m *: >*. *" a ;V* *rj*_<*í * °fc rtí & !^.V v" ¿ÍF'T'- ,..' Kmf«^ te «t .#*• *i-¿v- *.. *;' •V e/f »■ r ■*' * «w '■ . .>&-. wí: $mrmmmXj t¿XJLYXt^XX\>xJL^JL>(^\i Estudios sobre su historia, causas, diagnóstico, naturaleza y tratamiento curativo general mas racional, seguro y conveniente, entre los propuestos hasta el día , CON indicaciones sobre su profilaxis posible, especialmente PARA LOS EURO- peos, en particular mas expuestos á padecerla en estas antillas. Resumen de trabajos sobre el mismo objeto, presentados á la Dirección de Sanidad Militar y Ateneo Catalán, en tiempo oportuno, y que han sido aceptados con elogios notables, que se hallan con- «.- signados en actas y notas ofi- ¿/f> cíales correspondientes. POR EL DR. E.\ IKDIQSÍ \ URUJIA DON MARCIAL DE ÉSÍSfX^Y PUYOU, Médico Mayor del Hospital Militar de esta Plaza, SOCIO DE varias corporaciones científicas nacionales y extranjeras. IMPRENTA Y LIBRERÍA "EL IRIS," OBISPO 20 Y 22. 1868. WCK R4531 F¿1™ ño, ■iflcloJ rw<3 ADVERTENCIA. impresa esta obra en la isla de Cuba en la fecha citada, no habia ocurrido aún allí la revolución que ha tenido lu- gar ulteriormente. Es propiedad del Autor. INTRODUCCIÓN. En cumplimiento de una respetable solicitud huma- nitaria, así como de un deber dignamente atendible en pro de la salud y vida humanas, ante cuyo venerable é ilimitado propósito siempre parecerá poco cuanto en su fa- vor se haga, permitido sea al autor de este modesto es- crito coordinarlo en forma y darlo á la luz pública opor- tunamente, ofreciéndolo á los habitantes de las Américas Españolas como un cumplido homenaje de respetuosa aten- ción y fiel estima, tal como corresponde, fuera de toda parcialidad, á las consideraciones legítimas de su origen y tradicional nacionalidad. Parece innecesario hacer apreciación alguna sobre su interesante y trascendental objeto, conocido el tema que le encabeza, su notable importancia, extensión y relacio- nes que abraza. Como resultado de los minuciosos y repe- tidos estudios que en él se consignan, refiérese muy par- ticularmente este trabajo á las causas y efectos climatoló- gicos particulares del tifus ictdrodr.H ó fehre umarilla con multitud de estudios é investigaciones correspondientes á varios extremos científicos, que tienen relación con la terrible enfermedad citada, endémica en estas Anti- llas, que epidémica á veces en Europa, juiciosa y relati- vamente apreciada, es aquí el azote continuo y cruel de los Europeos, produciendo instintiva é inevitablemente en ellos un pánico aterrador, siendo éste, según el relato dia- rio y estadística de los extragos de aquella, un mal lamen- table que los hijos del antiguo continente se ven precisa- sados á sobrellevar con amargura, si han de dar acceso á las aspiraciones de su fortuna y con ellas á la necesidad de su residencia, bajo la acción del clima de los trópicos •1 y á la altura y situación de la Zona Tórrida en que nos encontramos. No ocurre menos en tal sentido y aun suce- de así muy particularmente á España, que por causas idénticas y otras que á continuación se expresan, se ve casi de continuo también en el duro trance de tener que lamentar tan dura calamidad, como triste tributo de esta su hija en la historia, y de hecho su hermana en interés y vida, que le revela á la vez por otra parte constante- mente, con otros pingües dones y favores posibles su alta deferencia, ejemplar respeto y distinguida lealtad. Conocido pues .el fin indicado, valga en buen senti- do la manifestación de tener también por objeto este es- crito el contribuir en algún tanto á favorecer particular- mente al bien de la salud é interés del Estado Español, que por una imprescindible necesidad de conservación y digna defensa de sus posesiones de América, se vé conti- nuamente, y con urgencia á veces, en el violento extremo de tener que enviar y sostener aquí, para su guarnición tropas de la Península, que vienen por su voluntad ó por su suerte, y después de atravesar las violencias de un largo y á veces penoso viaje, han de tener que sufrir, lue- go de llegar á estas Islas, todos los rigores de la calidez del clima y tan contrarios como multiplicados accidentes de la aclimatación, pocas veces suficiente para la inmu- nidad completa ulterior de dicha endemia entre los Eu- ropeos. Baste pues tal indicación, y supla en gracia á ella, en el recto juicio que sobre este escrito recaer deba, cuanto sobre tal extremo decirse puede, y que aquí no se hace mas que apuntar, por la brevedad que en él se ne- cesita, en evitación de hacerle pesado y enojoso. Esto sentado, cumple al buen deber decir ante todo, que al exponer aquí las mas ó menos juiciosas apreciacio- nes que en el terreno patológico se hacen de los hechos, así como al consignar las teorías patogénicas que sobre dichos particulares, como consecuencia de la observación se asientan, guiónos solo en tan importantes investigacio- nes, con exclusión de todo apasionado sistema, la clara luz de una recta filosofía, sin que por ello tengamos por exacta ni incuestionable nuestra opinión; que gracias si acertada no sea. que á favor de la verdad se dirija. Y aun- 5 que de algún valor parecer pudiera en favor de lo ya ma- nifestado, el haber podido apreciar prácticamente y en una buena extensión en América, cuanto en esta modes- ta exposición se dice, lejos de toda idea que parecer pu- diera pretenciosa, á vista de lo ímprobo del propósito, fíase solo el poco valor de este trabajo á la benévola tolerancia y juicioso criterio de nuestros comprofesores y prácticos mas distinguidos del país. Atendida pues la importancia de dicho concepto, lo delicado y grave de su solución, déjase conocer en su con- secuencia que para procurar llegar á aquella se necesita una riqueza de saber muy superior á todo deseo y una sutileza de sentido nada común, con un digno y superior criterio, que de severo y exacto casi podría rayar hasta en lo ideal. Mas aun, quizá pueda decirse que para poder- se decidir á intentar resolver incógnita de tal valor y trascendencia, con la posesión de dichas dotes, poco ge- nerales, se necesita una muy profunda convicción, arro- gancia y entereza notables para dejarse ir, como al ím- petu avasallador del genio ó de la pasión, en pos de la idea que conduce y arrostra ante el grandioso lema del bien, de la salud, vida y dicha de la especie humana. Inútil es ya repetir, con molestia quizá, la indica- da elevación y trascendencia del tema citado, así como lo importante y sumamente grave de su solución. Basta pues su simple lectura para poderse aducir, en buen juicio, lo extenso y generalmente útil de su contenido, así como lo fácilmente dado á peligrosas deducciones, por los amplios extremos que abraza, y sus relaciones infinitas con multi- tud de datos científico-prácticos; todos á cual mas precia- dos para su conclusión mas propia y definitiva. Efectivamente; una monografía del Tifus icterodes, sobre las varias y múltiples conocidas hasta el presente en multitud de escritos, relaciones, memorias, obras clá- sicas y particulares, notas, citas, comentarios y accidentes de su referencia, fundada en una práctica propia y á buen criterio ilustrada, ante todo lo dicho y hecho sobre ella respecto á su tratamiento, y aun si se quiere, como con- secuencia y necesidad sobre su profilaxis, mas ó menos probable y conocida hasta el dia, sobre ser un problema 6 de muy difícil, por no decir imposible solución, requiere á mas de las prepotentes dotes morales y científicas indi- cadas, ciertas condiciones particulares de observación pro- pia y especial de aquel padecimiento, en los puntos y lo- calidades topográficas de la reconocida endemia. En es- tas últimas circunstancias, tiempo ha que reiteradamente se ha encontrado, y de presente se halla el autor de esta tarea, modesto alegato que se permite aducir en pro de su deseo y disculpa de su arrogante proyecto. Estudio es este pues, que á mas de ser sumamente profundo y difícil, atrae en sí tal cúmulo de teorías y doc- trinas científico-médicas, tan varias é importantes y de tanto peligro á un falaz juicio, por lo difícil de la aclara- ción de la verdad, en vista de cuanto de ello dicen la his- toria relativa, clasificaciones, detalles y pareceres de di- cha enfermedad que, repítese, parece imposible poderle dar término lisongero en buen deseo, sin fracasar en su empeño, ante la inmensidad de su difícil acceso. No obs- tante, tal es el benéfico deseo de obtenerlo, y conste así esto en disculpa de lo osado del pensamiento, que asintien- do sincera y agradablemente á una sana inspiración de conciencia, y cediendo á otra rigurosa y digna prescrip- ción del deber, aventúrase al fin á la publicidad este trabajo, cualquiera sea al cabo el concepto, calificación y fallo que merecer pueda rigorosamente. Indicada en principio la cuestión, procuremos abor- darla, y descendiendo á verificarlo bajo el aspecto cientí- fico, veamos luego de hacernos cargo paulatina y detalla- damente de su particular conclusión médico-práctica, según la tan importante y trascendental entidad del te- ma propuesto. Parece proceder, antes que descendamos á estudios y consideraciones médicas sobre el punto de estudio in- dicado y á fin de comprender la extensión que este pro- mete, que avancemos á los principios y origen de cuanto en lo natural, científico y filosófico-médico pueda ofrecer noticias, estudios y datos válidos y apropiados, que se re- lacionen mas ó menos directamente con la índole de tan magna cuestión, á fin de no perder resquicio ó medio al- guno de abrazarle en todos sus límites posibles, particu- 7 laridades y consecuencias. Al intento permítase ante to- do hacer una breve y apropiada escursion á la historia, indicándose por ella muy concisamente, lo que desde lo remoto del tiempo y en el largo y variado curso de él hasta ahora se ha creído, mas ó menos directamente, co- mentado ó juzgado, tenido por válido y practicado sobre el padecimiento que nos ocupa, ó de sus mas semejantes y de sinónimas calificaciones morbosas, de cuyas aprecia- ciones mas ó menos genuinas y características se han he- cho deducciones infinitas, estableciéndose teorías y doctri- nas variadamente apropiadas, aunque impropias y exage- radas á veces. Procuremos pues, á su vista, darle á todo ello su verdadero propio y exacto colorido, aparte de to- da apasionada escuela y exagerado sistema, guiándonos en tal apreciación, la acción sola de un buen juicio cien- tífico-práctico, aceptando exclusivamente como doctrinal y filosófico, tanto lo general como lo particular que por muy verosímil y acertado, ó como mas correspondiente y próximo á la exactitud reconozcamos. Y valga la eclécti- ca independencia en ello, sin sumisión á cualquiera fuer- za de tradición en la creencia, ni autoridad en la idea, por mas abstracto y exclusivo que parezca tal modo de pensar. Esto es tan necesario, por lo mismo que es tan antiguo y tradicional el relato, conocimiento, nombre, clasifica- ción, descripción y tratamiento de las fiebres, en sus di- ferentes faces y determinaciones, antes de llamarse nosolo gia &8\i mas propia clasificación. Así es que se pierde su idea escrutadora, sino en épocas mitológicas, de muy fácil y hasta vivaz y aun maliciosa interpretación para el filóso- fo, en otras anteriores en que vienen á encontrarse he- chos semi-fabulosos y de fantástica creencia, y en que tan problemática se hace á la buena comprensión y juicio se- vero, la aclaración y recta interpretación de lo símil y apropiado, entre tanto como se registra y halla consigna- da en la historia, sobre tan importantes extremos. Lo es también indispensable, por la misma razón de ser desde lo antiguo y casi hasta nuestros dias tan varias las dife- rentes opiniones sobre la naturaleza, esencia y caracteres de dichas fiebres. Mas aun lo es por la circunstancia ero- 8 nológica de la diferente determinación histórica, ó sea épo- ca relativa en que fuera mas conocido, clasificado y des- crito el padecimiento en cuestión, llegándosele á dar por acepción general el nombre común de Tifus y particular- mente el de Tifus icterodes, 6 icteroides, tal como hoy se le conoce, y es el objeto de nuestro estudio. Valga pues esta consideración para que sea bien aceptado el plan ^ y orden que hayamos de seguir en nuestras investigacio- nes y aplicaciones científico-prácticas, siquiera adolezcan ellas de algo de molesto, por la árida monotonía propia de largas citas de referencia, á fin de lograr obtener la de- ducción lógica posible y necesaria al objeto. COXSIDBWHOSÍS HISTOMCO-XEDICAS. Historia general de las fiebres y particular de la amarilla, Descendamos con calma, recto juicio y verdadero ecleptisismo de apreciación á los remotos tiempos de la his- toria. Fijémonos muy particularmente en los hechos que digan relación, entre las ciencias médicas, con la índole de la presente cuestión, á fin de buscar, sino en el origen de la especie humana, en los primeros períodos ó edades de aquella, en las manifestaciones del instinto humano, en la observación en fin regular del hombre, el conocimiento y esplicacion de una de las enfermedades de que natural- mente él se viera acometido con más frecuencia, como es la que forma el objeto de nuestras investigaciones. Vea- mos desde luego qué interés se le diera por su entidad, por su carácter, por su nociva acción y por las consecuen- cias que produjera en el hombre, el padecimiento más ge- neral que llamárase finalmente fiebre, bajo aspectos y ca- racteres múltiples y aun á veces contradictorios, según la relación común y preciso acuerdo general, en la interpre- tación de los hechos. Tomemos de los varios é infinitos de estos y especiales puntos de observación en las clasifica- ciones de las fiebres, en la antigüedad, lo que mas propio y verosímil sea al buen juicio de identidad ó aproximación de analogía con el sentido común y general acepción de la fiebre, para venir á parar á lo que de presente nos ocupa; á fin de poder aproximarnos á deducir lo que haya de más probable, sino verdadero y exacto, entre la analogía ó identidad nosológica de dichas enfermedades, en su varia 10 condición, naturaleza y manifestaciones con la que forma el objeto de nuestro presente estudio. Así daremos á la vez satisfacción cumplida á la nosografía numismática (y per- mítasenos el epíteto) de los que, por muy decididamente dados á la esclusiva y absoluta observación y hechos como infalibles de la medicina antigua y secular, creen haber ec- sistido dicha enfermedad desde ab-inicio en el hombre, ba- jo caracteres varios, no solo desde el origen é infancia del mundo hasta nuestros dias, sino que fuera desde entonces y en la edad posterior como hasta hoy, de muy dife- rente modo apreciada la misma y aun la particular que nos ocupa en la actualidad, bajo el nombre ya general de Fiebre amarilla, sino como epidémica, según veremos lue- go, como endémica en sus propias localidades y especiales condiciones topográficas del globo terráqueo. Así también, á través de tan largo y minucioso estudio, por las nocio- nes del tiempo, de la historia y de las ciencias, vendremos á parar á la época importante de la nosología en que apa- reciera en Europa, se le estudiara y diera nombre, clasi- ficación y tratamiento á dicha enfermedad, aunque mas ó menos vario, por las diferencias de la misma analogía con otras enfermedades, sino idénticas á esta, hasta el extremo de venirse á establecer por general concordancia su acepta- ción, clasificación y carácter bajo el nombre común de Ti- fus y tifus icterodes. Lo mismo, después de muy largos estu- dios, citas, datos, hechos y aplicaciones veremos en fin de hacer por resolver si posible fuera, gracias á una recta y minuciosa deducción, lo que haya de aceptable sino ver- dadero, en la solución de la grave incógnita, mayor aun y á la vez más importante de la condición morbosa, ó sea na- turaleza y carácter especial de la fiebre amarilla, á fin de esforzarnos, con tales investigaciones, por lograr formar un buen cuerpo de diagnóstico de ella y poder establecer á la observación de sus síntomas, curso, duración y térmi- no, ó sea en consecuencia á una buena ley de doctrina, el tratamiento curativo de la misma mas natural, racional y admisible, comprobado como el mejor, más seguro y con- veniente, según lo que^ la propia práctica nos haya demos- trado, por convicción íntima y profunda, en los repetidos hechos prácticos que indicaremos al intento. Así acaso po- 11 dremos aun avanzar mas fundadamente, hasta llegar al término, si posible fuera, de insinuar (y no sorprenda la idea) hasta los medios profilácticos ó preservativos posibles, que reconocerse pudieran de tan terrible padecimiento. El instinto, la comparación, la casualidad, la analo- gía, la imitación y observación, primeros elementos de es- tudio en la medicina, desde los primitivos tiempos del mundo, dieron al raciocinio los medios de estudio; y los hechos repetidos en que se fundaran, la experiencia ó la práctica. Esta es la base, la escuela material y de nor- ma de las ciencias médicas, desde el mas remoto origen y antigüedad del hombre. Ya, aparte de toda idea de orí- gen cósmico agena de este lugar, puede en pió de nuestro objeto decirse que desde las épocas semi-fabulosas y oscu- ras de los Egipcios hasta Hipócrates, poco se puede dedu- cir sobre este extremo claro y útil al intento. Desde la de este genio colosal y el tiempo de los metódicos, á la edad media, el de las Cruzadas y el de los Árabes, así co- mo desde los posteriores hasta nuestros di as, ó sean los períodos instintivo, mistico, filosófico, anatómico, griego y erudito reformador hasta el presente, se observan sobre el mismo particular multitud de diversas apreciaciones filosófico-médicas y deducciones infinitas de teorías y doc- trinas filosófico-patológicas, de muy difícil determinación para nuestro objeto. Efectivamente, desde los Egipcios, que formaran el pue- blo heroico que descuella en la historia del mundo, em- pieza la de la medicina, y con ella también la de las en- fermedades, en multitud de observaciones de diversa ín- dole que tendremos lugar de anotar. Así, aparte de lo» filósofos, Platón, Pitágoras, Aristóteles y otros, de quienes se refieren datos mas ó menos coincidentes con las prime- ras nociones médicas, los Sacerdotes Egipcios, de quienes vemos hoy una tradición mas ó menos exacta, y hasta su personificación en algunos espectáculos públicos, trataron de presentar y aun consignaron en escenas político-reli- giosas de muy variado carácter de autoridad en su época, la elevada consideración y semi-divinidad déla Medicina, que pusieron en consorcio con las leyes, revistiéndoles de las inspiraciones de la fantasía y aun del arte, con miste- 12 rios de muy artificiosa fascinación, á fin acaso de hacer- le como infalible é inviolables ellos, sino con otros fines menos dignos, cuya apreciación genuinay detallada no es de este lugar. Así también ocurriera igualmente después, por la tradición del tiempo en la historia, á la judiciária y el sacerdocio en la antigua Roma; preponderando en todas y cada una de estas manifestaciones, la influen- cia gentílica de la época, haciéndose ya depender las en- fermedades de la cólera de los Dioses, cuyo favor se impe- traba con ovaciones, súplicas y sacrificios, tan absurdos como inhumanos. Aquí empieza la mitología médica, la fascinación científica, superstición y fanatismo idólatra, á que nos referimos anteriormente. No sin admiración por cierto, vemos aquí á un Osiris, héroe notabilísimo en épocas tales, genio creador y guerrero, por semi-Dios teni- do, que después de hacer prodigios de valor como de bon- dad en el Asia, viene luego á Europa; invade en España, la antigua Esperia luego, las costas del Mediterráneo, trayendo como misión especial, con sus armas, sus leyes de orden higiénico, agrícola, administrativo y artístico; y entre las ciencias y demás conocimientos útiles que di- fundiera, no fué por cierto menos la medicina, siendo por ello venerado hasta la idolatría, personificándosele por su nombre con el Sol, á identidad de su fulgor y grandeza. Vemos aquí también á su esposa Isis, con magnánimas con- diciones de bondad y filantropía, muy dada al amparo y consuelo de la desgracia, siendo por el socorro que diera en especiales casos á las de su sexo, muy entendida en par- tos, asociándosele, como auxiliares en su humanitaria mi- sión, las memorables matronas Prosa y Proterva, notables heroínas de la antigüedad. Observamos que por hechos tales es también la célebre Isis estimada, venerada con fanatismo, deificada y personificada con la Luna, con acepciones y elogios de elevadísimo concepto. Desde este tiempo, admiramos partir, por la iniciativa de Osiris é Isis, la primera higiene conocida en la historia; y aun si vale la indicación, la ruda patología y farmacologia expeciales de la época, todo en un sentido semi-mitológico y de atri- butos divinos, que se daba á los hechos y objetos, siendo di- vinizados hasta algunos seres inferiores del orden zoológico • 1 9 la y botánico. En esta época encontramos que llega hasta creerse en el aumento del corazón, al término de una onza por cada año de la vida, hasta los cincuenta de edad, y proporcional descenso respectivo. Vemos que ya, aunque toscamente, se disecaban cadáveres y se conservaban con betunes resinoso-aromáticos y alcalinos. Siguiendo el hilo de nuestras investigaciones sucesi- vas, vemos respectivamente que los Hebreos luego á su tiempo, copiaron de los Egipcios sus nociones, aprovechán- dose para ello de la cautividad de cuatrocientos años, de que el gran Moisés les sacó, dividiéndoles en tribus y dog- matizándoles con su propia y religiosa ley, higiénica por excelencia, en que constan, entre sus conocidos particula- res, la prohibición de carnes nocivas en aquel país cálido por naturaleza, la circuncisión, la fraternidad moral y otras disposiciones de orden altamente gubernativo, entre su gran pueblo dicho de Israel. Notamos ya que tan sabio legislador, al ocuparse de las plagas y enfermedades del género humano, habla de la lepra y del lierpes entre otras enfermedades, y que, para procurar su tratamiento y cura- ción, establece sus Sacerdotes-Médicos entre los Levitas. Pasando luego nuestra consideración desde este pueblo al estudio propuesto, vemos también respectivamente que ya en la India no es menos atendida por el sutil instinto y agudeza de sus naturales, la imprescindible necesidad de la salud y de la vida humanas. Se establecen allí por lo tanto para ello los Brachmanes, especie de Sacerdotes y Médicos á la vez. Aquí ya se atendía al estado de la cir- culación de la sangre en las enfermedades, tomándose el pulso por varias partes del cuerpo; siguiéndose por toda clase de prescripciones médico-religiosas, con gran sumi- sión, fidelidad y creencia, su catecismo propio ó Vagada- sarti, que trataba aun con rudeza de anatomía, profilaxis general,, oíFtalmológia y farmacología. Los griegos, tam- bién gentiles como los egipcios, ya brillaron más y entre ellos se ven descollar como médicos á Apolo, genio agrí- cola, poeta y músico á la vez; al eminente Esculapio y á Diana. Estos consignaron igualmente que las enfermeda- des reconocían por causa la cólera de los Dioses, preponde- rando aun las fórmulas establecidas entre ellos, desupers- 14 ticion é idolatría. Aquí vemos, á efecto de esta general creencia, tener origen los Asclepiades, especie de Médicos filósofos, y crearse los templos idólatras, de exposición co- mo pública y de curación de enfermos, á efecto de la fas- cinación y especie de magnetismo religioso que produjeran sus Sacerdotes, con medios materiales y morales, profecías y fascinación sacerdotal de fanática creencia. Templos en que los enfermos iban á ofrecer holocaustos, como el del Cordero, en cuya piel caliente eran envueltos para dor- mir y soñar, ó creer que habían soñado, su mejor trata- miento curativo; procediéndose luego por el Sacerdote al que mejor pareciera, y en caso de obtenerse su curación consignándolo, como á especie de milagro de nuestros días, en la consabida Tabla Votiva histórica. Clave fué sin em- bargo este procedimiento de una observación práctica, que viniera luego á ser sumamente utilizada en su dia, como canon de la ciencia por un magno prohombre en ella, el Hipócrates de Cos. Se vé pues que entre los Romanos si- guiérase próximamente hasta entonces, un método análogo de igual espíritu de creencia. En la continuación de esta época, representada por tan buen coloso en la ciencia, co- mo después se dirá, parece entreverse ya con otros par- ticulares, la etimología y calificación de las fiebres, aun- que siempre bajo el mismo aspecto, casi mitológico y de conjetura misteriosa. Designárase ya esta afección enton- ces con la voz febris, tomando nombre del verbo férvere, hervir, por su carácter especial, y no como han querido algunos del frebouare, purgar ó purificar, ni procedente cuando no consecuente, del nombre de la Diosa Febris 6 Febre, por tradición del predominio mitológico en la enfer- medad de tal carácter é índole palúdica, que parece pro- ducían las lagunas pontinas de Roma. Así en otro parti- cular también ocurre con la designación de la Diosa Mefi- tis, de etimológica acepción, por la influencia que se le die- ra ó creyera que tenia sobre cualquiera afección mortífeta y fatal. Lo mismo se vé ya que sucedía, como lo obser- vado anteriormente en todos estos particulares, con el pro- tectorado Sacerdotal en Egipto y Grecia. Así que lo que vemos desde Osiris é Isis, con sus asociadas Prosa y Proter- va, que hemos citado entre los Egipcios, viene ocurrien- 15 do después, hasta la aparición del sabio Hipócrates y su época célebre en la historia. Igual práctica se encuentra entonces por otra parte entre los chinos, á cuyo país se le tiene aun por primiti- vo y grande en el saber. Ya estos admitían entonces co- mo elemento fisiológico-patológico en general, el calor y la humedad. El primero colocáranlo á la izquierda del cuerpo y la segunda á la derecha; aquel localizado en el corazón é intestinos delgados, y en el hígado é intesti- nos gruesos la otra. Creían estos en la existencia de siete vidas, y que estas estaban bajo la presidencia y especial acción de los astros. El corazón bajo la influencia del Sol; el hígado bajo la de Saturno; y bajo la acción de la Luna creían estar sometidos los órganos sexuales, con particular fanatismo y superstición en sus creencias. Estos usaban como los Romanos de baños, cosméticos, é interiormente con mucha especialidad se administraban el opio, de que en el día hacen aun en buena salud, un abuso extraordi- nario. Ya de éstos se dice que empezaran á buscar la pie- dra filosofal, aunque esto lo refutaran Pitágoras y Para- celso. Los Japoneses, Scitas y Celtas siguieran al propio tiempo muy parecidas doctrinas. Entre ellos figuran los Druidas, si bien estos usaban ya la farmacología y dividían las enfermedades en curables é incurables. De las prime- ras se ocupaban dichos Sacerdotes y de las segundas las mujeres. En el nuevo continente, noticias anteriores á su des- cubrimiento y conquista por Colon, Américo Vespucio y Hernán Cortés, presentan á sus Indios pobladores, por cierto de muy dudoso y aun no probado origen, que unos atribuyen á los Cartagineses, y por la identidad en sus costumbres los mas á los Egipcios, en un estado salvaje á términos de abandonar por regla general á sus enfermos graves y crónicos y dejarlos en el campo á todo desampa- ro, ó sacrificarlos ásus ídolos, como hacían con los viejos de sesenta años en adelante llamados Casnares. Hechos monstruosos que, como el de sacrificarse en suicidio por no sobrevivir á las personas queridas, se registran en cró- nicas autorizadas, entre otros, de una muy sana y bien 16 entendida higiene, parecida casi en un todo á la que aun por rito religioso guardan los Israelitas. Dedúcese de todo ello que ya el instinto primitivo del Indio de América le habia enseñado prácticamente las consecuencias de la ac- ción cósmica de este clima y de su influencia en el orga- nismo humano; propia de la alta temperatura de la Zona Tórrida, y con ella la de la intensa humedad de sus cos- tas, en la producción de algunas enfermedades de carác- ter y gravedad especial, como las que en el dia vulgarmen- te se conocen con los nombres del vómito, la goma, la ma- ligna y el pasmo ó sean el tifus, la elefantiasis, el cáncer y el tétanos. Lesiones que harían en ellos mas ex tragos que al presente por el brutal abandono é ignorancia en que se vieran, como en el dia se observa en los que viven rebel- des á la civilización en los despoblados del Sur de Amé- rica. Noticias son estas que pueden verse en las citadas descripciones y colegirse de la notable epopeya de nuestro Ercilla en su famosa Araucana. Consta sin embargo por la historia que ya Motezuma protegió la medicina y la botáni- ca, distinguiendo y elevando á sus prohombres, quizá de entre los muchos curanderos que como hechiceros ó brujos pasaban antes; mas nada de particular é importante se entrevé por estos datos que merezca la atención para el objeto presente. Corrieron á la vez en la antigua Roma sus períodos de luchas filosóficas las diferentes escuelas que ya exis- tieran, entre las que descollaran la Jónica, la Itálica y la Ecléctica, con sus Jefes Tales, Pitágoras y Anaxágoras, de donde tomaron origen varias doctrinas médicas sobre las enfermedades y particularmente sobre la fiebre. De allí viene el principio del agua de la primera, como elemento fundamental fisiológico-patológico; la preeminencia del aire ó principio etéreo; estableciéndose un fundamento de racionalismo que viene á hacer á la escuela Itálica muy higienista, aunque cabalística en la forma y algo supersti- ciosa. De esta se cree que tomó algo Hipócrates en sus doctrinas de los dias críticos. Ya en la filosofía se obser- vaba, explicaba y establecía la armonía entre las fuerzas físicas y morales, y entre la discordancia ó desquilibrio or- 17 o-ánico, producido por las enfermedades. Ya en esta escue- la Almson de Grotona establece los cuatro principios calor, frialdad, sequedad y humedad, de que luego se sacan de- ducciones científicas, mas ó menos apropiadas. Vemos que Empedocles después observa una epidemia y establece cor- dones sanitarios, de donde quizá toman estos origen, como medio profiláctico. Este notable Asclepiade cree en los cuatro elementos dichos; concilia extremos de doctrina y admite la vida en su escuela, por atracción y repulsión de elementos favorables y adversos, teoría que sigue Anaxá- goras, y habla de la bilis como origen de todas las enfer- medades. Demócrito luego descubre el Eléboro, Acrón esta- blece la teoría de los contrarios, como elemento terapéutico: Heráclito sigue el de los espíritus y el fuego, elemento que creia que condensándose producía el aire, este el agua y esta la tierra Hé aquí pues yá á la medicina fuera de la mitología de los anteriores tiempos. La gimnasia es teni- da á la vez en mucho y hasta en exceso, así como los pur- gantes, especialmente los drásticos. Aquí se llega en las investigaciones históricas á la aparición de Hipócrates, natural de Cós é hijo de otro del mismo nombre; cuatrocientos sesenta años antes de la Era Cristiana. De la Escuela Jónica este gran filósofo, viajó mucho por su país, recogiendo de las tablas votivas de los templos gentílicos cuantas observaciones útiles encontra- ra en medicina, fundando las principales bases de la cien- cia, si bien como en apuntes y sentencias filosóficas, de que nos ocuparemos. La observación se vé que es la base de su doctrina, en la que se dá un gran valor á las secre- ciones por los emultorios comunes. En la escasa ana- tomía de su tiempo se observa que tuvo al corazón por origen de las arterias, y al hígado por el de las venas. En- tonces se consideraba aun al cerebro como una esponja de hu nsdad. Admitíanse los estímulos exteriores como causas de enfermedades, entre los semi-arcanos de los dios críticos, de los principios de la naturaleza, del néuma y mo- vimientos, ó sean leyes vitales. Creíase, como anteriormen- te en la lucha de la naturaleza con la causa de la enfer- medad, y en esta reconocíanse sus tres períodos de crude- za de copión y de crisis, principios tan debatidos en lo ul- 3 18 terior hasta nuestros días. Además de los cuatro principios dichos, lo frió, lo seco, lo cálido y lo húmedo, se establecen los cuatro humores, sangre, pituita, bilis y atrabilis, que forma- ban la base de la doctrina de Hipócrates. Platón y Aris- tóteles metodizaran ala vez la fisiología de su tiempo, y aun- que con la oscuridad anatómica propia de su época, áeste último le vemos tratar de las fiebres, creyendo que las agu- das dependían de la sangre, y las tercianas del humor frió. Entre los estoicos, Empedocles explica las enfermedades y con ellas las fiebres, por la alteración de dichos humo- res, que Praxávaro después determina en la bilis acre, sa- lada y vitrea, como causa de las fiebres, indicando la resi- dencia de las intermitentes en la vena caba y usando de los purgantes hasta en los cólicos. Desconócese aun la anatomía hasta que el célebre Acron de Agripina estudia la comparativa de los animales con el hombre. Pero antes de seguir adelante en nuestros estudios históricos, démosle el valor que requiere á la época anterior- mente citada, que parece representarse por la alta perso- nificación del grande Hipócrates, genio eminente en el sa- ber, así como en la aplicación de los buenos principios de verdad médica, de convicción práctica, severidad, digni- dad y pureza de sentimientos. El, guiado de la clara luz de su buena inteligencia, y apoyado en su alto ministerio por el favor y la justicia del poder de su tiempo, dio con su ciencia y su doctrina un inmenso valor á los conoci- mientos médico-prácticos de entonces, elevando la medi- cina y la moral en acción á su mayor altura y grandeza posibles. Conocida es en la historia de las ciencias médicas la importante cuestión de nosología, aun existente so- bre la índole, naturaleza y carácter propio y respecti- vo de las fiebres, no tan solo de las ya primitivamente insinuadas por los semi-dioses de la ciencia, arriba cita- dos, sino de todas las que después figuran clasifica- das y descritas en la historia de la medicina, con mas ó menos aceptación racional y filosófica. Pues bien; aquel colosal Asclepiade, mas sutil que todos los suyos y ante- cesores, supo y pudo descollar por la elevación é impor- tancia de su genio filosófico-médico, con el favor, apoyo 19 y autoridad que lograra conquistarse en su época, y con- siguió erigir en cuerpo de dogma, todo lo bueno en me- dicina, que de sus predecesores y aun de su familia halla- ra, no solo en las tan conocidas tablas votivas de los templos del gentilismo de sus dias, sino lo que obtuviera, y es lo mas principal, como datos de su propia y espe- cial observación, tan importante y profunda, como fide- digna, verídica y apreciable. Sabida es pues, á grandes rasgos vista, la inmensa extensión de opiniones generales y particulares en aque- llos tiempos, sobre la enfermedad comunmente llamada/ze- bre; la infinita disidencia y variedad con que la sutileza del ingenio humano tratara, como después y hasta en la ac- tualidad, de investigarlas causas, sintomatológia, curso, tér- mino y curación de tan común padecimiento; consignando con natural interés y sutileza, la multitud de nosografías que se formularan con repetición, y que en épocas di- versas han sido casi hasta el dia, un intrincado laberinto en que pocas veces dejará de extraviarse la mas sana razón, que con el mejor deseo tratara de investigar, com- prender y aplicar la verdad, cualquiera su origen fuese y su determinación general ó particular en el mundo. Vengamos ahora mas adelante en nuestro estudio. En- tre las discusiones que han dado lugar á mejor raciocinio sobre la existencia y naturaleza de las fiebres, desde que puede decirse que dominara el empirismo de los primiti- vos tiempos y de los posteriores hasta hoy, casi siem- pre, en medio de tal confusión y carencia de teorías ó doctrinas, mas ó menos satisfactorias y de convicción va- riada, han luchado las escuelas, sino con la ignorancia, con la duda é inseguridad, no solo de la naturaleza de las fiebres y su esencialismo, sino hasta sobre el órgano que pa- dece primitivamente en dichas enfermedades, ya que no en el modo del padecimiento, hasta venir mas tarde la anatomía patológica á despejar incógnitas de gran va- lor é importancia, para bien de la humanidad. El honorable Hipócrates en sus respetadas, precisas y exactas aseveraciones de observación práctica, consignadas en sus textuales y verídicos libros, que seria muy largo el designar, nos manifiesta y comprueba por los varios da- 20 tos de propia experimentación, cuanto anteriormente de- cimos, ya textualmente, ya en comentario racional y filo- sófico, en apropiados alegatos al intento, sobre las consi- deraciones médicas de la fiebre y muy en particular de las que citara y describiera, análogas á la que tratamos de estudiar. Observemos la inseguridad y aun dudosa explica- ción, aunque parecido carácter, de algunas fiebres clasi- ficadas y sintomatológicamente descritas por Hipócrates, en que pareciera existir cierta propia y como aproxi- mada analogía con la, fiebre amarilla de nuestro actual estudio. Efectivamente, colígese de algunos síntomas y descripciones de aquellas en general y particular, un próximo y natural parecido con los de la que vamos estu- diando. Nótase, en el síndrome de las calificadas como biliosas de su país, la palidez general de la piel y las eva- cuaciones negras, características de las llamadas morbos, ó sean fiebres biliosas de los países cálidos, á que se refie- re Hipócrates en su nosológica determinación de las mis- mas, bajo un carácter remitente, según las observara en Grecia y en el Asia Menor. Dúdase sin embargo, á pesar de la disidencia entre varias opiniones médicas de gran autoridad, si las observaciones de Hipócrates, que se refieren á la peste de Atenas, son propia y especialmente relativas á las que de muy parecido carácter se han hecho en Europa, en épocas de epidemia parecidas á aquella, en que existiera el predominio de alta tempera- tura y humedad excesiva, que corresponden á las que se observaran en las expresadas localidades y especiales cli- mas, por mas que algún que otro síntoma, acaso de lige- ra apreciación, difiera en aquellas como ocurre en las que estemos procurando conocer y detallar lo mejor posible. Continuemos el orden de nuestra indagatoria respecto á las diferentes acepciones que ha venido recibiendo con el tiempo la enfermedad en cuestión. En perspectiva de ello, permítasenos indicar que en vista de tales y tan contradictorias opiniones como han descollado, tanto so- bre este particular como en el de la apreciación de las fie- bres en general, hayamos vacilado bastante en conti- nuar tan larga tarea, viendo de juzgar con acertado crite- 21 rio en tan alta cuestión, y dar un parecer científico-prác- tico acertado en buen concepto, ante los ilustrados inge- nios que han de juzgarle, cualesquiera sean sus opiniones científicas ó de escuela á que puedan pertenecer, ó por que pueda ser mirada esta obra, sino con razonable y jus- tificada oposición á las doctrinas que hay en ella, con un sensible desden de sutileza de discusión; llegando á tener la teoría que aquí se quiere aventurar sobre esta materia, como la consideración de una más en el largo catálogo de las mismas, ya que no como una uto- pia ilusoria, que pueda correr con mas ó menos deferen- cia profesional en la extensa esfera del saber. Decíamos, haciéndonos cargo de la historia, del carác- ter y naturaleza de las fiebres propias y endémicas de los países cálidos, en las que muchos autores respetables ven una íntima paridad con la de la fiebre amarilla, de que nos venimos ocupando, que en tan dudosa resolución se obser- va que, ya sea en África, Asia ó América, las fiebres de carácter gástrico, bilioso, pútrido y atáxico de los antiguos juegan siempre un papel muy importante en la manifes- tación, desarrollo, complicaciones y terminaciones de muchas enfermedades internas; ya se asignen dichas fie- bres como causa especial de una infinita variedad de padecimientos y lesiones orgánicas considerables, como ocurre también en Europa; ya sean aquellas resultado de las mismas lesiones, producidas de un modo latente é insidioso, por causas y en la forma que después se expre- sará; ó ya en fin, y es lo que ocurriera en la época Hi- pocráticay sus posteriores, por algunas fisiológico-patológi- cas, reconocidas como de doctrina entonces con los nombres de bilis, atrabilis, pituita y sangre; opiniones todas que, si bien aceptables en su línea, son valederas hoy solo á la luz de la ciencia, para reconocer, á la elevada altura en que de presente se encuentra esta, que á través de todas las precitadas causas, muy poco discordes en su índole morbosa, la mas principal de todas ellas, la alteración en la naturaleza de los humores orgánicos, es susceptible de mul- titud de modificaciones anormales, de degeneración orgá- nica en fin, en la que obra con una actividad muy mani- fiesta la especial acción del intenso calor de los países ecua- 22 tonales indicados, con un predominio fuerte de una activa y continua humedad, elementos precisos de fermentacio- nes y descomposiciones orgánicas. Fijándonos con particularidad en el valor de las opiniones citadas, respecto á las causas especiales de di- chas fiebres, la bilis, la atrabilis, la pituita y la sangre, ob- servamos la manera de ver de los clásicos antiguos, fundada en que los cambios y modos anómalos de ser de estos líquidos ó de sus órganos propios y normales en la economía animal, por causas varias é infinitas, ya cósmi- cas, topográficas y estacionales, ya bruscas, ya locales, pro- ducen un aumento de calor animal en el cuerpo humano, cuando aquellas son generales, ó ya en los órganos citados por otros accidentes propios y relativos de los mismos; calor especial, seco en general pero notable y excesivo, que caracteriza propia y principalmente el estado anormal y morboso que recibiera el nombre de fiebre, bajo su mas genuina y particular acepción. Hé aquí pues, según las opi- niones mas autorizadas en la historia, el principio de lo que después se ha llamado humorismo, con mas ó menos diferencia, en el buen entender de los adalides de esta y sus contrarias escuelas. Hé aquí también el origen y pun- to principal de partida etiológico-patológico de la definición y descripción de las fiebres en diferentes clases y tipos, así como de las epidemias, en la clasificación de la fiebre lla- mada peste, á distinción de la común, tan aceptada y ge- neralizada en los antiguos tiempos de la historia de la me- dicina. Hé aquí en fin la clasificación y diferencias de ella según Hipócrates y sus sucedáneos por su calor mordicante, acre ó suave, y por sus tipos, ó sean cuotidiana, terciana y cuartana; la efémera, la emitrítea y otras, de muy varia y sistemática apreciación, en que no dejamos de reconocer siempre, tratándose de esta enfermedad y de otras muchas del cuerpo humano bajo el tipo intermitente, la existencia de una condición orgánica expecial y manifestación sinto- mática concomitante ó reaccionaria de otro estado morboso primitivo, expresión de intermitencia que viene á ser co- mo la voz patológica de que se vale la naturaleza pa- ra expresar su padecimiento y que es como el ¡ay! perió- dico de su dolor, en su esfuerzo por la salud cuando no le 23 es posible á veces el eliminatorio, en el combate que sos- tiene contra males de mas ó menos gravedad. Observemos al propio tiempo que en los escritos del venerable Anciano de Cós descuella siempre un elemento de doctrina, el mismo que yernos en lo posterior en toda la medicina antigua, cual es la afirmación de ser la mezcla del calor y la humedad, así como su aumento y pre- dominio, la causa de las fiebres de carácter pútrido y pesti- lencial. Esto dicho así tan en general, pudo tener varias aplicaciones y pasar con el trascurso del tiempo como un hecho consumado y como una teoría autorizada, entre las infinitas que se han sucedido sobre la naturaleza y causa de las fiebres. Los escritos subsiguientes en la historia, coordinando ya de un modo mas concreto las ideas reinan- tes en épocas sucesivas, fijan ser el elemento común de las fiebres, y muy particularmente el de la que nos venimos ocupando, la putrefacción de los humores en general; aunque suelen confundir alguna vez sus manifestacio- nes locales con las flegmasías de esta índole, entre al- gunos y no extraños errores que figuraran según la historia, en la infancia de la ciencia, aunque casi siempre y á través de todo se vé apreciar detallada y característi- camente la fiebre como enfermedad general, de un modo preciso é importante. Hasta aquí lo que se deduce de los escritos Hipocrá- ticos y de los tan generalizados, como idénticos, de los co- mentadores del llamado Divino Viejo por algunos. Sucede á la época de este coloso en medicina la de los Metódicos; escuela notabilísima por mas de un concep- to en la ciencia. Entre estos poco adelantaron sin embar- go las teorías sobre las fiebres, según la importancia que tuvieran en las anteriores escuelas, pues mas bien sus de- bates y doctrinas versaran sobre el orden de estudio y ob- servación filosófico-práctica, que sobre los principios y fun- damentos de la ciencia médica en aquella época. Los Materialistas vienen después de los Dogmáticos; partidarios de su especial escuela como aquellos, muy fun- dados en sus fórmulas de observación teórico-práctica, y mas bien lo mismo unos que otros se ocuparan de princi- pios generales cósmicos, con aplicaciones científicas apro- 24 piadas á la vida del mundo y de la humanidad, que de teorías mas ó menos importantes en medicina, propias para este estudio. Tales fueran los hechos sucesivos mas estimables al caso presente, según la historia de las ciencias y particu- lar de la medicina. En esta época conquistara Cario Magno la Grecia y cundiera entre Pérgamo y Egipto el furor por los escritos de los sabios. Nace la Escuela EcUptica; se estudia la anatomía humana en Alejandría por Erófilo y Erasistrato. El primero admite el néuma, que se introducía según él por los pulmones, el corazón y las arterias; explicando la fiebre por esta causa mecanismo y acción. En tal estado de creencia aparecen los Empíricos que estudian mas los síntomas que las causas, y dan mucha importancia á la analogía, como principio y método de estudio. Pasa la me- dicina de Alejandría á Roma; se hace materialista; se ad- mite como principio filosófico-patológico la "relajación y constricción; ó sea el estrictum y el laxum, á que se agre- ga luego el mixtum por Celio Aureliano, notándose ya en la práctica la aplicación de las sanguijuelas. Entre el interesante debate de las escuelas de este tiempo, por cierto bastante activo, prepondera sobre todo el predomi- nio del neumatismo, ó sea el principio del neuma; fluido etéreo y cósmico fundador del Universo. Créese entonces que la producción de. las fiebres es debida á la lucha del frió y el calor en la naturaleza humana y distínguense sus tipos por los Eclépticos con particular minuciosidad. Are- téo de Capadocia con ellos, les dá mucha importancia denominándose por lo tanto las enfermedades, y como tales las fiebres, cálidas y frías. Sigúese la práctica de las evacuaciones de sangre en determinadas indicaciones; continúa prescribiéndose la medicación purgante, así co- mo los sudoríficos y la dieta. Distínguense también las fie- bres por Celso en continuas é intermitentes; y en fin, nóta- se ya en esta época que se van ensanchando las bases del estudio en la medicina por la observación, la experiencia y el raciocinio. Dejemos pasar, en el trascurso de la historia de la ciencia, cuanto no sea propio del objeto que nos ocupa 25 y limitando nuestras reflexiones por ahora, solo en retros- pectiva de lo mas importante que de anterior hemos di- cho sobre la doctrina y práctica de Hipócrates, al propó- sito de la materia que examinamos, y sus diversas opinio- nes de aplicación y comento, véase lo mas esencial que dijera aquel sobre fiebres, aunque en la forma dogmática que le era propia, por serlo á la vez exclusiva de su tiem- po. Y en comprobación de nuestras precedentes indica- ciones, citemos algunos aforismos de los irrecusables co- mo verídicos, y que si ño cuadran á plena exactitud con to- do lo reconocido hoy por mas evidente en la ciencia, son como el augurio de los progresos de ella hasta llegar á su lucidez y preponderancia actual. Sean dichos aforismos aplicados en buen juicio á la tesis mas ó menos acepta- ble, que procuramos sostener, como una sentencia, como una parábola autorizada sobre el fin de tan difícil empeño y su conclusión mas razonable y verídica. Dice así Hi- pócrates, tratando de las fiebres, en sus dichos aforismos. Sección 2- —(das enfermedades en que el sueño fatiga son morta- les; las en que alivia no lo son. — Cuando el sueño calma el delirio es buena señal. —El sueño y vigilia con exceso son de mal agüero. —Es buen síntoma en las enfermedades conservar des- pejado el entendimiento. Sección 4- —Los sudores fríos en las calenturas agudas anuncian la muerte; y en las menos intensas la prolongación del mal. —Son mortales las fiebres continuas en que el exterior del cuerpo está frió y la parte interior ardorosa, sintiendo el enfermo sed. —Las fiebres continuas en que hay diarrea y delirio son mortales. — Cuando á los dios 79, 99, ll9 y 149 de la fiebre apa- 4 26 rece la ictericia es buen signo, siempre que el hígado siga blando, pero de otro modo es malo. —En las fiebres son de mal pronóstico el excesivo calor en el vientre y la cardialgía. —Los febricitantes que evacúan orina espesa, grumosa y en corta cantidad esperimentan alivio, lo que se manifiesta con facilidad en los que desde el principio ó algo mas tarde se presenta dicho humor sedimentoso. — Todas las enfermedades en cuyo principio se evacúa por arriba y por abajo bilis negra, son mortales.y) Hé aquí lo que tan respetable y respetada autoridad, en los oscuros tiempos de su práctica consignara en gene- ral y casi puede decirse en conjunto, principalmente sobre las fiebres, afecciones en que clasificadas después, ya con mas propios y exclusivos caracteres, no podemos menos de reconocer una evidente identidad sintomatoló- gica, á grandes rasgos trazado el pensamiento, con la que tratamos de estudiar, aunque no de tal modo, así en general, sino en detalle y minuciosamente á diagnóstico, diferencial con las indicadas y posteriormente puestas en orden nosográfico ó nosológico por los mas eminentes pa- tólogos de la antigüedad. Vista pues luego tal clave dife- rencial, que no es de este lugar aun, sobre la escala prece* dente, tomada á secciones varias del texto Hipocrático so- bre fiebres, de prometerse es que poco se pueda decir mas en pro de nuestros asertos sobre su conocimiento ab-inicio como misterios de la ciencia por sus profetas, en lo mas antiguo de la historia del mundo, iniciado ya sintomato- lógicamente en las citas anteriores, por cuyo relato y expresivo sentido genuino del pronóstico, se deduce el co- nocimiento aunque rutinario y práctico de la naturaleza é índole de esta clase de enfermedades, si bien al carác- ter filosófico de observador concienzudo y profundo que á Hipócrates le adornaba, no correspondía otra cosa que irse muy despacio en aventurar ni una palabra ni una idea mas de lo que por evidente é innegable tuviera no á simple ni autorizado alegato suyo, sino á prueba innegable y fehaciente de su larga práctica, á vista del enfermo y de la vida ó muerte consiguiente que vendría á 27 ser como una favorable ó triste solución de los infinitos problemas, que á la lectura de sus aforismos y pronósti- cos, se ocurren. Y cuenta que prescindimos aquí de aducir en el tema en debate, nada de lo que mas bien higiénico