FACULTAD DE MEDICINA DE MEXICO. CANALIZACIÓN DE LOS ABSCESOS DEL HIGADO Trabajo inaugural que para el examen general de Medicina, Cirugía y Obstetricia, presenta al Jurado Calificador Yispn Séaiti Alumno de la Escuela N. de Medicina, miembro de la ...Sociedad Filoiatica,’ Ex-practican te del Hospital “San Hipólito” y déla séptima Inspección de Policía, Practicante del Hospital “Concepción Béistegui” y del Consultorio gratuito de la Beneficencia Pública. MÉXICO Tip. de la Escuela Industrial de_Hi é»fanos Tévpam de Santiago, 1880. FACULTAD DE MEDICINA DE MEXICO. CANALIZACIÓN DE LOS ABSCESOS DEL HIGADO, Trabajo inaugural que para el examen general de Medicina, Cirugía y Obstetricia, presenta al Jurado Calificador Uémm Alumno de la Escuela N. de Medicina, miembro de la ¿.Sociedad Filoiátrica,’’ "San Hipólito’’ y de la séptima Inspección de Policía, Practicante del Hospital "Concepción Béistegui’- Ex-pyactjcante del Hospital y del Consultorio gratuito de la Beneficencia Pública. MEXICO. Tip de la Escuela Industrial de Huérfanos. Técpam de iSaniiaro, 1889. |i nm peáíte f aám Justo tributo de amor filial. 4 si Ittaam® Salll® A cuyo ejemplo y solicitud debo el haber terminado mi carrera. Al Cirujano Bt9 I,fsa®li©® i® F* ÍHs®im9 A quien como Médico, como Maestro y como amigo, debo infinitas consideraciones. A mis queridos maestros » aii Icasa j llaia ai Gijliiiicz, Mesp eto, v Gi •aliiud. A mí buen amigo ó inteligente condiscípulo Como prueba de amistad sincera. Ala memorla de mi sabio maestro DR, FRANCISCO ORTEGA. Gratitud y Admiración. Señores Jerados: que los trabajos científicos de los sabios Ultramar determinaron una revolución en el extenso campo de la cirugía: Cuando tuvimos la fortuna de asistir á la lucha establecida entre las ideas propagadas por el empirismo y las emana- das de una observación atenta y rigurosa; y más todavía, cuando del conflicto originado por doctri- nas tan opuestas hemos visto surgir las bases de una intervención racional, ya no miramos como te- merario al cirujano que abre la cavidad del vientre, si para ello pone en práctica las reglas fundamen- tales de la antisepsha. No vamos á ocuparnos en agregar razonamientos nuevos al sostenimiento de O O esta verdad indiscutible; porque si bien es cierto que hay médicos que no la aceptan todavía sino bajo reservas infundadas, tenemos en cambio una infinidad de hechos que en el terreno de la práctica son más elocuentes que las palabras. En efecto; si registramos los anales de la cirugía ocular en sus operaciones más delicadas; si recorremos la histo- ria de la cirugía del vientre y del pecho en la se- gunda mitad del siglo en que vivimos, fácilmente nos convenceremos de la legitimidad de este hecho evidentísimo: los resultados felices en las operaciones aumentan 'paralelamente con los cuidados de asepsia. 10 Por nuestra parte, no abrigamos la pretensión de enriquecer con nuestro contingente humilde la cirugía nacional; pero ya que los estatutos de nues- tra Escuela nos obligan á presentar al Jurado una prueba escrita, liemos querido obedecer á dos ideas igualmente meritorias. Es la primera, no copiar ciegamente las opiniones de los sabios sobre cues- tiones que están todavía en el escabroso terreno de la discusión; y los conceptos emitidos en este insig- nificante trabajo, no reconocerán otro fundamen- to que el que naturalmente presta la observación atenta de los hechos. La segunda es que siendo nuestro compatriota, el Dr. Miguel Jiménez, quien directamente extrajo por primera vez el pus de los abscesos del hígado, hemos querido á la vez que rendir.un justo homenaje ásu memoria, hablar de un procedimiento cuyos detalles no conoció segu- ramente; pero que es una derivación legítima del suyo. Nos referimos á la canalización de los abs- cesos DEL HÍGADO. En consecuencia, despue's de haber anotado, aunque someramente las fases que recorrió la ope- ración que nos ocupa, enumeraremos sus indica- ciones más principales, haremos un estudio ciítico de los procedimientos más usados, indicaremos cuál nos parece preferible y las razones que nos asisten para creerlo así, terminando con la expo- sición de las observaciones que personalmente he- mos recogido, así como de las que nos han sumi- nistrado personas inteligentes y dignas de fe. F. Vázquez Gómez. I Consideraciones históricas. Cuando un proceso flemásico de cualquiera naturaleza que sea, ha terminado por la supuración de los tejidos afectados, la indicación capital es dar salida al pus tan lue- go como se reconoce su existencia; pero al llevar á la prác- tica una concepción tan justamente sancionada per la ex- periencia de los siglos, los procedimientos han variado con la anatomía de la región enferma, así como con los adelan- tos que el arte de curar realiza á cada instante. Por eso es que las más grandes notabilidades quirúrgicas de la primera mitad de nuestro siglo, han tenido que vacilar y proceder con temor siempre que se trataba de evacuar el pus de los abscesos hepáticos: estaban por una parte la importancia del órgano afectado y sus relaciones con el peritoneo, y por la otra, la carencia de recursos eficaces para prevenir las consecuencias de una solución de conti- nuidad en región tan delicada. Estas consideraciones dieron origen indudablemente á procedimientos como el de Recamier: en él se trataba de llegar al foco, pasando por el peritoneo después de haber provocado en esta serosa una infamación adhesiva y cir- cunscrita. De aquí también el procedimiento de Bégin, modificado más tarde por el Dr. Graves de Dublin; las pa- redes del vientre no fueron entonces lentamente divididas por la potasa cáustica como en el primero, sino en una so- la vez y con el bisturí. Pero los resultados no correspon- dieron á las esperanzas, y muy comunmente la peritonitis 12 no era adhesiva y circunscrita sino generalizada y mortal. El problema subsistía, pues, con todos los escollos que Jo habían rodeado. En efecto; ¿por dónde y cómo se debía atacar al hígado con menos peligros para el operado? En México, donde por desgracia los abscesos hepáticos son frecuentemente la consecuencia obligada del alcoholis- mo, no dejaron de preocuparse los médicos de una cues- tión tan importante. Esto dio por resultado que la tera- péutica quirúrgica más racional de una afección tan gra- ve, tuviera su cuna en nuestra oatria; pues el talento na- da común de los doctores Miguel F. Jiménez y José M. Vértiz, hizo que focos purulentos desarrollados en el hígado, tuvieran en lo de adelante menos víctimas. El primero de estos distinguidos clínicos, después de haber perfeccionado el diagnóstico de los abscesos del hí- gado, instituyó en el año de 1852, la punción con el trocar á través de los espacios intercostales, como tratamiento general de dichos abscesos. Las razones que tan eminente clínico tuviera para aceptar este lugar de elección como el más á propósito pa- ra penetrar, creemos que pueden reducirse á dos: el ínti- mo contacto del lóbulo derecho del hígado con la pared costal correspondiente y la poca extensión de los movi- mientos ejecutados allí. En efecto; al practicar una ope- ración de esta naturaleza, puede el cirujano encontrar dos condiciones enteramente distintas: ó hay adherencias pe- ritoneales en la región operada ó no las hay. En el pri- mer caso, no debemos temer mucho la peritonitis conse- cutiva al derrame de una cantidad de pus áun insignifi- cante, por lo mismo que las adherencias preestablecidas, desempeñan el papel de elementos protectores. En el se- gundo caso, es decir, si el proceso flemásico se ha locali- zado en la profundidad del parenquima y esto mismo ha hecho que las adherencias peritoneales no existan, tam- poco vendrá la peritonitis generalizada, debido principal- mente á las dos circunstancias que antes señalábamos: al inmediato contacto de la pared continente y de la glándula ■contenida, así como á la poca movilidad de esta última. Éq el año de 1858, el mismo Sr. Jiménez habiendo no- tado que los enfermos rehusaban someterse varias veces & la misma operación, cuando era necesario, creyó conve- liente modificar su método primitivo de una manera que suprimía hasta cierto punto aquellas dificultades. La mo- dificación consistió en dejar á permanencia la cánula del trócar sujetándola convenientemente al tronco: así, á la vez que no había necesidad de repetir la punción, se ob- tenía el escurrimiento del pus á medida que se formaba ,en el foco, y se podía obrar sobre las paredes de éste por medio de inyecciones detersivas ó irritantes. La canalización se había efectuado aunque de una ma- cera imperfecta; pero una vez dado el primer paso ó pues- ta en práctica la idea fundamental, no debieron tardar las modificaciones, como en efecto no tardaron hasta llegar á |a época presente. Algunos afios después de aquel á que nos acabamos de .referir, el Dr. J. M. Vértiz sustituyó Ja cánula rígida del trócar por un tubo de canalización de Chassaignac. Las ventajas de esta modificación fueron de tal manera eviden- tes y los resultados tan felices, que el mismo Sr. Jiménez la adoptó sjn vacilación alguna, según lo expresa en sus lecciones clínicas donde dice: “Quedaba, pues, imperfecta la'resolución del problema cuando ocurrió á mi distingui- do aniigo el Sr. Dr. Vértiz, la feliz idea de aplicar á los .abscesos del hígado el método de canalización (drainage) de Chassaignac y el primer ensayo tuvo en sus manos un éxito admirable.u Más adelante, y refiriéndose á la misma modificación, continúa: “Varios casos se han perdido á pesar de todos esos cuidados, porque el accidente de la su- puración del hígado es verdaderamente terrible: pero otros se han logrado y hasta este momento la comparación es muy favorable al procedimiento tal cual he procurado des- cribirlo. M A pesar de las ventajas que se habían obtenido con las modificaciones anteriores, no permanecieron las cosas en el mismo estado; pues aquí mismo en México, el Dr. Cíe- ment, en lugar de un solo tubo, introdujo en diversos pun- tos dos tubos distintos, haciendo pasar por su medio una corriente continua de agua, la cual arrastraba los produc- tos formados. Por último, hace ya varios años que el Dr. Marín, de Puebla, emplea la canalización en los abscesos de hígado, sirviéndose del bísturi para abrir ampliamente el foco y facilitar d escurrimiento del pus. No hacemos una des- cripción detallada del procedimiento que, según sabemos ha puesto varias veces en práctica, porque no hemos teni- do la fortuna de conseguir sus trabajos con oportunidad. Como se ve por lo que acabamos ae asentar, la historia del tratamiento quirúrgico mejor dirigido contra los abs- cesos del hígado, es exclusivamente mexicana; y mientras que en la vieja Europa se recurría en casos semejantes á la potasa cáustica ó á otros medios igualmente dilatados, en México se penetraba directamente al hígado yse le despojaba en una sola vez de su incómodo huésped. Yno se vaya á creer que se penetraba por audacia, pasando por alto los peligros de una inflamación peritoneal; porque además de que la anatomía indicaba esa manera de pro- ceder, la clínica confirmaba perfectamente una indicación tan justa. En comprobación de esto, vamos á citar tex- tualmente las palabras del Dr. Jiménez en que refiriéndo- se á la misma cuestión dice; “en centenares de punciones que he ejecutado, jamás he visto sobrevenir los síntomas de una peritonitis, n Pues bien, si para juzgar los procedimientos anteriores tuviéramos que atenernos exlcusivamente á la estadística de entonces comparada con la de hoy, ó si los elementos que nos sirvieran de apoyo para emitir nuestro juicio reco- nocieran como base la antisepsia, habríamos caído en un error imperdonable; pues es una verdad reconocida que siempre que tratemos de discernir sobre lo que cae bajo el dominio de la hhtoria tenemos forzosamente que colocarnos en las mismas condiciones en que existió la cosa que sojuz- ga, Si queremos, pues, ser consecuentes con este principio á todas luces lógico y racional, no se nos ocurrirá compa- rar las estadísticas de aquellos tiempos con las de los tiem- 15 •pos presentes,; porque basta que en la actualidad contemos con recursos eficaces para prevenir ó combatir la infección sus terribles consecuencias, para que los beclios carez- can de la paridad indispensable. Pero si en igualdad de condiciones, es decir, sin el poderoso auxilio de la antisep- sia, comparamos los procedimientos de Recamier, de Bé- gin y de Graves con los de Jiménez, Vértiz, y Cíement, exclusivamente nacionales, tendremos la legítima satisfac- ción de conceder á estos todas las ventajas que la experien- cia se ha encargado de confirmar. Sin embargo, á pesar de los progresos alcanzados has- ta entonces y los cuales hemos creído conveniente bosque- jar, la clínica se resentía con muchísima frecuencia de ló que faltaba á los procedimient s anteriores para llenar sa- tisfactoriamente las indicaciones. El arte exigía de la cien- cia lo que ésta no podia proporcionarle en aquella época. De aquí que el práctico más experimentado tropezara fre- cuentemente con dificultades invencibles á la cabecera del enfermo, y que infinidad de veces viera desarrollarse el cua- dro terrible de las septicemia sin poder evitar sus conse- cuencias funestas. Pero no tardaron muchos años sin que al avance irresis- tible de los conocimientos humanos, un verdadero renaci- miento se efectuara en el mundo médico. En efecto; si don- de antes se miraba la acción maléfica y misteriosa del aire en su conjunto, se comprobó después la existencia de mi- de esos séres infinitamente pequeños, pero cuya acción mancomunada destruye la organización más robus- ta: cuando reconocida la causa de una gran parte de los accidentes quirúrgicos se procuró obrar sobre sus ele- mentos y se encontraron medios que prevenían su presen- cia en las heridas ó los destruían una vez desarrollados allí; en una palabra, cuando Lister inmortalizó su nombre valorizando y erigiendo en método lo que antes de él se había tenido oportunidad de observar, desde entonces de- cíamos, la conducta del cirujano reconoció una base sóli- da y segura. Mientras Pasteur en sus experimentos sobre las formen- taciones esteriliza el aire haciéndolo pasar por el amianto y por una temperatura elevada, Guerin lo despoja de su acción nociva sobre las heridas por medio de su empaque algodonado y Lister purifica la atmósfera del campo ope- ratorio con los vapores del spry, la región que va á operar- se con las soluciones fénicas é impide la infección de las heridas con sus telas impermeables y asépticas. Desde entonces, y contando con las ventajosas condicio- nes en que el cirujano se coloca al emprender una opera- ción cualquiera, podemos comparar los procedimientos que han tenido por mira la curación de los abscesos del higa do, los diferentes detalles que les constituyen así como los resultados obtenidos en cada uno de ellos. Y como quiera que nos parece del todo indispensable decir algunas pala- bras acerca de las indicaciones de la canalización en los abscesos hepáticos, vamos á exponerlas brevemente, pues no nos es desconocida su importancia, y por lo mismo cree- mos que bien pudieran ser el objeto de un desarrollo es- pecial. Tendremos igualmente que entrar en algunas con- sideraciones sobre la punción como medio curativo, aun- que no sea sino para precisar sus límites de acción, más allá de los cuales no queda otro recurso que canalizar el absceso cuya curación tratarnos de obtener. 