofrió. Este síntoma es casi general en las lyphoideas primitivas; ya diré porque no se observa en las secunda- rias. El escalofrió, gravísimo período en las intermitentes malignas; periodo principal y característico de la typhoi- dea asiática, es la impresión tóxica que recibe el organis- mo al primer ataque de la causa morbífica: parece que le sobrecoge, le aniquila, y se humilla ante ella. La pri- mera parte que reconoce al enemigo es el vigilante orgá- nico, el sistema nervioso, que cuando sufre toda la ac- ción de la cansa, porque esta le acomete con predilección bajo determinadas ■circunstancias de que hemos hablado, 50 358 el enfermo puede sucumbir en este período álgido, como en las intermitentes perniciosas, y en el cólera. Pero á no ser en estas dos enfermedades el organismo que, co- mo todos los cuerpos de la naturaleza, resiste su destruc- ción y se opone á salir del estado que le es natural, entra en lucha con el agente que contraría su marcha fisioló- gica, y se marca la reacción. Es una desgracia lamentable que en medicina se busque mas evidencia que en las otras ciencias. Los cuerpos graves resisten salir de su posición, los compuestos rechazan la análisis, y la palabra fuerza de cohesión, de resistencia, de atracción, lo esplica todo: pero cuando se aplica esta doctrina á la medicina, parece fabu- losa, un suterfugio, una sutileza, pero nada mas real; á es- ta resistencia orgánica llamaron los fisiólogos fuerza activa, resistencia vital, tendencia marcada á volver al tipo nor- mal, naturaleza etc. (XC. GXV.) 110. Pasado esle primer período todas las fiebres esen- ciales son idénticas, todos los typhus son la misma enfer- medad con la diferencia de afectarse con predilección un sistema ó un órgano mas que otro: todas siguen la misma marcha y exigen en su base, los mismos remedios. Pon. gamos un egemplo muy claro en las viruelas. Primer pe- riodo; desarrollo déla acción del virus: síntomas, escalo- frió, mal estar, dolor general y de cabeza. 2.° Reacción orgánica y del sistema circulatorio contra el virus variolo- so en circulación: síntomas; calentura, sed, calor aumen- tado, ansiedad. 3.* Depuración á la piel: síntomas; apa- rición de la erupción; disminución, y las mas veces, es- tincion completa de la calentura. 4.° Terminación por su- puración y si los granos son en gran número calentura supuratoria. Comparemos ahora estas dos enfermedades en, 359 las que hay intoxicación manifiesta. Y fijemos mucho la atención en este momento porque del modo de compren- der este período de las fiebres surgen todas las grandes dispatas sobre su naturaleza y tratamiento. Permílaseme preguntar ante todo ¿Es la misma la calentura, ó trastorno circulatorio en el primer periodo de la fiebre typhoidea, que la calentura y alteración del pulso que se nota en el segundo? Se dirá que no se comprende esa reacción orgá- nica de que se habla, y como no me gusta usar palabras que no tengan un sentido general y bien esplicito, pondré otro egemplo. El frío es el mayor enemigo de la vida porque la estingue, mata el organismo: nobstante se le lla- ma tónico ¿cuando lo es? Cuando su acción se suspende, y cuando no es tan intenso que mate rápidamente, porque en esle caso no dá tiempo á que el organismo se reaccio- ne: hé aqui su acción tónica, que no es del frío sino del organismo que se opone á sus efectos: semejante á un cuerpo elástico que se le obliga con fuerza á conservar cierta posición, que cuaudo se la suelta vuelve á su esta- do con una intensa fuerza, asi el organismo que se vio ame- nazado en su ecsistencia, vuelve en si con mas, ó menos energía según la intensidad de la causa, y la suma de fuer- zas ó condiciones orgánicas con que cuenta. Asi debe ver- se el período de reacción. Hildembrand reconocía en el ty- phus una época inflamatoria posterior á la invasión: es lo que casi siempre sucede en los casos de no gran intensi- dad; ya veremos que sucede lo mismo en la fiebre ama- rilla, en la misma peste y aun en el cólera. Téngase pre- sente que no en todos los casos de fiebre ecsiste esta reac- ción: no la hay en sugetos depauperados y anémicos: no la hay cuando la causa es muy intensa, y no la hay tam- 360 J poco cuando esta misma causa desenvuelve su acción poco á poco como en detall; lo que se observa frecuentemente y entonces es cuando se dice que el mal se presentó em- hozado,, con aparente benignidad, insidioso. En la época de la epidemia que hemos observado, en el mayor núme- ro de enfermos qne entraron en el hospital, que eran en lo general pobres, ó á lo menos personas de pocas como- didades, apenas se notaba esta reacción. En los typhus in- tensos tampoco ecsiste, y asi es que los que quieren verlo como de carácter flogístico se hallan muy apurados, y al fin se concluye por admitir dos elementos incompatibles, el flogístico y el séptico. 111. La calentura que se observa^ si se presenta con: el carácter inflamatorio, ó de irritación, con el pulso He— no, frecuente, ó dilatado, gran calor,, dolor pulsativo de cabeza, y gran sed, no es la enfermedad fiebre y los re- medios que moderan, ó disipan esla calentura no son los que curan la enfermedad principal. Hé aqui el grande error de los que ven en la fiebre typhoidea una natura- leza inflamatoria que reclama el método antiflogístico fun- dados en este periodo reaccionario y la prueba está en que se disipa el estado flogístico y la enfermedad sigue agravándose como lo observó Andral y lo veremos luego. Es una verdad práctica demostrada que, las evacuaciones de sangre aumentan el estado typhoideo. Mas diré aun. Las observaciones de Andral en su ematologia y que cité ya (36.), las de Bouillaud, las de Trousseau de que la san- gre en los typhus presenta cualidades opuestas á las de la inflamación seria una prueba evidente de su naturaleza si no se cerrasen los ojos á la evidencia. Cuando estudiemos la patogenia de la fiebre reconociendo su naturaleza íntima sacaremos algunos datos mas de la hematología como lo hemos hecho en otra parte, (36 y sig.) La sangre inflama- toria, Ja costra, el esceso de fibrina que se nota en esle período de reacción no es el efecto de la fiebre, porque es- ta por lo contrario la disuelve, la depaupera, sino de la calentura que, como ya indiqué, es una enfermedad de opues- ta naturaleza á la naturaleza typhoidea. Pongamos un egem- plo. Acomete esta enfermedad á una persona pobre con depauperado organismo, se la sangra, y no hay señal de costra, ni naturaleza flogíslica en la sangre: la enfermedad sigue su marcha sin obstáculo, sin gran resistencia; no hay reacción notable, si bien el pulso está acelerado, á veces contraído, ó irregular. Acomete á una persona robusta; viene una intensa reacción, se la sangra y aparece la costra y aumento de fibrina, á veces no al momento si se le san- gra muy pronto, pero si cuando la calentura siguió por algún tiempo, y cuanto mas tiempo tanto mas marcada es la costra inflamatoria. Llega á desaparecer de la sangre el carácter flogístico ¿'desapareció la fiebre? no: luego ese ca- rácter era ficticio, pasagero. Eu tesis general, «la fiebre inclnsos los typhus no tienen, no pueden tener el carác- ter inflamatorio porque lo tienen enteramente contrario.» Luego cuando se intenta curar ese estado flogístico no se intenta curar la fiebre; se cura una reacción orgánica que no siendo escesivo debe respetarse. 112. La sinlomatologia de la fiebre puede engañarnos en su principio, lo repetiré muchas veces, porque no sien- do tan intensa su causa que sobrecoja al organismo, los sín- tomas mas ostensibles son los reaccionarios. Ellos encubren toda la malignidad del mal, y semejantes á la inflamación del carbúnculo maligno, parecen ostentar un grado de re- 362 sistencia vital que al fin concluye por ser vencida. En los typhus intensos, como en el cólera, y la peste la intensidad de la causa no permite esa reacción primera, y no se pre- sentan los síntomas inflamatorios á no ser cuando yá el mal principal se venció. He aqui la razón por que los AA. cas1 todos y Bouillaud entre ellos vén un esíado lyphoideo co- mo un elemento añadido á la fiebre inflamatoria, siendo que esta no existe, es pasagera, es un fenómeno acciden- tal. «Uno de los elementos, dice, que tan frecuentemente se añade al elemento inflamatorio, y que dio motivo á se- parar las fiebres esenciales de las flegmasías, es el elemento pútrido ó typhoideo.» He aqui el error de Bouillaud que no podemos menos de combatir. Véanse los síutomas que caracterizan; según el mismo autor la fiebre typhoidea, y se recoaocerá que jamás se pueden reunir con los fenó- menos de una verdadera angio-cardilis. Y adviértase que este primer periodo puede no existir en la fiebre muy grave. Hablando nuestro Villalba, en su Epidemiología Española, de la epidemia que reinó en Cádiz, Sevilla, y otros pun- tos de Andalucía, y que después de recibir los nombres de fiebre pútrida, maligna, de typhus etc., vino á ser la fiebre amarilla, nos dice citando una Memoria sobre la epi- demia. «Hay otra especie de calentura en la epidemia, que se presenta desde luego con un frió grande, la calentura por el mismo orden, la lengua mas seca, su ápice encen- dido, mucho calor, mucha inquietud, y con aparatos ("aun- que aparentes en mi concepto) inflamatorios. A estos en- fermos algunos médicos les han sangrado, pero han visto pocas felicidades de las sangrías; se debe poner en prác- tica al instante el uso abundante de los refrescos subáci- dos, lavativas, y si la calentura sigue haciendo sus pro- 3&3 gresos, el uso de la quina.» Bien se distingue en las ver» daderas epidemias ese elemento inflamatorio engañoso, que no es el mal, y que no se puede confundir por ningún médico observador libre de preocupaciones sislemáticas, pero que se confunde muy fácilmente en las typhoideas esporádicas, aunque un aparente aparato inflamatorio ini- cia á veces el mal; pero el pulso baja luego en fuerza, el calor se disminuye, el dolor de cabeza deja de ser in- tenso y pulsativo, su color no es el encendido de la reac- ción, pero el enfermo sigue grave, la postración se au- menta, la fiebre marcha. ¿Por qué no ha terminado, ó aliviado, estándolo esos síntomas que marcan el estado flo- gístico? porque la enfermedad estaba detrás de aquel len- guage del organismo que nos decía «aqui hay un enemi- go que rechazo.» En D.a T. V. joven robusta y sanguí- nea se presentó una lan intensa reacción que fué preciso recurrir á fuertes evacuaciones de sangre: calmado aquel estado apareció y continuó el mas inlenso estado typhoi- deo. La verdadera fiebre inflamatoria que mereciese el nombre que le dá Bouillaud y Piorry, nunca puede pa- sar á una typhoidea, á no ser que supure con mal ca- rácter el sistema arterial, lo que no está reconocido. La calentura angio-ténica es siempre de naturaleza flogístíca, bien sea consecuencia del estado de la sangre ó del co- razón ó de las arterias, y los males que tienen esta pato- genia no pueden tener la de la adinamia. Puede sí presen- tarse una congestión pulmonal ó cerebral, y aun sobre- venir síntomas de ataxia por lesión de esta viscera, pero ja- más será una typhoidea. Con justa razón José Frank dice que «los cadáveres de los que sucumben á consecuencia de la calentura inflamatoria presentan diversas alteraciones, *6'4 entre las cuales la flogosis de las arterias y de las venas y sus diferentes terminaciones tiene la mas íntima relación con la enfermedad primitiva, á saber, la calentura infla- matoria.» Esta calentura es la verdadera angio-hemitis y angio-carditis, y angw-ténica, pero no es la fiebre esen- cial typhoidea. Si fuésemos de los que rechazan la induc- ción para fijarnos solo en el esperimento apoyaríamos nuestro modo de ver con la rectificación de lo que nos dice la terapéutica. En fin terminemos con aquellas palabras de Mr. Hugon en su nosografía sobre la fiebre «no dejarse seducir por los fenómenos flegmásícos,» ni menos por los caracteres de la sangre. 113. Sintomatologia de la fiebre, propiamente dicha. (2.° y 3.cr periodo en laque se inició con reacción: y 1/ y 2.* en las muy intensas.) —Veamos prácticamente apare- cer una fiebre typhoidea primitiva intensa. Primer perio- do, mal estar general, inapetencia, dolores vagos, y pasa- geros ó fijos en la cabeza. Este estado suele durar, dos ó tres dias; á veces apenas es sensible; no se hace caso, y se presenta el escalofrió mas ó menos fuerte, con gran molestia, abatimiento, disgusto, desasosiego; pulso frecuen- te, contraído, aspecto triste, insomnio, dolor sordo de ca- beza, sed intensa, lengua saburrosa, á veces limpia. Esta reunión de síntomas constituye el segundo periodo de la fiebre en la que hubo un primer periodo de reacción, ó el primero cuando la causa obró con intensidad. La len- gua en muchos casos continua buena, ó con ligero barniz mucoso: otras intensamente blanca. En gran número de casos apenas se nota reacción. En este periodo el mal se agrava, poco á poco, apareciendo en el 3/ la postración, la posición supina, las manchas ó erupción typhoidea al 365 pecho y vientre, la viveza del pulso. Si el mal no cede al 7.° dia, lo que sucede pocas veces y sobre todo casi nunca después que se presentaron los síntomas indicados, el lentor de los dientes, el meteorismo, y el amenazante delirio indican el segundo septenario grave, y de dudoso éxito. Este periodo se agrava y el delirio, el temblor de la lengua y dificultad de echarla fuera de la boca, el salto de tendones, el aumento del meteorismo, la irregularidad, y á veces la sequedad de la lengua constituyen el cuadro del completo desarrollo del mal. Se pueden presentar gra- ves fenómenos de que ya hicimos mención. Cuando la en- fermedad afecta con mas intensidad al cerebro, lo que su- cede mas especialmente en las personas nerviosas, ó en las ocupadas de trabajos mentales, el delirio intenso, el pervigilio continuo y fatigante ó la soñolencia, el temblor general, el enfermo no puede echar la lengua fuera, lleva su mano temblorosa á la boca para sacarla pero es impo- tente este esfuerzo, síntomas que marcan el carácter ata- xico, y simulan la encefalitis, ó la meningitis inflamatoria. Pero si no es el sistema nervioso cerebral el mas atacado, y los síntomas de adinamia sobresalen, lo que sucede en personas de pobre temperamento ó mal alimentadas la gran postración, el mal aliento, las petequias, las deposiciones in- voluntarias y fétidas, el gran meteorismo son los fenóme- nos que lo indican. Pero por lo regular en la fiebre typhoi- dea que sigue todos sus periodos hasta el 14 ó 21 dias es- tos síntomas se presentan en su mayor número con mas ó menos intensidad no mereciendo llamarse ni atáxica ni adinámica, sino fiebre typhoidea que para mi es lo mismo porque toma ambos caracteres. A veces se presenta con una forma al parecer insólita, pero que no es mas que la misma 366 enfermedad afectando con predilección el centro encefálico que comunica su lesión á los nervios del trisplánico. En- tonces sin grandes síntomas alaxicos ni adinámicos, se pre- senta la respiración alterada, dificultosa, suspirosa, la anhe- lación, el pulso oscuro, la refrigeración, un sudor pegajo- so, ó la respiración nasal, á todo lo que se sigue regular- mente el aplanamiento cerebral, y de todo el sistema in- nervador. Esla forma, poco común, es gravísima; las mas veces mortal. Adviértase que únicamente describimos los síntomas característicos, porque de olra manera pudiéra- mos citar aqui toda la sintomatologia, que no baria mas que comprobar la naturaleza verdaderamente séptica, y no flogística de la enfermedad, como lo serían las hemorra- gias de sangre negra y disuelta, la gangrena por decú- bito, las convulsiones, la inacción muscular, la torpeza sensual etc. 114. Debemos tener muy presente que en la carrera de la fiebre se pueden observar lesiones viscerales con to- dos los caracteres de las irritaciones, pero que no ceden á los remedios de estas. Los envenenamientos miasmáticos, dice, Dubois, empiezan muy á menudo por síntomas fe- briles sin afecciones locales y cuando sobrevienen las con- gestiones viscerales son, muchas veces, unos efectos conse- cutivos.» Cuando se fija la causa séptica sobre un órgano* éste se reacciona según puede y los síntomas irritativos se presentan; pero como el órgano está sellado de un mo- do especial, esla irritación no cede sino con la destrucción del órgano, mientras la causa no se estingue. Asi es co- mo debemos comprender la especificidad de estas aparen- tes irritaciones que aun asi son secundarias y especificas. En las enfermedades venéreas se vé un egemplo de esto: 367 si cede la irritación sin ceder, ni desviarse la causa es- pecífica, el órgano, ó la parte sufre la perversión de tejido, como la supuración, la induración, la ulceración ó la de- generación, Nobstante, se me dirá, estas irritaciones re- claman el plan antiflogístico: cierto, cuando son muy inten- sas, cuando se forman congestiones capilares de las que re- celamos la estravasacion, ó la hiperemia pasiva. Por esta misma razón veremos al hablar del tratamiento de estas fiebres que, semejantes á lo que nos sucede en las afeccio- nes sifilíticas, y en el carbúnculo mismo, tenemos necesidad de atender á las congestiones secundarias, sin olvidar la causa que las produce para ser prudentes y moderados en el tratamiento. De estos estados congestiónales los mas imponentes son la congestión cerebral, y la gástrica, y son á veces lan notables que se revelan el 1.' por la in- tensa temperatura de la cabeza, el encendimiento del ros- tro, y de las conjuntivas, el delirio fuerte, ó el sapor; y el 2.° por la sequedad y calor de la lengua, el color ru- bicundo de escarlata de la misma y la intensa sed. En es- tos casos no debemos despreciar estos síntomas dándoles el valor racional que deben tener en la terapéutica como luego veremos. Pero hay que tener presente que también la congestión puede ser pasiva por inacción capilar, lo que sucede en el fin del 2.* septenario de la fiebre cuando quiere terminar desgraciadamente. No insistiéramos tanto en esta idea sino la creyese de suma importancia. 115, Fiebre secundaria. Muy poco debemos decir de esta enfermedad que no es otra que la misma fiebre pri- mitiva pero consecuencia de otro efecto morboso. ¿Que males son los que la producen? Generalmente son las ca- lenturas gástricas como ya tuvimos ocasión de probarlo 368 al hablar de ellas, pues que el lubo intestinal puede cons- tituirse en estas calenturas un foco de septicidad que lle- ve al organismo elementos mórbidos que desenvuelvan la fiebre y por esta razón se la llama secundaria. Pero ademas puede tomar origen de cualquier foco de infección que se engendre en el organismo: asi es como de resultas de una amputación en la que el muñón se gangrene, ó forme un pus séptico puede venir una fiebre, como vie- ne la fiebre secundaria héclica por reabsorción de pus: así es como la viruela confluente en su descaccion imper- fecta causa la fiebre gravísima en que perecen casi todos los variolosos: siempre un miasma tóxico la produce. De todas las calenturas gástricas la saburral, y la mucosa son las que mas frecuentemente prestan elementos á la septicidad para constituirse en una fiebre secundaria. Y tén- gase muy presente lo que ya he dicho en otra parte «ca- lentura que no cede en el primer septenario (57) es de temer haya producido algún foco séptico que origine la fie- bre.» Bouillaud, como ya hemos visto, supone que su an- gio-carditis está en este caso, pero á la verdad yo pienso que justamente la calentura inflamatoria, cuando no se con- funde con el primer periodo de la fiebre, es la que me- nos tendencia tiene á producirla poque la irritación car- diaco-vascular no tiende á la septicidad: asi también piensa Valleix como aun veremos al tratar de la patogenia. 116. En 1803, apareció la primera edición de una obrita que en España no tuvo gran nombre, pero que es- tá escrita con tino y verdadero criterio. Mr. Luis Odier en su Manual de Medicina práctica dirigido á los oficiales de salud del vecino imperio y en su segunda edición de 1811, llama la atención sobre el objeto que nos ocupa. 369 y desea simplificar lá doctrina de las fiebres. Lástima ha sido que bajo las mismas bases no se hubiesen hechoios trabajos de los nosologistas modernos. Empero Odier re- duce todas las fiebres á su fiebre biliosa: nobstante sus reflexiones son dignas de citarse. «No hay cosa mas em- brollada, dice, que el conocimíenio de las fiebres continuas si se quieren hacer tantas especies diferentes como varie- dades ofrecen. Nada es mas simple si se las considera como una sola y misma especie, y cuyos diversos sínlo- tomas pertenecen á causas accidentales, ó á alguna diferen- cia en el temperamento y constilucion de los enfermos, ó, enfin, á alguna circunstancia particular anterior á la en* fermedad. Estas diferencias no son mas que variedades de- pendientes de alguna causa estraña, sea en la carrera del mal, sea anteriormente á su manifestación, y asi se vé con frecuencia la misma fiebre tomar sucesivamente todos los caracteres por Jos cuales se las ha distinguido en muchas especies, y ofrecer unos después de otros todos los sín- tomas de una fiebre inflamatoria, biliosa, mucosa, pútrida y nerviosa.» Efectivamente la adinamia, la ataxia casi siem- pre se hallan reunidas, porque la postración muscular, la tendencia á la septicidad vienen por lo regular con temblor de las manos, de la lengua,, salios de tendones, y con los síntomas cerebrales, delirio ó soñolencia. ¿Qué dificultad no hallan los jóvenes al principio de su práctica para cla- sificar las fiebres por la doctrina antigua y aun hasta Pi- nel? Por eso vimos la ansiedad con que abrazó la juven- tud la doclrina de la gastro-enteritis. 117. Los síntomas de la fiebre secundaria que se pre- senta en la carrera de una calentura traen cierta aparien- cia de lenidad que engaña. Es verdaderamente esta en- 370 fermedad insidiosa siempre, porque á no ser cuanda la causa séptica obra con una gran intensidad, como en la forma tiphica, los fenómenos que la indican se van pre- sentando poco á poco. Y adviértase que bien sea en la fie- bre primitiva con periodo reaccionario, bien en la se- cundaria, al iniciarse los primeros fenómenos característi- cos del estado typhoideo hay casi siempre una mejoría que suele ser el tránsito al verdadero estado lyphoideo, es el vencimiento del mal sobre la naturaleza. Y eslo sucede mu* chas veces en el cólera, y en la liebre amarilla también. Oigamos lo que decia ya nuestro Lafucnte en 1805. «El primer periodo en la epidemia observada en Andalucía era febril. La desaparición total de la referida calentura y de casi todos sus sintonías verificada hacia el dia terce- ro, aparentando una mejoría falaz, pero'empezando después otros síntomas pésimos, nerviosos, y disolutos sin celeridad en el pulso, y sin calor esterno, han formado la segunda y mas terrible parte del mal, periodo typhoideo, ó malig- no.» Lo mismo sucede con el cólera; vemos la mas pe- queña reacción como un beneficio, y se comprende que esta reacción no es el mal; ella dura poco á veces y su desaparición es el peligro; es la muerte. Tampoco vé nues- tro Lafuente la irritación gástrica, que ya entonces bu- llía en la cabeza de muchos, como causa de los typhus, como el asiento de aquel mal: la causa, dice, está en la masa común, y conviene neutralizar, aniquilar el virus en su origen: ese derramamiento de bilis, y espantosas de- generaciones gástricas son secundarias. Los síntomas con que suele aparecer la fiebre secundaria son los mismos que acompañan á la primitiva. He visto enfermos que á conse- cuencia de abusos alimenticios contrageron la calentura gas- 371 trica esporádica que pasó al mas alto grado typhoideo, y en los que no se hubiera podido desconocer el typhus mas caracterizado. Nobstante marquemos su iniciación. Cuan- do al aproximarse el término del primer septenario no terminan las calenturas y el enfermo parece presentar cier- to abatimiento angustioso, apesar muchas veces de haberse rebajado la calentura; cuando la lengua seca y crapulosa, morena ó blanca, se seca "hacia el séptimo dia con dolor de cabeza y pervigilio, es casi seguro que tuvo efecto la intoxicación séptico—gástrica. La posición del enfermo es siempre la misma, el pulso es frecuente y bajo, á veces irregular: asoma el delirio; su fisonomía es triste, las ori- nas son turbias, y escasas; el vientre comienza á elevarse y la escena typhoidea llega á su término al 12, ó al 14, para prorrogarse todo el tercer septenario si no termina en el segundo. En todo este periodo de tiempo los sínto- mas varían según. la intensidad de la causa, el individuo y otras muchas circunstancias como en la fiebre primitiva, He observado nobstante, y apesar de la generalidad con que se admite como característica la erupción typhoidea, que en la fiebre secundaria es menos frecuente que en la primitiva: esta erupción es constituida por pequeñas pete- quias de color parduzco que especialmente se observan en el pecho. Y al contrario en una fiebre primitiva que re- cientemente he visto rectifique la fácil aparición de man- chas y granos eruptivos semejantes á la miliar en medio de un peligro eminente y de todos los síntomas del ty- phus nostras, del estupor, de la profunda postración, de la respiración nasal, y laboriosa. Por lo demás debemos referirnos á todo cuanto hemos dicho en la sintomatologia de la fiebre primitiva. 372 118. Sinlomatologia de la fiebre bajo el aspecto typhico. Consideraciones generales.—Si quisiésemos estudiar aisla- damente Jas enfermedades que llevan el nombre de typhus habríamos de componer otro lomo; tal es la oscuridad, la divergencia, y las variadas opiniones sobre su naturaleza, su historia nosográfica y suplan curativo. Y sí necesitá- semos una prueba la tendríamos muy cabal en el gran nú- mero de descripciones que sobre cada uno de los typhus tenemos y que no fueran necesarias habiendo que atener- se á un tipo dado y único. No falta mas sino que á cada epidemia de fiebres se le dé un diverso nombre griego, apoyado únicamente en algún sínloma predominante. ¿Tie- nen los llamados typhus una sintomatologia especial? Y es preciso contestar á esta pregunta porque nos vá á ser muy interesante para el estudio patogénico. Antes de resr- ponder á ella haremos otra. ¿'Una misma enfermedad en su etiología y en su patogenia so presenta siempre con los mismos síntomas? El virus sifilítico, herpético, psórico, la caquexia escrofulosa, cancerosa etc., se presenta con idén- ticos fenómenos cualquiera que sea el individuo, la inten- sidad de la causa, y el tegido ó órgano que especialmente afecte? Y por esta diversidad de síntomas ¿cambia la etio- logía, la patogenia y la therapeutica de la enfermedad? Semejante la fiebre á estos males que acabo de indicar, su etiología, su naturaleza y sus indicaciones son siempre idénticas en su base y solo diversas en su escala de ac- tividad. Pero se mi dirá; si crees idénticos los tiphus todos á tu liebre ¿para qué tratarlos separadamente? No los trato separadamente ni en su causa, ni en.su patogenia ni en su indicación básica; voy únicamente á llamar la atención sobre algunos síntomas que en ellos sobresalen mas, que 373 son tos que autorizaron su diverso nombre. No pienso des- cribir, perqué no puede ser, sería repetir lo dicho muchas veces: trato solo de hacer notar algunos fenómenos á que dá origen el órgano que especialmente afectan en sus va- riadas condiciones geográficas. El vicio venéreo, las escrófu- las, los herpes no tienen unos síntomas cuando afectan la gar- ganta, el pulmón, los intestinos, el peritoneo etc. y nobs- tante la enfermedad es la misma. Unos cuantos síntomas graves caracterizan la fiebre intensa en Europa, América, Asia y África, y estos síntomas aparecen en medio de to- dos los que caracterizan la fiebre siempre y en todas par- tes. En esta misma fiebre, sin grave malignidad, aparecen ciertos síntomas que se observan cuando adquiere gravedad, y no por esto la damos diverso nombre. Nada cambian, nada prueban contra la identidad de todas esas entidades morbosas Ja manifestación de uno, ó dos síntomas que solo son el distintivo de las influencias geográficas. La fiebre apareciendo en Roma y en Paris, en Londres como en Ma- drid, en Italia como en Crimea, en Filadelfia será mas ó menos grave, pero nunca dejará de ser la misma enferme- dad. Mr Thibaut nos presenta una tabla de las diversas mo- dificaciones con que há observado el typhus en 1856 y en el hallerémos el typhus comatoso, el adinámico, el ataxico- adinámico, epiléctico etc. lo que prueba que los síntomas son tan variables casi como los individuos que los padecen. Esta es una razón mas para que creamos en la identidad de las dos enfermedades que suscitan la cuestión de su se- mejanza. Dice muy bien Mr. Thibaut que los síntomas del typhus no son los de la dolhienenteritis, pero tampoco esta última enfermedad es la verdadera typhoidea. Queriendo que constituya una diferencia eutre ambas la posibilidad 374 de abortar la una y no el otro nos presenta una razón en contra de su opinión que no podía ocultársele á este profe- sor, pues reconoce que el no observarse esto en el typhus es por la energía de la causa del principio intoxicador que no deja á su victima después que la há acometido. Mr. Cá- zalas, al que citaremos aun al hablar de la naturaleza de la fiebre y que ha observado el typhus en Constantinopla, ad - mile su identidad con la fiebre typhoidea, y se apoya en un hecho que ya he citado; eu las epidemias de typhus se ven typhoideas y en las de typhoideas se observan ca- sos de typhus: lo que probará para nosotros que siendo la misma entidad solo síntomas mas ó menos intensos hacen su diferencia. Casi en el mismo sentido habla Mr. Ra- gaine y lomamos de un periódico médico (L' Union Medícale) su observación sobre una epidemia de fiebres, en la cua\ ha visto variar la fisonomía de la enfermedad. «En esta epidemia, dice, la fiebre pútrida ha tenido formas muy variadas y muy distintas; la una representando al sinoco impútrido de los antiguos y durando de diez á quince dias; la otra correspondiendo á la fiebre dicha nerviosa. la otra, enfin, pareciéndose á la adinámica de Pinel.» Su- pone que el punto de partida de la enfermedad era la sa- burra gástrica. ¿Serian nuestras calenturas gástricas que pa- sarían á la fiebre esencial secundaria en su segundo septe- nario, ó sería nuestra fiebre afectando con predilección el tu- bo intestinal? Creo lo primero, porque la fiebre esencial primitiva epidémica no puede confundirse con el sinoco sim- ple, cuya apariencia solo puede tomar en casos muy espe- ciales, representando la calentura de reacción que dura po- co. Tiene razón Mr. Ragaine; el estado pirético es el efecto de la acción que las saburras egercen sobre los ór- 375 ganos digestivos, pero este estado no es la fiebre, ni la ty- phoidea, es únicamente una calentura gástrica. Este estado solo secundariamente puede dar origen á la fiebre: aquella reconoce una causa local; esta una causa general de muy di- versa índole, que llega á veces hasta presentar la fisonomía typhica. Otra opinión respetable vamos á citar en contra de nuestra identidad, la de Mr. Durian. ¿En qué razones sóli- das se funda el Dr. Durian para sostener que «por muy numerosas que sean las analogías entre la fiebre typhoidea y el typhus estas dos enfermedades no son idénticas ni po- drían confundirse en una misma descripción? No están disi* padas como el cree las dudas sobre la diferencia que las separa porque para mí y para muchos profesores de mas mérito la cuestión estaría resuelta á favor de la identidad y no de la de-semejanza por que ni los síntomas ni las le- siones cadavéricas manifiestan mas que la mayor ó menor intensidad de la causa y de su efecto, de la rápida acción del toxico ó de su paulatino efecto. Ni menos es una razón de disparidad el^observarse en una misma epidemia las dos enfermedades porque su parecido de causa y de efectos obrando sobre diversos individuos produce launa ó la olra, y en las epidemias typhoideas que hé observado hé visto muchos typhus con todos sus caracteres; ni veo la razón porque, como hé dicho en otro lugar se deba ape- lar para convencer de la no identidad de ambos males á la inmunidad de que goza el que sufrió una vez la enfer- medad typhoidea porque esto no suceda generalmente en los typhus; la razón es muy obvia: en aquella la causa es menos intensa, en este el miasma tiene una fuerza que vence toda resistencia, aun á costa de la poca predisposición del individuo. En graves dificultades se hallan los que se 376 empeñan en buscar á todo trance esta ilusoria disparidad que los lleva á una marcada contradicción: oigamos en prue- ba de ello á Mr. Jubiot y figémonos en las conclusiones deducidas de sus importantes trabajos sobre las deseme- janzas que ha querido hallar entre el typhus y la fiebre typhoidea porque algunas deducciones tienen mucha im- portancia, pues que ni su etiología ni sus síntomas prueban en su favor.» I:1 El typhus se desarrolla bajo la influen- cia de malas condiciones higiénicas y de la aglomeración de individuos. 2.* Las fatigas, las privaciones, las enfer- medades, tales como el escorbuto, la podredumbre de hos- pital debilitando á los individuos altera su constitución. 3.a La descomposición vegetal y animal, los escorbúticos, los heridos han producido un miasma en Crimea que fué la causa de las fiebres remitentes é intermitentes y que im- pregnando la economía daba una fisonomía característica y especial. 4.' El typhus es una fiebre esencial de naturaleza séptica con variadas manifestaciones y cuyos caracteres constantes son el estupor,, el delirio y el exantema muri- color. 5/ El typhus observado en Crimea fué el typhus feber de Irlanda y de América. Origen, síntomas, altera- ciones patológicas, todo es idéntico. Pero como los autores que quieren que el typhus y la fiebre typhoidea sean una sola y misma enfermedad, admiten nobstante una di- ferencia entre el typhus feber y la fiebre typhoidea resulla que están en el error sosteniendo la identidad del typhus y de la fiebre typhoidea que son dos afecciones distintas.» Si fijamos nuestra atención en el tratamiento que reco. mienda, veremos en su typhus, la forma periódica comba- tida con el sulfato de quinina;, la forma atáxica, la forma adinámica, con los laxantes, los tónicos y la proscripción 377 de las emisiones sanguíneas. ¿Y qué es la forma atáxica, adinámica del lyphus mas que nuestra fiebre con variada intensidad? ¿Las causas no son las mismas? ¿"No lo son sus síntomas? El Dr. Clarke hace observaciones sobre la di- versidad que reina en las fiebres y vitupera con razón la multitud escesiva de clases que se establecieron. Desecha Ea división de fiebres inflamatorias, nerviosas, pútridas etc. que no son mas que diferentes estados de la fiebre. Typhus mitior llama Roberto Tomas á la fiebre nerviosa y typhus gravior á la pútrida y maligna, porque asi se deduce de la sinlomatologia. 119. Cuando se escribe únicamente la historia de una de esas variedades de la fiebre se puede recargar su cua- dro nosográfico, y aun presentar bellísimas y bien forma- das descripciones porque, sin duda, en una epidemia se no- tarán casos benignos, de mediana intensidad y graves, y por consiguiente se camina de lo mas sencillo á lo mas com- puesto con un orden lógico elogiable. Yo no voy á tomar este ejemplo: acabo*de hablar de la fiebre y en ella se ha- llan todos los síntomas que la caracterizan nos falta solo fijar la atención sobre fenómenos que se presentan en las variedades graves bajo climas diversos, y gran intensidad de la causa. Hablaré en primera linea de la fiebre en Eu- ropa bajo la influencia de una causa muy intensa y de es- peciales circunstancias. 120. Sinlomatologia del typhm nostr as.=zCmntio se aca- ba de leer la descripción de la fiebre y se pasa á hacer la del typhus se halla uno embarazado si aquella fué bien he- cha: por esta razón los A A. que mejor describieron los typhus, según el parecer común, fueron aquellos que se ocuparon de uno de estos aisladamente porque pudieron 378 presentarnos figuras casi graphicas de la entidad que ob- servaron: asi el typhus del Peloponenso, el Romano, el Es- pañol, como el de Filadelfia, de Reims, de Crimea etc. dieron campo á historias dignas de los autores célebres que las describieron: pero que se lean las sintomatologias de los Nosógrafos que hablaron de este typhus después de haber- lo hecho de la fiebre y se los verá vacilantes sin saber que síntomas asignarles como característicos, siéndolo únicamen- te los que pertenecen á la fiebre grave en su periodo de inlensidad. Véase á Pringle, á Frank, á Pinel, al mismo Boui- llaud, á Gintrac, á Valleix y se hará la misma observa- ción. Y si Hildebrand, si Pellicot, si Landouzi y otros se hicieron lan dignos de nuestra gratitud por sus descripcio- nes fué porque trataron esta forma grave aislada. Esta mis- ma idea que tenia que deducirse de mis principios la ve- mos guiando á Valleix, pues bajo el nombre de fiebre ty- phoidea, comprende el typhus de las cárceles, de los cam- pamentos, y está por consiguiente en su derecho al estu- diar toda la larga serie de síntomas quf puede presentar la enfermedad desde la fiebre benigna (typhoidea benigna de los AA.) hasta el typhus europeo mas intenso. Pero no puedo disculparle en haber sacrificado á la sencillez la ver- dad en esta materia, pues cree que las calenturas inflama- toria, biliosa, mucosa, no son otra cosa que la fiebre typhoi- dea, confundiendo una causa con su efecto, y para demos- trarlo, dice, «basta ver que esta se presenta con todas aque- llas formas.» ¿Y llamará fiebre typhoidea á una calentura inflamatoria, á una biliosa, gástrica etc.? Acaso dirá que no, hasta que se presenten los síntomas typhoideos. ¿Y si no se presentan como las llamará? Estas calenluras, lo digimos ya repetidas veces existen y nada tienen que ver con la fiebre typhoidea, pero pueden dar logar á ella por el mecanismo vital que ya hemos esplicado. Y por esta razón también resuelve fácilmente la cuestión del contagio, pues que admitiéndolo todos en los typhus y negándolo muchos en las typhoideas, Mr. Valleix es muy lógico en admitir la posibilidad del contagio en su fiebre typhoidea que comprende lodas las formas bajo circunstancias favo» rabies de localidad y de predisposición. Pienso en esto co- mo Valleix según hemos visto (106.) al hablar del con- tagio de la fiebre. Nobstante trata del typhus nosocomial pa- ra dar á conocer la opinión de Glautier de Claubry sobre las analogías del typhus y de la fiebre, concluyendo que «es evidentemente inútil hacer una descripción detallada del typhus: únicamente diremos, como consideraciones genera- les, que siendo el typhus nosocomial, carcelario, etc. la ca- lentura typhoidea en el estado epidémico, se declara en las grandes reuniones de hombres; que es generalmente muy grave; que présenla algunas ligeras diferencias sintomáticas, según las epidemias; que estas solo consisten en la mayor ó menor duración de los síntomas.» ¿Y que diremos del typhus de Irlanda ó typhus feber que tanto dio que ha- blar y que se presenta aun hoy como una especialidad mórbida sin parecido con otras typhoideas ó con otros ty- phus? Seria entrar en una polémica disgustante porque yo no podría oponer observaciones á observaciones y me tendría que limitar como Frank, como Fleury, como Va- lleix á ser mero copista de descripciones. Nobstante pode- mos comparar, podemos leer esas descripciones y ver si hallamos en su etiología y en su sinlomatologia represen- tada la especialidad de esa entidad mórbida propia, y ob- servada en Irlanda, y en Inglaterra, y acabamos de citar 380 á Mr. Jubiot partidario de la analogía. Apesar de mi pen- samiento y de no hallar tanta diversidad sintomalologica y si gran analogía etiológica, la opinión de respetables ob- servadores que ven esta enfermedad con una desemejanza tan notable como la que hay entre la escarlatina y el sa- rampión me hace esponer solo mis ideas como dudas fun- dadas que apoyan su semejanza. Idénticas las causas, po- derosas, generales; predispuestos los individuos por su gé- nero de vida, su posición social, su vida doméstica, de- bemos temer una afecciou miasmática de carácter setpico como en la fiebre. En su sintomalología nada hay notable; novemos mas síntomas que los que caracterizan un estado adinami-atáxico iutenso como los producidos por causas miasmáticas sépticas y adinámicas. Deduciendo de las ob- servaciones monográficas de Gerhard y de Jenner citados por Valleix la invasión es lenta pero adquiere pronto gran violencia. Lo comprendo; la causa es poderosa; el orga- nismo se resiste, pero la causa vence y desplega su acción á muerte: esle fenómeno es de todos los typhus intensos. Todos los sintonías son comunes de la fiebre grave, las vías gástricas con su anorexia, su ansiedad, con su era- pula y su sequedad la lengua; el cerebro con su insom- nio, sus alucinaciones, y su delirio; el corazón con su ace- lerado movimiento, y debilidad contráctil; el sistema mus- cular con su adinamia, su postración; el pulmón con su respiración frecuente y difícil, nada dicen de especial en esta enfermedad. Esa erupción de numerosas manchas for- mando grupos irregulares de color rojo, oscuro, ó violado de variable tamaño: otras manchas vagas de un color se- mejante al zumo de moras, son al parecer el síntoma dis- tintivo de esta terrible enfermedad. La anatomía patológica 381 tampoco dá mas datos para apoyar su diferencia porque los typhus intensos y la fiebre de menos gravedad dan datos casi iguales. El plan curativo fija especialmente su base en los tónicos antisépticos como en la fiebre. ¿A donde hallar esos datos que debieron ser poderosos para admitir al typhus feber como á una entidad distinta de la fiebre? 121. Cuando, pues, la fiebre presenta en su marcha la postración, el meteorismo, la confusión de ideas, la sor- dera, el zumbido de oídos, un ruido incómodo en la ca- beza, el delirio intenso, ó el sopor, la dificultad de deglu- tir; deyecciones involuntarias; el temblor de la lengua ino- bediente á la voluntad, la respiración nasal, laboriosa, la rubicundez de la conjuntiva, cara abatida, á veces por mo- mentos de un calor semi-livido, gran lentor en los dien- tes; podemos asegurar que la fiebre llega hasta el pe- riodo tiphico. Repilo lo que dige al principio: si se lee la descripción del typhus por Frank, ¿que fenómeno morbo- so existe, por decirlo asi, en la patología que no pueda presentarse en el typhus desde la espulsíon de lombrices hasta el priapismo? Olvidemos estas imágenes ó figuras complicadas para limitarnos nosotros á los rasgos mas ca- racterísticos é importantes, que acabamos de anunciar y que terminan por el estupor, las petequias, las hemorra- gias pasivas, la disolución mas completa y general del or- ganismo y la muerte. No siempre tampoco se reúne to- do este cuadro sintomatológico, pero en mas ó en menos es el característico de la fiebre que llega al estado ty- phico. 122. Sinlomatologia del typhus americano.—Ya hemos dicho lo bastante sobre la fiebre amarilla (75) y no ne- 53 382 cesitamos hoy repetir que esta enfermedad es el typhus inlenso de América, pero sin que por esto degemos de reconocer que allí reina también en su menor intensidad el mismo mal bajo el nombre de fiebre ó de typhoidea. ¿De donde sino proviene esa dificultad de caracterizar la fiebre amarilla mientras no aparece el vómito acafelado ó la ictericia que la caracterizan? ¿Y cuantas veces no he- mos visto en Ja fiebre intensa y 'con suma gravedad este vómito en los momentos fatales de una profunda adinamia? ¿No se han observado ictericias en la fiebre que se ha denomi- nado biliosa y cuya forma se niega por algunos viendo es- te fenómeno únicamente como un síntoma typhoideo, y por otros como un indicante de la irritación hepática? ¿No es la calentura biliosa (52) rara en su aparición, pero nota- ble en los países calientes? ¿-Qué tiene, pues, de estraño que ese mismo agente séptico, tránsito de la organización y de la vida en la sucesiva y admirable transformación de la materia universal, idéntico pero modificado en la situación geográfica de un pais, lome una variada intensi- dad y una notable predilección por los órganos ó siste- mas predominantes? Las formas biliosas de la calentura fueron perfectamenle descritas bajo el nombre de fiebres por Stoll, porTissot, porOdier, porFinkey queDanlon con Fleu- ry vén únicamente como una complicación de la fiebre typhoidea, demostrándonos de esta manera ser, mas bien que una entidad mórbida distinta, una especialidad de la fiebre, en lo que estoy muy conforme. Ni es estraño se hubiese querido considerar á la fiebre amarilla como una intermitente perniciosa con un carácter propio, pues que muchos escritores solo vén en ella una verdadera intoxi- cación paludiana, grave sin disputa bajo un fuerte calor 383 húmedo y obrando sobre temperamentos gastro-hepálicos, ó sobre personas no aclimatadas. Valleix, que como todos, considera á esla enfermedad caracterizada por el vómito y la ictericia la admite sin estos fenómenos que solo se pre- sentan en su intensidad. Cuando la fiebre amarilla invadió la Andalucía eu 1800 no'se reconoció la enfermedad al prin- cipio según nos refiere el Dr. González en la primera me- moria que se escribió sobre aquella calamitosa epidemia, y no se clasificó bien al principio porque sus síntomas carac- terísticos no ofrecían justo motivo para ponerla en la cla- se de las pestilenciales. Se observaba que Cádiz se halla- ba atacado de una enfermedad grave y funesta, y se dis- putaba sobre el nombre que merecía viéndola unos como pútrido-biliosa y otros como efemero-estacíonal. Y no era estraña esta divergencia porque la enfermedad se presen- taba afectando tres formas diversas, siendo una de ellas como la fiebre y aun con ese carácter reaccionario que de- muestra Ja menor intensidad del miasma y cuyas reacciones eran «aparatos inflamatorios, dice González, aparentes en mi concepto.» Cuando en 1804 volvió á invadir á Cádiz, nuestro D. Tadeo Lafuente declaró su carácter icleródico y su contagio, como puede verse en su curiosa obra co- mo eu la de Villalva la época anterior: en 1809 tuvo Cá- diz otra prueba de la falta de observancia en las leyes de sanidad: cuando invadió á Barcelona la comisión Francesa se decidió en pareceres sobre su conlagiabilidad. Uuo de los primeros profesores de Marina, discípulo muy aven- tajado de esta Escuela, D. José Montero y Rios segun- do profesor entonces de la Armada Española me decia desde la Habana en medio de la intensidad con que se desarrollara la fiebre en 1857, lo siguiente: «muchas ve- ees recuerdo sus opiniones de V. porque veo todos los dias casos de fiebre amarilla que presentan en los prime- ros tiempos los sintomas de la fiebre grave, ó llámese ty- phoidea.» Este mismo Profesor, siendo en 1858 primer mé- dico de la Armada á bordo del vapor Isabel 2.' que ve- nía de la Habana vio desarrollar en dicho buque la fiebre amarilla de esla manera insidiosa, lo que dio lugar á gra- vísimas cuestiones porque este buque hicieran el viage de Alicante á Gijon trasportando familia y equipage de nuestra Reina cuando su viage de Asturias y Galicia. En Ferrol á su vuelta de esta espedicion se observaron enfermos de fiebre grave que en los primeros periodos no presentaban sintomas del vómito pero trasladados al hospital se diag- nosticó la enfermedad por los dos Médicos primeros de Ma- rina el del buque y el del hospital D. Marcelino Caneda, otro discípulo igualmente muy distinguido de esta facultad. La noticia de la clasificación del mal dio graves é inme- recidos disgustos á ambos Profesores para quienes la fie- bre amarilla era muy conocida pues vivieran recientemen- te entre ella en la Isla de Cuba. ¿'Porqué no se clasificó el mal antes de pasar al hospital el primer enfermo? por que los sintomas eran únicamente de una fiebre grave: la ictericia y vómito negro no se había aun presentado. Hé aqui hechos notables para demostrar que la fiebre amari- lla es la fiebre grave de América y para justificar mi pen- samiento sobre su identidad con todos los demás typhus en su etiología y su patogenia. 