que patoló- gico expresa y consigna dicho patriarca científico, con su habitual lucidez, aunque también quizá vendrá un mo- mento en que tengamos que apelar á su invocación, tra- tándose de las causas endémicas especiales del citado padecimiento. Prosigamos nuestro estudio en el orden cronológico que nos hemos impuesto. Galeno, natural de Pérgamo, en el Asia Menor, flo- rece posteriormente y dado á los estudios médicos, admite y sigue los principios de Hipócrates. Genio de observación práctica muy notable en medicina, tan suspicaz como ar- rogante, rival del método y principios de aquel, teoriza también sobre los cuatro elementos lo frió, lo cálido, lo seco y lo húmedo, y los mismos cuatro humores la bilis, la atrabilis, la pituita y la sangre. Cree que las fiebres son producto de las causas antedichas, con otras mas que les asigna y déjanse entrever en sus aforismos, clasificándo- las con las mismas diferencias de escuela, por sus causas humorales y tipos citados, anotando ser la fiebre efémera como producto de la influencia del néuma, la héctica como causa del calor fijo en el corazón y la pútrida por tal ca- rácter de los humores. Según él, no solo la existencia de estos y sus modificaciones son las causas de dichas enfer- medades, sino que (y esto es muy importante) las altera- ciones sensibles y profundas de los mismos, producen con la mezcla de ellos, las diferentes complicaciones é intensa acción, gravedad y mortalidad de aquellas. Admite las crásias y las discrásias, siendo las enfermedades, según él, producidas por dicho" desquilibrio en los elementos orgá- nicos del cuerpo humano. Fíjase muy particularmente en el diagnóstico y pronóstico de las enfermedades, y con de- terminada especialidad en los de las fiebres, siguiendo en estas la teoría indicada de su producción y desarrollo por la causa ya especial, ya determinante del frió y del calor, clasificando dichas fiebres por sus tipos en cuotidianas, 28 intermitentes, efémera y otras que quedan indicadas; deno- minación que aun subsiste en nuestros dias. Establece muchas clases de pulso, el duro, el lleno, el unduloso, pen- duloso y otros que daban á conocer, decía, la alteración de los espíritus animales, vitales ó naturales. Sigue la mis- ma terapéutica reconocida en su época, combatiendo la corrupción de los humores y aun la cacoquimia dicha de los mismos con los purgantes y especialmente los drásticos, que administraba uno para cada humor. Entre lo mucho que pudiéramos citar, textual y en detalle de lo escrito por Galeno sobre el particular que nos ocupa, limitamos nuestra especial tarea en ello á presentar solo como al propósito algunos temas, afo- rismos, sentencias, pensamientos y teorías de relación, todo extractado de sus varios libros, al propio intento y se- gún consta á continuación, á fin de deducir lo esencial de su doctrina en todas y cada una de las aplicaciones que nos veamos precisados á hacer de tales citas, como canon al que sujetamos con modestia nuestro sencillo modo de ver en las diversas cuestiones á que pueda dar lugar la dilucidación de la presente. Dice así sobre las fiebres autor tan respetable. ((Sic et cum acris temperatura á naturali habitu ad ca- liditatem, atque humeditatem inmodice tuerit conversa pesti- tilentes, quídam morbos oriri est necesarium.)) ((Febres diferentes ea quce cum sintomatis consistum aut febrium genus ulum aut especies diferenciare.)) ((Nan cum dixit mordaces eas quce semper tales sunt in- telexit.)) ((Divisitur febris qucedam áprincipio mitis, deinde mor- dáis, et inversa, qod est a in ame vincis et qucedam intensa et remisa.)) Y hablando de lo seco y de lo húmedo dice: ((Sustancia febris consistit in calorem preternaturalem. Cuantitatce caloris et á modo motus cicuta materia in qua existit si calor preternaturalem.)) ((Ubi calor totum corpus incestat febris nominatur qui et in partibus non nunquam aud obscurere ápparet.m 29 « Qod á cor de in totus cotpus procedat, qui vero impar- tibus labore alicuo fatigatis suscitatur, ad espiritum in mi- rum et sanguinis confluxu.)) aEa quce putrescumt in a^n imantis corpore, calorem quedan inmodicum nisi inpartibus, in quibusputrentefficere possunt.)) ((Si vero paucum sit escrementum et non ita velicmens, constipado febris ascendetur.)) Después de la época de Galeño viene paulatinamen- te la llamada mística por la preponderancia religiosa que en ella dominara, y para el objeto de nuestras investi- gaciones, vemos que en estas se adelanta poco, redu- ciéndose todo á creencias y milagros, y en la esfera de la ciencia á luchas estériles de escuelas compiladoras de doctrinas mas ó menos valederas al buen juicio de obser- vación. Así se pasa con lentitud hasta el siglo VI9 de la Era Cristiana. Entonces se observa que ya se administra el emético en el tratamiento de las fiebres intermitentes y que se prescriben los purgantes, el opio, el castóreo y otros medicamentos mas ó menos activos, con determinadas in- dicaciones. Sucede á este período el de las Cruzadas, y absorbi- da toda la atención pública en un acontecimiento de tan- ta magnitud, en que tan grande ovación se prestara al heroísmo patrio, poco se adelanta en el orden científico de nuestros estudios. Viene la dominación Árabe y con ella la destrucción de la Biblioteca de Alejandría y decadencia de las Cien- cias. Descuella el célebre Rasis secuaz de Galeno, que de- cía ser la fiebre un esfuerzo de la naturaleza para comba- tir la causa morbosa que la produjera. Este adminístralos refrigerantes en el calor de aquella y vice-versa, creyen- do en la fermentación de la sangre, como causa especial de las fiebres eruptivas y describe la viruela mas órnenos minuciosamente, por haberla observado en su práctica particular. Avícena, otro médico árabe notable de su tiempo, habla también de las fiebres y de las intermitentes 30 entre ellas, prescribiendo en su terapéutica apropiada contra las mismas los eméticos y laxantes, el eléboro, el ruibarbo y otros. Prohibida la anatomía humana en este tiempo y aun después, poco se adelanta en ella, hasta principios del siglo XIV9 en que Monoti de Babilonia tu- vo la osadía, como tal considerada, de abrir dos Cadáveres aunque respetara el cerebro por no pecar, en su humilde decir. Otorgáranse después los estudios de este ramo de la ciencia en los cadáveres de los reos condenados á muerte. Luego se graban en madera copias de los ór- ganos del cuerpo humano. Ocurre en este siglo el gran descubrimiento de la Imprenta. Se abren á la vez cáte- dras y Universidades y las ciencias toman mas amplitud. Sucede la peste negra, dicha así por los caracteres espe- ciales de su sintomatológia, y ocurre consecutivamente la persecución de los Judíos, hasta en España, creyéndo- les envenenadores y productores de ella. En el estado cronológico de apreciación que vamos haciendo, debemos consignar las multiplicadas divisiones que en este tiempo se hicieron de las fiebres sin un cono- cimiento preciso y detallado de anatomía patológica que le ilustrara suficientemente. Corría sus períodos la vida de la humanidad á tra- vés de sus infinitas y variadas peripecias, cuya inmensa esfera de juicio ó interpretación no es de este lugar y apa- rece en España ó mas bien brota como de la escoria de la plebe, un genio admirable como muchos de los de su tiem- po, que la historia no puede menos de reconocer y acatar, por mas indiferente y aun despreciativa que á veces apa- rezca contra nación tan hidalga como honorable por su ri- queza, respeto y lealtad fraternal con todas las demás del orbe, á través de los sarcasmos que de continuo en pago recibe, gracias quizá á su demasiada tolerancia humanita- ria que somos, como hijos suyos, los primeros en recono- cer, estimando en lo que valen tales hechos y sus conse- cuencias. Pero no nos extraviemos y, paso franco á esta ligera y fiel digresión, sigamos el hilo de nuestra tarea al- go difícil por cierto entre tantos y tan variados datos como queremos deducir, de la infinidad de los que en gran ma- terial se nos presentan al tenor de las investigaciones his- 31 tórico-médicas que interesarnos pueden para el consabido intento. Decíamos que hacia mediados del siglo XV apa- reció en España un genio admirable, cuya cita solo de su nombre conmueve el Universo en su favor y digno acata- miento. Colon, el demente mendigo Genovés, despreciado peregrino en busca de favor y recursos para regalar un mundo á quien se los diera y le amparase, halla por fin acogida en el magnánimo corazón de Isabel 1* que falta de dinero por bastar apenas los del Tesoro para sostener la guerra de nacionalidad en la expulsión de los Árabes, vende sus joyas para costear el apresto de tres malas gole- tas con que tan intrépido como afortunado aventurero se lanza al océano desde la miserable Palos y á través de aza- res sin cuento aborda por fin las playas de América, y á un paso, á una virada mas sobre sus costas, toma tierra en estas playas, feliz oasis de sus terribles amarguras y término grato y magno de su heroico y colosal empeño. Henos pues ya aquí en el origen histórico y expecial punto de parti- da y de observación para los ulteriores estudios médicos, del que es primordial conocimiento el de la enfermedad, objeto principal de este trabajo. Punto no ya cuestionable sobre su carácter endémico y aun de contagio problemáti- co y relativo, sino de probable evidencia científica en que parece no caber duda alguna entre todos los hombres sen- satos, de ciencia y de práctica. Ocasión vendrá pues en el trascurso de este foliado de extendernos mas sobre la his- toria y topografía médicas de América y entretanto, bás- tenos solo como apunte histórico lo dicho, para deducir en lo consiguiente; las creencias generales por entonces de la importación á España de la sífilis, con los viajeros de la flo- ta de Colon y la consecuente y tradicional creencia de mu- • chos por lo tanto, de tener tal origen esta afección, teoría rebatida ya hasta la saciedad, por los que creemos ser conocida dicha enfermedad desde el principio del mundo, cuyas bíblicas citas y descripciones no dejan género nin- guno de duda al sano criterio profesional. En esta época, ya al principio del siglo XVI, ve- mos figurar en España á Andrés Laguna, creyendo que la fiebre pestilencial es debida á la corrupción del aire y 32 prescribe para la curación de aquella los purgantes. Des- pués Sílbius y sus coetáneos localizaran las flegmasías concomitantes, ó productoras de las fiebres, y vemos de- tallarse entre otras varias enfermedades la frenitis y el letargus, especies de fiebres atáxicas de las anteriormente reconocidas por Hipócrates y sus sucesores. A este tiempo, ya en 1632, descúbrense por los Espa- ñoles, poseedores de América, las virtudes medicinales de la quina, que difundida ampliamente por España^ vemos administrarla con preferencia en las fiebres intermitentes; más se generaliza su uso y se prescribe hasta en el trata- miento de las fiebres pútridas. En el siglo XVI9 ya, se desarrolla el estudio de las ciencias médicas, sucediéndose la división délas Escuelas en Hipocráticas, Arabistas é Innovadoras. Abusase mucho en este tiempo de las sangrías en el tratamiento de las en- fermedades, cundiendo á la vez el fanatismo religioso. Des- cubre Servet, hombre tan notable como perseguido por aquel, la pequeña circulación de la sangre, ó sea la pulmonal. Entonces vemos que Coracho en España se ocu- pa determinadamente de las fiebres, entre otras enferme- dades, refiriendo su causa á seres que existían por sí mis- mos en el interior del cuerpo humano. En España en tal época vemos que Agustín Arguello, Gaspar de los Reyes y Antonio José Rodríguez niegan la esencialidad de las fiebres, localizándolas según las lesiones orgánicas con que coincidieran; si bien Gómez Pereira cree como Rasis, ser las fiebres el esfuerzo dicho de la naturaleza contra una causa morbosa que le atacara. En esta época se dá gran importancia á la influencia de la alquimia hasta en la pro- ducción de las enfermedades. Arbeo publica, después de . nueve años de estudio, la circulación general de la sangre, tomando parte de las doctrinas de Servet, en el descubri- miento de la llamada pequeña ó pulmonal. Malpigio hace estudios de la anatomía molecular. Sigúele Eustaquio con otros sobre el del sistema linfático. Se aprecia ya el pulso con algún fundamento, desapareciendo las creencias, aun subsistentes entre algunos, de correr por las arterias un espíritu especial. Galileo descubre el movimiento de la tierra, produciendo con él una revolución en el mundo; 33 por mas que la aplicación de su sistema en sentido relijio- so le costara el martirio y la vida, con que pagara lamen- tablemente su obstinación en tan singular propósito. Vemos ya aquí que después de que los Árabes hubie- ran recogido y utilizaran cuanto hubieron visto consigna- do como doctrina por sus antecesores, continuara la creen- cia de la alteración de los humores, como causa producto- ra de las fiebres. Que Rasis, Abícenay otros concuerdan en ser un calor extraño, originado del corazón. Combátese entonces, aunque sin gran fundamento de doctrina, la pu- tridez de los humores, como causa unas veces y otras como efecto de las fiebres de tal carácter. Igualmente ocurre con la opinión de Galeno, sobre la degeneración de la sangre en bilis y la de ser esta susceptible de putridez. Sostiénese la última como creencia de elemento morboso, describién- dose ya la fiebre inflamatoria, á la que se añadiera \&pes- tilencial y las propias de la viruela y el sarampión, ó sean las eruptivas. Entonces describe Foreste muchas enfermedades y entre ellas las fiebres, aunque con gran profusión de sín- tomas á la vez, en lamentable confusión patológica. Wils decía al propio tiempo ser la fiebre una efervescencia de la sangre producida por el calor ó por la sed, ú otras cir- cunstancias propias de localidad ó mecanismo funcional, orgánico y determinado. Conocida ya la circulación de la sangre, sino se negara, se le daba menos importancia á la influencia de la bilis, atrabilis y pituita de los antece- sores. Admítense, sin embargo, en cambio en la sangre cinco elementos principales; aire, azufre, sal, tierra y agua, entre los que decían verificarse la efervescencia producto- ra de dichas fiebres. Considéranse sin embargo estas sinto- máticas de otras enfermedades agudas, primitivas y gene- radoras de tal estado. Se dá á conocer la puerperal y se dividen las mismas en efémera, pútrida y héctica. Bellini las clasifica en continuas, remitentes é intermitentes: entre las primeras hace fignrar el Sínocus pútridus y el causus; y en- tre las remitentes, por su índole morbosa, aunque no por sus tipos, la terciana, la maligna, y la pestilente. Se cree también entonces que dichas fiebres son producidas por un vicio existente en la sangre, especie de viscosidad cu* 34 yos grados dá los de las diferentes fiebres conocidas. Sidenhám al propio tiempo ve las fiebres como produ- cidas por una causa depuratoria, lo mismo las continuas que las intermitentes, siendo las primeras el resultado de los esfuerzos de la naturaleza para rechazar el mal que le abruma. Sostiene que aquellas consistían en una evo- lución de la sangre, contra la cual el emético y el purgan- te eran indispensables. Basilio Becón. luego, en 1655, dice que la causa de la peste es el aire podrido, que obra sobre la sangre y los humores, como una especie de levadura ferviente y vene- nosa. Secuaz de Galeno, hace constar que esto consiste en la deprabacion de los elementos, lo caliente, seco, frió y húmedo, que van al corazón, principio de la vida y del calor natural, y al pulmón por absorción del aire putre- facto. Cita en comprobación de su aserto este notable pa- tólogo los memorables hechos del Grajo y el Perro, en la peste que observara, expuestos á la acción exclusiva del aire mefítico de aquella, y muertos en su consecuencia. A este tiempo aparece Boherabe; otro genio tan fe- cundo y creador en Medicina como orgulloso y avasalla- dor. Eminentemente ecléctico en sus doctrinas, adopta la nosología de Galeno y fija la residencia de las calentu- ras en el sistema circulatorio, explicándolas por la preci- pitación de los movimientos del corazón, por la estancación de la sangre en esta viscera, y aun por la lucha de aque- lla con el mal hasta vencerle, admitiendo la fermentación de los humores, como causa especial productora de muchas enfermedades de carácter pútrido. A este propósito en sus aforismos de cognoscendi et curandi morbis, dice entre otras sentencias la siguiente: «Sinocus putris dicta fuit, qua debetur causis, inflama- ciones simplices mayoribus , viscerium obstructíone, cutis oppilatione et capilarium fere omnium, acrimonice vero acus- tiori sepce prorsus singular i.» Siguiendo nuestras investigaciones históricas, permí- tasenos hacer aquí algunas consideraciones sobre el ca- rácter particular que vemos ya írsele dando á las fiebres 35 y muy especialmente á aquellas en que pareciera predo- minar el elemento ó carácter de putridez, anunciándole ya Bóherabe en dicha fermentación de los humores, tesis que aun en embrión, parece llamada á ser ulteriormente «- la base de escuela y elemento de una teoría mas ó me- nos aceptable en el mundo científico. Refiérensenos bajo bases doctrinales de propia obser- vación, los detalles de las pestes y con la notable de tres siglos antes, en tiempos de Clemente VI, de que hemos hecho referencia, se describe la que duró tres años, pre- cedida de un terremoto en que murieron en tres meses en Florencia 96,000 personas. Sabemos por estos datos la prescripción en dicha peste, como tratamiento general, de las sangrías y los purgantes. Lancisi que escribió en Roma en esta época, sobre la influencia de las lagunas pontinas, dice que la absorción de los principios nocivos propios para la producion de las fiebres de un carácter pútrido especial, como las determi- na, se efectúa por la piel, las fosas nasales y las vías gás- trica y pulmonal. También opta por el tratamiento de los eméticos y purgantes contra dichas fiebres. Lo mis- mo piensa Torti su contemporáneo y Dehaen ambos humoristas; relaciones sobre pestes y epidemias muy atendibles por lo interesante que de suyo tienen y por los juicios de deducción mas apropiados á la verdad, que ha- cerse deben sobre extremo tan importante. Broún, solidista por excelencia, con su teoría de la astenia y estenia, poco adelanta en la apreciación de las fiebres, á las doctrinas admitidas y establecidas por sus antecesores. No obstante que las detalla y caracteriza de un modo luminoso y fascinador. Sigúese entonces creyen- do que las fiebres eran producidas por el trabajo especial eliminatorio de la naturaleza, que el vis medicatris ponia en acción, para el propio descarte de los principios perni- ciosos á ella. Scelle á la vez confunde las fiebres con las flegmasías. Borgieri lo mismo, aumenta esta confusión y estos con Cuyen creen tener su origen las fiebres en el sis- tema nervioso; y de aquí la teoría sobre la sedasion del cerebro y contraestímulo de la sangre productora del calor y de los parosismos que clasifican y detallan ampliamente. 36 Enfermedades agudas las fiebres, que algunos sistemá- ticos han querido hacer desaparecer como esenciales, con- siderando esta esencialidad solo como síntoma de infla- mación de un modo absoluto, cuando no sea ella misma, son de todos modos una manifestación morbosa, del modo ya insinuado, mas esta esencialidad que es relativa á las con- diciones orgánico-vitales de la especie humana, ora sea cau- sa ó sea efecto; en tal suposición, hay alteración perceptible de órganos y funciones que, aunque sea aventurarnos en cronología médica, diremos ser la clave de Rostan y los organisistas, que fijándose mas en su material doctrina, pa- recen hacer abstracción de ese otro principio del néuma de los antiguos, ó sea del tan renombrado dinamismo, ó vitalismo de los modernos: y sin inclinarnos á uno ni á otro extremo podemos decir de la fiebre, ser un estado morboso en que aparece muchas veces aislado el ca- lor preternatural característico de la piel, frecuencia de pulso, inquietud ó malestar general y trastorno fun- cional. Esto ocurre si, esencialmente al parecer algunas veces; mas sino es un síntoma de un padecimiento orgáni- co interno, que ya se anunciara por Hipócrates en la anti- güedad, es una especie de avanzada acción ó sobreescita- cion orgánica, en que por profundo que sea el mal no deja de anunciarse con su expresiva voz patológica, en los ac- cesos de frió, calofríos, expasmos y calor que denotan el desquilibrio vital y material del organismo humano. Las calenturas locales de los antiguos por contusio- nes y heridas, nos prueban lo de la dicha sobreescitacion orgánico-vital, corroborante del Ubi estímulus ivi afiuxus de Praxávaro. Cualquiera sea pues la causa del estímulo orgánico de la fiebre continua, produce á veces lesiones orgánicas varia- das, ya de la mucosa intestinal con inyección y reblande- cimiento; ya relativamente la ulceración de ella, cuando se asienta ó irradia en este punto, ya en el pulmón mismo; ya en la médula como causa ó efecto, y así en general en todos los aparatos del cuerpo humano. Aquí recorda- mos por incidencia al hablar de la fiebre, al tenor de las teorías de Rostan, y sus partidarios que la creen sinto- mática de otras lesiones, la doctrina también insinuada 37 y debatida de ser la causa de dichas fiebres esenciales, la irritación del sistema sanguíneo y nervioso á la vez. Y al darle valor á esta creencia se nos vienen á la memo- ria las doctrinas árabes, explicables á este tenor, de creer por Alá ser dicho mal el fuego de Dios que influye sobre el hijo del Profeta, profundizando é internándose en lo mas oculto del cuerpo. Así para extraer dicho calor de su probable residencia, los centros de los sistemas san- guíneo y nervioso, prescribían varios medicamentos ve- getales internos, frescos, y leguminosos. Pero no nos ex- traviemos en nuestro principal propósito y anudemos el hilo de nuestros estudios por el orden cronológico en que lo venimos haciendo. Algo mas sobre fiebres: y yalga ello en resumen de lo que solo en extracto aquí se expresa, como puede com- prender el juicioso y erudito lector, que hasta aquí tenga ya que no la abnegación, la amabilidad de seguirnos. Según opiniones de autoridad en la materia, y entre ellas la de Fages, la fiebre viene á expresar una enti- dad metafísica en el sentido de la palabra, puesto que es- ta, como sustantivo de tal clase, es por naturaleza de un término abstracto, que solo expresa una idea general y he aquí el porque de su difícil sino imposible definición. No se le puede explicar por lo tanto, mas que por sus síntomas comunes, designando extrictamente su particularidad mas precisa. Este es uno de los muchos fenómenos de la vida humana, que se comprenden á su vista y á la de sus efec- tos, bastando á veces á ello solo un simple acto de la inteli- gencia, mejor que su explicación con palabras y frases susceptibles de una tergiversación amplia y absitraria. No insistimos mas en este punto por ser un principio in- concuso en el docma de la ciencia, á toda autorización secular. Poco debe pues importarnos que esta enfermedad fuera divinizada en forma entre los gentiles, por haber- lo sido por ellos según decimos, hasta el aire respirable, dicho esto en buen sentido y probado en los comentarios sobre el néuma cósmico y otros elementos, según deja- mos anotado anteriormente. Como de generalidades nos ocupamos, no descendemos ahora á descripciones de esta enfermedad, mas propias de 38 su respectivo lugar sobre la de que tratamos, á que apla- zamos con deferente solicitud al lector. Bástenos por lo dicho consignar al presente^ que en el estudio esclusivo de los fenómenos de la fiebre, á toda independencia de otras lesiones primitivas, aparece siem- pre un concurso general de acción fisiológico-patológica de casi, sino todos los sistemas de la economía animal; y tén- gase en cuenta, el ser notable aquella muchas veces en los de la vida orgánica; lo que es efecto del consensus unum, et omnia concenciencia, que el pseudo-profeta de la medicina en los primeros tiempos de su estudio dejó ya consignado, á toda saciedad metafísica y en el mejor sentido patológico. Esto así, y á muy grandes rasgos visto el extracto de cuanto el libro de la vida humana en su origen, pro- gresos, salud y enfermedades nos enseña, con relación al problema sobre que debatimos, llegamos ya, casi puede decirse, á tocar á las puertas de la historia sino de nues- tros dias, á la de nuestros antepasados, no sin haber oido en lontananza de nuestro camino, el eco de la voz Tifus emitida quizás por mas de un curioso investigador de los secretos de la naturaleza, en el intrincado laberinto dé la fisiología y patología humanas. Tiempo vendrá inme- diato en que citando sus nombres y el valor de sus opinio- nes en nuestro humilde sentir, demos el lugar-que merece á tal idea y palabra citada, con el de todas sus consecuentes deducciones, que en beneficio del hombre y de la huma- nidad veamos que nos pueda ser dable emitir; pero no procuremos llegar en nuestro progreso tan precipitada- mente á la meta de nuestro tema, que nos expongamos con ello á caer, sin mirar á donde ponemos el paso, en un precipicio sin fondo, para los adversarios de nuestras opiniones, del cual nos sea imposible salir airosos con nuestro empeño. Démosle pues una vuelta mas á nuestro objeto, á guisa de cuerpo que analizáramos por todas las vias conocidas, ante los tubos de ensayo ó del soplete, á plena luz del medio dia, en el estudio ó gabinete del quí- mico; y no demos aun por depurada nuestra materia, por si le encontramos algún punto mas ó menos culminante, susceptible de un examen mas detenido y necesario aí proyecto en acccion. 39 Así es efectivamente; y aludimos en el estudio gene- ral de las fiebres á las que no hemos hecho mas que in- dicar al principio con el nombre y como propias de los países cálidas. Detengámonos un poco mas en estas, pri- mero que debatir sobre el Tifus y sus sucedáneas, por las relaciones de conocida identidad que hemos creído pare- cer que tienen próximamente aquellas con dicha afección, aunque en menor escala proporcional. Mas veamos antes de dar comienzo á tal extremo, cuales sean y que valor tengan en ello las opiniones mas ó menos respetables de nuestros antecesores. Y esto no á la acción sola de nuestro humilde sentir, sino á la luz del autorizado criterio de la ciencia contemporánea, para po- der dar muy detenida y cumplida satisfacción á las dignas y leales aspiraciones de nuestro deber en el pre- sente debate. Así y no de otro modo podrá quedar sa- tisfecha nuestra conciencia, tranquilo nuestro ánimo y asomar por ello á nuestra faz la sonrisa del bien enten- dido amor propio, en la triste bienandanza de nuestra mi- sión profesional. Todos los mas de los patólogos que sobre este parti- cular se ocupan, entre los que no podemos menos de citar al Dr. Lind, que ha hecho estudios especiales sobre ello, convienen en la identidad de las causas y sintomatologia común de estas fiebres, por la traslación violenta, en pri- mer lugar considerada, de los Europeos á los climas de los países cálidos de los Trópicos, y principalmente por la existencia con particularidad en la América occidental de los elementos predominantes de calor y humedad, que dan al pais una condición palúdica activa y continua, cu- ya negativa parece á todas luces absurda. Sobre estos ex- tremos, así como sobre los medios de acudir á su modifi- cación posible, en que tenemos la complacencia de con- cordar con tan respetadas autoridades, vendremos á exten- dernos en su lugar correspondiente, tratando de las cau- sas del Tifus, siéndonos bastante en el orden histórico en que aun estamos, consignar este dato que de apoyo pueda servirnos en nuestro respectivo juicio, sobre esta clase de enfermedades. Aparece Stall luego en la historia, célebre fisiólogo y 40 patólogo de su época y le vemos considerar en las fiebres diversas circunstancias de orden y períodos en ellas, ó sea en su origen, incremento, estado y término y reconocer pa- ra las mismas, causas internas y externas. Considera en la sangre no solo la cantidad sino su cualidad, para la apre- ciación de varias fiebres y para la determinación, diag- nóstico y pronóstico de ellas; considera de gran importan- cia la atención á la edad, al sexo y demás circunstancias individuales. Divídelas en agudas, benignas, malignas, herráticas, crónicas intermitentes y críticas, en las varias acep- ciones que era común aceptar en sus días, pero adiccionan- do la maligna ó pútrida que después se ha llamado tifoidea. Viene después el célebre Hosman, vitalista por exce- lencia y este con Cuy en y sus contemporáneos vemos que explican el frió de las fiebres intermitentes como un estado nervioso, y el calor y el sudor por una reacción propia y especial del corazón. Y bien podrá acaso decirse, después de tan monótona cronología de las fiebres. ¿A que esta aunque sucinta re- seña histórica de ellas, quizá no obstante pesada y eno- josa, para el objeto de estudiar exclusivamente el Tifus icterodes ó fiebre amarilla, cuyo examen parece que debe ser exelusivo, en el buen sentido nosográfico de la pala- bra? Es que respetuosos á la autoridad y personificación secular, queremos poner de relieve en lo posible la mayor parte sino todas las opiniones mas caracterizadas en la materia, á fin de venir luego á deducir con el criterio que mas dable nos sea, la aplicación mas genuina y propia de la enfermedad en estudio, á las sino idénticas pareci- das, que bajo diferentes nombres y clasificaciones dadas, han sido descritas por nuestros mayores, tratando con especialidad de las que le son de un orden congénere y particular. Y para mas aclaración sobre ello, permíta- se relegar este objeto á su oportuno punto de estudio y consignación, J Henos aquí ya pues en los tiempos en que porSauva- ges,Scel!e y otra variedad de autores citados, se presenta en la escena de la patología la descripción de una enfer- medad llamada Tifus por su radical griego tuphos estupor; de carácter febril, aguda, con síntomas gástricos y ence- 41 fálicos especiales, como de flegmasía local consecutiva, epidémica y contagiosa en ciertas condiciones, así llamada por su influencia directa sobre el sistema nervioso; perte- neciente á las afecciones en que se reconoce como su preci- so productor un agente tóxico, un miasma introducido por una via cualquiera en la economía animal, y que alte- ra de un modo particular y propio la mayor parte de sus funciones. Contestes los mismos en reconocerle por causas, además délos excesos en el régimen, la temperatura impro- pia, las emanaciones pútridas y otra multitud que se ex- presarán, clasifican se entre los Tifus aun el Asiático 6 Có- lera morbo propio; el conocido de Oriente ó sea la peste ya dicha, y el de América 6 fiebre amarilla; sobre cuya en- fermedad reiterándose paulatinamente los mas detenidos estudios, en consonancia con el cuadro de síntomas quemas en ella sobresalen, viene á recaer en común acuerdo científi- co el sobrenombre de icterodesó icteroides por el aspecto gene- ral ictérico que presentan los sugetos invadidos de tan cruel padecimiento. Bajo este nombre pues debemos ir ya ocu- pándonos de él, en lo que á su parte histórica se refiera, aplazando al lector para su mas detenido examen á las secciones correspondientes en que, con mas minuciosidad y copia de datos autorizados, se viene á deducir lo que en él se cree por mas esencial y evidente. Llegamos aquí, pues, en continuación de la relación patológica citada de ciertas y determinadas fiebres de un carácter dicho maligno ó pútrido, que con los nombres de Sínocus, Causum y otros de los autores antiguos se han indicado, y venimos á plena acción de cotejo de las an- teriores doctrinas, con las coincidentes de esta época en que el célebre Stall y Cullen de que nos hemos ocupado, admiten ya con su nombre característico el tifus 6 ca- lentura maligna en que existe, decían, putridez de los humores, asignándole una determinación mas genuina que las de los nosólogos anteriores. De aquí pues, partir pudieran las consideraciones que hubiéramos de estable- cer en el orden de estudio que vamos siguiendo respecto á la fiebre amarilla. Pero baste solo este apunte como cita ó dato de origen nosológico, para nuestras investigaciones patológicas al tenor de nuestro propósito. 6 42 Colócase también entonces entre las fiebres nerviosas el tifus, siu embargo de que dicen caracterizar á este ex- clusiva y particularmente la putridez de los humores. En España vemos que antes de descubrirse la quina, el tra- tamiento de las fiebres biliosas consistía en eméticos, purgantes, sangrías, aromáticos y amargos. Después adóp- tase el tratamiento de la quina en las fiebres intermiten- tes; y en esta época vemos que Lafuente trata ya el tifus con este medicamento á altas dosis. Hace época también en España en este tiempo el tratamiento fanático por el agua, propio del sistema de Martínez Pérez, que le reco- mendaba en fórmulas generales hasta en el tratamiento de las fiebres malignas. De la misma escuela Gutiérrez de los Ríos, aunque mas erudito, le acepta y preconiza fun- dado en que el calor era la causa de las enfermedades y en que el agua corregía su exceso. Demos pues una ojeada retrospectiva hacia el origen de histórica apreciación del tifus icterodes ó su sinónima la fiebre amarilla, y previas las anteriores consideracio- nes, citas y datos de orden cronológico que venimos ha- ciendo, ya que no reconozcamos por tal afección ni la clasificada bajo el nombre común de peste por Hipócrates, Galeno, Boherabe y sus sucesores, y á la vez nos desenten- demos de los detalles de observación nosológica de las di- ferentes fiebres observadas y descritas por estos, de mas ó menos identidad sintomatológica, sobre cuyos puntos de analogía ya nos hemos ocupado anteriormente, venga- mos pues en el orden histórico que seguimos, á reconocer como origen de su nomenclatura y determinación nosoló- gica, el de la época anteriormente citada en que por Stall, Cullen, Basilio Becon y otros se describen varias afec- ciones nerviosas del orden del tifus, bajo caracteres mas ó menos evidentes. En lo ulterior pues vemos que ya en 1784 José Masdevals, médico de Carlos IV, que trató el tifus en el Amspurdans, de que se reconoce práctico distinguido, describe y analiza esta afección haciéndola consistir en una descomposición humoral, especial y propia en que dice no haber inflamación. Este se opone á las sangrías para su tratamiento y prescribe los emeto-catárticos y re- frigerantes, con que dice curar en siete dias, indicando co- 43 mo especial medicamento su célebre opiata de agua de ví- boras, vino emético y crémor. Hasta poco antes del florecimiento de este notable nosólogo en 1793, en que hizo grandes extragos en Amé- rica la fiebre amarilla, afección idéntica á la que bajo el nombre de tifus ya venia observada en España, casi pue- de decirse que no fué exactamente clasificada y descrita por sus observadores, bajo caracteres apropiados y con in- dicaciones mas ó menos oportunas sobre su índole ó cues- tionable naturaleza; sus síntomas propios y preciso trata- miento. Efectivamente, desde el siglo XII vemos que viene llamándosele mal de Sian, ó fiebre marinera por ha- berse observado en dicho punto y en marineros y perso- nas que de allá procedieran, dándosele luego diversas de- nominaciones según los sitios de donde se creyera proce- dente. Franck, en su tratado de medicina práctica, dice ser la, fiebre amarilla una afección de naturaleza irritable que obra como un estímrlo morbífico, produciendo la se- rie de lesiones funcionales y orgánicas consiguientes, que en su lugar se detallaran. Clasifica la anteriormente indi- cada entre las continuas y de carácter pútrido y maligno. Otro notable nosólogo el célebre Pinel, por este tiem- po, reduce á cinco especies las enfermedades de carácter febril, clasificándolas en angioténicas, adenomeníngeas, me- ningo-gástricas, biliosas, atáxicas y adinámicas; agregan- do la adenonerviosa ó peste. Varios de estos caracteres cor- responden á la entero-mesentérica de otros autores, entre ellos Petit, notable por su nosografía posterior. Presénta- se ya la descripción patológica de las inflamaciones de las glándulas de Peyéro, como carácter distintivo de tal enfermedad, que dio lugar á otra distinta nosografía por no contrariar la de Pinel. En ella se establece, define y detalla la observación correspondiente en la superficie intestinal de las lesiones de dichas glándulas, producto de la enfermedad indicada y propias de las fiebres de ca- rácter pútrido, descritas anteriormente por varios auto- res y que vienen á ser casi de la misma naturaleza que la de la que nos venimos ocupando. Llegamos pues ya al siglo actual y en él encontra- mos, entre otros varios observadores de la fiebre, que bajo 44 diferentes bases venia observada y clasificada con mas 6 menos precisión, al célebre Hidelbran que ha escrito con alguna extensión sobre el Tifus. Vemos que este le divide en ocho períodos dichos de contacto, de incubación, de opor- tunidad, inflamatorio, nervioso, de aumento, de crisis y de convalecencia. Aquí no podemos aun como antes pudiera intentarse, atribuir y localizar el Tifus, dicho luego icteroi- des, entre varias de las fiebres clasificadas por Pinel; pues le hallamos con su nombre y determinación propia. Aparece Brouseais en la escena del mundo médico; y él hace cambiar con su doctrina de irritabilidad y con- tractibilidad orgánicas, á imitación de loque en un tiempo hiciera Broun con su astenia y estenia, de cuyo sistema parece ser como una escuela, casi todas las creencias mas ó menos fundamentales y valederas hasta entonces en la medicina secular. El rechaza la existencia de las fiebres esenciales, sin lesión orgánica fundamental ó que sea su causa propia, en su célebre doctrina fisiológica. Bástenos esto solo al tenor de nuestro propósito al presente, de lo que luego haremos deducciones apropiadas. Petit, á quien ya hemos citado anteriormente, parece clasificar la fiebre de que nos venimos ocupando, con muy parecidos caracteres en su descripción á la entero-mesenté- rica, rechazando la pútrida, la atáxica y la adinámica de Pinel y detallando las lesiones intestinales de las glándu- las de Peyéro que en su lugar asentamos, las mismas al creer de la generalidad que existieran en la afección di- cha frenitis por Hipócrates y su escuela; llamada Tifus posteriormente según queda dicho y luego fiebre pestilen- te, maligna, pútrida y tifoidea de los demás nosógrafos de estos últimos tiempos; pues si bien Williams Stark céle- bre médico Inglés describe dicha afección y aun la pre- senta en dibujo siendo á la vez, aun joven víctima de ella, observando el célebre Hunnter en su cadáver, las mismas lesiones que él en vida detallara, siempre vemos que con- tinúa su misma nomenclatura nosográfica, aunque ya podemos decir que se nota entre estos clásicos casi con- temporáneos, una tendencia especial á establecer puntos de analogía sino exactos, inmediatos entre estas diferentes afecciones, reduciéndolas á un punto de vista patológico 45 igual y característico al Tifus ya indicado; enfermedad no ya análoga sino idéntica á la fiebre especial dicha amarilla objeto de nuestras consideraciones. Pues si bien vemos que Brouseais dá el nombre de gastro-enteritis á esta en- fermedad, este es indudablemente defectuoso, puesto que en ella no aparece la gastritis con sus propios y exclusivos síntomas, y si Andral y Boileau describen la misma afec- ción, se advierte una confusión entre ellos en las descrip- ciones de esta, con la de las fiebres de otros caracteres. Bretoneaun con sus investigaciones anatómico-pato- lógicas denomina y caracteriza una enfermedad casi idén- tica á la que venimos estudiando, con muy poca diferen- cia sintomatológica de cuestionabble apreciación, bajo el nombre común de doctinonteritis ó doclinonteria á que le sigue Mr. Louis y otros llamándole con sus propios carac- teres en Europa, por el especial que anotaremos de fiebre ti- foidea, describiéndola con su sintomatologia dada; fijándose entonces ya mas el punto de doctrina y consignándose en su consecuencia ser esta enfermedad la fiebre atáxica, ma- ligna y adinámica ó pútrida de los antiguos. Esta misma afección vemos que mas decididamente es llamada ya por los Ingleses Feber 6 Tifus feber y por los Alemanes Abdo- minal Tifus nervose y Schelin Feber. Hallamos pues bajo un prisma teórico-práctico de verdadera observación, confun- dirse ya tanto en las causas como en los síntomas, curso, terminación y anatomía patológica las diferentes enfer- medades de una misma índole ó carácter patológico, que venimos citando bajo la acepción común Tifoidea 6 sea bajo un nombre característico, de que el Tifus es como un elemento nosológico, cuando no la misma enfermedad. Ya tendremos lugar de justificar esto en el trascurso de este escrito. Aquel notable autor en este siglo y Doutrelau, obser- vadores de la fiebre amarilla en Gibraltar y la Martinica, al describirla con extensión, sostienen decididamente no haberla visto invadir segunda vez en la vida, con cuya opinión estamos muy conformes según veremos en su lugar. Aparte ahora de cuanto venimos estudiando sobre el origen, nomenclatura y clasificación nosológica del Tifus, 46 veamos pues qué ocurriera en el Nuevo Mundo á la vez sobre el mismo particular, á fin de poder relacionar por un orden cronológico propio, los datos mas verídicos y exac- tos que en tales extremos hallemos dignos de mención. Dicho ya ser conocidas mas ó menos rutinariamente entre los indígenas de América desde muy antiguo, va- rias de las enfermedades propias de los trópicos, indu- dablemente lo seria también poco á poco entre ellos, con mas ó menos probabilidades de antigüedad, la, fiebre ama- rilla, llamada vómito amarillo y negro por los mismos, he- cha omisión de otros nombres vulgares con que la desig- naran. También lo fué igualmente, aunque con mucha variedad y aun á veces contradicción su tratamiento, sin haber ya género alguno de duda en ser esta enfermedad propia y endémica de este país. Varias son pues las noticias ya tradicionales, ya es- critas que existen en el Nuevo Continente, respecto á las diferentes apariciones en épocas varias de la enferme- dad en cuestión. Así que ya en la Martinica según hemos indicado en su lugar, ya en Filadelfia, en la Carolina del Sur, en varios puntos de Méjico, en Venezuela, Valparaí- so, en otras diferentes localidades y en las nuevas Re- públicas Españolas, como en la capital de las Antillas, Is- la de Cuba y aun en Puerto-Rico, se encuentran datos y pormenores de diferentes épocas en que ha predominado con mas ó menos crudeza y en tiempos determinados, la enfermedad en cuestión, haciéndose ya propiamente esta- cional; mas siempre, y nótese esta circunstancia, se ha observado su aparición, desarrollo y mayores extragos en los puntos litorales de las costas, en los de grandes man- glares ó pantanos, espesos bosques, y muy especialmen- te en las estaciones dadas de verano y de otoño, en que se ha notado al predominio de un excesivo calor, seguir ya paulatina ya bruscamente el de una intensa humedad, ocurriendo tras ello la aparición de esta enfermedad, mas ó menos activa y mortal según las circunstancias de locali- dades respectivas y atenciones de oportunidad á los aco- metidos de ella. Baste de presente la asignación de estos datos, que en su lugar con mas extensión expresamos, con detalles 47 y pormenores apropiados á la patogenia especial de estos países, á fin de aducir á nuestro propósito lo mas necesa- rio y útil para ello. Descendamos pues á ocuparnos particularmente de nuestros trabajos nacionales, relativos al estudio de la fiebre reconocida ya bajo el nombre común de Tifus, y que estudiada como queda dicho bajo tales caracteres en América en el siglo anterior, fué observada bajo el mis- mo en España, y aun como epidemia en el Amspurdan y otras partes de la Península y de Europa, y veamos que ya en fin del mismo siglo Salva y Campillo la estudian y caracterizan bajo el mismo aspecto; si bien la creen co- mo epidémica procedente de Barcelona, aunque en este punto Antonio Gibat posteriormente sostiene ser la^ie- bre amarilla, que allí hiciera extragos como epidémica, procedente é importada de América. Hacia la misma épo- ca en 1741 hubo de aparecer en Málaga y hacer progre- sos, sin precauciones higiénicas contra ella, produciendo según Nicolás Rafan mas de 5,000 víctimas. Aparece esta enfermedad en Cádiz, mas ó menos dudosamente, en di- ferentes tiempos que coinciden con estas fechas, hasta lle- gar á desarrollarse ya epidémicamente en Octubre del año 1800, coincidiendo con la aparición de una escuadra Inglesa y muriendo solo en la capital sobre 10,000 perso- nas, extendiéndose á Jerez y otros puntos de Andalu- cía, sin dar lugar á las dudas y controversias anteriores, y en esta ocasión llega á hacer extragos tan horrorosos que imprime un pánico terrible en toda la población, el cual se extiende á la vez que la enfermedad por toda la Andalucía, que recorre haciendo mas de 100,000 víctimas. Entonces se dice por varios observadores, entre ellos Dal- mis, ser esta fiebre amarilla la misma que padeció el Ejér- cito Español en el Guairoy la Habana en 1781 y 82 é igual á la de Méjico y Veracruz de 1785 y 87 y la de Fi- ladelfia el 93, que contagiaran decían á nuestras Antillas, muriendo mucha gente. Llámasele entonces ya vómito prieto como en dichos puntos, prescribiéndose variedad de tratamientos é imajinándose un sin número de medios contra ella; pues no solo hacia extragos en las personas, sino hasta en los animales domésticos y libres. 48 Según la estadística de Moreau de Jonnes en este siglo, sobre las invasiones de la fiebre amarilla en Améri- ca y en Europa, desde el siglo XV en que se trasluce al- gún conocimiento de ello hasta 1815 en que terminara sus observaciones, han ocurrido 274 invasiones de fiebre amarilla en dichos puntos: 227 en América, 4 en África y 43 en Europa. De las primeras 116 corresponden á las Antillas, 92 á la América del Norte y 19 á la del Sur. Siendo la latitud boreal mas elevada en que se verificó la de 46 grados. Véase pues cuan larga seria nuestra tarea si fuésemos á detallar minuciosamente todas y cada una de las apariciones de dicha enfermedad, ya como endé- mica aquí, ya epidémicamente en Europa, por lo que nos limitamos por ahora á los estudios de localidad en Améri- ca, á fin de terminar esta ya enojosa y quizá ímproba re- lación histórica, con que hemos querido iniciar nuestra larga tarea, no sin considerarlo necesario al intento. Referida ya la invasión de la fiebre amarilla llama- da vómito prieto ó vómito negro, nomenclatura anterior á la de Tifus icterodes, como mas elevada gradación de este mal y mas científica nomenclatura dicha, que recibiera por los prácticos distinguidos de estos últimos tiempos, entre ellos Sauvage, Scellae y otros, vengamos á determi- nar sus apariciones históricas sucesivas en España, en Gibraltar y Barcelona en 1804, de donde pasa á Ma- llorca, recrudecida en Cádiz, donde parece hacerse endé- mica á pesar del origen contagioso primitivo reconocido en ella, como importada ya de las costas de África, donde se dice haber reinado años anteriores, ya procedente de América en buques determinados. Observémosla además aparecer también sucesivamente en varios puntos de las costas de dicha Península en los años anteriores, con mas ó menos crudeza, como en 1805 y 1808, 1814 y después otra vez en Barcelona en 1820 y 21, ofreciéndose discor- dancia de pareceres entre los Médicos sobre su contagio, porque optaron el Colegio, la Academia de Medicina y los Médicos de los Puertos al contestar á las Cortes sobre tal extremo; en Mallorca y Pasages en 1823, y por últi- mo en 1828 en Gibraltar. A estos últimos puntos vemos llegar como á Cádiz Médicos extranjeros observadores de 40 un tan terrible mal, cuya consternación llegara á las na- ciones vecinas; y así como á Cádiz fueron por Real Orden varios Médicos de Madrid para dar su voto sobre ella, lo mismo á Barcelona vinieron de Francia Baylli, Rous y Pa- riset, de cuyos resultados y observaciones tendremos lugar de ocuparnos. Dedúcese pues de estas noticias haber apa- recido en España, entre otras varias insinuadas pestes, la Fiebre amarilla ó Tifus icterodes ya caracterizado como queda dicho, próximamente desde el año 1800 á 1820. Épocas terribles estas de consternación y espanto general, consiguientes á los extragos que hicieran dichas pestes ó epidemias, de que aparecían á veces ser las primeras yíc- timas los mismos Médicos sus contrarios adalides, sacrifi- cados tan heroicamente en aras de su fé é investigaciones científicas, para ver de descubrir tan magna incógnita. Hechos y datos de que si algo nos faltara para su juiciosa estima, vendrían en nuestro respetuoso y grato recuerdo las palabras de viva voz oídas de nuestros mayores, entre ellas, la de los beneméritos distinguidos catedráticos, mé- dicos de Madrid y de la Escuela de Cádiz, y aun entre estas, la de nuestro venerado Arbolella, que en sus largas y nunca enojosas disertaciones en esta materia, sobre lo que en sus obras ya tenia dicho, con tan vivos colores presentaba en sus buenas y precisas descripciones, todos y cada uno de los mas importantes detalles de las consa- bidas epidemias de esta enfermedad, á bordo de las flotas Españolas en tiempos de mas ó menos azarosa bonanza Nacional y descalabros de guerra Europea y Americana, por los años de 1800 en adelante. Prueba testifical de nuestro aserto sea la historia y con ella el modesto mausoleo elevado en Barcelona á los Doctores que de ellas murieron en 1821 Mr. Delan, Rous, Demer, Torres, Jiménez, Arenas, Riera y otros varios. Discutióse mucho en estas diferentes épocas tanto sobre el origen de .la fiebre amarilla, como sobre su con- dición contagiosa, hasta llegarse á distinguir dos especies de ella, la contagiosa y la no contagiosa. Seria un trabajo demasiado largo aunque importantísimo, minucioso y aun repugnante el citar con mas hechos, los nombres de los contagionistas y antigionistas en tan grande cuestión. 