VACUNACION OBLIGATORIA. DISCURSO PRONUNCIADO EN LA CAMARA DE DIPUTADOS (SESION DEL 6 DE JULIO DE 1883) POR EL pR. p> yVluRILLO, DIPUTADO DE SANTIAGO, SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA DE «LA REPÚBLICA», DE J. NUÑEZ. SETIEMBRE DE 5883. TAC0NAG10M OBLIGATORIA DISCURSO PRONUNCIADO EN LA CAMARA LE DIPUTADOS (SESION DEL 6 DE JULIO DE 1883) POR EL y «s / Dr, jt. yvIurILLO, DIPUTADO DE SANTIAGO, ■«. SANTIAGO DE CHILE. IMPRENTA DE «LA REPÚBLICA», ¡DE J. NUÑEZ. SETIEMBRE DE 1883. VACUNACION OBLIGATORIA DISCURSO PRONUNCIADO EN LA CAMARA DE DIPUTADOS. El señor Murillo (don Adolfo) (a).—Las cuestiones que entraña el proyecto de lei puesto en este momento a la orden del día, son de un carácter tan grave como im- portante, de una trascendencia tan séria como útil, que merecen, a mi modo de ver, que se las dedique una gran atención, por mas que la esposicion de las razones que abonan en jeneral al proyecto deban ser hechas con una latitud que pueda molestar a la Honorable Cámara. Espero de antemano contar con la benevolencia de ella, para entrar de lleno a la esposicion de los motivos i de los fundamentos que me obligarán a pedir que el proyecto que se nos ha remitido sea despachado favora- blemente. (a) Este discurso me fué encomendado por mis colegas de profesión en la Cámara por desempeñar en ese entonces el puesto de Decano de la Facul- tad de Medicina i Farmacia, 4 La vacunación obligatoria es un desiderátum desde tiempo atras esperado, solicitado, estudiado, discutido i deseado por el cuerpo médico, no solo de la capital, sino que también, me atrevo a asegurarlo, por todo el cuerpo médico chileno. Cuando se puede juzgar de cerca lo que es esta terri- ble epidemia de la viruela, las víctimas numerosas que hace, los millares de vidas que arrebata de ordinario en la flor de la existencia; cuando se toca de cerca esta ho- rrible llaga social, que ha llegado a ser endémica entre nosotros; cuando se la ve en toda su repugnante desnu- dez i se la combate sobre el lecho del dolor; cuando se considera que ella es una causa poderosa de despobla- ción, de aniquilamiento; i cuando se piensa que su reno- vación periódica exacerbada constituye una verdadera afrenta para un país civilizado, no se. puede menos que aceptar con toda tranquilidad de conciencia cualquier medio, cualquier arbitrio que, sin lastimar los intereses jenerales, tienda a hacerla ménos peligrosa o a dismi- nuirla. Es necesario que la Cámara tenga presente, que el país lo sepa también, que la viruela ha sido, es i será en Chi- le (si no se toman severas providencias) un azote tan brutalmente devastador, que ningún otro le sobrepuja. —Estamos con él tan habituados, vivimos en tanta co- munidad con la viruela, que solo en épocas escepciona- les nos sentimos conmovidos. Estoi seguro que, si el cólera epidémico llegara a gol- pear a nuestras puertas con el desolador cortejo con que de ordinario se le describe, i con que siempre hace su aparición, todas las medidas que las autoridades admi- nistrativas tomáran no solo no serían por nadie critica- das, ántes por el contrario serían aplaudidas, por mas que esas medidas atacaran los derechos individuales, esa 5 especie de arca santa en que se asilan los enemigos de la vacunación obligatoria.—I ello sería natural i lójico: los nuevos espectros son mas temidos; lo desconocido infunde mas temor aun en los espíritus mas fuertes. Pues bien, el cólera, esa enfermedad tan temida, tan grave, tan asustadora, que lleva el espanto a las pobla- ciones, que las desola i que parece trasformarlas en ce- menterios, no produce, ni con mucho, en la actualidad, las víctimas que entre nosotros la viruela ha hecho en los últimos años. Me atrevo a aseverar, aún, que la fiebre amarilla, en- fermedad con mucha razón mas temida que el cóle- ra, no sobrepuja en sus estragos a los que la viruela ha hecho en Santiago en las epidemias de 1872, 1876 i a los que hace en la que hoi dia grasa a la población. Vuelvo a repetirlo: solo la costumbre nos ha podido hacer indiferentes a los desastres que la viruela produ- ce. Solo nuestro carácter apático i olvidadizo nos ha per- mitido vivir sin tomar medidas severas para contenerla. Lo diré con franqueza, señor Presidente: cuando con tanta frecuencia he podido ver las desoladoras escenas a que la viruela dá lugar; cuando he tenido ocasión de ver desbordarse los cementerios con los cadáveres de variolosos; cuando he visto a los lazaretos repletos de esa asquerosa enfermedad, sin que nuestros lejisladores se conmovieran lo bastante, figurábame que vivian en otras rej iones i que su morada no estaba aquí donde los hombres caían a millares. Yo no sé, señores Diputados, pero tengo mui buenas razones para creerlo, que si ésto se hubiera pasado en naciones que se llaman Inglaterra, Suiza, Francia, Ita- lia, Alemania, Austria, Béljica, Estados Unidos