11. Indicaciones de la canalización en los abscesos del hígado. Al ocuparnos de la segunda parto del programa que ncs hemos propuesto desarrollar en el presente trabajo, vamos á considerar la cuestión bajo tres puntos de vista entera- mente distintos; es decir, á establecer las indicaciones de la canalización, no teniendo en cuenta sino tres de los prin- cipales caracteres de los abscesos del hígado: sus dimen- ciones, su sitio y las complicaciones á que hayan dado lu- gar accidentalmente. Y si en estas breves consideraciones hacemos punto omiso de su número, no se crea por esto 17 que negamos á tal circunstancia todo el interés práctico que tiene, sino porque además de ser difícil diagnosticar seguramente su multiplicidad, no creemos que constituya una contraindicación formal al procedimiento que acepta- mos, al menos en la mayoría de los casos más comunes. De una manera general pudiéramos decir que cualquie- ra que sea el volumen del absceso que tratamos de curar, y siempre que no haya determinado alguna de las compli- caciones que señalaremos más lejos, debemos recurrir á la punción aspiradora con el objeto de evacuar el pus y procurar la aproximación de las paredes del foco. Que si éste es de pequeñas dimensiones, bastará generalmente el medio que acabamos de mencionar; pero si una explo- ración atenta y cuidadosa nos ha revelado la existencia de Un absceso voluminoso, es casi seguro 'que esta primera tentativa no producirá el efecto que se busca, ano ser que concurran otras circunstancias que mencionaremos después. En este supuesto, el práctico se encontrará con una de las dos siguientes condiciones: ó el trabajo supurativo desarro- llado en el hígado ha minado más ó menos profundamen- te la economía, ó solamente ha determinado perturbacio- nes generales poco importantes. En el primer caso, si des- pués de la primera punción los signos generales y físicos nos advierten que el absceso se reproduce con rapidez, cree- mos que debe procederse inmediatamente á practicar la canalización, como el medio más á propósito para preve- nir el agotamiento irremediable del enfermo. E-n el se- guiado caso, estamos enteramente de acuerdo con que la punción aspiradora se repita, en tanto que el estado gene- ral del paciente no ha}ra sufrido demasiado, y siempre que notemos Una disminución progresiva del absceso; porque si esto no suceae, á pesar de que el organismo se encuen- tre en condiciones favorables, debe practicarse la canali- zación sin pérdida de tiempo. Al emprender el estudio de la situación de los abscesos del hígado bajo el punto de vista en que nos colocamos por ahora, muy justo nos parece señalar su importancia terapéutica, porque en nuestro humilde concepto, la apre {■¡ación razonada de esta particularidad, influirá notable- mente sobre la conducta que se deba seguir. Por nuestra parte, vamos á emitir una opinión que en seguida procu- raremos fundar; pero si no lo conseguimos, será pura y sencillamente porque nuestra escasa inteligencia no nos permita vencer las dificultades que debamos encontrar. Esperamos fundadamente que no se nos tachará de pre- tenciosos, porque no es el deseo de aventurar algo nuevo el que nos guía; sino que amantes de buscar á los hechos observados alguna explicación que nos satisfaga, hemos creído conveniente exponer la que nos parece más justa. Los abscesos hepáticos que en sil crecimiento avanzan ha- cía la cavidad abdominal, son más susceptibles de ceder á las punciones repetidas, mientras que los que tienden d in■* vadir la cavidad torácica ó sus paredes resisten más d es- tos medios y deben canalizarse si la primera punción no produce el efecto apetecido. En apoyo de la proposición que acabamos de sentar, te- nemos razones anatómicas y clínicas. En efecto, si recor- damos en general que la glándula hepática se encuentra en relación por su cara inferior con el contenido entera- mente movible de la cavidad del vientre; por su cara supe- rior con el diafragma y por una gran parte de sU lóbulo derecho con la cara interna de las últimas costillas, no nos será muy difícil explicarnos satisfactoriamente los hechos. Supongamos, por ejemplo, que se ha desarrollado un absce- so en la cara cóncava del hígado ó muy cerca de ella; es muy lógico pensar que en su crecimiento progresivo, se extienda más por donde la resistencia que tiene que ven- cer sea más débil. ¿ Y cuál de las regiones anteriormente mencionadas está compuesta de elementos más fácilmente desalojables? Indudablemente que la cavidad abdominal inclusive sus paredes ántero-laterales; luego en este sen- tido se verificará el crecimiento del absceso en cuestión. Se nos dirá que el trabajo inflamatorio puede producir adherencias entre la pared inferior del foco y alguna par- te del revestimiento intestinal. Esto es evidente; pero si tenemos en cuenta la movilidad de los intestinos, desde 19 luego debemos suponer que las adherencias dichas, no pon- drán un obstáculo serio al movimiento de retracción que tratamos de obtener. En estas condiciones, el absceso se punciona y se extrae su contenido; este hecho producirá dos efectos diferentes, pero que concurrirán al mismo re- sultado, En primer lugar, habremos reducido al mínimun la potencia representada por el hígado anormalmente cre- cido; y desde entonces, la resistencia representada antes por las paredes musculares del vientre y las víceras desalo- jadas, se habrá cambiado, en virtud de su elasticidad per- fecta, en una potencia que tenderá naturalmente á aproxi- mar las paredes del foco cuya desaparición buscamos. Si á esto se agrega una compresión moderada y artificial que el médico establece con un vendaje apropiado, tendre- mos mayor número de probabilidades para obtener un éxi- to feliz. Por fortuna nuestra, no solo poseemos razones de un orden exclusivamente anatómico para apoyar nuestro acer- tó, sino que muy comunmente la clínica nos favorece con su autoridad irrecusable. Mas por no sobrepasar dema- siado los límites de este trabajo, vamos á recordar un so- lo hecho tan notable como interesante bajo el punto de vista en que venimos discutiendo. En el año de 1886, y cuando cursábamos la clínica de tercer am«, bajo la dirección de nuestro inteligente maes- tro Dr. Demetrio Mejía, tuvimos oportunidad de obser- var un enfermo que era portador de un enorme absceso de hígado que se había desarrollado hacía la cavidad del vientre y á un grado tal, que su límite inferior llegaba á la fosa iliaca derecha, mientras que el borde superior del órgano afectado apenas subía como dos centímetros más allá de su límite normal. Recordamos perfectamente que sobre el trayecto de la línea mamilar, el hígado medía treinta y dos centímetros. Pues bien, á ese enfermo se le practicó una punción aspiradora con el aspirador de Po- tain á través de los últimos espacios intercostales; se le ex- trajo en esa sola vez una cantidad considerable de pus he- pático, y cuando la operación hubo terminado, el borde in- 20 feriar del hígado llegaba como á unos cinco centímetros O O abajo del reborde de las falsas costillas. La temperatura, c|ue hasta entonces había estado mu- cho más allá de la normal, fue disminuyendo sucesivamen- te y al cabo de unas tres semana', tuvimos la agradable sorpresa de ver al enfermo notablemente restablecido. Po- co tiempo después-, salió de alta en perfecto estado de sa- lud. Bien pudiera alegársenos que en el caso que acabamos- de citar, no se habían producido adherencias de ninguna especie; y que cuando estas existen, son capaces de neu- tralizar completamente el efecto de la compresión elástica inherente á la masa intestinal. Para desvanecer este ar- gumento, bastaría recordar que cuando los abscesos se abren en el intestino son susceptibles de una curación per- fecta; pero como nuestro propósito es apoyar nuestras ra- zones con hechos clínicos bien observados, vamos á referir uno muy interesante que tuvimos ocasión de recocer per- sonalmente. Se trata de una enferma que el mes de Enero de 188 X ingresó al Hospital “Concepción Béistegub á ocupar la cama número 3.9 del servicio de nuestro entendido maes- tro Dr. Fi •ancisco de P. Chacón y á cuyo lado hacíamos entonces nuestra práctica. Esta enferma presentaba per- turbaciones gastro-intestinales muy notables y un tumor voluminoso que se extendía, á la vista, desde el hipocon- drio derecho, hasta el flanco del mismo lado y á la zona umbilical.. Teniendo en cuenta todos los signos que nos proporcionó una exploración cuidadosa, se diagnosticó un absceso do hígado con tendencia á librarse paso por el intestino; en consecuencia, se resolvió practicar una pun- ción aspiradora que se aplazó para el siguiente día. Pero antes de que la operación se efectuara, la enferma no? lla- mó la atención sobre el aspecto de las materias estercora- les, donde sin dificultad reconocimos la presencia del pus hepático; repetimos entonces la exploración del día ante- nor, y nos encontramos con que el tumor había desapare- cido por completo. Todo se limitó á llenar las variadas in- dicaciones que se iban presentando, y al cabo de poco tiem- po la enferma estuvo perfectamente curada. Por medio de un examen físico atento, se notaba con toda claridad el lu- gar por donde el absceso en cuestión se había abierto en el colon transverso. Estamos perfectamente convencidos de que este caso no es excepcional; oero si lo hemos citado, es porque tuvimos oportunidad de seguir viendo á la en- ferma, en el Consultorio gratuito de la Beneficencia Públi- ca, con motivo de otros padecimientos y sin que acusara molestia alguna de parte del aparato digestivo. Como se ve, esto nos autoriza á concluir que las adherencias no constituyen un obstáculo invencible, siempre que tengan lugfar con los intestinos extremadamente movibles. Bien pudiéramos citar otras varias observaciones en con- firmación de la primera parte de la proposición que veni- mos sosteniendo; pero si no lo hacemos, es porque abriga- mos la creencia de que lo mismo habrá podido notar todo aquel que haya estudiado cuidadosamente los resultados de una intervención semejante y porque, cómo hemos di- cho, las indicaciones de la operación que nos ocupa, bien merecen ser objeto de un estudio especial. Veamos ahora lo que debe suceder cuando el absceso se desarrolla en la convexidad del hígado, y lo que es más común, en el lóbulo derecho. En este caso, el borde infe- rior desciende más ó menos hacia el flanco y el superior sube á una altura variable en la cavidad torácica, repelien- do al diafragma y al pulmón derecho en el mismo sentido. Esto trae como consecuencia necesaria ó desórdenes fun- cionales por parte de estos órganos en virtud de la com- presión que sufren, ó lo que es frecuente, alteraciones ma- teriales más ó menos profundas. En este último supuesto, se habrá producido una peri-hepatitis y una pleuresía de la base; y como generalmente esta es seca, no faltarán las adherencias consiguientes. Tendremos, pues, que este pro- ceso sordo, pero evidente, habrá reunido en masa á la cáp- sula de Glisson, al peritoneo, al diafragma y á la pleura viceral y costal; á su vez, el hígado quedará como suspen- dido (permítasenos la expresión) á órganos muy poco mo- vibles. En estas condiciones se practica una punción y se vacía el absceso. ¿Qué deberá suceder? Si aplicamos á este caso el mismo raciocinio que al anterior, tendremos: que reducida al mínimum la potencia representada por el híga- do enfermo, las víceras y paredes abdominales ligeramen- te desalojadas, volverán sobre sí mismas y tomarán su si- tuación habitual; pero entonces, la presión que puedan ejer- cer sobre la pared inferior del foco, además de no ser tan grande como en el caso anterior, se trasmitirá á través de un espesor considerable de parenquima, de donde resulta que en acción puede considerarse como muy poco eficaz. Si muy poco debemos esperar de los órganos encerrados en la cavidad abdominal, veamos si los que han sido rechá- zanos hacia el pecho pueden favorecer los esfuerzos que la naturaleza hace para reparar los desórdenes producidos. Hemos supuesto que la peri-hepatitis circunscrita concomi- tante, ha fijado el hígado al diafragma, el que á su vez se encuentra fijo á las costillas por intermedio de las adhe- rencias pleurales. En consecuencia, la pared superior del foco bajará des- pués de Ja punción, tanto cuanto se lo permita el estado patológico de los órganos contiguos; es decir, bien poco re- lativamente á lo que sube la pared inferior cuando sufre directamente la presión elástica y continuada de la nia- ra intestinal. Y repetimos, si ésta no tiene ahora una po- derosa acción, es porque sus esfuerzos no obran sino á tra- vés de una gruesa capa de tejido hepático congestionado y cuyo peso neutrahza una gran parte de la fuerza empleada. Hé aquí la razón porqué, el médico después de haber repetido varias veces la punción sin éxito plausible, ve agotarse progresivamente al enfermo sin poderlo salvar de las fatales consecuencias que le esperan. La prueba clínica que viene á confirmar nuestro aserto se encontrará detalladamente en las observaciones 1, 2, 3, y 5, las cuales se han recogido con especial cuidado; pero antes de dar por terminada esta cuestión tan difícil para nosotros, vamos á hacer una aclaración que nos parece in- dispensable. 