7 50 Esperemos á hacerlo mas adelante aunque con dudoso acierto. Salvas algunas que otras opiniones aisladas sobre la índole y naturaleza de esta afección, de mas ó menos identidad con otras parecidas y de sutil apreciación siste- mática ó doctrinaria, de que nos haremos cargo, parece propio y regular suspender aquí ya nuestras investigacio- nes históricas, dando término á esta reseña no sin dejar de consignar el reconocimiento general y la común opi- nión de ser dicha fiebre amarilla ó Tifus icterodes de nuestros clásicos modernos, propia de las Antillas y gran porción del nuevo continente, de la que se refiere esa gran mortandad de los recien llegados de Europa aquí, como viene ocurriendo casi desde poco después de su descubri- miento y posesión por los Españoles hasta nuestros dias; pues si bien algunos la creen también propia y original de África, esto no se halla aun tan suficientemente estu- diado y comprobado en Europa como la aserción anterior de pública y general creencia; y aun dable que fuera aquella problemática opinión, bástenos conocer aquí di- cha enfermedad suficientemente y con sus mas visibles caracteres, como propia de América, para estudiarla co- mo tal, con la extensión y propiedad que nos sea posible. RESEÑA BIBLIOGRÁFICA. Por mas enojosa que parecer pueda esta serie de nuestro trabajo, último resumen de la parte histórica an- teriormente escrita sobre la fiebre amarilla, permítansenos aun algunas citas bibliográficas, solo á grandes rasgos tra- zadas, á fin de poder en lo posible aclarar un tanto la cuestión al objeto de deducirse algo sobre su patogenia, naturaleza, tratamiento y demás indicaciones hechas al principio de estos apuntes. En la anterior sección histórica de fiebres y particu- lar de la amarilla, nos hemos ocupado de las diversas ca- lificaciones y otras sucedáneas de esta, con un orden cro- nológico de épocas y observadores; hagámoslo ahora lo mismo de los autores que de ella se han ocupado, dan- do alguna vez sobre las opiniones de cada uno de estos 51 nuestro humilde parecer. A lo necesario de esta sección, se agrega la importancia del juicio crítico de las ideas ad- mitidas en las obras que han tratado de estas enfermeda- des, mas ó menos conocidas hasta el dia, por mas que se luche con la casi imposibilidad de hacerlo á satisfacción cumplida del juicioso lector. Prescindiendo de los estudios de aplicación mas pro- pia que pudiera hacerse de los escritos antiguos, que se relacionen mas ó menos directamente con las doctrinas patológicas relativas á esta enfermedad, vengamos á los tiempos modernos y hagámonos cargo de la cronología in- dicada, para hacer después las indicaciones lógicas mas precisas y regulares de las teorías admitidas sobre el pa- decimiento que nos ocupa. Nos encontramos pues que }'a en lo moderno en 1681 Mr. Gamble describe exactamente la fiebre amarilla, lla- mada antes calentura de ¡cendal, caracterizándola con sus síntomas propios y especiales y adoptando para ella un tratamiento vario y el doctrinal de su época. Vemos al mismo tiempo que en 1715 Mr. Tisot escribe sobre la misma entérmedad diferenciándola de las demás fiebres y asignándole sus caracteres propios, di- ferentes algunos según los países en que se presentara. Igualmente que Juan Ferreira de Rosa, escribe tam- bién en la misma época 1729 sobre ella en Fernambuco, llamándola vómito prieto, detallando con buena exactitud su sintomatologia, inclinándose á la creencia de ser conta- giosa y de carácter epidémico. En 1734 también se encuentran descripciones de su aparición en América, si bien algo oscuras en su orden nosológico y sintomatologia propia; pues se hace difícil distinguir por ella la fiebre amarilla de las biliosas pro- pias de los países cálidos, descritas luego como tales con especialidad por muchos distinguidos nosógrafos. En 1777 Jacques Lind, del colegio de Edimburgo, escribe sobre las enfermedades de los Europeos en las Américas; de las fiebres biliosas de estos países y de la amarilla, con bastante precisión y claridad, especialmen- te en el estudio de las causas patogénicas de estas enfer- medades. 52 En 1780 Mr. Marteu describe la que se presentara en Moscou en esta época diferenciándola con mucha opor- tunidad de otras inflamatorias y biliosas. Boullaud y Franc por el mismo tiempo hacen lo idéntico, distinguiendo sus caracteres propios con mucha lucidez y diferenciándola con particularidad de la infla- matoria. Ya en el año de 1800, á la invasión de esta enfermedad como epidémica en Cádiz, los doctores Aréjula y Améller tratan de ella bajo dicho carácter de epidemia manifies- ta, y si la memoria y los apuntes no nos son infieles, parece que optan por los desinfectantes con los gases mu- riático y nítrico, prefiriendo el sulfúrico que se dice ha- berlo usado con buen resultado en los pabellones milita- res de aquella Capital. En el mismo año 1800, Viílalba observador de las diferentes epidemias de esta enfermedad en principios de este siglo, en obra extensa sobre la materia, deduce que en las epidemias de Cádiz no fué estacional la fiebre y que el calor excesivo fué su causa predisponente. Cree que acaso fué importada de África ó de América, mas ve- rosímilmente por el contrabando de algodón y falta de lazaretos, como ocurrió en Sevilla donde se presentó como procedente de Cádiz. Sostiene que el calor intenso abre- via los períodos del mal, concediendo ser este el mismo tifus de Sauvages, la pútrida biliosa de Ponley y anómala de Scelloe, con cuya opinión nos inclinamos á estar con- formes. La Academia de Medicina de Cádiz al mismo tiempo publica una memoria sobre esta enfermedad, caracterizán- dola con el nombre de tifus icteroides, fiebre nerviosa, ama- rilla y maligna y aun considerándola cuestionablemente contagiosa y de gran mortalidad en Agosto de dicho año; época muy calurosa según lo observado allí desde el refe- rido mes hasta el de Octubre del año ya citado, muy calu- roso y húmedo por cierto. Créese que sobrevino á la pre- sentación de una escuadra inglesa en las aguas de aquel puerto. Se dice que murieron de ella sobre 10,000 perso- nas y otras tantas en Jerez y Sevilla. Dícese que dicha epidemia allí entonces reinante, no fué estacional, si bien 53 se cree que el calor excesivo en tal tiempo fuera acaso su causa predisponente. Dúdase si fué importada de las cos- tas de África, donde se habia presentado en años anterio- res. También se aduce la opinión de ser importada de América donde es endémica en el verano y otoño. Afír- mase en dicha memoria, su autor D. Pedro María Gonzá- lez, ser el calor estacional propio para activar el conta- gio, pues según la opinión de Sauvages, cuando el aire atmosférico es muy cálido se abrevian sus períodos y de tal modo ocurriera, que llegó el mal á tener por término mortal tres dias. Mr. Mensies dá reglas químico-médicas para las fu- migaciones y estincion de los miasmas pútridos proceden- tes, dice, de navios, cárceles y hospitales, con su lámpara fumigatoria de buena invención y resultado que refiere al intento. José Queraltó en Sevilla, en un sencillo escrito para el pueblo, está por la desinfección con el ácido sulfúrico, nitro, sal común y manganeso, en todos los barrios á la vez, donde no haya metales: quiere que se piquen ó se estuquen y blanqueen de nuevo los cuartos donde ha ha- bido enfermos de la fiebre amarilla y que se laven las ropas y tablas con aguas saladas. Otros de los varios medios hi- giénicos mas ó menos aceptables de que nos venimos ocupando. Un anónimo del mismo tiempo (1800) en Madrid so- bre dicha enfermedad, considerada epidémicamente en Cá- diz y de medios de contener sus estragos, afirma ser su ca- rácter el mismo que el consignado sobre epidemias por Papón, Hosward, Muratori y Ponsier, con varias noticias que aduce de origen histórico que le hace originar, hasta del viaje de Anacharsis á la Grecia, y notas que extrac- ta del diccionario histórico de higiene, de las obras de Fei- jó y otros distinguidos escritores, opina no ser solo el ca- lor estacional la causa de la epidemia en Cádiz, y conta- gionista manifiesto la atribuye á la llegada de los buques de América allí. Critica con rigor las diferencias y disen- siones de los médicos de dicha capital, sobre ser ó no pes- te aquella, debiendo haberse ocupado mejor, dice, en ob- servaciones patológicas, anatómicas y meteorológicas pa- 54 ra la ilustración necesaria, optando por el rigor en cor- dones sanitarios y cuarentenas. Varias memorias y escritos existen ya aislados ya insertos en los diarios de Madrid, Barcelona, Cádiz y otras poblaciones de España desde dicho año y el 1803 como en otros posteriores, en que se clasifica y detalla con sus propios caracteres la fiebre amarilla prescribién- dose, como ocurre en todos los casos de dichas epidemias, multitud de medicamentos para su curación, á veces de incoherente y aun contraria farmacología, sobresaliendo entre todos los purgantes, paños de vinagre al vientre, los ácidos vegetales al interior y la quina al presentarse los vómitos al tercero ó cuarto dia; rechazándose en gene- ral las sangrías por nocivas. En 1804, Antonio Cibat escribe sobre la misma en Barcelona, creyéndola importada de América, atribuyen- do su causa al fluido eléctrico é hidrógeno sulfurado, des- componentes de la sangre. A su aparición en Málaga, Mendoza y Salamanca la describen también bajo un carácter de epidémica, sobre cuyo extremo parece no haber duda en la mayor parte de los observadores contemporáneos. También en este siglo Hidelbram escribe con extensión sobre esta enfermedad, aunque con una división muy lata en sus períodos, si bien bajo una forma característica en que encontramos una muy exacta sintomatologia. Wiliams Stark describe también dicha afección bajo un carácter tifoideo presentando dibujos muy apropia- dos de la lesión intestinal dicha chapas de Peyéro, muy aceptables por la forma é índole de tal estudio. Mr. Rufz, observador de esta enfermedad en Améri- ca, la describe minuciosamente evidenciando la mortali- dad de ella en la Martinica en un 20 á 30 por ciento de los invadidos, que es la común en estas Antillas y sostie- ne no existir muchas veces las lesiones del hígado que Doutrelau refiere de los cadáveres víctimas de este mal. Dalmas, observador también de esta enfermedad en América, en su obra especial de ella, recomienda con mucho interés para su buen tratamiento el aceite de castor ó sea de risino, del que ya hablamos en el artículo tratamiento. 55 Baylli, célebre doctor francés que con Desgenettes y Dumeril recorrieron por comisión especial de su gobierno en el año 1821 las poblaciones de Barcelona y Cádiz, des- cribe en varias memorias con Francois el padecimiento en todos sus extremos mas visibles, optando por las me- didas sanitarias de aireación y buena higiene tan apropia- das al intento: contagionista por excelencia, á quien se agregaron con el mismo propósito Pariset encargado de la correspondencia oficial y Maret de la asistencia á domi- cilio con Adonard contagionista, siguiéndole ulteriormen- te su contrario en teoría Rochous, que mas cauto que Ma- ret pudo evitar el problemático contagio, alejándose de sus focos sin ser víctima del mal como este, Del primero de los prácticos observadores de esta afección dicha, epidémica y contagiosa en España en la época mencionada, se repasan los trabajos siguientes: Opinión sur le contagión de lafevrejaune 1810.—Trai- tée sur le Tifus d' Amerique ou fevre jaune 1814.—Raport a S. E. Ministre de V interieur sur la maladie de Barcelona 1822.—Raport au Conseil de Sanité sur la fevre que a reg- ué an le Port de Passages 1823. Otros de igual género se citan de dichos observado- res franceses de la misma época y son: Histoire medícale de la fevre jaune observé en Espagne et partícularment en Catalognce de Mrs. Francois et Pari- set 1823.—Memoíre sur les analogies et les diferences du cholera asiatique et de la fevre jaune. Mr. Tenar en 1832 propone en su larga memoria so* bre esta enfermedad, el uso del aceite de crotontiglium, aun con irritación intestinal. Bone, médico inglés, recomienda con mas encomio el tratamiento con los purgantes salinos á que le da la pre- ferencia. Mr. Gillert describe el tratamiento de la fiebre ama- rilla de América, que aun subsiste, consistente en el acei- te común con limón, como emético, y ulteriormente los emolientes y caldo de gallina nitrado, suaves laxantes, san- gría en ocasiones y la quina en la convalecencia. 56 Maillat, práctico del Norte de África, confirma la opi- nión en un largo escrito suyo de existir allí también la fiebre amarilla, que dice haber tratado con la quina, res- pecto á cuyo plan terapéutico nos ocuparemos á su tiempo. Mr. Grisolle como otros muchos autores de afectos in- ternos ya de esta época, describe, caracteriza y detalla el tifus icterodes bajo el nombre de calentura amarilla, en una precisa calificación de ella, que admiramos como á otros varios autores á que nos referimos, sobre cuyos datos y observaciones con las de otros prácticos del pais hemos fundado nuestra teoría del tratamiento. Mr. Litre, en su obra sobre epidemias dice con fun- damento, deberse suponer en la fiebre amarilla una lesión de la sangre mal determinada hasta el presente en sus ca- racteres físicos y químicos; indicando razonablemente que dicha fiebre depende de un envenenamiento miasmático de la sangre, causado por un virus ó tósigo pestilencial ca- racterístico en que le creemos acertado. Francisco Valmes, práctico de América dice en Cá- diz, en la epidemia de esta enfermedad, ser la misma que padeció el ejército español en el Guairo y en la Habana en 1781 y 82, como en Méjico y Veracruz el 85 al 87 y en Filadelfia el 93, de que murió mucha gente. Varios son en fin los escritos, insertos en los diarios de Madrid y provincias de España desde 1800 á 1828 re- ferentes, ya á la invasión epidémica de esta enfermedad, ya á sus síntomas y métodos curativos tan variados co- mo infinitos, que no son mas que el corolario de los que anteriormente hemos citado, propios de autoridades cien- tíficas cuyos estudios pueden verse en las respectivas obras en que figuran indicaciones desinfectantes, mas ó menos eficaces y oportunas, sobre todo lo cual daremos nuestro parecer, sin extendernos á mas particularidades sobre es- te extremo, por evitar la molestia y pesadez propias de tan inmenso trabajo. GENfiMLIDADEH. Bajo las misteriosas causas de acción que producen las leyes precisas é irrecusables que rigen á la existencia de la naturaleza, llámesela á esta organizada ó inorgánica, entre las que figuran los elementos de la vida humana, ocurren de continuo fenómenos de bruscas contrariedades, cuando no de aberraciones impropias y voluntarias por parte del hombre, que suelen producir en su daño las con- secuencias más terribles, sin que basten á evitarlas ni destruirlas una infinidad de sistemas y medios de comba- te 6 modificación á tales estragos, por más carácter cien- tífico que quieran darse á tales pretensiones. Entre estos hechos forma una proporción muy manifies- ta el desprecio de la natural higiene, los excesos y violen- cias de todo género en la vida de aquella, causas de enfer- medades sin cuento que le afligen irremisiblemente á cada paso, como castigo providencial é ineludible procedente de un supremo influjo é incontrastable poder. Apuntadas, pues, dichas causas, agrégansele otras en igual desorden y oposición, de varias é infinitas enfermedades que obran en igual sentido, y de que vemos con gran frecuencia víctimas innumerables. Son entre estas las producidas por la exposición del ser viviente, y más del racional, auna serie de elementos contrarios y aun nocivos á sus natura- les medios de conservación, en que aparte de otras exigen- cias, se le tiene la de sujetarle á una atmósfera impropia y dañosa, al rigor y condiciones especiales de un cli- ma opuesto al en que naciera y se habituara, que le es al- tamente pernicioso, por las extremas circunstancias, mu- chas veces geográfico-topográficas, cuando nó por otras accidentales, que constituyen de todos modos una acción perjudicial muy notable, especialmente á los no sujetos ab initio y de continuo á tal influencia. Esto es pues lo que ocurre, entre otros particulares que estudiaremos en su lugar, con la residencia y habitación de los extraños, 8 58 particularmente europeos, en los países de la Zona Tórri- da, y muy especialmente en las Antillas de América, cu- yo influjo climatológico, por las naturales condiciones que luego veremos, es bastante excesivo á la norma fisiológi- ca y regular, carácter y vida propias de los naturales de los climas fríos y aun templados. Esto mismo además, y cuenta que en una mínima escala de proporción, sucede en el mismo punto á veces aun á los naturales del país, ba- jo costumbres ya hoy muy diferentes á las de sus anti- guos pobladores, mas bajo el mismo cielo abrasadoréin- fluencia húmeda del territorio que aquellos, salvas las in- finitas mejoras que con el tiempo y su progreso visible han ido haciéndose en él para su beneficio y el de los demás. Pero tanto afán, bien plausible por cierto, no basta á con- tener la acción constante dicha y producción continua, entre otras enfermedades, de la fiebre amarilla ó el vó- mito , como generalmente se le dice, padecimiento hor- rible que con estragos monstruosos, viene hace muchos años destruyendo que no diezmando, la parte más flori- da de la juventud europea, y particularmente de la espa- ñola. De esta enfermedad pues vamos á ocuparnos, ha- ciéndolo en primer término de su carácter genuino espe- cial, ó sea del tifus de América, para describir después el de Europa, procurando hacer un muy prolijo y concienzu- do estudio del mal, no sólo en lo que relativo á su origen ó tradición nos dicen las crónicas del país, sino á cuanto he- mos visto que nos refiere la historia general y particular de ella, muy estudiada ya por distinguidos prácticos de América y Europa, con la adición propia de lo que sobre lo mismo nos haya dicho y probado en largo tiempo nuestra práctica particular, bastante amplia por cierto allí, no sólo en la asidua asistencia del padecimiento citado, sino en general á lo que la ciencia y la profesión nos han obli- gado. Al hacerlo así, procuraremos deducir del cúmulo de teorías, doctrinas y descripciones numerosísimas que de esta afección propia é impropiamente se han aducido al terreno de la ciencia, cuanto examinado y visto en buen juicio reconozcamos por inverosímil, apasionado ó fútil, ya que no vulgar inestimable, cuando no absurdo y contrario á lo que el buen sentido y el criterio profe- 59 sional tienen ya felizmente en el dia reconocido y sancio- nado por la práctica, como útil, seguro y evidente. Mas antes de ello, siendo la fiebre amarilla ó tifus icterodes, como ya en la ciencia hoy no se duda, una enferme- dad propia y endémica de los países cálidos próximos al Ecuador y Zona Tórrida, como sucede á nuestras Amé- ricas y Seno Mejicano, aunque en mayor escala en estas Antillas, para tratar minuciosamente de ella y descri- birla, tal y como patognomónicamente se presenta en sus propias localidades, aparte de tanta variedad y confusio- nes como se notan en los detalles y caracteres de muchos que la han descrito, permítasenos al propósito de evi- denciar lo más exactamente posible las condiciones pro- pias de su endemia, hacer una reseña histórica, y por muy reducida que sea, topográfico-médica, de las circunstan- cias geográficas y climatológicas más generales de dichas islas Españolas, en primer término de la de Cuba, que por foco más activo y constante se tiene de aquella fiebre, donde tantos y tan terribles estragos produce de continuo, con especialidad en los Europeos, reduciéndonos en las apreciaciones que de igual género hagamos respecto á las demás islas de este Archipiélago, que á longitud y latitud geográficas próximas se encuentran, á lo que sus condi- ciones topográficas nos sugieran, en cuanto concierna al objeto de investigar las causas patogénicas de dicha en- fermedad, para tratar de establecer ulteriormente su tra- tamiento curativo, aquel que entre otros por más apropiado y mejor se le tenga, conforme á las teorías más aceptables en la ciencia y á lo que sobre ello tiene comprobado la prác- tica general de algunos siglos y particular de muchos observadores, entre cuyo último número tendremos ne- cesidad de encontrarnos. TOPOGRAFÍA MÉDICA DE LAS ANTILLAS ESPAÑOLAS. Situada la Isla de Cuba, la mayor y más occidental de nuestras Antillas, entre los 19 y 23 grados de latitud N., según las más autorizadas observaciones, y entre 67 á 68 de longitud O. del meridiano de San Fernando, forma por su figura larga y estrecha casi como un segmento de grande esfera, con un recorte y ancho extremo por el O., cuyas puntas dichas de Maysí y Cabo de San Antonio mi- ran hacia el Ecuador; particular aspecto que ha dado lu- gar vulgarmente á comparársela con la figura de un cai- mán. El estar rodeada esta isla de varios cabos, puntas, ensenadas, islas de menor extensión é islotes, llamados cayos, así como el tener multitud de pequeños puertos en que desembocan varios desús ríos, algunos navegables en parte, hace que sus riberas sean constantemente el foco de emanaciones húmedas y degeneraciones pantanosas. Su territorio, en general bajo en las costas, es elevado en algunas partes del interior; geológicamente considerado es onduloso, formado por una grande y variada roca ca- liza, que constituye el núcleo principal sobre que esta isla se asienta, elevándose en casi toda su longitud interior para formar una larga cordillera montuosa, y de esta mu- chas vertientes meridionales, con variadas ramificaciones que la dan un aspecto admirable; cubre á esta clase de terreno una gran capa de tierra vegetal, llena en su ma- yor parte de la arboleda lozana y plantas feraces de los trópicos. Contiene en su seno algunos metales, tierras betuminosas y piedras de construcción. Según generales apreciaciones, tiene 112 leguas de largo y de 8 á 40 de ancho. Comprendida esta isla en la Zona Tórrida, próxima al Trópico Boreal, su clima es naturalmente cálido, aunque desde octubre á marzo participa, por su situación, de las variaciones de las zonas templadas, estación dicha seca por su falta de lluvias, en la que se nota hasta mayo, al 61 predominar alguna vez el viento norte ó noroeste, un li- gero frío, habiendo llegado en algún año á helar, en va- rios puntos muy elevados del terreno, y á granizar pocas veces en los mismos. En los meses más calurosos del ve- rano, calma la mayor parte del tiempo el rigor de la esta- ción nna fresca brisa, que se extiende suavemente por su superficie, como lenitivo natural del rigor de tan sofocante temperatura, con cuyo ambiente agradable puede sopor- tarse mejor la residencia por los no habituados á estos climas. La estación de verano, que puede decirse corres- ponder desde junio á octubre, dá la temperatura más alta en este período, que márcase por algunas variaciones entre los 30° á 33° centígrados, salvo algunas veces que ha llegado á 34° y 35° del mismo. La temperatura más baja es generalmente de 21° á 24° en los citados meses. En los de noviembre á febrero es de 21° á 28° la máxi- ma, y de 14° á 19° la mínima, siendo naturalmente siem- pre menor en los puntos más elevados de la1 isla. La temperatura media pues anual es de 25° en la Habana, y 27° en Santiago de Cuba, según las más autorizadas observaciones., La humedad general de la atmósfera es de 60° á 80° del higrómetro de Sausier. La máxima de 90° y de 50° la mínima. Las mareas son poco sensibles en lo general, salvos algunos accidentes de los equinoc- cios y solsticios propios, y en que por la aparición de al- gunas tempestades suele haber algunos estragos lamen- tables en los puertos, en la estación de verano, que es la de las lluvias. Estas son casi diarias y generalmente á una misma hora, de tres á seis de la tarde, más frecuen- tes al principio y fin de la estación, casi constantemente con tormenta ó turbonada, como le llaman vulgarmente los naturales del país; lluvia fuerte que dura de dos á tres horas por lo general, y es producida por la conden- sación de los vapores atmosféricos, que desde por la ma- ñana se ven formarse en nubes empujadas hacia el mar por el viento dicho terral, y que traídas luego por las brisas se amontonan, con especialidad en los campos, pro- duciéndose entonces hacia el mediodía un calor sofocante, hasta descargar dicha lluvia entre fuertes detonaciones eléctricas, más notables aun en el interior de la isla. Un 62 suave rocío y viento agradable, aunque no muy sano, del centro á los extremos laterales de la isla, se nota en- tonces por las noches, como en equivalencia de la brisa del dia. Algunos huracanes se sienten á veces, como queda indicado al fin de esta estación, producidos por el cho- que délos vientos y temporales equinocciales del S. y del N. á la entrada del invierno. Dividida actualmente la Isla de Cuba, para su orden gubernativo, en dos distritos, llamados Departamentos, Occidental el de la Habana, y Oriental el de Santiago de Cuba, aunque otras veces ha habido otro dicho Central, tie- ne varias subdivisiones militares y civiles en los mismos; pero nos ocuparemos de esta disposición territorial sólo en cuanto tenga referencia á causas ó accidentes higiénicos ó morbosos de localidades dadas, que puedan tener alguna relación ó interés con nuestras observaciones. Entre las varias estadísticas de población que se han publicado de dicha isla figuran algunas que citaremos, sólo en resumen, sin descender á otros detalles propios de aquellas, y son como sigue: La primera y más conocida de antiguo es de Peninsulares ó Españoles .... 100.000 Isleños ó de Canarias....... 30.000 Asiáticos ó Chinos, poco después de su importación....... 70.000 Naturales del país....... 600.000 Total........ 800.000 Délos últimos, vulgarmente dichos criollos, la mitad se dice ser de mujeres y niños, y de la parte masculi- na no pasar de quince años, 150.000. Otra estadística posterior á la primera calcula dicha po- blación en esta forma: Hombres y mujeres de clase blanca . 830.000 Negros esclavos........ 445.000 Gente de color........ 240.000 Total........1.515.000 63 Algunas otras estadísticas, publicadas con carácter ofi- cial, se dividen de este modo : Varones blancos........ 468.107 ídem de color........ 332.528 Hembras blancas....... 325.377 ídem de color........ 270.518 Total........1.396,530 Cuéntanse á la vez Asiáticos ó Chinos 34.000, de los que residen en la Habana 15.000 próximamente. En una obra notable publicada recientemente en Madrid, se dice ser dicha población de esta manera: Clase blanca........ 729.966 ídem yucateca........ 738 ídem asiática........ 34.046 ídem negra........ 570.841 Total........1.335.591 Débese advertir que en estas varias clasificaciones no se ha anotado la fuerza armada ni tripulantes y transeún- tes , por lo que, comprendiéndose estos en el estado nor- mal del orden gubernativo, los habitantes de dicha isla, en general y próximamente con la proporción del aumen- to anual que da la estadística del vecindario, se cal- cula en 2.000.000 de habitantes, entre los que figuran en 76 por 100 los naturales, y 13por 100los peninsulares, con 200.000 esclavos. En la Habana se cree haber 215.000 habitantes. Nótase á pesar de las condiciones geográfico-topográfi- casde esta isla, que por tan insanas se tienen para los Euro- peos , que entre los naturales del país no dejan de ser fre- cuentes los casos de longevidad. Los meses en que más nacimientos hay, son general- mente noviembre y diciembre, de que deduce algún cal- culo estadístico ser más favorables para la concepción los de febrero y marzo. Está probado que los más mortíferos 64 son de julio á diciembre: febrero, marzo y abril los más benignos. En la totalidad del territorio corresponden los habitan- tes por legua cuadrada á 261, excepto en la jurisdicción de la Habana, en que se cuentan hasta el exceso por igual término, de 40.000. De todo el espacio territorial que comprende esta isla existen aún dos quintas partes de bosques y terrenos ári- dos, resultando solamente tres de tierras cultivadas, bien es verdad que aquellos producen ricas maderas y útiles de construcción. En la parte cultivada se ha notado un au- mento de 5 por 100 en la labranza anual. La industria agrícola, como es sabido, consiste en el cultivo de la caña de azúcar con preferencia, del tabaco, el café, y en último término del maíz, legumbres, frutas, viandas y algún arroz para el consumó del país. Anexa al cultivo de la caña está la elaboración del azúcar que se practica en las haciendas del campo, dichas ingenios. Hay grandes vegas dedicadas á la siembra del tabaco y mu- chos cafetales, existiendo otras de aquellas destinadas á cria de ganados, dichas hatos, corrales y potreros. Casi todas las legumbres más comunes del país son feculentas, mucilaginosas y azucaradas, gustosas y por consiguiente sabrosas y saludables; no faltando varias de las más co- munes de Europa. Entre sus frutas, acidas y azucaradas las más, hay algunas de un sabor resinoso notable é in- digestas para los Europeos. Muchas plantas medicinales se crian también, mucila- ginosas, astringentes, acidas, aromáticas y azucaradas, encontrándose entre ellas algunas narcóticas y nocivas, cuya flora muy conocida sería largo determinar. Por las circunstancias climatológicas indicadas, se crian también en el país una gran variedad de aves ameri- canas que sería extenso enumerar, y una multitud de rep- til es de todas clases, como la culebra majá, el alacrán, la araña dicha peluda y otros. Entre una infinita variedad de insectos, muy especiales algunos, existe el fosfórico Cocuyo ó Cocubano, parecido al que vulgarmente se le llama gusano de luz en España, mas aquel volátil y que produce en la oscuridad de la noche un efecto en la at- 65 mdsfera casi fantástico y agradable. Figura entre dichos insectos la acariña nigua, muy abundante en las orillas de los rios y sitios húmedos é inmundos; insecto que, co- mo el arador de la sarna, se introduce este especialmente por bajo de las uñas y dedos de los pies, donde procrea, produciendo un voluminoso ovario que le deposita allí, muriendo luego, no sin dejar así una molestia y á veces grave lesión en las partes donde se ha introducido y procreado. Baste, permítase decir, este pequeño resumen geo- gráfico-topográfico para nuestro objeto, que después nos ocuparemos de otros particulares, tanto climatológicos como higiénicos y medicinales, al hacerlo en general de los propios de América, y pasemos aunque de ligero á examinar otros extremos cronológico-topográficos, tanto generales como especiales, relativos á las demás Antillas, como causas del padecimiento cuyo estudio nos ocupa. A trueque de poder parecer inoportuno ó desagradable lo que hoy se diga, aunque en el propio sentido que aquí se hace de la Isla de Santo Domingo, por el estado de su ingrata oposición y extrañeza á la nacionalidad española, hagámonos también cargo de sus cualidades geográfico- topográficas, á fin de obtener las deducciones higiénicas y aun patológicas necesarias á nuestras investigaciones científicas. La Isla de Santo Domingo, dicha Haití en lo antiguo por sus naturales, en designación de su carácter monta- ñoso, primera en que desembarcó Colón, por su costa sep- tentrional el 6 de Diciembre de 1492, llamándola espa- ñola , es la segunda en extensión territorial de las gran- des Antillas de América. Situada entre los 17 y 19 grados de longitud O. del meridiano de París, entre el Océano Atlántico Equinoccial y mar de las Antillas, al SE. de la Isla de Cuba, se encuentra separada de ella por el estre- cho de barlovento y por el de Mona de Puerto-Rico, en su costa septentrional, con 120 leguas de largo por 43 de ancho en su mayor superficie. Tiene tres costas llenas también de cabos, 'puntas y ensenadas, que forman puer- tos é islas en gran variedad, alguna de las que como tér- mino aparece frente á la punta de maysí déla Isla de Cu- 9 66 ba. Dos cordilleras de montañas le atraviesan, una hacia el centro, dicha cresta del cibao, y otra al SE., que dan lugar á varias cuencas de ríos muy caudalosos y de alu- vión , con otros de varias fuentes minerales muy abun- dantes. También hay algunas minas metálicas y los tres grandes lagos, azuey, salado y dulce. La temperatu- ra es muy variada por su diferente condición monta- ñosa y llana alternativamente. Esta última es muy calu- rosa y húmeda, especialmente en verano, á lo que se de- be ser allí, como en lo general de la isla, muy lozana la vegetación; localidad que se tiene por muy nociva y mor- tífera para los Europeos. Hay en este país, durante el dia, las mismas brisas y humedad de noche que en el de Cu- ba , un fresco notable en invierno en los valles y á veces frío considerable en las montañas, con las mismas esta- cionales circunstancias que en aquella Antilla, de lluvia en verano, dicha seca en invierno y los temporales cita- dos en los equinoccios y solsticios. El terreno de esta isla, muy fértil y aun feraz, produce entre otros vegetales notables como el campeche y varios medicinales de los dichos leñosos, una arboleda colosal que da varias maderas de construcción, especialmente na- val y mucha de edificación doméstica allí. Cultívase tam- bién en ella, aunque con mucha escasez y descuido en el dia, la caña de azúcar, el café, cacao, algodón y vainilla, lo que ha decaído mucho á consecuencia de la continua guerra ya internacional ya intestina, que hace años devasta á esta importante isla. Se producen también aquí varias legumbres americanas, como el ñame, la yuca, yauiia y algunas de las de Europa, como la batata degenerada de la clase dicha moniato y algunas otras. Críase algún ganado vacuno, cabras,, cerdos y carneros, que han llegado á hacerse selváticos y bravos por el abandono en que han quedado, á causa de las revolucio- nes y guerra civil indicada. Hay también naturalmente muchos reptiles del mismo género que los citados de Cu- ba , y encuéntrase especialmente en alguno de sus rios el cocodrilo ó caimán, siempre muy temible. Su población, muy reducida actualmente, constaba antes de 943.000 habitantes, divididos en esta forma: 67 495.000 negros, 420.000 mulatos y 28.000 blancos. El comercio está muy decaído y escaso por las causas antedichas. Dividióse esta Isla, en los tiempos de su ca- rácter español, en cinco departamentos; el de Artibonito, el del N., el S. y E. con el de O. Sin penetrar mucho en los antecedentes históricos de esta isla, sólo diremos ser su capital la primera que fun- daron los Españoles, después de sofocada la revolución primera de sus Indios habitantes, inmediata á la conquista, en la que destruyeron el fuerte ó población de San Nico- lás, fundada allí desde luego por aquellos. Arrasado pue- de decirse posteriormente este país, en su segunda re- volución y colonizado de nuevo por España, aclimatáron- se en él, como en la Isla de Cuba, multitud de negros afri- canos , de cuyas castas son procedentes la mayoría de sus actuales habitantes. Teatro esta isla como queda dicho de continuas guerras, parece que una terrible maldición le abruma casi desde los primeros tiempos de su historia. Ella, después de la última época citada, en 1586 fué sa- queada por el Almirante inglés Drake, en una invasión horrible que le hiciera. Ocurrieron luego en la misma multitud de choques á mano armada entre los Españo- les sus poseedores y los Holandeses , Bucaneros y Fi- libusteros, que iban allí á cazar y preparar cecina, muy lucrativa ya por el territorio, á efecto del mucho consumo que de ella se hiciera, como actualmente ocurre y segun después se dice al hablar de la alimentación general en América. Llegando por fin á establecerse los Holandeses en la parte OE. de esta Isla, fué cedida á los Franceses en 1697 por el tratado de Riswich. Sublevóse luego en 1791 la parte francesa, proclamándose independiente, rechazan- do á más un ataque de los Ingleses que la codiciaban, y pos- teriormente el de los Franceses que ya en 1802, habiendo llegado á ocupar militarmente una parte de ella, acabaron por abandonarla por lo mortífero para ellos de aquella localidad. Emancipada después definitivamente esta isla de la nación Española, obtuvo luego en 1825 también su independencia de Francia, en cambio de una indemniza- ción pecuniaria de ciento cincuenta millones de francos. Hasta aquí lo más que de esta desgraciada península 68 puede interesar á nuestro objeto para deducir en lo clima- tológico, la identidad con la isla de Cuba, que nos viene sirviendo de norma de apreciación, y en lo gubernativo las graves causas físicas y morales, anti-higiénicas y patológicas, que se deducen de los hechos y de que he- mos oído lamentarse con detalles horrorosos á los emigra- dos de allí, tanto Europeos como Dominicanos ó isleños, como les llaman á estos vulgarmente, y que de las vá - rias revoluciones y guerras dichas existen establecidos aún en las islas de Cuba y Puerto-Rico. Digamos ahora algo de esta última Antilla. La más pe- queña y oriental de las Españolas de América, fué des- cubierta por Cristóbal Colon en el año de 1493. Exter- minados sus 600.000 habitantes Indios por los Españoles, estos se posesionaron de ella, y aunque en el siglo XVII in- tentaron arrebatársela los Ingleses con algunos ataques y sorpresas á mano armada, fueron rechazados valerosamente por sus poseedores, y en un horrible combate que ocurriera expulsados al fin de un pequeñísimo terreno, que hubie- ron de llegar á tomar por estratagema en la costa al Sur de la capital, cerca del fuerte ó castillo del Morro, de cuyo hecho de armas glorioso se conserva un respetable monu- mento en aquella, en el sitio de la batalla. Se halla situada esta isla entre los 17 y 18 grados de latitud N. y 61 á 63 de longitud O. del meridiano de San Fernando, entre el Océano Atlántico, el estrecho di- cho de Mona, el Pasaje Virgen y el mar de los Caribes. De 10.000 kilómetros cuadrados de superficie, aunque generalmente se dice que de 30 leguas próximamente de longitud, por siete á nueve al máximum de latitud, una cordillera central de montañas le atraviesa de E. á OE. de mil metros en su mayor altura, que forma, como en las otras Antillas, varios cauces de algunos rios que des- embocan en el mar, produciendo por las ramificaciones de la sierra varios puertos naturales, puntas y ensenadas de varias formas. Por las ramificaciones de esta sierra y naturaleza del país se produce aquí también un terreno muy accidentado de montañas y valles alternativamente, resultando ser este de un aspecto agradable á la vez que fértil y productivo. Se dice no haberse hallado minas de 69 importancia en ella, habiendo sido tradicionalmente y hasta ahora infructuosos los trabajos de explotación de algunas, como la de Luquillo en estos últimos tiempos. La cultura y elaboración del azúcar en bruto una gran parte, ó sea del moreno moscabado, dicho azúcar terciada en España, así como del tabaco, el café, que generalmente se tiene en el comercio por el mejor de América, la melaza ó melado, dicha miel negra ó de caña, el ron y la cria de ganados son las industrias más notables que posee. Cul- tívase igualmente, para propio consumo, el maíz, patata, arroz, la yuca, yautia y otras legumbres de los Trópicos. El comercio es regular y propio de su carácter é importancia. Conocido el régimen gubernativo actual de esta isla, con su división por distritos y tenencias de gobierno, asig- naremos en aprecio de su población el considerársele de anterior esta próximamente en 400.000 habitantes. De estos se dice ser de la clase blanca 200.000. De mu- latos libres haber 110.000 ; negros libres 35.000, y de la misma clase esclavos 55.000. En una obra notable que se publica en España sobre estadística civil y administración de estas Antillas, se di- vide la población de Puerto-Rico en esta forma: De la clase blanca se dice haber, habitantes. 300.406 De la clase de color ser el número. ..... 281.771 Total. . . 582.177 De estos resulta ser la proporción de 51 '50 por 100 en la primera clase, y 48'50 en los de la segunda. Otra estadística contemporánea, de carácter oficial, dá el resultado siguiente : Clase blanca, habitantes.......... 320.000 ídem de color, libres............ 250.000 Negros y mulatos, esclavos......... 45.000 Total.......... 615.000 La guarnición de esta Isla, que es comprendida entre la • 70 clase blanca en la anterior clasificación, se compone de unos tres á cinco mil hombres de tropa de la Península, en estado normal social y político de ella, y de unos dos mil hombres de milicias dichas rurales, de gente de color. Su fuerza naval en tiempo de paz, consiste sólo en un va- por de guerra, que permanece de estación continuada allí, é incidentalmente de algunos otros buques de igual clase pequeños, que suelen ir por maderas de construc- ción á Santo Domingo. Estas fuerzas se han aumentado alguna vez por causas políticas, como ocurriera en la úl- tima guerra de España con la antedicha isla, en que fué. público ser producidos los estragos y la mortandad de las tropas españolas, más por la intemperancia y nociva ac- ción del clima para aquellas, que por los funestos acci- dentes de la lucha. El clima de Puerto-Rico, aunque también propiamente cálido, no es tan húmedo como el de la Isla de Cuba, y si más bonancible y salutífero que aquel y el de Santo Do- mingo tanto para sus naturales como para los Europeos. Esto se debe quizá á su menor latitud geográfica, aunque muy reducida, pues apenas llega á dos grados de dife- rencia con el de Cuba, así como también á lo muy ven- tilado de su suelo, por lo quebrado y montañoso que es é igualmente por su menor población, y dicho sea en verdad, por ser esta bastante higiénica y morigerada en sus costumbres entre las demás Antillas citadas. Valgan pues en su natural aprecio estos apuntes geo- gráfico-topográficos, sin parecer extraños á nuestro fin, como se verá después, y pasemos á hacer algunas conside- raciones acerca del orden higiénico, nosológico y medi- cinal al objeto que nos proponemos. Procede girar ellas, como parte precisa de nuestra tarea, sobre la clase de ali- mentos más comunes en las islas españolas de América, y tomando por tipo y base general del estudio la índole clima- tológica y carácter especial de aquellas, débese consignar aquí cuanto respecto á dichos extremos ocurra en las mis- mas. Figura entre ello, previas las condiciones y circuns- tancias geográficas dichas, que producen su especial temperatura, la clase de atmósfera respirable que después se determina, con la apreciación que parece más regular 71 y propia. Apuntado queda ya existir en estas islas, por sus lluvias diarias en verano de tormenta y avenidas de alu- vión, con lo onduloso en general cálido y húmedo de su territorio, su vegetación constante y sumamente loza- na por aquellas condiciones permanentes; la existencia de multitud de focos de emanaciones húmedas y pantano- sas, con especialidad en las costas y riberas del continente por dichas causas, y por las mismas las descomposiciones pútridas de las sustancias orgánicas, que producen una clase de aire respirable que tal se determina, insano y no- civo , más para los no habituados á él desde la niñez, ca- racterizado por la especial sensación de un olor que se pa- rece al de yerbas podridas, más notable en el campo y particularmente en el crepúsculo vespertino. Las dichas cualidades de calor y humedad tan generales de estos cli- mas hace con su agreste y feraz vegetación, el que ja- más se vean en su vida propia desnudos de hojas la in- mensa variedad de corpulentos árboles, muchos seculares, arbustos y plantas que aquí vegetan. Despréndense ellos de su ramaje por sequedad parcial, periódica y paulati- na de este, en su propia reproducción, que deja tras sí en el terreno una gran hojarasca y partes leñosas, que abandonadas á la intemperie en general, pasan ya en ta- les condiciones á someterse á la descomposición orgánica de fermentación pútrida natural y consiguiente. Esto ocurre en la mayor parte de lo interior de los bosques y tierras sin cultivo de estas islas, que dicho queda ser en su mayor proporción; fenómenos productores ulteriormen- te de un aire viciado é impropia respiración , cuyas con- secuencias morbosas en su lugar se determinan. Dicho pues en ,1o anterior está ocurrir tal accidente con más actividad en el ocaso del sol, cuando los vapores del dia empiezan á condensarse en las capas bajas de la atmós- fera, créspulo por otra parte tan bello y sorprendente, más aún que el matutino, y de colores tan variados que parece estarse presenciando un magnífico y fogoso juego de física en grande sobre el prisma, dando una fantástica y admirable perspectiva, que tal es la acción en estos paí- ses del sol en Occidente, con el aspecto dicho atmosféri- co de multitud de nubes y nubéculas ligeras, que ya ro- 72 jas de púrpura, rosadas, opacas, anacaradas y de vivísi- mo ver, pululan á tal hora por el espacio en la Zona Tórrida. El suave rocío ó humedad atmosférica, hasta sentirse como mojadas las ropas, que de noche se advierte por los habitantes de estas islas, más notable aún en el verano, con otras circunstancias anti-higiénicas que después se citan de localidades determinadas, es por sí mismo ya apreciable como altamente insano y morboso para todos. Sin descender por ahora á otras particularidades, fi- jándose la atención en la clase de aplicaciones exteriores sobre el cuerpo humano, que por costumbre se hace en América en el orden natural de la vida, ó sea en el mé- todo de vestir, diremos encontrarlo muy apropiado y re- gular por los hijos del país, no así casi generalmente por los Europeos, y muy en particular por los Españoles; pues así como los primeros no abandonan el uso de las ropas de algodón, y entre estas el de la camiseta de este género, que se sabe ser muy absorbente y conservar el calor contra las repentinas y violentas corrientes de aire, que evitan el rápido enfriamiento y con este una multi- tud de enfermedades, flegmásicas, reumáticas, catarrales y nerviosas, hasta el tétanos dicho pasmo vulgarmente, á los últimos se les vé con mucha frecuencia no solamente desechar ó rehusar dichas precauciones higiénicas, sino aun llevar un ropaje impropio de tal clima, lo que ocurre á muchos jóvenes militares recien llegados de España, que al vestir las ropas de hilo al interior, lo hacen de las de paño al exterior y varios á la europea, lo que es causa de alteraciones fisiológico-patológicas que en su lugar se expresan. Atendiéndose en general á la clase de alimentos más comunes en América, entre otras observaciones, nótase desde luego que después del café con leche que por casi todos se toma muy de mañana, se hacen comunmente dos comidas al dia más ó menos suculentas y de variedad de carnes y pescados generalmente sin salsa, que se sir- ven de una vez, siguiéndole ó terminándose con el habi- tual café, también con leche en la mañana. Entre estas dos comidas y á medio dia, es de rigor tomar por necesi- 73 dad algún refresco ó frutas, en su gran mayoría acidas, aromáticas y azucaradas, reposándose un poco como en siesta por los que pueden hacerlo. De dichas frutas hay que advertir que, establecido de antiguo en estas islas tanto por costumbre como por conveniencia propia, loque en todas las obras y por muchas autoridades en buen jui- cio se prohibe, véndense públicamente aquí en todo el año las frutas á medio madurar en su gran parte, sin hacer aprecio de las que se expenden exprofeso, como el plátano, que es el pan común del criollo de América, porque á este fruto y otros de su clase se les prepara ya con la cocción ó asado, propio para la habitual alimentación de aquel. Lo dicho de las frutas sin madurar, que para los naturales del país ya acostumbrados á ello no es tan nocivo, lo es y mucho para los Europeos. Adviértese también en el examen de la alimentación americana el mucho uso que especialmente en el campo se hace de las carnes saladas, llamadas tasajo y del pescado en salazón, que si bien son estimulantes, producen en continuo uso, aun suponién- dole en buen estado de conservación, una extensa variedad de enfermedades ya eruptivas á la piel, ya internas, como las petequias, erisipelas, escorbuto y otras. De igual ma- nera son temibles otros accidentes morbosos muy conoci- dos, por el gran consumo que se hace como alimento en es- tas islas en todo el año de la carne de puerco fresca, por más que este animal no sea cebado allí como en otros climas y aquella no sea tan grasienta; ]?ero siempre es más indigesta, y aun como alimento azoado, menos fibri- noso que el de otras carnes. Entre los pescados de las costas hay muchos que, como los de Europa, en ciertas épocas del año son nocivos, por hallarse en cierto estado de exci- tación orgánica en el rigor del verano, y algunos fáciles de aziguatarse, como allí se dice, voz que indica cierta degeneración morbosa en ellos, que produce á quien los come el efecto de un veneno séptico. Tal alteración se conoce en el aspecto rojo especial del interior de sus car- nes. Las bebidas más usadas en América son con las di- chas la cerveza, el ron ó alcohol de la caña de azúcar, y otras más ó menos generosas, alcohólicas en su mayor parte. Entre ellas los vinos aun más exquisitos son de 10 74 muy común fermentación, lo que ocurre con muchos de los de Europa, y entre ellos aun con el astringente catalán, de tan abundante consumo especialmente en la Habana. En cuanto al ejercicio habitual, particularmente de la isla de Cuba, aparte del excesivo que la población traba- jadora hace por precisión ó conveniencia de interés, el de la clase acomodada es sumamente corto en todas las esta- ciones del año y reducido, no ya por natural necesidad de alguna parte de ella sino por lujo en los más, al paseo en carruajes, casi únicamente en la característica volanta, aunque ya poco usada y reemplazada por otros de aque- llos al gusto de Europa, y esto no sólo para las conve- nientes atenciones del dia en las calles, sino para el ha- bitual recreo en las extensas alamedas del país. Algunos bailes entre semana, en los que descuella siem- pre la pausada, propia y casi única danza y el teatro, prin- cipalmente muy concurrido en invierno, completan el cuadro de las diversiones públicas del país. Dicho ya en general y de un modo preciso lo que atañe á la naturaleza del clima, á los alimentos, costumbres y género de vida de los naturales y habitantes de las Anti- llas, puede ya entrever el juicio médico lo que de nocivo existirá en ello; así que desde luego consignaremos con tal propósito, como corolario de este estudio, la apreciación del origen que parecen tener las causas principales y cons- tantes, que por muchos se consideran como predisponentes, endémicas y productoras especiales de la fiebre amarilla en América. Expresado ser en estos climas los meses más saludables del año los de enero á abril, fijémonos al fia de nuestras investigaciones patológicas en los que por más insanos y mortíferos se tienen, como son los de junio á diciembre. En su lugar pues determinamos la mortalidad de esta época con sus caracteres y detalles y continuemos el exa- men topográfico-patológico que venimos haciendo, del modo más acertado que nos sea posible. La mucha aglomeración de gentes en las capitales de América, particularmente en la Habana, de que antes di- mos su enorme cifra estadística, produce necesariamente 75 multitud de contrariedades á la buena higiene. En esta población, muy extensa ya por cierto, la mayor parte de los pisos bajos de las casas se encuentra destinada, con especialidad y á toda preferencia, para el comercio al por mayor, ó sea para almacenes de géneros de todas clases, en general alimenticios, y muchos de ellos de emanaciones insalubres, como el tasajo, bacalao y toda clase de salazo- nes. La multitud de casas de comestibles y bebidas que hay en ella, restaurants, fondines muy numerosos por todas partes, propiamente denominados cantinas, é infinitos establecimientos pequeños llamados cafés, sumamente fre- cuentados , no para reuniones de sociedad sino sólo para tomar dicha bebida y algunas alcohólicas generalmente, con otros dichos comercios de clases parecidas, producen indispensablemente en el dia un desperdicio y basurero que puesto de noche ó por la mañana en las calles de la población, molestan y muchas veces trastornan con su natural fetidez. Estas agrupaciones inmundas ya en des- composición pútrida y constantemente repetidas de diario, inficionan indudablemente el aire atmosférico de la ciudad, principio bastante nocivo por cierto, paralo que es necesario ala respiración y vida propia en tal clima y localidad. La existencia aun en las mismas calles y extramuros de la Habana de ciénagas, así dichas, de aguas podridas al descubierto, encauzadas en forma de acequias, como las que existen en los barrios de Jesús María, Calzada del Monte y calles de la Zanja de Misión y otras, en que se ven varios canales de aguas podridas á la intemperie es por cierto notable, por la multitud de casos de vó- mito ocurridos en estos barrios y calles en las épocas cita- das, y ocurrir también en los mismos puntos una más cons- tante permanencia del mal, siendo muy visible su rebel- día y producir una mortalidad bien marcada y manifiesta. Y no de otro modo se comprenden las consecuencias y efectos de tales causas morbosas, que dan por sí mismas una paludia, especialmente grave y mortífera de este pa- decimiento. Efectivamente, aglomerado todo lo dicho y aún más que á la suspicacia del observador ocurre, en un clima de 25° á 30° de calor próximamente, casi