123. Pero si bien tiene esta enfermedad una patogenia séptica y su causa miasmática ¿será una intermitente? Mr, Rufz la considera de naturaleza paludiana y sabemos que las intoxicaciones paludianas producen las intermitentes que 385 se curan específicamente por el sulfato de quinina. Mr. Trousseau niega esle carácter á la enfermedad; cree con Mr. Luis que se halla en ella cierta coloración en el higa- gado , pero también se notan lesiones intestinales como en la li ebre pútrida, pero no las lesiones graves del bazo que se encuentran en la fiebre palustre pernicinsa. Esta razón de Trousseau no es suficiente. El Profesor de la Armada ya citado, I). Marcelino Caneda, en una memoria muy bien escrita sobre los sucesos del vapor Isabel II. opina que la fiebre amarilla es de carácter remitente y que en ella se halla muy indicado el sulfato de quinina. Hemos dicho en otra parte (72) que cuando los miasmas sépticos animales se combinaban con los paludianos daban origen á las fie- bres de tipo remitente. Mr. Dutrouleau la considera di- ferente de la fiebre intermitente con la que puede com- plicarse, y conviene en que es fácil equivocarse sobre to- do en la forma perniciosa: esto mismo demuestra cierta analogía, por mucho que se quiera probar la desemejanza deJ miasma paludiano del que produce la fiebre amarilla. Mr. Londe la cree de origen paludiano, y Trousseau pien- sa de la misma manera: casi, sobre su causa, no hay hoy discordancia en las opiniones, confirmando lo que hemos dicho en olra parte para probar la identidad miasmática de la fiebre bajo todas las formas y todas las latitudes geo- gráficas (75.) El Dr. Pinckard dice no pudo descubrir en ella un solo síntoma patognomónico y opina que no es una enfermedad distinta ó específica sino que es simplemente la calentura remitente, ó la biliosa de los climas cálidos en un grado mas violento y de mayor malignidad. Fordyce la considera como una terciana irregular. Todo esto quiere decir que participa de ese carácter de periodicidad que 386 tienen las enfermedades puramente paliujianas. Ocupémo- nos ya de su sintomatologia que debo tomar de nuestros médicos Españoles ya que no he visto esla enfermedad, pues ellos la han estudiado en nuestra Antilla y en nuestras epidemias. 124. La sintomatologia de esta enfermedad es una prueba de lo que digimos al tratar del primer período de la fiebre, y de la calentura de reacción: la naturaleza se resiste y vence, oes vencida y bajo una calma y mejoría pérfida, como la llama nuestro Lafuente, aparece el mal en su insi- diosa acometida. Con preludios de mal eslar, de inape- tencia, de cansancio se presenta una calentura como eféme- ra de dos ó tres dias que a veces se discuida ó se toma por olra cosa á cuya época se ha llamado período febril, ó primer período. Hasta aquí nada hay notable que no sea común con la fiebre en todas sus variadas formas. To- dos los síntomas muy variables que suelen aparecer en este periodo ninguno es especial á la fiebre amarilla: los calofríos, en algunos vahídos, en otros un temblor; calor fuerte, ó suave, pero mas comunmente poco aumentado: do- lor de cabeza, con dificultad en algunos para levantarla de la almohada; latidos en las carótidas y temporales: dolo- res generales de miembros; y lengua en algunos enteramente limpia, en otros blanca, mucosa ó con listas; ó casi siem- pre seca y encendida en su punta y bordes, dice Lafuen- te: respiración con variedad; pulso lleno, sub-duro, acele- rado, alguna vez tardo. Esta variedad de síntomas no in- dican aun el carácter del mal que tan solo se demuestra, por lo regular, después de una calma aparente de la calentura. Puede muy bien terminar la enfermedad en este periodo y entonces viene un abundante sudor, es decir que Ja reac- 387 cion venció al principio maléfico,* venció á la causa, ó esta era de poca intensidad: pero lo regular es que después de un pequeño sudor y de la dicha calma al tercero ó cuar- to dia se présenle el peligro con tal rapidez que la muer- te asoma en medio de alhagüeñas esperanzas. Los síntomas fatales son el vómito y la ictericia. Los materiales del vó- mito son parecidos al café preparado para lomar ó con sedimento de polvo negro, ó parecidos -á las borras del aceite pero negras: lengua variable desde lo encendido mas fuerte hasta el color negro; gran fatiga gástrica; sem- blante abatido, pálido, á veces amoratado: los ojos encar- nados y como ensangrentados. En algunos y al tercero ó cuarto dia hay señales de ictericia en la cara, ojos, cue- llo y pecho; pero en el mayor número de casos se pre- senta al cuarto, quinto y seslo dia. Pero es de advertir que las ictericias no son siempre mortales. El hipo, la sordera, las hemorragias los lenlores negros de los dienlees; la di- ficultad de tragar; la convulsión y la muerte en medio de una aparente tranquilidad. El cadáver presenta siempre el color ictérico aunque no lo tuviese durante la vida: este color muy distinto del amarillo pálido y bajo de los cadá- veres ordinarios es un signo de alta importancia en su diagnóstico, 125. Terminemos con manifestar con todos los Médicos observadores de la fiebre amarilla, 1.* que por lo regular no se puede diagnosticar en el primer periodo; sobre to* do cuando aparece por primera vez ó en los primeros casos: 2/ que sus únicos caracteres son el vómito y la icteri- cia: 3." que afecta con predilección al sistema gastro-he- pático: 4.° que todos los síntomas indican nna grave des- composición séptica en el organismo: 5.* que puede pre- 388 sentarse benigna, y sin easi sintomas caracleristicos, que puede ser de mediana intensidad; que puede desarrollar- se funesta. 126. Typhus A«á/tco.=Para estudiar la sintomatologia del cólera asiático tampoco tenemos que recurrir á libros eslrangeros porque nuestra Península fué invadida ya por varias veces de esta plaga exótica. La he estudiado en 1836 en esta Provincia, regalo de las escuadras Portu- guesas que lo trasmitieron á otros buques y á estos puer- tos, pero en cuya época no hizo progresos y caminó tier- ra adentro perdiendo su fuerza y apagando su acción á medida que se internaba. En 1853 ya fué mas grave su invasión: casi recorrió en mayor ó menor escala todo el Reino de Galicia, pero se cebó mas especialmente en la ciudad de Pontevedra y en la de la Coruña; en Santiago solo fueron invadidas 97 personas; las. dos terceras partes mugeres: solo 4 vecinos acomodados fueron invadidos. Pe- ro aun cuando yo no hubiese visto esla enfermedad, mu- chos médicos de distinguida reputación la observaron y la describieron y entre ellos citaremos con elogio los traba- jos de gran mérito de los doctores Seoanne y Drument, y la importante Memoria de los distinguidos médicos Por- tugueses Vianna y Barbosa. 127. Pero no debiendo estudiar aqui mas que la síntoma" tologia diferencial, pues que ya hemos reconocido su cau- sa idéntica, con algunas variaciones sin duda, de la de la fiebre en general y de las llamadas typhus en particular, no entraremos en su historia ni en el estudio de todas las hipótesis que para esplicar su naturaleza se presentaron en el palenque de acaloradas discusiones, pues que al es- tudiar la patogenia de la fiebre habremos de hacernos car- 389 go de la clasificación tan variada de esta enfermedad. 128. La sintomatologia colérica puede, ó debe divi- dirse en tres importantes períodos: 1.* El premonitor que en su mayor grado constituye la Colerina: 2.° El desarollo de los fenómenos característicos del Cólera asiático.; 3°. Periodo de reacción. Primer Período. No en todos los casos se observan los síntomas premonilores que constituyen es- te período porque en las intensas epidemias los hombres se vén acometidos como si fueran heridos de un rayo; tal es la intensidad de la causa que hiere con fatal inten- sidad sobrecogiendo al organismo para np dejarle resistir. Nobstante yo no veo mas que grados de una misma enfer- medad y en esto sucede como en la viruela, en el saram- pión y fiebre simple, acomete con mas ó menos fuerza, y aun cuando sea leve si se discuida, si se fomenta se hace grave. Digo esto porque he observado el período llama- mado premonitor y veo en él la enfermedad iniciada que puede seguir su carrera benigna y sencilla si se auxilia la naturaleza, si no se la contraría, si no se fomenta la enfer- medad: en este período se vé una simple fiebre con tenden- cia á terminar por deposiciones alvinas, y por sudor. Todos han clamado para que se atienda este período y con razón porque con él termina el mal, pero en él está en- vuelta la mas maligna gravedad. Una prueba de que el Cólera es una fiebre como todas las otras entidades que hemos reunido en la misma clave la tenemos en esle pri- mer periodo en el que la enfermedad sigue su marcha be- nigna que mereció ^1 nombre de Colerina. Y no se di- ga que este es un esíado prodromico porque en ninguna enfermedad la incubación presenta el carácter de la do- cencia, ni la pulmonía, ni la viruela ni otra alguna enfear- 390 medad: sigue en incubación la marcha y el término de la Colerina: es el Cólera simple, la intoxicación benigna que la diarrea y el sudor terminan favorablemente, y asi es que el verdadero Cólera asiático tiene caracteres asignados correspondientes á uua gran intensidad en su causa eficien- te. Por este primer periodo nadie diría, no reinando el Cólera, que el enfermo padecía esta enfermedad, y solo diría que se hallaba afectado de diarrea ó de una enfer- medad gastro-inteslinal, lo que dio motivo á las diversas opiniones de Jonnés, de Magendi, de Broussais, de Bouil- laud, de Valleix y de tantos otros: por esto se la ha visto como una fiebre intermitente por unos, por una inflamación gástrica por otros, por una gastro-enteritis, por una ente- rargia, cuyos pensamientos están apoyados en este primer periodo del mal. La diarrea generalmente biliosa, algunos dolores de vientre, el mal estado de la lengua, los borborig- mos, con mal estar pasagero y que se repite por tiempos que obligue las mas de las veces á guardar cama, son sin los fenómenos que se presentan casi generalmente y que duran uno, dos, ó tres dias. La cama, la dieta, el sudor, basta algunas veces para disipar el mal. He visto nobs- tante, en la mayor intensidad de la epidemia acometer el mal sin pródromos, sin síntomas premonitores y con un ca- rácter grave. Reinan en esta época irritaciones intestinales que si hubiera Cólera en Galicia se creerían ser las pre- cursoras. Yo creo que la Colerina es el efecto de una cau- sa que no desarrolla su acción por uno de dos motivos, & por ser poco intensa ó porque no halla predisposiciones, y por eso es que en estas epidemias la Colerina previene el Cólera con el esmerado cuidado en estas circunstancias: pero si la causa se nutre, por decirlo asi, á nuestras espensas 391 por el mal régimen, se desenvuelve fulminante. En gran nú- mero de casos ningún fenómeno anuncia la enfermedad, y aparece la verdadera invasión, desarrollo hostil de la causa. 129. Segundo PERioDo.=Refrigeracion rápidamente pro- gresiva: deyecciones frecuentes al principio de materiales escrementicios, después serosos, como suero, ó agua de arroz; vómitos de lo que se toma, abatimiento profundo, palidez y descomposición caracterislica de la fisonomia, ojos hundidos en las órbitas, conjuntiva inyectada, parpados entre-abiertos, voz apagada, como gutural, sepulcral, característica, calambres muy dolorosos á las estre- midades, abdomen y pecho, sed inteusa, lengua hú- meda y fría, pulso oscuro, imperceptible, supresión de ori- na: en medio de tanto desorden las facultades intelectuales no sufren, y solo se observa tendencia al sopor cuando los calambres y vómitos no sacan al enfermo de este grave es- tado. En él aun podemos prometernos una reacción salu- dable; aun la vida puede reanimarse y vencer la enferme- dad, pero esta reanimación cuando existe suele ser pasa- gera: la he visto, me ha engañado muchas veces: era el organismo resistiendo á la muerte, pero cuando no se sos- tiene por bastante tiempo, la causa vuelve á acometer con nueva intensidad y se presentan los graves fenómenos de la agonía de la vida. Siempre el médico procura y sos- tiene esta reacción por todos los medios imaginables, pero unas veces no la consigue y otras solo es pasagera, insos- tenible. 130. TERCBn PsRioDO.=La cianosis, ó la agonía. Aquella no siempre se presenta, y no es tampoco necesaria para que el Cólera mate; sin ella las fuerzas se aniquilan;] la algidez es cadavérica, la respiración es lenta, pequeña y 39£ casi imperceptible: las pulsaciones arteriales desaparecen: las deyecciones se precipitan, el enfermo ya no vomita, se soporiza y muere. Si bien lo observamos, los síntomas que caracterizan el Cólera son la diarrea serosa, la al- gidez, la rápida descomposición de las facciones, y la cia- noris, y aun la diarrea y vómitos suelen faltar en el Có- lera llamado seco pero no falta jamás la voz y fisonomía características, la refrigeración, el profundo abatimiento de la circulación. Tuve en mi práctica algunos casos de Có- lera esporádico; todo lo he observado en dos sobre todo, menos la cianoris, bien que todos tuvieron feliz termina- ción. Yo nada estraño las grandes divergencias sobre el tratamiento del Cólera, porque el médico en medio de su afán no vé que sus remedios produzcan los efectos deseados, y busca, ensaya, piensa, discurre en vano cuando el orga- nismo está incapaz de reacción: impugnemente se abrasa al enfermo sin darle calor,, en vano se le fomenta hasta el esceso; el organismo está muerto, y el médico obra sobre un cadáver. Mientras hay vida; en ese primer período es en el que se puede curar, pero como dice el Dr. Drument reina una confusión y discordancia lamentables y una anar- quía médica que tal vez ha hecho muchas víctimas. En el período premonitor el médico puede mucho; en el 2.° pue- de poco; en el 3.° es impotente. 131. Cuarto periodo.-No he creído conveniente recargar la sintomatologia del colera' porque solo es mi objeto espo- ner los sintomas que distinguen las entidades mórbidas que comprendo bajo la denominación de fiebres, para que en el es- tudio de su patogenia nos hagamos cargo de ellos. El 4/ periodo, en el cólera, es un periodo de vida, semejante al que hemos observado en la fiebre amarilla cuando debe 393 terminar bien: es una reacción. El calor comienza á re- partirse por la periferia; el pulso aparece, pero con fre- cuencia; la voz se reanima; la respiración se franquea, la orina es clara y todo esto dice que la causa mórbida está, á lo menos supeditada por las fuerzas de la vida. Esta reacción, nobstante, después de tanlo padecer, no hace mas que darnos esperanzas, porque á pocas horas,, el en- fermo vuelve al mismo estado de que había salido para agravarse mas. Otras veces sigue esla reacción pero po- bre y se presentan los fenómenos de la fiebre grave que sigue una marcha de difícil éxito: es decir, continúala cau- sa obrando con mas lentitud y en medio de la adinamia y de un profundo aplanamiento el enfermo sucumbe. Esta reacción en el segundo periodo suele tener mejor éxito, y aun debe decirse, al principio del segundo periodo, pues en- tonces no dominado completamente el organismo, tiene re- sistencia y vence en ella completamente al agente coléri- co. Si la reacción se presenta franca, y el mal no llega- ra á su gran intensidad, el enfermo recobra pronto anima- ción, pero en la reacción en que se marca la fiebre grave hay gran peligro y si se sale de el la convalecencia es penosa. Mucha prudencia necesita el médico para dirigir la curación del estado reaccionario; mucha constancia para sos- tener la medicación que la promueva, pero desgraciada- mente mil causas concurren á que en tiempos de epide- mia la asistencia no sea lan esmerada como debiera, ni por parte de los profesores, ni de los asistentes: momentos per- didos deciden de la vida de los enfermos. 132. Sintcmas del typhus Oriental. (PesleJ—E\ typhus de levante es la fiebre porque su causa es una intoxica. cion miasmática de la misma naturaleza que la producto- 394 ra de todos los typhus y de la llamada fiebre typhoidea. Idénticas circunstancias desenvuelven los miasmas modifi- cados, sin duda, bajo la influencia de las variadas circuns- tancias geográficas y locales de los países en que tiene ori- gen (77.), pero que al trasmitirse á otras regiones conserva su carácter primitivo y se nutre á espensas de los mismos elementos que en su cuna originaria. Tiene, aun mas que el cólera, la notable particularidad de presentarse falaz y engañadora, fraudulenta y traidora la llama Francisco Fran- co, porque cuando no tieue el carácter de gran intensidad, hace como la fiebre castrense ó naval, se anuncia por un periodo de reacción, que la hace aparecer como de natu- raleza ílogistica, y detras de cuyo periodo está la putre- facción y la gangrena. Hay nobslante algún parecido con la fiebre de Europa; efectivamente las parótidas fatales unas veces, y favorables otras que se presentan en la fiebre, y las gangrenas de las ulceraciones y dé los glúteos que ya cité, parecen presentar alguna analogía con los carbúncu- los de la peste y con la gangrena que caracteriza á la fiebre intensa Oriental: así es que se ha confundido por muchos con la fiebre de carácter pútrido y aun con el ty- phus feber que reinó tantas veces en Inglaterra é Irlanda epidémicamente. Sydenham observó que al principio y de- clinación de la peste se presentaban calenturas pestilencia- les, y que sin duda no son mas que la misma peste mas benigna. 133. Variadísimas son las descripciones déla peste se- gún se la ha observado en diversos puntos del Globo y con mayor ó menor intensidad; pero siempre es horrorosa y mortífera y tanto que obligó á Galeno á decir, furibunda; bosllua; instar, vastissimas regiones depopulalur. Por esta cau- sa se nota gran confusión en las diversas epidemias cita- das por los autores antiguos y también porque la palabra peste y enfermedades pestilentes se daba muy general- mente cuaudo hacían grandes estragos y dominaba en ellas el carácter pútrido, Mr, Gregor en su espedicion á la India y al Egipto asegura que la peste varia infinito según las es- taciones y demás circunstancias. El Dr. Russel dicelo mismo. Pero lo cierto es que no convienen enteramente los cuadros sintomáticos; pongamos un egemplo: nuestro Valles decía: raro incipil pestis mox á carbunculis, sed antecederé solent febres malí morís; tándem eonfirmata peste, apparent carbuncul. Otras veces los hombres caían muertos en la calle según Plu- tarco; lo mismo dice Sydenham y Geofroy, y en la peste de Marsella espresaba el mismo hecho con estas imponentes pa- labras ut celeri perculsis fulminis ictu. Mr, Degenetesque la observó en Oriente, señala su primer grado con fiebre ligera sin delirio, bubones. En este grado suelen sanar pronto los enfermos: pero en el segundo caracterizado por fiebre, delirio, bubones á las ingles y axilas es la enfermedad ya muy grave: el delirio se calma al quinto día y la fiebre al séptimo. El tercer grado viene acompañado de fiebre, delirio intenso, bubones, carbúnculos, petequias unidos ó separados: remisión ó muerte del tercero al quinto ó ses- to dia. Si bien lo examinamos los sintomas patognomonícos de la peste son los bubones y los carbúnculos, porque to- dos los demás son muy frecuentes y comunes en la fie- bre intensa, en los llamados typhus, y bajo este aspecto tiene razón Mr. Thomas cuando asegura que Ja peste no es mas que una fiebre "de natureleza pútrida con debili- dad estremada y los sintomas que acabamos de indicar, pero que pueden variar en diversas epidemias y diversas «, 396 localidades y con variadas circunstancias individuales: -de aqui también las variedades que admite Russel según sus observaciones. Y no puede haber duda dé que nos vería- mos muy en duda para clasificar una enfermedad reinante como peste de levante por mas mortífera que fuese si no se presentaba como dice nuestro Escobar con bubones, carbuncos ó pintas carbuncales de calidad maligna. La verdad está, á mi modo de ver, en las siguientes palabras: puede haber pestilencias, ó enfermedades pestilenciales, como decían nuestros médicos, que siendo muy graves hieran de muerte, pero que no sean la peste de levante: ambas á dos serán la fiebre gravísima, séptica adinámica, contagio- sa, pero la una será propia de Europa, la olra del bajo Egipto, de la Siria, del África, con síntomas que le son especiales. Lo que no comprendemos, lo que no nos po- demos esplicar es como hay quien vea en la peste ni un elemento flogístico, ni una complicación inflamatoria, ni una peste inflamatoria, ni la mas pequeña razón para ha- llar indicado el plan antiflogístico y la sangría- este es un absurdo: respetamos á todos; no hemos visto, ni quiera Dios veamos la peste, pero nos sucedería como con el cólera, no hallaríamos á buen seguro ese carácter, ese elemento flogístico que vieron muchos. Por mas que Pi- nel, que Frank, que Richter, que Seclc y que el mismo Bouillaud, apesar que no hace mas que referirse á su ty- phus, lo digan, apesar del respetable nombre de Desgenet- tes que observó fiebre (que en su lenguage es nuestra calentura) en los tres grados de peste, y que otros no vie- ron y si gran postración, abatimiento y languidez que nos refieren todos inclusos los ya citados autores: apesar, digo. ¿le todas estas autoridades no puedo ver nada flogístico, sí 397 nó en la apariencia, en la peste; y la fiebre, anunciada por Desgenettes, será indicada por el pulso frecuente, ba- jo, é irregular, y no por los verdaderos sintomas de la pirexia cardiaco-vascular. Enfin, si aun quisiésemos una prueba de la analogía eliologica y sintomalologica de la peste con nuestra fiebre repitiéramos las palabras de Frank ^tienen con ella semejanza las intermitentes perniciosas, las calenturas continuas, inflamatorias, verminosas y ner- viosas, la disenteria, las escrófulas y la misma sífilis,» ¡Bien ridiculas son á la verdad las semejanzas de algunas de estas enfermedadades con la peste.! 134. Estudio filosófico de aplicación al examen déla naturaleza de la fiebre.- Hasta aqui no hemos hecho mas que prepararnos para la mas importante cuestión pireto- logica, que vá'á ser el campo en que debo manifeslar cuales son mis principios sobre la ideología clínica. El Médico no cumple su gran misión mientras que no resuel- ve dos grandes problemas, el patogénico y el terapéutico. Los términos de estos grandes problemas están sentados, y estos términos son el eliologico y el sintomatológico, El análisis histórico nos ha facilitado el conocimiento exac- to, intachable de la causa de la liebre: el análisis des- criptivo nos dio otro dato de grande importancia cual es el aspecto con que se presentan los males que esa cau- sa produjo: nos falta, pues, deducir de esos dos términos y de esas dos análisis, cual sea la modificación que al or- ganismo imprime esa causa ya reconocida y que se anun- cia con esa especial fisonomía. La clave de la filosofía médica es y será siempre el análisis que nos lleve á la investigación de la naturaleza del mal, he aqui la síntesis, pues que la gran misión del Médico práctico se reduce á hallar dos términos incógnitos del problema patológico que son, como sufre el organismo, y que cambios ó mo- dificaciones debe el clínico producir en el para su recons- titución. A estas pocas palabras, á estas dos ideas está reducida toda la ideología médica. La filosofía de la ciencia no tiene otro objeto cualquiera que sea la doctrina que se proclame, y por roas que vagando entre sistemas filo- sóficos los médicos opten por Platón ó por Aristóteles, por Kant ó por Bacon. Voy, pues, á entrar en consideracio- nes de inmensa importancia bajo dos aspectos: Primero aplicando nuestra lógica médica, ensayándola para ver como de lo conocido etiológico y sintomatológico se deduce lo desconocido patogénico. Segundo buscando por este me- dio la resolución del problema mas importante de la cien* cía, el terapéutico. Proclamemos nuestros principios sin separarnos de nuestro objeto, y deduciendo de su aplica- ción después. Yo quisiera que en este momento prescin- diéramos de causas y de sintomas para estudiar únicamen- te la enfermedad como una entidad constituida ya, recono- cida en su etiología, analizada en sus sintomas, en fin que este estudio fuese la síntesis, y la resolución del problema clínico. Justamente este es el estudio filosófico en el que todos los elementos se reúnen para ilustrar el entendimien- to práctico. Este es también el escollo de las hipótesis, el campo de los sistemas, y el desengaño de los ilusos. La etiología he dicho es un dato; la sintomatologia olro dato; la observación el camino; el análisis un medio para lle- gar al conocimiento de la verdad clínica, á la esencia de las enfermedades. Por esto es que aqui es en donde únicamen- te tiene verdadera aplicación la filosofía de la ciencia por- que cualquiera halla las causas, todos vén los sintomas y • 399 los analizan también, pero de aqui no se pasa sin filoso- fía; no se pasa sin hacer abstracciones, sin razonar profunda- mente, sin penetrar íntimamente en el estudio de los fenómenos, sin llamar en su auxilio lodos los elementos de la ciencia. Es sin duda este el campo de las sutilezas, el campo también de los errores, pero el único campo en donde se deslinda lo verdadero de lo falso. Por esta razón he dejado para este momento algunas reflecsiones sobre la filosofía clínica. 135. La ciencia filosófica del siglo anterior proclamó con entusiasmo las bases fundamentales de las ciencias prac- ticas y estos fundamentos fueron para ellas los seres y fe- nómenos sensibles reconocidos por la experiencia. Al frente de esta escuela quisieron colocar á Bacon porque en me- dio del siglo que se estraviaba en el escolasticismo y en las abstracciones olvidando la observación, le fué preciso proclamar la experiencia como una de las bases de nues- tros conocimientos. Semejante en eslo el filósofo inglés á Baglivio en la medicina (XLVI1) se lamentaba del estravío de la inteligencia humana que quería razonar sin observar, y sujetar los hechos á los caprichos de imaginaciones acalo- radas: ambos llamaban, en favor de la humanidad, al campo de la observación para rectificar sus juicios y com- probar sus teorías. En efecto independientes de los he- chos, el hombre puede reconocer verdades á priori, pero deben ser depuradas en el alambique de la experiencia en las ciencias de aplicación práctica. Es una injusticia y una falta de concienzudo examen ver en estos dos hombres eminentes los protagonistas de la doctrina de las sensacio- nes y proclamadores de la experiencia como única fuente del saber humano, porque el uno decía muy alto, que «La ma- no sola y el entendimiento solo no tienen mas que un po- 400 . * der muy limitado: los instrumentos y olra especie de re- cursos lo hacen casi todo porque son necesarios á la mano y al espíritu; pero aun cuando estos instrumentos esciten é arreglen su movimiento, los instrumentos del espíritu le ayudan á apoderarse de la verdad, ó á evitar el error. El hombre, intérprete y ministro de la naturaleza no estien- de sus conocimientos y su acción sino á medida que des- cubro el órdeu natural de las cosas, sea por la observación, sea por la reflexión: no sabe, ni puede hacer mas. (Nov. org.)» Baglivio sentaba como principio de la ciencia la ra- zón y la observación; como ya hemos visto. Los filósofos mas próximos á nosotros, los enciclopedistas proclamaron la experiencia; dieron poca importancia á la razón y la sujetaron á aquella, pero no queriendo que su escuela to- mase el nombre de escuela empírica proclamaron el aná- lisis, y su escuela fue analítica con Condillac, con Cabanis, con Pinel y con Broussais. Poco hemos adelantado. La estatua animada de Condillac, los músculos del pensa- miento de Lametrié, la secreción intelectual de Brous- sais, y el análisis de Pinel no son mas que el empi- rismo. Los entendimientos mas sublimes se materiali- zan á fuerza de observar, de analizar y de no re- conocer mas caminos que el esperimento para la inves- tigación de la verdad. Oigamos á Broussais sobre las ba- ses de su filosofía para que no se nos crea visionarios: le respeto mucho, pero veo sus errores. «No se hallarán en mi patología sistemas de aquellos que, en mi concepto, se llaman con mucha impropiedad á priori; y si mas bien se conocerá un método de observación que se aplica á todos los hechos, que no exige de ellos mas que la autenticidad y que toma toda especie, de precauciones para no conducir, 401 á los que de él se fien, por sendas falsas. Seguramente no pervertirá al entendimiento de persona alguna; no hará de los que lo mediten ni sistemáticos, ni tercos; y no podrá menos de aumentar la circunspección y prudencia en cuan- to á la ilusión de los libros, y á la adopción de una doc- trina.» Asi habla Broussais en su obra la mas concienzu- da, la mas juiciosa.. Pero proclamar los hechos, y verlo todo en los hechos teniendo el entendimiento que encarri- larse á lo que le dicte la observación de las lesiones pa- tológicas, es privar al módico de un elemento intelectual, es esponerse á los errores en que el cayó, apesar de su des- confianza en la anatomía patológica. No piensa asi el cé- lebre físico del siglo actual, que ha dejado eterno renom- bre, y le cito con preferencia porque nada mas propio que esta materia para proclamar los hechos. El filósofo Autor del Cosmos hablando de Ja importancia de la libre acción del pensamiento especulativo dice «con todo, no pue- de negarse que en el trabajo del pensamiento han corrido graves riesgos los resultados de la experiencia. En la per- petua vicisitud de las miras teóricas no debemos maravi- llarnos, como dice ingeniosamente el autor de Giordano Bruno, si la mayor parte de los hombres no ven en la filosofía sino una sucesión de meteoros fugaces y si sucede con las grandes formas que ella ha revestido lo que con los cometas, que no son considerados por el pueblo como obras eternas y permanentes de la naturaleza, sino como fugitivas apariciones de vapores Ígneos. Apresurémonos á añadir que, ni el abuso del pensamiento, ni Jas falsas vías en que suele perderse bastan para autorizar una opinión que tiende á rebajar la inteligencia humana, cual es la de que el mundo ideal no es por su misma naturaleza mas 402 que un mundo de fantasmas y delirios, y que las rique- zas acumuladas por laboriosas observaciones encuentran en la fi'OsoGa un poder enemigo que amenaza destruirlas. No sienta bien al espíritu característico de nuestra época eso de rechazar con desconfianza toda generalización de mi- ras, todo intento de profundizar las cosas por la vía del raciocinio y de la inducción. Tanto valdría desconocer la dignidad de la naturaleza humana y la importancia relati- va de las facultades de que hemos sido dolados, yá con- denando la austera razón que se consagra á investigar las causas y su encadenamiento, yá el vuelo de la imaginación que prepara los descubrimientos; y los- suscita en su pode- rosa fuerza de reacción-» Lenguage digno de un natura- lista lleno de filosofía en su sublime entendimiento. El há- bito de pensar es el verdadero elemento de las ciencias y en las prácticas es el verdadero lente de observación y la antorcha que ilumina. Asi Newton á fuerza de pensar y de calcular llegó á adivinar. Asi Humboldt supo dar á la naturaleza una importancia sublime, y fué capaz de ani- mar el universo: asi Saint Pierre compuso un verdadero poema á la naturaleza; asi Buffon elevó su estudio y en- grandeció el mundo sensible; como Virey profundizó en el estudio filosófico del hombre. ¡Sublime razón! Sin tí nada, fuera de nosotros, nos interesa porque lodo lo embelleces y á todo das vida: sin ti la eslatua de Condillac fuera un animal abjecto: sin tí el hombre viviría solo en el mo- mento presente sin pasado y sin porvenir. 136. Envanézcanse los filósofos en medio de su escue" la analítica y las verdades del análisis los llevará al em- pirismo. No sé nobslante que fatalidad persigue á la ver- dadera doctrina médica siempre arrastrada por pensa- 403 mientos estremos. Si se proclama la razón se estravia la experiencia, y cuando esla es la suprema ley, la razón de- saparece. Sigue la medicina siempre la marcha de los sis- temas filosóficos dominantes. Después de un siglo de ex- periencia pura, de libre examen, de análisis, y de ob- servación de hechos, empieza á dominar la razón pura, la abstracción, y en medicina renace el vitalismo, y el dinamismo bajo todas sus formas. ¿Por qué no se han de hermanar? ¿Son fuerzas opuestas? ¿Son elementos cien- tíficos contrarios? No: repetimos lo que decía Baglivio: utri- que equaliter peccant. El método analítico tan decantado y que Pinel se gloria de haber aplicado á la patología es un elemento poderoso en manos peritas; es un resorte de inestimable valor cuando el médico no se deja subyugar por el, y cuando sabe darle la importancia que tiene: es un elemento de observación y nada mas. No es, nó el elemento filosófico, es solo un elemento práctico. La sín- tesis es el objeto de la filosofía clínica, su apoyo y su verdadera término". Dice bien Raclé, hay en la ciencia del diagnóstico dos cosas diferentes que el quisiera se lla- masen semejotechnia y semejologia: la parte material, el arte, y la parte intelectual, la cienda. 137. Todas las enfermedades son entidades morbosas: hé aquí la síntesis. Toda entidad morbosa se manifiesta por fenómenos variados: el estudio de estos fenómenos es la aná- lisis. Estos fenómenos estudiados aisladamente solo demues- tran la existencia de efectos morbosos, pero no son la enti- dad misma. Para que demuestren la existencia de una enti- dad determinada es indispensable que al unirlos y relacionar- los con una entidad orgánica ésta quede de hecho constitui- da y reconocida: he aqui la sinlesis final. El. análisis, pues, Í04 es un medio para estudiar una entidad, descomponiéndola, pero si el medico se queda aquí cómele un error, y de esto nace la medicina sintomática, y las enfermedades simples ó similares de Galeno, de Stoll. El médico estudia los elemen- tos en que descompuso la entidad, pero vuelve á constituirla y la reconoce en su naturaleza. Apliquemos esta doctrina á la fiebre, y no se vaya á creer que, al ostentar estos prin- cipios, soy vitalista; ni vitalista ni ontologo en la verdadera acepción de esla palabra. En la parte histórica (1." parte LXXI, LXXlll y siguientes) he fijado mis principios que no creo puedan ser rechazados: veo los órganos, los sistemas, los tegidos, los humores y los sólidos, y los fluidos también, constituyendo el organismo, y nada veo, ni puede verse ais- lado en los unos ni en los otros: no hay pues vitalismo, ni onlologisrao , no hay mas que organismo fisiológico, y orga- nismo patológico con sus propiedades; sus fuerzas y sus le- yes: la economía viviente. Bajo estas bases filosóficas vamos á estudiar la fiebre en su naturaleza. 138. Naturaleza de la fiebre. No se crea voy á resuci- tar las eternas dispulas sobre la causa próxima, la causa esencial, ó final de las enfermedades que condugeron la ciencia al empirismo preferible á los estravios de la dialéc- tica, pero proclamaré muy alto que hay gran necesidad de acercarnos mas á los órganos y menos á los sintomas y que las enfermedades deben estudiarse en lo que son, alteraciones de la parte, del órgano ó del órgano ó del organismo: estudiar la modificación que dá motivo al es- tado enfermo ó constituye este estado, es estudiar la en- fermedad en su causa íntima, en su causa próxima, en su causa final. Asi comprendidas estas palabras: no hay que temer nos envolvamos en antiguas y olvidadas cues- 405 tiones, y podemos reasumir su sentido en la palabra pa- togenia. En la etiología de la fiebre (90 ysig.) nos hemos ocupado de la causa ocasional, de esos gérmenes morbo- sos que se desenvuelven muchas veces eu el interior del organismo, ó que vienen de afuera con el aire ó el ali- mento. Importante sin duda es este estudio, pues hemos visto que desde que se aclara este punto tenemos ya un gran dato para reconocer el mal: por esto procuro con- vencer á mis alumnos de la necesidad de -sentar bien el término etiológico que es el primer dato para la resolu- ción del problema patogénico. En efecto, la naturaleza de la causa capaz de alterar el organismo nos puede yá anun- ciar cual puede ser el efecto que debió producir. Empero por mas importante que sea el conocimiento de esta cau- sa lo es mucho mas el de la causa patogénica, que es de la que decían los antiguos, sublata causa tollitur effec- lus. Debimos, pues, estudiar antes lo que se comprende en los libros bajo el nombre de causa, wtiologia. También nos fué preciso examinar los siniomas porque ellos son él lenguaje de los Órganos enfermos y la verdadera fisonomía de los males, y el segundo dato del problema: tuvimos, por fin, que proclamar la filosofía que nos lleva al último ter- mino, cual es la idea patogénica y la idea terapéutica. Jus- to es, pues, que ahora veamos como constituir la entidad morbosa fiebre, no en su etiología, no en su fisonomia sino en su naturaleza intima. 139. ¿Que nos dice la etiología? ¿Que nos revelan los siniomas? La una nos dice que en la fiebre hay una causa heterogénea y de la naturaleza séptica que se ha introdu- cido ó engendrado en el organismo. Los otros nos enseñan que esta causa produjo un efecto patológico, una modi- 5G ficacion en el organismo que se anuncia por ellos. ¿Y á que especie de. alteración ó modificación corresponden esos síntomis? La respuesta es la resolución del problema. Re- conocido un estado morbosa lo vemos en sus siniomas, es decir, lo analizamos. Pero la liebre tiene varios periodos. Casi todos los males agudos de alguna intensidad se con- funden al principio y muy especialmente aquellos que re- conocen una causa ocasional que representa ó en que juega un agente estraño á la naturaleza de los agentes fisiológi- cos. La viruela, el sarampión, la escarlatina, la erisipela, la liebre miasmática séptica, ó paludiana, todas comienzan por sintomas generales idénticos que estudiados anuncian solo el mal estar del orgauismo, y la existencia de un agente perturbador, que muchas veces se vence por la naturaleza y el médico se queda en su ignorancia de la cau- sa. Stahal nos dice que muchas veces mientras el médico observa y duda el mal se cura. Stahal y Sydenham han reconocido este fenómeno; el uno apoya en el su método especiante, el otro esplica este fenómeno que observa en la viruela sin erupción variolosa. Se vé esto mismo mu- chas veces en las epidemias intensas: lo he observado en el cólera y en la fiebre typhoidea, y solemos decir en- tonces «creí que tenia 'V. el cólera, ó la fiebre» y realmen- te existirían las causas pero se vencieron antes de desar- rollar loda su acción. Ese mal estar, esa inapetencia, ese dolor coulusivo de los miembros, ese dolor de cabeza, el deseo de descanso y el escalofrió son sintomas de la in- vasión: el organismo reconoce la existencia de un agente que le incomoda, y su lenguage constituye los pródro- mos del mal. Hasta aqui poco tenemos que estudiar. La patogenia de la fiebre no se puede comprender hasta que 407 se presenta clara, fuera de los pródromos, y aun después del primer periodo y de la reacción que muchas veces las acompaña y que ya conocemos (68. 109.) Los sintomas estudiados en el análisis del periodo reaccionario nos llevan al error: esos siniomas constituyen una entidad próvida, no la entidad destructora: la patogenia del mal no es en este mo- mento mas que la existencia de un agente morboso con- tra el cual resiste el organismo: no hay que dejarse se- ducir. Un análisis ligero, y el análisis solo, hizo creer en la posibilidad de fiebres inflamatorias pútridas y pú- tridas inflamatorias, y en inflamaciones adinámicas; dos co- sas que se rechazan. En esta reacción puede la causa morbosa eliminarse, neutralizarse, ó perder su influencia y la naturaleza venció: el mal no lleva el nombre de fie- bre typhoydea y si el de, para nosotros, calentura angió- ténica, ó inflamatoria, ó angio-carditis, ó angio-hemilis. El médico en estos casos debe observar la reserva que hé indicado en el primer periodo: ver, temer, y obrar con prudencia. Lo diremos en olra parle con mas detención, pero anunciémoslo. El estado flogístico general ó local uo puede durar mucho porque el organismo se pervierte de un modo grave. Las inflamaciones tienen su término pre- fijado según su intensidad, pero siempre cierto, pasado el cual ó ceden ó la parte afectada pasa á otro estado mor- boso muy-diferente. Hé aqui porque cuando bable de las inflamaciones rechazó de los cuadros nosológicos el térmi- no flegmasías crónicas: palabra sacramental desde" Brous- sais que absorve todas las especies de lesiones crónicas en el lenguage común y que haciendo mny fáciles los diagnós- ticos solo sirve para cubrir el error ó la ignorancia. ¿Qué nos revelan los siniomas en la fiebre cuando ^aparecen se- gun los hemos descrito en su lugar (113)? ¿Nos indican inflamaciones? Se me dirá,, acaso, que no describí los síntomas gástricos, como el; dolor, epigástrico, el. del ab- domen, la sed,, las deposiciones de vientre, las orinas etc. Lo, hize con objeto. Apenas en ninguna fiebre faltan los sintomas que he descrito; pero fallan casi siempre el do- lor epigástrico y abdominal: que el enfermo sienta cuan- do se le toca con alguna fuerza no es estraño, asi lo ha- cen todas las partes porque todas padecen: en algunos casos está sensible- el epigastrio y el abdomen, y ya he- mos dicho que en muchos casos el mal le ataca con pre- ferencia, pero no puede llamarse fenómeno característico, y el buscar este dolor con ansia en las verdaderas fiebres es buscar la gastritis, y la gastritis ya dehemos saber que siniomas tiene como inflamación, y como irritación, pues la vemos, todos los dias. Y nótese, que cuando el estómago, ó el cerebro toma parte, como cuando la to- ma el pulmón, esa lesión que se reconoce no es la in- flamación, y en todo caso seria una irritación de carác- ter específico, espresion impropia en este caso. También á veces se presentan hemorragias que en unos casos son malas y otros favorables. Estas hemorragias intestinales sobre- vienen en la carrera de la fiebre typhoidea cuando toma el caracler de} pútrida, ó adinámica, y lo mismo que la hemorragia nasal son peligrosas, ó favorables según que provienen ya de una disolución grave, ó que son conse- cuencia de congestiones pasivas locales: en el primer caso son de funesto presagio;, eu el segundo suelen ser favora- bles y terminar el mal porque desaparece un fenómeno siempre peligroso que es una hyperemia pasiva en el sis- tema de la vena porta. Hoy dia, según las últimas ob- 409 servaciones hechas en jla Clínica de Mr. Trousseau, y ape- sar que este célebre Médico creyó un tiempo que estas hemorragias provenían de la superficie ulcerada de las pla- cas de Peyero, sitio que se suponía ser el asiento patogé- nico de la fiebre typhoidea según la opinión de Mr. Luis, hoy dia, digo, el mismo Mr. Trousseau cree estas hemor- ragias dependientes de una discrasia, que puede ser favo- rable. La observación de que esta hemorragia puede te- ner su, asiento esclusivo en el intestino grueso en el que raras veces existen placas aisladas y ulceradas, y la nota- ble observación también de que las hemorragias fatales se hacían en el yeyunio en el que no existen placas de Pe- yero, y enfin que este incidente sobreviene á veces al 8.° ó 9.° día, antes por consiguiente- de la caida del mamelón furuncular, ó mucho mas tarde cuando las ulceraciones están cicatrizadas; todo esto, digo, autoriza para creer que no es á las placas de Peyero alas que se deben atribuir estas hemorragias. Efectivamente mal se deduciría si se fijase en este sitio ni la causa de la fiebre, ni el asiento de las hemorragias. Volvamos á la pregunta ¿que revelan es- tos sintomas? 140. Es preciso estar muy prevenidos para no ver la verdad. Hipócrates se limitaba en las fiebres á exactas des- cricciones, y nótese en sus epidemias como no olvidaba nunca los síntomas de septicidad. Fijaba su atención en la causa ocasional para reconocer la naturaleza del mal y Ja atmósfera era para él de una suma importancia en las fiebres, en su carácter y terminación. Galeno veía la cau- sa patogénica en la alteración de sus humores, y en su degeneración. Sydenham quería reconocer en la calentura un movimiento depuratorio, ó regulador, y hablando de las fiebres epidémicas nos hace advertir «inordinatam iltam massa; sanguínea; conmotionem febris hujus seu causam, seu comitem á natura suncitari, vel ut heterogénea quccdam ma- teria in eadem conclussa, ac ipsi secernatur; vel ut sanguis in novam aliquam dialhesim inmutelur. Su ebullición, su fermentación y su depuración juegan un justo papel en su doctrina. Boherave con su quimismo, y su humorismo (L.) cree, y no *deja de ser fundado bajo cierto aspecto su pensamiento, que la causa formal procede especialmente de la medula espinal; entin lodos reconocen que una causa cualquiera que ella sea, según los diversos sistemas reconoci- dos, produce un daño grave en el organismo cuya tendencia es el aniquilamiento del resorte orgánico y la descomposición séptica, el abatimiento del sólido y la disolución de la sangre, y su descomposición. 141. Si recorremos la epidemiologia hasta nosotros no- taremos siempre fenómenos semejantes. En las epidemias los nombres se confundían, y cada uno daba su denomina- ción según el síntoma que dominaba. Masdevall caracterizó de pútrida maligna la que reinó en el Principado de Cataluña en 1764; y lo mismo sucedió en las de 1786, 1800 y 1804, en que tanto se disputó su carácter hasta re- conocer el typhus icterodes. La que se estendió en 1792 hasta 96 en Francia, Bélgica, y Holanda y que tantos es- tragos hizo era la fiebre hospitalaria, pútrida maligna, pú- trida adinámica; sus denominaciones demuestran su na- turaleza. La que en 1805 y 1806, desoló el Austria y fué observada por Vaidy llevaba el nombre de fiebre adiná- mica. Hildebrand dio el mismo nombre á la que reinó en Austria en 1809. Enfin el typhus nosocomial, el carcelario, el castrense, el naval, el hospitalario y lodos los typhus 411 en el principio, que tañías veces diezmaron las poblaciones y reinos enteros, en todos se reconocía la sinlomatologia que demuestra dos cosas que no pueden separarse, el de- fecto de resorte vital en los sólidos, la descomposición cu los líquidos. Esta es la verdadera patogenia de la fiebre y de los typhus. 