23 Si hemos estudiado separadamente el volumen y la si- tuación de los abscesos, ha sido con el exclusivo obje- to de facilitar la exposición de Jos hechos, y no porque crea- mos que en la clínica se encuentran dicotomizados así; pe- ro no cabe duda que de la combinación bien hecha de es- tas dos circunstancias, el cirujano deducirá las consecuen- cias más lógicas y procederá con acierto en los casos inter- medios á los que hemos tomado como tipos perfectamente definidos. Tal vez pudiera hacérsenos una objeción respecto á la opinión que hemos sostenido hasta aquí; pues no cabe la menor duda que la canalización en nada vendría á modi- ficar las condiciones que impiden la aproximación de las paredes del foco; pero mientras qüe citando pUncionamos. el absceso no se obra absolutamente sobre la superficie su- purante, cuando lo canalizamos obramos directamente so- bre ella, y previniendo de esta manera la infección conse- cutiva, damos tiempo á que la naturaleza haga la repara* ción de los perjuicios ocasionados. Nuestro papel no es su- plantar los derechos que son del exclusivo resorte de un organismo que lucha, sino el de favorecer los esfuerzos que hacen los elementos reparadores para triunfar de los peligros que amenazan la vida. En cuanto á las complicaciones á que ordinariamente dan lugar los abscesos que estudiamos, bien podemos ex- ponerlas así: el absceso se ha puesto directamente en re- lación con el exterior; lo ha efectuado por intermedio de los bronquios, del estómago ó del intestino; se ha vaciado en alguna cavidad cerrada ó bien del examen atento de las circunstancias del caso, resulta que tiende á producir cualesquiera de estos resultados. Si la primera posibilidad se ha realizado, no toca al ci- rujano otra cosa que favorecer el escurrimiento del pus ampliando la abertura natural si es necesario y rodear al enfermo de todos los cuidados que la antisepsia reclama. Si se ha librado paso á través del estómago ó del intesti- no, no tendrá que intervenir sino para levantar el estado general por un tratamiento conveniente y ponerlo en las Mejores condición3s poslbles con objeta de que resista al trabajo supurativo que amenaza su vida. Pero si se ha abierto en los bronquios, no todos están de acuerdo sobre la conducta que se debe seguir; pues mientras que nuestro sábio maestro el Dr. Carmona y Talle sostiene que en es- tas circunstancias y cUando el absceso es vasto se debe recu- rrir á la punción, el Dr. Mejía dice que la estadística reprue- ba esta manera de proceder. Por nuestra parte, la reducidísima experiencia qUe po- seemos, no nos autoriza á emitir Una opinión que pudiéra- mos fundar con hechos; pero refiriéndonos á las indicacio- nes de la Canalización, diremos: qUe la circunstancia de que el absceso se haya abierto en los bronquios, constituye una contra-indicación absoluta y esto por las razones siguien- tes. Si canalizamos el absceso, las paredes de éste sufrirán el contacto, no solamente del aire inspirado, sino del que penetraría durante la expiración y en virtud del tiro que naturalmente queda y como el paso del aire exterior será rápido, no se podrá obrar sobre él de una manera conveniente y que evitara la descomposición del pus. Si áesto se agregan las desventajas que consigo traén los movimientos respiratorios y ios accesos de toz, es casi seguro que tendríamos la triste necesidad de Ver á nuestro entermo sucumbir á los progresos crecientes de una infec- ción inatacable; En algunas otras ocasiones los fenómenos sufren un O . cambio favorable, como lo viraos en el enfermo objeto de la observación mira. 3, Én este caso, un absceso se abrió en los bronquios y al cabo de algún tiempo la fístula hepa- to bronquina se Cerró completamente; el absceso se repro- dujo, se puncionó sin éxito y tuvo al fin que recurrirse á la canalización con Un efecto admirable. De aquí podremos deducir que cuando un absceso hepático no comunica ya con los bronquios, qüeda reducido á las condiciones de un absceso sin complicaciones y debemos tratarlo según digi- mos en otro lugar. Si el absceso sin adherencias resistentes previas, se ha derramado en el peritoneo, vendrá una peritonitis genera- 25 rizada, rápidamente mortal, y en tal virtud, se llenarán las indicaciones más urgentes, aunque sin esperanza de salvar la situación. Creemos que sucedería lo mismo cuando se haya vaciado en el pericardio, por cuyo motivo no nos de- tendremos más. Si el absceso ha hecho irrupción en la cavidad pleural sin adherencias previas que lo enquisten, y si la cantidad de pus es de tal manera considerable que amenace la vida por asfixia, so llenará la indicación más urgente practi- cando la toracentesis como lo hizo el Dr, Jiménez en un caso de esta naturaleza, aunque no sea sino para aplazar un poco el término fatal. No sucederá lo mismo en el su- puesto de que la cantidad de pus fuese insignificante, por- que entonces vendrá una pleuresía aguda cuyo tratamien- to variará según las circunstancias. Pero si las adheren- cias pleurales pre-establecidas enquistan el pus que se ha vaciado allí, tendremos un absceso en botón de camisa si la abertura de comunicación es pequeña, ó un absceso sim- plemente irregular si la abertura de comunicación es gran- de. De todos modos, estas circunstancias no contraindica- rán la canalización, como pudo verse en la enferma que Tué objeto de la observación número 1. Cuando los signos racionales y f'sicos nos adviertan que leí absceso tiene una tendencia marcada á abrirse paso por una cavidad cerrada ó abierta, debe practicarse luego una punción aspiradora, mediata ó inmediatamente seguida de la canalización, teniendo en cuenta todas y cada una de las circunstancias que hemos ennumerado anteriormente. - Acabamos de decir que inmediatamente seguida de la canalización, porque hay casos en que debe recurrirse á ella sin pérdida de tiempo y cuando la eficacia de otros medios es evidentemente ilusoria.. En estas condiciones pueden encontrarse los grandes abscesos que se desarrollan en la convexidad del lóbulo derecho y que son tan superficia- les que la fluctuación parece subcutánea- pues recurrir á otros medios, sería perder un tiempo que debíamos nece- sariamente aprovechar. Para convencerse de esta verdad, 'basta leer.detenidamente las observaciones números I y-4 26 ' _ . i á las cuales nos remitimos por evitar una prolijidad in* útil. ‘ ■ En todo lo que llevamos estudiado tocante á las indica,- piones de la canalización en los abscesos de hígado, casi no ihemos tenido en cuenta los que. se desarrollan en su lóbu- lo izquierdo y respecto de los cuales debemos hacer una aclaración importantísima. Mientras no existan adheren- cias peptoneales previas que nos pongan al abrigo de una peritonitis generalizada, no.créemos conveniente tratarlos .sino por la punción; pero tan luego como aquellas se hayan establecido ó si la punción no ha logrado, estamos autori- .zados á practicar la canalización con los cuidados que indi- caremos más lejos. Por último, si desgraciadamente los abscesos fueren va- rios y cuya.multiplicidad hayamos diagnosticado ó no, no creemos que esta circunstancia venga á constituir una con- tra-indicación á la operación que nos ocupa y esto por dos razones. La primera es que al obrar con los médios anti- sépticos sobre una superficie, supurante, tenemos muchas probabilidades de modificarla de tal manera, que disminu- yan notablemente los peligros de infección; y la segunda, que si el otro ó los otros abscesos están cerca del que se ha canalizado, éste les ofrecerá el punto de la menor resisten- cia, se vaciarán en él y np irán á producir desórdenes en algún otro órgano que no haya sufrido todavía. , , No queremos terminar esta,cuestión tan importante sin decir antes algunas palabras acerca de una circunstancia que prácticos entendidos han considerado como una contra- indicación formal á la canalización: nos referimos al proce- so flemásico que ha determinado la supuración intra-hepá- tica. Se dice: mientras la hepatitis determinante del abs- ceso no haya desaparecido, es contraproducente canalizar ¡éste, porque en lugar de ventajas resultarán inconvenien- tes sérios. En consecuencia, será racionalmente practicable la canalización, única y exclusivamente en los casos en que la superficie del foco esté constituida por la membrana pio- génica y cuando la hepatitis propiamente dicha haya desa- parecido por completo. Enteramente contraria ó la ante- 27 ñor, es la opinión que profesamos; y para fundarla debida- mente vahíos á aducir nuestras razones. '"La mayor parte de los sabios que han consagrado sus estudios ‘á dilucidar la patogenia de la supuración, han con- venido en1 admitir que la degeneración determinante de la formación del pus reconoce siempre como causa la inter- vención de un agente extraña á los elementos degenerados. O # O Y en todos lós casos conocidos hasta ahora, el aire ha sido el principal vehículo del elemento piogénico, excepto en los óasos de inoculación en que él mecanismo es un poco dife- rente. Así pues, si un órgano está sufriendo una inflama- ción intensa y'se pone en relación directa ó indirecta con él exterior, será el asiento de un trabajo supurativo, si no, Sufrirá la necrobiosis. Por otra parte, los estudios contemporáneos, los cua- les han venido á constituir el punto de partida de la anti- sepsia, han aclarado este punto muy importante de pato- genia: cuando una celdilla sufre la degeneración purulenta es porque ha sufrido seguramente la acción desconocida de un microbio. Pero los líquidos ó sustancias antisépticas son capaces de nulificar la potencia destructora de los micro- bios del pus; luego debemos recurrir á ellas en todos aque- llos casos en que se quieran detener los progresos de una supuración cualquiera. Ahora bien, si al caso particular de que nos venimos ocupando aplicamos lo que nos enseña la patología gene- ral, no vemos absolutamente qué razón pueda existir para que la hepatitis contraindique la canalización; es decir, el fá- cil escurrimiento de los productos de aquel trabajo peligroso y la desinfección completa de la cavidad consecutiva, en una palabra, la destrucción de los agentes productores del pus. Decíamos que la clínica confirma diariamente lo que la teoría nos hace presumir con fundamento. En efecto, bás- tanos recordar, por ejemplo, que infinidad de veces se pre- vienen ó combaten las terribles consecuencias de los fle- mones difusos, con solo el hecho de practicar amplias inci- siones y sujetar la región enferma á la acción evidentísima de los medios antisépticos. 28 En lo¿ momentos mismos en que escribimos estas líneas, liemos tenido oportunidad do observar dos casos de esta naturaleza. El más notable, nos ha sido suministrado por el enfermo núm, 64 de la sala 7 en el Hospital uConcep- ción Béistegui" de cuyo servicio médico formamos paite. Sb trata de un joven bien constituido que ingresó al hos- pital con un flemón difuso en Ja cara externa de la pierna derecha. Además de la coloración especial de la piel, pre- sentaba en ésta dos grandes flictenas llenan de una serosi- dad rojiza y purulenta. La temperatura era continua yde 40°,3. Se le practicaron por la mañana tres grandes inci- siones y apenas escurrió una cantidad insignificante de pus; y después de haber lavado las heridas con solución de bi- cloruro de mercurio al milésimo se le puso una curación iodoformada. En la noche de ese día el termómetro marcó 37“ 4.; al cha siguiente 37" y así ha seguido sin accidente alguno hasta la fecha en que se encuentra próximo á salir del Hospital. Desde el segundo día en adelante, el apósito re encontraba ligeramente sucio por un poco de pus/que dibujaba perfectamente el número y dimensión de las he- ridas hechas. Como éste, pudiéramos multiplicar los hechos; pero co- mo no hemos tocado esta cuestión sino incidentalmente, la claremos por terminada y pasaremos á la tercera parte de nuestro trabajo. 111. Estudio crítico de los diferentes procedimientos. Al emprender el estudio crítico de los procedimientos más usados para canalizar los abscesos del hígado, no ten- dremos en cuenta los de los Dres. Jiménez, Vértiz y Cíe- ment, porque han pasado al dominio de la historia y es donde hemos creído conveniente colocarlos: en consecuen- cia, sólo nos ocuparemos de aquellos en que el cirujano interviene abriendo una amplia vía á la salida del pus, exa- minando muy detenidamente cada uno de sus diferentes 29 tiempo. Tampoco intentaremos su clasificación porque es- to nos llevaría muy lejos y tendríamos que entrar en dis- cusiones agenas á nuestro propósito con el fin de fundar la clasificación adoptaúo. Hay un procedimiento que por su novedad y por estar en voga, según creemos, vamos á hacer de él un estudio es- pecial: nos referimos al que algunos llaman impropiamente método de Stromeyer Little. Rochare! lo describe en varios tiempos y he aquí el primero- ii A. Investigación precoz del pus. Siendo el pus un hués- ped peligroso en el organismo, debe dársele salida cuanto antes rodeándose de ciertas precauciones; este es un axio- ma de terapéutica quirúrgica. Hasta hoy no se había reco- mendado la intervención precoz en los focos intra-hepáticos, y generalmente, para penetrar al hígado, se esperaba áque el absceso se revelase por signos subjetivos, como el empas- tamiento, el dolor fijo á Ja presión, la fluctuación. Si bien es cierto que mucho antes que Little, algunos médicos ha- bían ido á buscar con un trocar fino, un absceso intra-hé- pático revelado por signos generales, estos son hechos ais- lados de donde no se había sacado ningún precepto tera- péutico. Este es el primer cirujano que lia puesto como regla de conducta, desde que los signos generales hacen pre- sumir la existencia de un absceso, el introducir en el higa- do, á veces hasta una profundidad do siete á ocho centí- metros, un trocar relativamente grueso (tres milímetros) y no temer repetir las punciones hasta encontrar el pus ó cerciorarse de su ausencia. La prescripción es formal. Aquí no se trata de una exploración más ó menos indicada y de- jada ála apreciación del cirujano. Esta investigación pre- coz del pus, hace parte integrante del método, es su primer tiempo y contribuye mucho al éxito de la operación, n Dejando á un lado lo de que Little haya sido el primero en atreverse á buscar con un trocar el absceso mira-hepá- tico cuando éste no era evidente, vamos á ocuparnos de pre- ferencia de la idea dominante que encierra el párrafo que acabamos de citar. De él se desprende que su autor recha- za completamente la punción aspiradora como medio cura- 30 tivo de los abscesos de hígado y esto sin tener en cuenta ni sus dimensiones ni su sitio. Como creemos haberlo demostrado al hablar de los lími- tes de acción de la punción aspiradora, y sobre todo como la clínica nos lo enseña diariamente hay infinidad de casos en que una ó más punciones bastan pára obtener un resul- tado favorable. Y desde el. momento en que un medio tan sencillo como inocentó ha bastado para curar un número respetable de abscesos ¿no estamos obligados á ponerlo en práctica siempre, aunque no sea sino como una tentativa prudente y perfectamente justificada por la experiencia?