conti- nuo en la estación á que nos referimos, y en una pobla- 76 cion como la Habana, cuya mitad ó una gran parte de ella es regularmente de gente de color libre ó esclava, y en general de vida algo abandonada y anómala, con su propia y constante ecsudacion orgánica, de nada agra- dable olor, poco aseo, y aun en muchas de estas gentes algo de costumbres viciosas, darnos podría aunque juz- gando como rutinariamente, las causas precisas predispo- nentes ya que no determinantes de la referida endemia propia y con razón tan temible de la capital de las Anti- llas, principalmente en la época referida. j Y téngase presente, que si bien lamentamos con grave dolor la existencia en dicha población de las causas anti - higiénicas citadas, no es nuestra intención, por no cor- responder á nuestra incumbencia, apuntar estos hechos maliciosamente como otros autores hacen, extranjeros por cierto y con bien duros colores. Antes de proceder á más por el presente, permítasenos como corta digresión decir algo de cuanto se registra en los antecedentes cronológico-patológicos del país , por más que parezca ello de poco valor y sólo como objeto de curiosidad histórica. Sin dar lugar pues en lo tradicional más que á lo que en buen juicio lo merezca, no creemos deber pasar en silencio lo que allí se tiene consignado en autorizadas publicaciones oficiales desde muy antiguo y de auténtica referencia, salvándose aquí, como en todo lo que respecto al país decimos en pro de la verdad, toda susceptibilidad impropia ó comentario que no esté confor- me con la evidencia. Según lo afirmado en dichas crónicas, que tenemos por algo exagerado, Aristóteles en sus maravillas de la natu- raleza dijo que la primera flota que en tiempo inmemo- rial llegó á América y le pobló fué una nao de Cartagi- neses, que partiendo de las columnas de Hércules se cree que fué impulsada por un recio viento de Levante inven- cible y que continuado por muchos dias le obligó á seguir á la aventura, hasta que á fuerza de tiempo aportó á esta isla, nunca sabida, vista ni oida, situada bajo la Zona Tór- rida y que era casi inhabitable por su mucho calor. Séne- ca, se expresa, le auguró en sus predicciones y escritos. Plutarco habló de ella y Luciano y otros llegaron hasta 77 marcar su derrotero. Herodoto en sus escritos dice creer que quizá los buitres y otras aves marinas de muy grandes dimensiones venían á Europa de este otro mundo descono- cido. Afirmaciones tales, á ser exactas, podrían darnos idea de que las nociones, predicación y convicciones del insigne descubridor de América estarían acaso fundadas en tales datos: pero dejando aparte esta suposición, sigamos el hilo de las crónicas dichas. En algunas de estas se dice, al pa- recer con una especie de fanatismo patrio, que en la Sa- grada Escritura se habla de las Indias; que Jeremías, Eze- quiel, Isaías y David profetizáronles sus descubridores bajo una forma poética y á través de figuras de nubes y palomas que traerían sus hijos y oro y plata de ellas. Orígenes y San Jerónimo hablan de las mismas en forma de extenso continente de infinita grandeza, cuyos hombres y brutos eran como los demás de otros puntos conocidos, en que habia pueblos y gentes que se regían por leyes pro- pias aunque contrarias á las de Europa, en cuyos países se preconizara haber mucho oro y plata. Se cree por lo tanto que como los Cartagineses, estos habitantes tenían por letras geroglíficos, figuras y pinturas en que marcaban su historia, y calendarios como usaron algunos pueblos del continente hasta después del siglo XVIII, para sus alega- tos judiciales y rezos comunes. Se dice que sus primeros habitantes indios eran idólatras del sol, que tenían sus sa- cerdotes y hacían sacrificios, que bebían mucho, que eran humildes, de barba escasa, de complexión y temperamento frío y que los sacerdotes llevaban el pelo largo. Esta tierra se tiene por húmeda y pantanosa, de muchos vapores que la acción del sol levantaba. Enterrábanse los muertos en cuevas sagradas que abrían en los montes, como vemos que hacían los judíos en los primeros tiempos de su histo- ria en Europa. Sacrificaban niños como estos. Celebraban una fiesta religiosa á las aguas en el plenilunio de su dé - cimo mes, que se cree corresponder á nuestro setiembre. Perseguían de muerte el insecto y respetaban á la muj er casi religiosamente en el estado de menstruo y de puer- perio. Se prohibía bajo pena de muerte mudar de traje los sexos, y el adulterio se castigaba horrorosamente. Creíanse dice en un Todopoderoso, al que rendían un culto 78 casi idolatra. Según Platón y lo que se colige de las radi- cales latinas del lenguaje de los Indios, se cree que en tiem- po de la dominación romana hubo unas expediciones, que llegaron á Canarias primero y después á América: en di- chas referencias se afirma que los Indios de este país se teñían la cara de rojo; que sacaban minerales de oro y plata cuyo valor ignoraban. Consultaban, se afirma, sus sacer- dotes las entrañas de los animales. Los mismos eran espe- cie de jueces y sostenedores de su rito propio. Algunos na- turales del país conservaban los cadáveres de sus padres di- secados, ó en su lugar sus estatuas. Tenían conventos de doncellas consagradas al sol, bajo leyes muy severas. Ya en estos relatos se habla de la existencia en el país de va- rios animales, reptiles é insectos, y entre ellos de la nigua, á que le llamaban piqui. Se cree por otra parte, que la población de estas dichas Islas Occidentales procede ó es consecutiva á la destrucción de Babilonia, y que de allí pasaron á aquí muchas gentes como á la China y al Japón: que vinieron los Egipcios, diestros en la navegación y que ya tenían brújula, de quienes se cree que tomaron sus costumbres los naturales de América. Por tradición de las mismas de los Romanos se dice que estos mataban por sacri- ficio á los cautivos sobre los sepulcros famosos, y por de- voción y afecto al morir una persona querida, se suicida- ban para irse á otra vida con ella. Considerando á los vie- jos de sesenta años, llamados Casnares, como ya innecesarios y de molesta vida, los mataban. A los enfermos graves y sin esperanza de esta los echaban á morir á los campos ó los mataban creyéndoles hacer un bien, porque muñén- dose, decían, no se sacrificaban. Hasta aquí lo que las crónicas refieren como más vali- do en los oscuros tiempos de la existencia conocida de América. Ocurre después de la conquista la mortalidad de los pocos bravos que Colon dejara en el fuerte de Santo Domingo, y que según se dice en otro lugar, tuvieron más de un combate con los Indios por defender su posi- ción, lo mismo que sucediera con los más de los que le acompañaron en su segunda expedición, mortalidad que con más ó menos acierto se asegura que atribuyera aquel á estar envenenadas las flechas de sus contrarios. Historia- 79 dores fidedignos, por otra parte, confirman la pérdida de mucha de su gente por la corruptela y peste que hubiera en el primer verano de su residencia allí, advirtiéndose ya en los enfermos de este mal y sus víctimas el color ama- rillo muy marcado de su piel. Por este tiempo aún de bastante ignorancia, en vano se buscan noticias, tra- dición alguna, escrito ó referencia de tal calamidad, que casi pasó por ignorada algún tiempo, como se colige por las que da el Padre Las Casas, achacándose entonces su aparición á la presencia de los Españoles, que se creía le importaran bajo una forma epidémica. Desde entonces como antes indicamos, se suceden más claras nociones de la enfermedad en Europa y acaso se va conociendo, aun- que rutinariamente poco á poco en América, notándose su recrudescencia á la numerosa llegada y permanen- cia de Españoles en estas islas. Insistiendo un poco más en esta quizá monótona reseña, permítase consignar la tradición más segura de la apari- ción de la fiebre amarilla en Puerto-Rico á principio del siglo XVI, á poco de su conquista y reunión de tropas en la localidad, cebándose bastante en los Españoles como en Santo Domingo, por la misma época y cundiendo el pánico natural en España, por lo que se dispone ya con halagos y ventajas á los expedicionarios por voluntad, la traslación de penados á la primera de dichas capitales, porque no quedara despoblada de Españoles, cuya epidemia más con- siderable se refiere haber ocurrido en el año de 1513. Repitiéronse estas, se dice, en Santo Domingo alternati- vamente con la llegada de tropas y gran cúmulo de Euro- peos, hasta fines del mismo siglo. Aparece luego la en- fermedad en el siglo XVII en algunas otras Antillas, se- gún parecer general entonces, importada de las antedi- chas , desarrollándose y extendiéndose como en la Isla de Cuba, en varias del archipiélago , sin quedar indennes hasta las del N. y S. teniéndose en algunos puntos como desconocida, aunque después se le determina y clasifica con alguna propiedad. Así siguió su curso en América el mal hasta últimos del siglo XVIII, con las alternativas ex- presadas , en cuyo tiempo pareció decrecer algún tanto. En los primeros años del presente siglo sigue haciendo es- 80 tragos en nuestras Antillas, principalmente en la Habana, cediendo algún tanto en proporción que dejaban de acudir las grandes flotas de Españoles ó de Europeos á estos y otros puntos de América, recrudeciéndose' en sentido contrario, como en otras partes indicamos, en las épocas de- terminadas de las últimas expediciones de Méjico y Santo Domingo. Lo mismo ha ocurrido con los buques proceden- tes de lugares de América, que se tenían por epidemiados del tifus, en que ya en su residencia en ellos, ya en su travesía y en cualquiera dirección y altura geográficas, se han visto en sus tripulantes invasiones varias y mortan- dad de más ó menos consideración. Iguales fenómenos se han verificado en los mismos en largas expediciones na- vales, ya de guerra ya en tiempo de paz, pero casi siem- pre en las circunstancias citadas ú otras idénticas de con- signarse como punto de su partida un puerto en que existiera la endemia propia y especial de esta enfermedad, ú otro en condiciones epidémicas, confirmadas ya oficial ya particularmente. Casos no obstante han ocurrido de presentarse y desarrollarse aquella á bordo de las naves, ya de guerra ya mercantes, sin causas ó razones positivas ó evidentes á que poderse referir con propia verosimilitud su aparición, pasando los hechos como susceptibles de duda en la mas triste oscuridad, después de largas discu- siones y tergiversaciones diversas. Lo mismo ha tenido lu- gar algunas veces en otras islas como las Barbadas, Mar- tinica y Liorna que en su lugar se citan, sucediéndose incidentes como de espontánea presentación y aun más de contagio, á no ser conocidas otras causas especiales, como fué lo ocurrido últimamente en Canarias en 1857. Su perpetuación por años seguidos es muy rara en las poblaciones, cediendo casi siempre á la entrada del in- vierno, sin que se le pueda establecer un itinerario seguro y evidente, por parecer que depende su presentación de las condiciones y circunstancias apuntadas; pareciendo pues repetimos endémica de las Antillas, con iguales síntomas casi siempre y de menor intensidad en proporción á la observancia de una buena higiene. I SINONIMIA Y DEFINICIÓN DE LA FIEBRE AMARILLA. En la grave dificultad de definir clara y precisamente esta enfermedad, tanto por su índole febril y aspecto de esencial de las dichas así, como por su naturale- za casi aun en problema, y cuya solución con la de su verdadera patogenia constituye el desiderátum de los patólogos, habremos de resignarnos á hacerlo del modo más aproximado á la exactitud, esforzándonos en darle su más propio y visible colorido, entre los varios ó múltiples que ha merecido á sus observadores y en que ha desco- llado unas veces la rutina en la idea, otras el acendrado espíritu de sistema y no pocas el furor de lo nuevo, la ori- ginalidad en el sentir y modo de ver los hechos. Al ha- cerlo así pretendemos evitar todo rastro de apasionada teo- ría ó conclusión absoluta, en que no se manifieste con cla- ridad tan importante definido, por más que hayamos de incurrir acaso en la falta de concisión, á que es preferible ceder en favor de la propiedad y buen reflejo del cuadro. Diferentes son, sino muchos, los nombres y caracteres con que se ha pretendido distinguir á esta enfermedad, ya con relación á su tipo propio, ya con el de algunos signos más culminantes ó síntomas visibles, aunque nó las más veces distintivos de otras, ya con referencia á los puntos deque se creyera proceder, cuyas aplicaciones en adjeti- vos de localidad, algunos ya expresados y que se dirán, se- ria muy extenso el referir; procurándose siempre retra- tarle lo más al vivo posible, tanto en su esencia morbosa como en su desarrollo, consecuencias y estragos innega- bles á la vez que dolorosos. Pero entre tal cúmulo de apropiaciones distintivas, tratemos de examinar estas en su mayoría y de abordar luego en extracto el legítimo modo de ver que con más ó menos acierto nos sea dable adqui- rir y presentar, como sincera convicción hija de nuestros débiles estudios en la materia. Autorizadamente en lo histórico vemos llamarle á esta n 82 afección Tifus, por su radical griega traducida en estupor, con que de muy antiguo se designaba á tolas las de su clase en que este se manifestaba en el semblante, siendo apropiable tal nombre á toda pirexia de tipo continuo ó re- mitente, espontánea en un individuo aislado ó sea esporá- dica, bajo la influencia de miasmas de diversa naturaleza y origen, endémica entonces y epidémica, calificada en ella la perturbación del sistema nervioso, lesión funcional de las mucosas y la piel, con variedad de congestiones orgá- nicas, expresándose por lo mismo ser de esta clase las fie- bres petequiales, por la frecuencia de la presentación de esta lesión en ellas. Llamarle fiebre de hospital, de cam- pamentos , cárceles y embarcaciones, como de Hungría, de Oriente, de Siam ó de otra manera, es la confirmación de lo que venimos diciendo y que no nos es posible acep- tar como doctrina clara y definida en forma tal y como creemos que es necesaria en el dia, á la altura de conoci- mientos en que nos encontramos y según parece por lo mismo tener derecho á exigir de nosotros la humanidad. Consignar que es una enfermedad especial muy pronta- mente contagiosa, con particularidad en Europa, sin más aclaración y diferencia nosológica, no es resolver la in- cógnita, porque en tal clasificación se comprenden muchas que no es de este momento el descifrar. Confundir el tifus en general con la fiebre tifoidea en una exacta identidad, como hacen Gautier, Petit, Luis y otros, lo creemos algo aventurado por las razones y detalles que como en tér- mino de prueba aduciremos á su tiempo. Habiéndose identificado como decimos en épocas recien- tes el tifus icterodes con la fiebre tifoidea, no son de ex- trañar sus denominaciones sinónimas de entero-mes enté- rica, dotinonteritis, gastro-enteritis adinámica, ileo-colitis exantema intestinal y enteritis foliculosa, así como el que se le tenga por las mismas adenomeningea, pútrida, ma- ligna, lenta nerviosa, sinocapútrida, anguioténica, me- ningo -gástrica adinámica y atáxica de nuestros clásicos que oportunamente citamos en la parte histórica, indicando no la exacta relación de ellas con este mal, sino' los puntos de contacto que con él tienen; mas esto no es pensar en la aglomeración de todas bajo un mismo aspecto, como 83 tendremos lugar de evidenciar en su diagnóstico más apropiado y diferencial de aquellas. Atendiéndose á su origen histórico ya antes apuntado, vemos que autores respetables, como el de la doctrina fisio- lógica, creen caracterizar bien este padecimiento bajo la forma de una gastro-enteritis, que llega á tomar la for- ma de tifus á efecto de la acción de los climas cálidos; in- fluencia que obra secundariamente sobre el sistema ner- vioso, produciendo en este la serie de síntomas que le son propios^y consiguientes: mas esta definición y aun clasi- ficación se halla rebatida hasta la saciedad desde los pri- meros tiempos de su aparición en la esfera de la ciencia, por no corresponder aún en su mayor latitud á los sínto- mas y lesiones más propias y consecutivas de aquel. Hace más de veinticinco años en que á respetables prácticos de Marina, ex-cátedra, les hemos oido refutar con descripciones patológicas notabilísimas, la propiedad de tesis tal, en que á vista de hechos tan irrecusables en- contrábamos un desconsolador vacío en lo que por más valedero y admisible corría entonces como doctrina, vi- niendo después paulatinamente la experiencia á demos- trarnos lo erróneo de ella. Tampoco es aceptable la idea de ser dicho mal una car- ditis ni endocarditis aún propia de los Trópicos, por no ser sus síntomas los exclusivos de aquellos. Por afección pi- rética aisladamente considerada y así definida, aunque se le determine por espacio de acción todo el organismo, no es dable recibirle, pues de su género son las más sino casi todas y muy particularmente las llamadas esenciales por la patología calificada de antigua, como en sarcasmo, por cier- tos innovadores. Decirse que es una congestión hemorrá- gica es calificarla sólo por uno de sus fenómenos, con abs- tracción lamentable de los demás y confusión con las de este último orden nosográfico. En el mismo sentido es de apreciar la calificación de diátesis tífica, desalcalinisacion de la sangre, fiebre remitente, biliosa, inflamatoria, pa- lúdica ó intermitente, propias de América, cuyas diferen- cias con estas oportunamente expresaremos. Menos nos satisface la designación de ser una enfer- medad más conocida por sus efectos que por sus causas, 84- esporádica muchas veces, otras epidémica, y propia de ciertas circunstancias especiales como la proximidad al mar y una temperatura elevada, porque bajo tal_ aspecto y ájmpulso de sus mismas causas se conocen varias otras afecciones que están muy lejos de ser la que nos ocupa; figu- rando entre ellas varias fiebres eruptivas, catarrales, in- termitentes y reumáticas, sin otra porción más, propias de determinados contornos territoriales. Hay quien define este padecimiento en el dia por una discracia desorganizadora de la sangre con depresión di- recta de la inervación, caracterizada envida por postración, amarillez de la piel y salida de sangre fluida, negra y borrosa, y por infiltración general de esa sangre y del sue- ro en todos los tejidos en el cadáver. Pero tenemos el pesar de no darnos por satisfechos tampoco con esta designación, porque en ella se expresa, más bien que todo, algo de la naturaleza del mal ya en su progreso, con varios síntomas aislados, pero en que no entra para nada el que le es más propio y patognomónico, su estado y marcha febril, siempre existente á su presentación ó explosión morbosa, tanto como que ello es lo que evidencia ó á la buena inte- ligencia refleja dicha fiebre, denominada amarilla en ge- neral por la especial condición que luego determinamos del color característico de la piel y otros órganos de la eco- nomía animal. En vista ya de tanta anomalía y dificultad casi inven- cible de definir con la posible exactitud el afecto que es- tudiamos, válganos ello en disculpa de hacerlo con rela- ción á sus causas generales, á su índole morbosa más ma- nifiesta, á su intensidad ó gravedad, curso y síntomas más comunes, insinuando algo de sus lesiones orgánicas con- secutivas, bajo el modo de ver más sencillo y práctico que nos ha inspirado nuestra propia observación. Por fiebre amarilla pues ó tifus icterodes que ha sido llamado también vómito amarillo prieto y negro, tifus de América, peste, calentura de Siam, maligna, marinera, gastro-hepática, pútrida y aun carditis intertropical por algunos, tenemos una afección dicha miasmática y dis- crásica de la sangre, endémica de América y epidémica á veces, contagiosa é infecciosa en ocasiones, caracte- 85 rizada por calentura aguda, sin inflamación local bien manifiesta, de pulso vario y que altera visiblemente las funciones digestivas y encefálicas, con lesiones subsi- guientes en el tubo intestinal, congénere de la dotinon- teritis, de las fiebres biliosas de los países cálidos y acom- pañada de dolor epigástrico, color rojizo del semblante, amarillo-verdoso luego y chapas cobrizas de la piel, cefa- lalgia, dolores lumbares, retención de orina, vómitos y diarreas de líquidos claro, .mucoso, seroso, amarillo-ver- doso y negro. Lo extenso y minucioso de este definido, quizás pueda calificarse más bien de descriptivo que de teórico ó doctri- nal; mas sacrificando algo lo escolástico á lo evidentemen- te racional y práctico, lugar vendrá con la presentación del todo de los signos de este horrible mal, en que se com- pruebe la necesidad de hacerlo así para su más fácil y po- derosa inteligencia. Entre tanto bástenos lo expresado para reducir á los límites más precisos nuestro tema, presen- tándole bajo el aspecto general más verosímil y común en la práctica, y hagámonos cargo de ciertas particularidades del mismo, en correlación directa con el extremo en que le consideramos. Debemos decir ante todo que hemos procurado compren- der en nuestra definición los atributos generales del tifus de América y del de Europa, agrandes rasgos descifrados y tomando por norma de apreciación la condición tifoidea, que hace que muchos confundan la fiebre de este nombre con la que estudiamos, y de la que puede decirse ser como de un mismo género aunque de distinta especie, reserván- donos para la manifestación de sus síntomas en detalle el hacerlo de los característicos y propios del tifus, tanto de América como de Europa, comprobando á la vez su dife- rencia con las demás afecciones de que es congénere. Al^definir la fiebre amarilla bajo una forma aguda, pa- rece ir prejuzgada la idea que tenemos de no reconocerla como remitente y menos intermitente, como no la hemos observado, pues si bien al final del primer período se ad- vierte muchas veces una disminución de los síntomas gra- ves y como augurio de pronta y favorable terminación, sucediéndose luego la gravedad antes del siguiente dia, en 86 esto no hay cesación de la fiebre, carácter genuino del mal, que sigue su curso continuo y sin interrupción ma- nifiesta. Tampoco hemos visto bien caracterizada esa intermiten- cia confirmada por otros, en que al descifrarla se dice no obstante no caracterizarse tanto por las renovaciones pe- riódicas del movimiento febril, como por la exacerbación de uno ó muchos de los fenómenos morbosos: y pruébase la inseguridad de tal tipo por la incoherencia de los acce- sos de pocas horas que se dicen, hasta de dos y tres dias y apirexias en igual grado y alteración típica. La remisión pues repetimos, que observamos en la gravedad de sus síntomas, sin cesación de la fiebre, más alta ó baja, cree- mos que no es bastante para afirmar ser ella intermitente. Y cuenta que nos duele mucho el sentarlo así, por ir en nuestro modo de ver en contra de varios prácticos nota bles de América; pero fieles á nuestra conciencia ante todo, debemos decirlo. Quizá, y permítase lo grave del juicio, tales casos de remitencia é intermitencia de la fiebre amarilla, han sido complicaciones ó terminaciones de esta con las de este tipo, lo que es frecuente ver en Amé- rica ; mas entonces ya hay suspensión de la continuidad de la fiebre, cesación de sus síntomas patognomónicos y verdaderas apirexias y accesos característicos de las fiebres biliosas generalmente del país, remitentes é in- termitentes. También en la definición hemos dejado de asignar á este padecimiento, como síntoma constante, el que otros le atribuyen de hemorragias nasales, ni las mismas por la boca y tubo digestivo, así como las sub-epidérmicas y cutáneas por no ser constantes en todos los casos y más propias del tifus de Europa que del de América, si bien se presentan algunas veces en este, como tendremos ocasión de ver en su sintomatologia. Se tiene por acepción general al definir la fiebre ama rula, como antes decimos, ser una enfermedad miasmática grave, que sólo se padece una vez en la vida, y endémica, no sólo ya en América, sino en los países cálidos, conta- giosa é infecciosa, transportable á grandes distancias, que ataca á los órganos más importantes de la vida, casi 87 "k siempre de corta duración y muchas veces de terminación funesta. Los nombres de vómito amarillo ó negro, con que vulgarmente se le conoce, tienen su origen en este sínto- ma, uno de los que más descuellan en él y el más caracte- rístico. Consígnase el haberse presentado casi en todas las par- tes del mundo, no sólo en Asia, África y América, sino aun en las costas de Europa, cuya afirmación, con notas de autores respetables, sería extenso el detallar; notándose siempre en sus descripciones, diferencias visibles, hijas de los diversos climas en que se ha observado, bajo un carác- ter endémico ó epidémico, y délas constituciones médicas, así dichas, bajo que ha aparecido. Por la misma causa, advirtiéndose en ella síntomas de la disolución de la sangre, se le ha tenido por enfermedad distinta que el mal de Siam, siendo una misma, creyén- dose por algunos que tuvo su origen de antiguo en el litoral del Seno Mejicano, extendiéndose luego á los pun- tos en que se le ha visto aparecer; comprobándose en todo" esto la oscuridad de su origen que indicamos ante- riormente. Ocurre muchas veces en América el aparecer dicha en- fermedad en Marzo y Abril, presentando un carácter y sín- tomas flogísticos más graves, diferentes de los que se ven de Junio á Setiembre, creyéndose consistir esto en la me- nor humedad de la atmósfera en dicha época primera, á efecto de las lluvias que retardándose, siendo abundantes luego sin un calor excesivo, modifican tal carácter que in- fluye mucho para la adopción del tratamiento, que nota- remos en su lugar oportuno. Acaso tenga este mismo origen la aparición de esta en- fermedad bajo una forma epidémica en la Bahía de la Ha- bana en buques de guerra y mercantes, á fines del vera- no y otras veces al principio, invadiendo aislada y paula- tinamente uno y otro buque, no á la vez, asolándolos del todo y no quedando otro recurso que el de deshabitarlos, fu- migándolos y tripulándolos con gente aclimatada, cuando ha sido posible huir del conflicto y evitar su funesta acción. Adviértese por prácticos distinguidos una anomalía 88 extraña en esta enfermedad en América y ha sido el ha- ber antes, como por excepción, años en que sin causa ó motivo aparente fuera aquella más benigna en sus sínto- mas y terminaciones, ocurriendo esto antes del año 1850, creyéndose que el ser después mayor sucesivamente el nú- mero de inmigrantes, especialmente en la Habana, ha sido la causa de este mayor desarrollo y mortalidad. PREDISPOSICIONES INDIVIDUALES. La raza caucásica, no ya la original primitiva, sino la determinadamente europea, notable por su ángulo facial bien marcado, rostro angular, piel blanca, fino cabello y carácter civilizado, es la que más padece el tifus de Amé- rica, y más breve y casi de repentina invasión si ha sido trasladada intempestivamente de climas fríos á los sitios de la endemia. Es mucho menos frecuente activo y mortífero entre los dichos criollos, en quienes sin embargo suele presentarse también en años ó épocas de gran desarrollo y hacer estragos muy visibles. Nos referimos en esto á la raza americana, aclimatada desde luego á las condiciones topográficas é higiénicas del clima, pues la propiamente indígena, de color cobrizo, pelo y barba escasa, cabello largo rizado y negro apenas existe ya más que en la parte inculta y salvaje de Méjico y Sur de América. La raza etiópica ó negra, muy extendida allí desde su importación por el Gobierno español, en la misión del Padre Las Casas, lo padece poco, aunque también le acomete en años de fuerte y general invasión como epidémica. La raza mon- gólica ó china, ya aclimatada allí también, la padece con alguna más facilidad y frecuencia que la negra, aunque mucho menos que la europea. Sostenerse pues como por algunos contemporáneos se hace, que el vómito no ataca á los negros, ni á los hijos del cruzamiento de estos con la raza blanca, ni aun con los de esta y dicha de mulatos, lo creemos un error, por la expe- riencia propia de haber asistido en las poblaciones fuera de la capital dichas del campo, en tiempos de mayor desar- rollo de la endemia, que han llegado á pasar por epidé- micos , á varios negros y mulatos, de los que algunos acudiendo tarde á su tratamiento, han fallecido con todos ' los síntomas del mal en sus últimos períodos, incluso el de arrojar la borra, como allí se llama á las deposiciones negras por cámaras. 12 90 Se dice por los prácticos de América que dicha enferme- dad es menos frecuente en la mujer y en los niños que en el hombre, y así se observa en general, debido esto co- munmente quizá al mayor desarrollo orgánico-ammal de este, con mucho de los excesos en el orden de la vida, menos frecuentes y propios del otro sexo; mas de esto ya tendre- mos ocasión de ocuparnos más adelante. Las mismas cir- cunstancias concurren en las personas de mucha edad, en quienes es también poco frecuente el padecerle. ^ > Continuando en la designación de las condiciones indi- viduales más abonadas para padecer la fiebre amarilla, tanto respecto á las razas como á la edad y sexo, así como ya hemos dicho haber observado el vómito en individuos naturales de las Antillas, citaremos una ocasión en que este mal ha producido una gran mortalidad en la Isla de Puerto-Rico y su capital, lo que ocurrió en el verano del año 1860, en que, á efecto de aquel en estado epidémico y muy mortífero, se veía á la mayor parte de la pobla- ción vestida de luto, como pudo notarse á la entrada de un nuevo General en la isla; hecho público que aducimos sólo en corroboración de nuestro aserto, y prueba de que tanto los naturales del país como los forasteros y extranjeros de todas razas y condiciones orgánicas, le padecieron en esta época, en la terrible forma y consecuencias dichas. Y recalcamos más en este punto por lo mismo que prácticos distinguidos contemporáneos afirman el no pa- decer esta enfermedad los hijos de América, los Negros ni los Chinos, quizá por ser endémica en África y Asia, contradicción en que nos es muy sensible estar, pero de que no podemos prescindir por la evidencia de los casos prác- ticos que citamos y lo público de la época referida en di- cha capital de Puerto-Rico. Hay sí, como afirman algunos de los prácticos citados, personas cuya naturaleza parece refractaria á la acción de las causas de dicho mal, sin poderse afirmar con seguridad de dónde procede tal inmunidad, si bienen el trascurso de este trabajo procuraremos explicarle, según nos inclinamos á creer por la prudente observancia de una rigorosa higiene sin ser exagerada, con otras circunstancias bonancibles de temperamento favorable y buena constitución orgánica. 91 Y ya que de temperamento hablamos, debemos mani- festar nuestra extrañeza de no ver apenas designado por los observadores ninguno determinadamente, como el de más predisposición á contraer la fiebre amarilla; sólo al- guno se aventura á decir que los temperamentos sanguí- neos y biliosos tienen más predisposición á contraerle, opinión con que estamos del todo conformes por haberlo visto así comprobado por la práctica, sin que sea ello más que como un hecho preferente, pues también se presenta dicho mal en otros, sino en todos los sujetos de distintos temperamentos. El padecerlo la raza europea en los sitios de su endemia es tan común, como el ocurrir esto en cualquier otra lo- calidad en que sin ser endémico se desarrolla accidental ó epidémicamente. Los habitantes del interior de estas is- las padecen el vómito casi generalmente al venir, aunque por muy poco tiempo, á las poblaciones marítimas en que existe. Los mismos hijos de los puertos ó puntos de dicha endemia suelen padecerlo también si de niños han salido de estos, residiendo en Europa por diez años al menos próximamente. Los individuos de raza blanca que han padecido una vez el vómito, siendo inmunes luego para este mal, como hemos dicho en lo anterior, quedan cons- tantemente luego con el color amarillo general verdoso de la piel, llamado de plátano en el país, por el parecido al de la corteza de la fruta de este nombre: inmunidad que se ha visto ser igual en Europa en los casos ocurridos de epidemia de esta enfermedad. Lo que hemos dicho de ser la fiebre amarilla más propia del hombre que de la mujer y los niños, está comprobado por la experiencia de repetidos años de epidemia, así como el que suele ser en aquella menos grave y mortífera como en los párvulos y ancianos á efecto quizá de su menor susceptibilidad orgá- nica. Esto mismo sucede en las personas débiles y de cons- titución delicada. En los recien llegados á América en un mismo buque se nota ser más frecuente el vómito, especial- mente en aquellos que por su pobreza ó género de vida han tenido que dedicarse desde luego á trabajos fuertes ya materiales ya mentales, sin ser extraño el observarse después de algún tiempo de permanencia ilesa á la ende- 92 mia, una repentina invasión subsiguiente á un grave dis- gusto, á la nostalgia, á una, profunda tristeza, susto ó im- presión moral violenta. De este género es el miedo exce- sivo á padecerle en los recien llegados, y el mucho temor en ellos á la muerte. Los que abusan del aparato gene- rador, como de la saturación mercurial algunos sujetos, por tratamientos anteriores contra la sífilis, y aun los en- fermos de esta se encuentran muy predispuestos á la fie- bre amarilla, siendo muy difícil su curación, por la forma atáxica que toma en los primeros y por la alteración espe- cial de la sangre que existe en los otros, muy favorable para la descomposición orgánica propia de dicha enfer- medad. Nótase un hecho en América muy evidente respecto á la predisposición individual, yes que las personas natura- les de sitios pantanosos resisten mejor la acción de la ende- mia de esta enfermedad, que las habituadas á vivir en puntos elevados del continente y más sanos por lo tanto; observación que hace el sospechar á algunos la identidad de aquella con la fiebre de los pantanos. Hasta aquí lo que en general podemos decir en este ex- tremo, procediendo á otros tan importantes, sin descender á muchos detalles ni citas de nombres propios de autores sobresalientes en la materia, porque lejos de ostentar aquí gala de erudición, sólo aspiramos á demostrar la exactitud de nuestras observaciones. CAUSAS. Está ya fuera de toda duda, lo mismo en la teoría que en la práctica, que la fiebre amarilla es propia de los paí- ses cálidos y que la latitud geográfica más adecuada para su producción es la de 48 grados de latitud boreal y 8 de latitud austral; extendiéndose desde el 92° de longitud occidental bajo el 8° de longitud oriental; observándose por lo tanto en una extensión de 54° de latitud, de los que 23 pertenecen á la zona templada boreal y 31 á la tórrida, resultando fijarse en 48° de latitud septentrional el úl- timo límite á que ha llegado el tifus, sin que á otras altu- ras geográficas haya dejado de presentarse; mas estos casos deben considerarse como esporádicos. La elevación topo- gráfica influye también mucho para su aparición en paí- ses que no suben sobre el nivel del mar más de 15 metros; propiedades que existen muy determinadas en varios pun- tos del nuevo continente, como en las costas dé nuestras Américas, algunos puntos de África, el Senegal y otros del mediodía de Europa y España. Es también un principio inconcuso en la ciencia que para el desarrollo de esta enfermedad se necesita una alta temperatura, siendo observación constante el asignarle como más propia la de 18° grados en adelante del termó- metro de Reamur, habiéndose visto que su no aparición con tales grados de calor, ha coincidido con la aridez y se- quedad de un país. Lo mismo sucede con la evidencia de que el estío y el otoño son las estaciones más abonadas para su producción y desarrollo en los lugares propios de su endemia, cuando el aire atmosférico es muy sofocante y de poco movimiento. Otra de las causas más abonadas para la producción de la endemia de la fiebre amarilla se tiene ser la humedad, casi constante en las Antillas, especialmente en sus cos- tas. Efectivamente, según que nos acercamos al Ecuador, se ve que son más abundantes las lluvias, que algunos 94 años descargan por cierto en la Habana de un modo ex- cesivo, saturándose por lo tanto el aire atmosférico de una intensa humedad. Nótase igualmente que los sitios en que es endémica aquella se encuentran regados por gran- des corrientes de agua, y que muchas veces esta, proce- dente del mar, se encuentra estancada alrededor de los pueblos que son más castigados por la misma. Y esto, hecha omisión de algunos en que sus calles son sumamente es- trechas y en que no predomina el aseo en ellas, como su- cede en varios de aquellos del litoral de Méjico y de la capital de las Antillas, según hemos dicho anteriormente. La inmediación pues al mar y los focos de emanaciones pútridas consiguientes á dichos pantanos ó manglares, como se llaman en el país, se considera como una de las causas más propicias para dicha endemia; y tanto es así, que se ha observado no presentarse la fiebre á la distancia de siete á diez leguas de la costa, creyéndose indemnes de ella los naturales de las poblaciones interiores de la Isla de Cuba, que han sido invadidos gravemente cuando se han trasladado á la Habana en los meses de verano, ó reinando el mal epidémicamente. Lo mismo se refiere de Méjico de los que habitan distantes de las costas. De esto hay excepción alguna vez, en que se ha visto desarrollarse en el interior de la Isla en la tropa recien llegada de Espa- ña, haciéndose epidémica, mas creyéndose entonces que ha sido trasportada allí por individuos que ya la habían adquirido en la Haoana, llevándola en incubación. Consideradas las Antillas como la cuna del tifus icte- rodes, por más que aunque se concede existir en ellas reunidas todas las condiciones higiénicas que la engen- dran y hacen endémico, se diga que las mismas predo- minan en otros puntos, sin que den igualmente origen á aquel, provocándose la duda en tan importante proble- ma, es un hecho comprobado por una triste experiencia la primera afirmación. Lo es igualmente, como dejamos in- dicado, á la llegada á su capital de gran número de indivi- duos no aclimatados, ya de tropa, ya paisanos, y con es- pecialidad si esto ocurre en el verano, en cuyo caso se vé tomar al mal un carácter epidémico, de que hay ejemplos palpables tanto en la población como en los buques de 95 guerra y mercantes, que por circunstancias perentorias han tenido necesidad de arribar á allí en dicha época. La fiebre amarilla, se dice generalmente proceder de un agente. miasma, constelación ó estado especial de la atmósfera de ciertas localidades marítimas de las Anti- llas y Seno Mejicano, y según algunos observadores,- del Senegal y Costas de África; que obra más activamente so- bre una aglomeración ó reunión de individuos no habi- tuados á su influencia, y que prefiere, añadiremos, á la raza blanca, como se observa que viene verificándose en América desde el tiempo de su conquista. Colígense de aquí una causa local especial del clima, ciertas cir- cunstancias orgánicas del individuo que le coloquen en estado de tener una susceptibilidad propia para contraer el mal y otra causa determinante ú ocasional, precisa ó natural para que estalle ó se desarrolle aquel. Profundizando ya más municiosamente en el estu- dio de estas causas, nos vemos en el caso de reconocer como tales un agente ó influencia exterior, ó varias que den un mismo resultado, y dichas condiciones en el indi- viduo propias para su adquisición. De estas últimas ya hemos apuntado algunas, y lo haremos sucesiva é inci- dentalmente de otras, según se nos vayan presentando á la idea, pues todo ello concurre á un mismo fin, que es ave- riguar cuál sea el agente productor del mal; qué circunstan- cias se necesitan para su incubación y desarrollo, y de qué modo se efectúa esto en el hombre. Entre lo primero figuran las propiedades climatológicas y locales, que está probado por la práctica contribuir á la acción generadora y productora de aquel, y las influencias atmosféricas que también se cree que modifican su formación; procediendo luego el manifestar la forma en que se le ha reconocido hasta el presente, y que creemos le es más propia y ve- rosímil. A pesar de los límites geográficos señalados antes á es- ta enfermedad, reconocidos por la Academia de París y prácticos más ilustrados, se le ha visto en Dublin y hasta más allá de los 54° de latitud N. por Dundeé y Graves, dándose lugar con estos hechos á creérsele fuera de su fo- co propio; pues este repetimos existe entre el Ecuador y 96 trópico de Cáncer en las localidades indicadas, donde se presenta espontáneamente; por más que siendo esportado desde que se le viene conociendo, en proporción á la mayor facilidad y rapidez de las comunicaciones de los pueblos, se le haya observado y reconozca en muchos del globo, pero siempre en estos bajo una forma epidémica, diferente de la endémica de aquellos puntos. Por más que en ocasiones dadas se haya presentado en las Antillas y especialmente en la Habana, en algún in- vierno, esta enfermedad aun como epidémica, consecuti- va al parecer del desembarque de un pasaje numeroso, está consignado por la experiencia de muchos años, tanto en América como en Europa, ser condición precisa para la producción de la patogenia y desarrollo de esta enferme- dad una alta temperatura, que se está acorde .en deter- minar sobre 30° del centígrado. Tengamos esto presente para las deducciones consecutivas sobre el modo de pro- ducirse tal generación morbosa, según nuestras convic- ciones en lo que la ciencia tiene por más autorizado y lo que la práctica nos ha demostrado en el particular. Respecto á la acción de la humedad que por algu- nos contemporáneos se niega influir en las elaboracio- nes físico-químicas innegables de la materia, diciéndose no obstante contribuir algo á la modificación del agen- te patogénico, vemos que ya de anterior Doutrolau, prác- tico notable de esta enfermedad en la Martinica, á cuyas extensas descripciones de ella le somos deudores, afirma ser su causa principal y aun especial la excesiva hume- dad en los climas cálidos de América, coincidiendo su pre- sentación allí con las épocas de las lluvias; estableciendo esta teoría como un principio evidente ya en la ciencia. Según el mismo observador, agrégase á esta causa la in- fluencia de los vientos del Sur, muy común en dichas estaciones, así como también las grandes presiones eléc- tricas de la atmósfera, en las tempestades tan frecuentes allí en verano. Opinión que no debemos olvidar para dar- le á su tiempo su merecido valor. Las mismas circunstancias de alta temperatura esta- cional y humedad propia de la proximidad al mar como existen en América, vemos por la historia y la opinión 97 de la mayoría de los prácticos, que han influido para la presentación y desarrollo de esta enfermedad como epi- démica, en los puertos del mediodía de Europa y de España, en que á efecto quizás de sus condiciones de lati- tud geográfica y propia localidad, ha existido el predomi- nio de dicho calor y humedad, propicio para su sosteni- miento y rebeldía á los medios con que se le ha tratado de combatir. Las aguas de aluvión tan consiguientes á las lluvias abundantes en América en verano, que tanto favorecen la descomposición pútrida de sustancias orgánicas tan abundantes allí, se cree con fundamento producir con aquella los focos de infección y propagación de este mal, en las épocas que se conocen más favorables para él; pues el invierno, estación dicha seca por la falta de estas llu- vias, se sabe que contiene sus estragos, siendo muy rara como decimos su presentación en dicha época. Iguales causas reconocemos á la aparición aislada de la fiebre amarilla en buques ya de guerra ya mercantes, na- vegando en alta mar, en latitudes de la Zona Tórrida ó climas cálidos, en tales estaciones ó condiciones de tem- peratura y circunstancias higrométricas favorables para ello. Causas y circunstancias que se cree haber predomi- nado á bordo de dichos buques en que se ha observado la citada fiebre, y que ha hecho en ellos grandes estragos como epidémica; reconociéndose haberseproducido por las descomposiciones pútridas de sus maderas, así como por la alteración misma de sus alimentos, segundo afirma al parecer fundadamente Wilson, como resultado de sus ex- cursiones marítimas por el Egipto y la Siria en averigua- ción de estas causas. Así también consta, por sus obser- vaciones, que dicha fiebre no reina tanto en las islas orientales de América, porque sus circunstancias geográ- fico-topográficas contrarían en algún tanto su desarrollo. Está consignado igualmente que esta enfermedad se desenvuelve también en las embarcaciones, principalmente si navegan por climas cálidos ó meridionales y no hay en ellas la precisa limpieza, siendo causas ocasionales muy activas para ello el descuido que tienen muchos marinos de conservar sobre su cuerpo los vestidos húmedos ó de- 13 98 masiado ligeros, que producen la supresión de la traspi- ración cutánea. Obra también mucho en el mismo sentido el constante uso que se hace á bordo de los alimentos sa- lados y de los excitantes; no influyendo á la vez menos en la moral el influjo de las pasiones deprimentes, tan pro- pias de la azarosa vida del mar, y que tanto contribuyen á la alteración de las funciones fisiológicas. La preferencia con que este mal se presenta en las ori- llas del mar, de los lagos y de los rios en los pueblos de la Zona Tórrida y puntos de efluvios pantanosos, abundan- tes allí, hace el que por casi todos los autores contempo- ráneos se reconozca como causa especial de él la alta tem- peratura é intensa humedad, elementos productores de desorganizaciones pútridas, ya vegetales, ya animales, tan constantes en los mismos sitios. Al indicarse por algunos, como hemos dicho, que hay sin embargo países en que existen las mismas causas para la producción de las citadas endemias, sin que en ellos apa- rezcan tan frecuentemente, no se expresan otras razones y hechos que contraríen la doctrina que venimos susten- tando, sino algunos que se relacionan con los cuidados de una buena higiene y ventilación natural deN. á S., pro- pias de tales situaciones topográficas, en cuyos pueblos se admira á la vez un buen orden gubernativo, que propor- ciona á más la tranquilidad moral necesaria á la vida, como vemos que existe en ciertas provincias de dichas islas orientales. Lo mismo que asentamos aquí en principio, relativo á las causas generales climatológicas, predominantes en las Antillas, creemos aplicable á las demás islas occidenta- les, en todo cuanto concierne á su latitud y longitud geográficas y condiciones insanas, que se encuentran en algunas poblaciones del Archipiélago Mejicano y partes de la América del Sur, más inrhediatas á dichas Antillas. Ejemplo de esto puede ser lo que ocurre en el Golfo de Mé- jico en el Rio muerto ó Ribera de muerte, llamada así por su reconocida mortalidad para los Europeos; punto que, según observadores autorizados, se hace inhabitable para los mismos por estas circunstancias. Lo propio sucede en ciertas localidades de las Islas Bermudas en la América 99 del Sur, por hallarse en idénticas ó parecidas condiciones climatológicas á las indicadas. Compruébanse los malos efectos de las emanaciones pútridas y aire respirable viciado que existe en los campos y poblaciones dichas, por las observaciones de los prácticos distinguidos allí, entre ellos Lind, que afirma haber algún punto en las Indias occidentales, como en Puerto-Manon, cerca de la Isla Rattuan, muy aglomerado de montañas y bosques inaccesibles á los vientos, siendo el propio de allí tan nocivo, que apenas respirado por algunos dias pro- duce vómitos violentos, congestión cerebral y aun he- morragias activas, tanto que hasta por los mismos poros de la piel se nota á veces su emisión. Y ya que de bos- ques y selvas se trata., no podemos menos de expresar nuestra conformidad con algunos prácticos del país que reconocen la existencia de estos, así como de las lagunas y rios no encauzados en algunas poblaciones de los Tró- picos, como causa productora de emanaciones nocivas, que algún contemporáneo al contrariarle consigna como especiales para las endémicas palúdicas y no para el vó- mito, cuya gradación morbosa en escala ascendente vere- mos después, sin negar por esto que dicha enfermedad se presente como epidémica en poblaciones cultas, consecuti- va como se ha dicho á grande acumulación de inmigran- tes allí, lo que da lugar á otras concausas del mismo géne- ro productoras de mal. La proximidad á la playa del mar, con las confluencias - y remansos de aguas de mar y dulce mezcladas, conte- niendo materias orgánicas en descomposición pútrida, es otra de las condiciones morbosas determinantes de este mal, consignado así por la historia, según ocurre en la Isla de Santo Domingo, donde empezó á conocerse prime- ramente el vómito, como en todos los puntos de las Anti- llas y Seno Mejicano donde existen radas, bahías, ca- yos y arrecifes que circundan la mayor parte de aquellas islas; lo mismo sucede con las de Santa Lucía, Santa Cruz, Barbadas, Jamaica, Martinica, Veracruz, Jalapa, Nueva Orleans y otras poblaciones de Méjico, en que obran las mismas causas, notándose que al producirse epi- démicamente esta enfermedad en puntos de nueva pobla- 100 cion, no se verificaba hasta algunos meses después de su instalación, cuando por necesidad se habían agregado á los focos infectantes dichos, una regular cantidad diaria de escrementos y restos de animales en desperdicio. La exposición de los Europeos á padecer la fiebre amari- lla, próximamente al llegar á América ó poco tiempo des- pués, es muy conocida de todos, así como el ser más fácil aquella si verifican su arribo en tiempo de verano^ por lo que el Gobierno español tiene oportunamente prohibido el embarque de tropas para allá en dicha estación. La expe- riencia ha demostrado igualmente que no todos los Euro- peos corren el mismo peligro en aquel país. Que los Espa- ñoles mueren proporcionalmente menos que los Franceses, estosen segundo término y en tercero los Ingleses, ó lo que es lo mismo, que la pérdida es de un veinte por ciento en los Españoles, cuarenta en los Franceses y sesenta en los Ingleses; por lo que estos hacían pasar sus tropas á Gibraltar por dos ó tres años antes de llevarlas á sus islas de América en invierno, á fin de que fueran allí menos impresionables ala acción de la enfermedad, después de haber pasado por una temperatura media entre el frío de su patria y el calor de aquellos países. Se tiene por un hecho comprobado lo excitante del ca- lor, y según los antiguos, que este dispone al vivo á la .pu- bescencia, acelerando la descomposición pútrida de las sustancias animales muertas, la que retarda ó anula el frió; así en el hombre, dicen, que pasa de un país frío á uno muy caliente debe aumentarse aquella tendencia con la desproporción de temperatura dicha. Esta es la razón de presentarse en Europa las calenturas llamadas pútridas durante el verano y principio del otoño y desaparecer con el frió; siendo la propensión á la putrefacción mayor, y haciendo esta más estragos en. aquellos cuya predisposi- ción á corromperse sus humores es más manifiesta. Por aquella causa en general los Africanos y los Chinos arries- gan menos que los Europeos al pasar á los países calientes de América, los Rusos más que los Ingleses y estos más que los Españoles, haciéndose apenas notable el calor en los que pasan por grados sucesivos é insensibles de una temperatura baja á otra alta, como les sucede á los Espa- 101 \ ñoles que van en el principio del invierno á América y permanecen allí hasta el