FACULTAD DE MEDICINA DE MÉXICO. CONSIDERACIONES SOBRE LA EMBRIOTOMIA TESIS INAUGURAL Presentada, al Jurado Calificador POR GUILLERMO LOPEZ'DE LARA. ALUMNO DE LA ESCUELA NACIONAL DE MEDICINA. MEXICO TIPOGRAFIA BERRUECO HERMANOS. SAN FELIPE NERI NÜM. 20§. 1Q87 FACULTAD DE MEDICINA DE MÉXICO. CONSIDERACIONES SOBRE LA EMBRI0T0MIA TESIS INAUGURAL Presentada al .Jurado Calificador POE GUILLERMO LOPEZ DE LARA ALUMNO DE LA ESCUELA NACIONAL DE MEDICINA. MEXICO TIPOGRAFIA BERRUECO HERMANOS. SAN FELIPE NERI NüM. 20*. 1887 3Í 11)15 amaba pabia AL SR. DR MA1EL GUTIERREZ. Al Sr. Dr. Ricardo lUz. Al Ututo de Ciencias de Zacatecas ¿Debe practicarse la embriotomía sobre el feto yíyo? Desde los tiempos más remotos son conocidas las operaciones que tienen por objeto la destrucción y mutilación del feto; y aun puede decirse que fueron las primeras que los parteros practicaron. Hipó- crates aconsejaba un maxarion curvo para abrir la cabeza, y un piestron para romper los huesos del cráneo; Celso y Soranus enseñaban la abertura de la cabeza con un bisturí; Paulo de Egina describía pa- ra machacarla, la ostagra y la odontagra, y los mé- dicos árabes nos dan en sus libros un arsenal com- pleto de instrumentos destructores al ocuparse De extractione foetus mortui. Hipócrates conocía igual- mente la exvisceración torácica y abdominal por me- dio del maxarion; Celso describe la decapitación, y Aetius la practicaba en las presentaciones viciosas, después de haber amputado los miembros, y si el cuerpo no obedecía á las tracciones. 8 Como eran tan limitados los medios de que se disponía para desembarazar una mujer, y como no se tenia en mira mas que la salud de ésta, sin preo- cuparse de la vida de su hijo, se comprende que aquellas operaciones hayan sido practicadas para llenar indicaciones numerosas, durante muchos si- glos, puesto que á ellas se limitaba, casi, la inter- vención de los parteros. Es cierto que la versión podálica del feto vivo había sido ya señalada por Soranus, Moschion y Aetius; pero su práctica no se generalizó, y en la edad media estaba completamen- te olvidada. Así, pues, solamente empezó á ponerse un límite á las operaciones embriotómicas, cuando los méto- dos de versión, y sobre todo de versión podálica, se fueron divulgando. A esto contribuyeron poderosa- mente los escritos de Arnold de Villa nova, de An- tonio Benivieni y de Eucharius Roesslin; pero solo Ambrosio Paré, en 1550, pudo lograr que esta ope- ración entrara á la práctica cuando era necesario terminar artificialmente el parto, y que su manual operatorio se perfeccionase de tai manera, que sus sucesores Guillemaux, Luisa Bourgeois, Lamotte, hicieran desaparecer casi completamente aun la versión cefálica. La invención del fórceps, que permite extraer de una manera inofensiva la cabez'a sólidamente fija en la pélvis, vino á constituir otro nuevo é importantí- simo progreso de la obstetricia conservadora. Desde aquel momento ya los parteros se encon- traban al parecer armados contra toda eventualidad; con una confianza absoluta en sus maniobras de versión y en la aplicación del fórceps, se enorgulle- cuín de no tener que hacer pedazos un niño ni aun en los casos más desfavorables. Sin embargo, mu- chos parteros, aunque familiarizados con la versión, se servían todavía con demasiada frecuencia del bis- turí y del gancho; aunque solamente Deiscli y Mit- telháuser, á mediados del siglo precedente, tuvieron el candoi*, como dice Scliroder, de publicar sus ase- sinatos y sus fechorías, haciendo así sus nombres sinónimos de partero-verdugos; á tal grado que Mit- telháuser mismo dic,e que se encontró preparado para cualquier acontecimiento luego que se hubo mandado hacer un par de bísturis y un par de gan- chos. Mas cuando ya se encontró el arte en manos de hombres instruidos y humanos, experimentó una brillante reacción contra aquellas enseñanzas barba- ras; reacción tan marcada que Osiander, á quien puede considerarse como el representante en ese sentido, y Stein, el joven, querían ver la embrioto- mía desaparecer completamente del número de las operaciones obstétricas; y el primero se gloriaba diciendo, en apoyo de su opinión, (pie jamás había tenido que recurrir á la perforación en cuarenta anos de práctica. Debemos convenir en que esta manera de ver tiene mucho de absoluto, y que nun- ca dejará de haber casos en que sea preciso recu- rrir á la embriotomía sobre el feto muerto; y así, ni los mismos discípulos de Osiander Ja siguieron tan exclusivamente como él la había indicado; pero hizo nacer una justa aversión contra el despedazamiento del niño, y que no fuera mirada la embriotomía sino como un recurso extremo, cuando los otros medios han quedado insuficientes. 10 La experiencia vino á demostrar (pie en determi- nadas circunstancias, ni por la versión, ni por el fórceps, ni por la embriotomía misma os posible ex- traer el feto por la vía natural, cuando menos sin grandísimos peligros para la madre; y entonces se procuró abrir otro camino por la sección cesaren. Es evidente (pie esta operación había sido practica- da ya algunos siglos antes; pero todavía trascurrió mucho tiempo para que fuera generalmente acepta- da, y sólo después que hombros eminentes hubie- ron sentado sus indicaciones de una manera hasta cierto punto precisa, no solamente cuando era el úni- co medio de desocupar la matriz, sino también al- gunas veces, con la noble mira de salvar al niño de una muerte segura. Los trabajos de Levret, mi Fran- cia, y de Stein, en Alemania, consiguieron fundar la operación cesárea en la mujer viva sobre bases bas- tante sólidas, para que los esfuerzos de la escuela anti-ccsareana fueran impotentes á derribarla; y a pesar de haberla combatido Saccombe por todos los medios mas ardientes, el solo resultado fué que sus indicaciones se restringieran más, pero que en cam- bio se perfeccionaran los procedimientos operato- rios. Fia seguido después una constante lucha entre los partidarios de la operación cesárea y sus detrac- tores, que han sido casi siempre los defensores de la embriotomía: para éstos debe considerársela como ('1 oprobio de la cirujía, la confesión de su impoten- cia; para aquellos puede ser el émulo de la versión, de la craneotomía ó de la cefalotripsia. Estas ideas han reinado alternativamente según las épocas, y sobre todo según los países. En Inglaterra, donde 11 Ja vida del engendro tiene tan poco valor, casi nun- ca se ha recurrido á la operación cesárea, ó sólo cuando es materialmente indispensable. En Alema- nia, al contrario, la cmbriotomía es generalmente mirada con horror; aunque se la admite en principio como practicable sobre el feto vivo. En Francia, se han mantenido estas