( ¿Por qué exponer desde luego al enfermo á los peligros de una operación s'arigrañte sí en algunos dasos podemos cu- rarlo por procedimientos más sencillos? Es cierto que en algunas ocasiones la canalización debe practicarse i a conti- nenti; pero ni es esto lo común, ni tampoco ha sido esta la mente del autor del procedimiento en cuestión. Es de tal manera evidente la temeridad que' encierra la proposición que estudiamos, y pugná tan abiertamente Con' lo que la observacióh nos enseña, que no creemoá necesa- rio aducir más razones en contra de uña regla pof mil moti- vos injustificada. Para confirmar nuestro aserto vanios a re- ferir un hechoquetuvimosoportunidaddeobservar. Se trata de un enfermo del servicio del L)r. Icasa en el Hospital "Con- cepción Béisteguill y que ocupó la cama número 57 de la sala 6. Se le diagnosticó un absceso mtra-hepático y en con- secuencia se resolvió hacerle úna punción aspiradora. He- cha ésta en el octavo espacio intercostal, se extrajeron como unas dos cucharadas de pus hepático; y sin haber necesidad de repetir la punción, á los pocos días el eníermo salió de alta perfectamente curado. Nosotros preguntamos: ¿qué habría hecho Stromeyer Little en este caso? Indudable- mente que tan luego como el índice del aspirador le hubie- se anunciado la existencia del pus, habría hundido su bís- turi en el hígado y canalizado el absceso produciendo un traumatismo peligroso y perfectamente inútil. Por nuestra parte dejamos al criterio particular de cada uno la aprecia- ción de semejante conducta. Aquí nos parece oportuno recordar lo que se nos dice muy comunmente en las clases: en clínica, no se ven enfer- medades sino enfermos; y por lo mismo, querer sujetar to- dos los casos á un cartabón determinado, es pecar contra los preceptos más elementales de una buena observación. “B. Abertura del absceso. La manera de conducir el bis- turí, vistas las circunstancias particulares en que se inter- viene, constituye igualmente una innovación. Esta punción á lo largo do la cánula del trocar, seguida de una insición franca que comprende la pared abdominal,¡el peritoneo y el hígado, es ciertamente una práctica atrevida, ó al menos muy diferente de lo que se hacía hasta entonces. “ . i'Cuando los cirujanos habían tenido, que abrir amplia- mente con el bisturí colecciones líquidas intra-hepáticas, como abscesos ó cortaban capa por capa y hacían al mismo tiempo la hemostasis. Aquí no hay nada de eso; la insición se hace de un golpe y comprende todo el espe- sor de las paredes; no se preocupa uno de la penetración de la sangre ó del pus en la cavidad del vientre; ni se toma nin- guna precaución ,para impedirla; parece que el operador ,110 la considera probable óv que cuenta con Jas precaucio- nes de que se rodea para volver la inofensiva, i Como se ve y como lo dice el mismo Rochard, de quien tomamos lo anterior, la novedad que más llama aquí la aten- ción es la manera atrevida xle llegar al foco con el bisturí, hundiéndolo en una sola ,rez y dividiendo de un solo golpe todas las partes blandas. Veamos nosotros cuáles son las ventajas y cuáles los inconvenientes que trae consigo esta manera d® proceder, para que esí podamos calificar el pro- cedimiento en cuestión. s Muy. fácil es comprender que de cualquiera manera que se proceda, rápida ó lentamente, se tiene necesariamente que llegar al foco después de haber atravezado en uno y en ,otro caso los mismos órganos y las mismas capas de teji- dos; luego la única ventaja que resulta de proceder rápida- mente, es llegar al absceso en un segundo, mientras que procediendo lentamente y por disección llegamos en cinco minutos, Pero y qué indicación urgen* tísinra ó que circunstancia apremiante nos obliga á proce- der con una rapidez que bien pudiera considerarse como uíl lujo superfino? ¿Acaso ei enfermo está en las mismas con- diciones que un niño que se asfixia y cuya circunstancia apremiantísima ha dadlo lugar al procedimiento de Saint Gemía in para la crico-traqueotomía? Indudablemente que no. Si la rapidez operatoria que aconseja Little no envol- viera otro defecto que dividir á ciegas los tejidos, é impe- dir al cirujano darse perfecta cuenta de lo que hace, no lle- varíamos adelante nuestra crítica; pero si estudiamos con minuciosidad los verdaderos inconvenientes de que está plagada; fácilmente nos convenceremos que estos no son de ¿ninguna manera compensados por la rapidez operatoria si •es que á ésta se le quiere llamar una ventaja. , Supongamos desde Juego dos casos diferentes: en uno sé trata de un enfermo que tiene su absceso en el lóbulo de- recho del hígado perfectamente accesible al través de los espacios intercostales y complicado ó no de adherencias pe- ritoneales en este lugar. Aplicando el procedimiento de Little, tal vez no resultaría otro inconveniente que la pro- ducción de una hemorragia más ó menos abundante, pero que disminuiría la masa sanguínea de un enfermo agotado 1 O O _ya por el padecimiento que lleva. Probablemente el ciru- jano no se da cuenta perfecta de este accidente, por la sen- cilla razón de que la sangre se mezcla con el pus que escu- rre y pasa desapercibida generalmente. Y decimos gene- ralmente; pofque no hace mucho tiempo este accidente ope- ratorio fué de tal manera notable, que no dejó de alarmar al operador, y lo que es más triste, que el enfermo sucum- bió á sus consecuencias. Tal vez se nos argulía que la hemorragia que comun- mente tiene lugar no constituye un peligro para el opera- do. A esto responderemos con hechos. En todos los casos de canalización que hemos presenciado, siempre ha habido necesidad de comprimir con las pinzas de Pean algunas delgadas arterias que sangraban; y si esta pequeña hemo- rragia se continúa por todo el tiempo que dura la operación y el lavado del fuco ¿no se dejarán sentir sus consecuencias 33 en un organismo debilitado? ¿O qué, para permitirnos el lujo de operar rápidamente, estamos autorizados á debili- tar más á un enfermo cuyas fuerzas languidecen progresi- vamente? La prudencia que nunca debe abandonar al ciru- jano, no está de acuerdo con esta manera de pensar. En el otro de los casos supuestos se trata de un absceso que se lia desarrollado hacia el vientre, pero que no está complicado de adherencias. En ün punto determinado se hace la abertura por el procedimiento de Little. Desde luego el pus puede derramarse en la cavidad peritoneal aunque sea en pequeña cantidad; y como nunca puede ser aséptico, fácilmente se comprende lo que sucederá. Pero no es esto todo: al vaciarse el foco, el hígado se retraerá y después de haber ejecutado su movimiento de ascenso, por la acción combinada de la supresión dé la potencia y el au- mento ó cambio de la resistencia, se habrá perdido el para- lelismo entre la herida hepática profunda y la cutánea su- perficial: en consecuencia, al deslizar hacia arriba la prime- ra de estas heridas, el pus que llevan sus bordes irá á po- nerse en contacto con el peritoneo. Las consecuencias de este accidenté son muy fáciles de presumir. Todavía más, aun en el caso de que las adherencias perifonéales existan, puede perderse el paralelismo algunas veces y no sería muy remoto que el gran epiplón sufriese de manera alguna; y si á esto se agrega que los productos de nueva formación, que adhieren el peritoneo entre sí, se han vascularizado bastante, es casi segura una hemorragia, inútil cuando me- nos, si no peligrosa. No vaya á creerse que en nuestro afán de criticar el procedimiento de Stromeyer Little nos hemos entregado a concepciones teóricas; pues como lo dijimos en otra oca- sión, nuestro trabajo no reconoce otro fundamento que lo que hemos tenido oportunidad de observar, y si la interpre- tación de los hechos no la exponernos como debe ser, es porque nuestra escasa inteligencia no nos permite hacer más. Para confirmar, pues, lo que referíamos antes sobre los inconvenientes de que está plagado el procedimiento que criticamos, nos bastará referirnos á la observación núm. 7 en donde á pesar de las adherencias peritoneales, se perdió el paralelismo de las dos heridas, se tuvo que resecar el epiplón después y no faltaron los accidentes del peritonis- mo de Gubler cuando, menos. Las ideas que nos han llamado extraordinariamente la atención, son las contenidas en estas palabras: uno se preo- cupa uno de la penetración de la .sangre ó del pus á la ca- lidad del vientre, ni se toma ninguna precaución para impe- dirla, u <- Por más que hemos hecho para conciliar estos conceptos con lo que la observación diaria nos enseña y con lo que la ra- zón nos previene, no hemos podido conseguirlo á pesar nues- tro. Algunas vecesse nos ha ocurrido preguntar: ¿No se preo. eupa uno de la penetración del pus en la cavidad del vientre porque tampoco se, preocupa de la vida del enfermo? Esto no puede ser seguramente: entonces se tiene la convicción de que este accidente no puede traer consecuencias desagra- dables. Veamos si hay razón para creerlo así. < Como decíamos anteriorraelite, el pus no puede ni debe considerarse como aséptico y desde luego, tampoco puede admitirse que no tiene acción nociva sobre el peritoneo, puesto que lleva en sí mismo la causa que le ha hecho na- cer. Y si por otra parte se tiene en cuenta la facilidad extra- ordinaria con que el peritoneo responde a las excitaciones, es evidente que esta serosa sufrirá forzosamente las con- secuencias del contacto repentino de un líquido tan irritante como el pus. Pero dice Idochard: “parece que el operador no la considera probable ó que cuenta con las precauciones de que se rodea para volverla inofensiva, n La posibilidad ,y aun la probabilidad de que el pus se derrame en la cavi- dad peritoneal cuando el absceso se desarrolla hacia abajo y libre de adherencias, la hemos procurado demostrar; yen >(cuanto á las precauciones que puedan volverla inofensiva, varaos á decir algunas palabras. Nosotros creemos que las precauciones aludidas consisten en los cuidados de antisepsia más rigurosos, y no cabe duda que ésta será una prática enteramente de acuerdo con las prescripciones de la ciencia contemporánea; pero en lo que no estamos conformes es en que esto sea bastante para vol' ver el pus, durante la operación, de tai manera aséptico que se le prive absolutamente de la propiedad patógena que pudiera tener en las circunstancias presentes. Y no sólo tratándose del pus, sino de otros líquidos que pudiéramos (calificar de menos ofensivos, ha bastado muchas veces su simple contacto con el peritoneo, para determinar en esta serosa una inflamación frecuentemente mortal á pesar de la antisepsia consecutiva. Esto se explica fácilmente; si el pus ó la sangre en estas circunstancias, se han derramado en el peritoneo, es excesivamente difícil si no imposible, obrar sobre ellos con las sustancias antisépticas, pues ni las dimensiones de la herida lo permiten ni se sabe de ante- mano hasta dónde han podido penetrar; * No creemos por demás repetir lo que antes hemos dicho; si Jos peligros inherentes ál procediminto de Little, expo- lien en alto grado la vida del entermo ¿por qué no recurrir antes á la punción aspiradora? Y si esta no,surte como lo hemos asentado en otro lugar ¿por qué no apreciar las cir- cunstacias del caso y proceder de una manera prudente y racional? •'* ' ■ ■ ■ ' El tercer tiempo de la operación comprende las "'practi- cas antisépticasá yno nos parece-’ que debamos ocuparnos de él, porque como dice el autor "es un axioma de terapéuti- ca quirúrgica. “ Pero en lo que sí vamos á fijarnos,-es-en al- gunos conceptos emitidos en la parte técnica del procedi- miento en cuestión. En esta y bajo la denominación de “Evacuación, y lavado del focon dice’ Pochard; * - < * “Para facilitar la evacuación comnleta del pus, se introdu- cen en la herida unas pinzas fuertes, cuyas ramas se sepa- ran y al mismo tiempo se ejercen presiones á través de las paredes abdominales sobre la cara inferior del hígado.“ 5 “Esta práctica nos parece demasiado brusca'y no está exenta de peligros; la separación forzada de las ramas de las pinzas y las tuertes presiones por la pared abdominal cons- tituyen un traumatismo no despreciable cuya utilidad no- está absolutamente demostrada, porque una herida de seis, á ocho centímetos, aun cuando esto en la área do un espacio intercostal, ofrece una salida suficiente al pus, y á los despo- jos hepáticos, u “En cuanto al lavado del foco con un tubo de caoutchouc introducido hasta el fondo es una práctica buena porque facilita la salida de los grumos de pus y los despojos del hígado y preserva al mismo tiempo las paredes de! chorro, á veces brusco, del irrigador ó de la jeringa; tínicamente se necesita que el tubo de irrigación no tape la herida sino que deje ásu derredor un espacio suficiente para que pueda establecerse una doble corriente: sólo con esta condición se asegurará la evacuación y el lavado del foco. “ Como Rochard mismo, al exponer esta parte del proce- dimiento de Little, ha criticado, y con muy justa razón, la abertura de la herida por la fuerte separación de las ra- mas de una pinza, así como las presiones bruscas á través de la pared abdominal, no nos ocuparemos más de estos detalles. En lo que vamos á insistir un poco es en lo rela- tivo al lavado del foco. Desde luego diremos que para hacer salir los grumos y los despojos del parenquima hepático, no se necesita de la introducción de tubo alguno; pues suponiendo la amplitud de la herida, basta el tubo del irrigador, guiado por el dedo índice del cirujano, para lavar á satisfacción el foco y ob- tener de esta manera una doble corriente. Y si esto va precedido, como lo hemos visto practicar en todos los casos, de la introducción del dedo de el despagamiento con él de los restos adheridos á las superficies accesibles, lo cual sirve también para darse cuenta de la forma y dimensiones del foco, fácilmente se comprenderá que de esta manera el aseo se practica lo más perfecto posible. En cuanto á que el chorro del irrigador sea brusco, es- te inconveniente desaparecerá por completo, haciendo uso como acostumbramos en el Hospital “Concepción liéiste- gui“, de irrigadores con un sistema de llaves tan sencillo como ventajoso; pues son tales sus comodidades, que por un sinple movimiento imprimido á una placa metálica, se puede hacer salir la solución empleada gota á gota ó bajo la forma de chorro de una fuerza variable ;í voluntad del operador. No insistimos más en estoy detalles en alto gras- do importantes, porque tenemos que exponerlos con ma!- yor amplitud al describir el procedimiento á que damos Ja preferencia. En la parte relativa á la curación dice RochardmLittle aplica rigurosamente la de L'ister y su conducta ha sido imitada por casi todos los cirujanos qué han empleado su método. Es necesario tener cuidado de ácortar él tubo á medida que el fondo del foco se aproxima ;t la abertura; con este fin se comparará cada dos días la relación que hay en- tre la longitud del tubo y la profundidad de la cavidad y se cuidará de no llevarlo nunca hasta el fondo para no inte- numpir la retracción de las paredes y su afrontamiento.it De intento hemos llamado la atención sobre la palabra el tubo, porque de ella se desprende una cuestión importan- tísima y que tiene gran influencia sobre el resultado de la operación. En efecto ¿se debe poner un solo tubo ó se de- ben poner dos? Nosotros responderíamos pura y sencilla- mente que se deben colocar 'siempre dos tubos poique así lo hemos h,echo en todos los casos y estamos perfectamen- te convencidos de su eficacia; pero como nos creemos obli- gados á fundar nuestra opinión, vamos a exponer las razo- nes que la apoyan. Para proceder con método expondre- mos los efectos de cada uno de estos detalles, comparando al mismo tiempo sus resultados. Si se hace uso de un solo tubo en las curaciones, se le encargan tres papeles enteramente distintos: en primer lu- gar, que presente una vía siempre expedita para que el pus salga constantemente; en segundo, que sirva de con- ducto de entrada á la solución que va á lavar el foco, y en tercer lugar que dé también paso á la solución que sale, mezclada naturalmente con los productos de la supura- ción. Ahora bien, si suponemos que el pus que se ha for- mado corresponde á una cantidad representada por veinte, un solo tubo daría salida á una fracción representada por ocho, por ejemplo: de donde resulta que no será suficien- te él solo para evacuar la totalidad del pus y una gran parte de éste quedará cu el interior. Si lo consideramos bajo el punto de vista del lavado, tendremos; que mien- tras esté dando paso á la solución empleada, ésta no po- drá salir sino bajo la acción de las presiones ejercidas y cuando el que cura suspende su introducción. De aquí re- sultan dos inconvenientes serios. El primero es, que acu- mulándose sucesivamente el líquido en la cavidad, amplía ésta en una cierta medida; y como esto se repite multitud de veces, las desventajas que resultan de distender frecuen- temente un foco que se trata de reducir, son evidentes. El segundo es que no habiendo fuerza alguna que impulse el líquido á salir, éste nodo efectuará sino por las presiones que el cirujano practique á través de las paredes del vien- tre; pero