de Norte América, los medios salvadores habrian venido con prontitud. I esas medidas habrian sido radicales, seve- ras i en conformidad con los dictados de la ciencia que medita i que vijila. Desde los primeros tiempos del coloniaje, la viruela no lia dejado de producir los mayores estragos en nues- tras poblaciones, hasta asolar a muchas de ellas, dete- niendo nuestro crecimiento i nuestro desarrollo. Don José Perez García, afirma, con Jerónimo Quiroga, que en 1555 murieron las tres cuartas partes de los in- dios; i añade que en el protocolo eclesiástico de la Im- perial, en una presentación que hizo al obispo de aquella ciudad el encomendero don Pedro Olmos de Aguilera, en 22 de junio de 157o, manifiesta a Su Ilustrísima que de doce mil indios que le liabia dado en repartimiento Pedro de Valdivia, solamente le habían quedado ciento, por la mortalidad que en ellos produjo la peste de viruela en 1555. En las mismas circunstancias, Hernando de San Martin, declaraba también al obispo, que de ochocientos indios que de servicio tenia, apenas le sobrevivieron ochenta. Carvallo i Cloyeneche, refiere que el Gobernador don Alonso Sotomayor resolvió regresar a Concepción, en el otoño de 1591, después de algunos encuentros con los indios, «porque ya apretaban demasiado las lluvias del invierno, i para ocurrir a las necesidades en que se ha- llaba todo el territorio, a causa de una cruel epidemia de viruelas que prendió en él i contajió también a los indios, que por este motivo no pudieron moverse contra nues- tras poblaciones.» A estar a lo que dice el historiador de la Compañía de Jesús, frai Miguel Olivares, no debió ser ménos grave que las anteriores la de 1654, «pues fué jeneral por todo el reino i dejó esta ciudad de la Serena casi despoblada de vecinos i dejente de servicio.» El padre José Javier Guzman, dice: que «por los años 6 7 de 1787 fué tanta la mortandad que hubo en este obis- pado de Santiago, ocasionada de la peste viruela, que no bastando para curar los infectos de este mal los hospita- les que habían, se hicieron otros dos más provisionales, los que tampoco fueron suficientes para recibir tanta mul- titud de virulentos como ocurrían a curarse; i sin em- bargo del cuidado que había para su asistencia, se re- gula que pasan de seis mil los que perecieron solamente en esta ciudad. En los años 801 i 802, hallándome de guardián en Curimon, se esperimentó igual mortandad en la provincia de Aconcagua, pues pasaron de diez mil los que murieron en solo los tres curatos de San Felipe, Curimon i Putaendo. Pero mucho mayor que lo espues- to ha sido regularmente el estrago que ha causado la viruela cuando se ha propagado su contajio en las pro- vincias australes, porque su infección i malignidad las ha dejado casi enteramente desoladas.» Si no temiera fatigar a la Honorable Cámara, podría continuar con citas de la misma naturaleza i de la mis- ma gravedad. Básteme recordar, sin embargo, que en muchas ocasiones los alzamientos de la raza indíjena fueron detenidos sola i únicamente por este motivo, i que el poder español tuvo en la viruela su mejor aliado i su ausiliar mas importante. No fueron por cierto sus sa- bles i sus arcabuces los que mas víctimas hicieron en- tre los esforzados araucanos; fué aquella enfermedad de que nos hicieron presente desde sus primeros años de la conquista. A este propósito, seáme lícito referir un hecho que cuentan las crónicas, i que manifiesta hasta qué punto los indíjinas llevaban su temor, i cómo la viruela les po- nía espanto. Unos cuantos indios de carga llevaban sobre sus hom- bros para el interior sendos sacos de lentejas. De repente, 8 uno de los sacos se rompe i deja escapar la nutritiva i sabrosa semilla. Ver esto los indios i abandonar la car- ga, fue todo uno. ¿Sabéis por qué huyeron con tanta pre- cipitación? Porque se les figuró que dentro de esos sa- cos llevaban, no una sustancia alimenticia, sino la semi- lla de la viruela. La grosera semejanza entre las costras variolosas i las lentejas, liabia sido la causa de la preci- pitada fuga i del abandono de la carga. Débese a estos motivos el descubrimiento de la vario- lización que en Chile se practicaba aun ántes de ser co- nocida en España, según asegura el abate Nuis. Frescos deben estar todavia los recuerdos de los dos últimos flajelos variolosos que, a la vez que sobre la ca- pital, se descargaron sobre toda la estension de nuestro territorio. Me refiero a las epidemias de 1872 i 1876, tan mortíferas ámbas como las de que nos dan cuenta los an- tiguos historiadores. En 1872, los lazaretos i hospitales de la República re- cibieron a 14,222 variolosos, de los cuales 6,324 murie- ron, o sea el 44.46 por ciento. En Santiago, el número de asistidos por la beneficen- cia pública fué de 6,782 i el de fallecidos 3,073. Se gastaron en esta asistencia próximamente 70,000 pesos. En 