verano, reduciéndose mucho la sensación de esta diferencia de temperatura en los indí- genas que no han salido de su país, donde es endémica la enfermedad; observación constante é idéntica siempre desde el descubrimiento del Nuevo Mundo hasta el dia. En los individuos recien llegados á las Islas de Améri- ca se vé que la temperatura de su cuerpo es tres ó cuatro grados más elevada que la de los naturales del país, á cuya disposición atribuye el Doctor Kittrik una mayor aptitud para contraer esta enfermedad. Está reconocido igualmente, que las diferentes circuns tancias que alteran ó vician el aire respirable del modo insinuado, no sólo producen esta enfermedad, sino que la activan de un modo visible. Brouseais admitía tres especies de partículas en el aire, que miraba como el origen del tifus icterodes: las que pro- vienen de la putrefacción de sustancias animales, ó sea emanaciones pútridas; las que son productos de animales enfermos y sanos, ó sean miasmas, y las que dimanan de sitios pantanosos, ó sean efluvios ó exhalaciones pantano- sas. En el primer caso se encuentra la hediondez de los cuerpos de animales muertos, cadáveres de anfiteatros, cementerios y muladares, que pueden infestar el aire y oca- sionar en él una especie de envenenamiento gaseoso, que se tiene por origen del tifus, ya indígeno ya exótico, según el clima en que se verifique la infección, siendo esta más activa cuanto más cálido es el país en que se efectúa. Los miasmas que se producen por la aglomeración de cuerpos sanos en sitios estrechos y poco ventilados, al- teran también el aire respirable, adquiriendo á veces una considerable virulencia, hasta el extremo de producir ce- falalgia, calor acre á la piel, sed ardiente y fiebre en oca- siones notable; siendo las epidemias que resultan de estas causas más activas en razón directa de la fuerza de virulencia de dichos miasmas y pro} orcional al número de animales reunidos, calor atmosférico y estrechez del local. Las prisiones, campamentos y buques se encuentran en este caso, de que nos cita ejemplos bastantes la historia antigua y moderna. Compruébase este aserto con el resul- 102 tado que dan ciertos malos olores para producir náuseas, excitar el vómito y suprimir el apetito; lo que se verifica en algunos anfiteatros, cárceles y hospitales, obrando di- chos miasmas por sobreexcitación del estómago, hasta pro- vocar sus contracciones peristálticas y con ellas el vómito. Tratándose de la mucha acumulación de gentes en puntos dados, que se considera aveces como peculiar de la fiebre amarilla, la creemos también común á todas las epi- demias propias de la especie humana y de los animales. Esto mismo ocurre como consecuencia de la falta de ob- servancia de una buena higiene y policía sanitaria, cuya acción rigurosa y prudente es tan benéfica para la amino- ración de los estragos epidémicos. Compruébalo así la in- munidad de ciertas poblaciones de América, en donde se observan tan buenas prescripciones y que están expuestas á continuas y fuertes corrientes de todos vientos, que lim- pian incesantemente su atmósfera. Cuéntanse entre estas, la llanura de Plaissance, Isla de las Tortugas y el barrio de la ciudad de Matanzas, existiendo á la vez en |estos pun- tos un terreno calizo, absorbente de la humedad y una ele- vación topográfica notable. Cítase igualmente con tan bo- nancibles propiedades el valle de la Souf riere, en la Isla de Santa Lucía, como inmune á la acción de esta enfer- medad, creyéndose que los cerros que le rodean impiden las inundaciones y pantanos, de que aún no carece, rei- nando por otra parte en ella con bastante fuerza los vien- tos. Hay que advertir que en este valle hay emanaciones sulfídricas procedentes de su suelo, quizá centralizadoras del agente endémico ó epidémico, que no destruyan ó inu- tilizen. Las exhalaciones pantanosas son también una causa po- derosa para alterar el aire del modo dicho, y contribuir á la producción del tifus aun con la desecación anua y es- tacional de los pantanos, sobre todo en países cálidos, en que contienen muchos reptiles é insectos, que al morir y entrar su putrefacción producen tales exhalaciones. Otro de los accidentes que en los puertos de mar facilitan las malas exhalaciones indicadas es la putrefacción de las maderas sobre que están formados los muelles y la exis- tencia en las bajas mareas de las conchas, mariscos y otros 103 cuerpos de este género, que quedan al descubierto y fá- ciles á la descomposición pútrida, mucho más en propor- ción á ser el aire muy caliente, condición precisa , según todos los observadores, para que se produzca este mal. En Veracruz, población de las más castigadas por esta en- fermedad en la estación del verano, se nota ser excesivo el calor atmosférico, siendo sus inmediaciones de extrema aridez, en las que existe una arena movediza, que se amon- tona con los aires, y de la cual refleja un calor tan consi- derable que ha dado en esta estación, según Humbolt, 48 y 50° centígrados. Y no es extraño esto, pues es una ver- dad bastante conocida que el calor aumenta tanto más la susceptibilidad del aparato digestivo y especialmente la secreción de la bilis, cuanto aquel es de mayor intensidad; siendo, repetimos, una observación constante que la reunión de una grande humedad y calor fuerte á la vez, produce un desarrollo más activo de la fiebre amarilla. Sobre ello ha observado Valentín que si la temperatura es muy ele- vada, sin que el aire se encuentre agitado, ó si reina viento Sur constante, se desarrolla y toma mayor incremento aque- lla, viéndose que la aparición de las lluvias sin la dismi- nución del calor la aumenta notablemente; y mucho más cuando allí es continuada y casi constante esta tempera- tura en verano, graduada como antes hemos indicado por 30° centígrados. Es también observación constante, repe- timos, que las poblaciones en que hace mayores estragos dicha enfermedad son las que están rodeadas de pantanos ó próximas al mar; desarrollándose con más facilidad y violencia cuando las causas productoras se efectúan en lugares bajos ó que exceden poco del nivel del mar, te- niéndose por seguros é inmunes de ella los sitios elevados y montañosos, aun al tiempo de ser fuerte y mortífera en las llanuras; diciéndose no haberse observado nunca á la altura de 40 á 50 pies sobre el nivel del mar, por ser sitios muy ventilados, á la inversa de los antedichos en que reina generalmente un calor sofocante. Nótase esto en las altas llanuras de Méjico, donde la temperatura es de 16° próxi- mamente, llegando en algunos inviernos hasta 0, en cu- yos sitios se dice no haberse experimentado jamás la fiebre amarilla, que se presenta no obstante en los habitantes de 104 estos países, cuando de dichas elevadas llanuras vienen al litoral del continente. Respecto al predominio de los vientos en América en las épocas de verano y otoño en que hemos residido allí, nos ha manifestado la experiencia cierta analogía, si no exacta identidad, entre la influencia de algunos de aquellos con las formas en que se presentaba el mal; así es que con la aparición del viento E. yN. correspondía la forma efémera leve; los del N. y S. con la forma gástrica; los de O. y S. con la adinámica y con los de S. y E. la atáxica; notán- dose una diferencia visible y directa en esta, al variar cada uno de dichos vientos; lo que nos induce á mirarlos como modificadores bastante activos del agente patogénico de aquel. Mas dicho predominio hemos visto que para nada contribuía á evitar ó disminuir la acción de la endemia y á veces epidemia en los barrios, cuarteles y calles en que existían los focos propios de ella, y que hemos citado en la topografía médica de la Habana; reconociéndose en esto, que si bien el impulso de los vientos contribuye mucho á evitar la aparición de la fiebre amarilla y aun á contener sus estragos en sitios elevados, caso de presentarse en ellos, de ningún modo previene su acción, cualquiera que sea su carácter, en las localidades citadas en que predominan las circunstancias dichas. Esto nos viene aprobar que el agente patogénico tan investigado por todos, y que se ha dicho re- sidir exclusivamente en la atmósfera, no es una sustancia aislada, única y homogénea suspendida en ella, pues siendo así cedería á cualquier corriente de aire que la lle- varía al punto de su dirección, en todo su ser, sin modi- ficarla, como lo hace y destruye á veces en los sitios muy ventilados. Es pues evidente que el agente patogénico compuesto de varios elementos no existe aislado en la at- mósfera, sino que procedente de sus focos propios, se forma y desarrolla allí; viniendo luego á esta, donde sufre las modificaciones consiguientes á la dirección é impulsión in- dicada de los vientos. Hay autores y aun de América que creen, infundada- mente para nosotros, derivarse la fiebre amarilla de un miasma atmosférico, compuesto de insectos especiales de igual índole, que producen determinadas condiciones en- 105 démicas para ella. Otros piensan, con mas razón quizá, que dicho miasma absorbido produce el fenómeno de un envenenamiento séptico de la sangre. De la primera opi- nión fueron Lucrecio, Columela, Linneo y otros, hasta los modernos Brown, Holland y algunos más, cuya teoría se ha venido aplicando como causa de muchas epidemias y que ha llegado hasta nuestros dias con Hóod, Henle, Drak y Michel, aplicada á la causa particular del tifus, consis- tente en verdaderos fungoides microscópicos especiales para cada clase de epidemia, que decían eran introducidos por la boca á la cavidad del estómago con los alimentos, Desde entonces proviene en América el tratamiento detesta enfermedad por la administración del aceite, ya de olivas, ya de almendras, sólo ó mezclado con limón, con objeto de envolver con él estos corpúsculos ó miasmas, neutrali- zando su maléfica acción sobre la mucosa digestiva y pro- vocando su expulsión por el vómito. Pero antes de dar valor á estas opiniones, veamos lo que puede existir de po- sitivo en ellas. Sin negar la existencia de dichos fungoi- des microscópicos, no podemos admitirlos como agentes ex- clusivos patogénicos de la fiebre amarilla, pues que he- mos visto que de los focos pantanosos dichos no sale el agente formado ya, sino sólo emanaciones pútridas que pasan á la atmósfera y le suministran los elementos para su formación; mas este agente no creemos que exista ais- lado en dicha forma. Su modificación, expresada por los vientos é impulsión y alejamiento de él, no podrían des- truirle como lo hacen, aunque sí arrastrarle fuera de una determinada localidad, llevándole á otra, lo que no ocurre ciertamente. Lo mismo sucede con la teoría de ser los mias- mas partículas emanadas de los focos de putrefacción, sin dársele otro carácter y como si fuesen cuerpos volátiles de la atmósfera, pues sin esta circunstancia son bastantes las propiedades físico-químicas elementales del aire atmos- férico, con tales condiciones de descomposición orgánica, para producir determinadas alteraciones en la hematosis como principio del mal, sin necesidad de apelar á la exis- tencia de dichos corpúsculos en aquella. De esto tendre- mos ocasión de ocuparnos detalladamente al tratar de la naturaleza de esta enfermedad. i4 106 Las apelaciones á las corrientes electro-magnéticas para explicarse la producción de los miasmas, así como del calórico y la luz, no explican suficientemente la con- dición de este á impulso de tales elementos; los que po- drán contribuir con su acción á la modificación de las funciones vitales en pro ó en contra de la absorción del agente patogénico, mas no de otro modo exclusivo y ab- soluto. De los efluvios pantanosos ó sea dé las emanacio- nes de hidrógeno sulfurado, sulfi-hidrato de amoniaco y otros, nos parece deberlos admitir como coadyuvantes á la confección del agente patogénico de esta enfermedad, y productores de él. No así debemos estimar la existencia en la atmósfera y aguas potables de los espórulos y óvu- los de anunalillos y plantas microscópicas, como causa eficiente de estas y otras enfermedades; pues si bien es cierta la existencia de estos seres en la forma dicha, po- drán ellos producir sus fenómenos de generación propia en cuerpos organizados ad hoc; mas la experiencia nos demuestra que el agente especial del tifus se forma en lo- calidades dadas, en que existen focos bien iníectos de pu- trefacción. En estos es sabido que se forma y despren- de continuamente mucha cantidad de gas sulfi-hídrico, subsistiendo libre en bastante extensión; es evidente que este, no sólo es incompatible con la vegetación y anima- lizacion, sino que destruye y desorganiza la materia or- gánica; por lo que no es aceptable la generación, creci- miento y desarrollo de tales seres, á impulso de gas tan destructor. Y á ser cierta la trasposición de dichos espó- rulos, en sus condiciones dadas, se vería esta enfermedad producida por ellos en los pueblos vecinos á los en que existe epidémicamente, por la presión ó corriente del viento, lo que no sucede nunca en los pueblos fuera de las playas, en que existen los dichos focos naturales de la endemia. Además, ¿cómo obran dichos espórulos sobre la economía animal para producir tales fenómenos? En ello no es admisible otra forma que la absorción, penetrando por el torrente circulatorio ya enteros, lo que no es creíble, ya disueltos: mas es sabido que hasta las sustancias mi- nerales necesitan para ser absorbidas, no sólo su disolución, sino cierta forma molecular que las haga permeables al 107 través de las membranas organizadas ¿ lo que no es fácil concebir de los espórulos, pues aun siendo enteros nunca llegan á tal pequenez molecular, ni sus cubiertas celulosas tienen la flexibilidad de las albuminóideas de los glóbu- los saguíneos; dificultades que se oponen directamente á la aplicación de tan ingeniosa teoría. Dista mucho, pues, de quedar demostrada la razón de preferencia á dichos es- pórulos, y mucho menos la relación de causa y efecto en- tre ellos para la producción de la fiebre amarilla. Llegamos ya en la investigación de estas causas al es- tudio de los elementos atmosféricos, el cual es bastante ím- probo, pues á ser exacto debe consistir en conocer todos y cada uno de los componentes de la atmósfera; los estados atómicos, isomórficos y alotrópicos de ella; los de los de- más cuerpos gaseiformes que, ya libres, ya combinados, existen en la misma, y las relaciones posibles entre dichos estados y cuerpos, así como la infinita variedad de in- fluencias meteorológicas; dificultad grave y poco me- nos que imposible para el hombre; viéndonos reducidos por ahora á aceptar la palabra antigua de constelación atmosférica como de fórmula común, por más que no re- conozcamos en ella explicación alguna satisfactoria á tal problema. Dicho se está pues anteriormente, el valor que á la electricidad atmosférica damos en la presente cuestión, reconociéndola, no como agente patogénico, sino como cuerpo elemental que por su propiedad conocida y pre- sión indudable sobre el sistema nervioso, podrá influir bas- tante en la modificación de las funciones fisiológicas para hacer más impresionable aquel, ó activar su incremento en los sujetos del temperamento dicho, lo mismo que ve- mos en la marcha y desarrollo de otras enfermedades. Es indudable que el agente patogénico de la fiebre amarilla ataca á la vez á la economía animal en lo material, como es la composición de la sangre, y en lo vital, ó sea la inervación, lo que nos indica que aquel debe tener una acción doble, siendo compuesto ó de naturaleza tal que pueda ejercer aún una influencia física y otra funcional; condiciones determinadas en los cuerpos gaseosos y flui- dos imponderables. Los primeros ejercen su acción sobre la composición de nuestros humores y los segundos sobre la 108 vitalidad ó inervación; coligiéndose de tales fenómenos la introducción en el organismo por la piel ó las mucosas de un cuerpo gaseoso por endósmosis, cuyas fuerzas químicas se dirigen sobre los componentes de la sangre, producien- do en ella una disgregación material, obrando á la vez como fuerza imponderable sobre los filetes nerviosos peri- féricos , que llevan su acción depresora á los centros de la inervación, como vemos que se verifica en esta enferme- dad, y que nos prueban los síntomas en el vivo y las le- siones anatómicas en el cadáver. Cubiertos pues los particulares de estudio indicados, como entre las causas más probables de esta ¡enfermedad se cuentan las graves faltas en la higiene, antes de pasar á determinar las más generalmente reconocidas en Europa, veamos aún las que como ocasionales podemos reconocer en América, al tenor de nuestras investigaciones en tal extremo. Y precisando nuestras consideraciones en lo higiénico sobre las causas de la fiebre amarilla en América, permí- tase, al objeto de nuestro empeño, fijar más particularmen- te nuestra observación en lo que ocurre en la Habana, que por foco más constante se tiene de la endemia, en el gé- nero de vida que comunmente adoptan los Europeos y muy particularmente los Españoles desde su llegada allí. Sabi- do es y casi proverbial el aumento de precio que en nues- tras Américas tienen todos los objetos de consumo preci- sos para la vida, desde la modesta habitación intra ó ex- tramuros de la ciudad, hasta los más insignificantes útiles personales y domésticos; así que no se extrañará el afir- mar que la mayoría de los emigrados Europeos, indus- triales y artesanos en su mayor parte, van á ocupar des- de luego, por más baratas, la multitud de habitaciones di- chas aposentos que hay de alquiler en la mayor parte de las casas de extramuros de la Habana, generalmente ba- jas, húmedas y poco aseadas, que no tienen más ventila- ción que la de la puerta y alguna reja en ella, suma- mente insanas por lo tanto. Como la mayor parte de los emigrados son solteros y muchos de vida aventurera, adop- tan como plan alimenticio propio el seguido allí general-- mente, aun por recurso de sociedad por elevadas personas, 109 de comer de fonda ó cantina. Esto hace el que todos los recien llegados varíen desde luego en América su régi- men alimenticio doméstico y habitual, y que los Españo- les paisanos abandonen su olla ó puchero nacional, tan sustancioso y hecho á cocion lenta, como debe ser, y no precipitada como hacen allí, permutándole por la variedad de platos de cocina especial, pero poco ó nada española. Baste esta sola afirmación para comprenderse desde lue- go el mal efecto que la alteración del régimen alimenti- cio del Europeo, más bien del Español en América, pue- de hacer y produce necesariamente en la economía ani- mal, siguiéndose á él (y hablase por propia experiencia) las malas digestiones precursoras de mayor mal y como su consecuencia la falta de apetito y necesidad aparente de estimulantes digestivos. Estoen verdad no ocurre des- de luego, pues sabido es y casi común el extraordinario apetito con que se llega generalmente á América, después de un largo viaje, efecto según se cree de haberse descar- gado, como generalmente ocurre, el tubo digestivo, con el vómito propio y natural de la navegación; mas sucede que aquel pronto se sacia con los manjares de fonda ó cantina,. llegándose á los pocos días ó al mes de este sistema alimen- ticio al estado antes descrito, precursor indudablemente del empacho gástrico, si ya no es este; primera causa oca- sional y prodomo á la vez frecuentemente de la fiebre amarilla. Agréganse á estas circunstancias las infinitas y variadas causas morales que de continuo influyen podero- samente en aquel país en todos los emigrados Españoles, entre otros motivos por el recuerdo apasionado y constante de afectos indestructibles en la vida con la edad, con las distancias y con el tiempo, que se revelan muy bien en todos por la ansiedad propia y natural con que esperan el correo de España, y al recibirlo devoran mas bien que leen la correspondencia pública y particular. Esta especie de nostalgia, relativamente hablando, con sus agitaciones pe- riódicas en la moral, propias y consiguientes en un país en que la codicia y medio de satisfacerla constituye en lo general la pasión sino exclusiva, dominante entre sus po- bladores, lo mismo extranjeros que Españoles é hijos del país; mas aun la existencia entre estas pasiones de algu- 110 ñas de las conocidas como especialmente excitantes ó de- primentes, de que se observan infinitos ejemplares por di- chas causas, todas ellas van reflejando en lo físico, sino de pronto, sucesiva y paulatinamente, su perniciosa acción y favoreciendo en mucho la predisposición morbosa indicada. Mirada bajo otro aspecto la cuestión, puesto que de Espa- ñoles venimos ocupándonos, hagámonos cargo de lo que su- cede comunmente á mucha parte de la oficialidad del ejér- cito, destinada al servicio de guarnición en nuestras Anti- llas. Esta es generalmente joven, animosa y resuelta, en tanto como lo ha sido para optar comunmente por una ex- patriación de seis á nueve años y á riesgo muy sabido de su vida. Ella ansiosa de conocer y admirar todas las nove- dades, caracteres y satisfacciones que un mundo de goces y riquezas proverbiales le ofrece, con pingües recursos á su disposición, proporcionalmente á los que antes disfru- tara en esta Península, sin tener presente generalmente que no se encuentra en Europa, y desconociendo casi siem- pre las causas más fáciles, comunes y favorables de dicha endemia, no vacila en darse á la satisfacción de los goces materiales de la vida. Así vé el observador desde luego quizás á sus mismos compañeros de viaje allí, en comi- lonas repetidas, bailes frecuentes y excesos de la Venus, de que rara vez se les vé salir ilesos sin tener que lamentar la ligereza de su extravío. Así no debe parecer extraño que los jóvenes, por su especial susceptibilidad orgánica y excesos dichos, sean, con preferencia á otras edades, los más propensos á padecer el vómito amarillo en Amé- rica. De esta mayor susceptibilidad orgánico-vital de los mismos, que les expone á graves consecuencias morbosas en los cambios sucesivos de su orden fisiológico, parecen menos expuestas y más refractarias á su nocivo influjo las personas de treinta años de edad en adelante. Más de un caso de fiebre amarilla, por no decir infinitos, se notan en aquellos á consecuencia de cualquiera de dichos extravíos; pues como queda insinuado, la indigestión que en Europa es las más veces ligera y curable sólo con la dieta, en Amé- rica es casi siempre en dichas personas la causa, sino pre- disponente ocasional, y aun como pródomo de la fiebre amarilla. 111 En cuanto á la tropa, si bien esta no se encuentra en condiciones tan favorables para los citados excesos, no deja de cometerlos aun en su reducida esfera, dándose desde luego, entre otros del orden indicado, los soldados bisónos á saborear la variedad de frutas del país, casi to- das las más accesibles á sus recursos, acidas y resinosas, como son la, pina, el mangó, la, guayaba, la chirimolla y otras, que á no estarse habituados á ellas, son demasiado fuertes é indigestas, produciendo dolores intestinales y diarrea. No deja de ser también muy nocivo para el sol- dado español recien llegado á América el hacer uso en las cantinas, ya para comida, ya como estimulante de la bebida, de varios pescados en salmuera que allí se venden, y en especial de la llamada bacarela ó sea la caballa de España, tan desechada en los mercados de la Península, como presentada allí á la venta pública. Concurre á la vez á lo dicho lo raro que es en América encontrarse los buenos vinos de Europa, y de España en particular, pues todos los más comunes de estos, á no ser los dichos generosos y su- periores, por exquisitos, bien conservados y de gran precio que sean, se encuentran casi siempre en un principio de fermentación acida, cuando no ya en esta, debido quizás á las calorosas condiciones del país, que dificultan mucho su conservación y mejora. Esto así determinado, puede comprenderse desde luego la nociva influencia de las co- midas y bebidas, fuera de las de rancho, del soldado espa- ñol recien llegado á América y los males á que, no sien- do ya veterano y conocedor del clima, está continuamente expuesto. Así se vé en general en todas las clases al que, por no ser ya nuevo en América, prefiere á toda fruta de allí la naranja del país, tan nutrida aunque no muy ju- gosa, y á toda bebida el generalizado Boúl, especie de re- fresco de cerveza, jarabe acidulado y agua. Hasta aquí lo que no hemos querido omitir, por violento que sea el decirlo, de varias concausas, ya predisponen- tes, ya ocasionales, de esta enfermedad y que se relacio- nan muy directamente con las faltas en la higiene, que tanto lamentamos donde quiera que se encuentran. Fijándose ahora ya una mirada retrospectiva hacia lo que ha ocurrido en varias capitales y poblaciones de Eu- 112 ropa y de España en las épocas consignadas por la historia, de epidemias de esta enfermedad desarrollada allí, vemos en casi todas un puerto de mar ó bahia con recodos y re- mansos, donde confluyen aguas de rio ó de mar y las cloacas de la población, como se ha comprobado en Nueva- York, Nueva Orleans, la Habana, Barcelona, Cádiz, Má- laga, Liorna, Dublin y otras del nuevo y antiguo mundo; y aunque hay algunas de estas poblaciones en Europa en que no se ha presentado este mal, quizá por otras condi- ciones de aireación favorable, esto no prueba que no pueda desarrollarse en cualquiera ocasión en que disminuya lo bonancible de dichas circunstancias. Las mismas de elevación de temperatura, como causa general ó concausa, según algunos, de la fiebre amarilla, y el ser menos expuesta á ella los naturales de climas cá- lidos y aun templados que los de los frios, da razón del por qué en las epidemias de esta enfermedad en Cádiz y Andalucía, en los años de 1800 y 1803 en que el calor fué intenso, se libraron de ella los indígenas de América y Veracruz y los que habían permanecido allá algún tiempo; muriendo casi todos los Hamburgueses y gran parte de la juventud francesa; excediendo proporcionalmente mucho entre los Españoles el número de muertos Montañeses, As- turianos, Navarros y Vizcaínos al de los Andaluces y espe- cialmente al de los hijos de Cádiz. El doctor Aréjula, ob- servador profundo de esta enfermedad en Andalucía por los años de 1800 hasta 1813, hace notar que hacia la mitad de Agosto déla primera época, en que fué muy mortífera en Cádiz aquella, los grados de temperatura en una ele- vación local despejada llegaron hasta 28 grados de Reau- mur; temperatura igual á la común y continuada de la Zona Tórrida en esta estación, observada porDecovsigny en el Senegal é Isla de Cabo-Verde: y siendo estos grados marcados á la sombra, es de presumir que al sol hubieran subido de 32 en adelante. Y es de advertir que el mismo Aréjula, sostenedor de estas teorías, afirma haber observado en Cádiz la fiebre amarilla en repetidas experiencias que hizo, á una tempe- ratura de 13° centígrados; lo que parece probar que es pro- pia de más baja temperatura que la constante en América 113 que hemos asignado, si bien en dicha población, en la época en que aquel práctico la observara, reinaba ya epidémica- mente. Como comprobación de que el mucho calor, humedad y emanaciones de las costas y rios inmediatos se tienen como causas de este mal, pueden citarse, en la referida época, las poblaciones de Málaga, Sevilla, Marsella, Mes- sina, Constantinopla y otras de África, en que bañadas sus costas por el mar y azotadas por los vientos del Sur, hizo estragos horribles aquel, predominando siempre la alta temperatura indicada. Los partidarios de la doctrina fisiológica sostienen que las causas de esta enfermedad son todas las que contribu- yen á romper el equilibrio entre la piel y la membrana mucosa de las vias digestivas, mirando estas como lími- tes situados entre nuestros órganos y cuerpos que le son extraños, para preservarlos de su funesta impresión; consideran la piel del Europeo ó recien llegado al país, donde existe la fiebre amarilla, como un centro de activi- dad adonde viene á parar la suma de las fuerzas vitales; y de aquí por consiguiente la disminución de secreción del fluido que lubrifica las superficies mucosas; siendo ello una causa predisponente de este mal. El apetito dis- minuye entonces, necesitándose estimulantes y bebidas fuertes, que en un clima nuevo no están en relación con la sensibilidad del estómago, alterándose el fluide mucoso propio de él, cuyo fenómeno es quizá el precur- sor de dicho mal. Creen que, bajo la acción de un clima ardiente, la bilis segregada en mayor abundancia se acu- mula en su receptáculo, puesto que las evacuaciones al- binas son raras, y que aquella no tiene otra via de secre- ción. En tal circunstancia la vejiga de la hiél, dicen, está llena de bilis cística; la hepática debe hallarse en abun- dancia en el duodeno, y si, como debemos presumir, reflu- ye bilis hepática al estómago, fuera del tiempo de la diges- tión, debe ser estando alterada por una sobre-irritacion orgánica, que comunica á la mucosa de las vias digesti- vas, hasta producir la gasiro-enteritis, en que creen consistir esta enfermedad. Observemos, por otra parte, que ya en lo antiguo en los is 114 escritos del venerable anciano de Cos, descuella siempre un elemento de doctrina, cual es la afirmación de ser la mezcla de calor y humedad, así como su aumento y pre-.. dominio, la causa de las fiebres de carácter pútrido y pes- tilencial: esto así dicho, aunque tan vagamente, pasó con razón en el trascurso del tiempo como un hecho consuma- do y como doctrina muy autorizada entre las infinitas que se sucedieron sobre la causa y naturaleza de las fiebres. Respecto á las mismas en épocas sucesivas, vemos asignar- le las especiales de la bilis, atrabilis, pituita y sangre, confirmándose que los cambios y modos anómalos de ser de estos líquidos ó de sus órganos propios normales en la economía animal, por causas varias é infinitas, ya cósmi- cas, topográficas y estacionales, ya bruscas, ya locales, pro- ducen un aumento de calor animal en el cuerpo humano; calor especial, seco en general, pero anormal y excesivo, que caracteriza propia y principalmente el estado dicho de fiebre, sobre cuyas teorías no son más que un corolario las anteriormente asignadas. Ya veremos en su lugar, tratando de la naturaleza, el fundamento que para nosotros tiene esta opinión, aparte de lo característico bajo que se le considera esencialmente. Otra de las causas que se tienen fundadamente por más abonadas para producir la fiebre amarilla en los re- cien llegados á los países en que esta es endémica, es la frescura y relente de las noches, que antes citamos, y que sucede rápidamente al calor excesivo del dia, produciendo una constricción en el tejido dermoideo, que se halla dila- tado, dirigiéndose la materia de la secreción cutánea por dicha constricción, hacia el estómago é intestinos, ó des- alojándose la sobreexcitación de la piel y pasando, 'por una especie de metástasis, á la membrana mucosa digestiva, hasta producir en ella un movimiento fluxional ó sobre- irritación notable, opinión que n . creemos carece de funda- mento, y que bien dilucidada podria hacernos dar con la clave de la causa y modo de ser de esta enfermedad, sobre lo que emitiremos nuestro modo de ver, á su tiempo.' Está confirmado igualmente que las estaciones más fa- vorables para la presentación y desarrollo de esta enferme- dad en ambos hemisferios, son el verano y otoño; no obs- 115 tante, prácticos distinguidos declaran haber existido en Gibraltar en baja temperatura en 1813; y Rush dice haber hecho estragos en Filadelfia en los meses de no- viembre y diciembre; mas repetimos que estos son casos muy raros que no destruyen la observación general. Según el doctor Aréj ula, existen entre las causas pro- ductoras de este mal en Europa, y particularmente en Es- paña, una, que se ha reconocido ser el contagio, supues- ta la predisposición del sugeto y no haber pasado la en- fermedad; otra es la alta temperatura de verano, propia para activar aquel, que algunos llaman concausa, la cual ocasiona en el individuo una debilidad considerable y general del sistema nervioso, á que se le llamaba ataxia. La predisposición, la causa ocasional y dicha concausa se necesitó en Cádiz en 1800 á 1803, según el mismo autor, para producirse el mal, concurriendo todas juntas; pues con faltar una, dice, no tenia lugar aquel. Otros vitalistas, como el doctor Cópelo, que aún hoy es- cribe sobre esta enfermedad en el Sur de América, sostie- nen que la fiebre icterodes procede, según muchos creen, de un contagio especial, de condiciones propias para su generación y desarrollo. En vista de la autoridad y fun- damento con que parece sostenerse el contagio como cau- sa ó concausa de dicha enfermedad, nos hará esta creen- cia el tratar de él antes de proceder á describir oportuna- mente aquella. La patología moderna, que desde fines del siglo pasado ha descollado en la ciencia, haciendo una abstracción ya filosófica, ya sistemática de las teorías antiguas, en que predominaba un vitalismo escolástico y tradicional, si á veces ha producido un notable progreso en el examen de las causas de esta enfermedad, otras ha dejado por re- solver los principales puntos de doctrina, entre los que es- tán la patogenia propia de este mal, precisa para dedu- cirse posteriormente la más segura enseñanza de su cu- ración y aun de su profilaxis. Causa un desconsuelo horrible ver sostener en el dia y aun por prácticos de América, que estamos en el mismo atraso é ignorancia que en siglos anteriores sobre la pa- togenia icterodes ó sea de la fiebre amarilla, y por conse- 116 cuencia de su tratamiento. Nó, no han sido infructuosas para el saber las afirmaciones prácticas de Aréjula, La- - fuente, Puguet, Valentín y otros, por más racionales que se crean, las de Rush y Doutroulau, prácticos tan distinguidos en esta enfermedad en América. Lo que hay de positivo es que las controversias de escuela, sin el eclecticismo necesario para resolver estas cuestiones, acep- tando la verdad donde y como quiera que exista, lo que hacen es oscurecer más el problema, dando lugar á infi- nitos y lamentables extravíos de sentido. NATURALEZA. Henos aquí ya en uno de los puntos más importantes del conocimiento de esta enfermedad, por no decir el princi- pal, puesto que de su evidencia ó exacta apreciación ha de deducirse necesariamente la adopción del mejor ó más se- guro tratamiento. Casi todos los prácticos que le estudian, al llegar á este extremo parece como que dudan, cuando no confiesan su ignorancia, notándose en ellos una es- pecie de retraimiento previsor en no determinar clara y precisamente dicha naturaleza, por temor al parecer de in- currir en el error, viniendo á ser este particular como el noli me tángere de los antiguos en la gangrena. Esto no lo creemos acertadQ, antes al contrario nos parece que cada uno debemos exponer con precisión y claridad cuanto el espíritu de investigación en él nos ofrezca, y como más aceptable, la experiencia. En su vista, pues, procedamos á hacernos cargo con preferencia de las opiniones emitidas por algunos en este orden, dándoles el valor que nos pa- rezca merecen, para emitir después nuestra teoría en la solución de tan importante problema. Si ha sido y es todavía difícil resolver el tema de la na- turaleza de la fiebre amarilla, por más que se confunda su patogenia y terapéutica consecutiva con la de otras enfermedades, diciéndose por algunos ser una enfermedad extraordinaria y de difícil comprensión, por la variedad de formas en que les ha parecido verla y diversidad de tratamientos necesarios, apareciendo por tales apreciacio- nes como un caos en la ciencia tal designación, ó un enigma inexplicable por la falta de concordancia en los nosógrafos al designar sus síntomas característicos, marcha y tratamiento; no obstante tal vaguedad, discor- dia é incertidumbre, en que hasta algunos contemporáneos parecen obstinarse, con grave peligro y daño para la cien- cia y la humanidad, tenemos el urgente deber de hacer por conocer exacta y minuciosamente, lo más que sea po- sible, dicha naturaleza morbosa, á fin de poder indicar el 118 plan terapéutico más racional y fecundo para la práctica. Bien es verdad que se necesita para ello una erudición nosográfica profunda y una crítica abstracta y desapasio- nada para discernir y elegir, entre los materiales de la ciencia clínica, los buenos contra los incompletos é hijos de una observación superficial ó preocupaciones teóricas, á fin de formarse un criterio exacto ó aproximado sobre la indicada naturaleza y medios subsiguientes de combatir el mal; sin que valgan de nada la autoridad y fama de los autores, más que el prestigio de las buenas doctrinas, el propio juicio y una buena experiencia. ¿Por qué causa aparece todavía la naturaleza de este mal como un enig- ma? ¿Acaso la ciencia de esta fiebre horrible es de un mis- terio extraordinario y excepcional que no tiene analogía alguna con otro tipo nosológico? ¿La,variedad con que al- gunos observadores apasionados la presentan, y diferencias que se ven en su diagnóstico y patogenia, son debidos al diferente modo de estudiarla ó diversos principios patoló- gicos con que se han interpretado sus fenómenos? Creemos en esto último por desgracia, puesto que sus síntomas pa- tognomónicos vemos que siempre son los mismos, aparte de las muy pequeñas diferencias que se observan á efecto de los temperamentos individuales y otras circunstancias de fácil apreciación al criterio médico. La fiebre amarilla pues, bien apreciada, no es una en- fermedad tan extraordinaria y excepcional como aparece para algunos que confunden su naturaleza. Ella tiene su analogía nosológica con otras fiebres, como luego veremos, bastante clara y fecunda, tanto etiológica como anatómica y terapéutica; bien es verdad que las condiciones endémi- cas, epidémicas ó higiénicas en que aparece pueden in- fluir, con la citada de los temperamentos, á que se presente bajo variedad de formas; mas esta apreciación es la que tiene que hacer el práctico para no confundirse en su diagnóstico y en el juicio de su naturaleza. No desmaye- mos hoy por estas contrariedades, y á trueque de parecer arrogantes en nuestras aseveraciones, veamos el modo de poder dar una solución aceptable á incógnita tan impor- tante. Como algún clásico de los que han escrito sobre esta 119 enfermedad dice que se ignora su naturaleza, aunque es de creer sobre ella que algo ha de existir en el apara- to biliario, sea este el lugar de exponer lo que dice Stoll sobre lo mismo, y es que la materia biliosa puede causar la muerte de diferentes modos, sea inflamando el estóma- go y los intestinos, en cuyas paredes se derrama, sea afectándolos de una especie de gangrena ó esfacelo, sin que preceda ninguna inflamación; la lesión producida por esta bilis acre es verosímilmente de una especie particu- lar y maligna, diferente de la que debe llamarse benigna y fácilmente curable; entreviéndose en esta opinión el in- flujo que se daba en su época á los humores para la pro- ducción de las enfermedades y especialmente á la bilis en las febriles, cuya acrimonia se creyó producir varios accidentes, según los órganos sobre que se dirigían. Esta teoría, por anticuada que parezca, la creemos algún tanto fundada en la presente cuestión, aunque dicha así aislada- mente no satisfaga aún lo bastante para explicar de sufi- ciente modo la índole ó naturaleza de este mal. Otros pien- san que lo que existe en esta enfermedad es una sobre- irritación del sistema gastro-hepático, produciendo una redundancia de bilis, por la alteración de sus órganos secre- torios, refluyendo al estómago en mayor cantidad que la debida; mirándose este fenómeno como secundario y re- sultado de dicha sobre-irritación: mas ya hemos dicho anteriormente que este parecer no lo creemos acertado, porque la anatomía patológica, que en infinidad de casos nos demuestra la superabundancia y alteración de la bilis en sus órganos propios, no nos manifiesta ni con mucho en la misma proporción la indicada sobre-irritacion de los órganos gastro-hepáticos, ni muy especialmente esa gastro-enteritis constante, que es para Broussais y sus partidarios la esencia y principio fundamental de esta enfermedad; en cuyo caso podríamos llamarle de natura- leza inflamatoria, lo que está muy lejos de ser así. La teoría patogénica de la flegmasía gastro-hepática aplicada á esta fiebre parece ilusoriamente justificarse en parte, por la causa específica que se supone irritar con preferencia el sistema gastro-hepático, por los síntomas que se observan relativos á este, como el vómito bilioso, 120 el hipo é ictericia, y por las lesiones anatómicas que se han interpretado en este sentido. Pero esta teoría se des- miente por hechos de una significación muy diversa. Efectivamente, el principio icterodes, sea miasmático, de- letéreo, contagioso, endémico ó epidémico, no afecta sólo ó con preferencia al sistema gastro-hepático sino al san- guíneo y nervioso: él envenena toda la sangre conse- cutivamente á su infección, por más que se marque en el sistema gastro-hepático su semeyótica y lesión anatómi- ca, donde creemos que existe primitivamente la afección. Esta, pues, no es una enfermedad simplemente local, con participación simpática y febril del sistema sanguíneo, como sucede á las flegmasías, sino que es una afección general y diatésica consecutiva de todo el sistema san- guíneo, con manifestación determinada en dicho apara- to. Por otra parte no es un agente irritante que provoca una flegmasía común, sino un principio séptico que pro- duce una flegmasía maligna, muy diversa de la primera, por la especialidad de su causa, síntomas, curso, termi- nación y tratamiento: por lo mismo vemos que en toda inflamación maligna es séptica y venenosa su causa, atáxicos y adinámicos sus síntomas, y resultar en conse- cuencia la alteración y discrasia de la sangre, equímoses, gangrena y terminación fatal; razón porque se ha visto en el mayor número de casos ser ineficaz y aun pernicioso el método anti-flojístico, excepto en los casos de plétora muy marcados, que se dirán en su lugar, al determinarse el tratamiento. La tesis patogénica de la analogía de acción y natura- leza entre el miasma palúdico y el icterodes, se comprueba en parte por la forma febril del mal, ausencia ó insignifi- cancia de las lesiones anatómicas de naturaleza ilojís- tica y analogía con las fiebres que le son congéneres, como asimismo por su mutua relación con los síntomas atáxicos, curso rápido y término mortal, que le dan una identidad con las fiebres perniciosas. Justifícase igual- mente dicha analogía por los innegables beneficios que en esta enfermedad ha producido la quina en su se- gundo y tercer período: sin embargo, aunque las condi- ciones endémicas que favorecen el desarrollo de esta fie- 121 bre sean análogas á las que producen el miasma palúdico, está evidenciado por los hechos que hay algo más en el icterodes; que este produce un mal mayor que las fiebres intermitentes, y que tiene su foco endémico propio, más activo que el de aquellas. En esta enfermedad su tipo es continuo, pocas veces remitente en su forma, como ya hemos expresado, sin cesar el estado febril, y para noso- tros nunca intermitente; no confundiéndose la fiebre ama- rilla con ninguna de aquellas por sus causas y síntomas exclusivos, diferentes de los de las fiebres perniciosas á que más se parecen. Existen dos teorías patogénicas muy parecidas en su etiología, que admiten, launa la fiebre amarilla como pro- cedente de un veneno séptico y la otra de un miasma atmosférico ó principio contagioso, más siempre desafine, extraño á la economía, deletéreo y contrario á la asimila- ción y á la vida; la una cree que los fenómenos morbosos característicos dependen del principio enemigo, contra el cual no hay otra indicación racional que la de descomponer con desinfectantes, cuando no eliminar dicho principio, al circular con la sangre. Esta teoría la encontramos muy en su lugar como diremos oportunamente. La otra cree que no basta eliminar el veneno ó descomponerlo, sino que es necesario corregir ó curar sus efectos dinámicos, deducién- dose de la acción deletérea y deprimente del principio icterode sobre el sistema vital, la necesidad urgente de los más poderosos estimulantes, como la quinina, el opio, al- canfor, valeriana, almizcle y otros, de cuya veracidad nos hemos convencido; especialmente aplicables estos medios en el tercer período del mal. La teoría llamada físico-química, que tiene por veneno al principio icterode, parece muy fundada en la acción que ejercen ciertos elementos químicos, como el oxígeno, el cloro y otros para descomponer y destruir los principios contagiosos; aunque no esté demostrado que dichos medios desinfectantes produzcan el mismo efecto cuando el prin- cipio morboso ha entrado ya en la circulación sanguínea, contaminando todos los órganos de la economía; sin em- bargo de verse que así como cesan en un envenenamiento común, por eliminación del veneno, sus síntomas propios, 16 122 así también se nota en esta enfermedad, á la acción del emético en su primer período, sino la cesación, la dismi- nución considerable de sus síntomas primeros, aunque ya esté introducido el mal en la economía y alterada la inte- gridad plástica déla sangre, por una acción discrásica que viola sus condiciones fisiológicas; así en el primer período del mal, y cuando han trascurrido tres ó más dias, es muy difícil, sino imposible, destruir tal alteración, en cuyo caso, pasando la lesión al sistema general circulatorio, es la en- fermedad mortal casi siempre. La oposición que se hace por algunos á la teoría físico- química de la eliminación del envenenamiento séptico, fundándose en la conveniencia en ciertos Casos de la san- gría, de los sudoríficos y deprimentes, no está basada en lo relativo á las diversas formas y períodos ó momentos de la enfermedad, 'y á las indicaciones precisas derivadas de la naturaleza y circunstancias individuales de tempera- mento, nutrición y hábitos, que hacen muchas veces que seguidamente al evacuante se interpongan las sangrías, antiespasmódicos ó excitantes, según los casos. Lo mismo ha sucedido con los adelantos de la patología moderna, cuando la anatomía describió en muchos casos el foco y causa local flojística de fiebres que se decían esenciales; viniéndose á deducir terminantemente la patología clara y evidente de algunas de estas enfermedades, por más que la de otras fiebres sigan siendo un misterio para la ciencia. La patogenia antigua de este afecto febril, por lo mismo que se inspira en la causa racional, tiene la indicación ur- gente de expulsarla prontamente por los medios que la experiencia aconseja, y dando una interpretación más bien irrifativa que flojística á los síntomas del primer período, no vacila en la administración del emético purgantes y diaforéticos, teoría que parece bastante razonada, por más que como antigua carezca de las simpatías de la no- vedad. Ya infecciosa ó contagiosa la causa que produce la fie- bre amarilla, su resultado es una forma febril específica primitiva, como un afecto diatésico, de causa también es- pecial y discrásica, con algunos síntomas de alteración gastro-hepática, pero sin lesiones anatómicas de sienifi- 123 cion flojística; forma febril, así como la causa, síntomas, curso y terminación idéntica á la de las enfermedades malignas, en que la filosofía médica impone al médico el deber de conocer su causa positiva, ayudar á la naturale- za para eliminarla, sostener y dirigir las fuerzas en pro de la salud, á fin de conseguir restablecer el perdido equilibrio orgánico-vital, aprovechándose de la analogía patogénica y terapéutica que tiene esta fiebre con las ya conocidas prácticamente, llamadas malignas. En el estado actual de la patología icterodes puede de- cirse que no faltan hechos etiológicos, anatómicos y te- rapéuticos naturales de que nos citan ejemplos infinitos las obras que de ella tratan, ni teorías patogénicas, más ó menos apropiadas, por más que ellas no hayan llegado á formar una doctrina clara, firme y concorde con los he- chos, en la que por inducción se establezca un tratamiento racional y quite á esta fiebre el carácter de extraordinaria, proteiforme é incomprensible: teoría patogénica que debe ser el complemento de la ciencia y la guia del arte, impor- tando mucho distinguir esta enfermedad con otras con que puede confundirse, clasificándola y estableciendo las di- ferencias de analogía nosológica con otras enfermedades contagiosas ó malignas, que tienen una causa análoga, asiento, carácter, terminación y tratamiento parecido. La aplicación de los principios vitalistas de la patolo- gía antigua á la naturaleza del tifus icterodes, ha dado el mismo resultado que en las fiebres continuas y malignas; es decir, séptica y maligna la causa que infecciona la san- gre y provoca la reacción febril, primitiva, activa y repa- radora esta en su fin, aunque desordenada en sus medios; siendo racional por lo tanto la indicación de eliminar el veneno prontamente, ó descomponerlo con antisépticos, y dirigir y sostener las fuerzas vitales en la obra de la eliminación y reparación consecutivas; estudio profundo é importante, y tan indispensable para la ciencia, como es la adopción consecutiva de los medios terapéuticos más ne- cesarios y oportunos. Conocida la lucha entre materialistas y vitalistas sobre los medios de estudio precisos para el conocimiento de la naturaleza de esta enfermedad, nos duele ver las dilata- 124 das controversias de unos y otros partidarios de cada doc- trina exclusiva, con abstracción del más leve dato ó razón contraria que ilustrar pueda la cuestión, con el sano fin citado de la indicación de su mejor tratamiento curati- vo; así que extraños auna y otra escuela, seremos amplios en aceptar lo que por verídico tengamos, cualquiera que sea su procedencia é iniciativa. En esta cuestión tomamos por base de todo reconocimiento patogénico en este mal, su historia diagnóstica, que le hace consistir en una enferme- dad específica por la especialidad de su causa, su lesión interna, forma morbosa, curso y terminación. Sírvenos también de guia en ello, su clasificación nosológica para distinguirla de otros males semejantes en la forma, aun- que no en la naturaleza, no equiparándola con otras fie- bres malignas de principio diagnóstico, común, analogía patogénica y parecido tratamiento. Aceptamos, pues, en su valor relativo, aparte de toda otra doctrina exclusiva, la teoría vitalista que concibe el estado morboso en una lucha constante de las facultades vitales de la economía animal contra las causas nocivas que le amenazan, vién- dose en ello una tendencia de eliminación y reparación, en la misma forma febril, por ser su causa enemiga de la vi- da y de la integridad de los líquidos y de los sólidos: tenden- cia de reparación que á veces no basta, por lo que es nece- sario fijarse mucho en el conocimiento de las causas mor- bosas, en la alteración interna que se produce, é investigar los medios conque la naturaleza y el arte pueden eliminar- las ó destruirlas, procurando conocer las dificultades que pueden oponerse á la reparación y ver el modo de vencerlas. Hay autores vitalistas que creen ser la fiebre amarilla como derivada de un principio contagioso parecido al de la viruela, sarampión y otros; provocada á la vez por dicho principio de condición séptica y maligna, y consistir en una reacion morbosa coordinada á manifestarlo, eliminar- lo, modificarlo y reparar sus efectos nocivos en la econo- mía animal, aunque reacción impotente las más veces por diversas circunstancias sin el auxilio del arte. Los mismos creen que el envenenamiento séptico que produce la fiebre amarilla no es igual al que resulta de otras sustancias inafines ó deprimentes; por la reacción morbosa que pro- 125 vocan los contagios: que lejos esta de asimilar ó modificar el veneno, lo multiplica por una especie de fermento, salván- dose la economía animal de sus siniestros efectos ya con los actos visibles de la eliminación escretoria, ya con los propios de la reparación febril. Este envenenamiento de la sangre, como es sabido, no comienza en el período adiná- mico, en que se,manifiesta con el vómito y evacuaciones oscuras, sino en el período de la acción febril, en el cual la vida orgánica tiene aún íntegras sus fuerzas para resen- tirse y trabajar por la eliminación y reparación vital; fuer- zas ya agotadas en el período adinámico é impotentes para dicha obra de reparación; estado patológico á que llaman neuroastenia, en la que creen haber algo más que debili- dad de los nervios ganglionares ó impotencia de inervación orgánica; existiendo para los mismos una perversión de la vitalidad ganglionar, conexa á la presencia del princi- pio venenoso, que contamina la sangre y la provoca á los actos patológicos, ya á la vez violentos, de la eliminación y reparación, existiendo un agotamiento de vitalidad pro- ducido por los esfuerzos de eliminación del principio mor- boso y reparación de sus efectos. Tengamos esto presente en su valor genuino para no ser extraña, en tal sentido vitalista, la teoría que sobre la naturaleza de esta enfer- medad profesamos y tendremos lugar de exponer, si bien como físico-química en su índole, bajo las acepciones antes expuestas, coordinable también con el vitalismo manifiesto quede estas se desprenden; en lo que pretendemos probar el eclecticismo necesario en estas cuestiones y porque op- tamos, en pro de la claridad de tales dudas. La idea de ser la fiebre amarilla derivada de la inhala- ción de un veneno específico y productor de una condición séptica en la sangre, sostenida por Guyon y Fermon de París, da lugar á otros á creer en una lesión hidiopática del sistema ganglionar, con reacción febril adinámica y tifoidea que le son conexas, considerando esta condición séptica con el aspecto de una hipostenia profunda. Dé esta opinión es Copland, que dice derivarse la enfermedad de una infección específica ó emanación animal venenosa, procedente del enfermo, ó áefomites, que ataca á los sanos que no la han padecido y son predispuestos á ella. El 126 mismo sostiene que este efluvio, al principio específico, pro- duce una impresión morbosa especial sobre el sistema ner- vioso orgánico por medio de los pulmones, que cambia las manifestaciones vitales de este sistema y contamina la sangre, reaccionando sobre el sistema vascular, hasta gastar el tono y cohesión de los tejidos capilares, produ- ciendo la discrasia en aquella y alteración funcional de ambos sistemas nerviosos. Que los cambios producidos en la sangre no son los últimos efectos del mal, sino que lle- gan á cierto grado desde el principio, en consecuencia de la impresión morbosa del sistema nervioso, ó por absorción de la causa morbosa en la misma sangre, durante la respi- ración. Que los cambios producidos en la mucosa gástrica, con especialidad en la crasis de la sangre, producen la exhalación de este fluido en su superficie, ocurriendo con esto el vómito y deyecciones negras, el estado anémico del hígado, con la forma ictérica; congestionándose á ve- ces consecutivamente la mucosa estomacal y abdominal y alterándose la circulación de la vena porta, de que se deriva la esudación de la sangre, quedando el hígado po- bre y vacío y siguiéndose la ictericia. Este mismo autor cree que el principio morboso se multiplica por fermento en el mismo progreso de la fiebre, fermento que se comu- nica por las vias secretorias. Citamos con particularidad las afirmaciones de este práctico de América, por la suti- leza de investigación que revela en el estudio de las cau- sas y naturaleza de esta enfermedad, y por lo mismo de tener muchos puntos de contacto con su doctrina, que no creemos desacertada, la que muy parecida tendremos lu- gar de exponer ulteriormente. Causa admiración sino desconsuelo, el resumir, como lo hace Laroche, el cúmulo de teorías establecidas para explicar la naturaleza de este padecimiento, á cual más diversas y contradictorias, entre los prácticos de ambos he- misferios; efectivamente; unos la ven como una remiten- te annual de carácter bilioso, mientras otros la conside- ran solamente específica. Unos dicen ser una enfermedad general de todo el sistema, que otros creen local, con alte- raciones generales secundarias. Muchos le dan un carác- ter inflamatorio en el período febril, é hiposténico en el 127 tifoideo; para algunos esta inflamación es diatésica al prin- cipio y local después, cuando para otros secundaria de una primitiva flegmasía gastro-hepática; varios ven siempre en ella un carácter hiposténico y tifoideo, y otros esténico é inflamatorio, á efecto de la disposición orgánica individual: unos atribuyen la iniciativa del mal al siste- ma nervioso, cuando otros, finalmente, sólo á los sólidos, creyendo secundaria la alteración de los líquidos. Opinio- nes todas que niega dicho autor, pensando no ser una in- flamación franca y activa, como creen Rush !y Broussais, sino de causa séptica, aceptando ser la de esta enferme- dad un veneno séptico especial, que contamina la san- gre y altera su crasis y consecutivamente algunos órganos abdominales, produciéndose una impresión morbosa en los centros nerviosos y por simpatías algunas modifica- ciones mórbidas en varios órganos, con fenómenos espe- ciales idénticos á la manifestación de la fiebre, que va- rían en número y violencia, según las circunstancias in- dividuales. De esto resulta, que en algunos casos la ac- ción del veneno es tal que destruye los poderes de la vida; en casos menos graves los disminuye, alterando la fibrina y crasis de la sangre y paralizando ó- anu- lando la fuerza de reacción inherente al sistema y que debilita ó destruye la vitalidad de los órganos, su- primiendo las secreciones, viciando la nutrición, rela- jando la energía vital de los capilares y promoviendo las congestiones venosas, con las salidas pasivas de la sangre; en otros casos, dice, á la impresión del veneno sigue la reacción febril más ó menos extensa y duradera, con fe- nómenos de excitación bascular, sucediendo la resolución, 'ó á los tres ó cuatro dias el colapsus y desorganización, que en otra forma se observa desde el principio. En mu- chos casos hay complicaciones flegmásicas de algún ór- gano, especialmente abdominal, y en otros al contrario un estado atónico, teniendo lugar la adinamiacon las he- morragias propias en el período avanzado del mal; influ- yendo mucho en la modificación del carácter de la fiebre los agentes diversos climatológicos y locales, así como la especial idiosincrasia individual, para la resistencia á su acción, eliminación ó triunfo de la fuerza deletérea. 