aun así, no arrastrará hacia el exterior los pro- ductos nocivos de que se quiere desembarazar ai organis- mo: en resúmen, el lavado será defectuoso. ' Supongamos ahora que se han puesto dos tubos y apli- quemos el mismo raciocinio que en el caso anterior. Tal vez nos bastaría recordar la ley de Ja división del trabajo para conceder la, superioridad á esta manera de proceder; pero por no ser incompletos, vamos á analizar sus diferen- tes efectos. Si de la cantidad de pus representada por veinte un so- lo tubo da salida á ocho partes, dos tubos harán evidente- mente la evacuación de diez y seis: de donde resulta, que al ejecutar el lavado, el foco no contendrá sino una canti- dad insignificante. Si ejecutamos el lavado, tendremos; que el líquido lavador entrará por uno de los tubos, pasa- rá por el foco _y saldrá por el otro tubo estableciendo “per- fecta y fácilmente una corriente doble, de donde resulta: qué el foco no es distendido, que el poco pus que allí se encuentra es arrastrado por el impulso de la corriente qué llega y que no hay necesidad de comprimir las paredes abdominales. En resumen; el lavado será fácil, perfecto y sin molestia para el enfermo. En cuanto á los otros procedimientos que generalmenl te se usan para efectuar la canalización de los abscesos de- hígado, no haremos de ellos un estudio completo por- que no hemos logrado conseguir oportunamente algún trabajo en que constara su descripción detallada. Por otra parte, como debemos ser consecuentes con nuestro propó- sito; es decir, de no tener en cuenta en este.pequeño ensa- yo sino lo que hemos visto práticamente sobre la materia, vamps á ocuparnos de algunos detalles que nos parecen más importantes. Primero, División de los tejidos hasta llegar al foco , Para llegar al absceso, no siempre hemos visto proce- der como lo aconseja Stromeyer Little, sino que en lugar de dividir los tejidos de una manera ciega y atrevida, al gunos cirujanos lo hacen capa por capa haciendo la he- mostasis á medida que es necesario; y ¡una vez que han llegado á la superficie del hígado, hunden el bísturi á lo largo deda cánula del trocar previamente colocada, hasta una profundidad indicada por la salida del pus á los lados de la lámina del instrumento; después, por movimientos de sierra, ensanchan la herida lo suficiente para que por .ella salgan los despojos contenidos en el interior. La intro- ducción previa del trocar para dirigir el bísturi, no siem- ¡pre es indispensable, pues como lo hemos visto hacer en da enferma que fue objeto de la observación núm. 1, bas- ta ir dividiendo los tejidos, guiándose por la fluctuación . para llegar al foco sin dificultad ni accidente de ninguna , especie. Pero para proceder de esta manera, es preciso que exista la condición de que el absceso se haya hecho sub-cutáneo. Como nosotros no aceptamos la canalización inmedia- tamente después que la existencia del absceso ha sido de- , mostrada por la punción, sino cuando ésta no ha produci- do un resultado, feliz, (al ménos en la moyoría de casos) es evidente que cuando tratamos de canalizar un absceso de hígado, es porque de antemano sabemos que existe con to- . da seguridad. Así pues, si tenemos en cuenta las condi- ciones en que hemos visto practicar la insición, y las cua- les acabamos de ennumerar, podemos sacar esta conclu- 40 . sióu legítima: cuando el absceso está separado de la super- ficie del hígado por una capa más ó menos gruesa de pa- renquima, introdúzcase el trocar antes de dividir con el bisturí; pero si el .¡absceso es superficial, es decir, si el teji- do celular subcutáneo, se ha abscedado, no hay necesi- dad de punciotiar previamente En el primer caso y proceidendo como lo indicamos, á la vez qges .e tiene la seguridad de que la extremidad de la cánula está en el Eco. se sirve el cirujano de ella como de un conductor que le impedirá,desviarse. En el segundo, es la consistencia de un líquido que se siente bajo las partes blandas, la que sirve de guia., Cuando aí dividir los tejidos interpuestos entre el foco y el exterior se hace de una manera que permite darse cuen- ca de lo que se corta y practicar la hemostasis á medida que es necesario, no es difícil convencerse de las ventajas que esto trae, sobre todo si se comparan con los inconve- nientes del procedimiento de Little. Por esta razón, no .creemos indispensable entrar en más pormenores sobre es- te punto y vamos á pasar al estudio de cómo se canaliza algunas veces. Segundo. Canalización tíel foco. Ya hemos visto anteriormente que Little prescribe que se ponga un solo tubo de Chassaignac y creemos haber de- mostrado sus inconvenientes; al contrario, hemos señala- do todas las ventajas que resultan cuando se hace uso de dos tubos y no debemos insistir más sobre este particular; pero como aun en este último caso hemos visto proceder de varias maneras, no nos parece por demás señajar algu- nos inconvenientes muy serios, y que vienen, por decirlo asi, á hacer, desaparecer, las ventajas que resultan de la canalización con doble tubo. Lo que hemos tenido oportunidad de observar podemos presentarlo así; ya los tubos que se ponen se cortan ambos al nivel de la herida ó se deja al exterior una porción con- siderable; y en este último caso, ó se sumergen sus extró- Yfticlades exteriores en una solución antiséptica, ó se pone on relación una de ellas con un depósito de líquido lava- dor y la otra con un recipiente cualquiera conteniendo también un líquido antiséptico donde se reciben los pro- ductos -arrastrados por la comente. Al exponer el procedimiento que adoptamos, insistiré- Vnos sobre el primer modo de proceder, y por le mismo, no nos ocuparemos por ahora, sino de los otros dos. Al emplear dos tubos largos y formando un sifón do- ble cuya extremidad exterior se sumerge en un líquido antiséptico, se trata de obtener: 1° que el pus se escape fácilmente á medida que se forma, lo cual se consigue con plena seguridad; y que el aire ó los elementos nocivos que pueda contener, no penetren al foco y produzcan ó fa- vorezcan la descomposición del pus. Veamos si esto último se consigue. Desde luego podríamos decir que aunque el pus esté en el recipiente mezclado con una solución antiséptica, no podemos tener la seguridad absoluta de que esto impida Complot intente su descomposición, puesto que se encuen- tra en contacto con el aire y en condiciones de humedad ,y de calor muy favorables para sufrir la fermentación. Por tul motivo, no podemos mirar como imposible que el pus se descomponga y que los productos de esta descomposi- ción puedan subir por el interior del tubo y ponerse en •contacto con el contenido del foco. Por otra parte, desde el momento en que, para que Jos tubos queden al exterior, es indispensable una separación ■ó solución de continuidad en las telas, algodón y vendas que forman el apósito, no podemos considerar la herida como inaccesible al aire, sino que éste penetrará perfecta- mente por la superficie exterior de los tubos.; de aquí resul- ta que el efecto que se busca no se obtendrá sino de una manera imperfecta. Todavía más, como es indispensable que las extremidades de los tubos estén constantemente sumergidas en el líquido antiséptico, sin lo cual resultaría «n inconveniente grave, tendríamos, que para satisfacer debidamente esta condición, obligaríamos -al enfermo á ■guardar el decúbito supino por mucho tiempo lo que sería extraordinariamente molesto. Y si por desgracia el opera- do es presa de agitación ó si durante el sueño ejecuta mo- vimientos inconvenientes, las extremidades de los tubos saldrán del líquido preservado!’ y los resultados redunda- rán en perjuicio del éxito. En consecuencia, no se deben dejar los tubos con sus extremos sumergidos en soluciones antisépticas, porque además de ser muy molestos, es ilu- soria su eficacia. En otras ocasiones hemos visto y empleado en la clínica lo que se llama la irrigación continua, pero que más bien es intermitente. En este caso, una de las extremidades de un tpbo está en relación con un depósito de solución antiséptica por medio de un sistema de llaves que se abren ó cierran á voluntad y que permiten ó interrumpen el paso de la solución empleada, mientras que una de las extremidades del segundo tubo, se encuentra sumergida en un líquido antiséptico como en el caso anterior. En cuanto á los extremos interiores, están paralelamente co- locados dentro de la cavidad consecutiva al absceso que se trata de curar. , Procediendo de esta manera, se cree expulsar constan- temente los productos formados é impedir su acumulación en el interior; pero además de la molestia consiguiente á al enfermo en una misma postura, tiene otros inconvenientes más serios. En primer lugar, y como lo he- ñios demostrado anteriormente, se permite el paso del aire Hel exterior al interior por la superficie de los tubos, y tal vez también de los productos de la descomposición del pus y en segundo lugar, es absolutamente imposible, en práctica, hacer pasar constantemente por el toco, una ‘corriente de agua siempre á la misma temperatura. Si co- mo sucede generalmente el paso de la solución empleada se efectúa á intermitencias más ó menos próximas, es im- posible que la que ha permanecido en el tubo conserve una temperatura conveniente, y es también muy difícil ponerse al abrigo de la penetración del aire. ‘Antes de terminar este estudio tan importante como difícil vamos á decir algunas palabras do las soluciones que más comunmente se emplean para el lavado durante la ope- ración y después de ella. La que más se ha empleado es la solución suave do Lister (al 2\ p§;.) que mezclada con una cantidad un poco mayor de agua tibia'ó caliente, viene á quedar casi al centesimo; pero como parece demostrado que á este grado de dilución el poder antiséptico del ácido fénico, es insignificante y sí evidente su poder tóxico, no somos muy partidarios de su empleo. Si á esto se agrega el precio relativamente elevado de esta sustancia, y las con* diciones o-eneralmente desfavorables del enfermo, tendre- o , 7 uios mucha razón para desechar su uso ó para restringir* lo considerableínente. > ■ - "'■> Hay uu compuesto binario cuyo poder antiséptico es, superior al tJel ácido fénico y á un grado de dilución con- siderable, queremos hablar del bicloruro de mercurio. Es- ta sustancia se puede emplear al milésimo, bajo la forma de licor de Van Swieten y aun al medio por mil, con la, seguridad de obtener el resultado apetecido. Por nuestra parte la hemos empleado con muchísima frecuencia no so- lamente en la operación que nos ocupa, sino en todas aque- llas en que es indispensable una asepsia completa; y si á sus propiedades enérgicas se agrega el poco precio de la sustancia en cuestión, es á ella á lo que con más frecuen- cia debíamos ocurrir si en algunas ocasiones no hubiese Oj. . * dado lugar á fenómenos de envenenamiento. Lo que más frecuentemente- hemos empleado en estos últimos meses es el ácido bórico' al' cuatro por ciento que mezclado con su volumen de agua /irruida, viene íí quedar al dos por 100, Los resultados han sido satisfactorios'como puede verse sobre todo en el enfermo á que se refiere la observación número 5 y á quien personalmente hemos asis- tido. Nosotros damos la preferencia á esta sustancia ape- sar de su precio, porque además de poseer las ventajas del, ácido fénico y del bicloruro de mercurio, no tiene propie- dades tóxicas manifiestas, al menos en las condiciones en que la hemos empleado. - En la parte que ya á seguir, en que expondremos en d,e: 44 talle todo lo que se refiere á las curaciones, es donde re- sistiremos más sobre este particular, pues no cabe duda qtue el éxito depende más de los cuidados consecutivos que* de I.a operación misma. IV. Pi’oeecTlnwcuAo (prt* nos parece más aceptable en la mayoría de casos. Antes de describir el manual operatorio* vamos á decir algunas palabras acerca de las condiciones que previamen- te deben satisfacerse;, pues- esto lo creemos de tal manera importante y de una trascendencia tal, que no vacilamos- en decir que aquellos que reprueban la canalización en los abscesos do hígado, es porque erróneamente atribuyen á la operación en sí, lo que no es sino el resultado de las malas condiciones en que se recojo la observación. A este respecto nos es muy satisfactorio mencionar Jas excelentes condiciones higiénicas del Hospital ••Concep- ción Béisteguiii, donde hemos tenido la fortuna de hacer nuestra, práctica bajo la dirección de médicos inteligentes. Como nuestra clínica ha sido exclusivamente hospitalaria, vamos áen numerar á grand-.es rasgos-los cuidados que se- deben tener y las precauciones que se deben tomar antes, deque la operación empiece. Perfectamente aseada la sala de operaciones ací como la ropa, piezas de curación que van á emplearse y demás, cosas, se pone á funcionar durante una hora cuando me- nos, un pulverizador de Lucas Championere (gran mode- lo) y el cual se retira á gran distancia ó se suprime su funcionamiento durante la operación. Se tiene á preven- ción la solución bórica al 4 p§". en cantidad suficiente*, agua hervida, algodón salicilado y las telas de Lister., Esto no siempre se podrá hacer, debido á que algunas veces el cirujano tendrá que practicar la operación fuera de un Hospital y á enfermos cuyas condiciones pecunia- rias vendrían á constituir un serio obstáculo. A pesar de esto, debemos hacer todo lo posible para .satisfacer las exi- gencias del método antiséptico. Desde luego, no nos cansaríamos de recomendar el aseo O ’ más perfecto de todo lo que va á usarse durante la ope- ración; pues además de ser esto una condición indispensa- ble al éxito, es una de aquellas que puede llenarse cual- quiera que sea la clase á que pertenezca el operado. Eu lugar de curación de Listel’, emplearemos una tela de gu- taperca laminada que á su impermeabilidad reúne la ven- taja de adherirse por sus bordes, á la piel: esta tela, que puede emplearse como piotectivo, se cubrirá simplemente con una gruesa capa de algodón corriente, pero después de haberlo perfectamente mojado con una solución fénica al 5 p§ • ó. con bicloruro al milédmo; después se cubrirá el todo con algodón seco y una venda. De esta manera tan sencilla y cómoda para el enfermo, podremos satisfacer las exigencias del método de Lister. Como generalmente los enfermos y aun los médicos em- plean al principio alguno-! medios tópicos lo que trae por consecuencia que la piel esté muy sucia, es conveniente lavar la región que va á operarse con agua tibia y jabón para quitar los productos que se lian depositado en ella; después, se frota en una extensión considerable con una esponja embebida de bicloruro de mercurio al milésimo ó de solución fónica a! sp§ las cuales además do desinfec- tar convenientemente, disuelven las sustancias grasas por el alcohol que contienen, Una vez que la anestesia cloroformiza es completa se procede á la operación de la manera siguiente: Primer Tiempo. Este tiempo de la operación puede orac- ticarse de dos maneras según que el absceso se ha hecho sub cutáneo, o que está colocado más órnenos profunda- mente. En el primer caso se dividen los tejidos capa por capa, guiándose por la 11 actuación, basta llegar al foco y practicando la bemostasis á medida que Ja necesidad se vaya presentando. En el