1876, recibieron los lazaretos de Santiago 5,808 variolosos; murieron 2,549, o sea un 43.89 por ciento, gastándose 54,000 pesos. No figuran en estos datos los fallecidos a domicilio. Si agregamos a las defunciones anteriores una cifra pro- porcionada i prudente de los asistidos en sus casas, ava- luándolos en 1,700, tendríamos un total de 7,322 muer- tos por la viruela, entre cuatro i cinco años, sobre una población de 200,000 habitantes. ¡Siete mil trescientas veintidós existencias arrebata- das en las mejores épocas de la vida! ¡Qué horror! ¡Cuán- tas esperanzas tronchadas, cuántos hogares desolados, cuántos huérfanos abandonados al amparo de la Provi- dencia, cuántos ciegos i cuántos inútiles, no representan esas cifras! Esa mortalidad es atroz, es desesperante, es un estig- ma de infamia que la civilización imprime sobre los pueblos que se abandonan al fatalismo i al dejad hacer. Esas cifras no representan solo brazos arrebatados a la industria, madres que dejan en la orfandad a sus hi- jos, hijos que arrancan lágrimas; representan también fuertes sumas gastadas i la diminución de la riqueza pública. Esa mortalidad tan alta, acusa la gravedad del jénio epidémico que nos devora i nos castiga con una perti- nacia ante la cual queda impotente, en gran parte, la cien- cia de nuestros facultativos; acusa 'también las causas que la mantienen, i que mas adelante enumeraré; i ma- nifiesta la necesidad de acordar severos correctivos al mal. La Cámara podrá convencerse, por los datos que paso a comunicarle, cómo esa mortalidad no tiene igual en los países donde la vacunación es obligatoria o está mui difundida, i donde la hijiene es convenientemente aten- dida. En Small-Pox Hospital, de Londres, en el cual dice el distinguido doctor Marson, no se recibe en jeneral mas que las afecciones sérias (pues las viruelas benignas son atendidas a domicilio), la mortalidad de los variolosos de 1836 a 1851, fue de 21.38 por ciento, i restando las de- funciones por complicaciones consecutivas, de 19.97 por ciento, sobre un total de 5,982 enfermos. 9 Desde febrero de 1871 hasta febrero de 1876, según el doctor William Gay ton, sobre 3,650 entrados al Ho- merten Small-Pox hubo 739 defunciones, o sea una mortalidad de 20.24 por ciento. En Berlín, escribe Zuelser, médico en jefe del hospi- tal de variolosos de la Caridad Real, sobre 727 enfermos tratados desde junio de 1871 a mayo de 1875, hubo 140 defunciones; mortalidad 19.13 por ciento. En la epidemia de 1870-71-72, la relación de la ofici- na médica municipal de Milán da para Ñapóles una mortalidad de 25.10 por ciento; para Jénova 34.80; para Varona 22.90; para Lodi 18.70; para Milán, en fin, 18 por ciento. En los hospitales civiles de París, la mortalidad media durante los años de 1861, 1862 i 1863, fué de 19 por ciento. En los hopitales militares no alcanzó mas que a 7.97, siendo de advertir que la vacunación es obligatoria entre éstos. En 1866, 1867 i 1868, las defunciones por esta mis- ma causa i en esta misma ciudad fueron cerca de un 10 por ciento. En la epidemia de viruela que se produjo en París durante la guerra franco-prusiana, el profesor Colín, de Val de Gráce, encargado del servicio de los variolosos de la armada, centralizada en Bicetre, tuvo sobre 8,000 enfermos una mortalidad de 10 por ciento. 'El doctor Brouardel, que tenia a su cargo el cuidado de la mujeres, en el hospital de la calle de Sóvres, tuvo 140 fallecidos sobre 106 enfermos, o sean 19-83 por ciento. Al mismo tiempo, en la ambulancia militar Sainte Mairie hubo por 547 entrados, 56 muertos; mui cerca de 10 por ciento. En la epidemia de Lyon, de 1875, 76 i 77, el resulta- do que dieron los distintos hospitales fué el siguiente: 10 11 Hotel Dieu, sobre 318 entrados, 38 muertos, o sea 9.95 por ciento» Hospital de la Cruz Roja: sobre 245 entrados, 54 muertos, o sea 22 por ciento. Caridad: (niños) sobre 168 entrados, 74 muertos, o sea 44.04 por ciento. Grad, Hospital militar, sobre 199 entrados, 24 muertos, o sea 12.06 por ciento. Hospital militar de Colinettes, sobre 115 entrados, 14 muertos, o sea 10.17 por ciento. Resulta de los datos que acabo de dar lectura, i de las estadísticas anotadas, que únicamente en la epidemia última de Lyon, i solo entre los niños, la cifra de la mor- talidad por la viruela se aproxima a la de Santiago. En ninguna otra parte, i en ninguna otra epidemia de la misma naturaleza las defunciones ni siquiera son com- parables con las nuestras. Nuestra desventaja es abru- madora i, espero que esta desventaja lleve al ánimo de mis colegas la decisión por un partido que tal cosa re- medie. Los grandes males necesitan grandes remedios. I tras de ese remedio hemos venido los que firmamos la peti- ción que en*1876 tuve el honor de dirijir al Congreso de mi país, usando del derecho que la Constitución me acordára. Tras ese remedio fue el ¡proyecto de vacunación obli- gatoria que en esta Cámara presentó el doctor Allende Padin, i que modificado mas tarde por la respectiva Comisión obtuvo vuestra aprobación. El Honorable Senado, convencido de la gravedad de las causas que motivaron dicho proyecto, ha hecho mas todavía que aprobarlo: lo ha rehecho, estendiendo has- ta donde es posible la vacunación obligatoria. 