dos operaciones por mucho tiempo en los justos límites de sus indicaciones, se- gún creemos; pero los constantes reveses que se han sufrido con la operación cesárea, han hecho que los parteros la abandonen y que, convertidos á las ideas inglesas, busquen en ellas y en otras algo que les disculpe de haberse adelantado á la obra de la na- turaleza, llevando sobre un niño vivo sus instrumen- tos de muerte. Entre nosotros, casi todos los parteros más dis- tinguidos solamente recurren á la embriotomía cuan- do el engendro lia muerto ya. El Sr. Profesor Ro- dríguez es el único que ha enseñado siempre lo contrario; aunque, sin embargo, no ha vacilado en practicar la operación de Porro en una enana cuya pelvis no era tan estrecha, pues que media al parecer 7 cm. en el diámetro antero-posterior. El Sr, Profe- sor R. Vértiz, nunca ha dejado de ser el ardiente de- fensor de los derechos del niño, combatiendo con energía y refutando con argumentes incontestables los errores en que pretenden apoyarse los partida- rios del feticidio. En cuanto al Sr. Profesor M. Gutiérrez, siguió por algún tiempo la enseñanza de nuestro respetable maestro el Sr. Rodriguez; pero meditaciones científicas y morales no tardaron, co- mo era natural, en hacerle ver que no era aquel el recto sendero. Lo abandonó, pues, sin tardanza, y, ocupando la cátedra de Obstetricia, en 1885 hizo su profesión de fé científica y moral en una de sus más elocuentes lecciones orales. A estas mismas ideas se inclina casi con entera decisión el Sr. Profesor Capetibo. Debemos convenir, pues, en que ahora es admiti- da la embriotomia por la gran mayoría de los par- teros de todas las naciones, como aplicable al feto vivo. Pero esta universalidad misma, ¿ejercerá so- bre nuestro espíritu una presión tan considerable, se nos impondrá de tal manera que nos impida re- flexionar un momento, y examinar hasta qué punto pueda ella tener razón do ser? Creemos que no. Las circunstancias que señalan los autores en que la dislaceración del feto está indicada especialmente, son aquellas en (pie la angustia pélvica hace impo- sible la expulsión del producto á través de un ca- nal sumamente angosto. Ahora bien, la mujer que lleva un niño demasiado voluminoso en una pelvis demasiado extrecha, se encuentra en una situación comparable, dice Hubert, á la de un enfermo ata- cado de piedra en la vejiga: ella no puede ser libra- da más que por la pubiotomía ó la operación cesárea, análogas á la talla; ó por la embriotomia, análoga á la litotricia. Esta comparación es del todo exacta cuando, muerto el feto, el partero, como el cirujano, no tienen ya que ocuparse más que de extraer un cuerpo extraño, buscando para ello el método que ofrezca mayores garantías para su enferma. 13 Si, pues, nos encontramos en la disyuntiva inelu- dible de hacer pedazos un niño para extraerle por la vía normal, ó criarle una nueva, es evidente que sólo podremos tomar una decisión después de haber estudiado la embriotomía y la operación cesárea. Csta última debe considerarse bajo dos aspectos esencialmente distintos: ó como necesaria, cuando es el único medio de verificar el parto, en cuyo caso todos están de acuerdo en que se la debe practicar; ó como operación de elección, cuando se va á esco- cer el mejor medio de terminar el trabajo. La em- briotomía es igualmente mirada por algunos como necesaria en ciertas ocasiones; pero todo el mundo tiene que convenir en que esta necesidad nunca se- rá absoluta, puesto que hay otra operación por me- dio de la cual se puede extraer el feto, por descabe- llada que á su detractores parezca. La comparación no cabe, pues, entre la histerotomotocia y la embrio- tomía, sino cuando aquella no es necesaria; y por tanto, bajo ese punto de vista nos colocaremos en el estudio que vamos á emprender. Mas como la divergencia en las opiniones nace sobre todo cuan- do, vivo el feto, hay que decidir si es lícito sacrifi- carle en beneficio de la madre, ó si por salvarle se puede exponer ésta á mayores peligros; no nos ocupa- remos sino de estos casos, dejando á un lado aque- llos en que la vida de la madre es ya la única que reclama la solicitud del médico. Por último, ligán- dose aquí de un modo tan extrecho los intereses so- ciales, morales y religiosos, muchas veces no bastan los datos científicos y tiene el práctico que buscar en otra ps.rte el apoyo de sus actos, la norma de su conducta, que tranquilice su conciencia respecto á 14 la solución que tenga que dar á los difíciles proble- mas que se le presenten Precisando, formularemos, pues, de la siguiente manera la tesis que pretendemos desarrollar: ¿De- be practicarse la embriotomía sobre el feto virof ¿Es lícito sacrificar un niño inocente, siquiera sea por salvar á su madre? ¿Podemos prescindir de su vida tan completamente, que sólo nos preocupe su volu- men y su consistencia, como si fuera un cálculo ve- sical? No desconocemos cuán grandes son las dificulta- des que se presentan para resolver una cuestión por- tante) tiempo debatida, y sin dilucidar por tanto tiempo; pero los nuevos elementos que da la ciencia en sus avances por una parte, y por otra el valor que inspira el pleno convencimiento de la verdad, nos lian hecho no vacilar en seguir nuestras inspira- ciones, echando sobre nuestros débiles hombros tan pesada carga; aunque mucho tememos que no pue- dan soportarla. Hagamos, pues, algunas consideraciones: l.c, de orden puramente material: 2.°, de orden social y mo- ral. Bajo el punto de mira en que nos colocamos en este momento, estando el feto vivo y considerando la cuestión material sola, ¿cuál de estas dos opera- ciones debemos elegir? Evidentemente la que nos dé mayores probabilidades de vida para los dos sé- res que se nos han encomendado. La respuesta tie- 15 ne que deducirse, pues, comparando los resultados cpie enseña la experiencia haber dado la embrioto- mía. con los de la operación cesárea. Es evidente que no hay todavía suficientes elementos para de- ducir de una manera precisa, la ley de la mortalidad por una y otra de estas operaciones;,pero tampoco son tan escasos; y aun cuando así fuera, esto no constituiría razón suficiente para impedir el que procuremos formarnos un juicio siquiera aproxi- mado. La operación cesárea es muy grave, no cabe duda; pero está lejos de ser siempre mortal. La estadística de Mayer la forman 1022 casos, de los cuales 820 tuvieron una terminación fatal; Didot ha reunido i75 puramente de clientela civil, y de ellos 41 mor- tales; Harria ha encontrado 57 funestos de los 89 recogidos por él en los Estados Unidos; y Hoebeke perdió 5 mujeres de sus 1G operadas. Reuniendo estos datos, obtenemos un total de 1902 casos, 982 curaciones