segundo supuesto, se introduce el trocar de un aspirador cualquiera, basta que el índice de vidrio, por el pus que deja pasar, nos indique que be- 46 píos llegado al absceso. Una vez convencidos de esto, se desmonta el aparato y se deja la cánula provista ó no de su punzón: entonces el cirujano comienza á dividir los te- jidos sirviéndose do la cánula como guía hasta llegar á la 'superficie del hígado; y una vez asegurada la hemostasis, hunde el bísturi, siempre á lo largo de la cánula, á una pro- fundidad variable con el espesor del parenquima hepático interpuesto. Después amplía la herida imprimiendo al cu- chillo movimientos de sierra, con objeto de darle las mis- mas dimensiones que la herida cutánea, la cual puede tener una extensión hasta de ocho centímetros sin inconvenien- te, El objeto de practicar una herida extensa, no es solo el de poder colocar convenientemente los tubos, sino tam- bién el de que los tejidos esfacelados salgan perfectamen- te por ella. Como puede verse en lo anterior, decimos que la pun- ción no sea aspiradora porque suponemos el caso más co- mún, es decir, cuando por un absceso desarrollado en el ló- bulo derecho del hígado, la canalización se efectúa por un espacio intercostal; pero cuando se ha desarrollado cerca del lóbulo izquierdo ó de la cara cóncava; cuando no exis- ten adherencias fuertes ó tal vez aun en el caso de que existan y que la punción no haya logrado á pesar de ha- berse repetido, cree mus conveniente aconsejar otra mane- ra de proceder. Como en este supuesto lo que más se te- me es la pérdida del paralelismo entre las heridas á conse- cuencia de la retracción del hígado (lo que será fácil cuando el absceso es voluminoso y sin adherencias perifonéales) y el derrame del pus en la cavidad peritoneni, muy bien pu- diera evitarse este accidente vaciando el absceso con el as- pirador y practicar la canalización en seguida: de esta ma- nera la inclinación de la cánula nos daría á conocer el des- lizamiento ascensional sufrido por el hígado, ó más bien dicho, por las paredes del absceso vacío, y nos indicaría seguramente la dirección y extensión de la herida abdomi- nal. Decimos que abdominal, porque en el supuesto en que nos hemos colocado no sería prudente canalizar por un es- pacio intercostal, debido á que tendríamos que atravezar Un espesor muy considerable de tejidos para llegar aí foco’. Si el tejido celular sub-cutáneo se ha abscedado, proce- deremos como dijimos más arriba. Segundo tiempo. Después que el pus ha escurrido sin otro medio que muy ligeras presiones ejercidas á través de las paredes del vientre, el operador introduce uno ó dos dedos,previamente desinfectados, con objeto de darse cuen- ta de la extensión de los desórdenes producidos y con el de desprender los restos que bajo forma de columnas cru- zan el foco en diferentes sentidos: estas maniobras no de- ben ejecutarse con brusquedad, porque bien pudiera pro- ducirse un traumatismo, inútil cuando menos, pues en un caso esto ocasionó la salida de la bilis. Se introduce en seguida el tubo de un irrigador, provis- to de su llave, y guiado por el índice del cirujano; se abre aquella de tal manera, que pl chorro vaya siendo cada vez más fuerte, porque cuando la cavidad contiene una cierta cantidad de líquido, éste amortigua en cierto grado la im- pulsión del chorro, y le impide chocar con las paredes. De esta manera, el líquido lavador refluye perfectamente por el ángulo inferior de la herida con una fuerza suficiente para arrastrar los grandes colgajos de tejido y los grumos que con muchísima frecuencia obstruyen los tubos pie ca- nalización. Cuando procediendo así, se ha lavado el foco a satisfacción del que opera y sobre todo cuando no hay te- mor de que los tubos puedan obstruirse, se colocan estos en número de dos, de una longitud variable con las dimen- siones del foco y de un diámetro correspondiente al núm. 7 de la serie usada. Si la herida presenta mayores dimen- siones que las necesarias, se colocan dos ó más puntos do sutura en sus ángulos, no dejando sino el espacio suficien- te al paso de los tubos. Para mayor seguridad, se lava por ellos el foco y se adquiere la evidencia de su funcionamien- to regular. Tercer tiempo. Una vez que las aguas del lavado salen perfectamente limpias, se procede á sujetar los tubos: noso- tros lo hemos hecho de dos maneras. Cortados como á uíi centímetro de la superficie cutánea, los atravezainos con 48 Un alfiler cié seguridad de manera que éste quede perfecta* mente aplicado a la superficie interior sin estrechar su luz-, y el cual desempeña las funciones de una placa que irnpi- de su introducción; en seguida se coloca, entre el alfiler y la piel unas tiras de gasa fe ideada ó un poco de algodón salicilado para prevenir la ulceración de los bordes de la herida. Otras veces los hemos sujetado con hilos y algu- nas tiras de tela emplástica como so usa muy comunmente. Curación. Después de haber aseado con una solución antiséptica las regiones contigua* á la operada, acostum- bramos cubrir la superficie sangrante con polvos de iodo- formo; en seguida aplicamos el protectivo, la gasa y el mackintosh sin que éste sea tan grande Como lo aconseja Little. Todo se cubre con Una grüesa Capa de algodón sa- licilado sobre la que se pone otra más gruesa y más gran- de de algodón Corriente laminado, sujetando la curación con una venda circular ligeramente apretada. Hacemos uso en la primera curación de la venda circular con obje- to do producir una presión conveniente; pues cuando el enfermo vuelve de la anestesia elorofórmica, con muchísi- ma frecuencia es presa de una agitación perjudicial y pue- 'cle descomponerse ó desalojarse el apósito en cualquier sentido. Dn los días siguientes cuando la tranquilidad so ha establecido hacemos uso de una venda bastante an- cha y corta para no dar más que úna vuelta al tronco sin comprimirlo, es decir, un vendaje contentivo. Y sólo en los casos en que la presión sea necesaria, hacemos uso do la venda circular aun en las curaciones subsecuentes: es- tas se practican de la misma manera, insistiendo muy especialmente sobre el lavado, porque tenemos la con- vicción de que cuando éste se ejecuta como lo aconse- jarnos, no hay necesidad de curar dos veces al enfermo en un mismo día. Ya hemos dicho anteriormente que emplea- mos la solución bórica al 4 p 9¡., que mezclada con su vo- lumen do agua hervida y caliente viene á quedar en defi- nitiva al 2 p§ . y á una temperatura conveniente; y son de tal manera satisfactorios los resultados que se obtie- nen así, que para convencernos basta leer deten idamente 49 la observación núm. 5, en donde á pesar de las dimensio- nes del absceso, sólo un día hubo necesidad de repetir la curación en la tarde, porque solamente en esa vez la tem- peratura subió á 38°. En esto, obedecemos á un precepto quirúrgico: cambiar la curación si está sucia por el exte- rior ó si la temperatura sube. Cuando la operación se practica fuera de un Hospital y que los recursos del enfermo no son suficientes para ha- cer uso de la curación de Lister, ya dijimos la manera co- mo debe ésta sustituirse sin que esfia sustitución influya desfavorablemente sobre el resultado. A medida que las paredes del absceso van aproximán- dose, los tubos se acortarán en una proporción igual, con el objeto de no impedir aquel fenómeno y con el de evitar al enfermo las molestias consiguientes; pues de no hacerlo así, se retardaría considerablemente la cicatrización que tratamos de obtener. Habíamos dicho al principio de nuestro trabajo que el procedimiento de que nos ocupamos no podrá encontrar una contra-indicación formal en la multiplicidad de los absce- sos y hemos expuesto las razones teóricas que apoyan nues- tra manera de pensar; pero como nuestro propósito es fundar en hechos clínicos todo lo que asentamos, vamos a referirnos con este motivo á lo que enseña la observa- ción núm. 2, Se nos dirá que un hecho aislado no nos au- toriza á sacar una conclusión general: esto es la verdad; pero dada la falta de observaciones semejantes y bien se- guidas, pudiera suceder que, ó los casos no se han presen- tado realmente ó no han sido observados con la atención que merecen. En el enfermo á que nos referimos, después de haber ob- servado una temperatura casi normal y de haber disminui- do la cantidad de pus que salía por los tubos, el termóme- tro marcó 38° y un dolor se dejaba sentir en el hipocondrio y hombro derechos: se cre}Tó en la existencia de un absceso independiente del que se había canalizado, porque el pus había ido disminuyendo progresivamente y sin accidentes consecutivos, para que pudieran referirse los nuevos sin- 50 tomas á la retención de productos patológicos. No sabiendo que resolución tomar por de pronto, el Dr. Icasa, á cuyo servicio pertenecía el enfermo en cuestión, resolvió esperar por unos días sin acortarlos tubos. Por su parte creía en la existencia de otro absceso y esperaba que se abriera espon- táneamente en el que había sido abierto, puesto que allí encontraría el lugar de la menor resistencia; en efecto, al cabo de unos días, el absceso se vació como lo esperába- mos, los síntomas concomitantes desaparecieron con rapi- dez y todo volvió al orden establecido anteriormente. Consecuencias operatorias. No vamos á ocuparnos aquí de todos los accidentes que pueden sobrevenir en el curso de lá operación, porque además de que esto nos lle- varía muy lejos, no hemos tenido oportunidad de observar más que uno solo, y es del que vamos á ocuparnos: nos re- ferimos á la salida de la bilis por los tubos de canalización. Algunos creen que la salida del líquido biliar en gran cantidad, es un signo pronóstico desfavorable; pero si nos atuviéramos á nuestra experiencia personal, diríamos que esta creencia no es fundada. En efecto, como puede verse en la observación núm. 2, á los catorce días de ejecutada la operación, hubo salida de una gran cantidad de bilis pu- ra sin mezcla de pus; esto coincidió con un dolor agudo en en el hipocondrio derecho y en el epigastrio, calosfríos, diarrea, vasca y una temperatura de 40° en la noche yde 39° en la mañana. Creyendo que los tubos hubieran deter- minado mecánicamente la alteración y ruptura de los grue- sos conductos biliares ó déla Vesícula, se resolvió cambiar- los por otros más delgados y más cortos: esto solo bastó para que á los tres .días desaparecieran por completo el es- currirniento de bilis y los síntomas que le habían acompa- ñado, inclusive la calentura. Igual cosa se presentó en el enfermo que fuá objeto de la observación núm 5; pues á los *tres días de operado, la bilis que salía por la herida era de tal m&nera abundante, que en las mañanas encontrábamos humedecidas por este líquido las almohadas, la camisa y en una vez un pañuelo con que el paciente se envolvía la cabeza por la noche. Muy serios fueron nuestros temores 51 por la vida ele! en ferino;' pero aprovechando la enseñanza que nos hab'a suministrado el anterior, sacamos los tubos como unos dos centímetros y al cabo de tres días ya no salía otra cosa que pus hepíráco característico. En esta vez no hubo elevación de temperatura, sino un ligero dolor en el hipocondrio y vasca. Hemos creído conveniente hacer constar estos dos he- chos; y aunque ellos no-sean suficientes para formar un juicio exacto, al menos podrán servir de norma al práctico cuando tenga que luchar con accidentes de la misma natu- raleza. No será por demás hacer constar que con muchísima fre- cuencia se tiene que recurrir á un tratamiento médico con objeto de combatir algunos otros accidentes; pues siendo la hepatitis supurada una afección debilitante por excelen- cia, es muy común que tengamos que levantar las fuerzas del enfermo con ayuda de medicamentos tónicos y estimu- lantes. Así en la mayor parte de los casos liemos tenido que recurrir á los estríemeos bajo la forma de tintura de nuez vómica ó de sulfato de estricnina y no muy raras ve- ces á los alcohólicos. Si las perturbaciones gastrointesti- nales son las que más molestan al paciente, se llenarán las variadas indicaciones á que dan lugar, haciendo uso de los anti-eméticos, de los absorbentes, opiados, etc. Cuando el absceso ha tenido una tendencia marcada á librarse paso por los bronquios, es muy común que deter- mine por vecindad una pleuresía seca de la base y una bron- quitis concomitante más ó menos intensa. En; este caso., se recurrirá al ioduro de potasio, a los espectorante.s y opia- dos combinados bajo la forma de polvos de Dower; en una palabra, después de un examen atento y cuidadoso de todos, los síntomas, el módico satisfará debidamente las indicacio- nes del caso. Muy difícil nos sería evitar repeticiones si quisiéramos, cumplir con el plan que nos hemos propuesto; porque como en el curso de este trabajo hemos procurado exponer las razones que nos hacen desechar ciertas ideas y aceptar otras, distintas, casi nada podríamos decir por ahora que no fue- 52 ra la repetición de lo que antes expusimos: en consecuencia, daremos por terminada nuestra tarea. No abrigamos la pretensión de haber llenado satisfacto- riamente nuestro cometido; pero si bien es cierto que este insignificante trabajo no es digno de la atención de tan respetable Jurado, tiene en cambio el mérito innegable de haber sido inspirado por la observación atenta de los he- chos. Si en la interpretación de los fenómenos ó en la apre- ciación de las diferentes condiciones hemos caído en erro- res imperdonables, los hechos subsistirán á pesar de esto, prontos á suministrar una enseñanza útil al que los sepa aprovechar en beneficio de la ciencia. Para terminar, vamos á presentar el resumen de nues- tro trabajo en las siguientes. CONCLUSIONES, la.Ia. Todos los abscesos de hígado, excepto aquellos que se han hecho sub-cutáneos, deben tratarse desde luego por la punción aspiradora, la cual logrará casi siempre cuando son pequeños. 2a. S¡ el absceso es voluminoso yse desarrolla hacia el vientre debe insistirse en las punciones siempre que lo per- mita el estado general del enfermo; cuando esto no sucede, se procederá ala canalización si después de la primera pun- ción el absceso se reproduce rápidamente. 3a. Cuando el absceso se desarrolla en la convexidad del hígado, se deberá canalizar si la primera punción no pro- duce un efecto favorable áun cuando el estado general del enfermo sea satisfactorio. 4&. Si el absceso se lia abierto en una cavidad que co- munique con ei exterior ó en una cavidad cerrada sin adhe- rencias que lo enquisten, no se intervendrá quirúrgicamen- te; pero si se ha enquistado, se procederá según las circuns- tancias. cr. La multiplicidad de los abscesos y la hepatitis determinante, no contra- indican la canalización. 6a. Los abscesos que en su crecimiento progresivo se 53 ha}7an hecho sub cutáneos, se procederá á canalizarlos in- mediatamente. 7a, Al practicar la operación, los tejidos se dividirán capa por capa y haciendo la hemostasis hasta llegar al hí- gado, guiándose por la cánula del trocar de un aspirador; después se hundirá le bísturi, siempre sobre la cánula, has- ta llegar al foco, se ampliará la herida y se procederá al la - vado cuidadosamente. Ba.8a. Los tubos que deban emplearse han de ser precisa- mente en número de dos de grueso calibre y contados casi al nivel de la superficie cutánea. 