12 I, curiosa particularidad, señores Diputados: el oñjen de esta lei está ligado con una epidemia i parece desti- nada a aprobarse en medio de otra no ménos mortífera que aquélla. Según los datos que acaban de publicarse, el lazareto del Salvador ha tenido en el recien pasado mes de junio 58 altas por 117 defunciones. No ménos graves son los que arroja el lazareto de Iquique, adonde parece hemos llevado la viruela con nuestra raza i nuestra sangre. El movimiento habido en el lazareto en los meses de abril, mayo i los primeros diezinueve dias de junio, es el siguiente: Abril. Entrados 16 Salidos 7 Muertos 9 16 Mayo. Entrados 95 Salidos 11 Muertos 43 Existencia para junio... 41 Junio hasta el 19 inclusive. Existencia de mayo 41 Entrados en los 19 dias 111 122 Salidos 19 Muertos 78 Existencia para el 20 45 152 13 Resumen j’eneral. Entrados 222 Salidos 37 Muertos 130 Existencia para el 20 de junio. 55 222 Vivimos, pues, en un momento en que la peste viene a golpear a las puertas de esta Sala, i a avisamos que no debemos cruzarnos de brazos, que debemos hacer algo mas que poner cataplasmas. Aunque el proyecto formulado por el Honorable Se- nado contiene determinaciones reglamentarias, que con- vendría haber descartado de la lei, debo declarar, a nombre de mis honorables colegas de profesión que aquí nos sentamos, que estamos dispuestos a apoyarlo, porque es lei de suprema salvación, lei de bien enten- dida humanidad i que está en consonancia con lo que viene diciendo la ciencia desde hace cerca de un siglo. El aislamiento de los variolosos i la vacunación obli- gatoria, son en el dia pedidas por las principales corpo- raciones sábias del mundo, i es una cuestión que se aji- ta por todas partes i que se considera como de absoluta necesidad, porque son medios probados, conocidos i aceptados como los únicos que hoi dia ponen a raya a afección tan repugnante como mortífera. Ruego a la Cámara me permita indicarle lo que acer- ca del aislamiento de los variolosos se practica en las principales naciones civilizadas, porque creo que de es- te modo obraré sobre su ánimo respecto a ciertos escrú- pidos que el presente proyecto de lei pueda despertarle sobre una facultad del hombre que, según Pagés, no ha sido todavía ni definida ni comprendida. 14 En Filadelfia, toda persona que ejerza la profesión médica i que asista a un enfermo atacado de una enfer- medad infecciosa, debe inmediatamente dirijir por es- crito un informe a la Oficina de Salud, si no quiere ha- cerse culpable de una falta i tener que pagar una multa que no puede exceder de cincuenta pesos. El consejo de sanidad envía a todos los variolosos que no pueden ser atendidos i aislados convenientemente en sus casas, i una acta de la asamblea la autoriza aun en este caso a recurrir a la fuerza, si fuese necesario. Cuando la tras- lación del enfermo no es ordenada, deben tomarse todas las medidas necesarias para evitar el contajio afuera. Estas medidas son numerosas, i las omito. (Dr. Astlée.) En la ciudad de Nueva York existe un consejo de sanidad que, de acuerdo con las autoridades de policía, tiene el poder de trasportar todos los casos de viruela a un hospital que está poco distante de la población (Small-Pox Hospital). Los variolosos tienen, sin em- bargo, la libre elección de curarse en su casa o en el hospital, a condición de que en el primer caso no deben mantener ninguna comunicación con los de afuera. Queda al consejo el derecho de decidir en cada caso si el rango o la fortuna del paciente le permiten cumplir con tales condiciones (Dr. Hunter). Chicago.—Todo varioloso es cuidado a domicilio o en el hospital especial destinado a esta afección. Cuan- do el tratamiento se hace a domicilio, se señala la casa por un cartel amarillo, de un pié de largo, suspendido a la puerta con estas palabras: Aquí hai viruela. El pú- blico arranca de esta casa como si se tratara de un pe- rro atacado de hidrofobia (Dr. Etherigde). Bucharest.—Se les asiste a domicilio o en hospitales especiales. La viruela es una afección mui poco común, porque la vacunación es obligatoria i gratuita (Dr. Félix). Petersburgo i Moscow.—Los hospitales de niños, cons- truidos últimamente en estas ciudades, tienen pabello- nes separados completamente del edificio principal, con un personal que no tiene contacto con el del hospital. A los asistidos en casas particulares se les aisla por el te- mor i por la costumbre (Dr. Reitz). Upsal i Stokolmo.