128 Aceptando solamente de este autor lo que de razonable y verosímil existe en su teoría, nos inclinamos á su asen- timiento en cuanto á lo que concierne á la absorción del veneno séptico, en que dice consistir la patogenia de esta enfermedad, alterando la crasis de la sangre y producien- do los fenómenos generales consecutivos que expresa, en los centros nerviosos; fenómenos evidentes en la in-' vasion y curso de esta enfermedad, por más que la exis- tencia de las flegmasías gastro-intestinales que indica, veamos que se presenta en muy raros casos. Resumiendo igualmente las doctrinas de otro observador contemporáneo de América, vitalista notable, el doctor Co- pello, vemos que reduce á tres puntos de observación este tema: la lesión séptica, la reacción febril y adimania con- secutiva. La idiopática ó lesión séptica permanente, consti- tuye la razón de ser de la reacción febril, que es una fun- ción positiva necesaria y reparadora; piensa que el agente icterode introducido en la sangre altera su crasis vital, como lo haría toda sustancia extraña á su composición fisiológica, alterando primitivamente su mezcla y simul- táneamente la vitalidad de los sólidos; vitalidad que re- acciona normalmente si las leyes fisiológicas se cumplen por los agentes externos, ó morbosamente si aquellas se quebrantan por causas morbosas, produciéndose la reacción patológica por ofensa de estas leyes, calidad, exceso ó de- fecto de los agentes exteriores, deduciendo que no es la causa icterode la que produce por excitación directamen- te la fiebre, ni la adinámica consecutiva, sino el sistema vital, que resentido mucho ó poco, toma la iniciativa en efectos morbosos tan diversos y relativos.•> Este modo de apreciarlos hechos nos parece indiferente en esta cuestión; pues para el buen juicio de eila, tanto aduce decirse di- namismo vitalcomo influencia fisiológica, en la estimación de los fenómenos patológicos consecutivos á la absorción del agente patogénico, que por la mayoría de los prácti- cos se concede ser de una índole séptica. Entre estos observadores hay algunos que, como Luis, se limitan sólo á decir que la causa del mal reside exclusiva- mente en el hígado, sin detallar más su naturaleza, dejan- do en la oscuridad este punto importante de su patogenia. 129 Está reconocida la existencia de dos clases de bilis, la verde y la negra: la primera se dice servir para la diges- tión y la segunda se tiene como morbosa, resultado de su descomposición, y que es la que produce la ictericia; siendo acaso esta la más susceptible de su alteración y fenómenos consecutivos que observamos en la aparición, desarrollo y término de esta enfermedad; alteración que se nota en la misma por la anatomía patológica, como veremos oportu7 ñámente. En las causas de esta enfermedad, én sus síntomas y lesiones anatómicas debemos pues fijarnos para investi- gar su naturaleza; miremos á su agente patogénico, como un gas atmosférico, fuerza ó elemento séptico, proce- dente de sus focos especiales en América y algunos países cálidos, trasportable aun á otros puntos del globo. Bajo tal concepto es indudable ser aquella una alteración físico-químico-vital, que ataca por consecuencia, á la com- posición de la sangre y vitalidad de los centros nervio- sos, especialmente de la vida orgánica. Reconocido como principio generador de esta enferme- dad la infección específica de un agente tóxico ó fermen- to, que introducido en la economía animal, por sus vias naturales, produce los efectos que luego se dirán, poco importa por lo tanto que dicha infección se diga proce- dente de la atmósfera por unos, ó de un foco determina- do por otros, siendo de todos modos nociva á los seres vi- vientes, dando lugar á alteraciones especiales en los sólidos y humores de estos. Conocidas las lesiones anatómicas de esta enfermedad, el tinte amarillo general de la piel, la in- filtración y extravasación sanguíneas periféricas, los derra- mes serosos en todas las cavidades, el estado anémico del hígado, del corazón y grandes vasos, puede colegirse con razón, como algún autor contemporáneo piensa, consistir este mal en una discrasia anémica y desorganizadora de la sangre, con alteración visible en esta y en el dinamis- mo, por depresión de la inervación; sin la plasticidad fleg- másica que algunos han creído ver en la existencia predominante de fibrina en ella; localizándose bien mani- fiestamente en dicho líquido y centros trisplánicos. Esta infiltración manifiesta de la sangre mas alia de los capi- 17 130 lares de todos los órganos, con estancación evidente y principio de alteración, acaba por ser luego la descompo- sición indicada de sus principios, que se revela por sus fe- nómenos patognomónicos, á que se opone la acción de re- ristencia orgánico-vital, equilibrada en estado fisiológico con los agentes comunes y desequilibrada en el morboso por aquellos, cuando son nocivos: unas veces atacado el organismo de un modo débil y otras muy activo; apare- ciendo relativamente más ó menos manifiesta la altera- ción de la sangre unas veces, y otras la depresión nerviosa, lo que la da varias formas respectivas, de levedad ó grave- dad características y evidentes. Dicho ya reconocer por causa esta enfermedad, según algunos, los miasmas deletéreos y pestilenciales, consigne- mos aquí lo que el Doctor Pascalis sostiene como más fun- dado en este particular. El cree que el calor de 85 á 90° Farenheit es un agente poderoso de fermentación pútrida, si su acción se halla favorecida por la humedad, desapare- ciendo constantemente este fenómeno si sobreviene un tiempo excesivamente caliente, con poca ó ninguna hume- dad, pues que siendo el calórico muy difusible, los cuer- pos húmedos le retienen mucho más que las sustancias secas. Los gases deletéreos que se desprenden de la fer- mentación pútrida pueden esparcirse por los vientos, antes de viciar las capas inferiores de la atmósfera en que vivi- mos. Estos gases pueden trasportarse á diferentes distan- cias y producir sus efectos nocivos de improviso. He aquí el ejemplo de pueblos acometidos de epidemias reinantes, aunque á distancia considerable del sitio de la infección: teorías apropiadas á la doctrina de las epidemias que en su lugar aduciremos. Es sabido que los vapores ó exhalaciones de la fermen- tación pútrida, son de un peso específico mayor que el del aire y menor que el del ácido carbónico, venenoso y mortal; y es constante que estos vapores sépticos, como muchos creen, no se elevan casi á más que ala altura or- dinaria de nuestras habitaciones, por lo que en Turquía y Egipto en la peste, es costumbre refugiarse á las ma- yores alturas para respirar un aire puro. El frió detiene dicha fermentación, hasta renovarse por una temperatura 131 más suave, destruyéndole enteramente aquel á 0 grados, y no renovándose sino por la acción prolongada de la hu- medad y el calor á su estación propicia: • las exhalaciones pútridas de los pantanos, tienen una muy poderosa atrac- ción sobre la humedad, absorbiéndoles muy pronto el agua pura. Nuestros órganos respiratorios presentan ne- cesariamente una multiplicada superficie, propia para atraer y retener toda especie de miasmas en suspensión en la atmósfera, sobre todo en las humedades de noche, en que tan saturado está el aire de estos perniciosos vapo- res, que son por otra parte invisibles é impalpables, á no hallarse combinados con la electricidad, formando los fe- nómenos conocidos de los fuegos de San Telmo en los bu- ques y los fatuos en los cementerios. A la acción físico- química de estos vapores ó exhalaciones introducidas en la economía animal, en la forma dicha, creen debida la producción de esta enfermedad algunos clásicos indica- dos , en lo que vemos ya un fundamento ó principio de doctrina sobre la fermentación, como esencia de la na- turaleza de este mal; modo de ver claro y natural, que nos parece muy acercado á la verdad, conforme á las teo- rías que sobre este punto tendremos lugar de exponer consecutivamente. » El mismo Doctor Pascalis demuestra que las fiebres de mal carácter, y en particular la amarilla, son producidas por las exhalaciones deletéreas de las sustancias en pu- trefacción , ó por otro efluvio capaz de viciar la atmósfe- ra. El calor y la humedad que bastan para excitar en lo interior del suelo mismo una fermentación pútrida, y las materias putrescibles acumuladas cerca de nosotros, son según este autor, los tres principales agentes de la corrup- ción de nuestra atmósfera, añadiéndose á esto la mucha aglomeración de gentes y animales en sitios estrechos; causas productoras como se ha dicho, entre otras afeccio- nes, déla fiebre amarilla. Todas estas teorías parecen, es- tar acordes de consuno en la creencia de que la fiebre amarilla es de una naturaleza especial, no inflamatoria sino séptica y de un carácter dicho adinámico en lo anti- guo, sobre lo cual pensamos ser más fundadas y confor- mes á lo que la práctica enseña en tal extremo. Efectiva- r 132 mente desde el principio del reconocimiento de esta enfer- medad en Europa, á su aparición, vemos que los prácti- cos que la observaron dijeron ser una fiebre intensa, de carácter pútrido especial, viniéndose desde entonces reco- nociendo siempre esta misma índole al padecimiento. No queremos terminar esta reseña sin dar lugar en ella á la opinión de un respetable práctico español, el Doc- tor Olivas, observador de esta enfermedad en forma epi- démica, por los años de 1820 y 21 en Tortosa, que en un esmerado trabajo inédito afirma ser producida por un vi- rus contagioso, en que predominan los elementos hidróge- no, carbono y ázoe, siendo este el que principalmente abate, como es sabido, la sensibilidad, probándose su ac- ción por lo inmunes que son á aquella los sujetos sexage- narios y personas débiles; cree que estos elementos obranse dando ó destruyendo la fuerza nerviosa ó principio vital del organismo, que destruyen poco á poco hasta dar lu- gar á la putrefacción. De tal proceder del virus contagio- so resulta que, excitada la piel por los agentes externos, se espasmodizan los vasos capilares, sin permitir el libre pa- so délos humores y del calor, lo que causa los escalofríos; sufriendo la naturaleza vencida así una postración de fuerzas proporcional á la intensidad del agente morboso. A la vez los referidos gases, trasportados á los centros orgá- nicos, obligan al laboratorio destinado á formar la bilis á trabajarxcon precipitación y desorden, en combinar y animalizar el exceso de materiales que acuden al hígado y á enviarlos al estómago é intestinos, que sobrecarga- dos de bilis preternaturalizada, la arrojan fuera del cuerpo por vómitos y cámaras. La bilis, ya degenerada así por la influencia del calor, superabundante en dicho aparato, dirigiéndose por el colédoco al estómago é intestinos, que inflama y gangrena, produce la materia del vómito ne- gro, precursor de la muerte. La misma bilis degenerada estimula y hace entrar en contracciones al diafragma produciendo el hipo. El mismo calórico reduce á gases las materias que la acción lánguida, de la vida abandona al poder de las afinidades químicas, y hé aquí la causa del meteorismo. La sangre reducida en sus vasos corroí- dos ó desorganizados, á la acción de estas mismas afinida- 133 des, se descompone y disuelve, extravasándose en forma de petequias y manchas lívidas; y por defecto igualmente de acción de la potencia nerviosa, ó principio vital, se desor- dena el curso del fluido eléctrico, en sus respectivas capa- cidades, y ocasiona los saltos de tendones y movimientos con- vulsivos. Este autor explica su teoría químico-vital de este modo. El hidro-carbono sobreazoetizado abate el organismo y la vida; y juntando estos principios su acción con la del material contagioso, procuran la destrucción de la natura- leza, á que se opone esta con sus recursos, estableciéndose la lucha y por ella el aumento de calor animal ó sea el estrago febril, que contribuye á disolver los líquidos y disgregar los sólidos, formando unos terceros elementos destructores del organismo. Estos producen: el hidrógeno con el ázoe, el hediondo amoniaco; parte expelido por las heces y parte disuelto por el calórico; y mezclado con el hidro-carbono de la bilis, diluido por el calor y reducido al estado de icor, se eleva en la atmósfera y forma el mate- rial contagioso: la corta cantidad de amoniaco que queda en el cuerpo destruye ó desorganiza los vasos capilares y caúsalas hemorragias, petequias y gangrenas: elpoco oxígeno que se desprende de estas elaboraciones se combi- na con el hidrógeno y forma agua. Este práctico deduce de sus teorías que el principio ó germen de este mal es de naturaleza alcalina, bajo la forma de un gas hidro-carbo- no-sobreazoetizado, que dirige su acción por animaliza- cion hacia el hígado, imprimiéndole tal carácter; por lo que llega á darle hasta un nombre químico apropiado y con- cordante con aquel; creyendo que el aire atmosférico, sir- viendo de vehículo al germen contagioso, favorecido por el calor y humedad en exceso, es el medio por donde se produce y comunica tan horrible padecimiento. Es curio- sa en verdad esta tesis, entre las varias del mismo género llamadas químicas, por su carácter analítico y el valor que reconoce en el principio vital á la vez, como fuerza ó po- tencia animalizadora del principio ó germen contagioso, pareciendo aceptable este modo de ver y esfuerzos en despejar la incógnita de la naturaleza de esta fiebre, sobre la que tenemos un muy aproximado juicio que exponemos á continuación. 134 Descendamos ahora ya á extremos muy importantes á nuestro objeto. Tratándose de la patogenia de la fiebre amarilla en América, tenemos á la vista, por violento que sea el consignarlo, en pro de la verdad, que es la guia constante de nuestras apreciaciones, un cúmulo allí de circunstancias, tanto climatológicas como particu- larmente higiénicas, que contribuyen de consuno á la producción, en la economía animal del Europeo, de un fenómeno orgánico característico muy conocido en la ciencia, que es para el autor de estos apuntes el principio fundamental patológico ú origen productor de la fiebre amarilla. No olvidemos muy especialmente la calificación de miasmático y deletéreo que aun varios contemporáneos notables hacen del principio patogénico de esta fiebre, pro- cedente con particularidad de la putrefacción de materias orgánicas animales en los climas cálidos próximos al mar; cuya infección se cree verificarse por las vias respiratorias y la piel, principalmente por esta, y en las noches, en que hay más emanaciones por mayor humedad; en que se no- tan más invasiones; diciéndose ser las fiebres intermiten- tes, dichas palúdicas, procedentes de efluvios pantanosos, y la fiebre amarilla délos que son resultado de la putre- facción de sustancias animales; con cuya apreciación asen- timos. Ténganse presentes en este caso todas y cada una de las referidas circunstancias; ya la humedad y calor tan cons- tantes del país, en cuya existencia todos los observado- res están contestes, designando como temperatura espe- cial propia para la producción de la fiebre amarilla el mínimum de 18 grados sobre cero del centígrado; que aun mayor allí existe en la época de la presentación de aque- lla, y la elevación de 85 grados de humedad del higróme- tro de Sausiere, más notable de junio á noviembre, que es el tiempo de la mayor mortalidad; las lluvias y muchas aguas en verano; la existencia de lodazales en los pueblos y manglares dichos en los campos; las emanaciones pú- tridas de estos pantanos, y exhalaciones de restos anima- les en principio de putrefacción; la de los almacenes y habitaciones descritas de las poblaciones; la perniciosa ac- 135 cion de los malos, extraños y contrarios alimentos y be- bidas; los excesos en los mismos y otros indicados; las conmociones eléctricas tan frecuentes y diarias en verano; la reflexión á lo físico-orgánico-animal de las impresio- nes morales, excitantes y deprimidentes, no leves por cierto por las graves causas referidas; y véase si después de la asignación de todas ellas será aceptable la teoría que nos atrevemos á presentar, como causa patogénica y principio elemental da la fiebre amarilla, vómito negro ó tifus icterodes, como viene llamándose en nuestros dias. La causa, pues, química-orgánica especial é inmedia- tamente productora de esta enfermedad, desde su origen, en el interior de la economía animal, es para el autor de este trabajo una especie de fermentación pútrida que en lo interior del organismo humano se efectúa, principal ó inmediatamente en el aparato biliario y sucesivamente en el digestivo, á consecuencia de varias sino muchas de las causas asignadas, como predisponentes especiales y otras locales, determinantes del mal; todas ó una mayor parte de una condición palúdica especial, patogénica de esta enfermedad, con tendencia á dicha putridez, de cuya índole y carácter es el padecimiento. Y no parezca sor- prendente por nueva, ni extraña ó rutinaria por antigua esta teoría. Ella, aunque oscuramente presentada en lo antiguo por el atraso de la ciencia, es en nuestro leal sentir la que tiene más fundamento y aplicación á la naturaleza de esta enfermedad. Permítasenos detallarla antes de justificarla lógicamente, con hechos y deduccio- nes de práctica propia, citando en su apoyo algunos prin- cipios inconcusos hoy en los conocimientos humanos. Por sancionado se tiene en el estado actual de las cien- cias naturales, que las sustancias orgánicas en ciertos cuerpos experimentan, según su afinidad, alteraciones propias á la naturaleza, forma y cantidad del cuerpo ac- tuante en ellas, por la destrucción del equilibrio de sus elementos, transformándose y produciéndose de tal acto nuevas y distintas combinaciones. Cuando las mate- rias reaccionables están unidas con fuerzas débiles, es más manifiesto el fenómeno. La causa de tales trasforma- ciones es la alteración del reposo orgánico, por medio de la 136 cual, puestas en movimiento las moléculas, obedecen á las atracciones naturales ú otras nuevas, bastando á ve- ces para esta alteración, en ciertos cuerpos, un ligero mo- vimiento mecánico, el menor cambio de temperatura y el del estado eléctrico, siendo por lo mismo más manifiesta dicha alteración cuando obra como causa un cuerpo en estado de descomposición orgánica. Bajo estas leyes gene- rales se explica la, fermentación y la putrefacción, meta- mórfoses reconocidas como idénticas en su esencia, varia- bles sólo en su resultado, en que obra de un modo muy poderoso el agua ó sea la humedad y una alta tem- peratura, resultando ó nó productos gaseosos. Estos fenó- menos se manifiestan espontáneamente en los productos orgánicos vegetales y animales que. contienen nitrógeno ó principios nitrogenados, al perder sus elementos la atrac- ción ó equilibrio orgánico débil en ellos. Una cortísima cantidad de sustancia ya fermentada es bastante para producir la fermentación en cualquiera otra de la misma naturaleza, no alterada anteriormente. Las combinaciones orgánicas, cuya constitución es muy complexa, son las únicas capaces de experimentar dichas alteraciones, que no reconocen más causa que la acción de otro cuerpo que se halla en descomposición, cuyos elementos han perdi- do su equilibrio, agrupándose de un modo diverso, según sus respectivas afinidades. Estas alteraciones son más complicadas cuando sus productos están expuestos á una alteración progresiva, sin perderse por ello, en la putre- facción, la suma de los principios constituyentes que la producen. Por fermento, pues, se entiende un cuerpo ni- trogenado que se halla en estado de alteración y de pu- trefacción, que tiene la propiedad de convertir el oxígeno del aire ambiente en ácido carbónico y desprender este gas en su propia masa, más activo siempre, en tanto que le favorece la presencia del agua. Este, por el mecanismo dicho y causas asentadas, produce primero la descomposi- ción orgánica y fermentación luego, que se establece por la alteración que experimenta la parte soluble del fermen- to en contacto con el aire. Ahora bien; conocidas estas leyes que con tanta fuerza de autoridad predominan en el estado actual progresivo 137 de las ciencias, y sabidas por lo que anteriormente queda expresado las condiciones y circunstancias topográficas de América, que citadas con la atención precisa quedan en su lugar, ¿habrá aún quien dude de la exacta apropia- ción de dichas leyes en pro de nuestro aserto, así en el estado de la vida zoológica y vegetativa allí, como en el de la higiene, cuyas graves y continuas infracciones te- nemos el violento pero preciso deber de determinar? Fi- jémonos muy particularmente en las propiedades de los cuerpos organizados de muy complexa constitución, que consideramos susceptibles de las metamórfoses dichas; en la muy débil cohesión de sus moléculas orgánicas, á efecto de pérdidas considerables, por el mucho gasto de vida de los mismos y á consecuencia de las propiedades excitantes del clima. Hagámonos cargo déla gran masa de humedad y calor continuo á la vez, que en las indicadas estaciones allí existen, ambos fenómenos causa de las descomposi- ciones orgánicas, así como de otra multitud de acciden- tes de este mismo orden, casi imposibles de detallar sino á su presencia, y se verá que no es desacertada á nuestro parecer la opinión anteriormente expuesta, que con fun- damento de razón creemos admisible. Sólo una objeción entrevemos que puede hacerse al todo de esta teoría, des- de el principio de su exposición; con ella contamos desde luego y no nos sorprenderá, así como no dejamos de dar- le el respeto y lugar que se merece. El Vitalismo. ¿Cómo pues, se dirá, quiere establecerse tal doctrina sin tenerse en cuenta para ello las fuerzas vitales del organismo hu- mano? Precisamente por lo mismo y contando con esta gran ley, inexplicable pero evidente de la naturaleza, como elemento fundamental á la vez, es como detallamos las elaboraciones orgánicas que con ayuda de su prepotente acción se verifican en la economía animal, para venir á producirse los fenómenos referidos: precisamente por la atonía general, ó gasto de vida orgánica común en Amé- rica, en los estados fisiológicos dichos, consiguiente á las causas que quedan indicadas, es como reconocemos y ex- plicamos la menor cohesión en los elementos físicos ó ma- teriales de los cuerpos organizados; propiedad que los hace más susceptibles de sufrir las metamórfoses dichas. Ade- 18 133 más, hoy reconoce también como infalible la ciencia, que las fermentaciones orgánicas, como las generaciones lla- madas espontáneas que en lo's cuerpos animales se verifi- can, no son pura y exclusivamente un acto químico, sino que tienen á más mucho de fisiológico ó funcional, en que toma tanta parte la vida en cuanto es necesario al ob- jeto. Es evidente también, que los cuerpos dichos fermen- tesibles no pasan desde luego al estado de fermentación, ínterin que el fermento, á favor de la acción vital orgáni- ca propia, no entra á obrar en ellos en su respectiva acción. Ahora, pues, en la cuestión presente nadie nos negará, por el estado y circunstancias dichas, las condiciones fer- mentesibles de la bilis y jugos gástrico y pancreático, á que les concedemos mayores fuerzas de actividad como tales, en el estado consecutivo propio y especial de su alte- ración, por las citadas causas y mayor debilidad en la cohe- sión de sus elementos; alteración anormal en que les con- sideramos accidentalmente, por las causas climatológicas propias y accidentales referidas, entre las'que figuran las exhalaciones y absorciones mefíticas, viciosa alimenta- ción y excesos físicos y morales indicados. El fermento aquí principal y constante, como en muchos casos de igual naturaleza, lo produce el nitrógeno ó principios ya nitro- genados en el aire atmosférico, propio de los sitios endémi- cos, alterado anormalmente como queda dicho. Este es tanto más nocivo en cuanto que, por circunstancias de lo- calidades dadas, produce ciertas alteraciones de condición palúdica especial ya indicada, y con ellas la patogenia de la fiebre amarilla, más activa aún, con especialidad para aquellos que no han nacido bajo su influjo, ó no se han habituado á éL desde niños ó por mucho tiempo; razón por la que los naturales del país son, en una gran proporción, refractarios al padecimiento. Dispuesto el organismo de los Europeos de tal modo, y en mayor proporción la juventud por su mayor actividad vital ó susceptibilidad orgánica, previas las causas predis- ponentes y ocasionales dichas, á la absorción constante cutánea y pulmonar de aquel aire atmosférico, que obra como fermento especialmente sobre aquellos, efectúase in- 139 mediata y sucesivamente una alteración orgánica y funcio- nal en la hematosis, cambiándose desde luego las propie- dades físico-químicas de la sangre, principio de su altera- ción ó discrasia, en que empieza á carbonizarse, sin fuerza de cohesión propia, carácter distintivo del estado morboso en este padecimiento. El mismo fenómeno se produce por la absorción, pasando con ella al torrente circulatorio los dichos elementos de fermentación pútrida, que producen en el sistema general sanguíneo una muy determinada susceptibilidad para adquirir el desequilibrio orgánico-fun- cional indicado, al hacer su explosión el mal y comunicar- se á dicho sistema general la alteración inmediata del de la vena porta, del modo que á continuación se expresa. Este mismo fenómeno se verifica ya de pronto, ó paulatina y sucesivamente en el aparato gastro-hepático, ó sea en la bilis y jugos gástrico y pancreático; cuyas propiedades fermentesibles son tan reconocidas, produciéndose en ellos por la variedad de causas predisponentes y ocasionales cita- das, la anotada fermentación pútrida, que al estallar el mal y no evacuados á su tiempo estos líquidos, ó sea el fermento, tomando fuerza su alteración y descomposición orgánica referida, comunícase esta por continuidad de acción al sistema de la vena porta y de esta al general sanguíneo, en cuyo caso, que tiene generalmente lugar del tercero al cuarto día de la invasión, ya es inevitable la llamada vulgarmente corrupción de la sangre, ó sea su discrasia ó descomposición orgánica asentada. Entonces tienen lugar por el contacto de la sangre, así desorganizada, con el sistema nervioso, esas profundas alteraciones en la iner- vación, sistema cerebro-espinal y gran simpático, con un notable trastorno funcional en todas las visceras y apara- tos, especialmente en el digestivo, lo que nos prueba la rapidez de los síntomas graves en esta enfermedad. Efectivamente, hecha abstracción de las teorías aduci- das hasta el dia, poco debatidas por cierto en objeto de tal entidad, sobre el estudio déla naturaleza de la fiebre ama- rilla, véanse todas las enfermedades predominantes, no ya entre los criollos, de las de cuyo tratamiento acaso nos ocupemos aunque incidentalmente, en corroboración del que proponemos contra aquella, sino sólo y exclusivamente 140 las que se observan con más frecuencia entre los Europeos, desde su llamada aclimatación. Entre estos, siendo muy raro el que se salva de padecer la fiebre amarilla más ó menos tarde á su llegada á América, se tiene por muy fe- liz el que sólo se indemniza de tan temido contingente con pasar la llamada fiebre de aclimatación, que no es otra que aquella, más leve y benigna, y por la cual algunos ni aun siquiera hacen cama. Y bien, ¿qué es lo que ocurre ul- teriormente entre los mismos, para creerse ya aclimatados y libres del padecimiento, al encontrarse aplatanados; como allí familiarmente se dice? Que para adquirir tal carácter, designado así por el color pálido, amarillo ó verdoso que la piel del Europeo adquiere por largo tiempo , mientras está en América al menos, se ha operado indudablemente en su sistema sanguíneo general, después del particular de la vida orgánica y aparato digestivo y biliario á la vez, un cambio en sus condiciones fisiológicas anteriores, en que la bilis, que á su tiempo sufrió la modificación anormal di- cha, y no fué evacuada y reemplazada con otra de nueva formación, ha pasado ya al torrente circulatorio, con sus condiciones dadas, y en modificación continua así, lo más favorablemente apreciado tal estado, no puede menos de iniciar la ictericia, si ya tal situación no es una especie de esta enfermedad, aunque leve y latente, que permite sin embargo un regular estado fisiológico, aunque con la adi- namia manifiesta y característica allí, el color habitual in- dicado , el cansancio y debilidad de fuerzas. Esta es tal que impide estarse cómodamente de pié más de un cuarto de hora, aun á los que por aclimatados ya se tienen y por más sanos y robustos que aparezcan. Fenómeno por otra parte explicable por la debilidad consiguiente á las pérdidas continuas por el sudor excesivo ^ propio en el país. No otra cosa es lo que durante su vida ha ocur- rido y sucede á los naturales de América, así como á los Europeos para adquirir ese color pálido, amarillo, sucio, característico y habitual de los habitantes de la raza blanca en América, así como el genio distintivo de sus natura- les, inclinado á la molicie, que es como su proverbial atri- buto. Fíjese ahora muy particularmente la atención en las ' I 141 enfermedades más importantes que padece la clase media é inferior de la sociedad en América, y se observará que, salvas las afecciones internas generales, las quirúrgicas y las venéreas, que figuran en muy corta escala, la mayor 'parte de ellas y las más comunes son fiebres gástricas ó biliosas, de las llamadas de los países cálidos, las más veces de carácter intermitente, si ya no son estas ó perni- ciosas, y con una propensión muy notable á las recidivas, cuando no se combaten con seguridad. Estas dejan en pos de sí casi siempre, como sucede en Europa, aunque en me- nos intensidad, la anemia y demacración consiguientes, el color ictérico propio y especial de tal padecimiento, mu- cho más pronunciado allí; síntoma característico de la al- teración que en el sistema sanguíneo de dichos enfermos se ha operado, consiguiente al primitivo fundamental de la índole que asignada queda: alteración que se produjo antes en el sistema biliario del' modo referido, á la pri- mera invasión de la fiebre, que se trasmitió al de la vena porta y consecutivamente al general sanguíneo. Fiebres que, de un mismo carácter, aunque en distinta escala de intensidad, por la diferente fuerza y acción de las condi- ciones climatológicas expresadas, son ajuicio del autor idénticas en su esencia, aunque formando una gradación sucesiva, desde la al parecer simple gástrica,-biliosa é in-' termitente, hasta el tifus más confirmado; pero que todas en su origen, naturaleza, manifestación y consecuencias patológicas, reconocen una misma causa elemental mor- bosa, más ó menos activa, y es la dicha fermentaciónpú- trida. Acaso pueda objetarse á esta creencia la afirmación ya indicada anteriormente, y déla que no hemos disentido, de que los pantanos, lagunas y manglares, que desprenden emanaciones pútridas, con particularidad de sustancias vegetales en descomposición orgánica, son focos más re- conocidos como generadores de las fiebres dichas palúdicas, por esta su causa ó elemento de endémica más reconoci- do; al paso que el tifus icterodes, por lo que se deduce de las observaciones sobre él, tanto en América como en Eu- ropa, parece más bien producto de exhalaciones pútridas también, pero de sustancias animales en el mismo estado i 142 de descomposición orgánica; pruébanse, al parecer, estas aseveraciones por la histórica existencia de las lagunas pontinas, con sus consecuencias palúdicas reconocidas y la aparición del tifus y aun sus congéneres correspondien- tes á la mucha aglomeración de gentes en campamentos," cárceles, cuarteles, hospitales y buques', en que ya por poco aseo, ya por circunstancias morbosas y morbíficas inevitables/ó accidentes de localidad imprescindibles, han predominado las emanaciones dichas, particularmente de sustancias animales en descomposición pútrida. Y bien, ¿en qué puede oponerse esta teoría, y si se quiere doctrina, á lo consignado anteriormente como causa patogénica es- pecial de esta enfermedad en América, y en su conse- cuencia á la indicación que hacemos de su índole ó natu- raleza morbosa? Acaso la escala nosológica en que recono- cemos la enfermedad de un mismo origen, casi idéntico carácter, y á veces indeterminables manifestaciones pato- lógicas en su graduación, aunque idénticas en su esen- cia, ¿pueden hacer variar ó contraindicar tal acepción? Seamos exactos y desapasionados en este importante es- tudio; y veamos que acaso el querer limitar tanto y tan exclusivamente las causas de enfermedades de un mismo orden nosográfico, hace, como en esta ocurre, el que so- bre ella se lamenten tan varias y múltiples contradiccio- nes, como de anterior llevamos expuestas; así no debe sorprendernos el que para algunos se tenga á la fiebre tifoidea como remitente ó intermitente-, tipo que en ella, bien caracterizada, desconocemos, creyendo más bien que el habérsele confundido con estas en América, ya en las costas, ya en el interior del país, ha sido la razón ó causa moral de esta errónea creencia. Y qué ¿no es frecuente allí por otra parte el padecer los recienllegados, y Euro- peos con particularidad, cualquiera de dichas fiebres gás- tricas ó biliosas, de carácter agudo, y á su terminación favorable creerse ó decirse que han pasado el vómito? El triste desengaño de ser luego, al cabo de más ó menos tiempo, acometidos de este más intenso y terrible mal, que es sabido ataca solo una vez en la vida, suele con mucha frecuencia sacar de tan funesto error á los -pa- cientes. 143 Si fuésemos á profundizar más en este particular, acorde en un todo con la objeción anteriormente su- puesta, acaso ella podria ser la mejor confirmación de nuestro aserto. Si descendiésemos pues á cálculos analí- ticos sobre la naturaleza de los principios elementales pre- dominantes en las exhalaciones ó emanacionos pútridas, ya de pantanos, ya de hospitales, cárceles y buques, an- teriormente indicadas, quizá vendríamos á deducir que en los primeros ó sea en los pantanos, ó focos de efluvios de sustancias vegetales en descomposición orgánica, vemos y reconocemos por sus caracteres determinados ser el hidrógeno el principio elemental más evidente que so- bresale en dichas emanaciones, y si se quiere el sulfidrico ó hidrógeno sulfurado de los antiguos; cuando en los puntos citados de aglomeración de gente, sana ó enferma, focos también de emanaciones pútridas, más procedentes de sustancias animales en la expresada descomposición, el elemento más reconocido que sobresale en ella es el nitrógeno ó ázoe. Y bien; aceptado este cálculo, que nada extraño ni contrario á la cuestión nos parece, ¿dónde está el gasómetro especial, de propiedad y escala cualitativa y aun cuantitativa infalible, de que podemos valemos en tan violentas circunstancias, como son las propias de estas ob- servaciones, para poder descifrar con él los principios pre- dominantes en una atmósfera dada, y de ello poder afir- mar el riesgo ó existencia ya de una enfermedad llamada palúdica, á diferencia del de un tifus más ó menos activo pero evidente? Además, puesto que la atmósfera se reco- noce generalmente como el seno ó foco general adonde vienen á parar y confundirse, ó difundirse, dichos princi- pios, ¿dónde están en ella las vías más características de estos, las esferas ó líneas de determinación de los mis- mos, para poderse decir en casos dados, donde se reúnan ambas circunstancias á la vez, que son unas y no otras las enfermedades más propias y correspondientes á tales causas? En tan difícil disyuntiva y en presencia de la conglomeración de causas varias elementales, como las que de este orden asignadas quedan de anterior en América, es como hemos procurado estudiar minuciosamente tan importante extremo, y después de nuestras observaciones 144 hemos venido á deducir la convicción teórica que dejamos asentada. He aquí pues, por lo que decíamos, tener un muy aproximado juicio en esto á la tesis de nuestro práctico Español, que celebramos ver elevada á doctrina, como otras del mismo género. ¿Por qué negar, pues, la acción evidente del gas nitrógeno ó ázoe, que tan conocida acción tiene contra la vitalidad, cuyo aplanamiento es uno de los pri- meros síntomas de esta enfermedad? ¿Cómo negarse tam- bién la influencia fermentesible del mismo, especialmen- te en cuerpos que le contienen, como los animales, y ser tan susceptible de producir la descomposición pútrida al perderse en aquellos la atracción ó equilibrio orgánico, ya débil allí en la naturaleza animal, por las causas y efectos determinados en los países cálidos y especialmente en América? Coordinemos aún más nuestras ideas, y á trueque de re- petirlas enojosamente, reiteremos algo de lo expuesto, en comprobación de lo verosímil de nuestra creencia. Uña mis- ma cantidad de sustancia fermentada ya, es bastante diji- mos, para producir la fermentación en otra de igual natu- raleza, antes no alterada. Las combinaciones orgánicas muy complexas son las únicas así alterables por otro cuerpo en descomposición, sin perderse en la putrefacción la su- ma de sus principios productores. El fermento, cuerpo ni- trogenado, en putrefacción aquí, convierte el oxígeno del aire en ácido carbónico, desprendiendo este gas de su pro- pia masa, más activo cuanto más agua ó humedad se le asocia, produciéndose la descomposición primero y ul- teriormente la fermentación pútrida, por la alteración de la parte soluble del fermento, en contacto con el aire. Sentados, pues, ó repetidos estos precedentes doctrina- les "hoy en la ciencia, gracias álos esfuerzos y afirmacio- nes del sabio Liebig, parécenos que no serán extrañas ni violentas nuestras indicaciones. Efectivamente, ¿qué hemos hecho en nuestro estudio, sobre la hematosis, en esta enfer- medad, sino investigar su mecanismo funcional, á espen- sas de un aire vicioso ó saturado de principios nocivos á la buena sanguificacion? Dichas y repetidas quedan las cau- sas infinitas de la alteración del aire atmosférico ó am- biente respirable, en los sitios propios de la endemia de 145 esta afección; repetida también la existencia de los princi- pios predominantes en los focos naturales de ella; cómo es- tos obran por absorción cutánea y pulmonar; cómo conse- cutivamente en los aparatos biliario y gastro-hepático, hasta producir el estado de fermentación pútrida indicada y la consiguiente carbonización y putrefacción de dichos hu- mores secretorios; fenómenos que se revelan palpable- mente por la anatomía patológica, en el estado de carbo- nización visible y putrefacción evidente, limitada casi de continuo á la zona biliar hepática y espacios recorridos por la bilis, degenerada ya en la forma y condiciones ex- presadas. He aquí pues cómo no parecerán fuera de lugar y sin valor científico elocuente, la idea aceptada y denominación dicha de agente tóxico ó fermento, como ya de antiguo se viene iniciando por algunos prácticos, al especial pato- génico ó productor de aquella, fuerza ó elemento séptico, miasma deletéreo y efluvio pestilencial por otros, cuya apreciación hicimos á £u*vez, procedente de sus focos gene- radores propios y naturales ó viciosamente artificiales, que viene á confluir con otros gases y elementos dados á la atmósfera, su seno común y natural, de donde por circuns- tancias dadas parte en cualquiera dirección y forma, á apro- piarse físico-químicamente á los cuerpos y sustancias con que puede tener relativamente más afinidad, según las leyes generales de la materia y previas las circunstancias precisas y regulares, ya físicas ó químicas, naturales ó accidentales, en que entran en mucho las propiedades fun- cionales de aquella; no así en menos por cierto esa ley de principio ó entidad vital, primitiva para los que así la quieran, en su prepotente valor moral como hemos dicho, de constante é imprescindible estimación, aunque de eva- luación casi imposible y por lo tanto de oscuro y como utópico explicar, por la impotencia del hombre á tanto; mas sensible, exacta y evidente en los hechos, que por al- gunos se tienen como leyes y consecuencias naturales, ó fenómenos funcionales de la naturaleza. Valgan pues en su lugar y con aceptable apreciación estos detalles patológicos, expuestos quizá agrandes rasgos, en los principales caracteres de la fiebre amarilla, para hacer «9 146 las deducciones lógicas que nos parecen más razonables sobre la índole ó naturaleza de esta afección, en cuanto corresponde al preciso objeto de nuestras investigaciones. Si así no fuese, tendríamos el pesar de haber interpre- tado mal en la ciencia las doctrinas dominantes juiciosa- mente en el dia, de que es su primer difundidor el notable químico alemán indicado; cuyas lecciones de química orgánica sobre fermentación y putrefacción, nos han faci- litado el explicarnos y aplicar, más ó menos satisfactoria- mente, nuestro modo de ver en esta materia, que á fuer de verosímil, deseamos que acertado sea, ó próximo si- quiera á la verdad. / EPIDEMIA, INFECCIÓN Y CONTAGIO- Por más extraño que parecer pueda y violento, séanos permitido demorar algún tanto más el tratar de esta fiebre, al tenor de loque más pueda interesar al deseo délos prácti- cos, es decir, de su sintomatologia, diagnóstico y tratamien- to. La precisión regular nos obliga á hacerlo, siquierayaen lómenos sea, á fin de seguir el método que en este estudio nos impusiéramos, como el más racional y oportuno, de de- terminar bajo el carácter genuino más propio, la denomi- nación, naturaleza y etiología de aquella, según todos los particulares referentes y que se relacionan con su histo- ria, causas y naturaleza: extremos no menos importantes por cierto y aun fundamentales también en objeto de tal entidad; y como entre estos figura, bajo un concepto casi general y aprecio que hasta vulgar pudiera -decirse, la cualidad epidémica y contagiosa del padecimiento, que para muchos ha llegado á estimarse como condición ínti- ma y esencial; figurando en su producción como especial y generadora, bajo un carácter hasta de causa ó concausa morbosa, sui géneris, más ó menos eludible, según los hechos y circunstancias generales y particulares, públi- cas ó privadas, colígese de aquí la necesidad de fijar nuestra atención consecutivamente en los particulares que sirven de epígrafe á este capítulo. Propongámonos pues hacerlo con la severidad filosófica debida, al par que con la mesura y exactitud posibles ó que racionalmente alcancemos en ello, aparte de toda prevención, parciali- dad, suspicacia impropia ó sujestion preocupada, que sino voluntaria, como instintivamente fascinadora, pudiera afectarnos, en consecutiva á un modo de ver y entender que pudiera no estar conforme con lo que la ciencia, la historia y la razón nos dicen, en la infalible y bien juzga- da relación de los hechos. Previa tal profesión de fé, quizá no ajena ni innecesaria de este lugar, en tan elevado como importante propósito, á pesar de lo inmenso y deli- cado de él, procuremos abordarle ya de frente, á riesgo de 148 parecer aventurado ó de arrogante pretensión cualquier juicio de los varios que, en cuestión de tan alta impor- tancia, estamos llamados á aducir los que aún fiamos al- go en las palabras del venerable anciano de Cós, califican- do de sacerdotal y sagrada nuestra misión en la vida, cu- ya custodia de la de los demás nos es tan azarosa. Cum- ple así también hacerlo, dicho sea modestamente, á los que con una especie de escepticismo propio, aunque con la verí- dica convicción de su fuero interno, tan íntimo como in- flexible á la acción de la verdad, entre los sentimientos y afectos naturales del hombre, damos su leal ó incompara- ble valor al bien entendido amor á la patria y á la hu- manidad. Entremos pues ya en materia. Por más escolástica que pueda parecer la calificación aceptable y aceptada de un afecto epidémico, como ha sido y es á veces el de que nos ocupamos, parece correspondiente descender en su apre- ciación hasta á sus signos distintivos y carácter culmi- nante visible para todos: así no nos extrañará el descifrarle del modo más textual y corriente, áfin de poder hacer tanto en el primer término de esta sección como en los ulterio- res inmediatos y relativos á ella, las distinciones y deduc- ciones lógicamente consecutivas y correspondientes á su buena clasificación y determinación genuina y abstracta; ya que no en decisiva é independientemente de sus demás asociados, epítetos que como sinónimos aún corren para la común inteligencia, con general aceptación, más ó me- nos verídica ó probable, aunque siempre de entidad suma- mente temible y horrorosa. Así podremos ver la confusión de ideas que á veces surgen por inexacta explicación del concepto y entresacar de él lo que por verosímil, sino exacto y naturalmente apropiado le reconozcamos, áfin de lograr descifrarle, indicando de consuno en lugar á propósito, con su juicio relativo y consiguiente, los recursos más fáci- les, naturales, precisos é indispensables á la prevención del mal, á su combate en caso de existir