9a. Si la canalización se efectúa por los espacios inter- costales, no debe preocupar al cirujano la falta de adhe- rencias; pero en todos los casos, cuidará de que la sangre y el pus no se derramen en la cavidad perifonea!. 10a. La sujeción riofurosa á las realas del método anti- séptico, es una condición indispensable al éxito de la ope- ración. F. Vázquez Gómez. OBSERVACIONES. E.i comprobación de lo que dejamos asentado en nuestra tesis, pre- sentarnos algunas observaciones en reducido número es verdad, pero que pueden servir de norma en ciertos casos. PRIMERA.—DeI Dr. F. de P. Chacón. María G. V. natural de México, de 22 años, soltera nulípara, lavan- dera, no dada :1 las bebidas alcohólicas, entró al Hospital KJoncep- ción Béistegui’7 el 2 des Agosto de 1888 a ocupar la cama núm. 26 de la sala 3. La enferma refiere que desde principios de Abril del mis- mo afro, y á consecuencia de una impresión moral, comenzó á padecer de un dolor en el epigastrio con irradiaciones hacia el hipocondrio derecho y al hombro del mismo lado, todo esto acompañado de per- turbaciones gastrointestinales, sin aparato febril. Estos síntomas •ie repitieron dos ó tres veces y desaparecieron después de la adminis- tración de un vomitivo. El dolor en el hipocondrio y hombro derecho, fué constante y no desapareció. En Julio, los síntomas se presentaron más intensos acompañados de calentura, calosfríos, y al cabo de po- cos días se establecieron sudores nocturnos. Sus fuerzas comenzaron á debilitarse rápidamemte y á pocos días la enferma comenzó á sentir latidos dolorosos al nivel de la novena costilla derecha, coincidiendo esto con la aparición do un abultamiento en la misma región que le impedía acostarse de ese lado. A la inspección general encontramos las huellas evidentes de la sífi- lis secundaria; yen la región enferma, el hipocondrio y la parte infe- rior del costado derecho notablemente abultados, al nivel de la nove- na costilla una pequeña salida de color rojizo; la respiración frecuente (30 respiraciones por minuto) y la excursión costal casi nula. A la palpación, el borde inferior del hígado desbordaba un poco el hipocondrio, y en el punto en que la piel había cambiado de color, la fluctuación era evidente y se provocaba un dolor agudo al buscar aquel síntoma. A la percusión, se confirmó el crecimiento del hígado hacia abajo: su borde superior, sobre la línea mamilar llegaba á dos centímetros abajo del pezón; pero por la línea axilar, se levantaba rápidamente formando una curva de convexidad superior cuya altura era de 0!a 19. El sonido pulmonar casi normal. A la auscultación, silencio respiratorio en casi toda la extensión ocupada por la macicez, menos en la parte superior y posterior donde 55 encontramos signos evidentes de una pleuresía seca y circunscrita á la base. La temperatura fue de 39 Diagnóstico. Absceso en el lóbulo derecho del hígado con tendencia á abrirse en los bronquios y por la pared costal correspondiente; proba* blernente periostitis de las costillas. (1) El día siete de Agosto y previa cloroformización, se practicó una punción aspiradora en el décimo espacio intercostal y se extrajeron mil gramos de pus hepático: la temperatura que la víspera de puncho* narse era de 39° f> en la noche, bajó en la tarde del día de la operación á 37 ° 3, Pero al tercero día el termómetro marcó una nueva aseen* ción y la exploración física nos reveló que el absceso se había repro* ducido. Vista, pues, la situación del absceso y teniendo muy en cuen* ta su volumen, las complicaciones pleuro-pulmonares y el agotamiento do la enferma, se procedió á la canalización la que practicó el Dr. F, de P. Chacón el día 13 del mismo mes de Agosto y con todas las pre* cauciones antisépticas que el caso demandaba. La incisión se hizo en el 10 espacio intercostal sobre el trayecto de la línea axilar, en una extensión de siete centímetros, dividiendo los tejidos capa por capa sin punción previa. Apenas divididas las capas de tejidos que forman ios espacios intercostales, el pus escurrió en gran cantidad; después so exploró con el dedo la cavidad y se comprobaron sus amplias dimen* siones así como su propagación á la cavidad pleural donde se había enquisíado en parte el contenido del absceso después de haber perfora* do el diafragma. El lavado y curación se hicieron corno dejamos di* cho en el procedimiento que aceptamos, teniendo cuidado de renovar ésta dos veces al día debido á la gran cantidad de pus que ensuciaba el apósito. A pesar de los cuidados de antisepsia más rigurosos, la temperatura se mantuvo en 37 3 en las mañanas y 3ó - y algunos décimos en las noches, si bien que esta exacerbación pudiera explicar- se por una bronquitis generalizada que la enferma tuvo á los cuatro dias de operada. No nos parece por demás decir que muchos dias hubo en que la tem- peratura era completamente normal tanto en la mañana como en la tarde; j que estas irregularidades en la curva termométrica se prolon- garon por todos los dias de Agosto que sucedieron á la operación, así como por todo el mes de Septiembre, para terminar completamente el primero de Octubre en cuya noche la temperatura fue de 38 ° . Des- pués de este día la enferma entró en periodo de alivio muy .nfiareado coincidiendo con la disminución del pus, la desaparición progresiva, de los fenómenos pulmonares y oon el levantamiento de su estado ge- neral. Durante el tiempo que transcurrió entre la canalización y la curación, se instituyó un tratamiento tónico general, recurriendo al- gunas veces á los calmantes (opiados) y otras á los antitérmicos. El día 18 del mes de Noviembre del mismo año, la enferma salió de alta perfectamente curada. El hígado ligeramente disminuido de volu- men, pero sin perturbación digestí va alguna. [l] Estando de guardia en el Hospital, tuvimos la oportunidad de recibir la eu' erma y deformarnos el juicio que expresamos,aquí. HEOtJNDA.—DeI Dr. J. Ramón Icasa. A. Hv, natural de Aguasealientes, de 33 años, casad.), comerciante y de Costumbres alcohólicas inveteradas, entró al Hospital ..Con- cepción Béisíegu!,.. el día 21 ae Julio de 1888, á ocupar la cama nú- mero 55 de la sala 6; Este enfermo entró con todos ios síutomos de una hepatitis sub-aucuda; y cuando comenzarnos á observarlo, presen- taba; ligera reacción febril en las noches, sudores, perturbaciones gas- tro-iníestinales y un tinte ictérico muy marcado. A la exploración fí- nica,notarnos: á la palpación, el higauo desbordando como unos tres ó cuatro centímetros el reborde de las falsas costillas y se sentía per- fectamente su límite inferior; rí la percusión, se comprobaron los da- tos anteriores y se notó que el límite superior, llegaba á la tetilla so- bre la línea mamilar; de allí se iba progresivamente e?evando hasta llegar muy cerca de la axila sobre el trayecto de la línea axilar don- de medía corno unos diez y nueve centímetros Al practicar la palpa- pación yla percusión se provocaba dolor. Por este tiempo el trata- miento fué antiflogístico y tónico; pero como el 14 de Agosto la temperatura se mantuvo continuamente sobre la normal y la exa- cervación vesperal llegó á ser de 40", acompañado esto de calosfríos y audores abundantes, se creyó conveniente cambiar el plan terapéu- tico seguido hasta entonces, resolviéndose practicar una punción ex- ploradora. Como al investigar la fluctuación perpendicular, el dolor re despertaba de una manera intensa en el octavo espacio intercostal sobre el trayecto déla linea axilar anterior, alií se introdujo el tró- car de un aspirador, el 22 de Agosto y por la cánula del cual no es- currió sino una pequeña cantidad de sangre. Los síntomas siguieron en ei mismo estado y esto hizo que la punción se repitiera en el mis- mo espacio, el día 27 del mismo mes; tampoco se extrajo pus; pero con la seguridad que se tenía de la existencia del absceso, se repitió la punción en el mismo día, dos veces y á la tercera en que se intro- dujo el trócar en el noveno espacio intercostal sóbrela línea axilar posterior, se obtuvieron doscientos gramos de mis hepático con peque- ños colgajos de tejido esfacelado, loque hizo presumir que aquella so- la punción no bastaría. En efecto, el día 30 del mismo Agosto, el cua- dro sintomático, después de una mejoría pasagera, había vuelto á la misma intensidad que antes, lo que determinóla canalización del abs- ceso: ésta la verificó el Dr. Icasa por el noveno espacio intercostal so- bre la línea axilar posterior, después de haber introducido el trócar del aspirador; sobre lp cánula como conductor, se fueron dividiendo los tejidos capa por capa hasta llegar al hígado; después de haber hecho la hemostasisy siempre sobre Ja cánula se introdujo el bisturí en la glándula hasta que el pus al salir entre la lámina del instru- mento y los bordes de la herida, nos advirtió que se había llegado al foco: una vez ampliada la herida hepática, se introdujo el dedo índice y no se alcanzaron hacia adentro y arriba las paredes del absceso; pero ■d se desprendieron algunos colgajos de tejido. Después se procedió al 57 ni lavad > con ácido bono al 2/a como I > dijim >3 anterlor»n3:ite: s3 colocaron dos tubos que se cortaron al nivel de la superficie cutánea y que medían diez y ocho centímetros; después de haberlos sujetada convenientemente al tronco por medio de hilos y tela emplástica, se puso curación de Lister y una gruesa capa do alg)dón salicilado. La curación se repitió dos veces todos los días. Los síntomas, y principalmente la calentura, fueron disminuyen!) progresivamente; el escurrimiento del pus era fácil, el lavado perfecto y todo parecía indicar una marcha feliz; pero el día 13 de Septiembre el enfermo acusó, corno á las cuatro de la tarde, un calosfrío intenso, do- lor muy agudo en el epigastrio, yen la noche el termómetro marcó 40". Por de pronto y siendo el dolor el síntoma queduninaba la escena, le aplicamos al enfermo una inyección sub-cutánea de á un centigramo de clorhidrato de morfina, después de lo que, se mitigaron considerable- mente sus sufrimientos. Al día siguiente, al quitar la curación, estaba ésta totalmente humedecida por una gran cantidad de bilis pura y muy poco pu>-: la región hepática dolorosa, el hígad) un poco crecid o yla temperatura axilar de 39\ listo dió Jugar á que se sustituyeran los tu- bos con otros más delgados y por consiguiente más flexibles. Por ellos escurrió una cantidad de pus como de dos onzas ó un poc > más, lo que nos hizo creer en la existencia de otro absceso, suposición que autori- zaba la concomitancia de la hicteria; desde entonces, á la vez que la cantidad de bilis fué menor que el día 14, el cuadro sintomático que había acompañado aquel accidente, fue progresivamente desaparecien- do, al grado que para el día 16, es decir, á los tres días, todo volvió al mismo estado que anteriormente. A medida que las condiciones lo requerían, se fueron corland > los tubos hasta que se obtuvo la cicatrización completa de la cavidad. LI día 15 del mes de Octubre, el enfermo salió de alta, en un estad » satisfactorio de salud, y sin el menor accidente que nos hiciera sospe- char una curación imperfecta. Li exploración cuidadosamente prac- ticada, sólo nos hizo notar que la glándula hepática estaba ligera- mente disminuida de volumen. TERCERA..—CIínica interna de quinto año, recogida por el alumno A. Garduño. M.'C., natural de México, soltero, de 3S afíos de edad, de oficio car- pintero y de costumbres alcohólicas. Ocho meses hace quecomenz') su padecimiento actual, el que fué consecutivo ingestión de una gran cantidad de pulque y aguardiente. Dos días después de haber abusado de los alcohólicos, se presentaron en él todjs los síntomas He una hepatitis aguda, probablemente situada en la convexidad del óbulo derecho y la cual desapareció casi completamente baj > la in- lluencia de un tratamiento conveniente á que se sujetó. No quedó mis que un dolor en el hipocondrio derech >, sin que s* intensidad le im- pidiera entregarse á sus ocupaci mes; per > omi volvió á entregarse 58 u los excesos alcohólicos, á las tres semanas después de haberse ali- viado, inmediatamente apareció el mismo cuadro sintomático ue Ja primera vez, que no tardó en desaparecer, quedándnle como siempre el dolor en el hipocondrio con irradiaciones hacia el hombro derecho. El 12 de Enero de 1888 fué atacado de la misma enfermedad pórla misma causa que en las otras ocasiones; pero pocos días después de haber comenzado tuvo sudores abundantes, tos y perturbaciones gas- trointestinales El 15 del misrn) mes por la noche, le sobrevino un acce?o de tos muy fué'te y que trajo com > consecuencia la espe ¡ten- ción de una gran cantidad de pus, color de ch )Colate al principio y después color de ladrillo molido. Con este accidente disminuyeron notablemente los síntomas concomitantes; la espectoracióa fué cada vez en menor cantidad y cambian J > d í caracteres hasta desaparecer por completo. Después de esta remisión saludable, volvieron á apare- cer la calentura, 1 >s dolores, la diurna yel decaimiento de las fuerzas. Al examinar el enferrn > en la clínica (principios d * F.-brero) so no- tó; el hipocondrio derecho abultad > hasta cora > unos cinco centímetros abajo del reborde costal, describiend) el ahultamie-nto una curva de convexidad inferior é interna. L >s espacios intercostales dere ¡líos des- de el sexto al undécimo estaban ensanchad >s y borrados los hundi- mientos que forman en un individuo demacrado. A la palpación el tu- mor es elástico, renitente, doloroso á la presión y dá los.signos de la íluctuación profunda. Lapu-cución confirma los datos anteriores y enseña que el borde superior del hígado corresponda á la sexta costi- la en la línea mamilar y para-asternal, subiendo hasta la quinta so- bre el trayecto de la línea axilar. Por parte del aparato respiratorio se encontraron los siguientes sín- tomas: ligeramente exageradas las vibraciones torácicas, oscuridad á la percución al nivel del ángulo inferior del homóplato derecho y ma- cicez en la parte inferior; respiración pueni en el vértice y estertores sub-crepitantes gruesos en la base. Diagnóstico; absceso hepático, abierto en los bronquios, oclusión de la fístula hepato-brónquica y reproducción del absceso. Viendo que la temperatura se mantenía á 3 V en las noches, que el absceso era de grandes dimensiones y que el enfermo se agotaba, se practicó el 22 de Febrero una punción con el aspirador de Potain en el octavo espa- cio intercostal sobre el trayecto de la línea axilar y se extrajeron dos mü setecientos gramos de pus hepático. Con esto se obtuvo una me- joría que duró bien poco; pues el día 2 de Marzo los signos físicos y racionales indicaron que el absceso se había reproducido, y teniendo muy en cuenta sus dimensiones se practicó la canalización inmedia- tamente por el mismo espacio intercostal en que se había hecho la punción. Al ejecutarla el Dr. I. Berrueco, fué dividiendo los tejidos capa por capa hasta llegar al hígado; y una vez hecha la liemostasis puncionó con el bisturí sobre la cánula del trocar del aspirador pre- viamente colocada. Después de haber lavado el foco con una solución fénica al uno por ciento, se puso un solo tubo largo de diez centíme- tras y he aplicó una tira di tela de salud cu’mend) el toda con hilas y una gruesa capa de algodón.