—El profesor Bergman, dice que la vacunación aquí es obligatoria i que se aisla a los en- fermos. Berlín.—Los enfermos asistidos en los hospitales no reciben visitas; el personal de enfermeros es especial. En la ciudad las medidas profilácticas son severamente observadas (Dr. Zuelser). En Yiena el personal del servicio es especial i los en- fermos no reciben visitas. El médico está obligado a declarar a la oficina sanitaria cada caso de viruela que se presente en su clientela. En tiempo de epidemia ca- da casa recibe diariamente para los lugares de limpieza una cierta cantidad de líquido desinfectante (solución de sulfato de fierro o de ácido salicílico), i la policía vi- jila mucho en este sentido (Prof. Kaposí). En Atenas, cuando la viruela es esporádica, el enfer- mo está aislado; un soldado de policía, colocado en la puerta de la casa, vela noche i dia para que la secues- tración sea completa; cuando ésta no puede hacerse, se pone un cartel en las puertas de calle con la siguiente inscripción: Aquí haz viruela (Dr. Zinis). En Nápoles, Pavía i Praga, los enfermos confinados en los hospitales no pueden recibir visitas; los domici- liarios cuidan de hacer fumigaciones (Prof. Cantani). Suiza.—Cuando la viruela aparece en una aldea o en una ciudad, la comisión de salubridad pública toma las medidas preventivas que cree necesarias. Estas medi- das son: 15 1. a La secuestración completa de los habitantes de la casa infectada. Sobre la puerta se coloca un cartel que la anuncia, i todas las personas que ahí viven no pueden tener con los de afuera mas que las relaciones mas indispensables. Los niños de la casa dejan de fre- cuentar la escuela, i los adultos abandonan momentá- neamente los talleres en que trabajan. La secuestración no es levantada sino después de la declaración del mfo dico, cuando asegura que el individuo es incapaz ya de servir de ájente de contajio; 2. a La formación de un lazareto para los indijentes o para los que no pueden asistirse a domicilio; 3. a La vacunación i revacunación es prescrita a todos los habitantes de la casa infectada, si no prueban haber sido vacunados con éxito en los siete años precedentes. Después de la curación, los enfermos toman baños i se fumigan con desinfectantes los vestidos i la ropa; las murallas se blanquean i todo se desinfecta (Dr. Blan- chard). En Bruselas, la entrada al cuartel de los variolosos es prohibida; se vacunan a los vecinos del enfermo i so toman medidas de carácter enérjico. Los trabajos de limpieza i desinfección juzgados indispensables por el servicio de hijiene, son exijidos en las casas infectadas, conforme a les prescripciones Irgales, a los propietarios de estos inmuebles (Dr. Janssens). Londres.—Las visitas en los hospitales de variolosos son prohibidas. En las casas particulares se obliga a tomar variadas precauciones de limpieza i desinfección. Como es notorio, es ahí la vacunación obligatoria. He dicho, señor Presidente, que la vacunación obli- gatoria es solicitada por la mayor parte de las corpora- ciones científicas como el mejor de todos los medios 16 17 hasta hoi conocidos contra la viruela. En efecto, gracias a esas solicitaciones, existe: En Baviera desde el año 1807 En Suecia 1816 En W urttemberg 1818 En Escocia 1868 En Irlanda 1864 En Inglaterra (completada en 1871). 1867 En Alemania 1874 En Francia, conforme a los votos sucesivamente emi- tidos por la Academia de Medicina, fueron adoptadas las resoluciones siguientes: «La Academia piensa que es urjente i de gran interes publico dictar una lei que haga obligatoria la vacuna. «La vacunación debe ser estimulada por todos los me- dios posibles, i aun impuesta por reglamentos adminis- trativos o municipales, siempre que los médicos espe- ciales i los consejos de hijiene indiquen la necesidad de esta obligación. «El aislamiento de los variolosos, sobre todo en los hospitales, debe ser ordenado por disposiciones lejisla- tivas.» Mui poco después, o casi al mismo tiempo, según he leido, la Academia de Medicina de Bruselas aprobaba estas otras conclusiones: LA Las medidas i los medios indicados por la hijiene son impotentes para preservar la humanidad de la vi- ruela, si no se propaga la vacuna; 2.° La creencia de que es peligroso vacunar i reva- cunar en tiempo de epidemia de viruelas, carece de fun- damento; no puede desarrollarse la viruela inoculando la vacuna, así como no se puede cosechar cebada sem- brando trigo; 18 _ 3.° La vacunación es siempre una operación inofen- siva cuando es practicada de una manera conveniente en personas sanas. Ocasiona accidentes menos numero sos i ménos graves que la operación de abrir las orejas a las niñas; i 4.