142, Esle estado adinámico-séptico se prueba por la postración, la inacción muscular, el estado de la sangre, la pneumacia, la fetidez del aliento y escreciones, el rápi- do enflaquecimiento, las manchas, y petequias, el lenlor de los dientes, y enfin por los sudores pegajosos, la diarrea fétida, las úlceras gangrenosas por decúbito, el color y carácter de las llagas de los revulsivos, y la rápida des- composición cadavérica. Que especie de septicidad es esla, que clase de descomposición revela, que defecto de condi- ciones orgánicas representan estos fenómenos patológicos es una cuestión difícil de resolver bajo el aspecto de la razón del hecho, porque es como si preguntásemos porque pierde su elasticidad una cuerda si se la sumerge en agua, y porque una sustancia acida ó alcalina vuelve acida ó al- calina otra con que se mezcla. Acerquémonos mas. Una sustancia narcótica aplicada sobre el sólido vivo le dá inac- ción; el frió intenso continuado mortifica y mata los tegidos; el opio interiormente en determinada cantidad suspende las condiciones orgánico-vitales de los' solidos hasta produ- cir la muerte. Pues bien, los miasmas sépticos de deter- minado carácter originados en nuestro organismo ó intro- ducidos en él con el aire (mas comunmente) ó con el ali- mento, arrastrados en circulación con la sangre y con la linfa y pueslos en contacto con nuestros órganos producen, cuando no se los rechaza, ó no puede ya el organismo re- chazarlos, la postración de los solidos, el abatimiento, la inacción, y consecutivamente la disminución de todas las funciones, su irregularidad, su alteración, la de las secre- ciones todas; de aquí la imperfección de las depuraciones, las descomposiciones humorales. Los elementos typhoideos absarvidos y arrastrados al torrente circulatorio son al mis- mo tiempo causa de la descomposición humoral: son como el germen de septicidad mezclado con materias incorruptas pero que tienen la naturaleza de entrar en disolución y descomposición al ponerse en contacto con elementos de septicidad como ya hemos probado (102): de aquí vienen las secreciones de mal olor, el aliento fétido, las pelequias, y las diarreas no criticas, y los sudores pegajosos, y las hemorragias algunas veces. Cuestionable es si en las into- xicaciones miasmáticas son los sólidos, ó los líquidos los primeros alterados: yo creo que son los dos á un mismo tiempo, porque el organismo es el conjunto de sólidos -y líquidos en su acción recíproca. Es lo cierto que esta al- teración humoral lleva su carácter á todas las parles del organismo sin escepcion. Todo me duele, suelen decir los enfermos: todo efectivamente está enfermo. Los partidarios de la doctrina fisiológica no lo podían desconocer. Begin, queriendo mediar en la gran cuestión suscitada entre Bois- seau y Broussais sobre la prioridad de afección del cere- bro, del estómago y del corazón en las fiebres, dice «creo que la lesión de eslos tres focos es simultánea con mucha frecuencia, y que otras veces, según la susceptibilidad del su- geto, es primero afectado ya el estómago, yá el corazón, yá el cerebro etc.: en el mayor numero de casos es imposible conocer, á la cabecera de los enfermos, cual de los tres ^órganos centrales es el que mas prontamente se sometió al 413 influjo simpáticD de la flogosis esterna.» Begin era brous- seista, pero confiesa aquí que no sabe cual centro se afec- ta primero: claro es; todo se afecta á la vez con mas ó menos marcadas señales, porque no es la flogosis, ó causa flogística esterna, sino una causa poderosa la que acomete al organismo todo y que sienten con preferencia visceras tan impor- tantes como los tres focos de que habla. En los intensos typhus el agente miasmático hiere rápidamente á un mismo tiempo, y no hay parte que no padezca notablemente. fioisseau, Broussais y Begin, cada uno en su cuerda, vie- ron bien pero interpretaron mal. 143. Hé aquí la patogenia de la fiebre en todas sus mul- tiplicadas variedades, sea en razón del sugeto que invade, ó de la estación, clima ó variadas circunstancias; sea primitiva ó secundaria. La síntesis filosófica nos prueba has- ta la evidencia que la reunión de los fenómenos que aca- bamos de estudiar y constituyen la fisonomía de la fiebre corresponden á una entidad morbosa de naturaleza sépti- ca, adinámica: que ellos representan las descomposiciones humorales, el defecto de resorte orgánico con lendencia al aniquilamiento de la vida: que algunas veces el organismo ó algún órgano resiste la acción destructora y aparecen fenómenos de apárenle reacción qne se apaga como la luz que en su estincion parece que revive. Hay efectivamente una opinión vulgar, pero que es hija de la experiencia: todo enfermo, se dice, mejora para morir, es la mejoría de la muerte. Realmente existe este fenómeno con especia- lidad en las fiebres: espliquemoslo Si el organismo no se reacciona el enfermo sucumbe: en medio del mayor peligro y cuando el organismo se vé próximo á sucumbir hace aun «I último esfuerzo; si estese sostiene triunfa; en otro caso, 57 se apaga y entra la agonía, que no es mas que el impo- tente esfuerzo del hábito de los órganos. 144. Los síntomas analizados con una detención filosó- fica son como la esfera de un barómetro que nos indica el ascenso ó descenso del mercurio, ó como la mano del higrómelro que nos manifiesta el estada de humedad de la atmósfera: si estas importantes máquinas nada demostrasen serían inútiles. Los síntomas, pues, debemos siempre re- ferirlos á una entidad morbosa y á su patogenia. El inmortal Bichat veíala vida y la muerte en los fenómenos de la una y de la otra. En las fiebres la muerte se anuncia por el lodo or^ gánico y la salud por este mismo todo. Vi morirse enfermos que tenían el pulso en los últimos dias en su estado normal: esto se observa particularmente en las fiebres protractas. Bichat pensaba que en las enfermedades agudas la muerte empezaba por I06 centros, y coocluía por la periferia: no siempre es así. En los typhus intensos está el cuerpo muerto y aun el pulmón respira y el pulso late. En algunas en- fermedades crónicas el pulmón, el corazón, y el cerebro suspendieron sus funciones y aun la circulación capilar sub- siste: esto se observa en dichas enfermedades cuando la muerto es repentina como en las vómicas, los aneurismas intensos. Enfin los siniomas nos dicen que no es siempre cierto el aserto de Bichat, porque en la fiebre el cuerpo está yerto de fria y apagada la vida circulatoria y el pul- món aun respira: en el Cólera, el hombre está cadáver y solo un movimiento torácico imperceptible anuncia la exis- tencia. Cuando el typhus invade con predilección al en- céfalo mueren los centros antes que los estremos. El hom- bre no se vé morir porque no sobrevive á su destrucción, pero en muchas enfermedades se vé agonizar por decirlo 413 asi. En las fiebres no se siente la agonía: todos los órganos están incapaces de sentir. 145. Hemos deducido la existencia de una modificación séptica, asténica en el organismo; el análisis de los sín- tomas nos llevaron á sus efectos sobre los órganos, á su patogenia. ¿*Se piensa asi sobre la naturaleza de la fiebre y de los llamados typhus? Nuestra fiebre ó la enfermedad typhoidea de los autores y los typhus ¿fueron considerados bajo esle aspecto con esa universal sanción que exige ma- teria de tanta importancia? Las nociones etiológicas que he- mos reconocido por un gran número de hechos razona- dos; el estudio üsiológico-patológico al que nos guió la sin- tomatologia de la fiebre ¿no bastan para probar la natu- raleza esencialmente adinámica, asténica de la fiebre con sus formas tiphicas? ¿Puede haber divergencia en tales apreciaciones? Existe por desgracia: pero veamos en que se funda antes de presentar las Ultimas pruebas sobre la patogenia de la fiebre, y antes de deducir su terapéutica." Todas las opiniones actuales sobre la' fiebre typhoidea pu- dieran hoy reducirse á las que proclamaron Stoll, Brous- sais, Petit y Serres, Bricheleau, Bordeu, Chomel, y reduci- das a la fiebre biliosa atáxica, á la gastro-enteritis, á la enlero-raesenteritis, á la diolhenenliritis, á la typhoidea. No desconozco que antes de Mr. Luis se habían reducido las fiebres á una sola entidad, pero en cuya clase se confun- dían la calentura inflamatoria, la biliosa, Ja mucosa con la fiebre pútrida y la maligna, poro Mr. Luis admitió la le- sión de las placas intestinales resultado de un trabajo in- flamatorio. Mr. Bouillaud reasume su opinión verdadera- mente respetable sobre la fiebre y los typhus en las pa- labras siguientes. «¿Qué nos resta que hacer, pues, para poner término á todas las dudas, á todas las contradicio- nes, á todas las disputas á que ha dado origen el estudio de los typhus?» Dejar á parte los libros antiguos y con- sultar de nuevo el gran libro de la naturaleza, esle libro que no se consulta jamás en vano cuando se conoce el ar- te de leerle bien. Una cosa nos hiere por de pronto en las enfermedades descritas bajo los nombres de fiebres pestilen- ciales, de typhus etc. y es la constante coincidencia de los fenómenos y délas lesiones inflamatorias con los fenóme- nos y lesiones que revelan un trabajo de infección pútrida ó séptica cuyo foco está tan pronto fuera como dentro del individuo. Que se trate de la afección que se llama la fie- bre typhoidea, de la que se designa bajo el nombre de fiebre puerperal ó de typhus Europeo, Americano y Orien- tal, ó del carbunclo ó de la pútrida maligna ó del muer- mo etc.,, siempre se comprobará la presencia de un doble elemento, que acabamos de señalar. Pero en los verdade- ros typhus, el elemento typhoideo se manifiesta desde el principio de la enfermedad y predomina ordinariamente sobre el elemento febril ó inflamatorio, mientras que en las otras enfermedades, igualmente designadas bajo el nom- bre de typhus, el estado typhoideo no existe desde su orí- gen y se ingiere solamente mas tarde sobre el elemento in- flamatorio por un mecanismo que hemos espuesto.» Aqui el autor nos manifiesta de un modo claro que admite un pa- recido muy nolable entre la typhoidea y los typhus en la causa de infección séptica, pero por desgracia la idea flo- gistica lo separa del verdadero camino que influye mucho después en la medicación que propone. Por lo demás la fiebre typhoidea primitiva es siempre y desde su origen la misma enfermedad sino que en los primeros momentos es- tá dominada su causa por las potencias de la vida. Cono- cemos también las opiniones de Roche y de Landoucy que consideran á la fiebre typhoidea como idénticas al typhus y aun la de otros que vén bajo un mismo aspecto el ty- phus Europeo, el Africano, el Americano y el Asiático, pe- ro á un mismo tiempo también confunden las calenturas con solo el que presenten algún fenómeno grave. Asi vemos que Rroussais admitiendo en los typhus una verdadera in- toxicación miasmática vé nobstante en ellos una gastro-en- teritis. Asi vemos también que Landoucy considerando la existencia de una causa miasmática admite nobstante el ca- rácter de las lesiones de los folículos intestinales que solo de- muestran la acción predilecta de la causa sobre la mem- brana mucosa digestivai 146. Nos son ya conocidos los principios de Mr. Boui- llaud sobre su angio-carditis typhoidea (XCII y 9.10, 12. 17. 35). que considera como la inflamación de la membra- na interna del corazón y de las arterias á la que se une un elemento typhoideo que puede venir de afuera ó na- cer de las parles inflamadas. Ya he dicho que esta for- ma typhoidea era inadmisible en su etiología, é incompa- tible en su patogenia porque seria lo mismo que admitir inflamaciones de naturaleza adinámica. Bien puede nobs- tante suceder que una intensa inflamación termine por la muerte de la parte flogosada, pero no es esle el caso de la angio-carditis de este Profesor. Reconoce también otra forma typhoidea en Ja que reabsume todas las fiebres esen. ciales de los AA. y esta forma es la entero-mesenleritis (de Mr. Pelit) typhoidea, y en cuya forma se vé la idea dé Bouillaud de presentar siempre el carácter flogislico co- mo base patogénica de las llamadas fiebres esenciales sin 418 admitir un carácter franco, genuino adinámico general del que dependen los afectos locales: de aqui los errores en el plan curativo firme y enérgicamente antiflogístico, la vacilación, la duda, la reserva en el plan tónico. ■Vamos á tratar, dice, particularmente de la inflama- ción de los folículos intestinales, convinada ó nó con la de la membrana á cuya estructura concurren. Esta in- flamación ha sido descrita bajo muy diversos nombres: fiebre ó enfermedad mucosa fué llamada por Rcederer y Wagler, fiebre glutinosa por Sarcone, adeno-meníngea por Pinel, fiebre entero-mesenterica por Petit, enteritis fo. licular por muchos autores modernos, dothinenterilis por Bretonneau, fiebre ó afección typhoidea por muchos mé- dicos, que, bajo este nombre comprenden todas las anti- guas fiebres esenciales de Pinel. Nosotros tenemos Ja cos- tumbre de designarla bajo el nombre de entero mesente- ritis typhoidea. Yo había querido denominarla crylenteritis ó foHculo-entcritis, pero femí no fuese bien acogida.» Te- nemos ya, pues, dos ideas en Boillaud, su angio-carditis ty- phoidea y su entero mesenterilis typhoidea que comprenden todas las llamada^ fiebres, y cuya naturaleza propia, ge- nuiua es la inflamación: pero Mr, Valleix cree con funda- mento que si el estado typhoideo se desarrolla en el cur- so de una flegmasía esto es tan sumamente escepcional que cuesta trabajo hallar un solo egemplo. Y no puede haber duda sobre la opinión de Boillaud apesar de que mil veces parece tocar el verdadero aspecto bajo el que debiera considerar estas lesiones intestinales, pero des- pués de una serie trabajosa de raciocinios sobre si eslas le- siones son primitivas ó secundarias, sobre si antes de ellas hay otra cosa general que las produce, concluye con es- 419 tas palabras que sellan su opinión. «Reconozcamos, pues, resueltamente que en los casos de fiebre llamada ty- phoidea en la que se hallan las alteraciones anteriormente descritas de los folículos aglomerados ó aislados del Íleon y de los ganglios mesentéricos, sin perjuicio de alteraciones concomitantes de la misma membrana mucosa, de las venas, y acaso también de los vasos linfáticos, la inflamación que han producido estas alteraciones ha sido realmente el pun. to de partida, el foco primitivo de la fiebre; y si esto, en un pricipio libre de fenómenos pútridos bien caracterizados, abandonado á su curso natural, no tarda en presentar los fenómenos indicados, es en razón de su sitio especial y de alteraciones locales que se siguen prontamente haciéndose un verdadero foco de iufeccion pútrida de la sangre.» Vemos, pues, que para Mr. Bouillaud, las fiebres de los autores son, bajo un aspecto, inflamaciones del sistema sanguíneo capaces de producir el estado typhoideo, y ba- jo otro, inflamaciones de los folículos intestinales y de los ganglios mesentéricos, que igualmente se convierten en focos de infección, ¿No existen acaso, fiebres primitivas? ¿Las causas sépticas, como las causas paludianas no egercen su acción adinámica ó solo producen inflamaciones? Si de la fiebre de typo continuo pasamos á Jas intermitentes tampo- co vemos mas que inflamaciones, irritaciones: en aquellas era la túnica interna del sistema sanguíneo, ó los folículos in- testinales los afectados, en estas existe la irritación en el sis- tema nervioso ganglionar. A estas seducciones lleva á Beui. llaud su lógica médica, y no podremos menos de verlas también con nuestra lógica médica bajo un aspecto muy diverso, porque ¿cual es esla irritación producida por una causa miasmática séptica? ¿que irritación es esta cuyos 420 primeros y mas esenciales fenómenos son los que demues- tran un aplanamiento, un defecto, una verdadera adina- mia del sistema nervioso representado por falla de circu- lación, por defecto de calorificación, embotamiento de la sensibilidad? Yo no puedo comprender á esle gran Pro- fesor cuando dice «al referir ala gran clase de neuroris ac- tivas las enfermedades hasta aqui descritas bajo el nom- bre de fiebres de acceso, de fiebres intermitentes ó pe- riódicas» no hemos hecho mas que obedecer á las leyes de la inducción fisiológica la mas legítima, siendo estas en- fermedades, en efecto, caracterizadas por fenómenos que comprueban una exaltación de los actos vitales, tales co- mo la circulación, la calorificación etc. á las cuales preside el sistema nervioso ganglionar.» ¿Y cuales son esos fenó- menos de exaltación vital? La falla de pulso, ó su abatimien- to, la refrigeración periférica, la angustia precordial del primer periodo, del verdadero periodo délas intermitentes ¿•son fenómenos de escitacion vital? Y entiéndase que es- te es el periodo, verdadero, el que representa la patoge- nia del mal, porque la calentura que le sigue es reaccio- naria, no es ya la enfermedad, y en todo caso debiera co- locarla en su angio-carditis. Por otra parte, el gran ries- go de las intermilentes es el periodo álgido pasado el cual pasa el peligro: los que mueren de la verdadera fiebre intermitente mueren en el; lo que prueba que el es el que caracteriza la enfermedad. 147. Nos falla aun ver como Bouillaud considera los ty- phus y habremos comprendido todas sus ideas sobre la ver- dadera piretologia. xMuchas veces ya hemos dicho que en sus escritos llenos de sabia instrucción hallábamos la ver- dad pero mil veces envuelta en un oscuro velo, ó aban- 421 donada muy luego de su concepción. Dice hablando de los typhus, «los tres typhus de los autores constituyen me- nos enfermedades diferentes en el fondo que tres varieda- des de una sola y misma enfermedad. Los bubones en el tiphus Oriental ó la peste, la ictericia y el vómito negro eu el lyphus^americano, han sido señalados ciertamente como parti- cularidades distintivas de una alfa importancia. Empero, hasta que los tres typhus hayan sido descritos con mas exactitud de lo que lo fueron hasta el dia, existirá la oscuridad so- bre los caracteres esenciales que pueden distinguirlos positi- vamente los unos de los otros.» Bouillaud une como idén- ticos el typhus Europeo, el de Oriente y el Americano, pero al mismo tiempo no cree resuelta la cuestión de sus caracteres esenciales. Estos caracteres deben ser su etiolo- gía, y su patogenia ¿tienen ó no la misma causa y la misma naturaleza? Siento que esle eminente profesor no continúe la serie de razonamientos que funda regularmente en ver- dades demostradas. Hablando de estas tres entidades mor- bosas vuelve á reconocer la septicidad y la flogosis bajo la influencia de una misma causa. «Estamos en el derecho de concluir que la masa de la sangre está infectada cuando se desenvuelven en nuestros órganos ó fuera del indivi- duo focos sépticos y se manifiestan las enfermedades cono- cidas bajo el nombre de typhus. Y como también los miasmas productores de los fenómenos sépticos ó typhoi- deos ejercen sobre las partes con las cuales se hallan en contacto una acción inflamatoria, no debe admirarse si en los casos que nos ocupan se hallan en varias partes esta- dos flegmásicos coincidiendo con estados de descomposición séptica.» Comprendiéramos eslas ideas de Bouillaud si esa causa séptica no egerciese su efecto en la sangre que vá 422 ,. . á todas partes, como el mismo dice, porque pudiera ha- ber un estado séptico local y un estado flogistico local también, ó general, pero ¿se pueden concebir flogosis, en as que la sangre es uno de sus elementos genuinos; po- demos, repito, admitir flogosis en medio de una sangre séptica? No lo comprendo. Esla es la cuarta forma de la fiebre que comprende los typhus. Y nótese que el typhus asiático no está comprendido aqui por Bouillaud porque lo coloca entre las enfermedades inflamatorias del tubo in- testinal, no sé por qué si la causa, los sintomas y la patogenia demuestran lo contrario. 148. Si reabsumimos la doctrina perilológica de Mr. Bouillaud veremos comprobado lo que dige en olra par- te (12), que no es olra cosa que el fac simile de la de Broussais. La flogosis juega siempre el papel principal, y bajo este aspecto no tuvo necesidad de separar tanto las entidades á que se refiere. La verdadera patogenia de la fiebre ocupa un lugar muy subalterno para dárselo muy distinguido á su causa flogística. En cinco grandes grupos supo dividir toda su pirelologia y todas las fiebres esenciales de los autores: flogosis del sistema sanguíneo, flogosis de los folículos, flogosis del sistema nervioso gan- glionar, flogosis séptica, flogosis intestinal: hé aqui la ca- lentura, las fiebres, las intermitentes, los lyphus y el có- lera asiático. En las breves indicaciones sobre cada una de estas entidades en particular fijaremos bien nuestra opi- nión, que en lo general debe estar ya comprendida. 149. Mr. Chomel después de Mr. Luis, de Petit y Ser- res y de Bretoneau fué el apoyo de las opiniones sucesi- vas. Ya hemos visto en otro lugar (16 y 20.) como pien- sa Mr. Chomel sobre la patogenia de su enfermedad ty- 423 phoidea á la que reduce todas las fiebres graves de los autores, pero yo no puedo comprender toda la lógica de un profesor tan eminente, después que leo con detención su obra. Conviene en que algunas veces no se halla le- sión intestinal en los cadáveres; sienta que en uno halló ci- catrizadas ulceraciones y en 'vía de cicatrización otras, ape- sar del plan tónico, pero el enfermo se murió ¿de qué? de la fiebre typhoidea, pero para él esta fiebre es la alte- ración de las glándulas de Peyero: esta su patogenia: ci- temos sus palabras, «Uno de los caracteres mas importan- tes de la enfermedad typhoidea es la duración del estado febril.» No lo pienso yo así: muy al contrario; es el es- tado febril, ó lo que se entendía hasta ahora por estado febril, que es nuestra calentura, uno de los caracteres de menos valor, poique en la mayor gravedad de la fiebre suele á veces estar el pulso sin calentura, y por lo re- gular está frecuente, bajo, irregular, y esto no puede lla- marse estado febril: pero sigamos oyendo á Mr. Chomel. «Todas las veces que los fenómenos febriles, no pudien- do referirse á alguna lesión apreciable, se prolongan mas allá de un cierto limite, ocho ó diez dias por egemplo, se tendrá un grave motivo para presumir que están liga- dos á la alteración de las glándulas de Peyero, y cuando la enfermedad se termine dentro de algunos dias, se po- drá estar siempre seguro, cualquiera duda que por otra parle se hubiese tenido sobre su naturaleza, que ella era diferente de la afección typhoidea..... Por diversas que las fiebres de los autores parezcan eu sus siniomas, ofre- cen nobstante caracteres comunes que no permiten verlas como afecciones diferentes, pues están especialmente li- gadas entre si por una serie de lesiones anatómicas y que se observan, casi constantemente en la enfermedad ty- phoidea, cualquiera que sea la forma que hubiese presen- lado....» Mr. Chomel no desconoció porque no podia des- conocer los grandes obstáculos que se le presentaban para admitir lá inflamación de los folículos y de las glándulas intestinales como palogenia de su typhoidea, porque no la hallo siempre, poique la gravedad del mal no está en relación con este cambio orgánico, porque el plan es contrario, y en medio de tantas dificultades, espera que la cuestión del contagio resuelva la cuestión patogéni- ca, replegándose mientras á su último atrincheramiento á sospechar si á falta de pruebas de una irresistible evi- dencia, se puede ver en el sistema nervioso la íntima na- turaleza de la fiebre. No, diremos resueltamente á Mr. Chomel; la patogenia ó naturaleza de la fiebre, no está en el sistema nervioso, ni eu la sangre» eslá en todo el organismo, porque todo él se halla bajo la influencia de una causa eficiente de un gran poder. Debo decir en ob- sequio de la verdad, que la obra de Mr. Chomel es de lo mas notable» de lo mas concienzudo, de lo mas im- parcial que se escribió sobre esla materia en la historia de la ciencia, apesar de que sufrió sus críticas justas unas veces, y muy parciales otras; como vamos á observar. 150. Mr. Dubois (LXXXV) después de ver como arbi- trarias las formas que hadado Chomel á su typhoidea y después de considerar como errónea la clasificación de Pinel deduce consecuencias con las que estoy en parte conforme y que prueban á favor de la división de ese gran grupo pi- retológico en la calentura y fiebre: hé aqui sus conclu- siones: 1/ Que la fiebre inflamatoria descrita por Pinel no ofrece analogía con las typhoideas, sino que es, en mu- 425 chos casos, una fiebre primitiva simple: 2.* Que la biliosa de Pinel es una fiebre sintomática de la inflamación de las vías digestivas y no una liebre Uphoidea: 3.a Que la mu- cosa de Pinel, y la forma mucosa typhoidea de Chomel, mientras no cambian de fisonomía, son grupos de síntomas pertencientes á la enfermedad escrofulosa: 4.* Que las fie- bres adinámicas y ataxicas de Pinel no son variedades si- no divisiones arbitrariamente hechas entre los sintomas de la afección typhoidea. Hé aqui la gran necesidad de nues- tra clasificación: se observa en esto una confusión de ideas no- table y asi se vé la fiebre cuando primitiva, cuaudo sinto- mática, cuando asténica, cuando esténica, cuando mista, cuaudo localizada, cuando general y siempre con una va- riedad sintomatológica tal que parece imposible compren- der la existencia de una enfermedad lan proteiforme. La fiebre nunca es sintomática, ni se localiza; la calenlura pue- de ser un síntoma, y puede localizarse. La calentura muco- sa no tiene nada que ver con las escrófulas. Nobslante Du- bois confiesa que uo puede hallarse la razón de la grave- dad de la fiebre y de la intensidad de sus síntomas en la existencia de una lesión intestinal y que hay necesariamen- te una lesión de los líquidos. Es acaso este eminente pro- fesor el que mas se acerca á nuestro modo de considerar la fiebre. Mr. Pidoux que,, como todos, vé las fiebres al la- do de las calenturas nos dá nobstante un egemplo de la rectitud de su raciocinio para considerarlas en un verda- dero aislamiento: «se ven, dice, fiebres typhoideas simples sinocos impúfridos (nuestra calentura) recorrer todas sus fases con la mas grande regularidad sin jamás hacerse gra- ves. Reciprocamente, muchas fiebres typhoideas presentan las formas mas graves sin pasar necesariamente por formas 426 simples ó puramente inflamatorias. Esto es bastante para concluir que cuando las formas graves son precedidas por formas simples, no son el desenvolvimiento ó la dilatación propias de estas; y no es necesario figurárselas como un aumento en la cantidad de los elementos de la fiebre sim- ple.» Aquí Mr. Pidoux vé dos entidades y es lo que justa- mente sucede en nuestra fiebre esencial secundaria en la que el médico práctico no puede menos de considerar dos verda- deros elementos muy distintos eu su causa, en su patogenia pues que el uno es un efcclo local que puede ser de muy di- versa naturaleza, el otro es una causa general siempre idén- tica en su acción y en sus efectos. En la doctrina pireto- logica hallan los vitalistas un campo muy á propósito pa- ra su doctrina: no creo que sea aceptable apesar del abuso de los que nos llevaron al campo anatómico: ambos están uno frente al olro: ambos cuentan esforzados adalides:' nosotros nos pondremos en campo neutral porque solo bus- camos los órganos: no creemos en funcionopalhias sino en órgano-pathias. No hemos leído . la obra del Dr. Sema- nas deLyon, pero por la idea que de ella nos dio Mr. Latour, le consideramos como un diuamista notable. iNobstante di- remos que la acción del agente tóxico mejor se esplica por el vitalismo que por el organicismo; ó mejor dicho, vemos mejor sus efectos porque vemos el adinamismo que la medicina orgánica no vé sino en sus efeclos; por esto es que no nos desagrada el digenismo flegmasi-tóxico del Dr. Se- manas, en cuanto podíamos esplicar por él la acción flcg- masíco-adinámica del agente toxico: vimos efectivamente una flegmasía independiente de Ja influencia natural del agente tiphico, y vimos también que esta irritación desa- parecía á poco, ó tomaba el carácter de la causa mórbida: 427 pues bien; á aquella flegmasía de reacción, y á esta fleg- masía aparente que observamos en la fiebre pudiéramos darle el nombre de flegmasía-intoxica. No somos capaces de juzgar de esta doctrina pero si aseguramos que para esplicar la verdadera patogenia de la fiebre, si no nos bas- ta el organicismo fisiológico tampoco debemos esperar gran cosa del dinamismo fisiológico. 151. Pruebas de la verdadera naturaleza de la fiebre en todas sus formas.—¿Cuales son en resumen los grandes da- tos en que se apoyan tantas y tan diversas opiniones? ¿De donde parten esas pruebas irrecusables que todos invocan en su favor para sentar principios contradictorios en la pato- genia, y como veremos mas larde, en la terapéutica de la fiebre? De la experiencia dicen unos; de la anatomía pa- tológica, dicen otros; del fisiologísmo proclama un tercero. Yo voy á examinar eslas tres pruebas, lo mas sucinta- mente que pueda. 152. De las tres pruebas que la ciencia reconoce para demostrar la naturaleza de las enfermedades, dos son esen- cialmente prácticas, la olra pufliéramos llamarla filosófica. La primera es la observación de los efectos y resultado de la aplicacíou de los remedios, que puede ser de alguna im- portancia ausiliada del analogismo, y que el sabio Hipo- erales formuló en aquel tan célebre y tan cuestionable principio, nuturam morborum curatíones ostendunt. Desde luego admitimos como un medio de hallar ó comprobar la verdad hallada la experiencia, ó esperimento, pero co- mo medio seguro de investigación solo debemos dejarlo para aquellos casos en que no podamos hallar otro en me- dio de la oscuridad y de la duda. Ni Hipócrates al pro- clamarlo pensó jamás que pudiera suscitarse sobre él una contradictoria polémica, ni que pudiese rebajar el crédito de primer filosofo de la ciencia, porque el había sentado ya de un modo muy esplícito que ante la razón vale po- co la experiencia, y que todo debe hacerse según ella nos inspire apesar de que los sucesos la contraríen. Reservaba sin duda el experimento, y la deducción de la experiencia para últimos casos como el atrincheramiento forzado en la perplegidad y en la duda. Por lo demás ya he demostrado que por los resultados de la experiencia se han querido probar y en ella asentar todas las teorías y todas las bipólesis. Esla verdad que solo se quiere deducir de la ex- periencia es falaz como decia Baglivio si no la dirige la mas sana filosofía. Nobstante en nuestra ciencia lodos miran para los hechos, para los resultados, porque se quiere hallar en el médico un poder omnímodo. Pero téngase presente que en medicina, como en todas las ciencias, ver la verdad, no es disponer á su arbitrio de los fenómenos y sucesos de la naturaleza; es si conocerlos, dirigirlos hasla un cierto pini- to, y reconocer, muchas veces, la incapacidad de medios para oponernos á la marcha de las economías y de sus le- yes. El raciocinio resuelve todos los problemas hasta don- de pueden resolverse; el experimento no resuelve ninguno sin el criterio de la razón. Por esta causa vemos tanto número de remedios para las enfermedades difíciles de curar; por esta causa todos apoyan en sus curaciones sus teorías las mas contradictorias, y por la misma, otros re- chazan los planes mejor formulados cuando no fueron efi- caces, sin hacerse cargo que no siempre la ciencia puede to- do lo que quiere y que la enfermedad es mas poderosa muchas veces que el arte; egemplo las epidemias de in- tensos typhus ya Europeo, Asiático ó Americano. Dedu- 429 ducir, pues, de las curaciones, es muy espuesto; se re- quiere á lo menos un criterio filosófico superior. 153. Los estadistas y á su frente Mr. Luis con su doc- trina numérica, proclaman sin conocerlo el empirismo mas absurdo, porque los cálculos y comparaciones en los re- sultados de la experiencia dicen poco, pues dependen de mil variadas circunstancias en la intensidad, en el indivi- duo, en la estación, en el clima, en la asistencia etc. El typhus, la fiebre amarilla, el cólera, tienen tantos remedios acreditados por la experiencia que debieran ser muy ra- ros los casos desgraciados en la práctica. ¿Qué nos pro- barán, pues, las estadísticas en la naturaleza de la fiebre que curaban con contrarios planes con unos resultados sor- prendentes los humoristas, los solidistas, los químicos, los empíricos, los sistemáticos de todas las épocas? No ignoro que otro genio de la antigüedad, Celso, nos advierte que de lo que aprovecha y de lo que daña se deducen indicacio- nes y deducir indicaciones es reconocer la patogenia ó na- turaleza del mal, pero ya clejo dicho cuando y como con- viene: distingamos siempre la observación filosófica del es- perimento puro, porque inferir la naturaleza de los males del mayor ó menor número de defunciones es proclamar el absurdo: por esto Hippócrates quería solo, como 1o ob- serva Zimmermann, establecer una doctrina racional, no proclamar remedios, ni apoyar sus resultados en estadís- ticas: para tales deducciones no se necesita estudiar, ni sa- ber, ni genio, ni filosofia, ni aun espíritu de observación. Nobstante, aun pudiéramos alegar esta prueba en nuestro favor como veremos en la medicación de la fiebre: un método hay que sobresale entre todos, y en el que al fin todos van á parar no solo en la fiebre tvphoidea sino ' 59 en todos los typhus, y este es el método ó plan tónico, anti-séptico, que mas ó menos pronto, con mas ó menos energía casi todas las doctrinas médicas reconocen por de una eficacia demostrada. ¿-Que naturaleza debe tener una enfermedad que se cura con tales medicamenlos y en la cual, desarrollada yá el carácter typhico están contrain- dicados los antiflogísticos? Su patogenia debe ser asténica y su causa séptica, destructora de la acción vital, y que disminuye el resorte de los tegidos y la plasticidad de la sangre con marcada tendencia á la descomposición orgáni- ca. Todo esto se vé en la fiebre typhoidea y en los ty- phus. Luego el plan curativo prueba la patogenia que le hemos asignado. Apesar de esto rechazaría esla prueba por de poco valor. Y nobstante por desgracia esta prue- ba experimental es hoy proclamada y en ella se intenta cimentar una nueva doctrina, nuevos métodos, nuevas ideas sobre males muy conocidos, y que nos pudieran llevar á una época en que seria preciso dudar de todo, entregar- se al pirrenismo ó á un fatalismo degradante. Ni una pa- labra mas sobre esto. 154. La segunda prueba práctica, es la anatomía pa- tológica. Prueba decisiva, y de un inestimable valor en muchos casos; égida principal de la escuela actual; base de las doctrinas médicas de todo un siglo; algún tanto desprestigiada en la actualidad, pero siempre importante. ¿Desconoceremos las inmensas ventajas de esta parte de la ciencia? (LXXI) Empero las obras de Lielaud, de Bon- net, de Margagni, como las de Laenee, Mr. Luis, Andral, y otros no han tenido toda la importancia que se queria suponer, ni dieron la utilidad que se esperaba. Y ¿por qué? Porque unas veces á la autopxia no precedía á la historia; 431 y no se preguntaba á los órganos sino á la muerte, y esta es la putrefacción, la gangrena, la corrupción; y otras se buscaba la patogenia, y se confundía con sus efec- tos, y las consecuencias eran ilógicas. Broussais, aun cuan- do dedujo y apoyó su doctrina en la anatomía patológica fué escesivamente acre para con los anatómico-patologis- tas, pues que hablando de Mr. Luis, dice, «Tal es su obra: es un trabajo de anatomía patológica de los mas se- cos, y mas difíciles de estudiar... Una obra sin vistas ni patológicas ni terapéuticas, ni higiénicas, y mas aun sin objeto fisiológico; en fin, una obra sin vida, respirando so- lo fatalismo, obscurantismo y la muerte,» Fuerte crítica, y también injusta es la de Broussais que nobstante es mas moderada para con Mr. Gendrin porque admitió sus ideas respecto á la inflamación. Andral en su hematología dedu- gera mucho mejor si menos esclusivista hubiera sido mas fisiológico. Esla confianza anatómica para resolver un pro- blema tan difícil es frivola á lo menos: el mismo Broussais lo conoció apesar de haber establecido su doctrina sobre esta misma base. Hay gran inconveniente, dice, en las distinciones y clasificaciones de las enfermedades únicamen- te fuudadas en el modo de las alteraciones orgánicas y una necesidad de constituir á ellas las distinciones fundadas en el modo de la alteración de la irritabilidad y de la sen- sibilidad de nuestros tegidos.» Aqui el fisiologismo venció al anatómico. Fijándonos en nuestro objeto reconocemos prudentísima la deducción de Mr. Cázalas que en los hos- pitales de Constantinopla ha observado el typhus de Cri- mea, pues dice que si algunos han hallado lesiones intestinales constantes, otros solo los hallaron accidentalmente y Pelli- cot y Fleury no siempre. Observa que de las lesiones ha- liadas han querido deducir la identidad o desemejanza del lyphus y la fiebre typhoidea. El cree que esle problema no pu¿de circunscribirse á un solo fenómeno de anatomía patológica, y que se tengan en cuenta simultáneamente los síntomas y las lesiones; é yo añadiría y la causa eficien- te del mal que revela su efecto sobre el organismo. ¿Seguiremos en este terreno á los localizadores^ á los esen- cialistas, y á las patologistas de buena fé? Nos sorprendería el ver la vaguedad de opiniones y no Sabiendo á que es- calpelo dar mas fé nos quedaríamos en la duda. Mr. Cru- veilhier, en su ensayo de anatomía patológica,, y cuya au- toridad nadie se atreverá á negar pues que sin duda es el Morgagni, el Bonnet, el Lielaud, el Vieg-d'Azir, el Por- tal, enfin el Bailly de nuestra época, pues que á sus asi- duos trabajos unió los de estos hombres eminentes que le habían precedido en el estudio del cadáver, nos dice ter- minantemente que la anatomía patológica no puede inter- venir mas que para comprobar el defecto de lesiones or- gánicas, como sucede en las fiebres y en las neurosis. Era vitalista este célebre médico, y por esto dice que «los sín- tomas vitales constituyen en estas enfermedades su histo- ria entera, y deban presidir á su clasificación.» Hablando del pensamiento de Petit, y Serres sobre la entero-mésente" ritis como causa de la fiebre se espresa en estos términos. «Yo no discutiré aqui si esla alteración orgánica (erupción y ulceraciones en la porción del íleon y del colon próxima- mente á la valvula-ileo-cecal y un aumento de volumen de los cuerpos linfáticos del mesenterío) es la enfermedad principal, como lo piensan los autores, ó una complicación ó bien el efecto de la fiebre..... pues que se halla esta misma alteración en otras muchas enfermedades y en la tisis pulmonal especialmente y á consecuencia de un gran número de fiebres adinámicas y alaxicas esenciales.» Si asi habla Cruveilhier, si asi habla Broussais ¿que confianza pue- de inspirarnos esa diferencia esencial que se intenta hallar en la aulomía patológica enlre la typhoidea y el typhus? ¿No será mas bien que los intestinos se afecten mas en la fiebre l\ phoidea en razón de su marcha mas lenta que dá mas tiempo á constituirse eslas lesiones secundarias lan frecuentes, mientras que en el lyphus su marcha mas rá- pida no la permite? La observación no me lo dice, pero la razón me indica que esas mismas lesiones se hallarán en el typhus siempre que se prolongue hasla los 14, 12, ó 21 dias. El célebre anatómico-palologista que vengo ci- tando nos habla de una manera que parece adivinar nues- tro pensamiento. «Quisiera, dice, que se comparasen aten- tamente las fiebres sintomáticas (nuestra calentura) con las fiebres esenciales. La causa y el sitio de las primeras nos son conocidas pues que hay demasiadas ocasiones de apre- ciarlas de una manera positiva. Se pueden referir á esta causa todos los- sintomas febriles: estos dalos nos faltan absolutamente en las fiebres esenciales.» Apesar de todo, los A.A. continúan en buscar las pruebas de la existencia de la fiebre typhoidea en las lesiones intestinales, y en ellas también la diferencia del lyphus. Otra grave dificultad se halla al querer dirigir un pensamiento sobre esta base di- ferencia). Si la falta de lesiones patológicas de las placas de Peyero y de los ganglios abdominales es el carácter cons- tante de la fiebre ¿como se comprende que Baglivio, Hoff- mann, Tomassini y el mismo Broussais coloquen su asiento en las visceras abdominales como Chirac y Hildembrand en el encéfalo? ¿De donde nace la inconsecuencia de Mr. Lan- donzzy que después de haber hallado las lesiones intesti- nales en el typhus idénticas á las que se hallan en las fie- bres typhoideas, cree nobslante en una muy pronunciada dife- rencia entre ambos males? La anatomía patológica que re- monta á Herophilo, profesor de Alejandría vino sucedién- dose con mas ó menos importancia según las doctrinas reinantes, y la mayor facilidad de adquirir cadáveres. Las doctrinas filosóficas del siglo anterior llamando á la obser- vación de los fenómenos de la naturaleza y á su exámeu práctico le dio grande importancia. Bichat que en medio de su escuela anatómica era vitalista la hubiera llevado á su apogeo, si continuaba uniendo á su escalpel la vida que falta al cadáver. Sucede con la autopxia lo que con la anatomía descriptiva, es menester animar los objetos, y esta falta es la <¡ue se nota en las doctrinas cimentadas en esta parte de la ciencia. 155. En los cadáveres no se vé la enfermedad, ac si cum anima mortis ocasio evollasset, como decia Baillou: se vé solo la causa de la muerte, y sus estragos. Es preciso que antes que el escalpelo toque al cadáver el médico vea en su entendimiento el mal en su origen, eo su marcha, en sus síntomas. ¿Qué vemos en un pulmón muerto por una pneumonitis? la gangrena que es la muerte, la supu- ración y el reblandecimiento que son la causa de la muerte ¿*á donde está la inflamación? Voló con la vida. La anato- mía patológica halla estragos y confunde, cuando ella sola es nuestra guía, los efectos con la causa: asi sucede en la fiebre. Tiene una suma importancia cuando rectifica nues- tros juicios en males que hemos diagnosticado- la tiene en casos de difícil diagnóstico y nos enseña para lo sucesivo; la tiene para el médico-legista. Pero entre reconocer su 435 *alor, y admitirla como base de las doctrinas médicas hay una gran diferencia: seria tener un apoyo, un di- rector bien triste, y nos pareciéramos á los antiguos Au- ruspices que buscaban los sucesos, y el porvenir en las enlrañas de los animales sacrificados á los Dioses, y que critica Valerio Máximo (De fidulia) en boca de Annival, cuando el Rey Prusias le impide dar la batalla porque tos Auruspices creían-se perdería; Autu, inquit, vilulina; carúncula; quam ímperatori veteri macis crederis? Si ver* ha numeres, breviter el abscise si sensuum cestimes, copióse et valenler. El estudio sobre los cadáveres, dice un céle- bre médico, es estéril si no se tienen presentes los ante- cedentes de la muerte, semejantes á los cuerpos opacos la luz que ellos dan no brilla con su propia luz. José Frank nos advierte que «nada hay mas útil para mode- rar la imaginación de los médicos, para rechazar las va- nas hipótesis y para destruir la tiranía de los sistemas, que la anatomía patológica. Sin embargo añade, guardé- monos de ir demasiado lejos; porque los que pretenden que el edificio de la medicina se apoya sobre la anato- mía patológica, como lo afirma Breschet, olvidan sin du- da que hay enfermedades que no dejan en los cadáve- res lesiones apreciables. Además no deben buscarse sola- mente las huellas de las enfermedades en las partes só- lidas del cuerpo humano, y sobre estas esclusivamente se dirigen las investigaciones de la anatomía patológica.» Tiene razón Frank, esta parte de la ciencia es el mo- derador de las imaginaciones fogosas, y la muerte tam- bién del pensamiento. En el cadáver vé, nobstante, una imaginación filosófica, el organismo, la vida, y la enfer- • niedad en su historia: hé aqui la anatomía patológica que, no deduciendo solo de lo que ve, anima su cadáver para preguntar á sus órganos por la vida que representan. 156. Nociones flemalológicas.—Ea otro lugar (37) he reconocido cual es la importancia de la hematología para comprobar el carácter flogístico ó adinámico de las en- fermedades, pero en esle momcuto solo me ocupará la sangre en la verdadera fiebre, que debe ser una prue- ba de inmensa importancia. Mr, Andral nos dará los da- tos: uniremos á ellos la observación clínica, pero advir- tamos que Andral considera como pirexias todas las fie- bres de los autores. «En todas estas pirexias, dice, pue- de efectivamente existir una alteración común cuyo asien- to es la sangre, y cuya existencia coincide constantemen- te con la aparición de los fenómenos que alribuia el vita- lismo á la adinamia, el solidismo á la relajación de la fibra y el humorismo á la putridez de los humores. Es- ta alteración de la sangre consiste en una disminución á su fibrina, y es por consiguiente la alteración inversa de la que se observa en la sangre en el estado flogístico.» Nos bastaría esle aserto de Andral para deducir que su estado pirético, que es nuestro estado febril, ó nueslra fie- bre, es un estado contradictorio al estado inflamatorio, y por consiguiente un estado adinámico siendo aquel esencial- mente dinámico. Las cualidades de la sangre en la fiebre son las siguientes: el suero y el cogaulo se hallan incompletamen- te separados; de donde se sigue que al parecer tiene poco suero con respecto al coagulo; el coagulo es voluminoso y no so re- traen sus bordes sobre su centro como sucede en las fleg- masías: tiene poca consistencia y se deshace con mucha facilidad: se divide como en una sustancia grumosa colo- rando el suero en rojo mas ó menos oscuro. Esle es el es- 437 lado, dice Andral, de la disolución de la sangre tan bien descrito por los antiguos, y que debe considerarse como la consecuencia necesaria de la disminución que ha sufrido la materia espontáneamente coagulable de este liqui- do. Otro carácter de la sangre en la fiebre es la ausen- cia de la costra flogíslica. Nobstante, á Andral le llama la atención el que en muchas fiebres hallaba aumentada la fibrina, y que esto sucedía cuando el elemento flogístico se unía al elemento typhoideo. Nosotros esplicarnos bien esta observación: veamos como la esplica Andral. «¿No pa- rece que la fibrina se halla entonces de alguna manera bajo la influencia de dos fuerzas, la una representada por la flegmasía intercurrente que la obliga á aumentarse y la otra representada por la fiebre typhoidea que le dá una impulsión contraria, y reduce á su mínimum el poder de flegmasía?» No sé como esta celebridad médica no ha bus- cado otro medio de esplicar una tan grave contradicción, ni como él comprende que pueda haber flegmasía y adina- mia á un mismo tiempo; ni que sentido dar á esas dos fuer- zas, ni que entiende por dos fuerzas generales morbosas de una naturaleza tan opuesta. Espliquémos nosotros este he- cho que no negamos, porque jamás podemos dar un mentís á hombres tan respetables, pero hacemos una muy diver- sa apreciación. ¿'Cuando se observa ese aumento de fibri- na en la fiebre typhoidea? Andral mismo lo dice, y no tenia necesidad de recurrir á las dos fuerzas antagonistas. El aumento de fibrina en la fiebre se observa en los su- getos pletóricos. ¿Y por qué? También hallamos la contes- tación en el célebre hematólogo; «porque la economía se resiste cuando la acción de la causa es poco enérgica, pe- ro la destrucción de la fibriua se -observará desde el prin- 60 438 eipio cuando las fuerzas del organismo se hallen en defecto.» ¿Qué necesidad hay, pues, de recurrirá un sulerfugio inad- misible? Guando la cifra fibrina aumenta no ha desarro- do su acción la causa typhica: su presencia es rechazada por los órganos y ya recordaremos que esta es nuestra calentura de reacción: pera si la causa es intensa, ó pobre el organismo, la fibrina desciende desde luego bajo la in- fluencia del agente mórbida. Por consiguiente la impor- tancia de la observación de la sangre (logística al principio de las fiebres es siempre consideración habida á la reacción existente. La costra flogística y el aumento de fibrina es constantemente un efecto inflamatorio, no una causa, y su existencia] en la fiebre esencial solo puede ser el efecto de la reacción, jamás ni la causa ni el efecto de la fiebre ty- phoidea: por consiguiente es mal deducir la naturaleza de la fiebre typhoidea del estado flogístico de la sangre en su principio, porque además de no pertenecerle, desaparece pronto, y tan solo nos puede suministrar un dato terapéu- tico transitorio, falaz muchas veces, y accidental. 