y 920 muertes, ó sea 48.37 pg de mor- talidad media. ¿Estas cifras expresan con exactitud las probabilidades actuales de la operación? Eviden- temente no, porque los progresos de la cirujía han hecho que vayan disminuyendo más y más los peli- gros de las operaciones abdomimxles, como puede verse por los resultados que da hoy la ovariotomía, y por lo que se sabe de la operación cesárea misma: pues mientras que hasta fines del siglo pasado ha- bía dado ésta una mortalidad de G8 pg , de 1801 á 1832 ha sido de G3 pg y de 1833 á 39 solamente de 49 pg. (Gerard). Es igualmente exagerada la pro- porción de aquella estadística, porque comprende aun los casos desesperados en que se ha recurrido á 16 la operación cesárea después que otras se habían mostrado insuficientes, y aun dos veces, después de practicada la embriotomía. Respecto á la modificación de Porro, ha dado 77 defunciones de los 138 hechos recogidos por God- son: 55.8 pg ; aunque Pinard, haciendo justas con- sideraciones, cree que puede reducirse muy bien á 45.5 pg. En cuanto al niño, es claro que nada tiene que su- frir de una operación que le abre un camino más corto y más amplio que el que tendría que recorrer en el parto entócieo mismo; y por tanto, de ninguna manera puede imputarse á aquella la mortalidad de 18.84 pg , que ha encontrado Godson para la ope- ración de Porro. Pero admitamos como ciertos los resultados para la madre y para el niño; y aun permítasenos unir los de la operación cesárea con los de la de Porro: for- man ellos un conjunto de 2,040 casos, de los cuales 997 fueron mortales, ó sea el 48.87 pg. Comparé- moslos ahora con los que han dado los métodos em- briotómicos. Braun ha aplicado la cefalotripsia 43 veces y ha perdido 21 mujeres: 48.87 pg , es decir, exactamen- te el número que la operación cesárea, más 100 ni- ños que casi con seguridad habría salvado ésta. El mismo autor refiere 52 casos en que ha operado con el embriotlasto, y á pesar de obtener mejores resul- tados, la mortalidad apenas ha bajado á 38.46 pg . Una estadística muy reciente (1883) es la de Tra- cliet; allí se computan 585 operaciones, de las que 206 han terminado fatalmente, esto es, 35.21 pg . Estos últimos datos, tan favorables á la embrioto- mía, muestran que ella lia podido librar de la muer te, sólo15 mujeres más que la histerotomotocia. ¿Pero á costa de qué? A costa de una horrorosa he- catombe de niños, á precio de cien existencias. Y sin embargo, los que más rudos ataques dirigen á la operación cesárea, los que la consideran como «la última extremidad de nuestro arte,n son precisamen- te los que tan voluntariamente acuden á la cefalo- tripsia y á la cráneo-clasia; ellos sacrifican delibera- damente cien niños por no exponer las madres á quince eventualidades más de muerte. Pero, se nos dirá, el fórceps-sierra y el trasfora- dor dan menos malos resultados: para el primero, son de 30 p§ , y de 11 para el segundo.—Hagamos, pues, un cómputo general y saquemos la media de los datos siguientes: Traehet Casos. Muertes Curaciones. Proporción. ... 585—206—37 9—35.51 Brann ... 52— 19— 33—38.46 Hyernaux (aserramiento)., ...228— 68—160—29.78 E. Hubert (trasforación).. ... 69— 8— 61—11.59 934—301—633—32.12 Todavía obtenemos así una mortalidad de 32 mu- jeres más 100 niños igual á 132, superior á la de la operación cesárea que es 49. Esta última salva, pues, 83 existencias mas que la embriotomía. Pero se podría ir más lejos, objetándonos que, se- gún lo que acabamos do ver, la cuestión quedaría reducida á desechar todos los otros métodos em- briotómicos por el de Hubert que da magníficos re- sultados. Aun en este caso, conservando la embrio- tomía 88 vidas, sale derrotada por la sección cesárea que salva 151. 18 Por ultimo, lleguemos al extremo, admitiendo para la histerotomotochi en general la mortalidad que la de Porro lia dado en los niños: 19 p§. Con gran satisfacción nos muestran todavía los números una diferencia de 64 en favor de lagastro-histeroto- mia. La última extremidad de nuestro arte, el opro- bio de la cirujía, conserva, pues, la vida á 64 seres que habrían sido irremisiblemente sacrificados por el buen viejo servidor, por aquel instrumento precio- so, á pesar del grande auxilio que en nuestras apre- ciaciones le han prestado los otros instrumentos em- briotómicos menos mortíferos. Hasta aquí hemos sido demasiado consecuentes, comparando los resultados de la operación cesárea en globo, aun con los que diera la más benigna de las operaciones embriotómicas aisladamente. Pero los derechos de la verdad no permiten estas libera- lidades; ella no puede hacer transaciones con el error, y quiere que se la separe de éste por una lí- nea perfectamente marcada. Línea que bien quisié- ramos trazar, comparando una y otra operación cuando han sido practicadas en circunstancias idén- ticas; pero que nos es imposible. Hagamos, sin embargo, algunas otras reflexiones que afirmarán más nuestro juicio. Los progresos de la cirujía, que liau hecho disminuir tan considera- blemente los peligros de todas las operaciones, han influenciado sin duda en igual sentido los de las que nos ocupan. Ahora bien, la estadística de la em- briotomía es reciente, puesto que no va más allá del tiempo de Baudelocque, y por tanto abraza un gran número de casos que han disfrutado ya de todos los beneficios de la ciencia moderna; mientras que la de 19 la operación cesárea abaica muchísimos hechos de tiempos remotos, de la infancia del arte. Por consi- guiente, es muv probable (píela mortalidad por esta segunda operación, sea mucho menor en la actuali- dad que la señalada arriba; quedando casi igual la de la embriotomía. Entre esos progresos delacirujía contemporánea, debemos ante todo citar lo que se refiere á la anti- sepsia perfecta; nadie en la actualidad podrá ya negar con visos siquiera de razón, los incontesta- bles beneficios que ella presta; llámense microbios ó como se quiera los agentes productores de la erisi- pela, de la fiebre puerperal y de la septicemia, el hecho innegable es que su influencia maléfica desa- parece por aquellos medios. La mortalidad por par- tos normales que era de 5 p§ , ha bajado á 2p§ en la Maternidad de París y á 0.5G p§ en su pabellón de aislamiento (1), después de las sabias mejoras que Tarnier ha introducido allí. La ovariotomía, que hace 40 años era calificada por Velpeau de temeri- dad y locura, y que hace 30 era prohibida por la Academia de Medicina de París á causa de sus de- sastrosos resultados; da apenas una mortalidad de 7 pg entre las últimas operadas de Schroeder y de menos de G p§ entre las de Spencer Wells (2). La mayor parte de los maestros reconocen ahora que esos bellos resultados obtenidos aun en las operacio- nes más graves, como Ja histerotomía y la ovarioto- mía, se deben al método de Lister rigurosamente se- guido. Y sin embargo, la operación cesárea, como lo (1) Tarnier, Traite de Vart des accouchements. (2) Boudon. Etude critique sur Vopération césarienne et Voperation de Porro.