° Sería mui conveniente para la salud i la vida de los ciudadanos que la vacunación i revacunación fuesen obligatorias. Iguales deseos han manifestado los congresos módi- cos internacionales de Amsterdam, en 1879, i el de Tu- rin en 1880. Entre nosotros, no deben seros desconocidos los es- fuerzos hechos por la Facultad de Medicina i por el Protomedicato para difundir el fluido jenneriano, como el mas seguro de los medios para detener las endemias o epidemias variólicas. La petición que tuve el honor de presentaros en 1876, i que forma la primera pajina del espediente, va suscrita por un número considerable de mis colegas de profesión. El Consejo de Hijiene de Santiago pedia en ese mis- mo año la vacunación obligatoria. Todo el cuerpo médico de la capital, reunido en los salones del Protomedicato en 1862, declaró que admitía la necesidad de las vacunaciones o revacunaciones co- mo el único medio de evitar la viruela; i agregó que i hacia tal declaración, porque se decía que algunos fa- cultativos negaban aquella necesidad. Este consensus jeneral de los cuerpos sabios i de las corporaciones científicas, debe llamar vuestra atención. Una convicción tan jeneral i tan arraigada debe tener sólidos i seguros fundamentos. No se llega a ella, no se puede llegar a ella, sin antecedentes serios, sin hechos bien constituidos, sin una suficiente esperiencia i una meditada observación. 19 En efecto, esos antecedentes, esos datos, esas obser- vaciones i esas esperiencias están recojidos i están he- chos. Nada mas fácil que probar, como decia el Honorable Senador por Coquimbo, don Benjamín Vicuña Macken- na, en sesión de 9 de junio de la otra Cámara: 1. Que desde el descubrimiento inmortal de Jenner, la viruela ha descendido en su nivel horrible a la línea de las enfermedades i epidemias comunes; 2. Que desde la introducción de la vacunación obli- gatoria, los países que la han adoptado preséntanse comparativamente inmunes delante del flajelo. He aquí lo que encontramos en la Suecia, donde la vacunación es obligatoria hace cerca de setenta años: Período prevacunal (1774 a 1801).—Término medio de defunciones por la viruela: 1,973. Período de vacunación facultativa (1802 a 1816).—479. Período de vacunación obligatoria.—(1817 a 1877.— 189. Así es que en el espacio de un siglo, el término me- dio de las defunciones por cada millón de habitantes ha descendido de 1,973 a solo 189. En Austria morían en el primer período 2,484 indivi- duos i en el segundo 340. En Moravia, 5,402 por 255. En Berlín, 4,222 ántes de la vacuna; después 178. El doctor Marson, médico del hospital de variolosos en Londres, i a quien he citado anteriormente, dá la si- guiente reveladora estadística, que comprende 6,000 ca- sos: Defunciones o/0 Individuos no vacunados .. 35.50 Id. vacunados sin cicatrices 21.75 20 Defunciones °/0 Individuos vacunados con una cicatriz poco marcada 12.00 Id. una cicatriz bien marcada 4.00 Id. dos cicatrices mal marcadas 7.25 Id. dos cicatrices bien marcadas 2.75 Id. tres cicatrices 1.75 Id. cuatro cicatrices 0.75 Estas cifras no necesitan comentarios; son bien elo- cuentes por sí mismas, i dan la medida de la importan- cia de la vacunación bien acentuada. El Medical Times Gazzette, del 25 de marzo del pre- sente año, dice que en el ejército francés se rejistran anualmente 2,000 casos de viruela con 200 muertos; mientras que en el ejército aleman, de 1873 a 1879, ocu- rrieron solamente 26 casos sin ningún muerto. El doctor Zuelser atribuye esta enorme diferencia a las vacuna- ciones i a las revacunaciones, especialmente, que se prac- tican cinco o seis veces en cada individuo incorporado al ejército aleman. Pero para no salir de fuentes de informaciones mas próximas i bien seguras, haré notar que do los 5,808 entrados a los lazaretos durante la epidemia que hubo en Santiago en 1876, solo el 10.39 por ciento estaban anotados como vacunados. I de éstos, muchos no tenian señal alguna de vacuna. De modo que tenia sobrada razón la junta central de Lazaretos para decir que una de las causas principales de los estragos que habia he- cho entre nosotros era la falta de vacunación en la grcm mayoría de nuestro pueblo, por el horror con (pie miran la inoculación del benéfico fluido. I mas adelante, en su informe pasado al Supremo Go- bierno, estos dos párrafos, que son una enseñanza i un ejemplo: «No puede llamarse un fenómeno singular el que ha sucedido en los centros o agrupamientos de personas sujetas a una autoridad, i que han sido, por consiguien- te, bien vacunados o revacunados, como en los cuarte- les o en las cárceles, puesto que igual cosa ha sucedido en todos aquellos, sin escepcion alguna, que han hecho inocular el fluido salvador, ya sea como primera vacu- nación o como revacunación, tales como los colejios, hospicio, casa de locos, que no han tenido, puede ase- gurarse, ningún caso de viruela. «El Seminario, sin embargo de su inmediación a un lazareto, no ha tenido ninguno.' La Casa de locos, que contiene como quinientas personas, ha tenido dos: el de un asilado que se escapó o escondió cuando estuvie- ron a vacunar i