y para su destruc- ción y evitación en lo futuro. Convencidos ya de anterior en la designación y comprobación de ser este mal endé- mico en América, especialmente en las costas de sus islas Occidentales, como asentado queda; acordes igualmente 149 en ser aun allí en ocasiones también epidémico, como lo hemos observado, y no leve por cierto, cebándose hasta en los hijos del país, dejando así un rastro lamentable en las familias y pueblos de aquel continente, vengamos para reconocerle con claridad y precisión como epidémico, á nivelarle con los de esta clase, aunque apreciando en tal acepción lo que generalmente admitido hoy existe en ello. Efectivamente, «i por epidemia conocemos y desci- framos toda enfermedad que durante algún tiempo aflige á un pueblo ó comarca, acometiendo casi á la vez á gran número de personas y procedente de una causa común ó accidental, como' el aire atmosférico ú otras parecidas, indudablemente cuádrale de lleno á nuestra fiebre tal fallo ó triste acusación, por los hechos en ella evidentes é innegables á todas luces y por la idea de su carácter ó condición patológica incuestionable. Pero hé aquí que en la ansiedad de satisfacer como la instintiva voz de nuestra conciencia, la aspiración gene- ral en esta cuestión, hemos llegado casi como de corrido, poco menos que á su fin principal. Antes, pues, de avan- zar repentinamente á más y poder merecer por tanto cualquiera calificación sensible, demos fondo aquí; y á toda seguridad, ó en la más posible á la vista, procure- mos investigar, en tan amplio horizonte, lo que la historia nos dice de más importante y á la suspicacia y suscepti- bilidad científica ocurriera, muy atendible en lo humano, regular y prudente, á toda desapasionada y desinteresada estimación, en los principios y fundamentos de cuestión tan magna y trascendental. Antes de adelantar más en esta via, es de propósito de- jar confirmado lo asiduo, grave y delicado de este estudio, por lo mismo de existir de muy antiguo, en esta parte de la patología, una muy deplorable confusión con el legítimo sentido de las palabras asignadas en nuestro tema; por lo que es muy difícil poderse deducir las más veces, tanto científica como oficial, general y particularmente, si por epidemia se ha entendido una enfermedad en general, más ó menos aflictiva para un número de gentes dado, y si á ella.vá ó nó unida la idea de contagio, que es ó se fi- gura ser en tanto la infección, y de qué modo esta se veri- 150 fica. Previos pues estos datos irreprochables á todo imparcial juicio, sigamos el hilo de nuestra tarea, procurando me- todizarle algún tanto, á fin de lograr estimar en su lugar y valor respectivos cada uno de los particulares de ella. Girando ya nuestras miradas hacia la historia, en una breve excursión por esta, vemos palpable á todo leal y buen entender, que desde la más remota antigüedad se dá á la acción de ciertas enfermedades un carácter de epide- mia, dicho asi generalmente, llegándose á descifrar con esta voz muchas veces sólo una enfermedad especial, sin otro calificativo más expreso que sea de fácil y natural com- prensión; mas iniciándose así su malignidad y temibles efectos, con algo como de prevenciones sanitarias y or- den higiénico, en lo que tal puede llamarse, á las disposi- ciones públicas conocidas así en varias épocas correlativas ó alternadas de la historia, hasta los tiempos próximos y el presente en otras naciones y la nuestra. Aparte de cuanto en los oscuros tiempos de la antigüe- dad sucediera en este particular, vemos que desde mucho anterior de Moisés se tiene á la idea de la epidemia, confun- dida con la de contagio, en una importancia considerable, no figurando entonces menos á la vez las medidas sanita- rias y hasta de prescripción religiosa, contra tan temibles plagas, que antes se atribuyeran entre los gentiles á las iras de los dioses y hasta entre estos á determinadas divinidades de sus buenos tiempos; así que para calmar la furia de aque- llos impertérritos señores, se adoptaban sacrificios tan inhu- manos como arbitrarios y se hacían ofrendas de varias cla- ses, á discreción y original inventiva de sus sacerdotes: tra- dicional apelación que vemos seguida en otros países, re- ducida en el nuestro á ofrendas también, votos y súplicas á la Providencia que hace la fé religiosa en demanda de la salud y vida general y particular de los vivientes. Por aquellos tiempos, Cartago, Tiro y la Fenicia toda ensangrentaban los altares de sus templos con dichos sa- crificios , hasta irse desarrollando moralmente el hombre y la humanidad, é ir cesando tan insensatas ofrendas y prescripciones, por más que luego se vean en épocas di- versas de la historia otras muy dolorosas y horribles de hombres, pueblos y naciones, llevándose á sangre y fuego 151 en numerosas y sucesivas guerras, la brutal y perversa ley del más fuerte y poderoso, con otras de tal jaez, que dieran por opimos frutos, sino la destrucción recíproca del hombre, la desolación y la muerte; últimos extremos de la más atroz contrariedad en la vida, salud, conservación y reproducción general, que es la ley inmarcesible, ver- dadera, justa y adorable de la creación. Entre tales ideas y á vista de tan monstruosos hechos, Roma, como por recurso más propio de necesidad enton- ces, instituye los juegos tauros para distraer al pueblo en tales aflicciones, mientras Tito Livio sólo quería aplacar con sangre humana la cólera de los dioses. Sin adelantar más en la larga y difícil reseña de las epidemias en el mundo, limitando nuestro ver á lo más preciso sobre lo anteriormente citado, nótanse también, á grandes trazos, épocas funestísimas de estas calamidades. Por los años 430 antes de la Era Cristiana, se sabe que los Atenienses, reforzando el sitio de Potidea, en el golfo de Terma, dirigieron un gran refuerzo de ejército para auxiliar al sitiador, que se encontraba en buen estado de sanidad, enfermando todo al poco tiempo de una peste contagiosa, perdiendo en cuarenta dias más de mil hom- bres, viéndose al apoderarse los sitiadores de la plaza, que los sitiados no padecían tal enfermedad. También ya en la del año 555 antes de la Era Cris- tiana , hubo en Constantinopla una peste que, según la historia, en un dia perecieron más de 100.000 víctimas: plaga atroz ó epidemia dicha, que les asoló horriblemente. A darse por consecuencia algún valor á lo que la suspi- cacia, la inventiva ó á veces la malicia y debilidad hu- manas han imaginado en este triste ver en la historia, con sus accidentes de inculpaciones horribles, guerras, perse- cuciones y venganzas atroces, en que tanto se refleja por desgracia la antítesis de la creación y de la cualidad ra- cional del hombre, de aquí pudieran partir, sino de antes, suposiciones tan monstruosas como lamentables á lo infi- nito: mas no queremos dar acceso á tal idea, ajena á toda moral estimación y dignidad universal. Sucedénse luego, como apuntado dejamos en nuestra reseña histórica preliminar, a que nos referimos en estos 152 detalles, los tiempos en que el legislador del pueblo hebreo indicado ordena contra la lepra y el herpes, ya en el con- cepto de plagas, las disposiciones sanitarias más regula- res en su época, indicándose en ello la idea de la trasmisi- bilidad morbosa de estas afecciones, aunque sin otra norma doctrinal en lo científico, autorizada y precisa para su apreciación correspondiente. El catecismo algún tanto profiláctico de la China y la preponderancia que por entonces se diera en este país al calor y á la humedad, como elementos organizadores y de condición vital; así como también al mismo tiempo las prescripciones fanático-religiosas de los Griegos, con la elevada importancia que dieran á su Mefitis, diosa de las enfermedades mortíferas, todo mucho anterior á Hipócra- tes, poco nos dicen en este punto. En lo subsiguiente hasta Empedocles, no encontramos rastro claro de clasificación alguna morbosa epidémi- ca. El parece quizá el primero en declarar su reconoci- miento y arrostrar su combate, provocando la adopción de recursos contra ella, á la vez que inicia ó dispone primi- tivamente, entre otros medios, la adopción de los cordones sanitarios, como preservativo entonces preciso de aquel mal, que con tan buena fé como recto juicio conociera, ha- ciendo los mayores esfuerzos por salvar á su país de tan cruel azote, según las crónicas refieren en su honra, con detalles, aunque algo exclusivos, de evidente significación. Hipócrates ya posteriormente, en sus notables observa- ciones consignadas en el respetable escrito que sobre es- tas enfermedades nos legara, deja bien comprender, aun- que algo oscuramente, como de práctica venerable casi ex- clusiva y en el sacerdotal estilo que tan propio le era, no sólo la importancia, síntomas, pronósticos y estragos de las epidemias, así como sus variaciones y alternativas, con- formes ó discordes con lo que llegó á llamarse constelación médica y hoy constitución atmosférica, sino sus diferencias como relativas á las de una comarca, ciudad ó nación, con las enfermedades esporádicas, que no siendo comunes á muchos á la vez, dependían de una causa particular mor- bosa, reducida á determinadas personas. Como de esta parte histórico-médica, tan precisa como 153 de tradición evidente é imprescindible, ya brevemente á su tiempo nos ocupamos, relegamos desde luego al lector á lo referente que en ello dejamos insinuado sobre las afir- maciones magistrales de tan respetable como célebre au- toridad, provocando la atención científica sobre lo esencial de su texto epidémico, que estábamos por llamar vene- rando, dicho así esto sea en< buen sentido, y del que sería ímprobo el aducir lo exacto de la mayor parte de sus in- numerables citas. Nótase ya desde luego en este semi-profeta de las hoy dichas ciencias médicas, la gran importancia que diera á los estímulos exteriores, como causas morbosas preponde- rantes muchas veces; al calor y la humedad naturales en su concordancia con el predominio subsiguiente de las enfermedades pútridas y pestilenciales: el valor y consi- deración que da al neuma, sinónimo aun hoy tal vez acep- table de principio vital, de tanta influencia en el quid di- vinum de aquel; lo mucho en que se fija y explica la lucha de la naturaleza con los elementos mórbidos: lo en tanto que estima la acción de las secreciones por los emulto- rios generales, ó excreciones ya que decimos hoy; pro- curando insinuar con estos datos la esencia doctrinal con- siguiente sobre la naturaleza de las enfermedades; y al referirse particularmente á las fiebres, entre estas descri- be los síntomas de algunas cuya analogía patológica con la de que tratamos es tan natural como evidente. Sus ob- servaciones en la peste de Atenas revelan casi una identi- dad de síntomas en ella con los de las fiebres que estudia- mos bajo un aspecto epidémico. Ya por aquel tiempo lle- gan á tener precisamente, aunque en estudio general, un importante punto de partida las nociones sobre la natura- leza de las enfermedades, sus varios tipos y relaciones ó di- ferencias con las llamadas pestes. Entre las leyes generales y particulares del mundo fí- sico, figuran las naturales correspondientes, ala que vi- ven sujetos multitud de animales, con el hombre en pri- mer lugar. Este vive rodeado por todas partes de los di- chos agentes exteriores, que ejercen sobre él una presión determinada en su particular existencia. Hipócrates acorde en esto, observando las epidemias, describe exacta y brc- 20 154 vemente la naturaleza de ellas, con sus caracteres propios y generales, de que dedujo máximas y preceptos de este orden, aplicables á cualquiera particularidad; presentando casi siempre en sus verídicos relatos lo más grave y difícil, como para abreviar la práctica de lo fácil y común en la ciencia. Entre sus observaciones consta ser el otoño una de las estaciones que más /perturba el aire para producir y hacer malignas las enfermedades, que epidémicamente sin embargo se presentaban en cualquiera estación, aun- que en tiempos y constituciones irregulares, que traían tras sí tal condición morbosa epidémica. , Hipócrates nos legó en este punto sus libros de epide- mias, traducidos por el intérprete Honain y comentados á la saciedad, aun con dudas sobre la legitimidad de al- gunos, salvo el primero y tercero, y los demás decirse apócrifos y ordenados sobre apuntes de aquel, por su hijo Thésalo. De todos modos el estilo llano de los más, su doc- trina y método siempre iguales, su observación y relacio- nes tan sencillas como francas, nos revelan la verdad de hechos dados, que nos refiere con detalles gráficos, tan propios de él que parecen innegables, como sus teorías sobre las constituciones epidémicas; congeturas apoyadas luego por la autoridad de Galeno, su memorable sucesor en la ciencia y su crítica, y aun su contrario comentador las más veces. Celso, Graciano y otros Griegos y Latinos tuvieron también en su época misma por legítimos los siete libros de epidemias del gran sacerdote de Cós. En su respecto, So- rano en la historia de la vida de Hipócrates dá reglas para conocer sus libros legítimos de los falsos, sobre lo que nuestro sabio Lemos juzgó con íntimo acierto en todo ello tan difícil de conseguirlo en la versión é interpretación de obras tan magistrales como estas. De las enfermedades de putrefacción de humores se nos habla en el libro 2.°, de un tiempo en que dominaba el mucho calor y humedad, que daban la constitución mor- bosa elemental de putrefacción y en que aparecían con las fiebres de carácter pútrido insinuado, otros morbos de hu- mores corrompidos en el cutis, que daban dentro mucho calor y comezón. En el otoño se dice ser estas enferme- dades agudísimas y mortales. En las calenturas del estío 155 es en las que dice Hipócrates que salían en el cutis, sobre el sétimo dia, unos granitos parecidos al mijo, con alguna comezón, que eran durables hasta la crisis; lo que nos dá idea de las fiebres miliares, cuyo síntoma anotado es por cierto el primero que se observa al llegar á los climas cálidos de América, llamado erupción de recien llegados-, especie de salpullido de Europa, del que ya hemos ha- blado anteriormente. Las diarreas estacionales y aun las hospitalarias, tienen ya aquí explicación y referencia, así como las de violentas transiciones del calor y sudor al frió repentino, reposándose en sitios frios de pronto y violenta- mente. Caracterízase ya bien la índole morbosa de la cons- titución especial, dicha epidemia, entre varios enfermos á que se refiere Hipócrates. Uno de ellos Hermócrales, que padecía fiebre alta, dolores de cabeza y lomos, insomnios, vómitos amarillos y coléricos, luego negros y fétidos, evacuaciones de vientre como tostadas, negras tambjen y fétidas á veces, tericia, azorramiento, delirio, sordera, sangre por las narices, hipo, convulsiones y neuralgias, nos manifiestan bien claro su estado grave, á la vez que inspira admiración el verle salvar la vida al través de tan cruel padecer. De estos tipos nos refiere el mismo otros varios enfermos, aunque al parecer de sus comentadores sólo padecieran calenturas ardientes, letargos, frenitis y algunas hepatitis, más con inflamación de las partes supe- riores del estómago, en estas dichas fiebres ardientes es- purias, por atacar á la atrabilis y predominar la maligni- dad ya estacional, ya humoral de los pacientes; sobresa- liendo siempre los síntomas patognomónicos expresados. Mas ya dijo tan respetable maestro que las calenturas de esta clase, con síntomas perniciosos, en cuatro dias quitan ¡a vida. Así que dichas fiebres, procedentes al decir de sus comentadores de humores atrabiliarios malignos, con sín- tomas tan graves, entre ellos el hipo, característico aquí de inflamaciones gastro-hepáticas, son de una gravedad suma y perniciosa, cuyos caracteres por otra parte tam- bién describe en su Coaca el divino viejo. Hay más. a Si quis, dice, in laboriosa febre singultiat, aut obstupescat, morbo labora, péximo.» En la estación pestilente, status pestilens de Hipócrates, 1.56 en que describe un año anteriormente seco y luego austral lluvioso y sin vientos fuertes, sino del Mediodía, con mu- chas lluvias en primavera, llegando hasta la canícula; el estío sereno y ardiente, el calor grande sofocante y el otoño oscuro; año todo húmedo y blando, presentó en la primavera muchas erisipelas malignas, de que murió gran número de enfermos. Fueron generales y epidémicas en este año las fiebres ardientes con frenesí, llagas en la boca, tumorcillos pudendos, fluxiones de ojos y carbunclos, diarreas, inapetencias con gran sed algunas, malas orinas, azorramientos y desvelos repentinos; falta de crisis, y cuando esta venía era mala. Hé aquí el cuadro gráfico que nos pin- ta Hipócrates de aquel año en que dice que todas las enfer- medades eran epidémicas y en bastante copia cada una de ellas, muriendo en él muchos enfermos. Aparte de la erisipela que hubo así entonces maligna y mortal, las de- más enfermedades se decían sostenidas por la putrefac- ción que predominaba. En todo el estío y otoño hubo, dice aquel, mucha turbación, calenturas crecientes, disen- terías, pthisiquéz" aguda y frenética. Antes de la primavera empezaban estas fiebres con todos los síntomas referidos, acometiendo á muchos de un modo agudo y mortal; los jóvenes padecían de pujos; los pituitosos, cursos por mucho tiempo; los coléricos evacuaban humores picantes y pin- gües. Aconseja aqui el sabio práctico el tener muy presen- tes las constituciones generales y particulares para el buen tratamiento de estos morbos. Sobre tales datos, entre los varios comentos notables de Hipócrates, hacen época en nuestra historia las del sabio español Piquer, que dice á es- te tenor que dichas fiebres ardientes espurias, con mucha malignidad, son producidas por la cólera y la pituita, abundantes en el estómago, que producen calentura por la putrefacción, vicio que reciben del aire, por lo que son va- riables é irregulares y más ó menos malignas, como sea aquel, y buena ó mala, por consiguiente, la constitución del tiempo. «Debíase sospechar, dice, que la constitución del aire, encontrando disposición en los humores délas personas, los corrompe con precipitación, ni más ni menos que si fuese un veneno aceleradamente mortal.» Cuando existen, pues, estas fiebres malignas, observó Hipócrates, 157 algunas veces con las orinas delgadas y negras, el delirio, rinorragias, cámaras biliosas con dolor, siendo aquellas producidas por la mala constitución del tiempo é indisposi- ción consiguiente de las entrañas del enfermo, atacando el mal á la boca del estómago y parte baja del hígado, donde estaba generalmente el fomento del morbo en estos sujetos. Otro ejemplo más cita el Sacerdote de Cós, de Meo» medes de Abderas, que habiendo ejercitado con exceso las cosas lascivas y bebido destempladamente, cayó en una fuerte calentura en que se presentaron con exceso todos los síntomas antes referidos. Este ejemplar evidente y el del Mancebo de Melibea, que por las causas idénticas padeció lo mismo y murió, bien claro nos dicen y comprueban cuanto ya en lo anterior dejamos expuesto y como garan- tido en. teoría sobre las causas predisponentes y determi- nantes especiales de la enfermedad en cuestión, á que es- tas son tan análogas, sino idénticas. Así se notan aquí las primeras nociones sobre la naturaleza de estos morbos, de una misma índole, y en que se ve más ó menos ini- ciada ya la tesis sostenida de la putridez, como siempre he- mos dicho, de los primeros tiempos ó infancia de la ciencia. Tan cierto es, pues, que las expresadas causas eficientes obran con tal poder sobre nuestra economía animal, de un modo general, relativo ó especial, según las varias causas patogénicas indicadas y las disposiciones indivi- duales respectivas, por las condiciones varias también apuntadas de la edad, el sexo, los temperamentos, diátesis y otras, que el buen juicio científico apreciar debe, con el criterio abstracto y preciso que se necesita en materia tan importante, Galeno en Pergamo, Asia menor, descuella ulterior- mente en la ciencia, como filósofo y jefe de escuela, ó au- tor de una doctrina memorable y avasalladora en su época. El admite y comenta los principios de Hipócra- tes, como hemos referido, contrariándole en algunas ocasiones. En sus teorías sobre las fiebres, se vé recono- cerles las mismas causas dichas y otras más; sus tipos, diferencias, esencialidades y naturaleza de putridez, idénticas á las ya citadas de Hipócrates. Sus crasias y discrasias, ó desequilibrio humoral es bien manifiesto, así 158 como su tratamientp terapéutico purgante, contra la cor- rupción humoral, y aun en la cacoquimia de esta índole. Por no insistir, en fin, con más monotonía en lo esta- blecido por Galeno sobre las causas y naturaleza de las enfermedades pestilenciales, recomendamos muy espe- cialmente en ello lo expresado por él en sus aforismos, según dijimos en nuestra reseña histórica, de que sólo aquí aducimos como cita estas notables sentencias. aSic et cum acris temperatura, á naturali habitu, ad caliditatem, atque humiditatem inmodice tuerit, con- versa pestilentes, quídam morbos orari es necesarium». nEa quce putrescum in animantis corpore, calorem qumdam inmodicum nisi in partibus, in quibus pu- trenl efficere possunh. Aquí, pues, sino en otras partes, se determina bien aproximadamente cuanto dejamos insinuado sobre las cau- sas y naturaleza de las enfermedades y fiebres pútridas, con algo ya de sus indicaciones terapéuticas apropiadas. En sus afirmaciones sobre estas enfermedades, bajo un carácter epidémico, notamos que también al describirlas como Hipócrates, bajo tal aspecto de alarma y conflicto ge- neral, las tiene por comunes con la peste, por sus caracte- res, dice, de igualdad epidémica, condición vulgar como contagiosa, acción mórbida violenta, rápida, terrible, ó lenta á veces, aunque entonces falaz, peligrosa y general- mente siempre mortal. Parece no obstante en estos rela- tos, como que aún se duda sobre la cualidad contagiosa de estas fiebres pútridas, ya generales y epidémicas á la vez, sobre lo que después con el tiempo, Stoll, Verdoni y otros, dudan, desestimando algunos y aun negando tal cualidad hasta en la peste; lo que á bien entender, parece exagera- do y violento, tal como se entendía entonces esta palabra. Respecto á Galeno, en sus obras y comentarios sobre las varias de Hipócrates, sucede también el tenerse por apó- crifos varios de sus libros y aun los mismos de epidemias, sospechándose, desde los tiempos de Charterio, colector de las obras de ambas celebridades, Hipócrates y Galeno, que los escritos que se dicen de este, no suyos y en su mayor parte árabes, serian coordinados bajo su nombre con la idea del lucro, por su inmenso valor entonces general en 159 todo el mundo. De todos modos, la historia más que la tradición nos los dá á todos como verídicos y valederos, y las doctrinas en ellos asentadas han pasado y corren en el dia con una aceptación científica general y evidente. Viene á deducirse por lo tanto, en lo que dejamos referido, que encontramos igualmente en el trascurso de las edade j primitivas, á Hipócrates primero y á Galeno posteriormen- te, relacionando también ó estableciendo así en comunidad la epidemia y el contagio, entendiendo por este la en- fermedad misma, de carácter pestilencial y aun producida, sino generada, presumible verosímilmente por el aire car- gado de miasmas ó vapores deletéreos, teoría que ha veni- do respetada hasta lo moderno con sus secuaces, Pringle, Lind y Cullen: esto nos dá lugar á insistir en nuestra idea sobre la necesidad de deslindar bienios caracteres re- lativos entre la epidemia, procedente ó trasmisible por el aire atmosférico y el contagio, expresión de contacto, que después determinamos. Rasis y Avicena sobrevienen, respetando las doctrinas anteriores, sosteniendo el principio de la fermentación de la sangre y de los humores, y preconizando las virtudes medicinales de los eméticos y purgantes aun contra las fie- bres de carácter epidémico. Pablo de Egina, hacia el siglo VII, notable escritor de su época, llamó enfemedades populares y comunes á las que atacaban á muchas personas á la vez; de causa co- mún también, pero sin diferenciar la epidemia del conta- gio. Escalígero en su tiempo llama igualmente vulgares á las enfermedades epidémicas y populares á las en- démicas. Se advierte también en tanto designarse como en sinó- nimo sentido del concepto epidémico, la voz de peste; mas sin determinarse propia y detalladamente cuál fuera ella; dándose lugar á creer que bajo esta palabra se explicaría entonces toda enfermedad epidémica, contagiosa y aun infecciosa, que después como tales se han venido diferen- ciando hasta nuestros dias. Así que bajo aquel denominado casi no habría dificultad en colocar en esta clase hasta las de los enfermos impuros, de que nos habla en su lugar la Biblia, llegándose entonces á quemar á la muerte de tan 160 desdichados seres, todos sus útiles en vida, y entre estos el asiento que más usado habían. Basilio Becon, luego, dice serla causa de la peste el aire podrido, que obra sobre la sangre y los humores como levadura ferviente y venenosa. Así lo quiere probar en la que observara, según sus notables experiencias en ella. Aparece luego Boerhave, acorde en las mismas creencias y autor de otras parecidas teorías, que nos lega en sus Instituciones médicas y célebres aforismos, como cuerpo de doctrina admirable, sobre su propia observación y práctica casi exclusiva, de cuyas afirmaciones apelamos al texto muy conocido de sus obras. Sucede la peste de Florencia, de tres años de duración y noventa y seis mil víctimas. Por entonces Lancisi en Roma, Forti y Dehaen piensan lo mismo sobre la putre- facción de la sangre y de los humores, por la absorción de los principios nocivos que existieren en el aire. La peste, pues, palabra que indicaba en lo antiguoí?^¿e^o, enfermedad y muer te, se halla caracterizada también epi- démicamente por fiebre y atonía orgánico-vital, mas con sus síntomas propios y exclusivos, como ha venido á de- tallarse la llamada de Oriente, de Turquía ó de Levante. Distingüese en esta con particularidad su condición de bu- bonaria, con presencia de tumores malignos, como el an- traz y otros que á su tiempo indicamos diferencialmente; sirviendo aquí esta esta cita sólo para comprobarse la mul- tiplicidad del calificativo epidémico en la antigüedad, como equivalente al epíteto de mal grave, especialmente co- mún, mortal y devastador. Comopeste pues, pestilencia, calentura pestilencial y de otros varios modos se ha conside- rado, en las remotas edades, aun mismo ó á veces diferente padecimiento, siempre alarmante, que afectara en muchas ocasiones á una determinada localidad, y duradero por más ó menos tiempo. De la peste se dice haber perecido en mu- chas épocas y en pueblos diferentes, más de las dos terceras partes de los acometidos. Así que como contagiosa exante- mática y febril, vemos clasificarla unas veces á Sydenham Mead, SauvagesyCullen, reduciéndole Mead al orden morí boso tifus, cuando Lmneo le namasínoca aguda y fu- nesta; sin embargo de verse en el mismo Sydenham un 161 esfuerzo por distinguir la peste déla fiebre pestilencial, que parece por tanto ser, sino idéntica muy semejante á la nues- tra, cuya índole, según él, es de una inflamación más re- misa que la que se observa en la primera; de cualquier mo- do parece descollar entre esta confusión de apreciaciones la propiedad genuina de ser en toda epidemia característi- cos é inherentes al mal los síntomas de contagio y ma- lignidad, con tendencia á la,putrefacción, según algunos, lo que se manifiesta inmediatamente ó muy en breve, en los cadáveres de sus víctimas. Así vemos, entre dichas en- fermedades, mezclarse por Cullen, como en las pestilencia- les de Fracastoreo, Foresto, Willis y otros, las llamadas castrenses por aquel, náuticas nosocomiales y carcelarias; clasificación, aunque bien característica, poco científica por cierto y doctrinal, muy propia del estado de conoci- mientos en aquella época. Confirmada ya la cualidad endé- mica de esta enfermedad en sus focos naturales ó especia- les, y vista á la vez su presentación y subsistencia epi- démica, ya como de paso ó radicándose bastante, con sus estragos numerosísimos, tanto en América como en Eu- ropa y particularmente en nuestra Península, en los tiem- pos que se dirán, quizá debiéramos descenderá referir desde luego en su prueba, las citas y fechas dadas de su apari- ción y desarrollo, sino en todos en la mayor parte de los puntos del globo en que esto ha tenido lugar, viniendo á parar hasta en los últimos años, y aun al anterior en que esto ha ocurrido en varias provincias de España; mas indicándose esto diferentes veces y en ocasiones apropiadas en el trascurso de esta obra, á más de ser ya muy conoci- do de todos por la historia, citada aquí también oportuna- mente, sería acaso este trabajo en detalle sumamente dila- tado y minucioso; por lo que creemos debernos reducir á hacerlo como en extracto, del modo más preciso en este lugar. Siguiendo pues el orden progresivo tradicional que nos hemos trazado en estos estudios, en el apropiado repaso, quizá algún tanto digresivo que hacemos déla historia, en sus relatos anteriores y posteriores á los hechos sobre epidemias, examinemos la parte de inclusión que en ello atañe á la nuestra, aunque en tiempos masó menos avan- 21 162 zados de aquellas, pero cuya aparición viene en su dia si- guiéndonos de un modo constante en América, y sucesivo ó periódico en Europa en ocasiones, como ocurre en lo an- terior inmediato y casi se insinúa en el presente. Hasta el siglo XII como vemos, no encontramos un exa- men ya regular y metodizado de las epidemias, aunque confundiéndose en ella siempre la idea y acción del con- tagio, como cualidad casi siempre inherente á las mis- mas. Ya en este sentido hemos dicho hasta dónde llega nuestro débil concepto sobre tales extremos. Por este tiempo se sabe que, no conociéndose remedios enérgicos y activos para contenerlos estragos epidémicos, unos Vene- cianos y Genoveses pusieron en práctica contra la peste, en el Cairo y en Alejandría, el aislamiento de los enfermos, en sitios ventilados, y auxiliados aquellos de los socorros precisos, lo cual se dice que dio buenos resultados. Ya en el siglo XIV, en tiempo del Papa Clemente VI, vemos en Roma desencadenarse las furias del pueblo contra los Judíos, creyendo que estos envenenaban las aguas, lo que producía la epidemia: desaforado el vulgo á tal suposición, se dio á la matanza de aquellos y á que- marlos en hogueras públicas; horror funesto y fomentador de terribles escenas ulteriores de inhumanidad, de ven- ganza y muertes desastrosas. Así que al matar ó quemar los cristianos á cuantos Judíos hallaban, veíase bárbara é inhumanamente al morir un esposo ó un hijo, arrojar- se á manos de sus asesinos, ó al seno de la misma hogue- ra, á la esposa, con su hijo aún á los pechos ó de pequeña edad, por no dejarlos con vida en poder de sus verdugos. A tales monstruosidades conmovido ya el Papa citado, mandó tener piedad de aquellos infelices y dijo exco- mulgar á los que cometieran tales violencias con los Ju- díos, mandando encender otras hogueras para purificar el aire, prescribiendo luego una absolución general para todo el pueblo. Desde aquel tiempo, 1343, en que la llamada peste ne- gra, procedente á tal decirse de Levante, é introducida por unos buques que del Cairo ó de allá vinieran, se vé á esta enfermedad paulatina y sucesivamente recorrer el mundo puede decirse, y destruir al género humano y aun 163 á muchos otros seres vivientes que encontrara al paso; prolongándose en algunos puntos de un modo horrible, como en Inglaterra, en que duró nueve años. Son pues así indecibles los estragos que en todos tiem- pos han hecho las epidemias. Más de quinientas mil per- sonas se dice que perecieron en cada año en la citada na- ción, de tan horrible y repugnante mal, que casi asoló á la Islandia y puede decirse que la destruyó por completo, sin dejar apenas rastro de su existencia más que en la historia. Lo mismo ocurrió en otras varias naciones y pueblos; Inglaterra, Florencia, Aviñon, Laura de Noves, que inmortalizó el Petrarca en sus cantos, Roma, Ñapó- les, Viena, Genova y Venecia, son pruebas testificales y víctimas á la vez de tan terribles calamidades. En esta úl- tima ciudad, tan memorable en Europa, perecieron entre infinitas y respetuosas personas, casi todas las de su célebre consejo. París Marsella y Mallorca sufrieron en esta época también horriblemente, perdiendo innumerables sujetos notabilísimos en las ciencias y en las artes. Más adelante, en 1589, cuando la misma epidemia ú otra del mismo orden asoló á Marsella, en copia entonces de lo practicado en el siglo XII en el Cairo, que ya hemos referido, se pusieron aquí enfermerías, imitándose las ya conocidas leproserías de San Lázaro; por lo que desde en- tonces se vienen llamando Lazaretos á estos estableci- mientos humanitarios, de que proceden los existentes en el dia. Un siglo después, reproduciéndose las inculpaciones del vulgo en Milán, como antes en Roma, contra los Judíos, creyéndoles envenenadores y productores de la epidemia grave y mortífera que se viera destruirles, en términos de llegar á existir en un dia hasta la cifra de tres mil qui- nientas personas, víctimas de ella, ocurrió desgraciada- mente el que, habiendo aparecido en un dia untadas de cierto modo algunas paredes, varias puertas de los edifi- cios públicos, otras casas particulares y hasta los llama- dores de ellas, dio esto que sospechar al pueblo, que pa- sando de la duda á la creencia é inculpación dicha, dio en atribuir el hecho á los Judíos, y llamándoles untado- res, desbordado ya, se dio al desenfreno de su furor 164 contra aquellos, teniendo lugar entonces otras escenas de horrorosa carnicería, fuego y venganzas atroces, iguales ó aun mayores á las anteriores de Roma. Ripamonti re- fiere testificalmente haber visto, en la iglesia, acometer á uno ó más supuestos untadores, y á golpes y garrotazos, medio muertos, llevarlos arrastrando á la autoridad, que les declarara inocentes. Bastaba entonces allí aun extran- jero pararse en la calle ó aun chico, como se vió, jugar juntoá una fuente, para tenerles seguidamente por un- tadores y descargar la furia vulgar contra ellos, de lo que en otros casos parecidos hubo ejemplos varios; predo- minando en todo ello un odio fanático á los Judíos, fo- mentado acaso por miras siniestras y altamente crimina- les. Tan cierto desgraciadamente es lo fácil de fascinar, seducir y corromper á la ignorancia, que sin ver ni cono- cer otro origen del mal que el que se le deja ó se le hace creer, entrégase como instintivamente, guiado por un fu- nesto error, al impulso feroz de las pasiones infames, cuyo resorte se tocara. En el presente caso, de admiración la- mentable, se ve hasta dónde llega la más bárbara é in- humana perversidad en el cruel furor y monstruosa sacie- dad de venganza, de muerte y exterminio contra nuestros semejantes en el mundo. Por la historia vemos también cundir este mal en Es- paña y por las mismas causas é idénticas circunstancias, sino de hecho de referencia fanática y fascinadora, tene- mos que deplorar el mismo exceso en la credulidad del pueblo y en el desate de sus bárbaras pasiones contra aquellos; dándose aquí también á la persecución y exter- minio de los Judíos , por creerles productores y propaga- dores del mal epidémico que diezmara á las poblaciones. Omitimos más detalles de estos tristísimos horrores, á que vino luego ya á dar fin el decreto ó ley de expatriación y destierro total de la raza hebrea, quedando España así con una disminución notabilísima en su población, cuyos hechos, pormenores y consecuencias, tan exactas y minu- ciosas, nos relaciona en su lugar ,1a historia. En la continuación de estas investigaciones históricas, vemos también que en Cádiz y Sevilla se padeció otra epidemia sumamente grave y mortal, por los años de 1649, 165 que dio muerte á más de 100.000 personas; de la cual parecen, según se dice de entonces, serlos estragos referidos en nuestro anterior relato, por cierto ya altamente sensible y penoso. Queremos pues terminar por ahora aquí nues- tro estudio, bajo tal carácter tradicional é histórico, que en otra ocasión, ó tratándose del contagio, podremos con-, tinuar accidental ó relativamente al objeto. Bástenos por hoy lo dicho, corriendo, si es posible, un muy tupido y os- curo paño, que no cumplido velo, sobre hechos tan dolo- rosos y lamentables. Siguiendo ya nuestra interrumpida tarea, no diremos por otra parte, como en su época el Papa LeonX, que las pestes, así entonces aún llamadas, ó las epidemias son un castigo ó furias del cielo contra los pecados del hombre, y como tal y por lo tanto, tan antiguas aquellas como la humanidad; nó, y omitimos detenernos en combatir se- mejante absurdo, á todas luces monstruoso y fanatizador. Ahora ya, coordinemos un poco más' nuestras ideas al tenor de lo dicho anteriormente, sobre la parte de epide- mia en estudio, procurando deslindar bien su carácter, en la amalgama ó confusión en que aún se le tiene con la acción del contagio, de esencia este y condición diferen- te, aunque bastante relacionada con la existencia propia y determinada de aquella: precisemos pues más la cues- tión, aunque para ello tengamos 'que descender á la más clara y definible ó ya definida cualidad epidémica. Por epidemia pues entendemos, según el radical griego de que procede, epi-demos, sobre pueblo, la acción de una enfermedad general, y no á ella misma; común á un lugar determinado, villa, pueblo, ciudad ó comarca; que se presen- ta casi á un mismo tiempo, se desarrolla y toma incremento en el mismo punto entre sus habitantes, y á veces entre todos sus vivientes, en una misma época ó en varias alternati- vas; procedente de una causa especial, que se generaliza y comunica á todos; extraordinaria las más veces, y que pro- duce, con el mal que la distingue ó caracteriza, una mayor ó menor molestia, gravedad y aun la muerte de los aco- metidos por ella. Algunos quieren que el epi-demos griego - signifique el populariter grasans latino, que expresa la misma idea y concepto de causa común en ella, y que 166 casi siempre reside en el aire atmosférico ó ambiente; sus- ceptible por lo tanto de variaciones y modificaciones di- versas, según la naturaleza de su causa. A las enfermedades que se comunican por medio del aire atmosférico del modo insinuado, se les llama epidémi- cas por esta cualidad solamente, en razón á la propiedad de aquel de cambiar el modo de ser de los cuerpos sugetos en general á su acción, que produce por sus condiciones dadas ciertas revoluciones y alteraciones en su masa, no sólo predisponentes sino que determinan varias enferme- dades de diferentes géneros, como son la naturaleza y circunstancias físico-químicas de sus dichas cualidades. El generalizarse así bajo tal influjo estas afecciones entre una familia, barrio ó pueblo, que se hallan en cir- cunstancias semejantes, dá lugar á su denominación de epidémicas, que son por cierto varias, relativas á sus dis- tintas insinuadas condiciones atmosféricas; mas entre estas enfermedades se presentan y toman incremento algunas que á la vez son contagiosas. Entre ellas hay varias que dependen solamente de las alteraciones generales del aire atmosférico en una localidad determinada, cuando otras proceden de la acción del aire respirable, mas procedente en lo exclusivo, de algunos focos de efluvios putrefactos, ya de sustancias orgánicas vegetales en tal descomposición, ya de otras animales en igual estado, ó de emanaciones animales pútridas y muchas veces morbosas, procedentes del acumulo de personas sanas ó enfermas en un reducido local respectivo; siendo por estas circunstancias dichas en- fermedades las que más han dado lugar á la confusión, no sólo en la clasificación de ellas mismas, sino en las ideas y opiniones variadas y en muchas ocasiones contradictorias, sobre la acción y fenómenos propios de la infección, natu- raleza, cualidades y acción del contagio. En la generación y crecimiento de la fiebre amarilla existen de pleno estas propiedades y circunstancias, llegándose hasta creer que sólo hay en ella infección y no contagio. Si bien por consiguiente se nota en la antigüedad al- guna confusión en tema tan importante, ya á mejor sa- tisfacción se advierte, desde Fracastoreo en lo sucesivo, un mejor método y claridad en la clasificación de las lia- 167 madas pestes, sobre las que algunos asientan su comuni- cación, más que epidémica como contagiosa, por el tacto ó inmediación boca á boca, átal decirse, con los apestados. Pero esto supone ya la absorción directa pulmonal de los miasmas de un enfermo de fiebre amarilla, y por lo tan- to al verificarse esto así tan especial y activamente, más puede decirse que hay en ellos un acto de infección del agente morbífico, que no un contagio, y mucho ménosde carácter epidémico: y como de aquella tratamos después procurando determinar lo mejor que nos sea posible sus fenómenos y accidentes, limitamos por ahora nuestra con- sideración á manifestar la diferencia visible que, á nues- tro juicio, existe entre la indicada infección con la cua- lidad epidémica, que por ahora venimos estudiando en este padecimiento: luego, con más detalles y signos propios de tal medio de propagación morbosa, probaremos suficien- temente nuestra afirmación. Sostienen algunos la mucha parte que en la aparición de esta calamidad tuviera la influencia moral de las personas por el miedo de adquirirle, contribuyendo mu- cho á ello la acción del terror, que cesando creen ser me- nos intenso y devastador el mal. Esto indudablemente tiene aquí, como en general, su valor relativo y no en poco, tanto para la conservación propia como para la de los demás, en la adopción de medios generales y particu- lares precisos y bastantes para evitarle oportunamente y combatirle en lo posible: mas sola y aisladamente así ello considerado, se echan démenos otros datos en la inves- tigación de las causas patogénicas de una epidemia; pues en efecto, en ciertos sugeíos y edades respectivas, en que tan gran importancia tienen dichas causas para las enferme- dadesi, y mucho más en estas, sólo á efecto de la pre- sión moral no se presentan síntomas tan graves como los bubones y carbunclos de la peste, la desorganización hu- moral y alteraciones discrásicas en la sangre, como la ca- racterística de la enfermedad que estudiamos, y varios fe- nómenos propios y casi exclusivos de otras, cuyo examen no es de este lugar. La influencia del aire para la corrupción de los ali- mentos y el pánico popular, son ya extremos importantes 168 de estudio en los tiempos subsiguientes, en que Querceta- no da una idea de la peste que casi asoló á Europa y pro- dujo en París cuarenta mil víctimas en dos meses. Este práctico distinguido fija mucho su atención, tanto en el estrago epidémico como en la idea, investigación y reco- nocimiento del contagio, á todo empeño y decisión. Otros notables prácticos posteriores, siguiendo ó con- formes á la indicación algo diferencial y definitiva de Sy- denham, creen en la diferencia entre la calentura pesti- lencial y la peste, como es la especie del género; que la calentura maligna y la pestilencial se diferencian en sus grados de mayor ó menor intensidad, siendo comunmente la última epidémica y contagiosa, producida por un calor excesivo putrefaciente, y consecutiva á una cualidad ó condición venenosa, á efecto de la cual se activa una gran disolución orgánica; pudiéndose deducir ya de aquí el re- conocimiento de que la epidemia, el contagio y la peste son diferentes entre sí; que la epidemia puede ser ó nó contagiosa; que la peste se diferencia mucho entre ellas por su mayor actividad para el contagio, ser brevemente más mortífera, de repentina postración, siempre epidémica y característicamente bubonaria y carbunclosa. Suelen á ocasiones sin embargo observarse algunas epidemias de carácter benigno en que sanan de ella más enfermos que mueren, presentando unos más gravedad que otros; siendo ó nó contagiosas y de duración indeterminada. Las endemias debidas á causas permanentes, como las que reconocemos en esta enfermedad, llegan á produ- cir la epidemia del mismo género, por el predominio constante de aquellas, aunque casi siempre se presentan bajo un mismo aspecto, variable solamente por otras con- causas ó modificaciones dichas. Un agente ó agentes va- rios nocivos, que obran por intermedio de la atmósfera lo- cal ó generalmente produciendo estas enfermedades, que llegan á mitigarse por sus contrarias causas ó circuns- tancias referidas, ó á desaparecer por las mismas ú otras de igual efecto, masque reaparecen de nuevo en épocas deter- minadas, con sus mismos fenómenos y signos propios, dá lugar al estado general y especial designado con el nom- bre de constitución epidémica, que ya Sydenham determi- 169 nara en su dia, por la correlación manifiesta entre las en- fermedades citadas, pestilenciales ó epidémicas, y varios fenómenos del mundo físico. Esto dio lugar en la antigüe- dad consecutivamente á varios extravíos de la imagina- ción y fantásticas creencias, tan absurdas como ridiculas, sobre la influencia física y general de los eclipses, de la aparición de los cometas, terremotos, tempestades, altas mareas, arriadas ó inundaciones, malas cosechas y otros ac- cidentes generales de este orden, que se decían ser anuncios precursores y como terribles profecías del cielo, al subsi- guiente mal de una epidemia, de una guerra cruel ú otros idénticos horrores. Dicho pues lo erróneo de tal sentir, sólo aquí debemos apreciar tales fenómenos cósmicos ó locales por los efectos que producen por sí mismos y consecuen- cias perniciosas que traen consigo, antihigiénicas las más, física y moralmente consideradas, y de cuyas propiedades ya nos hemos ocupado anteriormente. Se ha dicho por algunos, que al existir esta enferme- dad como otras epidémicamente, en un recinto determi- nado, alejaba de su esfera, límite ó perímetro de acción, á todas las otras afecciones morbosas, para reinar sin rival allí donde acomete y se enseñorea horriblemente. No he- mos observado tal hecho en América ni en Europa; desco- nocemos, por lo tanto, que se ahuyenten así las enfermeda - des generales de un país, por la influencia prohijadora ó sofocante de la epidemia, y que con la ausencia de las de- más, venga sola ella á formar un yermo exclusivo, mortal -y funesto. No hemos visto tan poco, como también se ha llegado á suponer, que á la preponderancia epidémica de esta enfermedad en un lugar dado, se sucedan en los con- tiguos otras nuevas enfermedades, ni aun el aumento y fre- cuencia de varias de regulares tipos y caracteres. La apa- rición sí de estas, ocurre á efecto de otra multitud de cau- sas locales y estacionales, de cualidades bien determinadas pero nada epidémicas, como son sus resultados morbosos, que á veces llegan á confundirse con aquellas por com- plicaciones accidentales, que nada tienen de común con las mismas. La constitución pestilencial de la atmósfera en cierto estado de alteración que ya hemos indicado, es esencial 22 170 según la gran mayoría de los prácticos, para la aparición de la fiebre amarilla, previas otras causas dichas de con- dición ó cualidades dadas, en una ó varias determinadas localidades. Así se ha observado no sólo en América, don- de predomina la endemia do ella y preséntase á su tiempo propio del verano y otoño, epidémica á veces, sino en otras poblaciones de Europa y del mundo, en que han existido ó existen las causas abonadas para su aparición y crecimien- to. Así, que á ocasiones se ve que el agente atmosférico deletéreo y rápidamente pernicioso, disminuye de acción en esta enfermedad, y aun cesa cuando se presenta una sequía extremada, de que participa mucho el aire respirable, como se ha visjto muchas veces en América, en los Estados-Uni- dos y en Europa; dando esto lugar algunas veces acierta confianza de inmunidad, que se ha probado hasta en la peste, al visitar á los enfermos de ella en el campo y aun viviendo con ellos en una atmósfera seca, sin peligro ni consecuencias ulteriores perniciosas. Esto, además de otras razones higiénicas y de cuestionable ver, dio lugar en el Norte de América en varias de sus epidemias, á la ins- talación de enfermerías en los campos, no lejos de las po- blaciones, viéndose asilos buenos resultados que indicamos. Dirigiendo ulteriormente nuestras investigaciones, ve- mos que, en la clasificación que luego vino á hacerse por los prácticos de tres especies de causas epidémicas, las constituciones atmosféricas, los efluvios y los miasmas, no encontramos aún clara una exclusiva determinación en sus conocidas diferencias; pues hay muchas enferme- dades epidémicas como la presente, en que aún se duda sino se ignora, cuál de dichas causas le corresponde como única y especial de las insinuadas, con eliminación de otra ó de las demás; viniéndose á comprender su inclu- sión en todas las tres expresadas, bajo una ú otra forma de las admitidas en teoría y reconocidas en la práctica, de que tenemos hecha referencia. Efectivamente, en la enfermedad que estudiamos no puede menos de recono- cerse una muy palpable influencia en la acción atmosférica para su producción y desarrollo, especialmente bajo su carácter endémico en América y puntos designados antes; pero aun así, como en la atmósfera se reconoce que existe 171 su principio generador, es muy difícil, por hoy, resolver clara y terminantemente cuál este sea á toda seguridad; y en caso de poderse decir, como hacemos, que es uno conocido y caracterizado, por su naturaleza y efectos es- peciales, se ocurre otra duda sobre su cualidad efluvial ó miasmática, en cuya clasificación tanta y tan variada confusión hay por otra parte aún en la ciencia. Sí; porque todavía muchos notables escritores y profesores prácticos entienden y conocen por efluvios, con sus precisas cua- lidades, solamente á las emanaciones húmedas, ya ma- rítimas, ya de rios y lagunas, manglares dichos en Amé- rica, á la vez que también dan igual denominación á las mismas emanaciones de carácter pútrido, por descompo- siciones orgánicas vegetales y animales de los. mismos fo- cos, en estado de evaporación constante, productora de la reconocida fermentación pútrida, que ya hemos indicado como generadora á nuestro ver, y productora del mal en cuestión, ya endémica, ya epidémicamente considerada. Sobre el desarrollo y propagación de este, hemos visto, al tratar de su naturaleza, cuanto bajo tal punto de vista efluvial le corresponde; pues en su estudio hemos avanza- do hasta determinar la influencia de los vientos que creemos más favorables para su propagación, disminu- ción y aun en ocasiones hasta para su probable desapari- ción; llegando á asegurar serle los más propicios gene- ralmente los del S. y S. O.; los que al mismo tiempo es sabido producen también en Europa mayor fuerza de ac- ción é incremento á los agentes morbosos de esta índole. Los efluvios ejercen indudablemente sobre el cuerpo humano una doble acción, ya en la forma y cualidad ma- nifiesta de humedad libre en la atmósfera, ya como agua cargada de emanaciones nocivas, procedente de sus propios centros, influyendo esto mucho, como se sabe, en las epi- demias, por la absorción mayor que entonces se efectúa, ya cutánea, ya pulmonar, á la inversa consiguiente de la traspiración sensible ó insensible, como hemos insinua- do; absorción que, por contrario sentido, se disminuye y aun en ocasiones llega á anularse cuando hay poca ó nin- guna humedad en la atmósfera, que sirva de vehículo al agente morbífico; diferente aquí la absorción para el desar- 172 rollo de este, á lo que se verifica sola y particularmente por la acción aislada de la humedad, en la producción de otras distintas enfermedades de orden palúdico general, como son las fiebres intermitentes, catarrales y reumáticas, pro- pias también de su característica y conocida influencia; pe- ro sin la asociación de las otras concausas detalladas en la endemia exclusiva y especial de nuestra fiebre amarilla. La impresión de los efluvios puede ser de todos modos tan viva, que bastan algunos momentos para su impreg- nación, como lo confirman los hechos en los viajeros que han sido atacados de las enfermedades propias de las lagunas pon tinas, á su paso por ellas, aun antes de atra- vesarlas ó concluir su tránsito por las mismas. Otros acci- dentes iguales se registran en esta particular historia, que sería largo el describir; comprobándonos todos la exactitud de nuestra afirmación. Y qué, ¿no es bastante en ello lo examinado á toda prueba en nuestra práctica en América, en los individuos de tropa y aun en nuestra misma perso- na? Aparte de la sensación visible que se experimenta ape- nas se llega á pasar el Trópico, ya en tierra en las Antillas y en el estado aun de salud antes indicado, al llegar á someterse óá someternos, en el interior ó en las capitales, á la especial acción patogénica del mal, ó sea á la de di- chas emanaciones, vemos trasformarse casi inmediatamen- te el modo general de ser de nuestra economía aninal, y á los pocos días de permanencia bajo la acción de estas causas, enfermarse los hombres por docenas y centena- res, siendo eneficaces é inútiles casi todos los medios co- nocidos en la ciencia para su curación, salvo la salida del punto, radio ó perímetro del mal. Los Europeos que algu- na duda puedan tener sobre la veracidad de estas asercio- nes pueden, si quieren confirmarlas, hacer un viaje si- quiera como de recreo á la Isla de Santo Domingo, y allí en tierra luego, hacer una escursion como en gira de campo ó cacería, á los infinitos bosques seculares y agres- tes selvas, circuidas varias de manglares que allí existen, que tan mortíferos resultados dieron siempre á los Euro- peos, y particularmente á los Españoles, en la empeñada residencia y lucha por la posesión de tan extensa como inculta y desgraciada Antilla. 