—1885. 20 hace notar Guéniut, y como lo reconocen todos los ci- rujanos, “ha aprovechado muy poco hastaaquíde ios inmensos progresos que la cirujía abdominal ha rea- lizado en estos últimos años, y seria posible mejorar nuestrosprocedimientos operatorios y hacer beneficiar másampliamentela histerotomíacon lasadquisiciones terapéuticas de la cirujía contemporánea, n (Boudoii, op. cit) i*Con la antisepsia, dice L. Championniére, afirmo con más fuerza que nunca la posibilidad y la seguridad de operaciones reputadas peligrosa», casi culpables Ahora la ciiujía puede ser allí (en los hospitales) tan bella como en cualquiera otra parte Se verá curar aun la operación cesárea.m (Chirur- gie antiseptique).—El mayor peligro de la operación cesárea reside en dejar esas anchas superficies abier- tas á la absorción, más que en la abertura misma de la pared abdominal, del peritonéo y del útero; “el punto capital de la antisepsia en la laparotomía es, pues, preservar el peritonéo de todo contacto con materias sépticas" (Mikulicz), y por tanto, como di- ce Slavjansky, “ en el estado actual de las co- sas, es simplemente un crimen hacer laparotomías delante de un numeroso auditorio, n—Como estas citas, cuyas dos últimas las hemos tomado de la obra de Boudon, podríamos presentar otras muchas de diversos autores; pero lo juzgamos inútil porque, repetimos, es casi imposible desconocer hoy la im- portancia de esa nueva potencia de la cirujía, como llama L. Championniére á la antisepsia. Absurdo es, pues, querer juzgar de las probabilidades actua- les de la operación cesárea, tomando en cuenta aun los resultados que daba hace un siglo y más. Debemos también hacer notar que en estos últi- 21 mos años algunos parteros distinguidos, sobre todo alemanas, defienden la liisterotomía abdominal y es- tudian con empeño su perfeccionamiento: Siinger, Kelirer, Franck, Colmstein, Martin, lian introducido modificaciones y mejoras importantísimas, ya sea en el sitio y dirección de la sección uterina, ya en el número y calidad de las suturas, ya en la manera de hacer la antisepsia para impedir la hemorragia y el peso de los líquidos á la cavidad peritonea!; evitan- do así los mayores peligros de la operación, han po- dido salvar el mayor número de sus operadas. La embriotomía, en igualdad de circunstancias, tiene por fuerza que dar peores resultados, cuanto mayor sea la estrechez pélvica, y si ésta llega á ser tal como la que ha querido fijarse por límite inferior, esto es, de 27mm-, ya se comprenderá cuán pocas sean las esperanzas de éxito: bástenos decir que en la única vez que Pajot ha aplicado su método de cefa- lotripsía repetida sin tracciones en una pélvis, nodo 27 sino 36mui-, la mujer sucumbió sin ser desembara- zada, y que de otros dos casos en que la pélvis medía 55inm-, uno fue fatal (l). Y si tal sucede en manos de ese respetable maes- tro, ejercitado en la diaria práctica de esas operacio- nes, ¿qué puede esperar un cirujano ménos ejercita- do? Una mortalidad de 50 p§ aun en pelvis de 7 centímetros, dice L. Championniére. Apoyados, pues, en esa autoridad, no tememos decir que aun en be- neficio de la madre debe recurrirse á la operación cesárea. Esta, en efecto, lia obtenido sus éxitos más bri- (i) Pajot, Travaux d'obstétrique.—1882. 22 liantes en las peores condiciones, en las mujeres os- teomalásieas. Se dirá que esto ha dependido de que en tales casos la defor mación manifiesta y la eviden- te indicación han hecho no perder el tiempo, pero es claro que en iguales circunstancias también se ha procedido desde luego á practicar la embriotomía» sin andar con vacilaciones. Es, igualmente, de la mayor importancia, tener en cuenta el momento en que se opera. Harris ha sal- vado 12 mujeres de las 15 que ha operado antes de 24 horas de trabajo. En la clientela civil se reduce á tal grado la mor- talidad por la operación cesárea, que de las 175 ob- servaciones recogidas por Didot, únicamente 41 fue- ron mortales, lo que muestra con toda claridad la influencia poderosa de las condiciones en que se practica la operación, y por tanto, lo injusto que es atribuirle un gran número de hechos desgraciados, de los que por ningún motivo puede ser respon- sable. En presencia de los éxitos obtenidos por los lapa- rotomistas desde hace algunos años, Boudon no cree fuera de razón admitir que la mortalidad de la ope- i ación cesárea podrá disminuir más de la mitad, ba- jar tal vez á 20 pg, y exclama: "¿Es, pues, insen- sato pensar que la cefalotripsía morirá con el siglo XIX que la ha visto nacer y crecer, y que la histe- rotomía reinará como soberana absoluta durante el siglo XX?ti Stapfer, por su parte, confía en que no estará lejos el dia en que, perfeccionada, dé resul- tados comparables á los de la ovariotomía, cuya mortalidad, como se sabe, no es ya más que de 10 á 15 pg . 23 La sección cesárea no es, pues, tan mortífera co- mo sus detractores pretenden. Es benignísima para el niño, y para la madre aumenta relativamente po- co los peligros de la embriotomía. Salva en cambio un gran número de existencias más que ésta, cuan- do el feto vive; y dada esta condición, debe siempre preferírsela á la embriotomía que hace el sacrificio cierto de cien niños, de cuyas vidas es el médico responsable. Así queda perfectamente resuelta la cuestión ma- terial; ¿pero no habrá razones de otro orden que contrabalanceen ó aun destruyan las que acabamos de asentar? Es lo (pie vamos á ver en la parte si- guiente. Los argumentos en que se quiere apoyar la ern* briotomía del feto vivo pueden reducirse al siguiente raciocinio: es útil matar al niño, luego es lícito ha. cerlo, Pero ¿existe esa utilidad, y es tan evidente como se pretende? Y dado que así fuera, ¿es lógica esa conclusión que se quiere sacar? ¿Todo lo útil es lícito? Los partidarios de tales ideas creen prestar á la sociedad un gran servicio conservando la vida á diez y siete mujeres, aun á costa del sacrificio de cien niños, cuyo valor, en su concepto, es infinitamente inferior al de aquellas. Verdaderamente es triste y aun vergonzoso querer justipreciar la vida de núes* tros semejantes, cual si se tratara de irracionales, y como si el médico ó la familia, ó la sociedad fueran los dueños absolutos de ella. “En el arte veterina- rio, dice Ilubert, la cuestión es saber si se puedo matar al potrillo en el vientre de la yegua, no le- vanta dificultades: es evidente que el propietario de una caballeriza puede escoger el animal cuya con- servación le es mas preciosa, ó aun la más agrada ble, y designar al artista veterinario la víctima, por- que él es el dueño desús caballos y tiene derecho de disponer de ellos á su capricho.n Pero absoluta- mente no puede haber comparación cuando se trata de seres tan amados y tan altamente superiores co- mo una madre y un niño, y dignos por tantos títu- los de una consideración mil y mil veces mayor. Sin embargo, ya que algunos, abrogándose un dere- cho que de ninguna manera les corresponde, no va- cilan en decretar la muerte á una criatura racional como nosotros para (pie no perezca otra cuya im- portancia social sea tenida en mayor estima, preciso es que coloquemos las existencias de la madre y del hijo en los platillos de la balanza; no para hacer in- clinar ésta al lado del segundo, lo que nos llevaria al extremo opuesto del que combatimos, sino para hacer más palpable la poca ó ninguna razón que tienen los que miran al producto de la concepción con tanto desprecio, que prescinden completamente de él para ocuparse tan solo de la madre cuando á á ésta amenaza un peligro inminente. ¿Quién se atreverá, nos dicen, á comparar la vida vegetativa de un niño aun no nacido, con la de una mujer en pleno desarrollo? ¿Qué utilidad reportará á la sociedad un niño que todavía no ha contraido con ella ningunos vínculos? Si estas palabras ence- rrasen un argumento en favor de la embriotomía, 25 nosotros contestaríamos igualmente preguntando: ¿Quién osará comparar la vida miserable de una mujer raquítica, osteomalácica ó cancerosa, cuyos lazos están probablemente muy próximos á romper- se, con la de su hijo tal vez lleno de vigor, y que puede ofrecer las más bellas esperanzas para el por- venir? La madre que lleva un cáncer del útero, so- brevivirá si acaso unos cuantos meses á su hijo sa- crificado por el embriotomo, la osteomalácica será llevada al sepulcro más ó menos pronto por su en- fermedad de marcha progresiva y casi fatalmente mortal; la raquítica arrastrará unos cuantos años más de pobre existencia. Estas desdichadas han cumplido sin duda gran parte de su misión sóbrela tierra; tocan ya al ocaso de su vida, si no por su edad, sí por la afección que las consume. Mientras tanto, sus hijos comienzan apenas la carrera, ¿y quién nos asgura que no vivirán por largos años prestando á la sociedad grandes servicios? No sabe- mos qué destino les tenga señalado la Providencia; tal vez lleguen á ser hombres distinguidos en las ciencias ó en las letras, sabios eminentes, reforma- dores de la sociedad. ¿Qué habrían hecho los israe- litas sin Moisés; los griegos sin Solon y Licurgo, los nalmatlaca sin Huéman? ¿Dónde estaría la li- bertad de las Américas sin Bolívar, Hidalgo y Was- hington? ¿Qué seria de las ciencias si Hipócrates, Lavoisier, Buffon, Jussier y Francklin no hubieran existido? ¿Qué seria, en suma, de los progresos de la humanidad si á esos y otros hombres ilustres hubie- ra cabido en suerte ser concebidos dentro de una pelvis estrechísima? Y sin duda nadie habrá que pretenda siquiera comparar el indisputable valer de 26 tan grandes hombres con el quo pudieran tener las que les dieron la existencia. Nada podemos prejuz- gar, pues, del mérito de un niño que apenas va á ver la luz; no sabemos si estará llamado á grandes empresas; no tenemos fundamento alguno para con- siderarlo como menos valioso que su madre á los ojos de la sociedad. Más, lo repetimos, no pretendemos que la balan- za de la justicia llegue á mostrarnos la racionalidad del sacrificio de la madre por salvar al hijo: esto se- ria tan absurdo, como el extremo contrario; pero téngase presente que la operación cesárea no es esencialmente mortal para la mujer, y la embrioto- mía si lo es siempre para el niño y muchas veces pa- ra la madre. Si t'sta pereciera irremisiblemente por la histeromotocia, combatiríamos la operación al mismo título que ahora rechazamos la emhriotomía: por ser un asesinato que no lo justifica ni siquiera el utilitarismo social, como acabamos de ver. Pero se objeta que atendiendo solo á los intereses presentes, y teniendo en cuenta que el feto carece de vida independiente, es justo practicar la embrio- tomia, que presta á la madre un beneficio real y le es de una utilidad evidente. Tal aserto es insosteni- ble; esto es olvidar demasiado que el niño carece igualmente de esa independencia, cuando acaba de nacer, y es punible, no obstante, el infanticidio. Si se admitiera ese principio, tampoco seria delito el aborto intencional, que mata un embrión de unos cuantos dias ó semanas, y podría provocársele cuan- do la reputación de la mujer se encuentra compro- metida por la preñez; ¿y qué mayor utilidad para aquella, que conservar su honor, bien más precioso 27 mil veces que la vida misma? ¿Y quién más depen- diente que el embrión? Más no, el utilitarismo nunca puede ser justifica- do, sino cuando ponga enjuego medios igualmente justos para lograr su objeto; de lo contrario, casi no habría delito, pues el hombre, por sus acciones, tien- de siempre á procurarse un beneficio, á satisfacer un goce, á librarse de un mal, á conseguir, en suma, al- go que le es útil: v como nuestros intereses con mu- cha frecuencia están en pugna con los de los demás, nuestros actos serán reprensibles por más que hayan sido encaminados con la sola intención de alcanzar alguna utilidad: abandonar las filas delante del ene- migo es para el soldado de evidente utilidad, porque le sustrae al peligro de la muerte; el vender la Pa- tria dará al traidor grandes riquezas; estrangular un niño en el momento de nacer, librará del desho- nor á la madre que lo concibiera en unión ilícita, y sin embargo, ¡cuán despreciable es la cobardía, qué odiosa la traición, cuán horripilante el infanticidio! Si nuestras acciones para que tengan algún valor moral, han de ser siempre dirigidas al bien, es de la misma manera indispensable que sus medios no salgan jamás de los límites de Injusticia y la equi- dad: el fin no justifica los medios. De allí (pie el médico, estando en la obligación de prestará su en- ferma el may< r beneficio posible, empleará para con- seguirlo, todos los recursos lícitos de su arte, pero nada más que los recursos lícitos. Ahora bien, prac- ticando la embriotomia, lleva la mira de salvar á una mujer; pero ese objeto, noble y humanitario co- mo es, no podrá nunca justificar un homicidio. Ciertamente se priva al niño sólo de unas cuan- 28 tas horas á lo más de una vida vegetativa é incons- ciente, pues que tendrá que perecer sin remedio cuando la madre rehúsa la operación cesárea; pero ni aun esta reflexión puede