157. Apesar de todo lo espuesto con respecto á la he- matología en la fiebre typhoidea, en la epidemia que poco há sufrimos no hé hallado ni la costra inflamatoria ni la retracción del coágulo aun en sugelos vigorosos y eq el principio de la enfermedad. Un soldado que ocupaba la cama núm. 34 de la Sala Clínica de Santiago se presentó con todos los sintomas de una fiebre angióténica, pero por la clase de dolor de cabeza, por el modo de invasión, y el estado de la lengua creí era la enfermedad reinante, y de la que existían entonces 45 en la sala. Hice observar á mis discípulos esta coincidencia, y que si la enfermedad era lo que la intensa calentura indicaba, y la reacción del pulso si- 439 mulabalas cualidades de la sangre lo indicarían, pero sin que de la existencia del carácter flogístico en ella debiésemos in- ferir la naturaleza del mal sino mas bien la naturaleza de la reacción circulatoria. Una sangría de 6 onzas, y otra igual al dia siguiente les hicieron ver palpablemente que algo oculto existia en medio de la apariencia flogislica. Efec- tivamente el coágulo era plano, sin nada de costra, con ten- dencia mas bien á disolverse en el suero. Poco á poco la enfermedad se desarrolló con toda su intensidad typhoidea: el enfermóse curó.Ya antes de Andral y Gaveret, Werthof, Haen, y aun Sydenham observaron la sangre con atención. Zimmermann hablando de la costra nos dice que á lo que ella indique debemos añadir otros signos para deducir sin ries- go. En la fiebre amarilla, ó fiebre de Siam la sangre es tan disuelta y tan tenue que sale por la boca, narices, y aun por los poros. Las hemorragias, añade, en las fiebres malignas son de mal agüero porque prueban la disolución de la sangre. Nietzkí en su patología prueba hasta que punto puede llegar la disolución y acrimonia de la sangre en las fiebres. 158. Se me dirá, acaso, que si esto es cierto será muy difícil, sino imposible distinguir una calentura inflamatoria de una fiebre con reacción en su primer septenario. Esta dificultad desaparece ante una observación minuciosa, un ojo práctico y un término etiológico bien sentado. La esta- ción, el temperamento del sugeto, las causas que dieron motivo al mal, el carácter de las enfermedades reinanles, son datos ciertos par distinguirlas, y cuando no sean suficien- tes lo serán el estado de la sangre, la marcha de la enfer- medad, y la prudente observación del término del primer septenario que la reacción orgánica encubre, ó pasa á ser una 440 fiebre esencial secundaria que yá no tiene el carácter flo- gístico. 159. Con lo que llevamos dicho no intentamos dester- rar el elemento flogístico del primer período* de las fiebres esenciales, ni las congestiones sanguíneas de toda su car- rera: al contrario veremos que admitimos aquel, y estas, pero con tal precisión y claridad que no tenemos que ver ni elementos opuestos, ni en la dolencia caracteres, y pato- genias tan contradictorias como son el estado typhoideo y el flogístico. Pudiera estenderme mucho en consideracio- nes importantes sobre la hematología, pero sea suficiente lo manifestado para deducir que el estado de la sangre en la fiebre demuestra, con los hematólogos, la adinamia que cons- tituye la esencia de esta enfermedad. La anatomía pa- tológica ni aun con la hematología es un dato cierto. Tiene razón Frank, «esta parte.de la ciencia es el mo- derador de las imaginaciones fogosas» y la muerte tam- bién del pensamiento.. En el cadáver vé nobstante una ima- ginación filosófica, el organismo, la vida, y la enfermedad en su historia: hé aqui la anatomía patológica que, no de- duciendo solo de lo que vé anima su cadáver para pre- guntar á sus órganos por la vida que representan. 160. La 3.1 prueba es la. que constituye del arte me- dica una verdadera ciencia; es la aplicación de todos nues- tros conocimientos á la práctica clínica, es el análisis, el principio lógico, la síntesis que nos guia en el camino de la experiencia y que nos enseña á deducir exactamente por una serie de razonamientos irresistible. Preciso es, nobstante, tener libertad intelectual, no estar obligado por ninguna idea sistemática que nos seduzca, que nos separe del verdadero camino: aqui es á donde yo proclamaría ese 441 libre examen, que fué la tesis absoluta de la escuela en- ciclopedista y que es aceptable bajo este solo sentido: exa- men analítico, lógico, sintético, sin trabas, sin sujeccion, y hecho por un entendimiento educado é instruido: he aqui el único camino cierto en cuyo término podremos hallar la estadística, el analogismo, la anatomía patológica. Un entendimiento filosófico que sienla bien el término attiolo- gico, deducido de un examen reflexivo, histórico de todos los antecedentes de una enfermedad, y muy necesario siem- pre, y baslante difícil muchas veces en las enfermedades crónicas, tiene ya uu dato de inmenso valor,, porque las causas eficientes y predisponentes bien conocidas, nos di- cen ya que especie de alteraciones patológicas son capaces de producir. En muchos casos se hallan fácilmente': es muy difícil reconocerlas en otros. A este dato se une el dato analítico; el examen de los síntomas y su estudio: la ob- servación es el camino, el profundo razonamiento sintético el término. Hallado éste admitimos una patogenia. Discur- ramos ahora. Dada una alteración patológica, y anunciada su naturaleza por la oetiologia y el análisis y la síntesis ¿•cuales deben ser sus efectos? ¿que cambios funcionales de- be producir en el órgano? ¿que simpatías debe dispertar? ¿que síntomas deben acompañarla? Y cuando la inspección mediata ó inmediata puede tener lugar ¿qué resultados de- be dar? La autopxia en los casos desgraciados ¿que debe demostrarnos? He aqui la contra-prueba filosófica que lle- va á nuestro entendimiento un grado de evidencia irre- sistible. Federico Hoffmam, que fué para mi uno de los médicos mas filósofos del siglo XVIII, decía á propósito de nuestro objeto, Medicus, in reddendis effectuum causis et conficiendis demonstralionibus, contentus sit si causas pro- 442 ximas effeclus et pha;nomenorum invenerit, quibus posilis, ponantur et quibus remotis, ipsa quoque removeanlur. Sos- pechamos, por egemplo, después de haber estudiado la enfermedad, la existencia de un aneurisma interno, y nos preguntamos, si existe esla lesión ¿como debe estar alte- rado el tegido de la arteria? ¿esla alteración que cambios funcionales debe originar en el órgano? cqué sintomas debe producir? ¿que alteraciones secundarias debe dar? ¿que marcha debió seguir? ¿que debemos hallar en el cadáver después de un fatal término? Si á estas preguntas res- ponde de acuerdo la apología, la sintomatologia y todo cuanto la observación nos dice, deducimos á priori que el enfermo padece un aneurisma. Esla prueba falló á los que todo lo dedugeron de la anatomía patológica. 161. Vamos ahora á hacer la aplicación de estos prin- cios. Dada una intoxicación del carácter séptico, venga de afuera, ó de origen interno ¿qué fenómenos debe produ- cir desde el momento en que entrando en circulación no sea eliminada, ó neutralizada en su acción? 1.* Si no es muy intensa debe al reconocerla el organismo y muy es- pecialmente el centro circulatorio irritarse, con esa irri- tación próvida que es una verdadera reacción: 2." Si la causa no se vence esta reacción debe sucumbir, y el agente producir el abatimiento, el apocamiento vital, Ja disolu- ción de la sangre y la astenia general: 3/ Si es muy enérgica la causa no podrá haber resistencia en el orga- nismo, y desde luego se presentarán los fenómenos que demuestren la atonía, Ja tendencia á la septicidad, á las congestiones pasivas, que graduadamente irán presentándose a proporción que la causa gane terreno é influencia. ¿Su- cede esto en la tiphoidea? ¿Los sintomas corresponden á 443 estos efectos? ¿Puede hallarse alguna otra causa capaz de tales cambios á no ser una causa toxica dé carácter adi- námico que ejerza su maléfica influencia igual sobre todo el organismo? Ninguna; porque ni la "inflamación de las arterias y del corazón, ni de la sangre, ni de las glán- dulas de Peyero, ni Brunerio, ni de los iutestinos y me- senterío, ni de la mucosa gastro-intestinal, ni ninguna olra causa local puede producir tales fenómenos, y si los de verdadera flogosis muy opuestos á los tiphicos en su aelio- logia, en su sinthomatologia, en el plan curativo, en su carrera, y en sus pruebas anatómico-patológicas. Luego está comprobada su patogenia,, que conocíamos ó sospe- chábamos en su OBtiologia, y en su sinthomatologia. Esla prueba, al parecer de poco valor, faltó á los que apoya- ron sus doctrinas en pensamientos abstractos y en sus fenó- menos cadavéricos, porque ambos prescindieron del pen- samiento filosófico: ambos se separaron los unos de la ob- servación, los otros dei raciocinio. Saber pensar es la en- señanza de la razón; saber observar es la educación de la experiencia. Errónea est communis illa sentenlia; bonum tfieoreticum esse malum practicum. De perversa theoria va- lere illud concedimus, vera autem et solida practicum et so- lidissimum et felicissimum reddit. Et qui carel hac, solidus et peritus practicus nunquam evadet etiamsi per centum an- nos artis opera exerceat.... Sic experientia recle constituía, rede experimentissimi nominantur medid. (Hoffmanus.) Corolarios. 1.° El estudio de los síntomas de la fiebre debe hacerse minucioso y concienzudo para reconocer lo que cada uno representa en su existencia. Esta es la análisis. 2.° Los síntomas se deben referir á los órganos de doi>- de proceden aisladamente. 444 3.° Todos los sintomas partiendo de los órganos deten reunirse para constituir la síntesis, y de esta debe resul- tar el reconocimiento de una entidad morbosa. 4;° Esta entidad morbosa es una alteración mas ó me- nos profunda de los órganos ó de una parte del organis- mo: reconocerla en su naturaleza será reconocer la patoge- nia del mal. El estudio eliológico es de inmensa importan- cia siempre: en la fiebre es un dato precioso. 5." La causa ocasional de la fiebre typhoidea es un agente adinámico, séptico, perturbador. Los siniomas que la anuncian corresponden á una alteración de los humores de naturaleza pútrida, y á una alteración de los sólidos de naturaleza adinámica. 6.° Los síntomas flogísticos son secundarios, aparentes, pasageros. Las irritaciones locales son específicas y conges- tivas de la misma naturaleza. 7.° Todas las fiebres epidémicas conocidas tuvieron el carácter séptico ó adinámico ataxico. 8 ° Todo el organismo se afecta á un tiempo después que la intoxicación obra. El corazón, el cerebro, el tubo intestinal, el pulmón son las partes en que mas se siente su acción. 9.° El sistema nervioso es el centinela del organismo: los primeros fenómenos de incubación le pertenecen. En el Cólera el sistema nervioso ganglionar es el mas afectado. En la fiebre amarilla el sistema gastro-hepático dá un ca- rácter especial al mal. En la peste la afección del siste- ma glandular es la que la caracteriza. 10. Siempre la sangre pierde sus caracteres vitales; su fibrina es pobre y su irritabilidad se disipa; su hematosi- na es oscura; su suero turbio. 415 11. La muerte comienza por los centros, ó por la pe- riferia según la intensidad del mal, la edad, el órgano prin- cipalmente invadido, y la mayor ó menor rapidez de es- te término. 12. Solo hay calentura cuando hay aceleración en et pulso y calor aumentado como efecto de una enfermedad local: ella consiste en la irritación del corazón y de las arterias. 13. Solo hay fiebre cuando hay una intoxicación mias- mática, vegetal, animal, ó vegelo-animal, ya provenga del eslerior, ó de foco interno, 14. La calentura asi considerada es una afección local, pero que por la -causa que la promovió puede dar lugar á una intoxicación secundaria, y producir la fiebre. 15. La fiebre eseucíal primitiva trae calentura cuando el organismo, y especialmente el sistema nervioso y •circula- torio pueden reaccionarse, y por esto casi todas estas fiebres, á no ser muy intensa la causa, simulan en su primer período á las calenturas yá gástricas, yá angio-lénicas, la angio-he- mitis ó la angio-carditis. 16. Por esla razón la calentura es de huen presagio en las fiebres tan intensas y que debe ser nuestra guia en la práctica, 173. Fiebre héclica, lenta, pyohémica\=yoy á decir Jambien dos palabras sobre la fiebre lenta dando este nom- • bre á la aceleración del pulso con mayor ó menor calor, y demacración, dependiente de la absorción purulenta. Es- ta fiebre se distingue por su marcha lenta y por los sim- pies fenómenos de estenuacion, diarrea, y sudores colicua- tivos, con mas los síntomas que indican el punto ó foco en donde se elabora la supuración. Se le debe conservar la denominación de fiebre porque realmente tiene la pa- togenia de la fiebre, si bien la intoxicación es de pus, producto orgánico menos toxico que el producido por la descomposición eslerior ó interior de moléculas vegetales ó animales que fueron orgánicas. Hé observado en algunas supuraciones pulmonales la marcha rápida de las typhoi- deas prolractas, y aun no hace mucho tiempo hé visto con otros profesores á un joven que con una afección antigua pul- mona! se le presentó un estado agudo con tocios los carac- teres de la fiebre typhoidea que en 23 dias lo llevó al se- pulcro. Esta clase de enfermedad es la que fué llamada por algunos AA. la tisis aguda, que por lo común se vé en jó- venes de nervioso temperamento, y de mas ó menos an- tigüedad de mal, si bien al desarrollarse y fijarse la fiebre lenta toma el carácter agudo. La causa de esta forma po- co frecuente es, ó puede ser la intoxicación purulenta afec- tando al sistema nervioso, ó Ja mala cualidad del pus reab- sorvido: pero siempre será una fiebre pyohémica. Las ideas de Bouillaud sobre la supuración arterial ya las hemos vis- to refutadas, ó á lo menos puestas muy en duda por otras celebridades médicas y á la verdad yo nohevisloja. más fiebre alguna pyohémica que pudiese atribuir á esla le- sión de las arterias. Lo que es cierto es que las verda- deras fiebres lentas son como el término medio entre la ca- lentura y la fiebre: son bajo un aspecto irritaciones del sistema circulatorio por lesión de un órgano: son, bajo otro, irritaciones de un carácter especial sometidas á la in- fluencia de un agente estraño en circulación: merece, pues, el nombre de calentura por su origen y de fiebre por su cau- sa patogénica. Tampoco es exacto el llamarla sintomática, porque no lo es: mucha diferencia hay de una calentura sintomática en una indigestión, en una pneumonilis, en un panadizo á la fiebre lenta de supuración, que produce una caquexia purulenta. Dos cosas debemos reconocer en la fie- bre lenta, 1.° el órgano que supura; 2.° La reabsorción del pus conduciendo una intoxicación, que constituye, una fiebre secundaria. Por esta causa el que intenta curar la fiebre lenta por los febri-fugos gasta el tiempo en vano, si no se dirige al órgano afectado. Creo que esta fiebre merece mejor este nombre que el de calentura porque el estado circulatorio es la consecuencia, no de simpáticas re- laciones, sino de la acción anormal que ejerce sobre el corazón y las arterias el pus absorvido y en circulación: pudiéramos llamarla fiebre lenta secundaria, porque parte la causa que la motiva de un órgano afectado. El pus es un producto semi-orgánico, por decirlo asi, en el que se ven elementos de elaboración y de organización: por consiguiente na es tan eslraño al organismo como les miasmas produc- tos de ta descomposición orgánica séptica: he aqui porque se limita su acción á escitar al organismo como un ele- mento inasimilable que inutiliza la secreción nutritiva; de aqui la irritación circulatoria y la estenuacion. 174. Las observaciones y estudios hechos en este siglo por Vogel, Andral, Piorry, Fleury y tantos otros ilustres profesores no han dejado la menor duda sobre la existen- cia de ta caquexia purulenta, única capaz de producir la liebre lenta y nos extralimitaríamos de nuestro objeto si qui- siésemos entrar en el estudio razonado de una enfermedad que no entra en nuestro plan porque igualmente reclama- 465 rían entonces un lugar todas las afecciones locales capaces de producir trastornos en el sistema circulatorio. Para mi las cuestiones sobre la absorción purulenta están resuellas desde que se ha probado por Magendi la absorción ve- nosa y bajo esta consideración puede verse con Cruveil- hier el importante papel de este sistema en la fiebre pio- génica. ¿Habrá acaso en los tegidos supurados una flebitis de sus venas que presida la absorción, ó supuraron ellas mismas? Esla absorción es un hecho: olro heelio es los trastornos generales de circulación y nu'.'i i'-n que ella pro- duce. El órgano de que procede es lo q ■ J be ¡;amar la atención del Médico que no tiene oíros reciir..0o p.r.-i con- tener la caquexia que dirigirse al foco de donde purte. Eu vano son todos los planes: inútiles los antilipicos: la ficurc y la estenuacion llevarán al enfermo al sepulcro en medio de la caquexia purulenta, si antes el órgano afectado no se declaró incompatible con la vida. 175. Fiebres intermitentes.=No quiero dejar un vacío en mi piretología. El estudio de las fiebres intermitentes es tan antiguo como la ciencia, pues que todos los que es- cribieron sobre la medicina práctica en las diversas épocas de nuestra historia trataron de estas enfermedades. Pudiera yo prescindir de este articulo porque las conocemos ya en su etiología y en su patogenia: son intoxicaciones paludianas, cuya acción se ejerce muy especialmente sobre el sistema nervioso, y por esta causa muchos vieron al cólera y aun á la fiebre amarilla como intermitentes perniciosas. Mr. Hugon que divide las fiebres en periódicas, semi-periódicas y permanentes cree que las continuas son todas mas pro- fundamente orgánicas, mientras que las intermitentes Jo son menos y parecen mas bien depender de la lesión de la potencia nerviosa. En estas enfermedades, sobre las que me seria muy fácil aglomerar opiniones é hipótesis desde Hipócrates has- ta Broussais, porque estos dos hombres de la ciencia re- presentarían los generalizadores y localizadores y aun tam- bién el humorismo y solidismo en esta parle de la patolo- gía; en eslas enfermedades, digo, tenemos que reconocer algunas cosas de grande importancia: 1.* La exislencia de la intoxicación vegetal, paludiana, llevando al organismo su acción capaz de producir una caquexia: 2.* La acción ac- tiva de esta misma causa obrando sobre el sistema ner- vioso, ó sobre el centro raquidiano dando origen al espasmo general en el sistema sensible y circulatorio, anunciado por el período de algidez: 3/ La reacción de todos los siste- mas que habian cedido a la influencia de esta causa, cons- tituyendo el periodo de calentura: 4.' La disminución gra- duada de este período y su terminación por el sudor gene- ral, tínicamente el período álgido pertenece á la enferme- dad que el organismo vence en seguida, pero no con to- das las ventajas de un verdadero triunfo porque el ene- migo embiste nuevamente con igual intensidad: ¿Donde es- tá-donde se esconde-y luego cuando responde-quien le enseñó la posada? Este problema que presenta un célebre médico español, no está resuello, ni se resolverá jamás aun cuando se recurra á influencias atmosféricas, á influencias solares, ó astrales, ó á determinaciones eléctricas. Yo creo que si alguna esplicacion puede tener el hecho intermi- tente es la que se deduce de la reacción que se levanta y anula el espasmo sin destruir su agente, que á su vez vuelve al ataque para ser nuevamente vencido, pero cuyos esfuerzos orgánicos no suelen bastar sino en las muy benig- nas intermitentes como en las de primavera en las que ob- 467 servó Hipócrates son vencidas por completo en siete reac- ciones por la sola naturaleza. La causa paludiana ejerce su influencia como el frió: obra sobre los nervios; vienen las horripilaciones, se espasmodizan los capilares periféricos, la palidez lo anuncia como igualmente el color amoratado de los sitios menos caloríficos, como los estremos, las uñas, el es- Iremo de la nariz, ele. é instintivamente recogemos nues- tro cuerpo ál mas pequeña volumen posible para auxi- liar la circulación, para que las cavidades nos fomenten con su calor: esto hacemos cuando tenemos frió, pero des- pués de él viene el calor. Asi se porta la causa paludia- na obrando en nuestro organismo, circulando con nuestros humores, y produciendo á la larga una alteración notable y permanente en la organización, la caquexia paludiana, que dá un sello especial basta á la fisonomía que constituye lo que vulgarmente se llama, cara de terciana. 176. Parece á muchos que la fiebre intermitente es de los males mas bien comprendidos, pero no es asi porque acaso presenta mas dificultad para satisfactorias espira- ciones, por cuya razón decía losé Frank que era muy difícil su historia y que cada paroxismo representaba una calentura continua. Es bien cierto que Hildembrand su- ponía muy fácil sU conocimiento, pero enlre esto y lle- var á la práctica la aclaración de sus fenómenos hay gran diferencia, y por esto tenia razón Rostan en decir que las fiebres intermitentes fueran hasta aqui el escollo de la me- dicina orgánica, y parece que intentando rechazar la idea flegmasica en ellas contra Broussais, se inclina á la es- cuela humorista pues que concluye diciendo que la acción de esla causa se egerce desde luego sobre los fluidos del organismo. Esta acción no se ejerce sobre los fluidos ni 468 sobre los sólidos, ni sobre los humores, se ejerce sobre el organismo del que son elementos constituyentes: por esto digo en otra parte que soy mas organicista que Ros- tan, véase la parte histórica hablando del organicismo y del vitalismo. Es una unánime opinión la de Frank, de Ros- tan y de Bouillaud «la intermitencia de las fiebres con sus tipos diversos constituye aun hoy dia uno de los mas pro- fundos misterios de la medicina.» Lo cierto es que los fi- siologistas y los químicos y los médicos, que llevaron el razonamiento y la experiencia á este campo, no hicieron mas que cubrirlo de oscuridad sin dar un paso importan- te en csia materia. Ni conocemos la naturaleza del miasma cenagoso ó paludiano, apesar de los estudios de químicos respetables, como no conocemos el miasma séptico; ni sa- bemos como ejerce su acción periódica, á veces tan exacta- mente prefijada; pero sabemos que existe y que especie de lesión produce; porque por mas que Willis la quiera buscar en la fermentación, Broussais en la irritación gas- tro-intestinal, Andovard y Piorry en la congestión del bazo, yo pienso con Mr. Boudin antes de haber sabido su opi- nión; quiero decir, veo en los paroxismos una causa que obra sobre el organismo, que desenvuelve su acción, que se fija especialmente sobre el sistema nervioso ganglionar, que se vence por la reacción y se acalla para volver á obrar; y cuya causa, cuando es activamente fuerte, obra constantemente y produce la fiebre remiten le ó conliuua: «los diversos tipos de eslas fiebres, dice, desde la de mayor intervalo hasla la continua, deben ser considerados como la espresion de una intoxicación progresivamente cre- ciente del miasma jiyretogenesico; intoxicación cuyo gra- do mas elevado corresponde, suponiendo igual la re- 469 sistencia del organismo, á la mas completa continui- dad, á la manera que la mas débil determina acci- dentes mórbidos los mas distantes, los mas intermitentes.» No se puede pasar de aqui y el intentar buscar la causa diferencial de la cotidiana, terciana, cuartaua, quintana, terciana, y cuartana doble etc.; lo mismo que la investi- gación de la constante y fija periodicidad, es lo mismo que buscar el por qué cada vegetal florece en una época fija y determinada, eu invierno unos y otros en el eslío, cuando es ley general que el calor fomenta la vegetación. No me detendré mas sobre esto, ni citaré mas opiniones porque to- das se reducirían á las ya espuestas, y veríamos confundir los efectos con la causa, y la acción local miasmática con la causa de la periodicidad como ha sucedido á Bailly, á Frank, y al mismo Testa apesar de sus grandes miras so- bre la periodicidad que atribuye á influencias astrales y atmosféricas pero, sin duda bajo de otras bases de lo que lo hicieran los antiguos astrólogos, que con tanto vigor com- batieron nuestro Gaspar de los Reyes y nuestro Carmona. Nobslante modernamente no faltó quien hubiese reconocido las influencias astrales y climatéricas sobre las enferme- dades, como no solo se infiere de algunas observaciones de Sydenhan, de Ramazzini, de Baillou, pero cuyas circunstancias parecen mas bien referirse al curso regular ó irregular de las estaciones, y á las variaciones solares diversas, que á la influencia de los planetas. Pero las in- termitentes invaden á todas horas y no respetan el sol de Oriente ni el de medio ex facile inflamatio, inducitur funesta. Hay que notar, nobs- tante, que los AA.. confunden una cosa que nosotros ve- mos diversa; las calenturas gástricas, biliosas, mucosas, y la fiebre esencial typhoidea, y por lo mismo nos es muy diüV cil utilizarnos de su veneranda experiencia para nueslro ver- dadero objelo. El mismo Celso empicaba los vomitivos con prodigalidad, pero también se oponía á su abuso. Sloll los aconseja en la mayor parle de las fiebres,, y fue lanto su crédito á fines del último siglo y en la mayor parle del que corremos, que para hermanar sus/ veutjjas con la doc- trina solidista, y en las tendencias del vitalismo á las en- fermedades flogísticas, se le dio un lugar muy distinguido entre los antiflogísticos. «Las dispulas suscitadas y sin ce- sar reproducidas sobre la conveniencia y la preferencia de las sangrías y de- los eméticos, dice Lafu4il,. se habrían terminado si- se hubieran estudiado bien los hechos a la claridad de estos principios generales, en vez de partir de la flogoris, de la costra, de la bilis, como de un fenómeno siempre luminoso y suficientemente instructivo*» Estos prin- cipios del Autor son ver el emético como un antiflogístico indirecto, y reconocer su acción revulsiva, derivativa, es- eitanle, y alterante, reaccionando aparatos lejanos y sen- siblemente distintos de la parte enferma. Esta virtud de Jos eméticos no es de esle momento, ni de nueslro obje- to. Diremos nobstante que no comprendemos bien las indi- 487 caciones del emético, y emeto-catarricos por la oscuridad de algunas palabras. «Los vomitivos, dice, son frecuente- mente ventajosos, 1.° en las afecciones gástricas ó solamen- te complicadas con saburras biliosas, ó mucosas; (hasta aqui estamos de acuerdo si existe aun la colubies, y el mal no está avanzado): 2.° En las fiebres con inflamación gu- tural, traqueal, pulmonal, reumática, cutánea, porque eslos remedios efectúan nna derivación poderosa é irradian los movimientos hacia la piel y dcsinfartan las membranas mu- cosas, y abren todos los emuctorios.» «Tenemos que opo- ner á eslas palabras un correctivo. En las fiebres con Jas supuestas inflamaciones no está indicado recionalmcnte el emético á no haber colubies gástrica, y. en todo caso es- ta práctica, que se parece en mucho á la de Rassori, no usaría el emético, como vomitivo. Por olra parte no es esta nuestra fiebre, en la que casi nuuca podemos, ni debemos produ- cir esos movimientos bruscos de la irritación ex-cenlrica: al contrario tomamos el ejemplo de Celso cuando tenemos que usar de los eméticos, y mucho mas cuando veamos al- gún síntoma irritalivo: solet etiam prodesse, post varium ci- bum, frecuentes que diluías potiones, vomitus. Hipócrates yá aconsejaba lo mismo, diluía para purgar, pero prefería los purgantes, acaso con sobrada razón. Si critica nobstante á Celso por ser escesivamente partidario del vomitivo aun para conservar la salud, pero fijaba bien sus indicaciones, y cuyas palabras vienen sucediendose en la serie de los tiempos.» Utilis est, decía, plenis el biliosis ómnibus, si vel nimium se replerunt. vel parum concoxerunt. Itaque ubi ama- ri ructus cum dolare et gravitóte pmcordiorum sunt. Pero lo repetimos; nosotros no hablamos de las calenturas ni gástricas, ni biliosas, ni mucosas, ni catarrales que son la consecuencia de causas locales, sino de la fiebre esencial sea producto de estas calenluras, sea primitivamente esencial, 186.. No hay la menor duda: muchas fiebres esenciales secundarias se pudieran: evitar con el emético y medica- mentos equivalentes: pero en las primitivas apenas está nunca indicado. Nuestro Piquer asegura que en las calen- turas malignas, en cuya clase se hallan las typhoideas con toda su progenie de los- typhus,. las purgas y vomitivos no aprovechan. Aun en la misma calentura ardiente que cuando es epidémica es una typhoidea con predilecta acción sobre el sistema gastro-hepático, y cuando esporádica suele ser una calentura biliosa que pasa ó puede pasar á typhoi- dea; aun, digo,, en esta calentura, reclama para el uso del emético que el enfermo tenga en la boca un sabor muy amargo, mucha angustia en el estómago, y propensión al vómito con cualquiera cosa que lome. Este era el mismo precepto de Hippócrates pero este tan, eminente médico, como eminente filósofo, quería que no hubiese fiebre, es decir, calentura: por esto decía con estos síntomas, sine febre existente, sursum medicamento purgante opus habere significat. Sidenham era partidario del emético en las fie- bres, pero ¿con qué prudencia? Solicitus, sedulusque in- quiro, nunquid axjrum, vel vomilus,.vel inanis aliqua vomendi propensio sub febris initium interturbaberit; id si contingerit omnino medicamen emeticum.prmscribo¡ Muy lejos esloy de reprobar el emético: y creo mas; que no puede perjudicar dado al principio, aun cuando no haya una indicación tan clara, procurando diluir para facilitarlo. Prospero Marcia- no tenía por menos perjudicial el emético que los pur- gantes. Nobstante, Hoffmam dice, que algunas veces los conatos al vómito y el hipo se hacen graves, entre otras 489 circunstancias, cuando in: principio emeticum assumserunt' validius. Mas apesar de esto lo recomienda in ipso morbi principio non in progressu ac statu. 187- ¿Qué piensan los modernos sobre el uso de los eméticos? Ya hemos visto como piensa Frank y Andral, pero Mr. Boisseau que "no duda ver en el typhus petequial una gastritis, y otra en la liebre typhoidea,. y una gastri- tis- atáxica, ó calentura gastro-aláxica, y gastro-atáxica- adinámica, y una gastritis mucosa etc. no puede aprobar el uso de los eméticos porque no sería consecuente. «Los vomitivos, dice,, nunca están indicados en la irritación del estómago, sin embargo de que muchísimos autores los han recomendado,, y de que ha sido común su uso en esta en- fermedad.» No sé que AA. han hecho esta recomendación ni que sea común su uso en. las irritaciones del estomago. Este lenguage de Boisseau se refiere á las calenturas gas- tricas, y á las fiebres typhoideas, y cuando los AA. los prescribían no era en la suposición de tales irritaciones, sino de saburras gástricas, mucosas, ó sépticas. Nobstante en la fiebre typhoidea sucede á veces, y lo tengo obser- vado con frecuencia en práctica de otros profesores, que después de la fatiga del emético aparece alivio, el mal dá treguas para exasperarse luego- «Efectivamente, dice, hay mejoría cuando es poco intensa la irritación, y está el es- tómago poco dispuesto á inflamarse.» Pero no esplicare- mos este alivio por la doctrina de Boisseau que cree es producido por una acción toxica del emético que substi- tuye por un momento á la irritación gástrica: no pensa- mos asi; mas bien juzgamos que el sacudimiento del vo- mito cansa el organismo,, acalla las simpatías, y luego la reacción no deja esperarse mucho con la agravación del mal. De inferir es que Broussais ve en los eméticos una plaga humanitaria que hizo mas daño que el descubrimiento de la pólvora. Nosotros que reconocemos la influencia en muchas cosas de la doctrina llamada fisiológica no pode- mos menos de ver que desde aquella época se ha limi- tado, para los que leen y para los que estudian y obser- van, el campo de las prescripciones de los vomitivos, y desde aquella época no vemos ya esa práctica odiosa, y esa facilidad con que los médicos recetaban el emético en casi todas las enfermedades, y que por desgracia es aun seguida por los charlatanes y los empíricos. No teme Ros- tan al emético por su acción irritante sobre el estómago porque mas bien, dice, es un acto cerebral, pero apesar de esto limita su uso á «los embarazos gástricos verdade- ros, á las indigestiones, áalgunos casos de envenenamiento en los que puede ser indispensable.» «Señala con preci- sión los casos en que puede ser nocivo; examina sus efec- tos revulsivos y alterantes, y añade «si se quiere hablar de buena fé será preciso limitarse á decir que la expe- riencia há frecuentemente demostrado su eficacia, pero noso- tros creemos que en ciertas circunstancias estos efectos pueden ser funestos; y como los casos en que convienen están lejos de ser evidentes y bien determinados, es prefe- rible abstenerse de ellos con tanta mas razón cuanto que la dieta, los diluyentes y los otros medios bastan, en el mayor número de circunstancias para obtener la resolución de las enfermedades en que los eméticos pudieran pare- cer necesarios.» Dicho se está que Bouillaud no aconsejará el emético en su angio-carditis, verdadera calentura san- guínea, ni aun cuando la vea amalgamarse con su ele- mento typhoideo ó adinámico, amalgama bien difícil, y es- 491 pecialmente si es cierto como él lo asegura y es la rea- lidad, que hay una saugre typhoidea y otra sangre infla- matoria. En su fiebre typhoidea olvida el estómago para fijarse sobre el lubo intestinal, y proscribiendo los pur- gantes ni aun podemos esperar algunas palabras sobre el emético. 188. Sea suficiente lo dicha para que nos formemos idea sobre la proclamación del medicamento mas general- mente administrado en las fiebres, y sin el cual se cree imposible' su curación. Si asi fuera no se hubiera en el si- glo aulerior, ni hasta la época de Broussais en que su uso se limitó mucho, visto desolar esta calamidad los pue- blos porque los primeros sintomas que hiciesen recelar la fiebre eran los indicantes del vomitivo bajo la influen- cia ile un esclusivo humorismo. El emético es un remedio, como lodos, indicado algunas veces, proscripto otras y ja- más universal. El emético y el purgante formaban el mé- todo desgraciadamente célebre de L' Roy, que como todos los medicamentos en que el vulgo vé espeler humores ha- laga grandemente porque parece que hay un instinto hu- morista que arrastra á todos: por esto las medicaciones mas populares fueron siempre las emelo-catarticas. Ni podía ser menos porque los sentidos son las únicas fuentes del sabirr vulgar- 189, Los purgantes están en el mismo caso que los t'iuelicos. Hipócrates y Celso no querían se administrasen sino después de la cocción. Era antigua costumbre purgar siempre á la conclusión de todos los males agudos para que ningún humor perjudicial quedase en el cuerpo. Costum- bre desterrada hoy, pero no siempre con bastante funda- mento. Pesadas y difíciles convalescencias vemos por pres- cindir de esle antiguo consejo. En general en la convales- cencia de las fiebres cuando el apetito no se declara, la lengua.no se limpia, y queda el vientre abultado, y no se mueve, ó lo hace con dolores, convienen los purgantes sua- ves, los llamados por los antiguos ecoprócíicos. Marcada la fiebre esla indicación pasó, y no existió tampoco en la ty- phoidea primitiva á no estar complicada con saburras ba- jas. Nobslante avanzado el mal en su carrera el abulia- miento del vientre, el verdadero meteorismo suele recla- marlos especialmente si la fiebre afecta la forma adinámica, ó séptica. No hay que confundir el meteorismo con la pneumasia, como sucede generalmente, porque es un fenó- meno nervioso, una exalacion gasiforme que procede, al parecer, del peritoneo en cuya cabidad se halla, y el me- teorismo es el desarrollo de gases en la cabidad intestinal, y producto las mas veces de descomposiciones humorales: asi es que el uno se observa y es muy grave en la fiebre con forma atáxica, y el otro en la adinámica, ó pútrida. Por esto es también que en la una las deposiciones y aun la diarrea alivian y á veces parecen criticas y en la olra agravan y se soportan mal. Los laxantes salinos anti-sép- ticos son útiles en las fiebres con tendencia séptica, y en las secundarias cuyo origen fué gástrico. Evitemos en to- dos los casos el administrar los purgantes drásticos y re- sinosos en la fiebre porque causan dolores intestinales y no ejercen el verdadero efecto purgante que es la exonera- ción de materiales contenidos en los intestinos. Los pur- gantes irritantes producen estos humores que espelen por una secreción anormal que promueven sobre la membrana mucosa, ó por su escitacion sobre el hígado: de aqui los ►humores que se observan con las repetidas purgas de 1/ 493 Roy. Los antiguos unían los purgantes en las fiebres á los remedios refrigerantes, diluyentes: tenían razón. La jalapa-, la escamonea, la gutagamba, los polvos de tribus, el co- cimiento de hojas de Sen, el turbit y otros de esta espe- cie que el charlatanismo usa con tanta frecuencia son mas bien revulsivos intestinales que medicamentos purgantes, y cuya acción debe reservarse para otros males, pero que la fiebre no soporta, y muy especialmente cuando su causa fija su determinación sobre el lubo intestinal que es con sobrada frecuencia, por no d^cir, el mayor número de ve- ces, y fué causa de que se fijasen tanto en este árgano AA. lan eminentes. Prospero Alpino se quejaba de que ni^ Hipócrates ni Galeno llamasen la atención de los médicos sobre los signos que presagian las crisis por deposiciones ventrales, mientras qne son repelidas sus advertencias so- bre los que anuncian las terminaciones por el sudor, la orina, ó las hemorragias. Nobstante Hipócrates nos dice en sus Aforismos y en las Coacas cuando debemos purgar en las enfermedades no febriles. Non febricitanlibus si tormina accederint, et genuum gravitas et lumborum dolor, purgare inferius oportet. Barbier no solo cree indicados los purgan- tes en las calenluras gástricas sino también en muchos ca- sos de calenluras adinámicas y ataxicas según su lenguage, pero no se funda en la patogenia del mal sino en acci- dentales circunstancias que pueden sobrevenir. «Durante el curso de estas calenturas, dice, acuden al canal intestinal, mezcladas con el residuo de los caldos y de las bebidas que toma el enfermo, humores segregados que esperimen- tan una descomposición casi pútrida auxiliada por el calor febril del cuerpo. Abandonadas estas materias á si mismas, y sometidas á las leyes físicas esperimenlan una alteración 494 notable y exalan un olor muy fétido: la permanencia de estos humores en las vias digestivas perjudica al enfermo y es preciso evacuar de cuando en cuando el canal alimen- ticio con los purgantes suaves que no determinan irritacio- nes demasiado fuertes en la mucosa de los intestinos. Lo mismo se debe hacer en los typhus.» Ya se comprende que la indicación es muy secundaria, muy accidental pero im- portante cuando se temen ó recelan colubies gástricas ba- jas ó intestinales. En lo que no convenimos con Mr. Bar- bier es en su indicación como revulsivos en sus typhoideas atáxicas, porque esta forma de la fiebre es de aquellas que se juzgan, como decían los antiguos, por crisis sine malcrié; es decir su terminación no se deja esperar por ninguna es- pecie de purgación á no estar convinada con la forma sép- tica, ó haber procedido de saburras gástricas. El sueño sue- le ser en esta forma nerviosa el mejor término; nunca la diarrea la juzga. Tampoco vemos indicados los purgantes en las fiebres intermitentes, sino en casos muy especiales. 190. Las opiniones vacilan cuando se trata de indicacio- nes generales sobre los purgantes; lo que hace comprender que esta clase de remedios no llenan una indicación esen- cial, sino muy secundaria y accidental en la fiebre. El mis- mo Frank apoyado en su mucha erudición nos deja en du- da sobre el uso de este remedio en todas las fiebres que merecen el nombre de esenciales inclusos todos los typhus y entre ellos la peste. En el typhus, nos dice espesamen- te que «los médicos que recomiendan en general el uso de los purgantes se han cegado ó por las hipótesis, ó por alguna epidemia que bá tenido un carácter especial.» Ape- sar de esto y de las opiniones de Reboreto, de Strach, no podía menos Frank de ver la verdad y asi nos advierte 495 que «si los intestinos están llenos de impurezas, de escre- mentos y de bilis, ademas del uso de las lavativas, se de- be recurrir á los purgantes. Y" como en efecto es quitar la complicación gástrica convienen, dice, muy bien en los primeros dias de la enfermedad, porque cuando está avan- zado el mal, esla medicación tiene un resultado menos sa- ludable, á menos que, estando la cabeza gravemente afec- tada, se los emplee como revulsivos.» Pequeña revulsión es la de los purgantes cuando el cerebro toma parte acti- va en la escena typhica. Por lo demás es muy cierto; la indi- cación de los purgantes no se deduce de la patogenia de la fie- bre, sino de su complicación con impuridades intestinales que pueden agravarla y se anuncian por borborigmos, fetidez de las escreciones, y tumefacción de los hipocondrios. Parece, nobstante, que Frank, se contradice cuando después de in- dicar los purgantes al principio nos dice seguidamente «con- viene sobre todo recurrir á los catárticos hacia el fin de la enfermedad, cuando se há reconocido, según el carác- ter particular de la epidemia, que la crisis ordinaria del typhus se efectúa por las cámaras. Cualquiera que sea la causa por la cual se ocurra á los purgantes se debe evitar el desarrollo de la diarrea, ó de un estado inflamatorio del conducto intestinal..... Es preciso abstenerse de ad- ministrar sales neutras en atención á que son irritantes.» He presentado estas ideas de un práctico lan eminente pa- ra que reconozcamos la dificultad de fijar un tratamiento especial. En que quedamos ¿purgamos ó nó? ¿Convienen al principio ó al último? Fáciles son para nosotros estas cues- tiones que resuelve por si misma la razón sin ir á buscar esa experiencia falax, que nos dice si y no al mismo tiem- po, y que todo lo resuelve según nuestro paladar. 496 191. Lo repetimos: conviene purgar es cierto al prin- cipio cuando creemos existen materiales en descomposición séptica, ó capaz de ella en los intestinos; pero esto no im- pedirá, ni curará la fiebre si ya existe, y cuando no exis- te, pero la tememos á consecuencia de una calentura gás- trica, evitará, acaso, su desarrollo. No es el purgante, pues, al principio indicación de la fiebre. Esta indicación empírica de purgar siempre viene sucediendose desde la época del esclusivo humorismo. Tampoco pensamos con Frank que las sales neutras sean tan irritantes; las cree- mos mas útiles que esos tamarindos, esa maná y esa cassia tan ponderados, tan indigestos, y que tan mal soporta el estómago, y que causan peso en él y se digieren con di- ficultad: son laxantes higiénicos tomados de una manera que no pueden tomarse en la fiebre. ¿Purgaremos cuando el mal está adelantado? Esta idea se desprende de la doc- trina de la cocción y de la crisis; nonfyurgare in principio nisi turgeat; plurima vero non turgent. Nunca los purgantes se oponen á la septicidad de las typhoideas á no eslar el foco en los intestinos, pero no están indicados para modi- ficar, eliminar, ó curar esa causa que circula y que lleva á todo el organismo sus efectos deletéreos. Hay nobstante en la fiebre un momento en que conviene unir la acción de remedios directos con los purgantes y este es cuando el vientre no se mueve después de adelantado el mal, cuando toca á su término; cuando hay grande meteorismo, y flalulen- cia, y cuando conservando el enfermo fuerzas hemos visto desarrollarse el mal bajo la influencia gástrica. ¿Qué dice Brousais, qué Boisseau, qué Rostan, qué Chomel que Boui- llaud? Fácil es de deducir: ven en los purgantes enemigos decididos para la curación de las gastro-enteritis, ó entero 497 mesenteritis. Ni podía ser menos. Y citamos estos uombres porque son los corifeos de escuelas influyeules, y los que con principios fijos siguieron una marcha constante y no fluctuaron entre el conviene y no conviene. El célebre protagonista de la irritación proscribió los purgantes. Bois- seau prosélito de Broussais siguió su doctrina, pero apesar de todo fué menos esclusivísta, por la razón sencilla que el que proclama un sistema no puede andar con embages, ni reticencias, ni dudas: debe marchar sin estraviarse rec- tamente por el camino que se ha propuesto: ya el tiempo limitará este esclusivismo necesario en los primeros momen- tos. Boisseau nos dice después de reprobar con su maestro hasta los sinapismos y los vegigatorios, que «debe aten- derse también al estado de los intestinos gruesos en la cu- ración de la flegmasía del estómago; porque nos demues- tra la experiencia que después de una evacuación de vien- tre se disminuye el calor y la sequedad de la piel y que es menos incomodo el peso que se sien le en la cabeza. Se observa también esta mejoría al paso que va cediendo el estreñimiento de vientre que hay por lo común en esta enfermedad; conviene, pues, vaciar los intestinos gruesos por medio de lavativas emolientes, que es el modo me- nos arriesgado; y si estas no bastasen se les puede aña- dir el maná, la miel, ó una cantidad de sal laxante cuan- do empiece á ceder la inflamación de estómago. Los pur- gantes son perjudiciales siempre que la irritación que causan al pasar por el estómago, duodeno ó intestinos delgados no cese con la secreción que producen. Cuando se pueda hacer una revulsión en los intestinos gruesos jamás se pro- pinarán los purgantes por la boca sean de la clase que fueren.» Adviértase que esto lo dice Boisseau hablando de esa gastritis que en sus variedades, como el dice, fueron designadas con los nombres de calenturas gástricas, adiná- micas, ataxicas, typhoideas etc. Rostan parece inclinado á los purgantes pero teme su acción irritante: ni podia ser olra cosa reconociendo la gastro- enteritis en la fiebre infla- matoria, en la biliosa y en la adinámica, en la alaxica y aun estas mismas irritaciones en las diversas clases de ty- phus. En el typhus europeo admite también las irritacio- nes graves. «Las aberturas de los cadáveres han hecho re- conocer señales de diversas flegmasías cerebrales, torácicas, abdominales tales como Jos síntomas las indican mientras la vida.» Claro está que Rostan no puede ser partidario de los purgantes, bien que poco se detiene á hablar del tra- tamiento, que indica solo por conceptos generales: profesa nobslante Jas opiniones de Pinel, las de Broussais, de Mr, Luis, y de Bretonneau sobre la fiebre typhoidea, y cuando admite su patogenia como una inflamación de las glándu- las de Peyero y de Brounncro debía ver-como ellos los purgantes como contraindicados. Mr. Chomel llama núes-' tra atención aqui, como la llama siempre que esponemos sus ideas. Esta celebridad médica al mismo tiempo que reconoce en la fiebre typhoidea la afección intestinal con todos sus contemporáneos nos dice «Los purgantes han si- do empleados en muy distintas épocas y con diversos obje- tos en el tratamiento de la enfermedad que nos ocupa. No hay sin duda hoy dia práctico alguno que trate únicamen- te por estos medios los enfermos acometidos de la afección typhoidea; pero no hace mucho que en un pais vecino al nuestro, los purgantes formaban la base del tratamiento de las fiebres. Apesar de que esla medicación, llamada método de Hamilton, del nombre del aulor que la ha proclamado, 499 sea ya abandonada en Inglaterra en su aplicación general, nobstante muchos médicos ingleses emplean aun en la car- rera de la fiebre typhoidea los purgantes que no tienen en- tre sus manos los funestos efectos que le han atribuido los partidarios de la doctrina fisiológica. En Francia, Mr. Bre- lonneau ha intentado introducir este último método, que si no tiene todas las ventajas que le han prodigado no tiene tampoco los inconvenientes que le han atribuido otros. La experiencia de los ingleses, que lo emplean constantemente nos demuestra que los temores que habia inspirado entre nosotros son á lo menos exagerados. No es dudoso para nosotros que los purgantes pueden, en muchos casos, ser empleados en el principio de la afección typhoidea sin al- gún peligro; pero cuando ha llegado la época en que de ordinario las ulceraciones intestinales se forman, es decir, desde etdiez,. ó el doce de su carrera, pensamos que en el estado actual de la ciencia, nos debemos abstener de lo- dos los medios therapéuticos que acelerando ó multiplican- do los movimientos intestinales pueden producir la ruptura del peritoneo sobre los puntos correspondientes á las ul- ceraciones, y en donde frecuentemente está el único obstá- culo que se opone al paso de las materias de los intesti- nos á la cabidad peritoneal.» Bien razona Chomel si fuera cierta la existencia de esa patogenia typhoidea. Se opone, nobstante, á la grande idea de los purgantes cuando la en- fermedad tiende á terminar por deyecciones ventrales; se opone á una práctica generalmente sana y apoyada en la doctrina de Hipócrates pero no esclusiva. Veremos mas ade- lante que los purgantes están indicados al principio, y en la carrera de la enfermedad según varias circunstancias, ó que no lo están en ningún tiempo porque su indicación, dige 500 yá, es de circunstancias y no esencialmente patogénica. 