la de un empleado que no quiso hacer- lo; ámbos murieron; todos sabemos que han estado ro- deados de lazaretos, San Vicente de Paul i la Avenida del Cementerio, i que por mucho cuidado que se tenga con los insanos, siempre son desaseados. La Pemten- eiaria, que contiene seiscientas personas, ha tenido uno solo: el de un recien entrado que acababa de llegar de la provincia de Aconcagua, i venia ya eontajiado i era vacunado. Fue asistido en San Vicente de Paul, donde murió. Inútil es que prosigamos con los demas estable- cimientos, puesto que en todos ellos ha sucedido lo mismo». A esto hai que agregar, que por 2,741 altas de enfer- mos no vacunados, murieron 2,416, proporción enorme; mientras que por 363 altas sobre vacunados, solo hubo 103 defunciones. Existe en el pueblo una antigua i arraigada preocu- 21 pación contra la vacuna, que no ha podido hasta ahora ser vencida a pesar de los esfuerzos hechos por las au- toridades i por la junta encargada de propagación de la vacuna. Esta preocupación impide la conveniente jene- ralizacion del fluido jenniano, i deja a una gran parto de la población en aptitud de ser atacada por la viruela. Según una estadística que tengo a la mano, se ha vacunado en la provincia de Santiago, donde la vacu- nación es mas estendida, en 22 1857— El 4.8 % de la población. 1858— 3.9 )) » 1859— 2.8 » 1860— 3.4 » » 1861— 3.4 )) » 1862— 3.4 » )) 1863— 2.1 x> )> 1864— 10.2 » » 1865— 6.8 x> » 1866— 2.8 » » 1867— 4.1 » » 1868— 1.8 » » 1869— 7.2 » » 1870— 2.4 » » 1871— 2.4 » » 1872— 14.4 » » 1873— 2.0 » » 1874— 2.4 » » 1875— 1.2 » » Término medio anual 4.4 » i> Como se ve, este resultado es pobre, es triste; una gran parte de los habitantes queda sin vacunarse, en aptitud de sufrir las influencias perniciosas del contajio. 23 Mientras qúe la vacuna no se jeneralice, mientras qiíe no llegue a ser obligatoria, liemos de ver repetirse con desesperante regularidad la afección que hoi dia se ce- ba con encarnizamiento en casi toda la República. El hecho de que la vacuna preserva de la viruela es hoi dia un hecho indiscutible; un asunto pasado ya a autoridad de cosa juzgada, para valerme de una espre- sion jurídica. ¿Qué es, pues, lo que detiene a nuestros lejisladores para aceptarla? ¿Qué motivo la ha obligado a su tardío desarrollo embriojénico? ¿Por qué aun no es lei de la República? Las objeciones que contra ella se han levantado pa- recen reducirse a dos. Es la primera, el temor de la trasmisión por el flúido vacuno de la lúe sifilítica. Es la segunda, el temor también do atacar lo que se llama las garantías individuales. Pasó ya el tiempo en que los enemigos de la vacuna la acusaban de causar la dejeneracion de la especie hu- mana; los vaccinófobos de hoi dia se asilan en la tras- misión del Proteo sifilítico. Ya a ver la Cámara cómo ese recelo, esa acusación i ese temor son bien poco fundados, i que los peligros de una trasmisión mórbida por la lanceta cargada con el verdadero flúido vacuno, son mui remotos i no deben poner espanto ante el mal que nos aqueja. La Academia de Medicina de Béljica, en la conclusión 3.a que anteriormente he enumerado, dice lo siguiente: «La vacunación es siempre una operación inofensiva cuando es practicada de una manera conveniente en personas sanas. Ocasiona accidentes ménos numerosos i ménos graves que la operación de abrir las orejas a las niñas.» En el luminoso informe pasado a la Academia de Medi- cina francesa en el año pasado, por el profesor Blot, di- rector del servicio de la vacuna, a nombre de una nu- merosa comisión, se espresaba en estos términos: «Lle- go a la sola objeción que presenta alguna importancia. Quiero hablar del peligro de inocular la sífilis con la va- cuna. No espereis, señores, que recomience hoi la me- morable discusión cuyo recuerdo no habréis olvidado. La ciencia ha respondido reduciendo el peligro a su verdadero valor; por otra parte, tenemos para ponernos a su abrigo, el empleo de la vacuna animal, que respon- de a todas las aprensiones de los mas exajerados.» El informe de esta Comisión apenas si fué combatido por dos o tres miembros. El mas conspicuo de ellos, el profesor Depaul, que tuvo a su cargo por muchos años la dirección del servicio de la vacuna, decia: «en cuán- to al temor de contraer con la vacuna otras enfermedades se realiza en casos tan raros que no se puede sacar de ahí un argumento serio.» El Consejo de hijiene pública de Santiago, en oficio fecha 28 de setiembre de 1876, dirijido al señor Inten- dente de la misma provincia, en contestación a un cues- tionario determinado, se espresaba así: «No negamos que en la ciencia existen casos que prueban que por la vacuna pudiera trasmitirse otras afecciones; pero ello es tan raro, i son tan escasos los hechos comprobados, que no puede sostenerse tal argumento de una manera séria.» I en verdad, señores Diputados, los hechos de