darnos derecho á tocar siquiera la vida de uno de nuestros semejantes, con- siderándola ménos sagrada porque no pueda durar largo tiempo. Al médico se le han confiado dos existencias, y de ambas tiene que dar cuenta: si no puede conservar la del niño, tampoco debe apresu- rar su muerte; ¿quién habrá que, aunque sea por acabar con los sufrimientos de un enfermo próximo á espirar, se crea autorizado á administrarle un me- dicamento que acerque un instante siquiera la ter- minación fatal? Y si esto no puede hacerse en pro veeho del enfermo mismo, con mucha mayor razón será altamente injusto hacerlo en beneficio de un tercero. El médico es llamado, como siempre, en circuns- tancias aflictivas para llevar la tranquilidad á un hogar, para calmar el dolor del que sufre; pero se le entregan dos vidas igualmente caras; se le pone en- tre dos contrincantes que en lucha formidable y con desiguales armas defienden el derecho primo de la existencia. El amante esposo pedirá sin tregua la salvación de su tierna compañera; la angustiada madre, cegada por el dolor y la inminencia del peli- gro reclamará los auxilios que garanticen su vida; el amor á ésta, el instinto de la conservación habrán trastrocado sus afecciones, la habrán hecho sorda á la voz del deber maternal, la habrán hecho egoísta apagando en ella las dulzuras que ya experimentara de ser madre, y cuidando de una vida que en otras circunstancias sacrificaría gustosa, olvidará, conde- 29 liando, al hijo quo lleva en sus entrañas. Entre tan- to el niño, el débil, el inocente condenado, mudo, no reclama el derecho de una existencia que nadie pue- de restringir; pero el deber y la conciencia están á su lado, ellos le defienden vituperando la desnatu- ralizada conducta de sus padres; ellos protestarían contra el atentado del médico que hollara un dere- cho sagrado, y que en vez de socorros llevara la muerte á un ser inocente, convirtiendo en tumba la cuna donde se inició su vida. Bien quisiéramos trascribir aquí literalmente las elocuentes palabras del Sr. Profesor Gutiérrez; mas ya que eso no nos es dado, conformémonos con re- cordar el espíritu siquiera de alguna parte de aque- lla su lección á que nos hemos referido, tan llena de profunda y saña filosofía. Cuando se mata al feto in útero—decía—no se oyen desgarradores lamentos, no se ven las horribles convulsiones de la agonía, no se presencia el espectáculo de un niño horrorosa- mente mutilado y aún vivo, ¿pero en qué cambia esto la esencia del hecho mismo? ¿Nos bastaría ser sordos, nos bastaría ser ciegos para permanecer im- pasibles y no compadecer los sufrimientos de nues- tros semejantes? ¿Quién de vosotros—añadía des- pués—quién de vosotros se atrevería á matar un niño vigoroso y lleno de vida, si lo tuvierais sobre la mesa del anfiteatro? ¿Tendríais valor para intro- ducir en la cabeza del inocente vuestro mortífero embriotomo? ¿Podríais ni aun escuchar indeferentes sus ayes de dolor, y contemplar sin conmoveros, sus angustias y su muerte? Cuando se os presente el caso, figuraos, pues, que la escena pasa en la mesa del anfiteatro y no en el vientre de la madre; ima- gínaos oír las quejas lastimeras de la víctima, y que el cuadro se presenta á vuestra vista con todos sus horrores. Entonces, estoy seguro, ninguno de vos- otros practicará la embriotomía. Los parteros recomiendan destruir completamen- te el bulbo "para evitar el espectáculo desagradable de un feto hecho pedazos y todavía con vida." ¡Ah, cuánto se preocupan de evitarse las sensaciones que no les son muy gratas! ¿Y por qué—nos hacia notar el Sr. Profesor Ib Yértiz—por qué cuando lm su- cedido eso, á pesar de las precauciones, no se apre- suran á terminar su obra? El niño va á morir, presencian su agonía, y sin embargo no lo tocan ya y lo abandonan á sí mismo hasta que muera; ¿por qué ese respeto, cuando un momento ántes no vacilaron en hundir el embriotomo en su cabeza? No, y mil veces no; el médico jamás se colocará al lado del fuerte, y contra el indefenso niño que no puede proferir una queja siquiera de protesta con- tra sus verdugos, "el médico no puede hacerse el ejecutor del decreto inaceptable de una madre sin entrañas" (Bégin). Antes bien en tales casos no de- be vacilar en ser el defensor, sin ceder á las instan- cias de la madre despiadada, y permaneciendo firme lo mismo ante los ruegos y las súplicas que ante los reproches y aun el vituperio, ántes que hacerse cul- pable de haber atentado contra el derecho más sa- grado del hombre, el derecho á la vida que nadie le puede negar y que nadie puede destruir. En efecto, ese derecho pertenece al niño como á la madre; ese derecho, primitivo y absoluto, innato á la naturaleza del hombre y á su destino, funda- mento de todos sus derechos, es un don que le ha 31 sido concedido por el mismo Dios y que solamente Él puede destruir, ¿porqué, pues, querer arrebatár- selo? Su preexistencia á todo orden social es univer- salmente reconocida, y el niño no es deudor de ¿1 ni á la familia ni al Estado. Los países civilizados así lo consideran, lo miran como el objeto y la base desús instituciones pues que sin él no podría ni aun exis- tir la sociedad, y por eso mandan respetarlo, consa- grando y protegiendo así con un derecho positivo, el derecho natural é inalienable de la vida. Por eso hay severas penas para castigar el aborto intencio- nal, el infanticidio, el asesinato, porque el Estado reconoce la estricta obligación que tiene de velar por la existencia en todas las edades. Si nuestras leyes establecen alguna excepción, y autorizan para privar de la existencia á un indivi- duo, es únicamente por vía de pena para castigar á los grandes criminales, y esto sólo provisoriamente mientras se establecen las penitenciarías. Hoy no es ya umversalmente admitida la legitimidad de la pe- na de muerte, v con razón se evita aplicarla en cuan- to es posible. Se vacila en hacer desaparecer al ase- sino, ¿será acaso porque ese miembro corrompido de la sociedad, que solamente vive en ella para causar- le daños, sea más digno de compasión—decia el se- ñor Gutiérrez-—que el niño inocente que jamás ha hecho mal alguno? Es cierto que nuestro Código Penal admite como necesario el aborto (1) licuando de no efectuarse co- rra la mujer embarazada peligro de morirse:'* mas como la Constitución de la República considera co- (i) Entiende por aborto la extracción del producto de la concepción.... sea cual fuere la época de la preñez. mo su baso, como su fundamento, como su propio objeto el derecho á la vida, se sigue que la ley pe- nal está en abierta contradicción c m la Ley Supre- ma: no puede haber emanado de ella, es anticonsti tucional y por tanto no debe obedecérsela. Mejor