192. Consagremos este párrafo á Mr. Bouillaud, el que en su angio-carditis typhoidea nada nos dice sobre trata- miento conveniente en esta complicación que conviene en que es séptica ó pútrida, reservándolo sin duda para su entero-mesenterilis que corresponde á la verdadera fiebre typhoidea. En su primer periodo inflamatorio su fórmula de sangrías es el salvamento seguro, pero son notables las siguientes palabras «Se vé bien, dice, por lo arriba dicho, la importancia que doy á los medios propios para lim- piar, por decirlo asi, el intestino enfermo. Bajo este as- pecto yo abundo, hasta cierto punto, en el pensamiento de aquellos que en nuestros dias no han preconizado el método purgante sino como un medio de los mas raciona- les de destruir la causa material de la enfermedad, á sa- ber, la presencia de sustancias deletéreas en la parle in- ferior del-intestino delgado. Sin exagerar su valor, noso- tros hemos siempre tenido en cuenta esta circunstancia en Jos diversos periodos de la enfermedad. Pero la experiencia exacta prueba de un modo incontestable que en el primer periodo se puede, por nuestro método, hacer desaparecer la enfermedad rápidamente sin el socorro de ningún purgan- te. (Ya conoceremos esle método al hablar del plan an- tiflogístico). Eu el segundo y tercer periodo, añade nues- tro Autor, ¿es necesario á lo menos recurrir al método purgante según se ha formulado en estos últimos tiem- pos? Yo declaro que no poseo los datos ne&esarios para la resolución rigorosa de esta cuestión. Pero debo desde esle momento confesar que según el resultado del empleo de este método, tal cual yo lo conozco, me parece preferi- ble contentarse con el uso de las bebidas diluyentes, las 501 cataplasmas y enemas emolientes, los antisépticos tales co- mo los cloruros, los revulsivos esteriores y algunos otros medios apropiados á las diversas complicaciones de la en- fermedad.» Tiene razón Bouillaud, y lo repetimos: el uso de los purgantes es solo teniendo en cuenta el estado de los materiales intestinales, y no es una indicación esencial, pero necesaria en algunos casos. Nobstante recuérdese lo que Liebig pensaba y hemos dilucidado sobre la acción depuradora intestinal (97.) y podremos creer que cuando la septicidad es esencialmente humoral, y no fija su ac- ción en visceras esenciales, podrán los purgantes ejercer una acción benéfica usados con prudencia y moderación, promoviendo secreciones depuratorias. Pero sin duda en la patogenia de los patólogos que he citado, bien sea la fiebre una gastro-enteritis, bien una entero-mesenteritis, ó enteritis folicular, los purgantes jamás pueden estar indi- cados cualquiera que sea el periodo de la enfermedad: cuando está en su principio es fomentarla, promoverla; cuando está adelantada es esponerse á la ulceración; cuan- do va á terminar, si bien, es turbar la resolución de la flogosis, y si mal, es apresurar la perforación ó la des- trucción del órgano. Cuando, pues, la fiebre tomase esta forma, es respetable el uso de los purgantes, y el medico debe ser prudente. Empero como esta forma no es carac- terística, de aqui es que en unos prueban los purgantes que dañan en olios: son útiles en una epidemia y perju- dican en olra: aqui, el verdadero criterio médico. Citemos en apoyo de nuestro aserto á Mr. Lhuillier que cree di- ficultoso de aplicar á todos los enfermos un específico, ver- dadero hecho de Procusto. «Las indicaciones, dice, son diversas (las accidentales lo son pero no las esenciales) y esto es lo que esplica porque lodos los métodos de tra- tamiento encuentran, hasta cierto punto, el mismo número de ventajas y de reveses. En cuanto á los purgantes se Jos podrá ensayar cuando exista la gastricklad: 1." sin fie- bre intensa: 2.° sin dolor abdominal: 3.° sin vómitos: 4." sin diarrea; principalmente en los primeros tiempos de la enfermedad. Cuando, nobstante, hacía el tercer septena- rio, se ha presentado una mejoría evidente, si el vientre subsiste abultado sin dolor, pero eon rugido de tripas, si las deposiciones siguen siendo fétidas, heterogéneas, si so- breviene el tenesmo, uno ó mas purgantes dulces pueden producir un buen efecto,» 193, Sea lo dicho suficiente para formarnos una idea cabal del modo como los AA. ven la administración de los purgantes en las fiebres typhoideas. Observemos que todos fluctúan entre su uso y su contra-indicaeion, aun los mas partidarios de la septicidad ó de la irritación. Nosotros ve- mos mas claro por una sencillísima razón, y vemos prác- ticamente como ellos sin esa vacilación que, si bien no ha- ce dudar á los hombres prácticos, pone á prueba el cri- terio de los jóvenes. Lo repetímos: las calenturas gástri- cas los reclaman esencialmente; las fiebres primitivas solo accidentalmente: las fiebres secundarias con mucha mas ra- zón, y en general cuando los síntomas nos revelen impu- ridades intestinales. 194. Antiflogísticos. Tratando de los remedios antiflo- gísticos, ó tenemos que decir mucho ó que limitarnos á muy pocas palabras. Nos haremos, nobstante, dos pregun- tas. 1/ ¿Las celebridades médicas antiguas y modernas oponían y oponen el plan antiflogístico contra la verdadera fiebre que llaman, typhoidea con todas sus variedades de 5D3 malignidad, de putridez, de ataxia y en sus forimis ty- phicas? 2.* Si efectivamente este plan es proclamado por personas competentes que respetamos en su experiencia, ¿lo es como método de circunstancias, ó como llenando indicaciones patogénicas y esenciales? Cuestiones son estas que en su dilucidación nos pudieran entretener mucho: pe- ro como su respuesta se deduce de la idea que nos forma- mos sobre la esencialidad de esla enfermedad, lo tenemos ya dicho todo y su respuesta será fácil y sin rodeos, sin vacilación. Las mas acaloradas disputas sobre el método cu- rativo de las fiebres se basan todas sobre dos grandes ideas: la flogoris, la septicidad y por consiguiente en los antiflo- gísticos y en los antisépticos. Y admira, á la verdad, co- mo los médicos amalgaman estos dos métodos en una mis- ma enfermedad en la suposición de que llenan verdaderas indicaciones esenciales, siendo que una misma patogenia no puede reclamar tan contrarios planes: cuando se echa ma- no de estos métodos, como veremos sucede algunas veces, el uno es esencial, el otro accidental transitorio, ó local. Veremos también eu esto un egemplo de lo que hemos di- cho yá: una severa "práctica filosófica une á los médicos; las teorías y los sistemas los separan. Pero contestemos yá á nuestras preguntas. 195. Fueron los antiguos médicos poco pródigos en el uso de la sangría, pero no por eso dejaron de aconsejarla. Hipócrates nos dice que en las enfermedades agudas debe- mos sacar sangre, si vehemens morbus videalur; floruerit- que egrotantis cetas, et viriuu adfuerit robur: precepto sa- bio y que reabsume las mas prudentes indicaciones, Cor- nelio Celso se quejaba del abuso que se hacia en su tiem- po de la sangría, pues nos dice, sanguinem incisa vena, 504 milti novum non esf. Sed nullam pené morbum esse in quo non míltalur, novum est. Establece reglas muy sabias para su prescripción y no quiere que al joven por ser joven,, ni á la muger por serla se le saque sangre: interest, enim. non quce a;las sit ñeque quid in corpore ínter geralur, sed qua; vires sint. Relativamente á nuestro particular objeto Celso tiene ideas bastante originales, que con gusto emitiría- mos en su propio y florido estilo. Aconseja gran pruden- cia, y cual debe ser la conducta del Profesor en medio de sus dudas, y de las contraindicaciones que á veces se presentan. En estos casos de duda si el enfermo peligra sin esperanza; manifieste el médico su fatal pronóstico y su remota esperanza, et tum demum si exigetur, sanguinem mittere. Satius est anceps auxilium experiri quam nullum. Algunas veces se debe sangrar el priiner dia, pero nunca es útil después del dia cuarto. Algo de originalidad halla- mos en su consejo de no sangrar en las exacerbaciones de las fiebres, debiendo esperarse á la remisión, y eslo y otros pasages demuestran no era aficionado á las sangrías: dice por ejemplo, quod si vehemens febris urget, in ipso Ímpetu ejus sanguinem mittéri, hominem juguare est, en lo cual vemos un exagerado temor, si bien luego indica como el Medico debe obrar cuando no hay remisiones. Galeno era menos prudente que Celso, pero hay que advertir que éste escribía en un tiempo en que sé sangraba sin. conside- ración ni examen, y debía proclamar la prudente práctica. Galeno esclusivo humorista, y atrevido práctico, si bien lleno de talento y sagacidad, veía en la sangre y en sus cuatro humores la patogenia siempre de los males, y por esto prodigaba las sangrías ad anima; busque defeclionem quovis die, etiam séptimo, si id morbus alque vires sua- 505 deant. Nada mas racional que este consejo de Galeno: san- grar con ancha cisura hasta el deliquio es indicación al- gunas veces reclamada por la3 circunstancias en intensas y pictóricas congestiones: sangrar al principio en las fie- bres suele ser indicación que reclama una inmoderada reac- ción: sangrar en culaquiera época del mal es precepto re- conocido por lodos cuando la enfermedad y las fuerzas del enfermo lo aconsejan. Nada vemos estraño en este con- sejo; pero en las liebres esenciales si no hay indicación al principio, nunca existe después. Las fiebres en que Gale- no aconseja asi la sangría eran las sinocales simples, ó las angioténicas verdaderas. Galeno que creia que sin un gran vicio del corazón no podía sobrevenir la muerte, conside- rada la sangre y la bilis como causas muy poderosas de las fiebres, pero cuando en ellas aconseja la sangria ad- vierte también que seamos cautos y no escesivamente pró- digos. La gravedad del mal, el rubor, la tumefacción ge- neral,, la distensión de las venas, sanguinem abundanliam in- dicante itaque vena; sectio prodest. Eoacuatio autem viribus responderé debet. Ateudía mucho Galeno al esíado del es- tómago cuando sangraba en las- fiebres, porque debilitaba la cocción y conducía á la inanición. Cuando la fiebre, di- ce', viene con evacuaciones de vientre, no hay necesidad de otra alguna evacuación, á no haber muy fuertes razo- nes. Quicumque enim abiisjamquammaiori inanitione egen- tibus, vel sanguinem ducere, vel venlrem moveré ausi sunt, in gravia pericula pmeipitarunt. Aconseja finalmente que se atienda á la estación, á la edad, al sexo, al tempera- mento, y á las fuerzas del individuo. Los médicos que si- guieron á Galeno participaron de su doctrina, y cuando vieron las fiebres con intensa calentura en sugetos bien constituidos sangraron como él. Nobstante preciso es confe- sar que Galeno no mereció la critica injusta que de él se hizo por ser escesivamente prodigo en sacar sangre si he- mos de deducir de sus preceptos: en todo caso fueron ma? exagerados sus discípulos. Alejandro Traliano aconsejaba la sangría en las fiebres pútridas, sin duda porque creía que la septicidad venía de la inflamación, y también que tenía su origen muchas veces en el vientre: parece que confun- día, no sin algún dalo, estos 'dos estados tan opuestos. Ita- que febres, dice, exputredine et sanguinis abundantia orke, vena; seclione curari debenl. La razón que dá para esta prác- tica es la siguiente: ut propter copiam et crassitiem meali- bus infarciatur el putreseat. Nobstanle aconseja que si las -fuerzas no permiten sacar sangre se use de los dilu- yentes y humectantes. Pablo Egineta, galenista como todos los de su época, piensa de la misma manera y ve en las fiebres graves la efervescencia de la sangre y su putrefac- ción. Curatio est, dice, sanguinis quousque deficiat anima, dimisio. Hasla aqui no podrán quejarse los prodigadores de la sangría en las fiebres, pero no hay que íngreirse, por- que luego veremos hasta que punto la razón guia esta práctica que parece sancionada por la medicina antigua. Acerquémonos mas á nuestra época; dejemos los árabes que siguieron la escuela que acabamos de citar: oigamos otras opiniones con otros principios. 196. La doctrina médica de tantos siglos después de Galeno y de sus comentadores fué basada sobre los prin- cipios de la escuela de Pergamo, si bien renació animada por los pensamientos de Hipócrates, y poco hallamos no- table sobre el modo de ver las fiebres y su tratamiento. La sangría y el plan antiflogístico fueron proclamados con 507 mas ó menos exageración según el esclusivismo de unos y el eclecticismo de otros. Nuestro Mercado que fué lan buen observador, lan hipocrálico, pero con sus resabios de pergamista, nos dá un buen consejo hablando de la san- gría en las fiebres graves: «raras veces, dice, sobra san- gre en el estado exuslis humoribus, pero si sucediese, ó es necesario, sángrese de la sálvatela.» Nuestro Miguel Heredia no se declara partidario de la sangría que cree no carece de peligro, porque las fuerzas se hallan dismi- nuidas, y la sangre está pobre en estas afecciones: pero si las fuerzas subsisten sin deterioro, aconseja la sangría, parce lamen porque la falta de sangre hace que tiendan los humores mas á la descomposición: admite la sangría pero al principia y con cautela porque en algunas fiebres venam secare formidat. Sennerto ya había aconsejada que en las fiebres malignas se sangrase antes del dia 4,° y no después porque se debilitan sin objeto los enfermos. Se inclina bastante Heredia á la opinión de los que creen que en las fiebres, cuya causa está en la atmósfera, no debe sangrarse, y en medio de la duda en que se halla enlre la opinión de Fracastor, y Mercado, viene á acon- sejar al principio la sangría, esploratoria si vires constent. Nuestro Valles, á quien respetamos mucho, era partidario de la sangría, creyendo, como dice en su método, que apenas hay enfermedad, en la que el plan curativo no co- mience por sangría. En nuestras ideas no vemos exagerada esta máxima, porque en muchos casos no es la sangría remedio para el mal. sino, unas veces esploración en la duda, y otras moderación en las reacciones que no son el mal sino su efecto, vires servare est vitam custodire, decían los que no participaban de la idea de sacar sangre, por- 508 que aunque se cure con sangrías, si se pudo curar sin ellas, las fuerzas no se depauperan. Bajo de estos principios Gouzzi, práctico profundo, criticaba la doctrina de Brous- sais muy agriamente, suponiéndola opuesta á las grandes miras sociales, y á los principios esenciales de la higiene, de la patología y de la therapéutica: pero degemos aun á los modernos y oigamos á Sydenhan, á Elmulero, á Baglivio celebridades del siglo XV11, y cuyas doctrinas fueron en la práctica las dominantes unidas á las de Ga- leno, y aun bajo el dominio de la escuela de Leyden, de la de Hoffman, y Sthal. 197. En esta época la escuela galénica se había ya modificado, y sí bien naciera, bajo sus comentadores, mas sanguinaria que en su mismo origen, la crítica contra tan- tos abusos por una parte y por la otra el que la doctri- na comenzaba á fijarse en su verdadero lugar libre de la exageración de su nacimiento, lo cierto es que en el siglo XVII y XVIII, los médicos en lo general fueron mas pru- dentes en las evacuaciones de sangre, proclamando el jui- cioso Etmullero que son muy raras las ocasiones en que hay que sacar sangre. Sydenhan cuyas opiniones tanto se respetan, y cuya polifarmacia no deja de ser estraña á un hombre tan eminente y observador, porque con fijas in- dicaciones el método es simple y constante, Sydenhan, digo, aconseja la sangría con gran prudencia en las fiebres, ape- sar de que las consideraba como dependientes de la plétora, de la cacochimia ó de la diátesis. «Me voy con tino en san- grar, decía, manum tempero, en los niños, en los débi- les, eu la vejez, ó en los jóvenes gastados por otras enfermedades. Pero la sangría no puede olvidarse en los atletas y pletóricos. Son notabilisimas las siguientes S09 palabras del Hipócrates ingles, después de haber acon- sejado la prudencia establece un verdadero precepto prác- tico. jEstuationem vero illam deinceps regó, ac moderor, phlebotomiam, vel repelendo, vel omitiendo, cardiacis calidis vel insshiendo^ vel parcendo, ac denique alvum, vel laxando, vel compescendo^ pro ut molum illum vel efferari, vel langues- cere animadverto. De estas palabras se infiere bien clara- mente que no es la sangria, ni el emético la indicación que reclama la fiebre, porque cuando una patogenia re- clama un remedio, se podrá aplicar con mas ó menos ener- gía, pero jamás hallarse contraindicado. Esos cambios en los planes curativos prueban poca fijeza en las ideas, poco conocimiento de las patogenias. Un mismo mal no puede reclamar indicaciones contrarias como tantas veces hemos dicho, subsistiendo el mismo: si el mal cambia, cambia también el nombre. Estas indicaciones transitorias, entre las cuales colocamos la sangría en la fiebre esencial, ty- phoidea y typhus no son basadas sobre la naturaleza de la enfermedad, por eso cambian y llegan á estar contraindi- cadas: son puramente indicaciones accidentales que pueden, ó no presentarse. Hé aqui porque observamos tanta vague- dad en la prescripción de este remedio. El mismo Syden- han en la epidemia de fiebres continuas que presentaban el carácter flogístico, y que sin duda eran calenturas an- gio-ténicas por la frecuencia con que aparecía la pleuri- tis, y la pneumonilis, y el estupor, las inflamaciones, y la terminación pronta y espontánea, aun en esta fiebre quiere ser prudente en sacar sangre, y nos dice que para ello tenía en cuenta la edad, las fuerzas y otras circunstancias. En la peste discute este profundo práctico la conveniencia ele la sangría, y después de los elogios que Botal y otros 510 le prodigaban, sienta que al principio y en sugetos vigo- rosos, y en buen estado de fuerzas puede hacerse modé- rate, para luego administrar los sudoríficos, y sus fórmu- las magistrales y sus electuarios. Baglivio este célebre me- dico del siglo XVIII, que tantas veces hemos citado, y que tantos esfuerzos hizo con su talento, su filosofía, y su ex- periencia para cimentar un sistema médico fundado en la razón y en la experiencia libre de los estravíos del esco- lasticismo como de los errores del empirismo; esta eminen- cia médica que personificaba á Hipócrates en su siglo, no podía menos de ver la calamitosa práctica de los discípu- los de Botal, contenidos nobstante' por los consejos de Sy- denhan. Baglivio nos dá á entender mucho en muy pocas sentencias sobre las fiebres, y en ellas se prueba una de las bases de nuestra doctrina. «En las fiebres, dice, em- piezo su curación por la sangría, pero luego añade; en las fiebres malignas cuando- se sangraba del brazo al enfer- mo empeoraba y venía el delirio y el sopor; mejor pro- baba la del pie.» Como todos los médicos prácticos, cree que solo al principio puede convenir la sangría, y que en los primeros mámenlos es cuando conviene saber cual sea el estado de la sangre porque las indicaciones son diver- sas según el es: Si vero sanguinis febricitans sü exaltatus, et vehemens, ejus reprirnendus est ímpetus.... In hisce enim febribus (las que dependen de cualidades de la sangre) tri- bus praiceptis omnium, prope illarum febrium cura versa- tur, quce ortum ducunl ab organi Imsione, verum ab hu- morum congerie, aut inipso sanguine, aut in primis vüs. Et cum ad crisim natura vergit, aut eos jam exciverit, tum á remediorum copia tamquam á peste cavendum. Enfin nos advierte de un modo muy esplícílo que atendamos á 511 la constitución de la masa sanguínea del febricitante mas bien que á sofisticas teorías sobre las causas próximas. Ba- glivio tiene razón: su gran misión era volver Jos médicos al camino de la observación y separarlos del sofistico es- travío á que se entregaran bajo la influencia del escolas- ticismo y del gaknismo. 198. Parecerá, sin duda, que me detengo demasiado al tratar de la sangría en la fiebre typhoidea, pero la razón que me obliga, á hacerlo es que de la indicación de este remedio dedujeron muchos, como ya hemos visto, el pensamiento sobre su patogenia. Hasta aqui debimos haber notado que en medio de las opiniones y de las di- versas doctrinas de tantos siglos no se vé el verdadero carácter de esas fiebres que el mismo Baglivio confesaba no se conocían en su naturaleza. Los unos dominados por el humorismo veían en la sangre la causa, y aun asi acon- sejaban con cautela el plan antiflogístico; los, otros que ad- mitían el solidismo reconocían irritaciones que solo en los primeros dias parecían exigir las evacuaciones de sangre; otros muy observadores y prudentes reconociendo el au- tocrátismo proclamaban métodos sencillos, y gran modera- ción en el uso de la sangría. Todos digeron bien, pero todos se fijaban en sintomas de aparente esencialidad por- que las fiebres traen en el primer periodo síntomas que no son suyos mas que en apariencia. La doctrina de las fiebres hasta la época que acabamos de recorrer no fijó principios exactos en el plan curativo, y vaga en medio de la oscuridad de su patogenia, si bien parece inclinarse á la descomposición, á la septicidad, á la putrefacción hu- moral; y estos se acercaron mas á la verdad, Los soli- distas tenían mas afinidad con la escuela de Broussais, y 512 con la de algunos modernos. Aun hoy dia los médicos fluctúan entre ambas. Triunfa en este siglo el solidismo. Parece haber tomado en la época presente alguna influen- cia el humorismo, como hemos indicado, bajo algunos tra- bajos químico-orgánicos, y esto influye en la therapéutica de las fiebres. 199. Pudiera terminar aqui las observaciones sobre el plan antiflogístico, porque lo dicho sería suficiente para probar la vaguedad de las indicaciones en la verdadera fie- bre. Nobstante tenemos que recordar como piensa la escuela moderna sobre este objeto. /Pero cuantas dificultades no hallamos para encontrar ideas exactas! Cuando se multi- plican al infiuito las especies de liebres con tan diversos nombres; cuando vemos al lado de la sinocal, de la.an- gióténica, de la angio-carditis, de la gastro-enteritis, la fiebre llamada typhoidea, y al lado de esla yá la atáxica, yá la adinámica,, la cerebral, la maligna, y todos los ty- phus ¿será posible entendernos sobre- indicaciones, sobre plan curativo, ni sobre sangría? Diremos á Frank que en su calentura nerviosa primitiva con complicación flogistica podía convenir la sangria, ó las sanguijuelas; diremos á Pinel que en su. angióténica está indicada; á Broussais que conviene en la gastro-enteritis; á Bouillaud que la reclama la angio-carditis, á Rostan que es útil en las enfermedades hypersthenicas, y en las entero-mesenleritis de Petit, en la yhVyliditis de Bailly, en lo angio-hemitis de Piorry, y enfin siempre que la enfermedad sea lo que estos nombres deben significar, pero que cuando no es asi, cuando la lla- mada gastro-enteritis es una fiebre, cuando la angio-cardi- tis trae fenómenos sépticos, cuando las fiebres nerviosas son la fiebre typhoidea , con afección pronunciada del sis- 513 tema nervioso, cuando la entero-mesenterilis es una fic- ción, una simulación y una realidad la enfermedad typhoi- dea, no puedo creer con Frank, ni con Pinel, ni con Brous- sais, ni con nadie que la patogenia de esta enfermedad re- clame la sangria ni bajo una fórmula,» ni bajo otra, ni con la prudencia de Frank, ni con la prodigalidad de Bouillaud. Será imposible entendernos no estando de acuerdo sobre la naturaleza de la enfermedad. Porque ¿qué enfermedad va- mos á buscar en las obras modernas para referirla á nuestra fiebre, y á nuestros typhus? En. medio de esas clasificaciones arbitrarias, y sintomáticas ¿cual será nuestra fiebre en la clasificación de Pinel? ¿Cuál en la de Alibert? Cual en la de Andral,. de Chomel, Grissoll y Bouillaud? To- das y ninguna y por consiguiente cuanto sobre el plan curativo espongamos será inútil; pero concluyamos el ob- jeto que nos propusimos al fijarnos en la sangria. 200. El Aulor de la Nosografía filosófica se declara muy poco adicto á la sangria; solo en su. angióténica la procla- ma. En su adinámica encarga gran cuidado para que no se saque sangre sin gran motivo porque muchas veces de- tras del estado inflamatorio eslá oculta la adinamia: esta es nuestra fiebre en su periodo de reacción circulatoria, que algunos ven como angio-carditis con el elemento séptico. Nos ocuparemos luego de esla idea. El Autor de la doc- trina llamada fisiológica nos dá aqui lecciones de pruden- cia,, y á entender su gran penetración. «Las gastro-enteritis agudas que se exasperan traen todas estupor, ú oscureci- miento, levidez, fetidez;, postración, y representan lo que se llama calentura pútrida, adinámica, typho; aquellas en que la irritación del cerebro llega á ser considerable, elé- vese ó no al grado de flegmasía, producen el delirio, las convulsiones etc. y toman el nombre de calenturas malig- nas, nerviosas, ataxicas.» Hé aqui nuestra fiebre: veamos como aconseja las evacuaciones de sangre. «Todas las ca- lenturas esenciales de los AA. se refieren á la gastro-ente- ritis simple ó complicada. Cuando las gastro-enteritis agu- das typhoideas, ó no typhoideas han resistido á las sangrías capilares hechas en el epigastrio, y después en el pecho y en la cabeza en casos de repetición de la flegmasía en eslas cabidades, cuando aparece el entorpecimiento, el es- tupor y la debilidad del pulso, es necesario alimentar con bebidas gomosas, azucaradas y acidulas. Siendo los typhus gastro-enteritis por envenenamiento miasmático, puede dete- nerse por el tratamiento apropiado á las flegmasías cuando se las ataca en su principio. Cuando no se ha atacado en un principio la inflamación de los typhus son comunmente peligrosas las evacuaciones de sangre, porque el veneno ga- seoso pútrido debilita la potencia vital y la química vivien- te á tal estremo que no pueden repararse las fuerzas.» Hé aqui á Broussais venciendo la verdad practica unas veces por la verdad sistemática y otras modificando sus principios bajo el poderoso vencimiento de la experiencia. Si los ly- phus son gastro-enteritis ¿por qué no reclaman el mis- mo plan desde su principio al fin? Si el veneno gaseoso pú- trido, ó el miasma lleva su acción debilitante sobre la po- tencia vital ¿como produce las inflamaciones? ¿Qué es sino esta potencia vital, y esta química viviente mas que el or- ganismo en juego con sus tegidos, sus sistemas y sus órga- nos? Pero la doctrina de la irritación cede su puesto á la anemia, á la septicidad, y á la verdad práctica cuando lle- ga el peligro. De aqui inferimos que según el mismo Brous- sais en Ja fiebre, como en los typhus está indicada la 515 evacuación de sangre al principio, si hay reacción ó ca- lentura fuerte, pero que presentados los sintomas propios typhoideos, característicos del mal deja de estarlo. No sé como la acción tóxica de esos gases ó miasmas, se puede vencer ni al principio ni al íin con evacuaciones de san- gre admitiendo que esta acción tiende _á debilitar la po- tencia vital. Lo repelimos aqui, podrán estar indicadas las evacuaciones de sangre, pero no será ni por su causa ocasional, ni por la acción de los miasmas, ni por la pa- togenia morbosa: en tal caso otros accidentes las reclama- rán como veremos luego. Y es tal el interés de estas cir- cunstancias que ellas sedugeron á la mayor parle de los patólogos. 201. Dice muy bien Mr. Chomel: este prudente observa- dor llegó á comprender una idea, que yá fuera anunciada por Galeno, y posteriormente por Odier y aun por Monneret, «no hay mas que una fiebre,» y esta para él era la ty- phoidea, como para oíros era la ardiente, la biliosa, la inflamatoria; salo los lyphus formaban partido diferente: yá veremos que estas ideas aisladas trageron mas confu- sión en la therapéutica: Chomel, decíamos, halló los obs- táculos de la clasificación piretologica, y de la monotomía piretologica cuando quiso lijar el método curativo. «El tratamiento, dice, de la enfermedad typhoidea es uno de los puntos mas difíciles y mas oscuros de la medicina prác- tica. Entre las causas que han contribuido á entretener la oscuridad que reina aun sobre esta parte importante de la historia de la afección typhoidea, es necesario colocar en primera linea la marcha misma de la enfermedad, las mo- dificaciones buenas ó malas que ofrece en su carrera natu- ral, y la incertidumbre en que se está, mientras toda su 516 duración, sobre el resultado definitivo.» Nosotros no vemos oscura la indicación en esta enfermedad, lo que vemos es que hay indicaciones que no le pertenecen pero que se deben llenar; lo que vemos es que se confunde la fiebre con sus accidentes; lo que vemos es que el médico agota sus recursos muchas veces infructuosamente porque el mal puede mas que nuestros recursos; lo que vemos, enfin, es que el poder, ó euergia de la causa morbosa, las influen- cias de la estación y topográficas, las disposiciones indivi- duales, el descuido ó abandono, y otro gran número de concausas hacen variar notablemente los sintomas de in- vasión, la energía ó insidiosidad del mal, el éxito de los remedios y la benignidad ó fatalidad de las terminaciones. Mr. Chomel quiere sentar como una proposición demostra- da un error estadístico. «En cada método de tratamiento, dice, la mortalidad general ha sido bastante fuerte para de- mostrar su influencia; en alguno no ha sido tampoco bás- tanle grande para demostrar evidentemenle su peligro. Ei mismo método racional, en el cual el tratamiento está modificado según la forma y el periodo de la enfermedad, no tiene á su favor una proporción de sucesos tal que se pueda claramente establecer su superioridad sobre los otros métodos.» Este articulo de Mr. Chomel es sobradamente lamentable. Esa estadística que en nuestros dias tanto se proclarai como la base de las verdades prácticas, es falaz en patología como ya lo hemos visto (GVII1, 152 y sig.) Los mé- todos mas contradictorios la buscan por base, y ó es falsa su deducción, falsos los dalos estadísticos, falsos sus corolarios, ó lo que ningún médico dirá, la ciencia patológica, en la parte therapéutica, es una ilusión, un fantasma, una ficción. Esos cálculos estadísticos engañan, porque la enfermedad es, 517 según las épocas, mas ó menos intensa, de mejor ó peor carácter, según las estaciones favorables ó adversas, y ta que hoy solo reclama observación y plan especiante, en otra época pide un método enérgico que ni tampoco basta á veces. Las epidemias typhoideas, lyphicas nos demuestran esla verdad. Chomel, cuyo tratamiento citaremos luego, no se demuestra gran partidario de la sangria, y solo nos dice que le parece útil, aun en los casos mas simples de la enfermedad typhoidea, hacer al principio una sangria del brazo, que tiene por primer efecto el de disminuir la ce- falalgia y de aproximar su terminación. «Resulla, dice, de las tablas publicadas por Mr. Luis, y de las observaciones que hemos hecho después de esta época, que una sangria practi- cada al principio de la enfermedad ejerce una influencia favorable sobre la duración y terminación de la enferme- dad.» Demasiado vaga es esla prescripción por mas cierla que sea, y sobre ella nadie- puede cimentar su practica racional. Sangrar ¿por qué? ¿cuando? ¿para qué? ¿quien la reclama? Chomel vacila entre el método prudente, en mu- chos casos, de la espectacíon, y el tratamiento sintomáti- co según sobresalgan la atáxica ó la adinamia, y su gra- vedad. 202. Mr. Luis partidario de la afección intestinal, y de las ulceraciones foliculares no era partidario de la sangría apesar de su pensamiento flogístico. Considera útil una san- gría ó dos, según las circunstancias y mas ó menos lar- gas, pero cree que «no esté demostrado que un mayor número de sangrías pueda ser favorable á la terminación ó á la marcha de la enfermedad, y que sería en vano que se intentara multiplicar su número para apagar, bajo su influencia, el movimiento febril.» Tiene razón: ya conoce- 518 remos luego ese método jugulador que rechazaremos con todas nuestras fuerzas en la verdadera fiebre primitiva ó secundaria, y en los lyphus lodos. No se apagará el mal: se conseguirá, sin duda, apagar la calentura, y con ella se apagará la vida, el resorte vital lan necesario para ven- eer la afección typhoidea. Pero Mr. Luis se declara con- trario á las copiosas y repelidas sangrías sin que sea la causa de esta oposición el no ver como enfermedad flo- gistica á esta enfermedad^ sino porque no es ju- gulador,. no conoce estas juguJaciones ni aun en las infla- maciones: y tengamos presente que las inflamaciones mismas necesitan para una verdadera resolución que el orga>- nismo no se depaupere y que conserve bastante vitalidad que se destruye con el método jugulador que lleva los ór- ganos á la supuración. Pero no nos estralimilemos. Mr. Luis cree que la afección typhoidea bien caracterizada no es susceptible de ser jugulada, lo que cree eslensivo á las peripneumonilis, y otras enfermedades inflamatorias, Mr. Chomel y Mr. Luis, son partidarios prudentes de la san- gría eo la fiebre typhoidea, pero realmente no apoyan, co- mo se debe hacer siempre que se puede, y se puede en el mayor número de casos, la prescripción del remedio en un sólida razonamiento, y lo mas que hacen es re- currir á la experiencia que favorece á los que sangran, como á los que no sangran, y á los que sangran con prudsncia como á los que quieren con este recurso jugu- lar la enfermedad. He aqui porque insistimos tanto en esta materia, en la que ni senos dice porque sangra, ni para que se sangra, ni que indicación lleva la sangría en esta enfermedad. De aqui también la duda de los médicos, y sobre todo de los para quienes escribo, de los jóvenes por- 519 que realmente nadie nos dijo el efecto de la sangria, ni su indicación; porque esa idea de dominar la calentura, el elemento flogístico, no es dominar la enfermedad díganlo sino el mismo Mr. Chomel y Mr, Luis: se sangra y la enfermedad se exaspera; se sangra y la enfermedad mar- cha siempre grave, y llega un momento y el médico qui- siera sangre en las venas, energía en el organismo. Res- pelamos la circunspección de Mr, Chomel y de Mr. Luis; luego diremos por qué. Mr. Hervieux en la epidemia que ha reinado en Paris en "1857 no recurrió á los antiflogís- ticos supliéndolos con las ventosas escarificadas al abdo- men para combatir el meteorismo y la sensibilidad de las paredes de esta cavidad. 203. Vamos á ver como piensa el respetable Bouillaud sobre la sangria, base del plan antiflogsilico en la fiebre ty- phoidea. Acaso no debiéramos ocuparnos de eslo pues [que reconocido sus formas.typhoideas fácil nos sería deducir su tratamiento. En autores que no razonan, y que solo esponen, ó deducen se pueden ver sus corolarios de muy diversa manera, pero en Bouillaud no sabemos como dis- culpar su pensamiento misto, contradictorio en una misma enfermedad. Ya no hablaremos de su angio-carditis á la que se une el elemento séptico, porque esta enfermedad no la conocemos; mas digo, no creo que ex isla, pero fi- jémonos eh el typhus nostras, y en Ja fiebre typhoidea, que para él son enfermedades diversas, y diversas tam- bién de su angio-carditis typhoidea, y para todos de di- versa naturaleza é Índole, pero idénticas para nosotros. «En el typhus europea, dice, el tratamiento curativo se com- pondrá, como él se compone, de dos grandes elementos, á saber; elemento antiséptico, y elemento antiflogístico, com- 520 binados en justa proporción. Desgraciadamente los AA. no nos dan bajo este aspecto regla alguna (ya procurare- mos darla nosotros nó á Mr. Bouillaud, que le respeto de- masiado para darle consejos, sino á nuestros discípulos), ni fórmula alguna positiva. Hasta tener mayor experiencia no pueda mas que referirme á lo que digo ocupándome de enfermedades que tienen la mayor relación con la de que se traía, tales son la entero-mesen te ri lis typhoidea y el muermo agudo.» Veamos como formula su tratamiento aulitlogistico—typhoideo. Es tan notable esla práctica que nos obliga á ser exactos en su descripción. Por supues- to que Mi\ Bouillaud sangra hasla que los fenómenos sép- ticos predominan y ocupan el lugar de providas reaccio- nes: saugra, no contra la afección séptica, typhoidea, ó atáxica, sino contra la reacción circulatoria: en esto sigue á Broussais, sacar sangre hasla la anemia. «El tiempo,, di- ce, mientras el cual conviene emplear las emisiones sanguí- neas es el que mide el primer pcMÍodo, ó el periodo esen- cialmente inflamatorio de la enfermedad, aumentado con los dos,, ó tres primeros dias del segundo periodo. Pasado este tiempo se puede bien, sin duda, como lo hemos prac- ticado en los primeros tiempos en que hemos formulado de diverso, modo que nuestros antepasados, las emisiones sanguíneas aplicadas al tratamiento de la afección dicha fiebre tiphoidea, se puede, digo, recurrir aun á este mé- todo, pero no yá con un suceso igual al que se obtiene en la época anterior, y que por esta razón se pudiera lla- mar de oportunidad: asi es que hace algunos años hemos renunciado casi completamente á las emisiones sanguíneas, siempre que los fenómenos typhoideos predominen sobre los fenómenos inflamatorios, y que sucede esto á los siete, 521 ó nueve dias, y aun mas tarde cuando invadió con vio- lencia porque entonces estamos autorizados para pensar que ya se han formado ulceraciones mas ó menos numerosas con sus consecuencias conocidas. Renunciamos entonces á las evacuaciones sanguíneas con tanta mas facilidad que además de estar contraindicadas formalmente porque fa- vorecen el movimiento de reabsorción séptica que se efec- túa en este periodo y por consiguiente la infección de la masa sanguínea, no sería por otra parte yá posible hacer- las en la cantidad precisa para que fuesen realmente efi- caces contra el trabajo inflamatorio que aun persiste, sea en el órgano primitivamente afectado, sea en los sistemas afectados secundariamente.» Muy embarazado debe hallar- se Mr. Bouillaud para llenar á un tiempo dos indicaciones tan esenciales, cuales son la de la inflamación de los folí- culos, y la de su estado séptico, porque en buen racio- cinio la septicidad es el antitesis de la flogosis. Veamos co- mo formula las evacuaciones de sangre por su nuevo mé- todo, su formula que aplica á todas las enfermedades flo- gisticas, á la fiebre typhoidea, como á la pneumonilis. Establece tres grados de iutensidad en esta dolencia. En los casos graves y muy graves que sobrevienen en sugetos de 16 á 35 años, de una fuerza y constitución mediana. manda hacer cinco ó seis sangrías de tres á: cuatro tazas (de 4 lib. á 4 1[2) en el espacio de tres á cuatro dias; pero los casos de una eslrema gravedad, y sobre todo en sugetos muy fuertes y vigorosos podrán reclamar una ó dos sangrías mas; mientras que, por lo contrario, los me- nos graves de esla categoría podran ceder á cuatro ó cin- co sangrías- En los casos de mediana gravedad tres, cua- tro ó cinco sangrías de la cantidad indicada. La formula para "los casos leves es de dos ó tres sangrías de la misma dosis. Seguramente; el movimienlo febril se apa- gará, ó se rebajará, pero el mal seguirá su curso como lo cree Mr. Luis. ¿Y por qué? porque el mal no es la flogoris, si la enfermedad es verdaderamente una fiebre. En la epidemia de esla clase que acabamos de sufrir, y que casi reinaron en todas las provincias de España, al mismo tiempo que en Francia, veíamos la enfermedad ini- ciarse con mas ó menos franqueza yá con el carácter ty- phoideo, y no observamos esas indicaciones flogísticas que con lanía energía reconoce Mr. Bouillaud. Nobslante un párrafo de su discusión sobre su formula nos hace reco- nocer al hombre científico. «Me interesa mucho, dice, el insistir fuertemente sobre esta cuestión de la oportunidad de las sangrías en la enfermedad que nos ocupa, porque hay un gran número de médicos que no se loman el tra- bajo de estudiar bien las cosas y profundizarlas, y habien- do oído hablar de la nueva formula de las emisiones san- guíneas, se imaginan, en contra de los principios del sen- tido común médica el mas vulgar, que es aplicable á to- dos ios casos y á todos los periodos y á todas las formas de la enfermedad. No es asi como se procede en una es- cueta que toma seriamente el titulo de exacta y por el cual ha querido distinguirse de todas las demás...... Segura- mente no es tan fácil distinguir, precisar y categorizar los diversos casos de una sola y de una misma enfermedad, y el aplicarle el método modificándola como acabamos de prescribir, es decir ¡particularizando y individualizando convenientemente, el heroico método de las emisiones san- guíneas tal cual lo hemos formulado. Lo sabemos mejor que nadie, que después -de tantos años sufrimos todas las 523 pruebas de esta triste profesión. Empero la salud y la vi- da de Jos enfermos son el premio y no puede oblenerse sino con eslas duras condiciones. Que esle pensamiento es- te siempre presente en nuestro espíritu y todas nuestras penas, todos nuestros sacrificios de cualquier genero que sean, nos parecerán agradables.» Eslas palabras de Mr. Boui- llaud revelan su buen espíritu, y proclaman una verdad elerna. Los métodos mas bien fundados eslan sujetos á mil modificaciones bajo la influencia de mil circunstancias ge- nerales é individuales. 20í. ¿No es notable, bajo otro aspecto, esta vacilación de hombres tan eminentes sobre un punto tan claro, al parecer, de la conveniencia de las evacuaciones sanguíneas en las fiebres esenciales que nosotros reducimos y referi- mos á las variadas formas de la fiebre^ Estas controver- sias, sin duda, de la mejor buena fé, prueban lo difícil que es ponerse de acuerdo cuando la verdadera patogenia no está bien determinada. Porque preguntemos sino ¿cual es la patogenia de la fiebre? ¿es la irritación cntero-me- sentérica folicular? entonces á qué disputas, sangrad, apli- cad sanguijuelas y poned en práctica el plan antiflogístico: todos los demás métodos están contraindicados: elogiemos la consecuencia de Broussais. Pero al oír á Chomel, á Mr. Luis, á Bouillaud, á Andral, no podemos menos de pre- guntarnos ¿Quien es ese proteo multiforme que asi cam- bia de naturaleza y que siempre lleva el mismo nombre? ¿Por qué los hechos clinicos no resolvieron este problema, y al contrario, vemos que mientras Broussais y Bouillaud resucitando la práctica de Botal, proclaman como el áncora de salvación los efectos de las evacuaciones de sangre que su esmerada práctica, sus cálculos estadísticos les proba- ron°,"olros hombres también de gran nombradla como Cho. mel', Andral, Mr. Luis, que proclama la importancia clíni- ca de los cálculos estadísticos,, prueban que de eslos se de- duce que la sangría no tiene la importancia que se le quiere dar? ¿Como se hacen estos cálculos? ¿qué valor tienen pues que prueban hechos contrarios, y dan resultados diversos? Digámoslo para concluir. La fiebre se vio en los síntomas, v los síntomas se confundieron en la fiebre: no se estudiaron bien, y el método sintético, verdadera thesis patológica se discuidó poniendo en su lugar su antilhesis, el análisis, que nos lleva al examen de los síntomas, que nos fija en ellos y cuya esplicacion buscamos solo en la anatomía patológica. Y se me preguntará ahora ¿son útiles, ó no las sangrías? ¿El plan antiflogístico está indicado, ó contraindicado en la fie- bre typhoidea? Responderemos categóricamente. Las san- grías son útiles en muchos casos, en algunos necesarias. La sangría está contraindicada en la fiebre typhoidea. Pa- recerá esta una contradicción: ya me esplicaré al hablar del método curativo, pero los que hayan leido mis ante- riores páginas comprenderán el valor de lo que parece, á primera vista, un conlra-senlido. 