las tras- misiones mórbidas deben ser tan raros, que ni mis Ho- norables colegas de profesión que se sientan en esta Cá- mara, ni el que habla, a pesar de tener muchos de noso- tros largos años de ejercicio profesional, i haber tenido que entender en varias ocasiones en asuntos de vacuna, no nos ha sido dado constatar hasta el presente ningún caso 24 25 de trasmisión sifilítica por vacunación de brazo a brazo. I debeis saber que el que habla, refractario a la vacuna, ha sufrido no ménos de cien veces la operación. Conozco a este respecto la opinión de algunos de los médicos que han servido por algunos años el vacunato- rio central, i ninguno de aquellos con quienes he habla- do recuerda ni señala una sola trasmisión sifilítica. Yo creo, i tengo motivos para sostener esta creencia, que en mas de una ocasión ha querido ponerse a cargo de la vacunación accidentes de sífilis hereditaria o ad- quirida. Es una buena puerta de escape i de salida. Pero debe saberse que un exámen profesional de los vacuníferos puede poner al abrigo de tan lamentable trasmisión, i que para ese exámen están los médicos que deben supervijilar los vacunatorios. ¿Se quiere mas todavía? Ahí está el recurso de la va- cunación animal, que el proyecto del Senado consigna i que llevará la calma i la tranquilidad a los espíritus mas asustadizos i mas reácios. No es, pues, un argumento sério ni atendible el temor de las trasmisiones sifilíticas por medio de las vacuna- ciones. Queda solo en pié el ataque a la libertad individual, a esta libertad, vuelvo a repetirlo con Pagés, que no es- tá todavía mui bien definida ni bien comprendida. No soi yo por cierto el mas competente para tratar en abstracto una cuestión de esta naturaleza. Sin embargo, séame permitido observar que por todas partes veo a la libertad restrinjida, reglamentada i limitada. Yeo a los países mas libres de la Europa, como son la Inglaterra i la Suiza, orgullosos de su libertad, adoptar la vacunación obligatoria, i tomar medidas severas para asistir a los variolosos e impedir el contajio. 26 Veo en muelios Estados limitada la libertad del padre de familia, porque se les prohíbe enviar a sus hijos a los talleres hasta que no tenga cierta edad. Veo que los pueblos civilizados dictan reglamentos que restrinjen casi todas las libertades. Las cuarentenas están vijentes en casi todas partes. El servicio militar es obligatorio, también, en la ma- yor parte de las naciones civilizadas. Los municipios reglamentan el tráfico por las calles, ordenan que los carruajes se alumbren de cierto modo i se coloquen en señalados parajes; que la descarga de los carretones se practique con determinadas precaucio- nes; que los almacenes o tiendas no estén abiertos sino dentro ciertas horas; que no se pueda matar animales sino en determinados recintos; que se prohíbe la men- dicidad, etc., etc. Creo, por mi parte, que la libertad es el uso del dere- cho en su sentido mas absoluto, siempre que vaya en- caminada al bien, jamas al mal. Pienso todavía, con Muston, «que la mejor libertad es la del deber, porque ella es para cada uno el derecho de ser, o la facultad de tender al ideal de lo verdadero, del bien i de la belleza moral.» Sostengo que nadie tiene derecho para ser un foco de infección que ¡perjudique al vecino, i que la autoridad debe velar por el derecho de terceros. La sociedad se ha constituido por el bien i para el bien; los gobiernos para defender a la sociedad Es para mí deber primordial de los gobiernos la con- servación social. Sin ella, no hai naciones. Toda aglomeración de hombres que se forma en un punto del globo, como dice Levy, se organiza para du- rar i para resistir, i eleva al gobierno al que comprende mejor las grandes necesidades de la existencia colecti- 27 va. Lejislador político o divino, simple código o reve- lación, Foro o Sinaí, el poder que se establece tiene su sanción en el objeto que se propone, porque tiende a comunicar a reuniones de hombres la plasticidad social, a fin de que se organicen i conspiren en armonía a la perpetuidad de la especie, como por efecto de otra plas- ticidad se arreglan i sostienen los instrumentos del mi- cróscomo humano. En nombre de la humanidad, en nombre de la ciencia de la que soi humilde representante, en nombre de mis colegas aquí reunidos, en amparo de la ignorancia que se mata i que mata, en nombre de la civilización que nos acusa por los estragos de un mal que tiene recono- cidos remedios, pido a la Honorable Cámara se sirva aprobar el proyecto que nos ha sido enviado por el Ho- norable Senado, por que es mas lato, mas eficaz, mas constitucional, i responde mejor a nuestras necesidades patolójicas. Estamos colocados en una situación en que, o se su- prime la viruela, o se acepta la mas ámplia vacunación obligatoria. El prudente despotismo de la lanceta es nuestra única i verdadera salvación.