dicho, el médico no debe aprovecharse ele ese ar- tículo del Código que no le autoriza á matar al niño, según creemos, sino que tan solo deja exento de pe na el aborto provocado por necesidad. ¿Pero la ma- dre sí podrá apoyarse en dicho artículo para pedir la muerte de su hijo? Tampoco, porque de su parte no existe ni lo que se lia llamado derecho de extre- ma necesidad, que si bien no constituye un verda- dero derecho, en tal ha querido cuando menos eli- gir nuestro Código al aborto; y decimos que no tiene ese derecho, en primer lugar porque la necesidad de practicar la embriotomia no es extrema, como ya lo hemos visto, y en segundo lugar porque esa necesi- dad sólo excusa el atentado contra un derecho me- nos importante que el que se pretende conservar, pero nunca cuando se trata de derechos idénticos é igualmente sagrados como lo son la vida de la ma- dre y la del niño. La disposición de la ley penal es, pues, no solamente anticonstitucional, sino también contraria al derecho natural: y si á ella se acogen la mujer y el médico, se evitarán un castigo, mas no por eso dejarán de ser reprobadas sus acciones.— Si se supone un naufragio, dice Ahrens, y que dos individuos se apoderan de una tabla que no puede sostener sino á uno solo, de suerte que los dos de- ben perecer si el uno no arroja al otro al mar, ó no se arroja él voluntariamente, la cuestión de saber si hay derecho, á efecto de conservarse á sí mismo, de 33 causar la muerte á su semejante, no es dudosa: na- die tiene derecho de sacrificar la vida de otro por conservar la suya. Este principio no sufre excepción; hay colisiones inevitables en la vida de los seres fi- nitos, que pueden producir grandes desgracias; pero las desgracias deben ser preferidas por un hombre moral á actos que serian crímenes.—Terrible coli- sión, conflicto inevitable es el que se presenta en nuestro caso entre los intereses de la madre y los del niño; pero cuyos resultados tío está en manos del médico impedir, ya que ni á la madre misma es lícito atentar contra la vida de su hijo por salvar la suya propia. Acabamos de decir que el médico no puede impe- dir los resultados de aquella colisión de derechos, y esto es evidente; si el principio de que habla Ahrens no sufre excepción} si nadie tiene derecho de sacrificar la vida de otro por salvar la suya ¿podrá el partero hacerlopor salvar la de otro? Evidentemente no. "Que se nos permita una comparación, dice Hubert. Su- poned de nuevo aquellos náufragos apoderados de una tabla de salvación, bastante fuerte solamente para sostener á uno sobre las aguas, pero incapaz de llevar á los dos. Ambos, sin embargo, usando del mismo derecho, se agarran á ella con igual energía. Desde la ribera asistís impotente á esta lucha deses- perada; no teneis cuerda ó percha que tender á los que van á sumergirse juntos, pero estáis con un fusil en la mano: ¿teneis el derecho de tirar sobre uno de esos desgraciados, que sin embargo va á morir, para ensayar salvar al otro? ¿Os creareis este derecho y tirareis, si no estáis ni aun seguro derribando á uno de salvar al otro, y sobre todo si no estáis cierto de tío matar á los dos?» Tal es exactamente el caso qne al médico se presentarla embriotomía no es de per- fecta inocuidad para la madre, no puede haber cer- teza de que ésta no perezca al mismo tiempo que su hijo. Que á la mujer asista el derecho de legítima de- fensa, tampoco pretenda decirse, pues que no recibe ningún ataque de parte de su hijo, que si ha venido á colocarse en el camino de su vid , ha sido tan solo por un acto del' todo independiente de su voluntad y del que más bien seria la madre responsable en muchos casos, si conociendo su deformidad se ha ex- puesto á concebir. En estas circunstancias el niño seria el que estuviera en pleno derecho de pedir la operación cesárea, para defenderse del verdadero ataque que á sabiendas se le dirige; estaría en pleno derecho, decimos, porque en defensa de su vida querría únicamente que se expusiera un poco más la de su madre, mientras que ésta exige siempre el sa- crificio seguro de su hijo. Denman, partidario deci- dido de la embriotomía, no puede ménos que vacilar en ciertos casos ante la evidencia de la verdad moral, y se expresa en estos términos: “No puedo abando- nar este asunto sin considerar un lado de la cuestión que se ha presentado á mi espíritu, sobre todo cuando el hecho se presentaba á mí mismo. Suponed una mujer casada, tan desgraciadamente construida que no pueda tener un hijo vivo. A su primer parto no se puede vacilar en aliviarla á expensas de su hijo; un segundo y un tercer ensayo pueden ser justifica- dos, para asegurarse de la imposibilidad. Pero, b.tjo el punto de vista moral, se puede preguntar si ella debe exponerse á tener hijos, ó si estando segura de no poder tener uno vivo, una mujer tiene dere- cho de dejar destruir varios niños para salvar su vi- da (yo lie visto más de diez sacrificados así); ó si, después de varios ensayos, no debe someterse á la operación cesárea que podría salvar á su hijo á ex- pensas de la vida de ella. Esto merece considera- ción.*—Ciertamente la merece: el partero tiene na- da ménos que decidir cuál sea su conducta en esos casos en que tan claramente se ve la injusticia y pu- diéramos decir premeditación con que la mujer ata- ca el derecho más sagrado de su hijo.—“Pero ¿somos jueces, somos ministros de justicia? La venganza, el castigo, no nos pertenecen; ¿cuándo la medicina ha rehusado una mano bienhechora al degradado, al pecador, al criminal?'!—Esto dice Barnes, y nada más cierto sin duda; mas creemos que el distinguido partero inglés confunde evidentemente. No se juz- ga la culpabilidad de la acción pasada para senten- ciarla; que sí para apreciar mejor la mayor injusticia que se cometería matando al niño en esa circuns- tancia. No es una venganza, no es un castigo lo que el médico se propone; solamente se abstiene de obrar, y no por el hecho mismo de que haya sido culpable la mujer, sino porque ésta, con su falta, ha perdido aún el remotísimo derecho que pudiera, te- ner de pedir el sacrificio de su hijo para salvarse. No niega á la madre una mano compasiva, que án- tes bien le presta todos sus auxilios, pero hay un límite que no puede traspasar sin llegar á ser, no simplemente injusto, sino también ilógico: si la me- dicina nunca ha rehusado su mano bienhechora al degradado, al pecador, al criminal, ¿por qué se la negará al justo, al inocente? La caridad puede y 36 debe ejercerse con el pecador para levantarlo, para consolarlo, para aliviarlo; pero nunca para ayudarle á cometer un nuevo crimen, que eso no seria ya ca- ridad, sino verdadera complicidad. Es, pues, alta- mente