— La temperatura fué sucesivamente disminuyendo, y solo una vez se elevó á 39°5 por espacio de tres día;, lo que fué debid > á la retención del pus en la cavidad. Cuando pasa- ron tres semanas después ele la operación, ya no salía por el tubo sino una pequeña cantidad de pus hepático el cual no volvió á salir más, al cabo de algunos días, no quedando entonces sino una pequeña fístu" la que cerró con inyecciones de eterolado de ioloformo. El día 30 de Abril el enfermo salió de alta perfectamente cuf&do. CUARTO.—Clínica interna de 5° ana recogida por el alumno F. Vázquez Gómez. V. Ch. de ¡México, de 24 años de edad, soltero, de oficio panadero y de costumbres alcohólicas, entró al Hospital '‘San Andrés" á ocupar la cama número 2(3 de la Sala de clínica interna de 5" año el 23 de Mar- zo de ISBB. Refiere su enfermedad á un enfriamiento y dice que comen- zó con los síntomas de una hepatitis sub-aguda á juzgar p >r los datos que suministra el conmemorativo. A principios de Febrero del mismo año, comenzó á notar un tumor que le aparecía en 1 i parte inferior del costado derech >, el que fue progresivamente aumentando de volu- men y haciéndate cada vez más doloroso al grado de impedirle acos- tarse de ese lad >, pero sin que tuviera perturbaciones gastro-intestina- les, ni calentura, sino ligeros sud >res en las noches y una tos poco molesta. A su entrada al H ispital, el enferm) tenía una temperatura de 37 3 8 p>r la mañana y 38 3 eu la n »che. Ademís, la exploración física reveló un tumor ocupand >el hip >condrio derecho yla parte inferior del costad o del mismo Jad >; d dores exp mtáne >s y provocados á la presión eu las mismas regiones. y un punto d lloros > al nivel del hom br i. La íl ictuación era evidente al nivel de los espacios intercostales 83 , 93 , 10 ° y 11°. Reunienl) y apreciand i los d itos anamnés- ticos y los dad >s p ir la exploración (que no enumeramos p >r no creer- los de impirtancia p ira nuestro objeto) se isticó un en irme abs- ceso de hígado en el lóbulo derech > con tendencia á abrirse por los bronquios y muy principalmente pir los espacios intercostales. Al día siguiente de aquel en que ingresó al Hospital, el Dr. Envista hizo una punción aspiradora y se extrajeron en esa sola vez cinco mil gra- mos de pus hepático. El 2o de Marzo la temperatura subió a 39 3 en la noche y el 2G se hizo la canalización ó se pretendió hacer; pues al practicar Ja insición en el 9 3 espacio intercostal y cuando se había dividido la piel y el tejido celular sub-eutáneo, el pus escurrió inme- diatamente y en tal abundancia, que el Dr. I. Berrueco, que fué el operador, nos refirió en la clínica que bien podía calcularse en unos siete mil gramos. Al explorar el fuco con el dedo se encontraron ne- crosadas las 9 y 11 “5 costillas y como flotando en la cavidad Esto hizo que se practicara en el acto la operación de Stlander. Guau- 60 do nos encargamos del estudio de este enfermo, ya se le habían hecho Jas operaciones anteriores; entonces presentaba un foco de tan grandes dimensiones que en su pared superior é interna, se veían los movi- mientos que le comunicaban las contracciones del corazón al través del centro frénico y de una muy delgada capa de tejido hepático. La superficie interior del foco era de un color gris sucio y estaba sembra- da de grandes colgajos de tejido esfacelado. Lo que más nos llamó la atención fué que de los desordenes locales tan considerables, el enfermo apefnSsr&nia una temperatura de 38 ° 5 en las noches, que su apetito se conservara perfectamente y no hubiera ni el más ligero indicio de diarrea. Las curaciones se efectuaron una vez todos los dias y el lavado se hacia con un aparato de irrigación continua; un tubo en comunica- ción con un recipiente inferior á donde llegaban las aguas sucias y otro en ralación con un depósito de solución fénica al uno por ciento y colocado como á un metro más arriba del nivel de la cama. Entonces pudimos notar que en las mañanas el tubo inferior estaba fuera del recipiente y algunas veces las extremidades interiores de ambos tubos se habían desalojado descomponiendo al mismo tiempo la curación. El enfermo fué sucesivamente agotándose, los productos de la su- puración sufrieron la fermentación pútrida, vinieron los síntomas de una septicemia espantosa, más una trombosis de la vena cava inferior, desde la desembocadura de las venas renales hasta las femorales y el enfermo sucumbió el dia 3 del mes de Abril. No mencionamos aquí todos los detalles clínicos de esta historia tan curiosa como importante, porque sería necesaria una extensión de que no podemos disponer. Por otra parte, lo que dejamos asentado, prueba: 1 ? que eu este caso no debió recurriese á la punción, porque de antemano podia considerarse como insuficiente; y 2°. que la lla- mada irrigación continua, presenta más inconvenientes que ventajas. QUINTA.—DeI Dr. J. Ramón Icasa. M. G. natural de México, do 29 años de edad, soltero, de oficio za patero, de costumbres alcohólicas y sifilítico, entró al Hospital “Con- cepción iléistegui” el dia 6 de Diciembre de 1888 á ocupar la cama uúin. 63 del servicio del Dr. Refiere que su enfermedad comen- zó hace cuatro meses por un dolor en el hipocondrio derecho: que per- maneció sin otro accidente durante tres semanas al cabo de cuales comenzó á sentir calosfríos, calentura en las tardes y sudores por las noches; que entonces el dolor se extendió al hombro derecho y á la parte inferior y posterior dvl costado del mismo lado. Al mismo tiem- po que estos síntomas, pudo notar que le era imposible acostarse sobre el lado derecho poi la intensidad del dolor y tampoco sobre el lado iz- quierdo porque experimenta una sensación de peso sobre el estómago: que hace como cinco días comenzó á tener una tos seca, breve, muy molesta al principio, que después se acompañó de una espectoració» catarral. En la actualidad (6 de Diciembre) tiene; temperatura de 38 ° 5 en la mañana y de 39 D 2 en la noche, dolor en el hipocondrio y en el hombro derechos, tos con espcctoracion catarral, sudores por la noche y á la exploración fisic a se nota: abovedamiento en el hipocondrio y en la parte inferior del costado derechos, los últimos espacios intercos- tales ensanchados, la escursión costal casi nula y poco notables los movimientos del diafragma en su mitad derecha. A la palpación, el hígado se nota crecido hacia abajo, desbordando el reborde costal como unos seis centímetros; es doloroso á la presión. A la perdición se comprueba el crecimiento general de la glándula así como que la ma- cicez forma en la parte superior y al nivel de la línea axilar, una cur- va de cónvexidad superior elevándose hasta la quinta e islilla. No hay perturbaciones gastro-intestinales y sí se notan claramente los signos- de una bronquitis y de una pleuresía seca de la base Diagnóstico. Absceso hepático desarrollad > en el lóbulo derecho coi* tendencia á abrirse por lus bronquios. Tratamiento. El día S de Diciembre se practicó una punción aspi- radora por el 8o espacio intercostal y se extrajeron seiscientos gramos de pus hepático. La temperatura, que la víspera había sido de 38 ° 1, fué de 37 0 5 hasta el día 10 en la mañana; pero en la noche de este día aubió á 39 c 6 y repetida la exploración nos hizo ver que el abs- ceso se había reproducido. Visto <1 mal estado geneu'l dol enfermo así como la intensidad de los fenómenos locales, se resolvió canalizar el absceso, lo cual se ve- rificó el día 12 de Diciembre. Previas las condiciones antisépticas que mencionarnos en otro lugar, y las cuales fueron perfectamente satisfechas, se hizo una incisión so- bre la línea axilar, en el 7" espacio intercostal y de una extensión co- mo de siete centímetros. Los tejidos fueron divididos capa por capa, se hizo la hemostasis á medida que fué necesario, se llegó al hígado so- bre la cánula del trócar previamente colocado, y se hundió el bisturí hasta llegar al foco. Explorada convenientemente la cavidad y des- prendidos algunos colgajos, se procedió al lavado con el tubo de un irrigador hasta que las aguas salieron perfectamente limpias- Enton- ces se colocaron los dos tubos (del núm. 7), se cortaron al nivel de la piel, se sujetaron con hilos y se inyectó solución bórica por uno do ellos comprobándose su regular funcionamiento. En seguida se puso polvo de iodoforrno y se aplicó la curación de Lister combinada con el empaque algodonado de Guerin. En la noche de ese día la temperatura fué de 37 ° 7, al día siguien- te de 37 y así siguió hasta el 16 en la noche en que el termómetro mar- có 38 ° . Se cambió inrnediatamsnte la curación y el día 17 en la ma- ñana la temperatura fué de 37 ° G.—Las curaciones, con excepción del día 16, solamente se hicieron una vez cada veinticuatro horas. El accidente que sobrevino fué la salida de una gran cantidad de bilis por 62 íos tubos, que median diez y sieie y medio centímetros; este accidente tuvo lugar el día 14; pero bastó cortar los tubos corno unos tres centí- metros y medio para que desapareciera el día 17 en la mañana; sien- do de notar que sólo se acompañó de la ligera elevación de temperatu- ra observada el día 16. Con objeto de combatir la bronquitis y la pleuresía, se le prescribie- ron los polvos de Dower y el ioduro de potasio, siendo muy notable el alivio que se obtuvo.—Como régimen alimenticio se le sujetó á la die- ta láctea; pero el día 20 del mismo mes, se le prescribió sopa y carne. El estado general se í‘ué rápidamente mejorando asi como los fenó- menos locales; pues para el 31 de Diciembre la cicatrización era com- pleta. El enfermo pidió su alta el día 4 de Enero de 1889 y salió perfecta- mente curado, con muy buen apetito y sus funciones digestivas en per- fecto estado. SEXTA.- Del l)r. Francisco Hurtado. F. N. natural de México, de 29 años de edad, casado, de oficio pana- dero y de costumbres alcohólicas, ocurrió al Consultorio de Materni- dad en Mayo de 1887, quejándose de un padecimiento hepático que ha- bía comenzado á sufrir en Diciembre de 1886 á consecuencia de un exceso cometido. Después de varios días de la primera consulta, el Dr. Villalobos comprobó los signos de un absceso hepático inclusive la fluctuación perpendicular al nivel del 9° espacio intercostal derecho, el cual estaba notablemente ensanchado. El absceso había crecido ó se había desarrollado en la convexidad del lóbulo derecho. El Dr. Vi- llalobos practicó una punción aspiradora en el punto en que la fluc- tuación se dejó sentir y obtuvo seiscientos gramos de pus hepático: el absceso se reprodujo y se hizo una segunda punción á los quince días de practicada la primera. Los progresos ael mal no se detuvieron con las dos operaciones an- teriores y el 18 de Junio del mismo año de 1888, el padecimiento se había extendido al lóbulo izquierdo, el cual estaba notablemente cre- cido, fluctuante, la piel del epigastrio adherida, de aspecto flemono- -so. La liebre era remitente do 39 ° en las noches, había vasca, diarrea y el estado general muy malo. En estas circunstancias se practicó la canalización por el procedimiento de Little, puncionando por el epi- gastrio donde bastó el debridamLnto de la piel para dar salida al pus; éste fué próximamente en una cantidad de mil doscientos gramos. Las paredes del foco eran tortuosas, irregulares, fungosas y fuertemente adheridas por su parte anterior, al peritoneo. La operación fué ejecu- tada por el Dr. Hurtado. Se colocaron dos tubos y se hizo una curación antiséptica, teniendo cuidado de cambiarla dos veces al día. Después de ejecutada la cana- lización, la temperatura fué disminuyendo hasta ser normal y el pus fué también siendo cada vez menos abundante hasta agotarse cumple- lamente como un mes después de practicada la operación. No hubo accidente alguno, ni durante la operación ni en el curso del trabajo de reparación. En Octubre del año pasado (1888) el Dr. Hurtado volvió á ver al enfermo en perfectas condiciones de salud: la cicatriz medía como unos tres centímetros, era transversal y como á seis centímetros abajo del reborde de las falsas costillas. El hígado normal en sus dimensión SEPTIMA.—DeI Dr. Francisco Hurtado. M. G. natural de México, de 3d años de edad, casado, de oficio za- patero y con habitación en las Rejas de la Concepción núm. 1, fué vis- to en Septiembre de 1888 en que presentaba calosfríos, calentura, su- dores, tos con espectoración sanguino-pirulenta de o-lor fétido y un abultamienfo en el epigástrio, extendiéndose hácia el hipocondrio de- recho un poco; pero más hácia el lado izquierdo de la línea media, lle- gando por la parte inferior hasta la zona umbilical. Este abultamiento es doloroso á la presión, de consistencia semi-dura y animado da lati- dos isócronos á las pulsaciones arteriales. Teniendo en cuenta los datos suministrados por el conmemorativo, los que se obtuvieron por la ex- ploración física, se estableció el diagnóstico de un absceso de hígado, probablemente en comunicación con los bronquios, al menos al princi- pio. La observación continuada vino á poner de manifiesto que el tu- mor aumentaba progresivamente de volumen y se hacía cada vez más doloroso; la expectoración purulenta había cesado por completo. El 27 de Septiembre y previa la desinfección de la piel do las pare!' des abdominales, se procedió á la canalización del absceso según e- procedimiento de Little. La incisión fue hecha como á cinco centíme- tros abajo del reborde de las falsas costillas, de una extensión de cua- tro centímetros y de dirección horizontal. El pus que salió contenía gran cantidad de tejido esfacelado bajo la forma de colgajos; y el foco medía como ocho centímetros hacia arriba y hacia afuera y seis hacia atrás: la cavidad enteramente irregular. Una vez que el absceso es vaciado, se pierde el paralelismo las heridas á pesar de las adherencias; Se tiene gran dificultad en ine trodueir los tubos, io que se logró al fin, después de varias tentativas y se lava el foco con bicloruro de mercurio al uno por dos mil. En la parte inferior de la herida, se nota el epiplóa, se pone una li- gadura con catgut y se reseca la porción flotante. Los tubos que se colocaron fueron en número de dos, largos y for- mando un sifón doble cuya larga rama estaba sumergida en líquido antiséptico. Después de la operación, el enfermo tiene náuceas, enfriamiento d©‘ las extremidades y el pulso débil y frecuente. Se le administró hielo y medio centigramo de extracto tebaico cada hora. Los tubos no fun- cionan. El 29 de Septiembre, pulso débil, meteorismo, descomposición de la fisonomía, depresión de las fuerzas, lo que se atribuye á la depresión del simpático abdominal. Se le prescribo al enfermo un miligramo do sulfato tío estricnina cada dos horas y lavativas laudanisadas. Los tu* bos no funcionan bien. Hay dolor en el vientre. El día 30 los síntomas anteriores van disminuyendo poco á poco; el meteorismo es menos marcado. La cunción sucia por gran cantidad de pus; los tubos comienzan á funcionar. El foco so fué retrayendo poco á poco, poro la herida cutánea se es- trecha notablemente al grad) de no permitir la introducción de los tu- bos; el enfermo se agota de nuevo y se le propone la ampliación ds la fístula ó su dilatación con laminaria, que rehúsa, y en este estado se lo d -ja de Ver,