205. Los tónicos y antisépticos. Nos detuvimos tanto con el plan evacuante y el antiflogístico porque muy di- versas escuelas parece que en ellos fundaron todas sus es- peranzas therapéulicas, pero en último resultado todas vi- nieron á convenir en la necesidad de los tónicos y de los antisépticos, si bien Broussais, el mas consecuente de to- dos bajo el aspecto de su doctrina, rechaza hasla el úl- timo punto su administración. Cuando uno llega al trata- miento de la fiebre typhoidea es tal el laberinto de in- dicaciones, tal la inconsecuencia de las prescripciones, que 525 está uno por concluir entregándose al silencio. Pero la ver- dad, dice un célebre escritor médico, honra la medicina y sirve á los hombres mucho mejor que el error. Ya procuraremos poner en claro nueslro pensamiento thera- péutico y solo diremos algunas palabras sobre esla clase de medicamenlos, cuya acción sobre el organismo es de una evidencia no contrariada por nadie, y hasta tal punto se santifican sus efectos que desde la mas remota antigüe- dad merecieron el nombre de febrífugos, cuya significación pareció inexacta é imaginaria á Gouzzi, y lo es sin duda para los que ven tantas fiebres como sintomas predomi- nantes las acompañan, y también para aquellos, que son los mas, que siempre que hay calentura ven la fiebre,, dependa ó no de una causa local ó no conocida. La fie- bre tiene sus febrífugos, como las inflamaciones tienen sus antiflogísticos, y los dolores sus calmantes. Pero si por febrífugos se entienden los remedios que se oponen al ca- lor, á la aceleración del pulso y á las reacciones genera- les ó locales, que producen calentura, los febrífugos no existen, y si los admitimos tendremos que buscarlos en todas las categorías, en la sangría, en los refrigerantes, en los sudoríficos, en los anti-lipicos, en los tónicos y hasla en la lanceta quo abre un foco de supuración. La fiebre, llamada asi con propiedad, tiene su patogenia determinada, su marcha fija, su término favorable, ó adverso conocido. En todas las doctrinas y en todas las opiniones que he- mos formulado, y en todos los AA, que hemos citado, la fiebre, como los typhus no merecen este nombre hasla que se indican los fenómenos á que se refiere su denominación, porque nadie cura la liebre mientras no existe, y asi es nue la verdadera curación comienza con los primeros sin- 1 71 526 tomas .typhoideos: en el primer periodo de esta fiebre solo se despeja la incógnita, se simplifica la enfermedad, se sa- can estorbos, se dirige la naturaleza: he aqui el objelo del plan antiflogístico y evacuante. Pero llegado el periodo ty- phoideo caemos sin quererlo en el método de los febrí- fugos, en los que figuraban, en la antigua medicina, los amargos, los aromáticos, los espirituosos, la Iheriaca, las confecciones tónicas, y un gran número de fórmulas mas ó menos monslruosas, como el Aura de Adriana, el Re- zoar potable, el Magisterio Bezoardico, el electuario ker- mesino, el febrífugo y tantas otras composiciones ya pros- criptas. Pero desde el descubrimiento de la quina, y de sus alcoholoides importantes, este medicamento reemplazó casi generalmente esa formacologia difusa é indigesta de que nos lamentamos. 206. No ignoro que algunos vieron en la sangría el mejor antipútrido, y que se confundieron también los an- tisépticos con los tónicos; pero /se ven tantas cosas! Su- cede como con el frió y el calor. Se proclama con en- tusiasmo, el frío es el mejor tónico conocido; el calor es un enervante que debilita. Nobstante el calor es la vida y el frió es la muerte. Este lenguage anfibológico no lo creo hijo do la ignorancia en ciertos hombres, pero lleva al error y seduce los juveniles entendimientos. La sangría nunca es un tónico y un antiséptico, como la quina no puede ser un antiflogístico, apesar de lo que diga un me- dico de gran celebridad y que respeto. Detengámonos aquí, porque si fuéramos á determinar la acción verdadera de los remedios tendríamos que entrar en pormenores difu- sos. Diremos sí una cosa cierta, evidente. Los medica- mentos deben observarse en sus tres efectos: 1." físico- 527 mecánico-químico: 2.° vital: 3.° therapéulico. Este último es el efecto clínico, el que el médico busca, y con esta aclaración no confundiremos jamás las virtudes de los re- medios. La quina, por ejemplo, podrá ser ingrata al to- marla, incomodar, y si se quiere irritar el estómago, pero vigoriza el sólido orgánico, dá resistencia vital, refuerza las condiciones orgánicas de los tegidos y se opone á la septicidad: he aqui su acción therapéutica y como llena su verdadera indicación. La sangría podrá reanimar el or- ganismo, facilitar el circulo, dará fuerzas al parecer, pero será en la opresión de fuerzas, opressio virium, en las plétoras en que el circulo eslá torpe, en las inflamacio- nes con intensas congestiones, ó estasis sanguíneas, pero este efecto es debilitando, es rebajando el esceso de vigor que oprime, la demasiada vida que ahoga; pero jamás su acciou es tónica. Ni es exacto que la putridez se combala con suceso por las evacuaciones de sangre, por mas que se quiera recurrir á la práctica de Sydenhan, de Stoll, de Lombard, de Huxam, de Pringle, de Hoffman, siu ha- cerse cargo de las advertencias que hacen, y sus serios y prudentes consejos: no las usan como antipútridas sino para contener, dicen, el elemento flogístico, que noso- tros veremos siempre como aparente. Ni menos es exacto que la quina y oíros antisépticos produzcan el efecto an- tiflogístico en algunas enfermedades esténicas. Si esto fuera asi ique incertidumbre. en los efectos de los remedios! ique caos/ ¡que babel en el lenguage médico! No: los me- dicamentos antiflogísticos lo son siempre y en todas cir- cunstancias; como los tónicos y los antipútridos egercen siempre esta acción therapéutica. 207. Cada paso que damos en nuestro trabajo es una 528 nuova dificultad para dilucidar la importante cuestión que nos ocupa, porque no podemos concebir como los AA. vie- ron posible é indicada la clase de medicamenlos tónicos en las intensas inflamaciones, y muy especialmente en unas inflamaciones sobre cuyo sitio van á obrar esos remedios tan ponderados como incendiarios. Bien se que se me dirá que la cirugía nos da ejemplo de hechos semejantes; in- flamaciones esteriores que llevan la parte que invaden á la ulceración pútrida, á la mortificación y á la gangrena que reclaman los tónicos y los tónicos espirituosos, aro- máticos: pera entonces pasó el estado llogislico; entonces el mal es local, entonces la parte muere y se elimina par- te del tegido, y en los intestinos todos estos estados son la muerte, y entonces inútiles todos los recursos. Nobstan- te por todos se recomiendan los tónicos y los antisépti- cos y no se crea que esta inconsecuencia en los plañe* es desde la proclamación de la doctrina de Broussais, porque Stoll, observador profundo, pero humorista decidido, y que quiso siempre comprobar por sus autopxias sus diagnós- ticos, veía la bilis produciendo la irritación, y la inflama- ción gastro-intestinal y la liebre maligna, que combatía con los eméticos y los Iónicos que aconsejaba Hoffmann, como Huffeland, como Pinel, como Mr, Luis, como Gris— solí y Bouillaud. Pero hé aquí los problemas gravísimos que tenemos que resolver: 1.° ¿Están indicados los Iónicos y antisépticos eu la fiebre? Si lo están ¿cual es la época de su administración? Problemas, repito> cuya solución pudiera dar materia para componer otro libro. Nosotros, nobslante, los traemos resueltos desde que sentamos cuatera la patogenia del mal y cual la modificación que convenía llevar al or- ganismo.. Es para nosotros una cosa evidente que los toni- 529 cos, los antisépticos ácidos y salinos son los medicamentos que la patogenia de la fiebre reclama desde el momento en que los síntomas indican este estado y la enfermedad toma esle uombre, y probaremos luego, al fijar el tratamiento, que esta indicación no existe en todo su valor mientras no re- conocemos que la causa séptica domina la resistencia orgá- nica, si bien debe ser nuestra suprema idea aun en los momentos en que veamos la necesidad de sacar sangre: eslo será muy fácil de comprender. 208. La quina, los ácidos minerales, las preparaciones salinas, el vino generoso, y los cloruros, y los revulsivos, hé aqui el método, ó plan Iónico, antiséptico que mas en voga es admitido hoy por lodos los médicos cual- quiera que sea la escuela á que pertenezcan. El árnica, la valeriana, la serpentaria, el alcanfor, el opio, el éter, el acelalo de ammoniaco, llenan algunas indicaciones secun- darias. La primera clase se usa por lodos contra la fie- bre con tendencia séptica; la segunda se aconseja para la maligna, atáxica. Nosotros que no las vemos sino bajo un mismo prisma podemos ó no combinar estos dos méto- dos; el antiséptico y anliespasmodico: el 1.* con gran fé; el 2." con desconfianza, y luego diremos por qué. Chomel combina con decisión en los casos graves estas dos clases de medicamentos y la quina, el vino, el alcanfor y el eler le parecen remedios que ejercen una acción tónica po- derosa, sin que tema nada de su administración, pues que la anatomía patológica, piedra de toque de las doctrinas modernas y prisma único para algunos de la verdad, de- muestra «en los que han muerto de fiebre typhoidea de*s- pues de haber hecho uso de los Iónicos que las ulceras de los intestinos ó las placas perceptibles no ofrecen nada en 530 su aspecto que indique que los tónicos hubiesen ejercido so- bre estas lesiones influencia alguna dañosa, y por lo con- trario se hallan con frecuencia evidentemente en vía de cica- trización ó de resolución.» Luego no fueron ellas la causa de la muerte sino la intoxicación séptica. El D.( Drnmcnt ad- mite como verdadera indicación en la fiebre typhoidea con forma adinámica el uso de la quina, del alcanfor, del vino y el éter: pero en la forma atáxica no vé con claridad una indicación fija que las circunstancias deben marcar. Bagli- vio, Huxam, Sarconne han preconizado los escitantes; La- fonl compara la estadística del typhus hospitalario que rei- na con frecuencia en el hospital de Víena, y que hallamos en las obras de Stoll y de José Frank, probando la prefe- rencia del método oscilante y tónico sobre el debilitante. La experiencia propia hizo conocer á Lassonne la necesidad de refugiarse al método tónico para curar los typhoideos que se le morían por el método antiflogístico. Enfin Mr. Bouillaud no parece tener gran fé en los planes tónicos, y recomienda los cloruros, y el carbón pulverizado en los sugetos que ofrecen en alto grado los fenómenos de septi- cidad local y general: mucho trabajo le cuesta el recomen- dar la quina, en un estado grave, porque sin duda después de haber agotado su forma antiflogística mal efeclo hacía la proclamación de los tónicos. 209. Yo hallo alguna diferencia entre los tónicos y esos medicamentos que aconsejan en lo que llaman forma atá- xica, y que son tomados de los escitantes y antiespasmodi- cos. y esta diferencia está apoyada en las diversas indica- ciones que los AA. quieren llenar con ellos. Dige ya y lo repito, que la quina, el vino, los ácidos vegetales y mi- nerales, los mismos cloruros y aun el carbón recomendados 531 últimamente tienen condiciones evidentes, seguras, y que por consiguiente los tónicos y antisépticos están represen- tados por la eficaz virhid de las sustancias dichas; pero que cuando se trata de buscar remedios que ejerzan su acción sobre el desarreglo del sistema nervioso hay mu- cho de impotencia en la materia médica: por esto repe- tí yá que la fiebre mas grave era la de la forma atáxi- ca; aquella en la cual la causa ó agente morboso, y dele- téreo lijaba su acción particularmente sobre los centros ner- viosos, que afectaban, á lo menos, con preferencia por cau- sas locales ó individuales. Por eslo cuando los AA. quieren fijar el método curativo en esta forma alaxica, nerviosa, cerebral, dudan, vacilan porque la experiencia demostró su dudosa eficacia. El alcanfor, el almizcle, el eler, el licor de Hoffmann, la valeriana, el árnica, la serpentaria, el spí- ritu de cuerno de ciervo succinado, el acetato de ammo- niaco son medicamentos que no pueden colocarse al lado de la quina, de los ácidos, de las sales neutras, del vino en su clase de tónicos, y pertenecen también á los an- tíespasmodicos. Jamas hemos visto que los enfermos sopor- tasen bien el alcanfor, y en caso de reclamarlo los sinto- mas nerviosos lo hemos usado en enemas. Yá Tralles temía su uso por escesivamente escitante, y Geofroy dice causa el pervigilio y pesadez de cabeza, apesar de que Tralles le consideraba como refrigerante. Las observaciones de Mr. Alejandro prueban bien que este medicamento debe darse con grandes precauciones, aun cuando Calliseu y Barthez lo aconsejen en las Calenturas biliosas y fiebres intermitentes. Lo mismo debe decirse del almizcle, de la assafelida, del éter, de la valeriana, porque tan solo están reclamados por fenómenos nerviosos, mas ó menos graves, y no dirigen Uüíi su acción áia causa, ni á la patogenia del mal. El almiz- cle es un poderoso antiespasmodico, j y en casos] especiales de convulsiones, fenómenos tetánicos parciales es muy útil. Cuando el cerebro se halla gravemente afectado bajo la influencia typhoidea debe administrarse combinado con el alcanfor, pero en enemas. Alibert dice haberlo usado con feliz éxito en una fiebre cuyos fenómenos eran" alaxi- cos. En el mismo caso, cuando hay temblores, mucho sal- to de tendones lo aconseja Quarin. Pienso de la misma ma- nera sobre el árnica, la serpentaria, el acetato de ammonia- co que llenan indicaciones parciales, que muchas veces tene- mos que llenar pero sin olvidar las principales. Los fenómenos ataxicos causan desaliento por la dificultad con que obe- decen á esos remedios que unos preconizan, y otros juzgan inútiles, ó perjudiciales: lal sucede con el árnica, poderoso escitanle. Stoll en la constitución médica del año 77 acon- sejaba el cocimiento, y las flores pulverizadas de árnica, y la raíz de esta misma plañía, á la que llamaba anti- séptica, y no solo en su fiebre bilioso-pituilosa, sino en su forma maligna, y en la diarrea que la acompañaba. Nobstante algunos dudan de su eficacia, pero yo creo que merece ocupar un lugar preferente cuando se líala de los tónicos escitanles ó anliespasmódicos. Ni aconsejaremos esa profusión empalagosa de algunas fórmulas, ni simplificare- mes tanto que reduzcamos á la nulidad la materia médica. 210. La therapéutica tiene una parte flaca, y olra mas fuerte, pero la naturaleza suple en aquella su impotencia, y en esta se nos presenta franca y noble. La malignidad de las fiebres estriba especialmente en la poca claridad de un mal grave, y en afectar especialmente el sistema ner- vioso. Contra esta malignidad tenían los antiguos sus ale- 533 xifarmacos. sus bebidas anti-malignas, como puede ver- se en nuestros escelentes prácticos. Miguel de Heredia y Andrés Piquer manejaban su triaca, su julapium moscha- ium, su diascordio de Fracastor, la confección de alqucrmes, la de jacintos, la gentil-cordial, el bezoardico de curvo que aun vemos en nuestra farmacopea Hispana con otras varias de las formulas que he citado, sobre cuyo objeto pueden leerse todos los prácticos hasla principios de esle siglo. Yá veremos si alguna vez podemos tener alguna con- fianza en ellos porque nosotros no desechamos lo viejo por serlo, ni lo nuevo nos seduce. Asi es que observamos con disgusto que á Piquer le inspire confianza en la fiebre ma- ligna el bezoardico animal porque las partes espirituosas de la vivara ayudan á esjieler el veneno que es causa de la dolencia. Sería nunca acabar si fuésemos á recorrer uno por uno los remedios aconsejados para la fiebre, ó las fie- bres; bástenos ocuparnos de los que tienen una reputación sentada y notable influencia en la marcha del mal. 211. El sulfato de quinina fue uno de los descubrimien- tos mas felices de la ciencia. Los botánicos españoles me- recieron bien de la humanidad por habernos hecho co- nocer la quina, que la química estudió en todos sus ele- mentos. Los trabajos de Mutis, de la Condamine, de Ruiz y Pavón, Humboldt y Bompland, como botánicos; los de Forli, Gastclher. Werlhoff, Quarin, Pinel y de Breton- neau, Bouchardat y Alibert, Double y otros sobre el ob- jeto que nos ocupa; lo mismo que los descubrimientos quí- micos de Pelletier, y Caventou, de Vauquelin y Henrypara presentarnos el sulfato de quinina, son verdaderas épocas en la historia de la ciencia. Se vé, por algunos, en el sulfato de quinina casi un específico para la fiebre, admi- 534 nistrado en altas dosis; pero los resultados, dice Mr. B.ou- chardat, que se han obtenido no son ni bastante compro- bados, ni baslanle constantes para que se pueda adoptar esta practica como método general de tratamiento: solo en algunos casos escepcionales podrá tener lugar. Después que Double, Chomel, Magendi han demostrado sus pro- piedades febrífugas, se emplea el sulfato casi esclusivamen- te para combatir las fiebres inlermitenles con una seguri- dad que jamás he visto desmentida, aun en los casos en que yá se hubiese producido el infarto hepático y csplé- nico y aun el anasarca, ó hidropesía general. No es lo mismo en la fiebre continua; en ella es mas dudosa su eficacia apesar de todos los elogios prodigados por algu- nos, pero que no fueron comprobados por la experiencia. Mr. Jubiot acaba de presentar á la Academia Médica de Marsella una memoria sobre el lyphus de Crimea con cu- ya opinión me hallo completamente conforme por lo que respecta al uso del sulfato de quina; por lo demás sus ideas sobre el no contagio, y sobre la no identidad esen- cial del typhus y la fiebre typhoidea, he dicho ya, está muy distante de la mía, apesar de que respeto su talento ob- servador. Dice hablando de la therapéutica. «Espaciad las camas; ventilad mucho, desembarazad las salas y triunfa- reis del lyphus. La higiene domina toda la therapéutica. En cuanto al tratamiento propiamente dicho he empleado al principio con suceso los emeto-catarticos: después recurría á lodos los tónicos, vinos generosos, quina etc. Cuando la forma era periódica administraba el sulfato de quinina.» Hasla aqui me parece bien el consejo de Jubiot, pera no puedo ad- mitir que el opio> y la beladona convengan en la forma alaxica. En la forma adinámica, dice, usó del alcanfor. «Evi- 535 tad, advierte, sobre todo las emisiones sanguíneas.» Mr. Lhuillier, á quien yá hemos citado, dice también que el sulfato de quinina solo es útil cuando la fiebre typhoidea se acompaña de accidentes intermitentes de origen palu- diano. Pienso déla misma manera. La quina es, sin dis- puta, el primero de los tónicos, como los ácidos minerales el primero de los antisépticos: el sulfato de quina el gran recurso de las fiebres típicas y de las en que se notan exacerbaciones y remisiones notables. 212. MM. Bouillaud, Rostan y Grisoll se hallan encar- gados por la Academia de Medicina de Paris de ensayar el sulfato de quinina en la fiebre typhoidea que Mr. Des- vanoes considera como el específico de esta enfermedad en una memoria leida en la sesión del 16 de Agosto. Mr. Des- vanoes deduce las consecuencias siguientes de sus obser- vaciones sobreesté importante objeto. 1.a Que el sulfato de quinina es el especifico cierto de la fiebre typhoidea: 2.a Que con su sola administración la enfermedad se de- tiene y se cura: 3.a Que la duración del tratamiento no debe exceder de 12 dias: 4.a Que la convalescencia es muy rápida. Esperamos con ansia el dictamen de tan no- table comisión, y por nuestra parte adelantamos nueslro modo de pensar. En el gran número de fiebres que en es- te verano he visto y que por su rebeldía parecían mu- chas veces desafiar toda la therapéutica, he tenido lugar de ensayar el sulfato de quinina, pero no he adquirido el convencimiento de su especificidad. Cuando los enfermos presentaban la sequedad de la lengua ó gran sed, y gran postración, ó afección profunda del sistema nervioso he sacado ventajas del cocimiento de quina simple ó compues- to. He notado que cuando la fiebre presenta remitencias 536 muy notables con lengua húmeda y plana el sulfato de qui- nina es un poderoso recurso. No dudo de los buenos efec- tos del sulfato de quinina, al contrario lo considero un gran remedio en circunstancias bien medidas por el Profesor. Mas digo; aun veo al sulfato como la única ancora en cier- tas formas de la fiebre typhoidea como luego veremos. 213. Esle fuera sin duda el lugar de hablar de la ac- ción therapéutica de este especifico poderoso sobre el or- ganismo: acaso de esla discusión resultaría su especifici- dad en casos dados, y su inutilidad en otros, pero ya hemos dicho lo bastante al estudiar las intermitentes, (165) val deducir algunas proposiciones (174). Pero debo de- clararme en verdadera oposición con los que ven sus efec- tos irritantes, incendiarios, y arriesgados. En mi práctica jamás, ni una sola vez me ha faltado en las intermiten- tes, y son falsos todos, los exagerados perjuicios de su ad- ministración: falso que produzcan infartos hepáticos é hi- dropesías. Mis alumnos son testigos de mi fé al adminis- trarlo aun cuando los enfermos atribuían á este remedio sus hidropesías, y sus caquexias que cedían ante este remedio cuando subsistía la intermitente que era su causa. Citaré en prueba un hecho notable. El Sr. I). I. L. llegó á es- ta con una cuartana y atribuyendo al sulfato de quinina el abultamiento de su higado y de toda su abdomen, el edema de sus eslremidades inferiores y lodo su lamenta- ble estado. Le indiqué que únicamente ese mismo reme- dio podía salvarlo: al principio se resistió pero luego pu- do mas la confianza que mis palabras le inspiraban que sus prevenciones. El sulfato fué administrado con el aloes y el extracto de genciana, en fuertes dosis que el enfermo tomó bien é hizo que la primera accesión se retardase, 537 que no se presentase la segunda y continuando su admi- nistración, con la cuartana desapareció el infarto, y el anasarca. Esta digresión tiene por objeto desterrar la preo- cupación de los malos efectos de este poderoso remedio: lo que si importa mucho es que sea bueno, no adulterado y prudente, pero enérgicamente, administrado. Con estos antecedentes pudiéramos ahora hacer la siguiente pregunta, ó mejor proponer este problema. ¿El sulfato de quinina ejerce su acción therapéutica inutilizando, neutralizando, des- componiendo, eliminando la causa específica, miasmática, paludiana ó telúrica que produce las intermitentes, ó tie- ne su poder específico sobre el sistema nervioso que pier- de su susceptibilidad en ser afectado por ella ó adquiere la tolerancia á su maléfica acción, ó bien* enfin obra sobre la sangre modificando su crasis producida por la intoxica- ción? La resolución de este problema contribuiría á resol- ver la cuestión de la especificidad de esle remedio en las liebres typhoideas, y por su resolución debiera comenzar la resolución del segundo, á no ser que se quiera única- mente buscar la incógnita por la comisión en el campo ex- perimental al que llama Dervouves á la Academia francesa, pero el campo de la experiencia jamás contradice á la razón filosófica cuando se la halla: en la una ó en la olra de es- tas circunstancias debe buscarse la solución: yo por mi prefiriera hallarla en el exacto razonamiento que nos llevase al hallazgo de una. verdad nueva: de eslasolucion se pudieran deducir mil hechos prácticos; y de la esperimental solo dedugeramos hechos sobre hechos sin grandes consecuencias fuera de la experiencia pura, siempre, nobslante de gran- de importancia. 214. Diluyentes, refrigerantes, refrigeración. Debemos ocuparnos de ese mélodo que dala ya de muy antiguo, y que al parecer sostiene cierto prestigio aun entre los mé- dicos de mas nota. El agua es un remedio universal, que intus et extra baña al enfermó, le limpia y le depura, y que tiene á primera vista un parecido con otro mélodo em- pírico de que ya he hablado (CVll) y del que no voy á ocuparme: voy á hacerlo déla humectación, de la re- frigeración, adoptadas, elogiadas por médicos muy respe- tables, y que en gran parte hace ó constituye, sino la base de los diversos tratamientos,"el ausiliar de lodos. No es nueva la idea de la abundante refrigeración por el agua fria, y era natural que deduciéndose un gran nu- mero de remedios que el arle aplicó en su origen y la ciencia aprobó después de los apetitos y deseos instintivos de los enfermos, el agua fresca ocupase un primer lugar en una enfermedad en que hay regularmente esceso de calor y sed morbosa, que si bien es cierto no apaga el agua, consuela por un momento. Asi vemos que el enfer- mo que delira con fuentes, que pide con insistencia agua fria, la desecha luego, y no halla el gusto y el consuelo que esperaba: esta sed es morbosa, no es la instintiva fisiológica. Pero sea de esto lo que quiera los enfermos piden agua; y á veces solo con agua se curaron; de aqui el que sea muy antiguo este mélodo. Hipócrates, y todos los que egercieron la medicina en los países calientes vie- ron con preferencia esa fiebre que llamaron ardiente por- que viene combinada, ó afecta con especialidad el siste- ma hepático, era la calentura biliosa de Stoll, y recomen- daron el uso del agua fria, si bien Hipócrates cree que el elemenlo bilioso la vuelve biliosa. En el cólera-morbo, typhoidea asiática, hay una sed inestinguible ¿qué sucede? 539 que el enfermo la llega á repugnar; tiene sed, pero no quiere beber, y la espulsa por el vómito. Galeno dice que en las fiebres continentes hay dos remedios, detractio et polio frígida. Alejandro Traliano piensa de la misma ma- nera y quiere que después de sangrar, y si no se puede sangrar, de todos modos se refrigere, que se hume- dezca, que se atenué, et tune audacler aquam frigidam ex- híbelo: pero nos advierte que no se dé el agua fria si no hay señales de cocción, si el enfermo está muy pobre de fuerzas, si hay que temer la septicidad. Lo mismo piensa Pablo .Egineta, y el" mismo Celso, que la aconseja hasta saciar, aqua frígida bibat eliam ultra satietatem. Los médi- cos árabes abusaron dáudola sin regla ni consejo, no res- petando el tiempo ni la cocciou. Nuestro Piquer, después de presentar sus razonamientos sobre el modo de obrar del agua fria dice, que si la dieta aqüea merece el nombre de remedio será de aquellos cuyo uso es lan peligroso como los mayores males. También esto me parece una exagera- ción, pero era asi preciso decirlo en un tiempo en que los médicos se hicieron partidarios de los árabes y daban motivo á las sátiras y díatrivas del Dr. Sangredo, y de los médicos del agua. Federico Hoffman dice que en la fiebre ardienie, aqua; frigidee polio, á veleribus eximie cól- laudata, heroicum hoc in morbo et magna; eficaiia; est re- medium. Aconseja la prudencia y circunspección en su uso, y que en la fiebre colérica es un gran ausilio. Es Hof- fman un acérrimo partidario del mélodo humectante bajo diversas formas y sus preceptos médicos eslán Henos de útiles consejos. José Frank teme con razón el uso del agua fria en el typhus tanlo interiormente como en apositos, y ya veremos que casos reclaman el frío sobre la cabeza y 5.Í0 que precauciones exige: pero al citar á Han y Theden, que aconsejaban el agua de pozo en la fiebre nerviosa se hace partidario de Wight y Currier proclamadores de las lociones y aspersiones del agua fria en las calenluras ner- viosas, con tal que se pesen con madurez las diferentes circunstancias que reclaman su uso: ya veremos cuales son. 215. Se ha colocado al frió, diceRoslan, entre los reme- dios antiflogísticos. Según su grado, su modo de aplicación y la duración de su acción el frió produce sobre el orga- nismo efectos enteramente opuestos, su virtud es cierla- menle debilitante. El frió, dice, en otra parle, aunque es esencialmente fortificante no es de ningún modo conveniente sino en el estado fisiológico.» El frió siendo la negación del calor no puede fortificar, no puede ser tónico, es de- bilitante en su esencia, y si tiene esa virtud de corrobo- rar, no se debe asimismo sino al organismo que rechaza su acción: seamos siempre exactos en el lenguage. Mr. Re- camier combatía la forma atáxica adinámica con las irri- gaciones de agua fria sobre la cabeza mientras algunos minutos. El agua fria ó libia en afusiones sobre todo el cuerpo y especialmente sobre la cabeza, ha sido muy pro- clamada. Este tratamiento no solo lo juzgamos inútil sino perjudicial. Monneret dice, que se podrían reemplazar las afusiones frías por algunas prácticas de la hidroterapia di- rigida con prudencia por una mano experimentada. Tam- poco creo aceptable esta indicación de Monneret, pero sí admito la importancia de la dilución de los antiguos; be- ber, humedecer mucho es siempre muy conveniente. Piorry es de esla opinión y con él lodos los médicos prácticos cualquiera que sea la forma que represente la cufermedad, y acomodando la cualidad del liquido á la forma que sé 541 combate. Enfin, Mr. Lhuillier advierte que la medicación por el agua fria ha producido algunas veces buenos re- sultados substrayendo el esceso de calor, y oscilando las funciones de la piel. El D. Hervieux ha usado del hielo interiormente en pequeños fragmentos sobre todo en los vó- mitos rebeldes, pero no cree comprobada la utilidad del baño general. ¿Como es posible sumergir á un enfermo con los sintomas de una verdadera fiebre en un baño general? 216. Refrigeración. Quiero consignar á parle mi opi- nión sobre la refrigeración craneal, porque proclamado esle método con elogios escesivos, seduce y compromete al enfer- mo y al profesor. Sería preciso conocer exactamente las leyes de la propagación del, calórico en los cuerpos vivos que tan bien han estudiado Dresprelz y Pelletan. No nos ocuparemos de ellas, pero diremos sí que existen en el or- ganismo fenómenos que demuestran la existencia de cor- rientes caloríferas independientes de las leyes de la calorifi- cación fisica, y que se hacen muy notables en las personas nerviosas y en diversos estados patológicos. No pudiéramos presentar con mas claridad ni tan bien como Lepellctier las precisas nociones que en este momento nos importan. «Los efectos Mierapéulicos de los refrigerantes locales, em- pleados bajo el titulo de revulsivos han ocupado yá mu- cho á los médicos observadores en todos los paiscs y en todos los tiempos. Fijándonos sobre su uso en una de las enfermedades mas graves del hombre, en la encefalitis, si abrimos los archivos del arte para consultar los resulta- dos y las opiniones sobre este objeto vemos al lado de grandes curaciones, los efeclos mas evidentemente funes- tos, y en lugar de la confianza y de los elogios mas cs- presivos, las criticas, el abandono esclusivo. Nosotros ha- 73 542 llamos mas bien en el defecto de conocimientos relativos á la teoría de la refrigeración orgánica y en la irregula- ridad de su empleo, las causas de estas desidencias y de estas opiniones entre prácticos igualmente habites. Antes de poseer los unos, antes de efectuar el olro según reglas positivas, hemos aplicado los refrigerantes frecuentemente con suceso, algunas veces con perjuicio: ilustrado por la experiencia y el razonamiento eslas aplicaciones nos han parecido constantemente favorables, y algunas veces mara- villosas en sus efeclos. Para comprenderlas bien y para asegurar su éxito volvamos al principio fundamental. Todas las veces que un refrigerante muy enérgico se halla sobre una de nuestras partes sensibles y que esla aplicación es pasa- gera no tardan en presentarse dos fenómenos importantes: 1.° La aceleración de las corrientes caloríferas de todos los puntos hada el lugar de la refrigeración: 2.° La acumula- ción de una cantidad mas ó menos considerable de calor en esle mismo sitio. El primero de estos efectos es produci- do por la diferencia considerable que se establece instan- táneamente entre la temperatura de la parte sometida á la experiencia y la de otras divisiones del organismo; el segundo por el defecto de sustracción del calórico supera- bundantemente dirigido hacia esta parte habiendo sido sú- bitamente suprimida la causa refrigerante, no pudiendo de- tenerse inmediatamente la impulsión de las corrientes calo- ríferas determinada por la acción momentánea de la re- frigeración. Cubriendo inmediatamente el cráneo con el hielo en la carrera de una encefalitis, suspendiendo estas influencias locales algunas horas para volver luego á ellas, se determina la actividad de las corrientes caloríferas pre- cisamente hacia el encéfalo y por consiguiente la acumu- 543 lacion del calor en este órgano. Estos dos resultados, con- trarios á los que se quieren obtener, producen también la irritación y hacen algunas veces mortal una flegmasía que hubiese sido posible curar evitando estas perjudiciales in- fluencias: con tan graves inconvenientes el uso del frió no debiera jamás entrar en la therapéutica médica y compren- demos actualmente los motivos de aquellos que lo han en- teramente proscripto. Nobstante esta esclusion no está fun- dada, porque parte de falsos hechos y se funda sobre nn vicio de aplicación. Dos circunstancias principales hacen el efecto de la refrigeración perjudicial: 1.° Su influencia de- masiada repentina: 2.a Las intermitencias de su acción: es necesario evitarlas y este medio poderoso conservará todo su valor. Ved aqui las reglas invariables que es necesa- rio seguir en todas estas medicaciones: 1.° Graduar insen- siblemente la disminución de la temperatura del refrigerante en su aplicación; 2.° Continuar éste mientras toda la en- fermedad sin ninguna interrupción ni aun momentánea; 3.' Elevar por grados inapreciables esta misma temperatura cuando deba suspenderse la acción del refrigerante. Asi en los primeros momentos de la aplicación deberá emplear- se con intervalos de una á dos horas, según la disposi- ción del sugeto, el agua á la temperatura de la atmosfe- ra, el agua de pozo, [a nieve, el hielo, continuar esle mien- tras toda la duración del tratamiento, y en los últimos ins- tantes de esla aplicación, cambiar progresivamente con los mismos intervalos en la transición del hielo á la nieve, al agua de pozo, y al agua de ordinaria temperatura pa- ra suprimir después esta aplicación. Procediendo asi las corrienles caloríferas no se activarán peligrosamente para los órganos flogoseados y al contrario estos esperimcntau- 5 í i do uu refriamiento lento y graduado, caerán en un estado de torpeza, de adormecimiento que disminuirán y parali- zarán frecuentemente los esfuerzos destructores del movi- miento inflamatorio. Cuando este enfriamiento profundo se haya obtenido es únicamente cuando debemos contar los felices efectos del medio que indicamos; y por la continui- dad igualmente de este estado es como se puede garantir su ulterior eficacia sea para impedir la invasión de una flegmasía, sea para combatir una inflamación ya existente. Los principios y las reglas que acabamos de establecer son aplicables á todas las modificaciones higiénicas y therapéu- ticas del frió sean locales, sean generales: ellas nos diri - giran siempre con discernimiento y suceso asi en el tra- tamiento de una diátesis de los ligamentos, de una enlor- sis, como en una cefalitis y en una asfixia por sumersión. Nos esplicarán también, en el primer caso, los inconve- nientes positivos de una refrigeración egercida sin medida. y sin razonamiento; en el segundo, los peligros inminentes de una acumulación de calor demasiada prontamente efec- tuada, pero eu una y olra circunstancia, los funestos efec- tos de las corrienles caloríferas mal dirigidas, y su influen- cia, como maravillosa, cuando se hallan sometidas á le- yes mas naturales y mas fisiológicas.» Es tan difícil la exac- ta y esmerada refrigeración que casi optamos por su aban- dono. Está nobstante indicada en la verdadera cefalitis en la intensa enteritis, y no se crea que estas enfermedades son nuestra fiebre, ni aun la fiebre atáxica, ni la fiebre cerebral de los AA.; nó. Aquellas son verdaderas flegma- sías cerebrales ó intestinales que nada tienen que ver con la afección encefálica que acompaña ta fiebre y que tiene, un carácter propio no verdaderamente flogístico. Hé aquí 545- la causa de los sucesos graves que acompañan la refrige- ración en esos estados encefálicos que vienen en la fiebre, en la que este medio trae graves inconvenientes. Pero cuan- do bajo la influencia de fuertes insolaciones, de intensas pasiones de animo escitanles en sugetos robustos, ó de un ejercicio inmoderado de las funciones intelectuales se presen- la la encefalitis con intenso calor general, ardor en la cabeza, sopor, ó delirio, gran dolor de cabeza, ó aturdimiento do- loroso, y olios siniomas que indican la flogoris primitiva de esta viscera, ó secundaria bajo una influencia flogislica, entonces está indicada la refrigeración. Broussais la acon- seja, y con el lodos los que hablaron de la verdadera ce- falitis. Pero se requieren tales condiciones en su adminis- tración que es muy difícil llenarlas. Muchas veces usé esle medio; en solo dos casos reconocí su importancia: en otros vi sus malos efectos sin duda por esa dificultad de soste- ner constantemente la misma temperatura, á veces, por muchos dias. Observé que la suspensión de la refrigera- ción por el hielo, por solo minutos, había producido gra- ve recrudescencia en el mal y que esle suceso se atribuía al remedio. El agua fria es siempre perjudicial porque no se puede casi sostener en un mismo grado su temperatu- ra: en el uso del hielo hay el punto del completo deshielo para mudar la vogiga en que debe hallarse contenida y fi- jarla como un gorro sobre el cráneo. El olvido en que ha caido este método prueba bien que sus resultados no han correspondido á las esperanzas, acaso por la dificultad de su prudente uso, y porque se ha aplicado á enfermedades que no eran verdaderas cefalitis. 217. Espectacion. Parecerá estraño que dediquemos un articulo á un medio que no puede llamarse tal y que mas bien parece ser la negación de todos los métodos. Pero no es asi: hay gran diferencia entre el no hacer nada y ser triste espectador de la muerte, y el saber compren- der cuando se debe ausiliar suavemente sin turbar salu- dables y benéficos esfuerzos. No se necesita menos cien- cia para conocer cuando se debe estar quieto poniendo al enfermo á un régimen sencillo y bajo ciertas condiciones que para apreciar los momentos en que se debe obran Es posible, es frecuente un plan científicamente especiante, pero no puede haber una doctrina especiante, porque sería la nulidad. Cierto es que á'veces la ciencia es tímida y Ja ignorancia osada, pero nuestro Hipócrates clasificaba ya estos dos estremos: timidilas equidem impotentiam, audacia vero ignorantiam artis significat. Puede convenir á veces en la fiebre que el Médico se limite á observar, á espe- rar el momento de obrar, contentándose con la dilución y el régimen- esto es muy cientitico, muy prudente y ne- cesario; pero si esta reserva es la inacción, la duda, la perplegidad ó la ignorancia, esta conducta debe juzgarse de muy diversa manera, porque la nulidad no es del arte, es del profesor. Por lo demás en la duda filosófica la ra- zón dicta nuestra conducta, la observación, la especlacion prudente. Y la razón la dicta igualmente cuando el me- dico observador cree á la naturaleza poderosa y capaz de vencer el mal con poco ausilio del arte; por esto Hipó- crates quería que no la turbásemos en la proximidad á las crisis. Qua; judicantur et judicata sunt integre, ñeque mo- veré nec novare oportet, nec medicamenlis, nec alus irrita- mentís, sed sinere. No por esto deja de aconsejarnos el mé- todo activo en dadas circunstancias: ad extremos morbos exacte extrema) curatíones óptima; sunt. Muchos han sido, en 547 antiguos tiempos y en la moderna época, los que han acon- sejado el método especiante en las fiebres y bastaría leer á Hoffman para convencernos de que es uno de los pro- clamadores de esle medio de curación. Se fundan todos en las leyes de la naturaleza, son todos aulocráticos, pertenecen al mas depurado naturismo de Hipócrates. Y notes;1 de paso que también en therapéutica no hay doctrina que no vaya ó no quiera buscar á Hippócra- tes en su apoyo; los especiantes, como los jugu- ladores; los solidistas como los humoristas, y los vi- talistas. ¡Tanto es lo que este sabio Griego dice en sus obras! Oigamos á Hoffmann; pero no sea sin advertir que no podemos admitir las consecuencias que deduce de los hechos observados (LVII) pues que si fueran bien de- ducidos echaríamos mano de aquel sabio consejo de nues- tro oráculo griego; Dúo sunt enim scienlia et opinio, quo- rum altera quidem scire facit, altera vero ignorare. Coeterum res sacra; sacris hominibus demonslranlur: profanis id fas non est priusquam scientia; orgiis inilientur. Dice Hoffmann «Que muchos, especialmente plebeyos, labradores, y los que usan de simples alimentos, y gozan de mas tranqui- lidad de espíritu se curan de las fiebres agudas, aun muy graves y malignas y pestilenciales, sin ningún medicamen- to, y sin el artificioso ausilio del médico, con solo la absti- nencia, la quietud, la igual temperatura, segura y feliz- mente por sola la energía de la naturaleza, y de las fuer- zas de su organismo, y mucho mejor y con mas seguridad que los ricos y los poderosos que se valen de muy afa- mados médicos y de sus preciosos arcanos.... tam evidens et notum est, ut nulla juanee egeat probaíione. Se apoya en la opinión común y en la opinión de Hippócrates cuando 548 dice que la naturaleza es la uiejor mcdicalriz de las enfer- medades, y en Galeno que asegura, como nosotros lo admi- timos que, sine ejus auxilio eliam medicus nihil solidi pres- tare possit. Pero á Hoffmann le contestaremos que deja- mos ya sentada la razón por que las liebres son mas gra- ves en los ricos y en los hombres de ciudad que en los proletarios y labradores: en aquellos toma la faz atáxica; el cerebro se afecta con mas decisión y la enfermedad es mas grave y los recursos de la ciencia menos eficaces se- gún hemos dicho en otro lugar, y aun lo veremos mas claro: en estos, adquiere mas bien la forma adinámica, el cere- bro y nervios no loman una parte lan activa en la escena, y los recursos de que el Médico dispone tienen mas ener- gía. No es, pues, la causa de este hecho, que no nega- mos, el método especiante, ni el mélodo activo sino las circunstancias del enfermo. Si fuera cierto el aserio de Hoffman, el edificio de la ciencia práctica se desmo- ronaría: por esla razón he proclamado el principio de Hi- pócrates: á los profanos, que no están en caso de hallar las causas de los fenómenos observados, no se le debe de iniciar en ellos por lemor de que deduzcan contra la cien- cia. El mismo Hoffmann hablando de las fiebres epidémi- cas vuelve á confirmar que es partidario de la medicación especiante. Nos aconseja que en el uso de los medican) cu- tos tengamos siempre presente este axioma: nunquam vali- diora commovcntiá et volatilia, emética, purganlia, diurética nec non sudorífera uimis spiriluosa et expeliendo, esse pro- pinando. Nihil enim vi et impetuosé hoc in morbo agen- dum, in quo natura; quam máxime viget opus, cui omne nimium inimicissimum, tempérala vero et moderata amicis- suna. Nobstante con su agua de escorzomera, sus bebidas nitradas y sus diluyentes usaba sus polvos benzoárdicos, su alcanfor, y sus polvos cordiales. Baglivio aconseja lo mis- mo que Hoffman: he aqui la razón porque juzgué digno de un articulo especial la especlacion que será para no- sotros una palabra sinónima á simplicidad en los planes. Pocos remedios son necesarios,-dice, para curar los males si son curables; si no lo fuesen, con Jos remedios se de- bilitan Jas fuerzas con peligro del enfermo: los remedios inconvenientes estenuan las fuerzas digestivas y se engen- dra nuevo mal. También Baglivio era partidario de la me- dicina simple, y algún tanlo espectador porque también pertenecía al autocralismo fisiológico, como lo acredita en las siguientes palabras. Parcat igitur ignarum vulgm; par- cant et Medid tanlis remediorum formulis: nam scepissime quies lecli et quies á negotiis, ipsaque demum á remedís abstinencia morbum jugulat, quem usus illofum frustra- neus magis exacerbaren No se crea por esto que este ce- lebre médico que tanlo ha contribuido á los verdaderos progresos de la ciencia substrayéndola del imperio del es- colasticismo y colocándola en el verdadero campo de la observación razonada, (LV.) desconociese el poder de la ciencia, ni fuese un mero espectador: fué si un verdadero, un prudente observador. Contra mortis imjierium, dice, nil valet habilu mar lio incedere; nec contra morborum vio- lenliam, terrore dispulationem pugnare; sola remedia sanant, et ubicumque scientia; substíterit infirmitas, sola remedia pondus et majestatem cjusdem reslituent. Harveo, que tiene un Iraladito sobre este objeto, quería que los médicos hi- ciesen poco ó nada y si solo observar á la naturaleza. Ya Sydenhan reprobaba la grande abundancia de remedios. Nuestro Andrés Piquer nos dice su opinión con palabras 7i 550 muy marcadas. «Y si yo hubiera de decir cual de los dos eslremos es el peor, siempre tendría por mucho mas per- judicial al linage humano la opinión de los que todo quie- ren curarlo con muchas y repetidas medicinas, que la de aquellos que no quieren que se use ninguna.» Asi habla Piquer tratando de la curación de las calenturas ardienles. 218. La nueva época de la ciencia se distingue tam- bién por la simplicidad de los planes curativos. Los exa- gerados clamores de la escuela fisiológica contra los Ióni- cos, y estimulantes en las fiebres, contribuyó sin duda á dar á estos medicamentos el valor que deben tener, y que prodigaba con esceso el brunismo. José Frank clama- ba contra el abuso que se hacía por los partidarios de Brown de los estimulantes, y en sus fiebres nerviosas, que son las verdaderas typhoideas simples, aconseja que se siga el ejemplo de Celso, que si la enfermedad sigue tranquilamente su marcha regular, debe el médico limitar- se al régimen diatético y á un tratamiento prudente de los síntomas, no recurriendo sino lo menos posible á las preparaciones farmacéuticas. Cuando habla del typhus, nuestra fiebre grave por causas endémicas, ó locales in- tensas, pregunta si se debe abandonar su curación á la naturaleza, y apoyándose en autoridades de mucho valer nos espresa en estas palabras, yó no se si su poca fé en los remedios, si su aulocralismo. «Estando constituido el typhus de tal modo que debe seguir una marcha poco mas ó menos determinada y siendo poco eficaces nuestros esfuer- zos contra él, los médicos instruidos por la experiencia, han establecido de común acuerdo, que el tratamiento de esta enfermedad (con tal que tenga una marcha sencilla y regular) debe abandonarse á la naturaleza.» Apoya su opi- 551 nion en Ramazzini, en Slork, en Horn que dice «regular- mente nuestros enfermos de calenturas nerviosas no toman ningún medicamento.» Reproduce Frank el argumento de Hoffmann comparando las curaciones de los pobres. Lo hemos dicho yá muchas veces; todas las deducciones saca- das de la estadística, son falaces cuando las comparaciones no son exactas, y los hechos que se comparan no son idénticos. Es lamentable, pero es preciso decirlo. Todos los métodos buscan su apoyo en los resultados, en los suce- sos, en las comparaciones, en los números de una estadís- tica rigurosa; todos; el antiflogístico, el tónico-escitante, el de la refrigeración, el de los purgantes, y hasla el de no hacer nada tiene sus prosélitos y-su estadística. Boui- llaud piensa que después de su fórmula de las sangrías, cuando los sintomas typhoideos se presentan yá claros y manifiestos, también conviene especiar, no hacer nada. Veamos como se espresa hablando de su entero-mesenteri- tis typhoidea, que es, como ya hemos visto, nuestra fie- bre. «Me refiero, dice, á mi clínica médica por lo que respecta á los detalles de los diversos medios curativos, de los cuales ninguno posee por si mismo un poder cu- rativo enérgico, pero de los cuales algunos, como la dieta, y las bebidas refrigerantes son auxiliares y ayudas indis- pensables del método principal, es decir, de las emisiones sanguíneas. Pero cuando, por falta de un tratamiento con- veniente, la enfermedad ha llegado al momento en que comienza el predominio de los fenómenos typhoideos pro- piamente dichos ó sépticos, sin qne la fiebre haya por otra parte cedido, y que no es yá tiempo de recurrir á las emisiones de sangre, la experiencia nos há hecho re- conocer que es mejor limitarse á los simples auxiliares 552 indicados que emplear esle aparato de medicamentos es- citantes tales como el vino de la Madera, de Málaga, el acelato de ammoniaco, lan alabados y preconizados aun hoy por algunos prácticos poco habituados á la.rigurosa observación y á la apreciación exacta de diversas medica- ciones.» Esta critica de Bouillaud no es justa y rebaja sin fundamento, ó lleva á rebajar opiniones muy respetables que optarou y optan hoy por un plan moderadamente tó- nico en las circunstancias de la septicidad y de la ataxia, como puede verse en el párrafo que tiene por objeto la apreciación del método tónico. ¿Por qué Bouillaud se ha de creer poseedor único del don de observación, y ser el ri- guroso apreciador de los hechos? Nunca perdono, y mucha menos á hombres como Bouillaud, la amarga critica con- tra reputaciones que están muy altas; no es digno; no es justo. No se queje si á él se le juzga con acritud porque nunca falta, quien vengue las injusticias como vamos viendo desde Brown, Pinel, Broussais, Rostan, Chomel, y yá las su- fre el mismo Bouillaud. ¿Quien vé mejor? La historia contes- tará. Mr. Andral en su clínica médica manifiesta cierta descon- fianza en la therapéutica de la fiebre typhoidea, y aconseja se deje á la naturaleza toda su fuerza por un método espec- iante para que pueda espontáneamente efectuar la resolución de la enfermedad, que es muy diferente que procurar por nuestras medicaciones una reacción enteramente artificial que si unas veces es útil, otras no tiene ventajas, ó es per- judicial. Tiene razón Andral, pero sus palabras no dejarían de darnos mucho que decir si quisiésemos comentarlas. La palabra naturaleza, y la palabra resolución de la enferme- dad en su boca son destellos de un autocratismo, al pare- cer, ridiculo en el siglo XIX. Nobstante nada mas cierto.. 