ilógico querer ampararse de la caridad para atacar al inocente y defender al culpable; y por tan- to no puede aquella ejercerse con la madre, sino en tanto que no perjudique al niño, puesto que uno y otro tienen á ella igual derecho. Resulta, pues, que la operación cesárea está ple- namente justificada, é indicada de una manera pre- cisa, no sólo en los casos de parto imposible por la vía normal, sino también cuando una estrechez aun- que mediana de la pelvis impida el paso de un feto vivo á su través; pero siendo tan peligrosa para la madre, ésta, usando de un derecho natural incontes- table, puede no consentir en ella, y entonces el niño está perdido irremisiblemente, ya sea que se le abandone hasta que muera, ó ya que se le sacrifique inmediatamente. En tales circunstancias la respon- sabilidad del médico seria aun mayor en el primer caso, en concepto de los partidarios del fetieidio, por haber dejado no solamente perecer al feto, sino también agravarse inútilmente la situación de la enferma; de ahi, como mas racional, practicar desde luego la embriotomía que es ya el único recurso de ({lie se dispone. Mas eso no es cierto, porque si se deja perecer al niño se le mata por omisión, y si se le despedaza se le mata por comisión. Ahora bien, en derecho como en moral hay una diferencia esen- cialísima entre la responsabilidad de un acto omiti- do y la de un acto cometido; diferencia evidente, pero que además de eso no nos interesa hacerla mas 37 palpable porque en nuestro caso ni siquiera se co- mete un delito por omisión dejando morir al feto en el vientre materno. En efecto, para que una omi- sión sea punible, es preciso que se haya omitido una cosa que estamos obligados á hacer; es asi (pie el partero no está obligado á practicar la embriotomía, porque dispone de la operación cesárea que puede salvar madre é hijo; luego su omisión no es punible. Y hacer pedaz< s al niño sí lo es, porque se le mata por comisión de un acto reprobado por el derecho y por la moral, fundamento del derecho. En cuanto á que se agrave la situación de la enferma, ni ésta misma tiene la culpa; porque aunque no consienta en la única operación capaz de salvar á su hijo, no puede exigírsele que lleve su abnegación al herois- mo de sacrificar su vida, que tal pudiera ser el re- sultado de la histerotomotocía. Al médico no pue- de hacerse cargo alguno,, porque ha propuesto el último recurso lícito de que dispone; si no se acep- ta, no queda más que esperar la muerte del engen- dro para poder conducir sobre él los instrumentos destructores. Los principios del derecho y de la moral son muy precisos, y bastan para dar al espíritu una plena convicción; pero si para evitar aun el peligro lejano de perderse en el laberinto de las interpretaciones se quiere una nueva luz, recuérdese que un precep- to formal de la ley divina, que debe ser el funda- mento de nuestras leyes y de nuestras costumbres, terminantemente nos prohíbe tocar la vida de nues- tros semejantes. No matarás, nos dice este manda- miento expreso y no susceptible de interpretación ni de excepción alguna; hacer lo contrario es una 38 infracción manifiesta, es un pecado que nada puede disculpar. Ahora podemos ya reasumir. La operación cesá- rea no es tan mortífera como se dice; lo es única- mente un poco más que la embriotomia tal como se practica de ordinario; estando vivo el feto salva ma- yor numero de existencias que ésta última, y por- tan to está científicamente indicada toda vez que el parto por otros medios sea incompatible con la vida del niño. No hay razones sociales de bastante peso para preferir sistemáticamente la madre al niño; pe- ro aunque las hubiera, otras de un orden infinita- mente superior las desvanecerían. Cuando la mujer rehúsa someterse á la operación cesárea, como pue- de hacerlo, no queda otro recurso que esperar la muerte del producto, porque privarle de la vida se- ría sacrificarlo con seguridad en beneficio de otro individuo á quien quedan probabilidades casi igua- les de vida y de muerte; sería causar un mal positi- vo injustificable por toda consideración, aun de ne- cesidad, aun de utilidad; sería abusar de la fuerza contra el derecho; sería violar el derecho más sagra- do de un tercero; sería un crimen! Tales son las conclusiones á que liemos podido llegar después de nuestro imperfecto estudio. Cree- mos que las ligeras reflexiones que acabamos de ha- cer bastan, por el sentido, que no por la forma, pa- ra dejar trazado de una manera precisa el camino que en nuestro concepto debiera seguirse. Nadie, por ningún motivo y en ninguna circunstancia, pue- de creerse dispensado de cumplir los sagrados de- beres que impone el derecho y la moral á todo mun- do, sea cual fuere su religión. 39 En cuanto al médico católico, la cuestión que líe- nlos tratado no levanta la menor duda en su espíri- tu, porque está perfectamente resuelta por una au- toridad superior, á la cual ha querido someterse aquel, usando de la plena libertad de su conciencia. Aquella autoridad prohíbe matar al niño en el vien- tre materro, y por tanto la embriotomía no puede ser practicada mientras el feto no haya muerto. id Emo. Sr. Cardenal Arzobispo de Eyon, pro- puso á la Congregación general de la Inquisición, la siguiente consulta: "¿Puede enseñarse como doctri- na segura en las escuelas católicas, que es lícita la operación quirúrgica llamada craneotomía, cuando de ser omitida dicha operación, hayan de perecer la madre y el niño; y al contrario, cuando practicada se salve la madre pereciendo el niño?"—La resolu- ción fue la siguiente: o Eme. et lime. Dne. Eme. P. P. mecum. Inquisitores generales in Con- gregatione habita Feria IV, (lie 28 labentis Maii, ad examen revocarunt dubium ab Eminentia tua propo- situm.-An tuto doceri possit in seliolis eatliolieis lici- tam esseoperationem chirurgicam,qu¿ nCrancotomia apellant, quando seilieet, éa omissa, mater etinfans perituri sint, éa é contra adinissa, salvanda sit mater, infante perpunte?—Ac ómnibus din et mature per- pensis, habita quoque ratione earum quae hac in re á peritis catliolicis viris conscripta ac al) Eminentia rúa hnic Congregationi transmissa sunt, responden- dum esse duxernnt: Tuto doceui non posse.- Quam responsionem cum SSmus. I). N. in audientia ejus- dem Feria1 ac diei plene con firmaverit, Eminentia^ tuse comunico, tuasque manos humillime deosculor. —Roma, 31 Maii, 1884.—Emo. Archiepiscopo Lug- dunensi.—Humillimus et addictissimus servus ve- ros.—R. Card. Monaco, h Si, pues, no puede enseñarse como doctrina se- gura que es lícita la craneotomía, evidentemente nunca debe practicarte la embriotomía sobre el feto vivo. México, Abril de .1887. Guillermo López de Lora.