553 Véase sobre esla materia las diferentes apreciaciones que llevo hechas de la palabra Naturaleza (CXVI) qu* desde Hipócrates viene admitiéndose como una palabra sacramen- tal, y ante la cual los mas delirantes sistemáticos humi- llan su ciencia. Ya veremos en nuestro método razona- do comentada también la palabra resolución (219) que en la fiebre es menos aceptable que en las verdaderas inflamacio- nes, pero siempre una verdad. Enfin Monneret fija en su justo valor la acepción de la palabra espectacion. «La espectacion tomada en un sentido absoluto no ha sido ja- más puesta en práctica por nadie. No hay ua médico que quiera condenarse á la inacción ante una enfermedad en cuya carrera sobrevienen tantos accidentes variados. La espectacion tal como la entiende un sabio practico es un método que puede hacer los mas grandes servicios. Con- viene al principio de la enfermedad cuando esta no pre- senta sino una débil ó mediana intensidad,, y cuando sigue regularmente su marcha. Asi es que la espectacion y el metododo racional deben venir á la ayuda del médico que no está ligado sistemáticamente á una medicación esclusi- va. Y es bien injusto que se haya denominado patholó- gia pigrorum la medicina especiante. Tomado en el sentido que le hemos dado, no hay método alguno que exija co- nocimientos mas estensos, ni una observación mas minu- ciosa y mas molesta. ¿La espectacion no es el único tra- tamiento posible al principio de las fiebres typhoideas que simulan entonces un embarazo gástrico, una fiebre biliosa, ó un simple cansancio, ó en Tos pródromos de los exante- mas?» Tantas opiniones que sostienen y proclaman el mé- todo espectante deben estar fundadas en la práctica de todos los sistemas, porque Hipócrates y Celso, Galeno co- 554 mo Boherave, Hoffman, como Stoll, Pinel, como Broussais, Rostan, como Bouillaud, y Andral, y Monneret, y Gri- soll y vitalistas y humoristas, y solidistas y esencialislas, y localizadores, todos mas ó menos proclamaron el aulo- cratismo de la Naturaleza y su escelencia en la curación de sus fiebres typhoideas, y de sus typhus. /Gloria á Hipó- crates protagonista sabio de la doctrina de la Naturaleza que es la Doctrina del organismo viviente con sus pro- piedades, sus fuerzas y sus leyes! 219. Tratamiento razonado de la fiebre.—Proclamamos el razonamiento y la experiencia en asunto tan grave, y al parecer tan difícil; que eslo mismo que si digesemos: el problema clínico, que es el problema therapéutico, está re- suelto por la razón y la experiencia estandolo el patogéni- co. Todas las fiebres cualquiera que sea su denominación son la consecuencia de un agente tóxico, de un miasma, de exalaciones sépticas animales ó vegetales, que se en- gendran ó producen en el individuo, ó vienen de afuera. De esta verdad responde una unánime opinión, la historia, y una severa lógica de todas las edades, como dejo pro- bado (90 y sig.) Será siempre, pues, nuestro objeto ven- cer la causa eficiente y destruir sus efectos para que la enfermedad se disipe, se resuelva. Se habla mucho de re- solución, resolutivos é yo creo que no se comprende por todos bien el significado de estas palabras que casi única- mente se circunscriben á las inflamaciones flegmonosas. La resolución es un verdadero tránsito del organismo del esta- do de enfermedad al estado de salud; que siempre es len- to y que constantemente el médico procura. Este fenó- meno que tan claro se vé en las inflamaciones esternas, que tan bien se presiente en las internas es un suceso nc- 555 cesario en todos los estados mórbidos. En la fiebre la resolución tiene lugar cuando la causa eficiente dejó de obrar ó cuando el organismo se resistió y vuelve á sus condi- ciones normales, porque resolverse una enfermedad es per- der las condiciones mórbidas y adquirir las fisiológicas: por esto se resuelve un lumor, un flegmon, una inflamación, lo que no sucedería si la parte conservase sus condiciones mórbidas. Hé aquí porque son medicamentos resolutivos el hielo, el calor, los fomentos aromáticos, las cataplasmas emolientes, la quina, las evacuaciones de sangre, según que la enfermedad reclama uno ú otro de estos remedios para perder sus actuales condiciones, es decir para sanar. Pero dejemos esta digresión. 220. Dejamos sentado (113) que Ires periodos tiene, por lo regular, la fiebre primitiva, dos la secundaria. El primer periodo de la fiebre primitiva es el de incubación, semejante en todo al que se observa en las erupciones va- riolosa, morbilosa etc. y caracterizado por la reacción del organismo; en el que ningún síntoma anuncia la causa que lo promueve, ó á lo menos no corresponde á su natura- leza, porque esle periodo es puramente flogístico, pura- mente de acción, de resistencia orgánica mas ó menos in- tensa. Pero no se olvide lo que hemos dicho ya; este pe- riodo no se presenta siempre en las grandes epidemias, en los intensos typhus; pero es lo común en la fiebre de mediana intensidad. Tampoco se nota cuando la causa obró poco á poco y en constituciones depauperadas. En el nú- mero 1.0 de la sala de Clínica médica empieza á conva- lecer un enferma que entró con esta fiebre, sin calor, sin sed, sin sequedad de la lengua, con abombamiento de ca- beza, lengua crapulosa, abatimiento general, lentor de dien- 556 tes, temblor en las manos y la lengua, pulso pequeño, débil, muy frecuente. Se había muerto su muger de la liebre, y tuviera dos hijos con la misma enfermedad. Se sintiera cansado pero fué permaneciendo en pié hasta que no pudo mas. Ningún fenómeno reaccionario presentó en su principio, y la fiebre lomó el carácter grave con me- teorismo, postración, sequedad de lengua, soñolencia, sub- delirio. Su edad de 60 años, de pobre clase y pobre tem- peramento: el plan tónico le salvó. Nobslante en el mayor número de casos hay resistencia orgánica y se reacciona el organismo anunciándose por la calentuia. En sugetos jóvenes conviene la sangría si es el pulso fuerte, frecuente y dilatado ó contraído, ó las sanguijuelas á las márgenes del ano si hay temor de congestiones en el sistema gaslro- hepático. La sangre no presenta costra flogislica por lo re- gular. Las evacuaciones pueden repetirse si se temen con- gestiones cerebrales ó pulmonales. El gran pensamienlo del Médico en esle caso está formulado en las palabras ya es- critas: moderar sin apagar: si no hay que moderar, res- pelar. Mr. Bouillaud con su fórmula apaga, no respeta: sin duda le mueve á ello y al uso inmoderado que hace de la sangría aquella sentencia de Primirosio, melius est fc- brem immutare in cronicam, quam ut homo ante coclionem pereat. Este precepto puede ponerse en práctica en la ca- lentura verdaderamente angio-tenica, ó en su angio-car- ditis primitiva. Nosotros ya sabemos á que atenernos. No veremos la costra flogista en esta calentura inflamatoria, pero si alguna vez se presenta, no hay que dejarse en- gañar porque es producida por la misma intensidad de la reacción. En el número 24 de la sala dioica tenemos á un joven convaleciente. Entró en lal estado que tuvieron que traerlo dos hombres. La calentura era moderada, el abatimiento grande, la lengua con espesa crápula y seca, intenso lentor en los dientes, gran sed, gran sensación de mal eslar, pero le afligía mucho un dolor agudo al cos- tado izquierdo, con respiración frecuente, ninguna tos. Dige á mis discípulos «no creo haya pulmonía, ni pleuresía, pero sí existe algo de eslo trae el carácter typhoideo.» Una sangría de 3 á 4 onzas para demostrarlo. Nada de costra flogislica, ni color vivo de la sangre, ni retracción de coagulo. Siguen agravándose los siniomas typhoideos. Ninguna evacuación mas de sangre: los antisépticos, y un vegigatorio al costado. Ningún alivio: siguen los sintomas: peoría: la misma prescripción: cocimiento de quina, bebi- das acidulas, mistura de crémor: curación del cáustico. Rápida mejoría, y pronta convalecencia. Si hubiésemos san- grado mas, la enfermedad á lo menos no hubiese termi- nado lan pronta y felizmente. 221, En este mismo periodo, cuando la lengua está blanca, crapulosa, y por poco que temamos el aparato gástrico, sea saburral, sea mucoso ó bilioso, conviene dar al enfermo pequeñas tomas de crémor de tártaro, ó bien sea una mistura con esta sal con algún jarave, que puede ser el de ruibarbo, ó el de hipecaquana, ó el de allhea y una agua aromática, la de azar ó melisa. Con este método y los diluyentes debemos esperar ó el ven- cimiento de la causa del mal, ó la presentación de los sin- tomas typhoideos. Y es preciso advertir que en este mo- mento tratamos de la verdadera fiebre aun en su periodo de mayor ó menor reacción. Puede muy bien ser, que en esta misma época esté indicado el emético, ó el emeto- calarlico por mas que estemos convencidos que la enfer- 7o 558 medad es typhoidea, porque los enfermos, bajo protestos de debilidad, en los primeros dias comen sin apetito, ó ver- daderamente lo tienen, y las saburras gástricas complican el mal. No hay que temer tanto al emético como lo creyó Broussais, pero tampoco lo creo preciso con la frecuencia que lo administraba Stoll. Los enemas emolientes, y algu- nos sinapismos completan las indicaciones de este periodo, que en la fiebre primitiva apenas dura el primer septe- nario, pues á los 4, 6 dias, y á veces antes, la reacción se rebaja, la lengua se seca, el lentor de los dientes prin- cipia, el enfermo se abate, se siente mal, y todo anuncia un nuevo estado, el verdadero estado typhoideo. 222. Este segundo periodo de la fiebre primitiva es- porádica, ó endémica, ó epidémica de mediana intensidad, es el primero en la typhoidea intensa, en el mayor nu- mero de casos de la typhoidea epidémica, ó de los typhus intensos, y por consiguiente es en el que la causa séptica ó typhica présenla su acción: es el principio de la enfer- medad, es la enfermedad de que tratamos. Periodo de gran interés en el que deben resolverse todas las cuestiones gra- ves de su patogenia, sus efectos, sus lesiones en el orga- nismo, su therapéutica. ¿Y podrá ocultárseles su gravedad, su importancia, su íntima naturaleza á observadores tan eminentes como Broussais, Rostan, Mr. Luis, Chomel y Bouillaud cuando no se le ocultó á los antiguos prác- ticos de la ciencia? No. Por esto es que apesar de que vieron sintomas flogisticos en el primer periodo en el ma- yor número de casos, vieron después también el esíado séptico, Aqui tenemos que hacer una advertencia muy esen- cial, y que quisiéramos se comprendiese bien. La causa séptica, ó llámese typhoidea, produce verdaderamente dos 559 clases de irritaciones, si tales pueden llamarse exactamente: Ja una es esa reacción primitivamente flogistica cuando aun la influencia miasmática no desarrolló su acción, y por consiguiente este estado flogístico no toma el carácter de la causa que la promueve: la olra es un estado orgánico especial que simula las irritaciones, que engaña á los poco observadores, á los prosélitos obstinados de la doctrina de la irritación, y á los que se hallan dominados por un esclusivismo absoluto. Parecerá esto confuso, y voy á po- ner un ejemplo. Que se clave una espina empapada en pus sifilítico, ó de otra cualquiera clase ¿cual es el pri- mer efecto? sin duda la irritación producida por el cuerpo estraño; una inflamación verdadera, que seguiría su mar- cha con su misma naturaleza si después de ella no viniese la acción del pus especifico que sostiene una irritación especifi- ca, que ya no es flogistica, y que no reclama el plan antiflo- gístico, sino el de la causa virulenta. He aqui lo que suce- de en la fiebre: una reacción puramente flogistica cuando existe: una lesión después que simula la irritación pero que solo cede á los remedios que reclama la causa que la pro- duce. Por esto los sintomas de lengua seca, áspera, ru- bicunda en sus bordes, la sed, el calor de las deyeccio- nes ventrales podrán indicar un estado irritalivo especifico. En los enfermos citados hace poco, esa sequedad de la len- gua en ambos", la sed, el color de sus bordes en el 2.° caso cedieron á los tónicos y antisépticos; eran irritaciones que pudiéramos llamar hypostasicas. Por esto el de- lirio, el sopor, el abombamiento de cabeza, el dolor que simulan irritaciones cerebrales son del carácter especifico, y ceden á los tónicos. Estas son las irritaciones intesti- nales cuvas ulceraciones ceden á los antisépticos como de- cía Chomel. Todos esos fenómenos irritalivos, pues, que se presentan y deben referirse al cerebro, al estómago ó in- testinos, no son verdaderas irritaciones, y si se quieren llamar asi añádase el adjetivo,, especificas ó typhoideas, que marca su naturaleza y el Iratamiento que reclaman, pero la ciencia debe protestar contra palabras que reúnen dos ideas contradictorias, la anemia ó septicidad, y la flogoris ó irritación. Hecha esta aclaración necesaria, vamos á de- mostrar que no somos partidarios de esclusivos pensamien- tos, ni arrastrados por agenas opiniones. 223. Mucho hay que esperar en la fiebre de mediana intensidad de la naturaleza, por eso el médico no debe pre- cipitarse con los tónicos, y antisépticos á la primera apa- rición de los sintomas que indican el mal. Las bebidas sub-ácidas, la mistura cremorizada, los enemas emolientes, y los vegigalorios á las estremidades inferiores deben ini- ciar el método ó plan anti-typhoideo. A la mistura de crémor puede reemplazar el agua cremorizada que se com- pone con una onza de esta sal, libra,y media de agua y dos onzas de jarabe de azar, ó de quina: que se debe re- mover con frecuencia para beber el enfermo. Se notará el uso que hago del crémor: daré la razón. Es el crémor una sal con esceso de ácido; es fresca: refrigerante, la- xante suave y antiséptica. Humedece el tubo intestinal, auxilia la secreción folicular y salival, apaga la sed, auxilia las deposiciones ventrales si hay materiales detenidos,, con- serva limpio esle lubo é impide que los materiales con- tenidos en él y sus secreciones se descompongan con el carácter séptico. Lo administro en forma de mistura sim- ple, ó doble, ó ligeramente tónica con el jarabe de quina, yá en forma de bebida. Aconsejo en este período los re- 561 vulsivos supuratorios que considero revulsivos de la iner- vación, porque después mas adelantado el mal sus efec- tos son mas dudosos, su acción menos eficaz. 224. Si en esle período se presentasen señales de con- gestiones viscerales muy marcadas, como son para las vias gástricas el mucho calor de la lengua, la gran sequedad y rubicundez en ella y en las fauces, el mucho calor del vientre, no dudo de aplicar algunas sanguijuelas al epigas- trio ó margenes del ano. Si el mismo estado se anuncia- se en el cerebro por el calor de la frente, la rubicundez de las conjuntivas, un sonrosado notable de las mejillas, la soñolencia ó la escitacion cerebral, tampoco recela la apli- cación de las sanguijuelas á las yugulares según las fuer- zas del individua. Solo en la verdadera encefalitis de la que he hablado ya, que nada tiene que ver con nuestra fiebre, puede estar indicado el plan antiflogístico con la re- frigeración. Eslas evacuaciones locales no se ven indicadas en las intensas tiphoideas, ni en sus formas typhicas sino muy pocas veces. Parece estraña esta idea y en contra- dicion con las que acabo de esponer, pero fíjese la aten-' cion y se verá que en nada se oponen, muy al contrario: espliquemoslo. La causa typhoidea obrando por el inter- medio de la sangre sobrecoge á todos los órganos y á todos los tegidos, y con lauta mas fuerza cuanto halla mas dispuesto el órgano á sufrir su acción. Asi es que afectándose lodo el organismo ciertos órganos se interesan mas y su circulo se turba, á veces casi se interrumpe, y de aqui las congestiones que si bien tienen el carácter pasivo-, en los primeros momentos los órganos se hipere- mian y están espuestos á la éxtasis sanguínea: de aqui las congestiones halladas en el cerebro, en el estómago, intes- tinos, pulmón, higado como puede observarse en las obras de los anatómico-palologistas: por eslo conviene facilitar el circulo con las evacuaciones directas, locales. Nótese que cuando en la typhoidea el cerebro toma una parte notable el termino es la congestión pasiva, y el sopor, Y nólese mas, como yá hemos dicho, que esla parte grave que lo- ma el cerebro se anuncia antes no por síntomas inflama- torios, sino por síntomas nerviosos, la respiración nasal, la soñolencia y algunas veces la refrigeración. Si quisiése- mos aun justificarnos mas pondríamos un ejemplo tomado de la medicación esterna; el de la inflamación de la pus- tula maligna en su marcha rápidamente congestiva, hipe- reraica, extasica y gangrenosa. Pero no es preciso: muy cla- ras son estas ideas. Si se quiere llamar á estos estados congestivos irritaciones específicas ó hypostasicas no por eso palabra. Pero advierto que al atender á este estado no rechazaré la desatiendo el mal. Con frecuencia procuro evitar estas congestiones locales siu alzar la mano en los tónicos que las previenen, y las disipan también, y si quisiésemos una prueba la tenemos en lo que nos dice Chomel observó en los intestinos después del uso de los tónicos (208). 225. El tercer período de las typhoideas con reacción primitiva, ó sea el segundo en las muy intensas, se indi- ca por la agravación del- segundo, y por los síntomas que ya conocemos, que según que el lubo intestinal, ó el cerebro loman mas parte, sobresalen con el carácter ner- vioso, ó séptico, ó bien todo marcha á la par, ó la cau- sa hace su mayor estrago en la sangre, en los humores del cuerpo, y la fiebre en el primer caso loma la forma atá- xica, en el segundo la forma pútrida, en el tercero la ala- xico-pútrida, en el cuarto la pútrida adinámica. En lodos 563 estos casos el ancora de salvación es la quina, y con pre- ferencia esa formula llamada antiséptica de nuestra far- macopea Matritense que tan justamente reemplazó al be- zoardico de Curvo, y al antiloimico, y que debe tomarse á lo menos 2, 3, ó 4 veces al dia según la gravedad del mal, en dosis de una gicara cada vez Administro al mis- mo tiempo la mistura cremorizada, y los sub-ácidos, á no ser que el vientre se hubiese laxado. 226. La forma atáxica reclama como base la quina, co- auxiliares algunos anliespasmodicos como las misturas con el espíritu de nitro dulce, las infusiones de flor de tilo con el acetato de ammoniaco, apesar de que poca confian- za inspira á muchos célebres prácticos. En esla forma ty- phoidea es en la que los vegigatorios tienen mas lugar por- que sujetan las corrientes inervadoras, ó las distraen á lo menos. No aconsejamos ni el opio, ni el éter, ni el almiz- cle; ni aun el árnica y la valeriana nos inspiran confianza. Quédense esos medicamentos para males nerviosos que no reconocen la causa tóxica, pero cuando esta existe solo es el áncora de salvamento la acción tónica y antiséptica. Cuando el meteorismo sea muy notable, el vientre no se mueva, y especialmente si la fiebre es secundaria de una afección gáslrica, conviene unir algún laxante si la mistu- ra no es suficiente, y entonces usamos con preferencia el cocimiento de quina antiséptico purgante, que suspendemos tan pronto promueve evacuaciones de vientre. 227. La forma pútrida es, como ya hemos anunciado, acaso menos grave que la forma atáxica. En ella los tó- nicos deben unirse á los antisépticos, y entre ellos los ácidos minerales. Las bebidas aciduladas busque ad gratum saporem por el acido sulfúrico, ó por el nítrico llenan es- 564 ta indicación. Los vegigalonos no son necesarios; las ul- ceraciones que causan suelen formar escaras gangrenosas. En el carácter séptico, y sencillamente adinámico es en el que conviene usar algunas cucharadas de vino añejo y puro. Nuestro vino del Rivero, el de Amandi; el Tostado; el Je- rez dulce, el buen Málaga, la Malvasia son los mejores. En esta forma debe tenerse gran cuidado con las ulceras por decúbito que se forman en los grandes trocánteres, y en aquellas parles sobre que el cuerpo gravita. Si el enfermo no soportase bien el cocimiento de quina puede dársele la mistura con el extracto de quina, que puede hacerse mas antiséptico con el crémor de tártaro. También pueden usar Jas cataplasmas corroborantes al vientre, y los enemas del cocimiento de quina y con el extracto. 228. Hemos hablado ya del sulfato de quinina. Solo la forma remitente muy pronunciada puede reclamarlo. Esta forma suele presentarse en la que toma el carácter alaxi- co. Debemos advertir que no admitimos ninguna fórmula para la administración del sulfato mas que la de pildoras. Imposible es hacer curaciones ni aun de intermitentes ad- ministrándolo en disolución porque no puede lomarse en cantidad suficiente por su intensa amargura, pues lo re- chaza el paladar, lastima la boca posterior y la faringe. Su cantidad en cada dosis no debe bajar de cuatro granos, y ni en forma de polvos con otros inertes, ni en dos ó Iros cucharadas se disuelve sin que la imperfecta disolución no sea ingrata y estictica. Cuando ni en pildoras pudiese lo- marse procede administrarlo en enemas de 12 granos cada una. Los enfermos graves no pueden pasar las pildoras, pero como solo eslan indicadas cuando los paroxismos son marcados puede aprovecharse el intervalo de remisión. _ 363 229. Tratamiento de los síntomas.—Algunos AA. muy recomendables por cierto, tratan de la curación de los siniomas de la fiebre con una confianza que pasma. Cada síntoma reclama su tratamiento y en medio de este labe- rinto de remedios se suele olvidar lo principal; el estóma- go se fatiga, el enfermo se cansa de tantas pócimas y concluye por no tomar nada. El tratamiento sintomático solo está reclamado por epifenómenos aislados que exigen una atención muy secundaria' Era nobstante una costumbre, casi general, el estudio de los siniomas aislados de la en- fermedad principal y aun la hallamos en Piquer, en Stoll, en Frank y lo mas notable en el mismo Chomel. Estu- dien en buen hora los patologistas la teoría del vómito, de la convulsión, del delirio y la de todos cuantos fenó- menos mórbidos suelen presentarse en la práctica, pero limítense á reconocerlos y esplicar su modo de realización sin penetrar en su therapéutica, porque esta puede ser tan diversa y contradictoria como los males ó modifica- ciones orgánicas que pueden producirlos. El respetable Isid. Bourdon, que siempre citamos con gusto, hablando del delirio combate bien el mélodo siutomalológico, y como ninguna voz pudiéramos citar mas autorizada copiamos sus palabras. «Se ocupa el Médico demasiado en oponer re- medios al delirio. Se le mira con demasiada frecuencia co- mo un ser separado de su causa y de los fenómenos que le acompañan. Sin duda que escitando sufrimientos se puede momentáneamente hacer volver á los enfermos de un pro- fundo letargo; sin duda se les puede hacer volver á la ra- zón oponiendo sensaciones reales á las quimeras que ocupan su espíritu. Pero esto no es curar una enfermedad sino sus- pender un síntoma. Es preciso atacar el principio del nial. 56G Todos los síntomas mórbidos vienen de una misma causa y á esta causa deben dirigirse los remedios. Toda enfer- medad es una, como el hombre, como la sociedad, como una nación, como la naturaleza. Sacad sus leyes á la na- turaleza, á una nación su gobierno, á la sociedad sus cos- tumbres, al hombre sus órganos esenciales, y todo se di- suelve y perece. Ved aqui lo que es preciso meditar. Se ha teido que era necesario dividir para vencer, y se tuvo la persuasión que igualmente era preciso dividir para curar. Eslo es un error y un error desastroso como las falsas preocupaciones que afligen la tierra. Para destruir las ca- bezas reproducidas de la hydra es necesario matar la hy- dra misma.» He aqui como rechaza elocuentemente Bour- don el método sintomático. Nosotros nobslante citaremos algunos síntomas que merecen llamar la atención, no tanto porque exijan un tratamiento especial como por acercarnos á estudiarlos bajo su verdadero punió de vista, pero sin olvi- dar ni un momento, como se verá, los consejos que aca- bamos de citar y sancionar. 230. Delirio. No vamos á hacer un discurso fisiológico sobre el delirio: sería preciso entrar en profundas cuestio- nes psycológiqas que no son de nuestro objeto. Ese esta- do cerebral en el que sus fibras ó se entorpecen hasta el sopor ó se escitan y se mueven en desorden hasta el de- lirio tiphico, es inesplicable bien se recurra á la psycologia, bien nos valgamos de las nociones sobre la innervacion ó sobre los fenómenos eleclro-orgánicos: desacuerdo entre los sentidos y el centro sensorial; inexactitud de apreciaciones sensitivas; reminicencias mas ó menos exactas é intensas; acción poderosa y desarreglada de pasiones ó afectos an- teriores, he aqui la clave de lodos los delirios: su causa 567 orgánica es la irritación molecular ó la capilar y la con- gestiva; ó bien la adinamia fibrilar, ó enfin la perversión orgánica: su teoría, su mecanismo in Democrili puteo aduc lalent, 231. Este sintoma suele acompañar á casi todas las fiebres por poco graves que sean; fenómeno que por si mismo no nos manifiesta mas que la parle que to- ma el encéfalo en la entidad morbosa de que forma un elemento. El delirio bajo, el delirio poco pronunciado no reclama mas remedio que el que pide la enfermedad en si misma. Pero cuando el cerebro toma una parte consi- derable en la escena mórbida, cuando un intenso delirio, ó un sopor, ó soñolencia constante nos indican la perver- sión del cerebro en grave proporción, es preciso atenderlo aun cuando no sea mas que por la turbación general que promueve. Pero la causa de este delirio, ó del sopor en la afección typhoidea no es la misma que la que lo pro- duce en la encefalitis, y en la aracnoiditis: en estos males hay una inflamación, ó una irritación pura y verdadera- mente flogistica; aqui es el efecto de un agente que em- pereza la circulación capilar, é irregulariza la inervación. Atender al delirio ó al sopor en aquellas enfermedades, es atender al mal en su esencia; en la fiebre hay que lle- var la vista mas lejos porque la causa séptica, no es la causa flogistica. En pocos casos el delirio nos obliga á echar mano de remedios. Stoll que estudiaba la sinloma- tologia, con abstracción de los males en que sobrevenía, sienta nobslante que los remedios son lan variados en el delirio como la causa que lo produce, asi es que recor- re los recursos de que el arte echa mano desde el simple pediluvio hasta las escarificaciones en el occipucio, y des- 568 de los fomentos emolientes hasta la refrigeración y la san- gría del pie. Solo el delirio congestivo, es decir, producido por congestiones pasivas puede reclamar algunas sanguijue- las á las yugulares: por lo demás Bourdon dice espesamen- te q.ue la aplicación de sanguijuelas es casi siempre seguida de delirio con poca disposición que el enfermo tenga á él. El vegigatorio á la parte posterior del cuello,, los fomentos emolientes templados en la región frontal, suelen calmar es- te sintonía. En los enfermos soporosos y con delirio bajo aconseja Quarin los vegigatoríos, pero los delirios, dice, que sobrevienen con rostro encendida y ojos feroces mas bien piden sinapismos aplicados á las plantas de los pies que ve- gigatorios. Estos enfermos de que habla Quarin son los que padecen inflamaciones ó intensas irritaciones cerebrales, y no nuestra fiebre; ni sé como un practico tan consumado como el Protomedico de José 2.° puede suponer que en su fiebre pútrida puede ser tal, como la pinta, la fisonomía de un febricitante, á no ser en los sugetos robustos en la calen- tura de los primeros dias que hemos llamado reaccionaria; pero en este caso reclamaría las evacuaciones sanguíneas. Frank que en su fiebre nerviosa quiso dar un articulo con el titulo de tratamiento de los sintomas, solo nos dá conse- jos en este punto, de vigilancia y de prudencia. Chomel quiso tratar especialmente los principales sintomas con cier- ta separación pero se limitó á su influencia en el pronóstico, y á estudiar algunos accidentes y complicaciones con que suele presentarse la fiebre typhoidea. Ver el delirio siempre como un síntoma de flogosis encefálica es un error: yo creo que no existe lal flogosis las mas de las veces porque ex- cepción hecha de las congestiones activas cerebrales, en to- dos los demás casos lo que vemos es esa irregularidad ese 569 trastorno, esos cambios de la inervación originados por lesiones mas ó menos graves. Enfin un esmerado silencio,. la poca y suave luz; la mansedumbre y cariño en la asis- tencia; la contemplación prudente con el enfermo sin esti- larle con preguntas ni respuestas; y los remedios indicados son los únicos auxilios contra esle sinlcma. El sueño es su mejor medicina. 232. La convulsión es un fenómeno grave que puede acompañar la fiebre, y que por lo común se présenla en el período mas peligroso para concluir tristemente la escena: es el desacuerdo mas completo, á veces el aislamiento, la perlurbacion del cenlro de inervación motora, con la unidad vital sensitiva, con las corrientes de escitacion y el sensorio común. Cuando su causa es Ja irregularidad de los nervios motores, ya simpática como en el histeris- mo, ya idiopalica por pasageras impresiones, puede no ser grave, pero en la fiebre, en que debemos ver la acción de un agente que impresiona, y desorganiza el cenlro, son casi siempre moríales. Por mas que el castor, el almiz- cle, y el espíritu de cuerno de ciervo succinado eslé muy elogiado en estos casos, nos inspiran poca confianza sub- sistiendo la causa en su plena acción. Bien es que en es- tos desesperados casos también el médico debe agolar to- dos sus recursos inocentes, es decir,, sin perjudicar, te- niendo presente aquel consejo de Celso, sijubare non possit soltim ne noceat, y si el enfermo puede tragar, que en el mayor número de casos de convulsión está la facultad de deglutir impedida, se le administran los mas poderosos anti-espasmódicos. También pueden usarse en lavativas, y añadiendo la asafelida, pero todo suele ser ineficaz, porque la convulsión, que yá veía Hipócrates grave en la fiebre, suele ser precursora de la agonia y demuestra la des- trucción cerebral, ó alómenos el desacuerdo de los cen- tros inervadores. el derrame ó el resblandecimienlo ence- fálico. 233. El vómito suele presentarse pertinaz en las fiebres y es un síntoma muy alarmante cuando esle fenómeno viene muy adelantado el mal, que por lo común no sucede, y mas bien fatiga á los enfermos en el primer septenario, y antes de que la dolencia adquiera toda su gravedad. En este caso si le acompaña la rubicundez de la lengua, ó su se- quedad, y mucha sed, cede á las bebidas frías, ó alguna aplicación de sanguijuelas al epigastrio. Si predomina el interés que loma el cerebro, y el sistema nervioso, con- viene alguna mistura con la tintura de castor y el espí- ritu de nitro. Pero cuando sobreviene con los síntomas yá predominantes del estado grave, y que se conoce que es un vómito pasivo, una especie de regurgitación, nada es suficiente: algunas cucharadas de vino generoso suave sue- len contenerlo: otras veces es la consecuencia de derra- menes, congestiones ó resblandecimientos cerebrales de un pronóstico fatal, y que al fin ceden con el agotamiento de fuerzas que preparan la agonía. 234- Las hemorragias jamás convienen en la fiebre ty- phoidea, porque si existen alguna vez las congestiones no suelen curarlas las evacuaciones que depauperan y debili- tan mas los enfermos. En el primer período de reacción pueden ser favorables. Las pequeñas epistaxis al principio de la fiebre que quiere yá tomar un carácter grave es de mal presagio. En muchas epidemias era el fenómeno mas pe- ligroso que se presentaba. Observe el médico la cualidad de la sangre, la parte de donde sale, el efecto que hace 571 en el pulso, y tendrá un exacto conocimiento de cuando debe cohibirla ó respetarla. Estas hemorragias llamaron yá la atención de todos los patólogos y ya hemos visto lo que pensaba sobre ellas Pidoux, pues en algunas epidemias suele ser un síntoma predominante. La hemorragia por el ano puede ser provechosa cuando la enfermedad invadió con predilección al hígado, no es muy .abundante, vel pulso no se abale: pero avanzado el mal es regularmente señal de disolución. En esle caso es preciso recurrir á las ene- mas adslringentes con el diascordio, el cocimiento de sa- lep acidulado con vinagre, el cocimiento de simarruba. Si Ja epitaxis es la que compromete al enfermo y no cede con las lociones aluminosas ó la disolución del tanino de- be recurriese al instante al taponamiento. 235. El estado séptico se declara á veces con tal inten- sidad que los enfermos despiden un mal olor que afecta á los asistentes; el meteorismo es grande y se presentan las deposiciones de una fetidez extraordinaria. La diarrea debe respetarse mientras no abata las fuerzas, pero la pu- trefacción debe evitarse cuanto posible sea. Si las deposi- ciones fuesen escesivas, y no aliviasen al enfermo se deben contener, pero en todo caso es conveniente oponerse á ese estado séptico, grave yá, por los remedios de que hemos hecho mención, yá por los enemas con los cloruros que de- sinfectan é impiden la descomposición séptica. Después que Mr. Chevalier y Mr. Ganual hicieron conocer la cualidad desinfectante de los cloruros que con tan conocida ventaja se usan como desinfectantes, Mr. Chomel tuvo la idea de aplicarlos contra la septicidad de la fiebre typhoidea. Elegía con preferencia el cloruro de sodio administrado en una solución que no fuese muy acida, y frecuentemente en un 572 vehiculo gomoso. Cuando el enfermo no soportaba esta be- bida administraba alguna infusión amarga con un grano por onza del cloruro para que el enfermo tomase al dia á lo me- nos 18 onzas. También hacia uso de los enemas con el cloruro en la misma proporción, y aun de las lociones, y aspersiones cloruradas. Bouillaud propone también los clo- ruros como antisépticos: pero ¿qué pensar de esle medio de curación? Podrá muy bien el agua clorurada de Labar- raque convenir para lociones, y aun algunas gotas podrán entrar en el liquido de los enemas, pero querer curar la causa séptica con los cloruros es un delirio del buen deseo, es el ansia de una ilusión. Reservemos los cloruros como desinfectantes, como remedio preventivo, si realmente lo es; conservemos también esla ilusión mas, pero pensar en él como remedio me parece muy aventurado apesar de lo que nos diga lan eminente Profesor. Nobslante no ig- noramos que el Dr. Kapp aconsejaba el ácido muriático oxigenado en las fiebres asténicas; que Estriband lo usaba en las fiebres pútridas, y daba en un litro de cocimiento gomoso 6 ú 8 drachmas; que Mr. Rossi lo administraba en las enfermedades atónicas, y que fueron por mucho tiempo re- comendadas por todos las fumigaciones desinfectantes, y so- bre todo por Mr. Roux y Vaidy. Lo hemos dicho varias veces: los hechos, los casos prácticos no bastan cuando el recto juicio no los rectifica, y nosotros sujetamos siempre, antes de deducir, la experiencia á la inteligencia. ¿Qué pue- den hacer los cloruros? ¿Las mismas observaciones quími- cas no inte ilan probar su ineficacia contra la septicidad? pero aun dado caso de que descompongan los miasmas, co- mo se quería suponer ¿van los cloruros en cantidad sufi- ciente á la sangre, al organismo á ejercer su acción so- S73 bre la causa typhoidea? Yr si eslo no puede ser ¿qué ha- cen los cloruros mas que encubrir el mal olor uniéndose, no con la causa séptica, sino con el producto de la septici- dad, con los gases que de la putrefacción se desprenden? No rechazaré nobslante como perjudiciales los enemas, las lociones, las aspersiones cloruradas en la forma pútrida, en la diarrea fétida, en las ulceraciones atónicas que con fre- cuencia se observan en el periodo grave de esta forma ty- phoidea, pues que su uso no trae el menor perjuicio como lo han probado Girard, Bard, Roux, Yaidy y otros. 236. El hipo suele ser un síntoma que aflije mucho á los enfermos, y que también présenla una gravedad que llama la atención del médico. A veces es pasagero, y po- co notable y suele indicar el estado gástrico, y en otros ca- sos las deyecciones alvinas; pero oirás veces se présenla convulsivo y fatigante, y su carácter indica profunda le- sión del sistema nervioso. Nuestra Pedro Miguel de Heredia nos hace mención de una fiebre maligna que traía el hipo, y la llamó fiebre hiposa, febris singultuosa pero nos advierte, como Antonio Musa y Valles, que no es esle hipo en el úl- timo de las fiebres, el que acompaña á las inflamaciones del higado, bazo y estomago, sino un hipo que acompaña la fie- bre pútrida ó maligna casi desde un principio. Es mas frecuente en las o,ue traen la forma alaxica. Hipócrates co- noció lodo el peligro de este síntoma y tanto en sus afo- rismos como en sus pronósticos nos indica su gravedad. Tulpio y Hoffman lo consideraron algunas veces como cri- tico. Landre-Beauvais dice que cuando viene al último de enfermedades agudas con pocas fuerzas del enfermo, es mortal. Es muy grave después de hemorragias, de diar- reas como ya lo decía Hipócrates, Leroy nos dá un con- 57i sejo importante; en las enfermedades agudas, y teniendo en cuenta los sintomas que le han precedido, debemos dar- nos cuenta de cuales fueron las causas que lo han pro- movido. De este conseja sacaremos la deducción de nues- tra conducta. Una afección predominante del centro ner- vioso, una alteración gástrica, el sudor suprimido son ca- paces de producir el hipo en la fiebre, y reclamará los re- medios de la causa que lo produce. Bastan á veces lige- ros antiespasmódicos; otras necesita los suaves laxantes; al- gunas reclama los estimulantes sobre las ataduras del diafragma, como sinapismos, cataplasmas emolientes sina- pizadas; fricciones con el licor alcanforado. En un enfermo que después de una calentura gástrica le quedara un fa- tigante hipo solo cedió al sulfato de quinina. En la grave- dad de las fiebres solo exige esencialmente lo mismo que la enfermedad esencial Naqueremos citar los remedios vul- gares que los antiguos>consejaban contra el hipo, y que usaba Galeno, y Alejandro Traliano recomienda, porque bastan- tes han pasado al dominio del vulgo ignorante. 237. Las parótidas es otro fenómeno muy frecuente en la fiebre. La inflamación, la supuración de eslas glándulas es un punto grave de la piretología. Los solidistas las ven de un modo muy distinto que los humoristas: para los unos son irritaciones simpáticas, para los otros se constituyen en órganos de depuración: ¿quien acierta? Poco nos importa- taría esta cuestión si no estuviese unida á la trascendencia de la conducta del médico al presentarse este fenómeno. ¿Las intenta resolver ó las escita á la supuración? Sí el Profesor siempre las respetara; si siempre se limitase á seguirlas en su marcha, no nos detendríamos en esto, pe- ro en esta duda, no podemos callar lo que la conciencia 575 interior nos dice que digamos. Frank las considera simpá- ticas de una afección del cerebro, pero las parótidas apa- recen menos veces en la forma atáxica que es en la que mas se afecta este órgano que en la forma adinámica ó ataxico-adinámica. Si libres de todo razonamiento quisiése- mos proclamar la experiencia nos bastaría recurrir á la autoridad de Mr. Chomel que nos dice hablando de las supuraciones que suelen presentarse al esterior, que hay que hacer una notable distinción entre las supuraciones que se presentan en puntos en que la compresión puede producirlas y las que aparecen espontáneas y cuya causa desconocida se nos escapa. Calculando el exilo de las fiebres en que aparecen unas y oirás dice «supuración sobre par- tes comprimidas observadas en 4 enfermos dieron 3 muer- tos y 1 curado. Supuraciones sobre partes no comprimi- das en 6 enfermos, todos curados». ¿Dice algo esla pequeña estadística de Chomel? Si este resultado está conforme con la razón intelectual será de una evidencia sin réplica. Y lo está en efecto. La naturaleza tiende siempre á la de- puración, y esta es una verdad que nadie puede descono- cer. El organismo rechaza siempre los cuerpos que le son estraños, y he aqui la teoría de las reacciones. Las depu- raciones son la causa y el objeto de las reacciones, y eslas el medio ó el resorte para que aquellas tengan lugar. Y no se vea esla idea como una representación, ó ilusión imaginaria; las erupciones nos dan una prueba evidente y nos la dan si queremos ver, y si atendemos filosófica- mente á los hechos las mismas inflamaciones, y las irrita- ciones. Digo esto para que podamos admitir como una cosa evidente que el organismo fija á veces sobre órganos de- terminados toda la causa estraña para eliminarla. El su- 576 dor, la diarrea, las secreciones intestinales son sus medios de eliminación, y lo son también las supuraciones viscera- les: las parótidas están en este caso, son muchas veces cri- ticas, como decían los antiguos, como lo decía Hipócrates: otras son sintomáticas, es decir, no juzgan el mal, no re- concentran, toda la causa en su parenchima,, solo parte de ella produce en esas partes alteraciones especificas de la misma naturaleza del mal. El médico debe observar que efeclo se nota de la aparición de las parótidas, si cum le- vaminc como decía Hipócrates. Me admira que varios re- comendables prácticos aconsejen la aplicación de sangui- juelas y los resolutivos en la aparición de una parótida. ¿No han, observado que las mas veces desaparecen casi lodos los graves síntomas al presentarse este fenómeno? ¿No han ob- servado que si se presenta y no sigue adelante el enfermo se empeora? El dia en que escribimos este articulo (7 de Marzo de 1858) dimos de alta en la Sala Clínica medica á un hombre,, de oficio herrero que ocupaba la cama núm. 3. que ha entrada con mía typhoidea con sintomas torácicos: con alternativas de mejoría y peoría no terminó perfec- tamente el mal hasta que se le presentó una intensa paró- tida que tuvimos que fomentar con cataplasmas corrobo- rantes, y fué tarda en curar: se robusteció de una, manera no- table. ¿Por qué hemos, pues, de tentar su.resolución como pa- rece aconsejarlo Frank? Esta causa que se fija en estas glán- dulas si se fija en el cerebro viene el sopor y la muerte: si en los intestinos produce la ulceración,, la gangrena,, la perforación: si en el pecho la ansiedad y la agonía; si en el corazón la angustia y la lipotimia: si su acción conti- núa egerciéndose generalmente lleva los enfermos al aba- timiento, á la adinamia, á la putrefacción. Las parótidas 577 deben respetarse. Las cataplasmas emolientes calientes au- silian la supuración: si están pobres de actividad se las fomenta con los apositos aromáticos; si hay vigor y no se teme la mortificación de la piel, pero están perezo- sas en el trabajo supuratoriocon poca rubicundez y calor, aclivesc la cataplasma con la mostaza. En el enfermo que acabo de citar se formaron escaras gangrenosas, pero los tónicos y antisépticos interior y esleriormenle vencieron este estado. Asi que la supuración se cree formada y sin es- perar mucho désele salida al pus. Grande atención mere- ce este fenómeno de parle del Médico. En la sala de Sla. Gertrudis, hay una enferma cuya fiebre terminó por una parótida tan considerable que interrumpía la cir- culación vascular y la tenía como semi-apoplélica, y hasta el estremo de comprimir interiormente tanto la laringe y la faringe que la pobre muger de 60 años ni podía tra- gar ni casi respirar, teniendo la lengua fuera de la boca é ¡ochada: la supuración parecía oseura y profunda: fué preciso no esperar y que el instrumento penetrase hasla la profundidad de la glándula;, y apoco tiempo la lengua se redujo á su lugar y todo terminó felizmente. A veces asoman las parótidas y no siguen; oirás se quedan esta- cionadas, y el Médico burlado porque se prometía de ellas buen resultado. En el dia en que entra este pliego en prensa ha muerto un soldado en la sala clínica núm. 30, que entró con una fiebie grave, con postración, sopor, subde- lirio, después delirio liphico, sallo de tendones, carpalogia: aparecieron dos parótidas que apesar de los escitantes y fomentos no han continuado, y al disminuirse, la muerte. Pudiéramos terminar esle párrafo con algunas reflexiones sobre esos valerosos esfuerzos que la naturaleza hace para 578 librarse de las causas que le dañan, y por mas que al- gunos quieran no comprender esta acción maravillosa nada es tan cierto para el Médico observador, pero no quere- mos detenernos en esto que debe ser ya para todos un axioma de la ciencia, permítasenos solo citar algunas pa- labras de Gaubio con este motivo. Natura humana mor- bos mortemque aversalur et horret; ila suis quoque viribus inslructa est armisque, quibus sese ab illis lueatur, quceque non minus in corpore quam in mente insunt el quam di- versa in eundem tomen finem omnia conspirant.... Quidquid in crisibus salutare est, hac potissimum virlute nililur. Ín- ter prcecipuos hujus faculíatis efeclus memoran merelur sup- puralio, solius natura; opus, arte quavis superius, prceslan- titissimum adoersus cruda, acria, abstracta, inflámala, vul- nérala, ulcerosa, morlua,- quce aliler sonar i negneunt reme- dium. Si no podemos esplicar eslos hechos, respetemos los arcanos de la Naturaleza emanados de las leyes de la creación. 238. La observación filosófica es el valuarte ines- pugnable tras el cual sienta el médico su conducta, apoya su reputación, y se escuda contra los sistemas y contra esclusivas proclamaciones. No se precipite jamás el médico á obrar antes de conocer la patogenia del mal: resuelva ese problema importante y marchará por el camino de la verdal ilustrado por la razón. Recuerde que el análisis de los síntomas no es mas que un medio para la síntesis, y no olvide que los sintomas no se curan si no se corrige la cau- sa de donde parten; enfin, vea la enfermedad sin aluci- narse ni combatir efectos que ceden por si mismos: ese de- lirio, ese abatimiento, ese pervigilio, ese meteorismo no son mas que consecuencias necesarias de una causa poderosa que venció al organismo, que reclama el auxilio de la cien- 579 cia para combatirla. Revistase de la prudencia que reco- mienda Hipócrates, y sin timidez, pero sin arrogancia pónga- se de parte de la naturaleza para auxiliarla, sin oprimirla con una polifarmacia inútil y perjudicial. Yá se compronde que proclamamos un mélodo sencillo sin llamarle espec- iante: porque á la verdad no siempre podemos ver los recursos quo la farmacia nos proporciona con seguridad de sus efectos. La causa del males muchas veces insuperable, dominó al or- ganismo y este se presenta sordo á los auxilios del médico. Los typhus sou un ejemplo de esla verdadT porque en ellos la causa es intensa, sorprende con su acción, domina todos los elementos de resistencia; por esto es que todos los AA. ante cuya conciencia domina la verdad pierden la confianza en nuestros recursos cuando se vieron en medio de inten- sas epidemias lypbicas. En la fiebre menos intensa la mor- tandad es mucho menor porque la ciencia puede mas en ella y el organismo obedece á sus recursos, y el médico no pierde la esperanza hasta el último momento, porque hay siempre mucho que esperar de esa naturaleza que aun dá señales de vigor y de resistencia. Ni hay que alarmarse por accidentes inesperados porque mientras que la enfer- medad conserva su naturaleza, el médico no debe titubear en el plan, non transiré ad aliud manente co quod visura est ab initio: podrán sobrevenir epifenómenos graves; aten- derlos si lo reclaman por su gravedad, pero insistir siem- pre en la base del tratamiento, el plan tónico y antisépti- co. En esta enfermedad el médico debe mas bien pecar de observador que de negligente, si de observador puede pecarse, porque la carrera de la enfermedad es á veces varia, porque hay signos en bien ó en mal que anuncian el peligro ó la bonanza y que desaparecen pronto, y que alguna vez reclaman algo del médico. Por otra parte una asidua observación dá valor al médico, confianza al enfer- mo, y inspira gratitud á las interesados. Sepárese el Pro- fesor del lado de u;i febricitante cuando crea que pierde esa fé que necesita para sostener gratas ilusiones: nada es lan conveniente al médico como una buena reputación por- que le fortalece, le anima y ella inspira en todos una con- fianza salvadora: decía muy bien Stoll; spes salulis el fi- dutia in medico optimum cardiacum nervinum. MÉTODOS ESPECIALES. 239. No es mi ánimo reproducir aqui nada de cuanto he dicho sobre la curación de la fiebre: tan solo indicaré muy de paso algunas ideas recientes sobre el tratamiento de esta enfermedad, que me parece deben llamar la aten- ción de los prácticos Ya en 1856 J. K. D'Essaus, me- dico empleado en el estudio de las epidemias nos ha pre- sentado, como deducido de su práctica, un nuevo tratamiento que yo no puedo admitir mas que como sintomático. Por olra parte vemos confundida la curación del aparato gas- trico con la de la fiebre. Los ligeros sudoríficos, un pur- gante saliuo, ó la hipecaquana si las circunstancias lo exi- gen: en el 2° periodo las misturas con el espíritu de ¿Min- dereno: tercer periodo, la poción gomosa, reemplazando el acetato de ammoniaeo con el cloruro de óxido de sodio: he aqui el plan de este Profesor en sus bases. ¿Qué sig- nifica esta abstinencia de los tónicos? ¿Qué podemos pro- meternos del spiritü de Minderero y del cloruro de oxido de sodio? Esta medicación parece mas bien pasiva apesar del uso de los cloruros que también recomiendan otros y 581 juzgamos indicados cuando en el tubo intestinal exista el foco de infección, 240. Otra medicación notable es la propuesta por- Mr. Poulet y que consiste en la aplicación de la po- mada esliviada de Aulenrrhiet, que supone tiene una ac- ción local dinámica: he aqui las consecuencias que deduce de su aplicación en una epidemia de fiebre. 1.a La poma- da debe darse tres ó cuatro veces al dia, suspendiéndola ó disminuyéndola según se presenta ¡a erupción. 2.* El lugar preferente debe ser el abdomen y base del pecho. 3/ Debe cubrirse el vientre con cataplasmas muy húme- das cuantas veces lo exijan las circunstancias, la estación y la intensidad del calor. No creo tenga esla pomada mas efecto que el de un revulsivo, pero que por la tardanza de su acción y porque el Médico tiene que atender mu- cho á la oportunidad, que no puede preveer en 3 ó 4 dias que tarda en presentarse la erupción, veo su eficacia como negativa. A esta medicación pudiéramos agregar la poción estiviada como de una grande eficacia según Renouard, ad- ministrando cada hora una cucharada de la que componía con 4 granos de tártaro emético con 4 onzas de agua. ¿Qué fé nos inspiran? 241. Tomamos también del L'Union Medícale el mélodo proclamado hace muchos años por el ingles May cilado por Mr. Lnuvergne que consistía en el uso de la quina con el espíritu de Minderero, los vegigalorios, el láudano, el vino y la ventilación. Mr. Lauvergne sustituye el sulfato de quinina á la quina, comenzando por la hipecaquana y la dilución. ¿Qué es lo que puede inspirarnos fé en esta medicación? ¿Podremos señalar siempre este camino como el mas seguro en una fiebre primitiva bemgna, en una 582 de mediana intensidad y en los tiphus? La base es admi- sible porque la constituyen los tónicos y antisépticos, pero ¿por qué reemplazar la quina con su alcoloides? Si es cierto que existe un verdadero antagonismo entre la fiebre con- tíuua y la intermitente como lo intenta probar Mr. Delioux ¿por qué no lo habrá en el método curativo? Por otra parte ¿a que el opio? ¿que indicación llena á no querer reconocerlo con Brown como un estimulante? Solo parece indicado cuando se temen perforaciones intestinales anun- ciadas por dolores, ó cuando, sin temores de congestiones cerebrales existe un gran pervigilio sin escitacion encefá- lico; pero esta indicación no es de la fiebre: nobstante ve- mos recomendado el opio en enemas, en apositos y aun interiormente por el Dr. Hervieux, Tralles desterró el opio del tratamiento de las fiebres con septicidad y en la bi- liosa no lo aprueba Pringle. Quarin, lo cree tan perjudi- cial que dice dispone á la putrefacción, notándose que Jos cadáveres entran mas pronto en putrefacción. 242. No se podía preveer, dice, con justísima razón Mr. Bouchardat, cuando Coindet introdujo el uso de las preparaciones yódicas en la therapéutica para combatir el bocio, todo el partido que la medicina sacaría de este nuevo agente: pero también cuando en 1846 se escribía esto, y se veía ya estendida la reputación del yodo á gran nú- mero de enfermedades no se suponía que pudiese ser apli- cable á la fiebre. El Dr. Magonty administra en su ti- phoidea una solución en la que entra el yodo puro en cantidad de un grano y media drachma del yoduro de potasa por ocho onzas de agua destilada para tomar tres ó cuatro cucharadas por dia. Auxilia esta poción con dos enemas con igual cantidad de yodo y mas cargadas del 883 yoduro. Y no se crea que Mr. Magonty no vea bien la setiologia de la fiebre, pues la reconoce esencialmente sép- tica. ¿Qué piensa hacer, pues, con el yodo? Tiene este me- dicamento la virtud de una panacea? Ya Mr. Aran pa- rece haber ensayado la tintura de yodo sin que ni racio- nal ni prácticamente se reconociese su eficacia. Reconoz- camos incompletas con Mr. Latour, las observaciones hasta ahora hechas sobre esla materia y preguntémonos en que razón patogénica ó therapéutica puede apoyarse la admi- nistración del yodo en la fiebre. 243. Últimamente Mr. Wanderlich propone las venta- jas del tratamiento mercurial por los calomelanos, ó el mercurio dulce al vapor en la fiebre, Los hechos en que se funda parecen bástanle convincentes, pero las razones de su acción en esta enfermedad no nos llevan á su ad- ministración. Este Profesor que admite la enteritis folicular, sino como causa á lo menos como efecto, funda en la existencia de esta lesión intestinal la indicación del reme- dio, pues cree haber observado que suprime ó mejora con- siderablemente la afección intestinal. Convendremos con Mr. Wanderlich que pueda obrar sobre la lesión intestinal, pero cuando no vemos en el mercurio dulce un efecto Iónico, antiséptico y muy al contrario, no podemos admitir su efi- cacia y su virtud general sobre la economía, ni que pueda imprimirla' una modificaciou favorable como supone. Su modo de administración es también notable: basta adminis- trar por uua sola vez, á no ser que se vomite, cinco gra- nos, ó menos. Dejamos á nuestros lectores el examen de lo que debe esperarse de este método de curación. 244. Convenzámonos: es preciso, sancionar un método fijo en medio de una independencia absoluta de todos los 584 sistemas y de todas las ¡deas esclusivas. La fiebre, bajo cualquier aspecto que se la considere, y en todas sus for- mas, exige siempre el mismo mélodo curativo reclamado por una misma indicación; pero en medio de esla genera- lización de una misma idea puede presentar circunstancias especiales que nos lleven, no á contrariarla sino á auxi- liarla por oíros medios que los generales: en este caso se está cuando el vómito ó la diarrea, la hemorragia ó los dolores abdominales a/ligen al enfermo: en esle caso se eslá en el cólera, y la fiebre amarilla: en este caso se halla el Médico en medio de aflictivas complicaciones y de una gravedad desesperada que le puede obligar á salirse del camino ordinario ensayando con criterio pero teniendo pre- sente lo que decía Celso, Satius est enim anceps auxilium experiri, quam nullum* AUMENTACIÓN. < 245. El régimen que Hipócrates elogiaba tanto y del que tanto se ocupó, pues constituía una parte importante de su therapéutica y que llamó después la atención de todos los médicas antiguos y modernos; el régimen, digo, no puede ser olvidado en una piretología ni en ninguna enfermedad porque tal es su influencia. Por esto decía bien Maleschot «es necesario haber consagrado toda su vi- da y toda su fuerza de observación y medicadora al estu- dio de las condiciones del hombre en salud y en enfer- medad para reunir al saber necesario el discernimiento critico que hace elegir los alimentos apropiados á tal ó cual estado de enfermedad en cada individuo.» Y hé aquí 585 porque aun hoy se disputa sobre el régimen, que siempre debe deducirse del exacto conocimiento del mal ó del mo- do especial de considerarlo. Una interesanle discusión fué promovida últimamente en la Sociedad Médica de los hos- pitales de París sobre la alimentación en la fiebre, y aun cuando me critiquen de fastidiosamente hipocrálico diré que al I i sonó como no podía menos el nombre del Padre de la cieucia. Decía, Mr. Bouchut, «es difícil hablar de la ali- mentación en las enfermedades agudas y principalmente en la fiebre typhoidea sin volver la vista á lo pasado y sin honrar, como lo merecen, los preceptos del imperecede- ro tratado del régimen en las enfermedades agudas á Hi- pócrates.» No seguiremos al respetable académico en sus citas de Hipócrates sobre este objeto para traer desde lue- go la cuestión al terreno contemporáneo. Lo diremos por- que es asi la verdad: siempre estremos; siempre esclusi- vismo; desde una dieta laxa se llegó con la escueta fisio- lógica hasla ta mas absoluta abstinencia y desde esla no falta quien crea que no debe esperarse á que concluya la fiebre para alimentar al enfermo. Pero pregunta con oportunidad Mr. Bouchut ¿de que alimentación se quiere hablar? ¿A qué época de la fiebre se quiere nutrir al en- fermo? Tiene razón y á la verdad sobre esta cuestión no se podrán deducir proposiciones generales ni absolutas. La cuestión tuvo por ambas partes opiniones muy respetables pues que unos quieren se den alimentos desde el principio y otros opinan que se espere á lo menos al segundo sep- tenario y á que la fiebre descienda. Mr. Caen cierra la dicusion en estos términos. «Cada uno de nosotros reco- noce los inconvenientes de una escesiva dieta; cada uno de nosotros ha podido ver accidentes provocados por in- digestiones sobrevenir en enfermos probablemente someti- dos á una larga dieta: yo os preguntare también sí co- nocéis accidentes y cuales son ocasionados por la alimen- tación precoz en la fiebre typhoidea. Vuestro silencio es una suficiente respuesta. Vosotros no habéis vislo acciden- tes porque habéis tenido cuidado de no esponeros á verlos. _ Pero todos los que permiten una alimentación conveniente desde el principio de la enfermedad declaran unánime- mente que han obtenido resultados satisfactorios. A vues- tras opiniones, á vuestras ideas nosotros oponemos las nues- tras y á nuestros hechos no oponéis nada.» Yo que no soy ni Mr. Barthez, ni Mr. Legroux veo la cuestión bajo otro punto de vista y creo que debe verse asi como se infic- ' re de las palabras de Mr. Legroux que distingue la fie- bre en general de Ja fiebre typhoidea; sin duda quiere de- cir, en la calentura no debe darse alimento en la fiebre, si: idea luminosa que nos lleva á sentar algunas bases so- bre la alimentación por no detenernos á razonar y por- que sentaremos por 1/ base un aphorismo de Hipócrates. Impura corpora quantum magis nutnes, tanto magis Iwdes. Limitaremos esta sentencia al riguroso sentido y á lo que digimos en otra parte (334. y sig.) sobre los fermentos orgá- nicos. Un estómago sucio y con elementos de descomposi- ción reclama la dieta absoluta. 2.' Las calenturas casi to- das reclaman la dieta rigurosa en el primer septenario. 3.* La fiebre con aparato gástrico ó consecuencia de afecciones gástricas piden la abstinencia completa de alimentos hasta asegurarse de la no existencia de materiales degenerados en las primeras vías. 4/ La fiebre primitiva, es decir en lenguage general, la typhoidea en todas sus variedades, los typhus todos pueden reclamar alimento desde el principio, 587 Jos caldos ligeramente animalizados. 5.a En la fiebre no debe- rá esperarse á una completa desaparición de la alteración del pulso, ni aun de la crápula de la lengua para con- ceder una ligera panatela. 6.a Cuando en la fiebre domi- na el elemento pútrido, cuidado con la alimentación por- que en esla forma el tubo intestinal suele ser un foco de infección. En la forma atáxica se debe alimenlar pron- to. En los verdaderos lyphus solo la prudencia del pro- fesor puede fijar la necesidad ó el período de alimen- tación. Hé aqui las deducciones de la experiencia y de la. razón, única guía que reconocemos cuando se suscitan cues- tiones de esla clase y gravedad. » SOBRE EL PRONOSTICO EN ü CALENTURA Y M Li FIEBRE, 246. Apenas el pronóstico ocupa hoy á los médicos: no parece sino que la experiencia secular les ha demos- trado su poca importancia y su nulidad. Bien cierto es que del verdadero diagnóstico y de la exacta idea que se ad- quiera de la enfermedad se debe deducir el conocimiento de lo que debe suceder en su carrera bien sea favorable ó adverso. Nobstante hay en la predicción ciertas circuns- tancias tanto de parte del Médico como del enfermo que deben llamarnos la atención. Propero Marciano, con una ingenuidad que le honra, se lamentaba de que no pronos- ticaba como Galeno y Zimmerman juzga que al pronos- tico debió Hipócrates de Alhenas los primeros honores después de Hercules. 247, El pronostico es el verdadero apoyo de la opi- 588 níon del Medico, es su garantía y un dato para demos- trar que no solo conoció el mal sino que comprendió su gravedad, su genio, el poder de la naturaleza y el valor de los recursos de la ciencia. El don de pronosticar exige mucho hábito de observación, gran conocimiento de la en- fermedad y una profunda penetración. Desde Hipócrates casi todos los hombres de la ciencia tuvieron un gran cui- dado en instruirse en el pronóstico siguiendo las huellas del Viejo oráculo, y en cuyas obras podemos adquirir pre- ciosos datos que el lenguage elocuente de Ja experien- cia confirma. Se lamentaba. Cope de esle discuído en leer y reflexionar estos escritos. Sunt, decía, mutti adhuc ¡pro dolor! qui non inlelligant Hippocratem esse legendum, nec sapiant, quce divitice lateanl in scriptis egregiis velerum. Tenía razón; -es preciso leer y meditar lo mucho que nos digeron sobre el estudio del pronostico para que podamos comprobarlo en nuestra práctica. Hay en las enfermedades ciertos fenómenos que pasan desapercibidos y que revelan el peligro ó la bonanza sin que siempre podamos darnos cuenta de ellos. Hay en los males circunstancias en que no nos lijamos si no estamos prevenidos para reconocer- las y que parecen insignificantes, y aun más, que nos ha- cen advertir muchas veces los asistentes. Hay en los en- fermos, fisica y moralmente considerados, cambios notables que llaman la atención del observador y que le sirven para deducir todo el grado de perversión que sufren. Es, enfin, el presagio el rasgo mas caracteristico de la imaginación penetrante del Médico. 248. No solo debemos ver el don de prenosticar como una garantía del Médico, sino también como una guia, co- mo un protector que le dirige:- longe aliter se res habel: 589 hisce cum docemur scopulos in praxi evitare, et navcm pe- riclUantem in portum tolo dirigere. Se dirá acaso, que es muy difícil, y muy espueslo el pronóstico en la fiebre é in- seguros los datos que para hacerlos tenemos, porque po- cas veces se puede predicir con seguridad: esto es muy cierto, pero entre eslo y desconocer el valor de ciertos sintomas; entre esto y no conocer que está anunciado un buen término ó un fatal suceso, hay una gran difereucia. Hi- pócrates ya nos decía que en las enfermedades agudas no siempre se puede predicir con seguridad ni la muerte ni la salud; y apesar de esto en varios de sus libros uos dá signos pronósticos, porque como decía Zimmerman son muy interesantes y se exigen al médico para que prevenga el peligro y también para cerciorarse de que conoce la en- fermedad. /Pero cuantas veces la desconocemos/ ¡De cuan diversos modos puede padecer el organismo! Jo- venes profesores no llevéis ilusiones á vuestra práctica; ilusiones que perjudicarían vuestra reputación. No lodos los males están en los libros, ni para conocerlos bastan las nosologías: en vosotros tenéis el hilo de Ariadna que os conduzca en el laberinto del diagnóstico; este hilo es el profundo estudio de la etiología, y de la sintomatologia que os llevará á los órganos, ó lodo lo cerca posible del ór- gano enfermo. En vuestra práctica hallareis mil enferme- dades no descritas ni estudiadas sobre las cuales tenéis que pronosticar; hallareis todos los dias, como dice el Hipócra- tes Suizo, cuya lectura os recomiendo, nuevos ejemplos de la miseria humana. 249. Nadie ciertamente desconoce la importancia del pronóstico, pero debemos ser justos: los antiguos le daban mas importancia que los modernos. Comparaba Prospero Alpino, en su célebre tratado, de presagienda vita et morte a>grotantium, el Médico á un General en el campo de batalla con su previsión, su tino, sus temores y sus es- peranzas, indicándonos cuales son las fuentes del pronos- tico. Se me dirá, acaso, que conociendo la enfermedad, que viendo su marcha es fácil presagiar; no: estos son grandes datos, pero hay otros de suma importancia ademas de los ya anunciados. Cree el vulgo en la existencia del ojo médico, y teme ciertos pronósticos. Hay ciertamente un instinto pronoslicador, un lino que no se esplica. Un ignorante dá un fallo inapelable; una muger fija con su mirada el estado de gestación que el Profesor no distingue, y el médico mas ilustrado pronostica sin poder fundar la razón de su juicio. Entra un Profesor en una sala clínica y una rápida mirada le dice cual es el estado de sus en- fermos: su fisonomía, su postura hablan á su alma un lenguage muy elocuente. El genio penetrante de observa- ción se adquiere viendo y observando siempre con funda- mento y criterio; no con ligereza é irreflexión: poca ex- periencia y un gran genio vale mas que una estensa prac- tica sin la penetración que dá la ciencia y el genio. Un gran práctico ignorante podrá pronosticar como un viejo enfermero: su ojo será el de un rutinario y nada mas. Pero hay fenómenos en los males que el médico vé pero no esplica y que nobstante son signos pronósticos: hay otros que vé pero que no puede definir para trasmitirlos: sean ejem- plos la carpología por una parte y ciertos rasgos fisono- micos que ni aun halla lenguage para espresarlos. Estos fenómenos, que no podemos llamar racionales porque no están apoyados en ningún razonamiento, estos fenómenos, digo, son de los que se apodera la rutina para pronosli- 591 car y de los que suele carecer el médico al principio de su práctica como los adquiere el enfermero ó el cura pár- roco en el egercicio de su elevado ministerio, pero que el médico puede adquirir pronto con genio y observación. Preciso es queno olvidéis jamás aquel consejo de Baglivio ti- biándonos de la pleuresía; caute stote: ñeque facile promittile curationem ut nebulones faciunt qui Hippocralem non legunt. Abandonemos ya esta digresión, que corresponde mas bien á los tratados de patología general, para ocuparnos del pronostico en la calentura y la fiebre, y lo haremos pre- firiendo el método aforístico para mayor claridad y concisión. Aforismo 1.° Es muy difícil pronosticar en la calen- tura y en la fiebre sobre todo en su principio, porque en ambas enfermedades ni un gran aparato indica un gran peligro ni la lenidad de los sintomas prueba la benigni- dad del mal. 2.* Es grave que se presente el delirio en la calentu- ra por causa gastro-intestinal porque anuncia la fiebre secundaria. 3,° El delirio en la calentura intensa ó angióténica pue- de anunciar la encefalitis ó la aracuoiditis. 4.° El delirio al principio de la fiebre primitiva anun- cia gran peligro y que toma el carácter ataxico. 5.° El delirio intenso en cualquiera época de la fiebre es malo: lo anuncia el pertinaz pervigilio. 6/ El delirio en la fiebre que sobreviene después del sopor es preferible al sopor que sigue al delirio. 7.° El delirio alegre es menos peligroso que el de- lirio fatídico. 8.° La soñolencia en la fiebre es mala. 9.° El sueño agitado, locuaz, con movimientos de los 592 músculos de la cara es malo. 10. El sueño tranquilo es siempre bueno, y en la for- ma atáxica de la fiebre es una terminación. 11. Las respuestas tardías y cortadas anuncian el delirio. 12. El estravismo simple ó doble en la fiebre con ca- rácter ataxico es casi siempre mortal. 13. La disfagia en la fiebre es sumamente grave. 14, El temblor de la lengua y la imposibilidad de he- charla fuera es muy peligroso. 15. Las parálisis en la fiebre son mortales. 16 La afonía casi siempre es mortal. 17. La sordera al principio anuncia gran peligro: ade- lantado el segundo septenario parece favorable, 18. El pervigilio y el desasosiego en la calentura es malo y en la fiebre anuncia el delirio. La convulsión es mortal. 19. Los vómitos son siempre graves en la fiebre: si son de materiales negruzcos son mortales. 20. El meteorismo intenso es grave pero no mortal. 21. La diarrea desde el principio es grave en la fie- bre: en la calentura gástrica es favorable si no se pro- longa: es grave en la mucosa: acontece que es buena en la biliosa. 22. Las deyecciones involuntarias y sin conciencia del enfermo anuncian el delirio y si ya existe son siempre peligrosas. 23. La posición supina con las rodillas levantadas son indicantes del delirio. 24. La posición lateral es signo de mejoría en la fiebre. 25. El resbalarse de la almohada y obedecer á la gra- 593 vedad del cuerpo y descubrir los píes es mortal. 26. El sudor frió es mortal á no ser consecuencia de alguna deposición ó movimiento dado al enfermo. 27. Los sudores abundantes, calientes, sin fatiga y que soporta bien el enfermo son buenos, y á veces críticos so- bre todo adelaulada la enfermedad: al principio solo pue- den convenir cuando la intemperie atmosférica fue causa del mal. 28. La epislasis al principio de la fiebre siendo poca la cantidad do sangre, y repitiéndose es muy grave. 29. La hemorragia nasal abundante no muy adelan- tada la fiebre con tendencia á congestiones pasivas cere- brales suele convenir: pero la duda en esle «caso solo se resuelve observando sus efectos. 30. Muy adelantada la fiebre son siempre gravísimas las hemorragias, aun las anales. 31. En la calentura biliosa la sangre por el ano pue- de ser conveniente: respetarla y observar. 32, Las parótidas al principio* de la fiebre son funestas. 33. Las parótidas en el segundo septenario pueden ser favorables si se preseutim francas con dolor y calor: pero si aparecen, no aumentan, son casi indolentes ó desapare- cen, casi siempre son mortales. 34. El meteorismo es muy grave siempre, pero con diarrea es casi morlaL 35. La lengua, al principio de las calenturas, crapulosa y húmeda es mejor que la lengua seca y lisa, esta indica mal grave y largo. 36. La lengua retraída, contraída, roja, puntiaguda y muy caliente manifiesta en la calentura irritación gástrica. 37. La sequedad de la lengua y de las fauces sin sed 894 suele indicar el delirio. 38. Las calenluras gástrica, saburral, mucosa ó bilio- sa que no terminan dentro del primer septenario pasan casi siempre á la fiebre. 39. La calentura que se recrudece al cuarto ó quinto dia se prolonga al segundo septenario con peligro de pro- ducir la fiebre. 40. Buena y tranquila respiración es de buen presagio. 41. La respiración anhelosa en la fiebre casi siempre es mortal. 42. La respiración nasal con sopor ó tendencia al sue- ño es morlal: está en el mismo caso de la ansiedad de res- pirar. 43. La respiración profunda como suspirosa por in- tervalos, indica el delirio. 44. La profunda alteración fisonomica es casi siempre mortal. 45. La risa en el estado grave de la fiebre es de mal presagio. 46. La indiferencia por las personas y cosas de su afec- ción sin delirio es de muy mal agüero. 47. Las escaras gangrenosas en los puntos sobre que gra- vita el cuerpo son muy graves, pero no mortales, 48. La abundante orina es de buen presagio en la fiebre adelantada, pero al principio si es acuosa indica que el mal se prolongará. 49. Las fiebres que se prolongan mas allá del tercer septenario, terminan difícilmente y mal por lo regular. 50. Cuando el enfermo no orina debe inspeccionarse el hipogastrio: á veces no es el riñon que no segrega, si- no la vegiga que no se contrae. 595 51. Casi nunca hay dolores intensos de cabeza en la fiebre: si existiera desde un principio con gran calor cra- neal temase la encefalitis de suma gravedad. 52. En la calentura gástrica, saburral ó biliosa el do- lor frontal, la amargura de boca, la nausea indica apa- rato gaslrico. 53. El pulso es signo muy infiel: nobstante el pulso pe- queño, filiforme, frecuente es de inminente peligro. 54. Cuando la fiebre cesa en el primer ó segundo sep- tenario sin que hayamos observado una franca terminación, debemos temer las recaídas. 55. En la fiebre si el enfermo con regular temperatura al eslerior se siente abrasar interiormente ó si siente un gran frío interior, es mortal. Lo primero suele verse fre- cuentemente: lo segundo es mas raro. 56. No se debe el médico alucinar con mejorías repen- tinas y sin razón. 57. La fiebre grave, como la forma typhica, puede terminar en dos, tres ó cuatro dias. 58. Buscar en el aire ó en la ropa lo que no hay es delirar: recoger con ansia la ropa de la cama es mortal. 59. La reacción moderada del pulso, la orina abun- dante y cocida, la cabeza despejada, el sueño tranquilo son signos de salud. 60. El pulso filiforme, la posición supina, las estre- midades frias, los temporales como deprimidos, los ojos hundidos, entreabiertos los párpados, la palidez del rostro, el sudor frió, las orejas apergaminadas, la nariz fria y afilada constituyen la cara hippocrálica que prenuncia la muerle próxima. Nobstante, la angina de pecho en sus ac- cesos, las intensas hemorragias interftas ó externas, las 596 diarreas abundantes pueden presentar la focies cadavérica que desaparece pronto. 61. Hay muy pocos siniomas que por si solos anun- cien bonanza ni peligro: el médico debe ver la entidad morbosa en sus efectos, y juzgar con gran acopio de da- tos: ñeque lamen ignorare oportet in aculis morbis falla- ees magis notas esse et salutis et mortis. (Corn. Celsus), Termino aqui mis estudios sobre la Calentura y la Fiebre. No pediré indulgencia á mis lectores, ni menos una critica severa: les suplicaré únicamente que juzguen mi trabajo sin prevención por el buen deseo que guió mi pluma al redactarlo. He que- rido ser severamente lógico al juzgar las opinio- nes de genios eminentes de la ciencia, porque ante el tribunal de la razón y de la experiencia pueden llegarse á empequeñecer individualidades por una ó nns de sus opiniones, pero se respetan los hom- bres en toda la estension de su saber. No me do- mina una emulación viciosa, porque detesto el vi- 597 cío de la roedora envidia: la gloria de los hombres me envanece porque es la gloria de la ciencia y contemplo con entusiasmo el gran lugar que la his- toria reserva á muchos de los eminentes médicos que el orbe científico respeta con jiislicia. Verse en la necesidad de discutir y juzgar sus ideas no es re- bajar su mérito, porque apesar de que parecen opues- tas, luce la verdad que se va señoreando de los hom- bres en medio de las tinieblas y del estravío del pensamiento. Este es el camino de la humanidad. El ciego hace su jornada después de mil tropiezos y de mil trabajos. Los sinsabores de la vida y sus penalidades hacen al hombre filósofo. Y por en me- dio de la lóbrega noche de la ignorancia se llega al templo luminoso de la verdad. La duda y el error son patrimonio del genero humano que para vencerlos necesita de la luz del cielo y de la sa- biduría de la tierra. Asi paso á paso nos aproxi- mamos á la certidumbre, y quiera Dios la* hayamos hallado en la interesante materia que fué el objeto de nuestro estudio. Que no se me pregunte á que escuela pertenezco porque fácil es deducirlo: sin ser ecléctico, reconozco verdades en lodos. Fui en mis discusiones tan lógico como me fué posible y no quise ver los órganos sin vida oí la vida sin órganos, porque estas dos cosas no pueden sepa- rarse: no fui pues organicista químico, ni organi- cista físico, ni organicisla anatómico; fui organicista fisiológico, orgánico-vitalista. Ni menos pudo pres- cindir de aplicar la verdadera filosofía á la Pire- tología porque fuera llevarla al empirismo. Siem- pre que se razona, que se analiza, que se sintetiza para hallar la causalidad de los efectos, para en- contrar la esencialidad de estos ó su naturaleza, bus- camos filosóficamente la verdad que no se puede deducir de la experiencia sola. No hay mas que una filosofía porque no hay mas que un camino para hallar la verdad en las ciencias teóricas como en las ciencias prácticas-, este camino como base es la educación intelectual, y como medio un esmerado raciocinio. Esta fué nuestra guia hasta aqui»; pro- curando realizar mi pensamiento de aplicar la filo- sofía clínica á una parte tan importante de la me- dicina, aun cuando no fuese mas que como ensayo para los jóvenes al resolver los problemas de la práctica. Partamos á lo menos de este punto para llegar al grado de perfección que bajo tantos tí- tulos merece el objeto de este libro porque no ten- go la arrogante pretensión de creer que no se pue- de pasar de aqui. La verdad se viene buscando desde los tiempos históricos de la ciencia, y elo- giables son todos los esfuerzos para hallarla. Por esta razón venero á los antiguos y respeto á los mo- 599 dernos: pienso en esto como Plinio el Joven «sum eco his qui miror antiguos: non lamen, ut quídam, temporum nostrorum ingenio despido. Admitan los contemporáneos mi veneración y mi respeto, y re- ciban los sepulcros venerandos las coronas cientí- ficas que les dedico. ¡Loor á los Genios de todas las edades! FIN. PRIMERA PARTE. Página. Párrafo. Dedicatoria á los Suscritores. Prólogo-............ L Resumen histórico.......... *. Doctrina de Hipócrates........7. Juicio sobre Hipócrates....... . 9. Como consideraba las inflamaciones.. ... 17. Sus ideas sobre la fivbre........21. Sus cinco especies detjrhus......26, Empirismo y dogmatismo., ...... 26. Escuela ecléctica..........27. Consecuencias del esclusivismo. ..... 30. Ideas- sobre la inflamación......30. Cornelio Celso........... 32. Coelio Aureliana. ,.........33. Areteo............. 35. Doctrina de Galeno. ........ 36. Sus idea& sobre la inflamación. ..... 40. Sus principios sobre la fiebre......42. Su influencia practica.........45. Alejandro d« Tralles......... 46. Pablo jEginela...........48. Resumen de esta época sobre la fiebre. ... 50. Época del renacimiento........31. Empirismo cabalístico.........36, Paracetso.........* " ' " r o Doctrina química. . . . ,.....£•*• Willis y Silvio..........b0- IV. Nota. VIII. X. XIII. XIV. XVII. XVIII. XIX. XX. XXVIII. XXIX. XXX. XXXF. XXXII. XXXIII. XXXIV. XXXVII. Página. Párrafo. Silvio de Leboe.,...... , . . 61, Le fiebre bajo estas ideas., , .... 62. Doctrina práctica en el siglo XVII. . . . 64. XL. Sydenham............¡d. XLI. Pedro Miguel de Heredia.......68. XL1H. Valles, Piquer...........60. Influencia de la Escuela Árabe. .... 70. Clasificación sintomalologica de la fiebre. . . 71. Llamamiento á la experiencia......72. Época notable de la ciencia.. . . . • . . 73. La piretología en Piquer.......75. SolMisrao racional..........77. Harveo, Sanctorio, Baglivio......id. Baglivio en la fiebre......., 80. Triteophias, Hemilriteas. Triphodes. Elodes. Lipirias ctc...........81. Humorismo químico-mecánico. . •, . . ■ . 82. Boherave............id. Sus ideas sobre las fiebres. ...... 84. LI. Animismo............89. Stahal............90. L1V. Sauvages. Bounet, Bordeu.......91. Espectacion en los males.......93. Vitalistas y solidistas.........95. Hoffman, Barthez, Cullen, Haller. ... 96, Como veía Hoffman la eufermedad, la infla- mación y la fiebre. .......98. LVI. Errores.............101. LVH. Cullen.............102. Sobre las fiebres........... 105. Brunismo............107. Las fiebres según Brown.......111. Rassori.......,.....414. Contra-estimulantes........• 117. Doctrina de la irritación.......119. Broussais. ........- . . . 120. LXVIH. La gastro-enteritis.........122. R. P. M. Rodrigue!.........124] No hay fiebres esenciales según Broussais. . 127. Tratamiento de la gastro-enteritis. . . . 429. Organicismo...........134. Rostan. ... ' . Págins. Párrafo,. Error en Rostan..........134. LXXI. Anatomía patológica. ........ 135. Piretología de Rostan........139. Oposición á Broussais........141. Dinamismo vital.......... 143. Algunas ideas sobre mi doctrina......146. LXXVII. Trousseau y Pidoux en sus, ideas, piretologicas. 149. Dinamismo en la fiebre........153. - Vitalismo de Dubois (de Amiens).....155. LXXX1I. Algunas de mis ideas sobre el vitalismo. . . 159. LXXXIV. Propiedad, fuerza, función......160. -,,,.,. . . . . 1161, LXXXV. Dudas del vitalismo en piretología. . . . í 463 IXXXV1 Dubois sobre la fiebre........164. Practica de Trousseau y Dubois, .... 165, LXXXVIH. Dinamismo orgánico físico.......165. Bouillaud............166. XC. Algunos de mis principios...... . 167. Organización, vida, naturaleza medicalriz. , 168. Medicamenlos orgánico vitales......171, XCll. Bouillaud en su piretología. . . , . .173, Continuación de la época actual. . , . . 177. Mr. Luis y Valleix contra Bouillaud, , . . 179. XC1V. Errores de Valleix.........180. XCV. Lepelletíer de la Sarthe........181. XCVI. Sus ¡'leas piretologicas........182. XCVII. La actualidad en esta materia......185. XCVII I. Pensamientos especiales........187. Raspail, sus principios........188. Su piretología...........190. C. Lamentable estravío. ........ 191. CI. Naturismo ó autocralismo empírico. . . • 192. CU. Luis Victor Bene< h: sus principios . . • 193. CIV. Su conducta médica.........196. CV. Humorismo empírico.........200. CV1. Au.lin Rouvier, L'Roy........201- Hidroterapia...........^03. CVII, Priesnitz.. ..........."¡. . Falsa experiencia..........2{>*- t^lll. La humectación y refrigeración en épocas muy anteriores............206. C1X. Autocralismo absoluto........209. Página. Párrafo^ Hahnemán, su lenguaje injusto. .... 210. CXI. Sus principios erróneos........211. CXI1I. Originalidad de su piretología......213. CXIV. Apostrofe á la Naturaleza.......215. SEGUNDA PARTE. Generalidades y reflexiones sobre la fiebre y la calentura............219. Parecido de las diversas doctrinas.....221. 2 y 3. Época adual , . -........223. 4. Distinción entre la fiebre y la calentura. , . 224. 5. Esta confusión dificultó su definición. . . . 225. 6. Generalizadores y localizadores......226. 7 y 8. La inexactitud de las palabras produce confu- sión ............ 229. 9. Ventajas de separar la fiebre y la calentura. . 231. 10. Confusión eo los Autores. ...... 232. 10. Definición de las palabras pirexia, calentura fiebre..............234. H- Las doctrinas de hoy comparadas con las de Broussais............236. 12. ¿Es posible una doctrina medica española? . 237. 13. La enfermedad local puede producir calentura. 239. 14. Chomel eo sus principios.......240. 13 y 16. Se confunde la fiebre con otras enfermedades 242. 17 y 18. Como ven los brusseistas........ 245. 19. Morgagoí, Bonuet, Broussais, Begin, Luis, Bre- lonneau, Chomel sobre lesiones intestinales. 246. 20 y 21. De las Pirexias..........250. 22. Que es en su patogenia la pirexia. . . 251. 23. Ideas elementales sobre la irritación. . . 253. 24 Que enfermedades corresponden á la < lase pi- rexias............. 254- 25. Inflanmcion y pirexia confundidas con la fiebre, -257. 26. Etiolog'n de las pirexias y su patogenia. . . 260. 27. Clasificación de las pirexias......262. De las calenluras..........261. 28. Autores q ie se acercaron á la verdadera acep- Página. Párrafo. flosis 'cion de la palabra calentura, . . Apreciación de la palabra calentura. . Calentura reaccionaria....., Porque no existe en los lyphus..... Se creyó posible la coexistencia de la de la septicidad; es un error, , La hematología no fué bien apreciada, Juicio de Andral sobre los antiguos, sobro las alteraciones de los humores, , La sangre eu las flegmasías, ■.,.,, Clasificación de la calentura,..... Calentura, Su etiología, descriccion y thera peuiica,, , . , , ,..... Importancia de sencillas descricciones, - , Calentura sanguínea, ,..,,.,.. Etiología, ,.,.,..,.,, Sintomatologia. .,,,.,,., Patogenia, Pronostico, therapéutica. , , , Calentura gáslrica......... Etiología............ Sintomatologia, patogenia,...... Therapéutica de los- estados gástricos, calentura. ........... Calentura mucosa,......... Etiología............. Sinlomaiologia........... Patogenia.,........' . . . Therapéutica............. Calentura gástrica verminosa....... Etiología, sintomatologia...... . . Patogenia y therapéutica........ Calentura de incubación........ Estudios sobre la fiebre......... Necesidad de reforma en su clasificación. División de una misma entidad morbosa por especiales circunstancias. . . . . Etiología general de la fiebre...... Acción del clima en la etiología...... Miasma séptico........... El clima en su acción sobre el hombre.. . . La fiebre constituye los typhus...... La fiebre intensa en America...... id. 265. 270. 273. 274. 275. 276. 278. 279. 284. 285. 287. id. 288. id. 289. 290. 291. con 294. 296. 297. 298. 399. 301. 303. 304. 3. 70. 71. 75. 74. 75. id. Página. La fiebre iat-ensa ea^el Asia...... . id. La fiebre grave en el África.......317. Algunas objeciones sobre esto......id. Todas las especies de typhus no son otra cosa que nuestra fiebre, enfermedad typhoidea de gran intensidad...........318, Semejanza de los typhus. ........ 320. La fiebre es una, única, idéntica. . .... 321. Parecido con los typhus........322. idéntica su etiología.........323. Causa typhica individual. .......324. Origen séptico accidental........325. De la etiología séptica en particular.....328. Influencia atmosférica.........330, Climas calientes..........., 331. Reflexiones sobre la epidemia de 1853. . . . 332. Causa individual depuradora.......333 Como se concibe esta causa....... 334, El tubo intestinal como órgano depurador é de infección..........• 336. Origen de la causa séptica. . . v • • • 339. Transmisión de esta causa....... , 341. Esta causa puede ser esporádica y pasar á ser endémica y contagiosa.........342, Aparición espontanea de los gérmenes. . . . 344. Apreciación de la palabra epidemia. .... 345. No es la causa séptica en las epidemias produc- to del estado atmosférico......_• 547. Distinción y semejanza de la fiebre esporádica, endémica, epidémica y contagiosa.. . . . 348. Mas sobre la causa contagiosa y los contagios. . 350. Reflexiones importantes sobre el contagio. . . 355. Sintomatologia de la fiebre de mediana intensi- dad. (Primer periodo ó de reacción). . . . 357. Pasado este periodo todas las fiebres son iden^ ticas............. 358. La calentura que se presenta en él no es la fiebre. ,......,...'.. 360. Errores bajo este aspecto . . . , , , , 361. Sintomalogia en la verdadera fiebre: segundo Página. l'arraio. y tercer periodo en las iniciadas con calentu- ras: 1.° y 2.° en las intensas......364, 113, La irritación en su carrera no es flogistica. . 366. 114, Fiebre secundaria. ......... 367. 115 y 116, Sintomas engañosos..........^69. 117, Sintomatoloaia de la fiebre bajo el aspeeto ty- phico............. 372 118, Identidad de la fiebre typhoidea con todos los typhus bajo el aspecto sintomatológico. Varias opiniones............I0» ídem, Sintomatologia de la fiebre bajo la intensidad del Typhus nostras. ,.......377. 120, Su sintomatologia prueba su identidad. . . . 378. idem, Sintomas de la fiebre que llega al periodo ty- phico.............MI 21. Typhus de América.......... •"• \¿¿, Diversos modos de ver esta enfermedad, . 383. Varias opiniones. ,...<•••• *>84. 1J3, Deduciones importantes........Jjj7* *J*j» Typhus Asiático. . . , :......j?88. J*. Sintomatologia (primer periodo)......«»»• J-J Segundo periodo.........* 5"J- J¿¡¡» Tercer periodo...........«{■ \™> Cuarto periodo...........fi: "£• Typhus oriental........... . -■ Variadas descricciones.........oy*> *00' Estudio filosófico de aplicación al estudio de la naturaleza de la fiebrS...... . . ;>*". JJ*. La filosofía del ultimo siglo. . ." , • • • ™£ .**»■ La filosofía actual........m' lm* ? a.nalisís' ' *........'. 403, 137, h* Sm!eS,S"J i Á hL.....'. . 404, 138, Naturaleza de la fiebre........ . • ,,9 ;Que nos dice la etiología.......• *w» Importancial de la.etiologiai para reconocer la patogenia....... • " , * ' ' Siemprljuna misma cau^septica produce unos mismos efectos: la epidemiología lo prueba. 410, 444, LaVad.namia,'|.a|'septicidad. , . • • • *j > ' Larintesis y el análisis sintomatológico . . 413, 143 y 144, ¿Cual es, pues, su patogenia. Sistemas diversos juicio sobre ellos......... ' Página. Párrafo. Doctrina de Bouillaud......... 417, 146. Los typhus según Bouillaud. ...... 420, 147. Se reabsume su doctrina. ....... 422, 148. Chomel, Luis,. I»etit y Serres-...... . id, 149, Ideas de Dubois y de Pidoux......424, 450, Pruebas de la verdadera naturaleza de la fiebre en todas sus formas........427, 151, Tres pruebas reconocidas por la ciencia. . id, 152, Prueba 1." Éxito de los remedios. .. . . id, idiem. Estadística ó la experiencia numérica. . . 429. 153, Prueba 2.' La anatomía patológica . . . 430, 154, Su importancia y peligros. .......... . , 434, 155, Nociones heraatologicas........436, 156, Es importante pero puede inducir á error, . . 458, 157. Es un indicante del periodo de reacción. . . 440, 159. Prueba 3.a Es filosófica: un problema que re- suelve la razón. ........440, 160. Problema y su resolución. ......... 442, 461. Corolarios.....'..,,... 443r, La palabra fiebre, enfermedad typhoidea y ty- phus deben ya representar la misma entidad 448, 162, Apéndice al estudio de la fiebre. ....... 449. 165. De la calentura y de la fiebre en el puerperio. Opiniones^ .............. 450. 1G4. Fiebre láctea...........452. 165. Mis ideas sobre la fiebre puerperal. . . . 453. 166. Mas opiniones sobre la misma...... 454, 167. Debates en la Academia Francesa. . . . . 456,, 168. Como pienso respecto á. los localizadores- y ge- neral ¡/.adores...........458,. 169 y 170,. Razón rorque nos detenemos tanlo en esta en- fermedad. .......... 460. 171. Deducciones lógicas. .......... 461,. 172. De la fiebre Jiéclica, , ........ . 462, 173. Por que la colocamos en este lugar. . ■ . . 463, Fiebres intermitentes.. ......... 465, 475. Su estudio presenta varios puntos de difícil resolncion......: . .. . ... 467, 176., Opiniones sobre el Miasma paludiano y el eflu- vio tellurio.............. 468. Periodicidad........,.'... 469, Lnportancia del higado y del bazo en las inter- Página. Párrafo*, mitentes-. . . . . . . . . . Mi modo de ver las lesiones de estas visceras. ¿-Existen intermitentes no paludiauas? . . Deducciones....... . Therapéutica de la fiebre. Resolución del probiema thcrapeutico. . . Se exige de la therapéutica un imposible. . Eméticos........... Diversa indicación del emético en la calentura y la fiebre. , . . ..... Indicaciones del vomitivo según los antiguos. Pensamiento de los modernos..... En la fiebre su indicación es accidental. Sobre los purgantes........ Opiniones varias. .......... Dudas dé los A A........ Principios fijos sobre este objeto. . Como piensa Bouillaud. . . " . Antiflogísticos.. ....... Los antiguos. . ....... Después de Galeno. ...... En el sigl'i 17 y 18.. . . . . . En el siglo 19........ . . Vacilación sol>re este punto. .... Los tónicos y antisépticos...... Acción de estos medicamenlos. .... Inconsecuencias........ . Medicamentos tónicos y antiespasmódicos. . Su diversa eficacia ...... El sulfato de quinina.. ,. , , r ,- , Su acción en ía fiebre., , , , , , En que cirf uostancias es eficaz. , , , Diluyentes,. refrigerantes, refrigeración. , , Acción del frió, , , , ,»•»>> Refrigeración craneal. ,,,,., Te Complicación gástrica en este periodo, , cegundo periodo, ,,,*••> 471. 472, 473. 477,. 4S1, 482, 484, 485,- 489. 491, 491, 492, 494, 496 500, f02, 503, 506, 508, 512 523, 524, 526, 527. 529,, 530, 533, 535, 536, 537,. 540, 541. 542, 345, 550, 554, 555, 557, 558, Página. Párrafo. Congestiones viscerales en este periodo, Tercer periodo, , , , Forma atáxica, , , . Forma pútrida, , , » Tratamiento de los síntomas Delirio, , , » , > Convulsión, , , , « Vómito, , , , , i Hemorragias, , , , Estado séptico, , , , Hp», , , , ' , > Parótidas..... Observación filo ófica, , Métodos especiales, , , Melado del Dr, Fssans, de Mr, Poulet De Mr Lativergne, Del Dr, Magonty De Mr, Vanderlich, Alimentación, , , , , Sobre el pronóstico en la calentura y la fiebre Su importancia para el enfermo y para el naé dico bajo diversos aspectos, , , , Aforismos pronósticos, ,,,,»> Terminación de la piretología, . , . , 561. 563. 564. 564. 565. 566. 569. 570. id. 571. 573. 574. 578. 580. id. 581. id, 582. 583. 584. 587. 588. 591. 596. ■Igaiaki t « 'Sec «,<■ : ce *c ■ <-< -: ce << -c3Tc «*r=. «r">.«c.* 5* ** c-~ < •»£:■ «C <- _«CL«-' < >» <«*0 «r- .F^aa «ÉT c; C e « <*z* C< CC ecc. «3 e < Tecc -c c as-.c c c dtc ce cecee «s^-e- ce «CCC ««CcC «e c c <ÍC CC c-e c <; < c < e CC d ce ce e ce ~~c .«. C((Cc Ccr<^d c Ce C1\CC caped CdCd cccc CCC«: c«:C *- CfflCd \xf.t