173 La sujeción constante á una atmósfera efluvial, como las que hemos descrito en su lugar, no sólo debilita poco á poco á los individuos por su condición dada, sino que les produce á lo menos una especie de caqueccia, con la que, sin aparecer enfermos, llega á formarse en ellos al poco tiempo el predominio de su temperamento, tal y tan manifiesta- mente como lo hemos explicado al hablar de este extremo, que ocurre con los naturales de América y aun con los Europeos ya aclimatados allí, en su característica sub- ictericia, llamada proverbialmente aplatanamiento. Así es esto apreciado por todos los entendidos en esta clase de enfermedades, en términos de que tratar de insistir más en ello sería inoportuno y quizá hasta enojoso. Posteriormente á la iniciativa y propagación de la teoría de los efluvios, como productores morbosos, se ve darles á estos una importancia suma y diferenciarlos de los miasmas, haciéndose constar en estos las propiedades que antes se dieran á los contagios generales: es decir, se cree que los miasmas así dichos, siempre insanos, aun pro- cedentes de individuos saludables, son de evidente traspira- ción morbosa en los enfermos, y muy nocivos para los que ya lo estén, cualquiera que sea la clase de su padecimiento. A los que son resultado más en particular de sustancias animales en putrefacción, se le reconocen por cierto una cualidad natural y eminente de producir la disolución or- gánica y humoral; término medio, que llegó á decirse, éntrela vida y la muerte. Estose creía cuandoálos eflu- vios se insistía en reconocerlos exclusivamente como pa- togénicos especiales de las fiebres de carácter intermiten- te: pero ya nos extenderemos más en este punto, creemos que debidamente á todo deseo de dejar bien deslindados particulares que, aunque diferentes en sí mismos, tienen en conjunto una muy conocida relación. Mas como por miasmas quieran tenerse por muchos á las emanaciones que se desprenden de las personas sanas ó en- fermas, de sus ropas y excrementos, ó de toda otra sustan- cia animal en estado de putrefacción, con tal diferencia de los efluvios, aunque en igual forma de difusión por la atmósfera, de igual inoculación dicha así por algunos, y de resultados morbosos idénticos, detállanse así estos como 174 productos de tales exhalaciones pútridas, en una casi cons- tante uniformidad, con la índole y naturaleza de los que padecen las'personas de que aquellos proceden, aquí de la cualidad asignada en esta fiebre, cuyas exhalaciones tanto de los enfermos como de sus ropas y excrementos se tienen por contumaces y deletéreas, en una gran mayoría de pareceres, lo que dá lugar á la teoría y asignación del contagio, de que tratamos más adelante. Es confirmación general el que los miasmas obran por sus cualidades estupefaciente, debilitante ó pútrida, y por absorción cutánea y pulmonar, como y a hemos estudiado, igualmente que los efluvios. La exposición constante, pues, á una atmósfera cargada de miasmas ó emanaciones morbosas de carácter adinámico, está probado por varios que produce inmediatamente una alteración morbosa grave, en que se ven debilitarse las funciones naturales de la economía animal, resultando consecutivamente una ato- nía extremada, que es en general el pródromo de la fiebre adinámica ó atáxica en Europa, y en América de la fiebre amarilla, como llevamos expuesto: sideración manifiesta, diferente de todo otro estado patológico resultante de otras condiciones especiales del aire respirable. La sedación evi- dente que se establece por la absorción miasmática es más ó menos pronunciada, según la especie ó el grado de enfer- medad que le da origen, y según también la fuerza y can- tidad de los miasmas procedentes de los enfermos, en una atmósfera determinada; lo que tiene indudablemente ex- plicación en la infinidad de casos observados bajo estas cau- sas y circunstancias, en la enfermedad que nos ocupa. * Los miasmas, se dice, aunque poco volátiles, pueden distribuirse de cierto modo excéntrico ó por irradiación en la atmósfera, en ocasiones y localidades dadas, y lle- gar á perder su actividad; así ha sido como en puntos de mucha aglomeración de enfermos del tifus, al agitarse ó renovarse fuerte y casi continuadamente el aire, ó distri- buirse los enfermos en otra atmósfera libre, se han podi- do luego reunir, y aun en esta última circunstancia aglomerar de nuevo sin peligro los enfermos, en los que se ha visto disminuir algún/ tanto la intensidad del mal y sus estragos; habiéndose logrado así debilitar algo en cier- 175 fo modo la acción morbífica y altamente perniciosa del mal. De ello pudiéramos citar ejemplos irrecusables, que hemos presenciado en los distritos rurales de América, y en que hemos sido más que actores, directores adversos de escenas sumamente dolorosas y lamentables, cuyos deta- lles procuramos siempre eludir, por no hacer cada vez más triste y repugnante nuestra tarea, y por no llegar en otra ocasión más á parecer por ello, lo que ocurre en América, como mal Español el que tal dice, y poco aman- te , sirio enemigo de los intereses de su patria. Examinando pues á toda imparcialidad más que su- ficientemente probada y á toda j ustificacion filosófica y legal cuanto llevamos dicho, pasemos á otros particula- res del mismo punto en observación, dignos también de la atención profesional, según lo tiene afirmado y comproba- do la práctica en ambos hemisferios. Hablase ya ulterior ya alternativamente, de haber pade- cido también esta enfermedad los animales domésticos al predominar epidémicamente, presentando los signos pro- pios de ella, de que se salvaban los que estaban en el cam- po, separados ó lejos de su influencia. Efectivamente, al comprobarse siempre la preferencia de este mal contra la raza Europea, ó sea contra los llama- dos blancos en América, se ha observado también por mu- chos, predominando el mal epidémicamente, atacar á la vez a varias especies de animales domésticos, entre ellos á los perros y gatos, al caballo, al buey y otros, que al pre- senciarse sus evacuaciones hasta se les ha llamado á es- tas aguas amarillas; esto cuando la epidemia fué muy activa y general en España se experimentó también y comprobó en varios tiempos y á toda saciedad, en los ani- males citados, especialmente cuanto más próximos esta- ban á las personas; lo que parece explicable por la misma susceptilidad orgánica en ellos, siendo acometidas al res - pirar el mismo aire que los enfermos de este mal, y aun sus emanaciones morbosas ya nocivas por lo mismo, con algo de participación, como hemos visto, en la misma clase de alimentos ó sus desperdicios, ya quizá en principio de descomposición orgánica y con la cualidad de acción mor- bífica propia y relativa á tal estado. 176 Refiriéndonos pues ya determinadamente á Europa, y en particular á España en nuestras observaciones sobre esta enfermedad, es de atender cuanto la práctica tiene consignado como verdadero en ello, sobre hechos repetidos y constantes sin contradicción evidente en el particular. Se dice por autores distinguidos, que cuando en Europa ha reinado aun como epidémica la fiebre amarilla, apenas ha durado mas allá del verano ú otoño, atacando á todos en general menos álos recien llegados délos Trópicos y á los que habían padecido las viruelas ó la fiebre tifoidea. Esto confirma nuestra opinión de ser aquella, como esta propia de Europa su congénere, hija de las mismas causas generales predisponentes y determinantes especiales, la ac- ción intensa de la humedad y concordante con esta la de un calor intenso estacional ó accidental. El sexo mascu- lino, la edad juvenil y aun adulta, la constitución activa, la plétora, el régimen animal fuerte, la alimentación sa- turada de salsas y condimentos excitantes, el abuso de los alcohólicos, las insolaciones, relentes y humedades sobre el. cuerpo, los grandes trabajos, excesos de todos géneros y las fuertes pasiones, que como se sabe son causas muy abonadas para el desarrollo de dicha afección, lo son igual- mente para su preponderancia, subsistencia y rebeldía bajo la forma epidémica. Así lo tienen confirmado prácti- cos muy distinguidos, entre ellos nuestro memorable Aré- jula, cuyas observaciones muy minuciosas tanto en lo pa- tológico como en lo meteorológico, sería muy extenso el describir; pero que estimamos en mucho y más de una vez indicamos en el cuerpo de este trabajo, con la útil aprecia- ción que merecen sus detenidas é ímprobas tareas en el importante estudio que hizo de esta epidemia en Andalu- cía por los años de 1800 en adelante. Luego que hemos visto que los observadores de esta enfermedad le han atribuido causas especiales producidas por agentes naturales, más ó menos excesivos y anorma- les, de cuyo examen ya nos ocupamos, con el de las di- versas clases de temperatura, la naturaleza y predominio de ciertos vientos, las diferentes presiones eléctricas, los alimentos mal sanos ó de índole nociva, las malas ó im- propias costumbres, las emanaciones pútridas y otras cau- 177 sas de más ó menos perniciosa acción en lo fisiológico, con- cordamos en la general convicción deque tenga esto mucha parte en la influencia, sino para la presentación, para el desarrollo de las epidemias, y muy particularmente de es- ta, aparte la idea contagiosa; si bien otras veces, después de infinitas dudas y controversias, como ha ocurrido con esta enfermedad en España, ha quedado para algunos desco- nocido al parecer ó negado su principio productor. Mas las alteraciones del aire por miasmas pútridos ó por el gran acumulo de gentes, con otras causas que se han expresa- do, se sabe que obran muy directamente, no sólo en la pro- ducción de enfermedades como la presente, sino hasta en su prolongación, bajo la forma epidémica en que ya le consideramos, atacando sin distinción á un gran número de individuos en diferentes épocas y localidades; aunque vemos que primero y principalmente fueran estas diversas poblaciones del litoral de España. La observación de algún valor en su dia, sóbrelos pá- jaros que anidan en los pueblos, viéndose que se alejaban de ellos en tiempos de ciertas epidemias, volviendo á su desaparición, como se ha notado en los gorriones y otros de varias clases, ha llegado á ser incierta é inútil en di- ferentes estados epidémicos conocidos, en que tal hecho no ha tenido lugar; habiéndose explicado aquel por cier- tas circunstancias topográficas y atmosféricas, contrarias algunas veces á su existencia, y otras indiferentes ó nor- males para ellos, aunque nocivas para el hombre, cuya explicación, sino problemática ó violenta á buen decir, es para el caso presente innesaria, á la altura de conocimien- tos en que nos encontramos, .relativamente á las endemias y epidemias generales ó especiales como la presente. Acaso pudo haber una época en que tan viciado, mefítico ó pesti- lente se encontrara el aire atmosférico, que se tuviera por nocivo y mortífero hasta páralos animales volátiles; pero otras varias epidemias ha habido ulteriormente en que esto no ha ocurrido, á pesar de existirías mismas causas espe- ciales patogénicas ú otras parecidas; por lo que, pasando el hecho como una observación más de las anotadas en lo precedente, queda al criterio discrecional oportuno darle el valor que parezca ello merecer en buen juicio. 23 178 Predominando esta enfermedad de un modo epidémico, se ha creído que su germen ha sido trasportado por incubación procedente de América, lo que ofreciera mil discusiones, muchas veces estériles, como dejamos dicho. Ella, como otras de su índole, después de recorrer varias poblaciones, vemos que así como llegara antes al principio á radicarse en forma epidémica en la Martinica y en la América Occiden- tal, pasó después á Cádiz, Barcelona y otros puntos de Es- paña. Lila es también de las que confirman los datos esta- dísticos de la Academia de París, que ataca á las mem- branas mucosas, estando pues contestes en reconocer en esta, como en otras epidemias, sus tres períodos manifies- tos de desarrollo, estado y descenso. Ella también parece, según varias estadísticas de la época en que reinara en Es- paña, que arrebató hasta un 70 por 100 de personas en los pueblos en que hizo más estragos. Ya procuraremos hacernos cargo de estas anotaciones, según su valor é im- portancia, en el orden de nuestro trabajo. Es innegable que esta enfermedad se ha presentado epidémicamente desde los primeros tiempos de su historia y en varias épocas determinadas, en diferentes poblacio- nes de las costas y del interior de España; de ello existen ejemplos de pública notoriedad en Cádiz, Sevilla, Barce- lona, Málaga, Valencia y otros pueblos del interior de estas provincias; posteriormente á las épocas citadas, ha aparecido en distintas islas anexas ó adyacentes á esta Península, como han sido las Canarias y las Baleares, sucediéndose alternativamente y hasta en los últimos tiem- pos ó en el año anterior, en Barcelona, Valencia, Alicante y otras poblaciones del litoral indicado; produciendo casi siempre una mayor ó menor mortalidad, según la fuerza de acción que ha presentado, la de su desarrollo y propa- gación epidémica. A su aparición se ha dicho y sostenido, las más veces por la mayoría de los observadores, haber sido importada é introducida por buques y procedencias de América, que la trajeran en incubación, y que al reci- birse en estos puntos prodújose la infección y el contagio de ella en dichas poblaciones, comunicándose luego de unas á otras del mismo modo, desarrollándose ya bajo la forma epidémica lamentada umversalmente. Mas reflexio- 179 nemos un poco y á toda imparcialidad, sobre el exacto valor de estos hechos, aparte de toda prevención ó fascina- ble creencia, en pro ni en contra de ellos y de las opinio- nes más ó menos fundadas en tan importante extremo; y á fuer de exactos en nuestras investigaciones, seamos ve- rídicos é independientes en nuestros juicios. Ya entre otros notables prácticos de todas las épocas, tristemente memorables de epidemias de esta enfermedad en España, el Dr. Aréjula, delegado como se ha dicho del Gobierno español, en los tiempos de su mayor desarrollo y preponderancia funesta en toda la Andalucía, hasta los años de 1813 á 1821 próximamente, al dedicarse aquel valiente sabio de un modo tan minucioso y suspicaz, tan- to á la investigación de las causas de aquella, como á la adopción amplia de toda la clase de medios y recursos pre- cisos para su combate, si es que no los hallaba para su ve- rosímil profilaxis, al recorrer desde la capital y provincia de Cádiz, las de Sevilla, Málaga, otfas, y aun casi todas las poblaciones de ellas, llegando hasta las más pequeñas aldeas ó rudimentos de pueblo donde existia el mal; entre otros datos climatológicos y estadísticos de un mérito sobre- saliente, consigna, como ya hemos dicho antes, el haberse experimentado casi continuamente allí desde el año ante- rior de 1799 al próximo de 1800, primero de invasión de aquel en Cádiz y sucesivamente en toda la Andalucía, unas abundantísimas y casi constantes lluvias, á términos de no cesar estas hasta el 20 de Mayo, y á su conclusión obser- varse consecutivamente un calor tan intenso y sofocante, que fluctuó por mucho tiempo, en situaciones despejadas de la atmósfera, entre los 90 á 95° del termómetro de Faren-. heit, equivalente estos grados, como es sabido, á los 26 y 28 del de Reaumur, con rápidas subidas que refiere, en pocas horas, algunos dias de aquel verano, como fué el 15 de Julio, lo que con pocas variaciones se repitió en los inmediatos; existiendo casi de continuo en dichas estacio- nes un viento húmedo que duró cuarenta dias, alternando con un furioso Levante. Del primer fenómeno ó sea de las lluvias excesivas, aún existen diferentes marcas mo- numentales en varias capitales y poblaciones de aquellas provincias, viéndose aún en las paredes de distintas calles i 180 de Cádiz, Sevilla, Málaga, Córdoba y otros pueblos de allí, á diferentes alturas y como hasta un metro en la ge- neralidad, una pequeña lápida cuadrada con la inscrip- ción de haber llegado hasta aquel punto indistintamente, en algunos de dichos años, las aguas de aluvión proceden- tes de las insinuadas lluvias. El mismo Dr. Aréjula, con otros muchos notables prác- ticos Españoles y Extranjeros, concuerdan también en que en los puertos de Cádiz, Barcelona y otros, como en varias capitales y pueblos de Andalucía, existían en los puertos, bahías y ensenadas sumamente sucias, en los campos y pueblos del interior pantanos y lagunas fétidas; barrios sumamente sucios é inmundos; focos insanos y morbífi- cos, cuya destrucción era el primer cuidado y consejo de tan honroso delegado y distinguidos observadores, mu- chos de loscuales, que antes hemos citado, fueron víctimas honorables de su filantrópica abnegación y humanitaria solicitud. Y bien; probada así en tan conocidos tiempos la existencia en dichas localidades y extensión territorial marcada, de causas tan precisas y especialmente abonadas para la producción y desarrollo de esta enfermedad, cau- sas y circunstancias idénticas á las patogénicas de ella en las Antillas; si bien entonces aquí se atribuyó y pudo ocur- rir su presentación por el contagio de buques de América, en tales elementos mórbidos especiales, ¿cómo poderse ne- gar, á seguridad plena, con otros adversarios, la posibili- dad de presentarse en su consecuencia el mal y desarro- llarse así, á efecto de tan intensas como continuas y posi- tivas causas para él? ¿Por qué no conceder al menos que el mayor desarrollo y predominio de tal epidemia, y aún el recrudecimiento periódico, que se observara en ella en va- rias épocas dadas, fuera debido quizá á la índole espe- cial y constante actividad de dichas causas en las costas, capitales y poblaciones en que entonces tanto se cebara? Estas causas determinantes especiales de tal enferme- dad, exactamente análogas sino idénticas á las genera- doras y aun epidémicas de la misma en las Antillas, en condiciones climatológicas iguales á tiempos dados, pu- dieron efectivamente, sino producir ser bastantes para hacer más activa la absorción del agente morboso, contribuyen- 181 do á su mayor desarrollo y más prolongado sostenimiento epidémico, recrudecimiento, reaparición y rebeldía contra su tratamiento. Así lo dejaron ver en Barcelona, en sus informes al Go- bierno por los años de 1803, 1821 y 1822 las Juntas do Sanidad de Cataluña y la de Médico-cirujanos militares de aiuella guarnición, á los que se consultara por aquel; expresando las mismas, que si bien creían producido el mal epidémico de entonces, como el de Mahon, Marsella, Murcia, Cartagena y otros puntos del litoral de Europa y de España, de los años 1800 en adelante, por un foco mor- bífico particular ya conocido, también era cierto que la suciedad del puerto, el mucho número de buques en bahía, la poca policía de ellos, el fango, hediondez y desprendi- miento de gases perniciosos á la salud, existían como causas poderosas para contribuir á la presentación y pro- pagación de una enfermedad epidémica, diciéndose ade- más que si el f ornes primitivo del mal era de naturaleza exótica, habiendo encontrado en aquel puerto causas to- pográficas favorables para su desarrollo, habia invadido á los sujetos máspredipuestos á él; y que no extinguiéndose dichas causas, seguían produciéndose los mismos efectos. Tales y tan autorizados pareceres son iguales próxima- mente á los que en invasiones ulteriores epidémicas de este mal, y casi hasta el presente, se han venido á dar y cuando menos á revelar de viva voz científica, por la pren- sa y por los más respetables prácticos observadores de él, en varias provincias de España y en más ó menos fuerza de acción é identidad de detalles y circunstancias; pero siem- pre en una completa analogía etiológica y patogénica, en términos de que parece ya inducir la evidencia en ello á no poderse admitir duda alguna en el racional sentido de nuestras anteriores afirmaciones. Mas dejemos así este punto, en suspensión su resumen y definitivo juicio, hasta ligarlo oportunamente con el de la infección y contagio de la misma enfermedad, que tan íntima relación tienen con la cualidad epidémica que hemos estudiado en ella, y vengamos á ocuparnos ya de uno de estos particulares, no menos interesante en la cues- tión que se debate. Esto es, de la infección. 182 Entiéndese generalmente por este fenómeno el acto de inficionar, infestar ó corromper alguna cosa; y aquí, en el orden que llevamos de estudio relativo á esta enfer- medad, demuestra su misma acción morbosa producida, según general apreciación, por un estado particular nocivo del aire respirable, que contiene efluvios pantanosos, ema- naciones pútridas animales ó vegetales y miasmas ó exha- laciones del cuerpo del hombre, comunmente morbíficas, pestilentes ó corrompidas. El acto pues de la introduccibn de un cuerpo infectante cualquiera 4en la economía animal por absorción, en variedad de formas y por distintos medios de trasmisión, parece que debe tener oportunamente lugar, y muy im- portante, en la determinación propia de la infección, como acto de comunicación morbosa por causo, ó cuerpo de la cualidad indicada. Pero entendida en general la infección, sin necesidad aquí de descender en ello á otros minuciosos detalles y clasificaciones consiguientes de los diferentes elementos morbosos virulentos, de muy amplia enumera- ción, creemos deber limitar nuestras investigaciones al te- nor del presente extremo, en el examen de lo que puede ser la infección indicada, en su más propia y especial aplicación á la condición mórbida de la fiebre amarilla. Para que los cuerpos infectantes y contagiosos obren en la economía animal de algún modo, se necesita en gene- ral la solución de continuidad de la piel ó de las muco- sas, ú otros accidentes y fenómenos equivalentes; mas ya decimos aquí la cualidad especial, casi exclusiva que en este agente, déla propiedad específica dicha, reconocemos, siendo su existencia elemental, gaseosa ó aeriforme, y así, por lo tanto, le consideramos casi excluido de las con- diciones generales de los demás virus, en tal estado y fe- nómenos consecutivos que de él referimos, con abstrac- ción de los demás conocidos y clasificados por otras dife- rentes cualidades. Al efecto, pues, para que un virus ó cuerpo infeccioso desenvuelva su actividad, es necesario que haya absorción; lo que exige desde luego, con la inte- gridad del agente morboso, un trabajo particular absor- bente del sistema linfático y una facultad, predisposición ó aptitud específica de uno ó varios individuos para con- 183 traer el padecimiento. Cuanto más se conoce su naturale- za, más fácil es señalar su alteración ó modificación; por lo mismo, es sabido que su inercia prolongada le debi- lita y hace perder su facultad propagadora, cuyo tiem- po de inercia posible varía también en razón á estar el cuerpo infectante privado del contacto del aire, en cuyo caso puede conservarse por un tiempo largo; ó estar por otra parte expuesto á una atmósfera libre, pura ó muy renovada por corrientes de viento que le desvirtúan, debi- litan y aun llegan á anonadarle algunas veces; siendo muy difícil por lo tanto el determinar la época dada por la que los principios de infección, así dichos, conservan su actividad, pues todo ello es relativo á la multitud de causas y circunstancias particulares que obren para la producción y conservación, ó desaparición y nulidad del agente infeccioso. Para que este obre pues de algún modo se necesita el trascurso de cierto tiempo, en el cual la absorción demuestre su presencia por los síntomas propios y característicos de esta enfermedad; variando también este período según la mayor ó menor actividad del prin- cipio morboso y la susceptibilidad ó inercia orgánica de los sujetos para contraerle; así que, si en la intromisión especial del virus vacuno, del yenéreo, del sarapion y otros se determinan muy pocos dias para la adquisición de sus enfermedades respectivas, en la actividad que se le atri- buye como principio infeccioso al agente patogénico de la fiebre amarilla, según sus más obstinados partidarios, basta apenas el tránsito de un dia para su adquisición en los focos evidentes de ella; de lo que se refieren ejem- plos innumerables expuestos á oficial y autorizada dis- creción. Supuesta ya la cualidad absorbente fisiológico- patológica, necesaria para la absorción de este agente morbífico, dicho se está su modo ulterior de obrar sobre los sistemas sanguíneo y nervioso á la vez; mas este sea el lugar de repetir que si es de conceder la cualidad infec- ciosa de dicho principio morbífico, es en la afirmativa de ser susceptible de obrar por medio del aire atmosférico ó ambiente respirable y aspirado; pues es innegable que en la gran mayoría, sino en todos los casos de tan admitido fenómeno, la infección ó la trasmisión del mal, se ve- 184 rifica por el sistema absorbente cutáneo, pulmonar ó in- testinal, según así nos lo revelan la multitud de síntomas propios y exclusivos de esta enfermedad; á exclusión de los generales aislados, propios de cualquier otra infección. Es teoría muy generalizada que en los enfermos del tifus icterodes hay unos miasmas corrompidos, que á la vez son corruptores, y de cualidades por tanto especiales y activas para producir el mismo mal en organizaciones animales predispuestas á su apropiación. Y cuenta que al mismo tiempo, como indicamos, se le niega á este fornes, así di- cho por algunos, las cualidades de los otros virus gene- rales, y es muy sabido estarse acorde por los más en el reconocimiento de su propagación constante por la alte- ración pútrida del aire que rodea á los enfermos de este mal, y que se produce por las emanaciones de sus excre- mentos , vapores de su mismo cuerpo y algunas veces de sus ropas y objetos inmediatos ó de su propio uso. De estos estados, tan excesivamente descritos por los partidarios de tal idea, es de los que se dice que las más veces en esta enfermedad, los miasmas forman alrededor del paciente como una areola, á la cual basta acercarse para contraer- le. Según Lind y otros notables prácticos que tal opi- nan, cierta cantidad de aire así corrompido, que circunda á esta clase de enfermos, es el productor especial citado del mismo padecimiento. Hay en ciertos individuos varias susceptibilidades orgá- nicas, y entre estas unas que se dicen naturales y otras adquiridas, que hacen el que unas personas resistan á la acción infectante, quedando casi inmunes á ella ante sus más poderosos agentes, y otras se impresionen con gran fuerza por menor actividad del agente y aun sean víctimas del mal; esto nos dala clave de la no generalidad é igual- dad constante de la infección, relativa casi siempre, como venimos diciendo, ala multitud de circunstancias particu- lares é individuales, de muy interesante apreciación en to- dos y cada uno de los casos de tan cuestionable comuni- cación morbosa. Lo que hemos dicho de los miasmas es oportunamente aquí muy aplicable. Cuanto máscircunscrítoes el espacio en que se desarrollan los focos de infección, tanto más in- 185 tensa es la enfermedad que originan, produciendo desde luego el aire así infecto de las habitaciones estrechas con mucha gente aglomerada, como hemos dicho de los bu- ques, cárceles, hospitales y cuarteles, la enervación de las fuerzas vitales y enfermedades pútridas, generalmente graves, que se aumentan con la permanencia en los cita- dos focos, y se reproducen y multiplican por las mismas causas, sin poderse designar las más veces su dirección, aunque sí marcarse el mismo sello, fácies ó carácter del mal. La negativa de la propagación de este por virus es- pecífico y sí del modo insinuado miasmático ó por infec- ción, reconoce este modo de obrar especial en que se dice verificarse por la acción como de gases ó vapores existen- tes á distancia de algunas pulgadas ó pies del enfermo; lo que da lugar á poderse creer que dicho agente morbí- fico pueda nacer espontáneamente y agravarse, disminuir- se ó cesar, según sean sus causas y circunstancias favora- bles ó adversas para ello. El Dr. Blanc, Protomédico de la marina Británica y otros profesores marinos nacionales y extranjeros, han creí- do que existiendo en forma epidémica este padecimiento en buques particularmente pequeños, de mala higiene y policía, puede continuar y trasmitirse por infección, de lo que dicen haber visto varios ejemplos, siendo así más inficionableslas tropas y pasajes de dichos buques y hacerse más visible el hecho de que en estos individuos habia algo de tal predisposición morbosa. Los mismos están contestes en que la acción de los fluidos sépticos ó pestilenciales pro- ductores de aquel, podían considerarse de doble ó múltiple fuerza en América, en los climas cálidos y sitios de su en- demia notable, viéndose que los marineros sanos eran aco- metidos rápida y activamente en dichos puntos, y esto era más visible cuando se dedicaban á extraer aguas estan- cadas ó materiales pútridos de á bordo. Cítanse en corro- boración de estoen los Estados-Unidos multitud de casos, á más del tan preconizado por Osborn de la isla de Gore, consecutivos en su origen á estos miasmas, que fomenta- dos á su vez viciaran la constitución atmosférica. En estas mismas condiciones se encuentran los buques negreros ó traficantes de negros, cuyas inmundas cuevas 24 186 y asquerosos sollados, en que vienen como almacenados y ocultos aquellos infelices, con su natural exhalación féti- da, y las consiguientes atan monstruoso estado, horrori- zan con su aspecto y trastornan con su hendiodez á cual- quiera de los que no se hallen como habituados á ella, en lo posible, ya que no en lo racional, humano y sensato. En estos casos se ha visto, con mucha frecuencia, presen- tarse y desarrollarse espontáneamente la fiebre amarilla á bordo de dichos buques, y á veces con tal intensidad, que ha llegado á desaparecer víctima de ella una gran parte de su viviente cargamento. Esto confirma de un modo claro nuestra ya asentada opinión de no ser indispensablemen- te necesario, para la aparición é infección de este mal, la cualidad topográfica ó peninsular Americana, pudiendo existir allí donde sobresalgan ó predominen sus causas y circunstancias patogénicas citadas, lo mismo en América que en Europa, en el mar que en tierra, en una Isla, Pe- nínsula ó cualquier otro punto del continente. Comprobada bajo este sentido como está por la mayoría délos prácticos, y bajo tales condiciones atmosféricas, la cualidad infecciosa que en tal concepto no hemos recha- zado, antes bien hemos admitido en esta enfermedad, de- muestra ello así que no es necesario el contacto inmediato délos enfermos ni de sus efectos para que se realice la trasmisión del mal, bastando sólo para ello la respiración anormal y viciosa en los lugares de tal modo infectantes é infectados. Así lo indicaron en su dia también, entre otros profesores españoles distinguidos , los doctores Bal vi y Lafuente de Barcelona, cuando acordes en principio en los fenómenos físico-químicos que respecto á la hema- tosis hemos expuesto, dicen, que aunque se ignoraba la índole verdadera de los miasmas contagiantes de nuestra fiebre, no sería difícil en casos de tal epidemia que el ázoe, el hidrógeno y el ácido carbónico que se acumulan en la atmósfera, y aun el ácido séptico de nuestras habi- taciones, entren á la parte para fundamentar dichos miasmas y ayudar á darles, por nuevas y extraordinarias combinaciones, toda la energía de que acaso carecieran sin estas cualidades. Es innegable que la wyor parte de las circunstancias 187 en que se desarrolla la fiebre amarilla se refieren á la in- fección, bajo la forma y proporciones que hemos expues- to; efectivamente hay también muchas ocasiones en que la fermentación pútrida indicada, que se efectúa en una localidad, arroja ó despide de su centro como en radios y en una zona determinada, partículas infectantes propias y patogénicas de dicha enfermedad; ella nace y se esta- ciona en este círculo, y adquiriendo más actividad toma más extensión, gana espacio y se multiplica ya bajo la forma epidémica indicada. Los. sitios bajos, generalmen- te más poblados, son por lo mismo más sucios; el aire se renueva en ellos con menos fuerza y frecuencia, sumi- nistrando así más elementos á la putrefacción y consecu- tivamente á las causas patogénicas insinuadas, especiales de esta enfermedad. No sucede así en los sitios espaciosos y elevados; la putrefacción en ellos no encuentra alimen- to; el aire, en movimiento siempre allí, enrarece ó dilata las partículas morbíficas á medida que nacen, y la fiebre amarilla no se forma ni aun se manifiesta así con facilidad. Obsérvase en contrario sentido librarse del mal las perso- nas y pueblos donde no existían estos focos de infección, ó predominaba en lo climatológico una sequedad notable, cesando el mal donde lo hay, á la llegada del invierno y destruyéndole naturalmente y por completo las heladas, como hemos dicho anteriormente. Hé aquí porqué en la casi interminable controversia que aún existe entré los parti- darios del contagio y anticontagionistas, los más seguros é invencibles contendientes parecen ser los que muy racio- nalmente opinan por la generación, desarrollo y propaga- ción de este mal por medio de la infección y en los términos que dejamos manifestados. Sería un trabajo interminable trazar, ni aun á grandes rasgos, la multitud de autores teóricos y prácticos de cualquiera de estas opiniones, así como el detallar sus razones y argumentos más poderosos; bastando en ello á nuestro intento el demostrar lo que por más cierto sino evidente, vemos en la cuestión. Más que verosímil y probable es hoy ya probada sufi- cientemente la cualidad de trasmitirse como por inocula- ción esta enfermedad, á la introducción en la economía animal de un agente específico del modo dicho, como 188 ocurre con otros de diversa índole; teniendo también lu- gar esto muchas veces, sino todas, á efecto del concurso de una mediata ó inmediata acción ó fuerza suficiente y poderosa para sus actos de elaboración morbífica presente y ulterior, que por cierto se manifiesta negativamente en relación con las sustancias vegetales y animales inertes é inorganizables, pareciendo comprobarse en esto las pro- piedades, sino orgánicas organizadoras, evidentemente morbosas del principio patogénico indicado, bajo la forma, transiciones y fenómenos que dejamos expresados, obran- do sobre sustancias ó cuerpos organizables, en las condi- ciones y circunstancias referidas. Por infección pues, parece innegable que sin género al- guno de duda se comunica esencialmente la fiebre amari- lla, al exponerse las personas ó individuos sanos'álos focos más propios ó especiales de ella. Así se verifica general- mente en América y aun también ha ocurrido y sucede muchas veces en Europa y muy determinadamente en España, como tendremos lugar de ver más adelante. Y téngase presente que por muy difícil que pareza esto probarse, es ya innegable en el dia, así como repetimos, lo es efectivamente que la principal esfera de acción del principio generador de la fiebre amarilla reside con más frecuencia, especialidad y circunstancias casi exclusiva- mente en la atmósfera, como venimos comprobando á la mejor saciedad, contra lo que no vemos ni encontramos ob- jeción alguna fundamental más poderosa y convincente. Fundados así ya en todo lo expuesto y en lo que dire- mos después, repetimos aquí lo dicho, en este particular, sosteniendo que la trasmisibilidad de la fiebre amarilla puede efectuarse por infección, pero esta tal como la cree- mos y dejamos explicada, por la influencia y actividad atmosférica, fomentadora de la acción infectante délos ele- mentos morbíficos, procedentes de sus focos especiales que ya hemos descrito, trasmitidos por circunstancias abona- das especiales á individuos ó personas, más ó menos pre- dispuestas para contraer el padecimiento. Procedamos ya á hablar del contagio de esta enfermedad: tarea sumamente ímproba por cierto y á la que dudamos darle cima favorable, por la infinita variedad de pareceres 189 que existe en cuestión tan importante; de todos modos, como este es uno de los extremos más trascendentales de ella, procuremos abordarle con la calma é imparcialidad que nos hemos propuesto, á la vez que con la exacta y veraz severidad precisa y debida en el estado actual de conocimientos científicos y á vista de la casi intermina- ble lucha de intereses que Ja no solución, más que defi- nitiva y absoluta, regular y prudencial de ella, atrae y sostiene de continuo por las razones que antes dejamos apuntadas, en que militan en opuestos bandos, contra un filantrópico patriotismo de más ó menos exageradas y úti- les ó ineficaces prevenciones, la abnegación, exclusivismo y codicia de los intereses materiales, sin parecer posible en ello un término medio regulador y juicioso, á la par que atento á uno y otro fin, por más que su logro parezca como utópico ó ilusorio, sino sumamente difícil ó imposi- ble. Procuremos pues avanzar en nuestro objeto y veamos de aducir en tan amplia contienda una opinión más, cual- quiera esta sea, por mínima importancia que pueda te- ner en el extenso horizonte del mundo médico y en la tan complicada esfera social y gubernativa. Es un problema de muy alta importancia, casi puede decirse no resuelto al presente, el contagio de la fiebre amarilla. Varios autores y profesores prácticos distingui- dos y memorables, consignan de antiguo en ella esta cua- lidad, sosteniéndolo así oficial y particularmente á una elevadísima altura, de graves consecuencias generales ó universales, con una fuerza de autoridad y obstinación reiterada y constante, sumamente visibles, como veremos, al propio tiempo que otros, de no menos respetuosidad, autorizado criterio y representación pública muy atendi- bles, le niegan decidida y terminantemente su propiedad contagiosa, con no menos valor y fuerza de concepto, apo- yándose en razones y hechos muy culminantes, que tam- bién procuraremos aducir y apreciar debidamente. La manifestación de esta enfermedad, considerada no ya en forma endémica ni epidémica, sino como trasmitida exclusivamente de un individuo enfermo á otro sano, por contacto mediato ó inmediato ó por otra comunicación de algún principio particular de ella, más ó menos conocido 190 en su procedencia, que sea ó que es susceptible de tras- ladarse individualmente por cualquier otro medio y que, por las anomalías de su acción y gran oscuridad de su origen, ha dado lugar á enormes y muy trascendentales diferencias, en las múltiples opiniones profesionales sobre aquel, ha merecido desde hace bastante tiempo una muy grave y elevada consideración entre todos los patólogos. 3 Repetimos no hacer relación de los Profesores prácticos notables que han descollado en pro ó en contra de la opinión del contagio de esta enfermedad, es decir, de los llama- dos contagionistas y sus adversarios, por ser trabajo este demasiado largo, y por su detalle y personalidad nominal, acaso enojoso é inútil al propósito; no obstante que pro- curamos presentar en su lugar lo más detalladamente po- sible todos y cada uno de su pareceres, convicciones, prue- bas y resoluciones en tan gravísimo particular. Entremos pues ya en tarea. Si por contagio, como hoy en su general acepción se explica, entendemos la trasmisión de una enfermedad de un individuo atacado de ella á otro ó muchos sanos, por contacto inmediato con aquel, mediato ó por intermedio de su aliento, de los vapores ó miasmas de su cuerpo y de sus vestidos ú objetos próximos, ó por la permanencia en su mismo aposento, casa,' local ó paraje que habita, colígese desde luego la muy fundada razón que hemos tenido para considerar y definir como contagiosa la fiebre amarilla, bajo tal punto de vista, así estimado el contagio por todos ó la gran mayoría de los partidarios de este modo de comunicación morbosa. Entendido así por con- siguiente el contagio á efecto exclusivo de dicho contacto mediato, ó inmediato, de muy favorables como contrarias y aun dudosas hipótesis en tan oscura é intrincada cuestión, se hacen cada dia, por no decir cada momento, más apre- miantes la necesidad y el deber de conocer y determinar, lo más verosímil y exactamente posible, este importantí- simo punto de patología, si en algo es estimable la. mi- sión sacerdotal profesional, aparte de toda viciosa ó pre- ocupada suspicacia, como de cualquiera débil condescen- dencia á siniestras sugestiones, en pro ó en contra de su re- solución, para poder indicar, aconsejar y aun disponer 191 oportunamente los medios conocidos más regulares y eficaces, tanto á fin de evitar ó prevenir en lo posible el mal, como para combatirle sin tregua y con la energía y constancia indispensables, para ver de lograr el vencer á tan poderoso y destructor enemigo. Todos los esfuerzos hechos de anterior por los pueblos y academias de Europa y de América, con objeto de esclare- cer suficientemente la cuestión del contagio de esta enfer- medad, puede decirse que no han sido eficaces á plena sa- ciedad hasta el dia, pues sabidas son las infinitas diferen- cias y oposiciones de pareceres en ello, más que desde su aparición en América, desde su presentación, desarrollo y estragos en Europa. Así observamos, particularmente en España, las más notables y perniciosas contradicciones en ello, creyendo aún además ser la fiebre amarilla con- tagiosa unas veces y otras nó; así se llegaron á reconocer como variedades múltiples de ella, muchas más aún de las pocas reconocidas y comprobadas por la práctica, y en- tre aquellas las que decimos llamadas contagiosa y no con- tagiosa por algunos. Como quiera que desde el origen de esta contienda ó sea desde la observación del padecimiento bajo una forma epidémica en Europa y particularmente en España, se notara su comunicación rápida y violenta entre las perso- nas de ciertos pueblos,«barrios determinados y casas parti- culares de ellos, sin descender á otras investigaciones y cálculos profundos en tan ardua materia, después de infi- nitas y prolongadas dudas é interminables cuestiones en esto, casi generalmente llegó á atribuirse, como causa ex- clusiva del mal el contagio ó consecuencia del contacto de las personas sanas con los enfermos, con sus ropas ú ob- jetos de su uso. Ocurría esto unas veces con una admirable fuerza de creencia que llegaba á ser convicción, de nece^ sidad filantrópica y humanitaria en los más, sino en to- dos los que así pensaban; otras, por el contrario, negán- dose el exclusivismo craso y obstinado de tal acción, como sola y única productora de aquel, venían á aducirse otras razones de observancia lata y sutil, de muy esti- mable consideración en la esfera del saber, y aquí ya de un deber ineludible, á todas luces estimable y altamente 192 moral. Entonces querían los unos que en la definion y clasificación del contagio se distinguieran bajo tal supo- sición, el trasmisible ó trasmitido por medio del aire at- mosférico y el que se efectuaba por el contacto inmediato de la persona enferma, de sus vestidos ú objetos que to- cara, con otra en estado de sanidad; queriendo estos ex- cluir de tal calificación la influencia más activa del aire atmosférico en la producción del mal, pensando deunmodo exclusivo y absoluto que más que toda otra causa predis- ponente, determinante ó especial, á la sola y muy poderosa acción del contacto era debida la producción de aquel, con abstracción principal y fundamental de toda otra concausa patogénica, tan eficaz y activa como el mismo contagio. Entre los profesores prácticos nacionales y extranjeros que opinan de este modo exclusivo y casi único de pro- ducción ó más bien de comunicación de la fiebre amari- lla, que no de su manifestación y desarrollo por genera- ción espontánea, sostenimiento y reproducción por causas patogénicas dadas, existen aún variedad de opiniones so- bre si el contagio en general se efectúa por la acción re- lativa de los que llaman unos efluvios morbosos, que obran sobre los humores del individuo ó persona contagiada, ó como otros quieren solamente por la misma acción é in- fluencia sobre el sistema nervioso, á toda preferente sus- ceptibilidad, cuando muchos optan por la muy conocida y determinada actividad fisiológieo-patológica del princi- pio contagioso sobre el sistema linfático. Una respetable mayoría de los mismos, al propio tiempo, quiere que estas consideraciones ó apreciaciones fenomenales del perverso y común enemigo sean consecutivas al primitivo y esen- cial estudio de la cualidad contagiante, por más que todo esto parezca ser casi siempre ó las más veces relativo al carácter, cualidad morbosa ó naturaleza del contagio, cuando nó, según ocurre en general, son estos hechos re- ferentes á la mutua y correlativa continuidad de acción fisiológieo-patológica, consecutiva y en relación en mu- chos casos ó en la inmensa mayoría de ellos, á la mayor ó menor inercia ó susceptibilidad orgánicas especiales ó particulares de las personas enfermas, y por lo tanto contagiantes de este mal, así como de las sanas y que 193 por contacto con ellas son desde luego contagiadas del mismo. Se hacen también á la vez, por los partidarios del con- tagio así estimado, diferencias muy notables y más ó me- nos apropiadas entre contagios y miasmas, diciéndose ser los primeros unas partículas invisibles, propias de las emanaciones que se desprenden del hombre enfermo, que mezcladas con el aire ó adheridas á otro cuerpo llegan á producir el mismo padecimiento del que procede, cuando los miasmas se cree que son partículas invisibles también, más procedentes de otros cuerpos y como productos de sus- tancias orgánicas, vegetales ó animales, como las que se desarrollan en los focos pantanosos, por más que estos sean tenidos ya más generalmente por efluvios de esta índole y generadores especiales de otras fiebres de carácter in- termitente, pero no contagiosas. Insístese por estos, conse- cutivamente á tales principios, en la teoría de ser los conta- gios así apreciados, productos siempre animales, y como ve- getales los miasmas. Tales son esencialmente, con otras varias que se expresarán, las bases fundamentales de las consideraciones patológicas más generales sobre la teoría del contagio, átoda otra exclusiva aceptación de contraria doctrina, que se oponga al todo ó al particular de aquella; de cuyos corolarios ó consecuencias doctrinales iremos haciéndonos cargo paulatina y sucesivamente. Pero debemos consignar ante todo que estas opiniones generales se refieren más al tifus de Europa que al de América, vómito amarillo dicho en el país y fuera de él, que no se observa allí ser contagioso, ni por tal se le tiene, según está comprobado por la experiencia en una serie de épocas y años consecutivos, de lo que nos ocuparemos en su diagnóstico diferencial; habiendo aceptado no obstante su cualidad general contagiosa en el sentido que expon- dremos, como condición sine qua non, que muchos quie- ren y hasta dicen probar en él. del modo autorizado y para la ciencia valedero que tendremos ocasión de apreciar. Mas antes seapermitido, acasocon una insistencia monó- tona, decir algo muy á la ligera y á largos trazos, de lo que la historia correlativamente y en concordancia con lo que antes dijimos, tratando délas epidemias, tieneapun- 25 194 tado en ello, como confirmación verídica y exacta, á re- ferencia de hechos muy sabidos de todos, en varias par- tes del mundo conocido, desde el primitivo origen de los tiempos y en varias épocas sucesivas hasta el presente. Al tenor de cuanto en este particular hemos indicado en lo anterior, con citas varias tradicionales é históricas de hechos memorables muchos, por dolorosos y violentos que fueran, debemos uniformar en relativa concordancia con ello, lo que sobre el contagio de esta enfermedad exis- tiera, sino en los primeros tiempos ó edades de los pue- blos, posteriormente en lo admitido como verosímil y acaso aceptable de su posibilidad, más bien relativa que gene- ral, aunque bajo la forma, si tal puede colegirse, oscura y aún no detallada, pero que algunos creen poderse traslu- cir y aun intentan hacerlo creer á los demás, que de todo ello hay, sino los ejemplares déla crasa obstinación de la antigüedad, residuos muy evidentes en los pavorosos res- quicios de tan intrincado laberinto. En los primordiales tiempos de la historia de los pue- blos dados á conocer por ella, en que el genio audaz, nó- mada y guerrero predominara en las gentes más vivideras que en ellos, en chozas, barracas, cuevas ó campamentos beligerantes, de poca ó ninguna higiene, ocurrir debieran de continuo, como hemos indicado, fenómenos sensibles de insalubridad que se generalizarían en más ó menos proporción á lo ventajoso de la vida campestre y acciden- tes favorables ó adversos de triunfo y derrota délos com- batientes, preponderando entonces, sin los institutos be- néficos que después existieran, la acción sola, humanita- ria y recíproca del socorro individual donde lo hubiese. _ Mas con referencia á los Periodeutas Egipcios, sanita- rios especialistas asalariados de aquellas épocas, nada se trasluce relativo ni aun á la probable especificidad del contagio. Después ya, á impulso benéfico de la caridad, teniendo origen algunos hospitales aun entre los Cánta- bros, Celtíberos, Vascones y otros, poco ó nada puede aún colegirse de tales nociones sobre el tema en estudio; más este de agilidad, gimnasia, fanatismo patrio y guerre- ro, devastación y botin del vencedor entre ellos, que otros de conservación salutífera y medicinal. 0 195 En correlación ya con estos hechos, refiérese más directa- mente á la llamada hoy España, subdividida entonces en las varias nacionalidades conocidas de todos, las aparicio- nes periódicas de varias enfermedades epidémicas y con- tagiosas, más ó menos graves y mortíferas. Relátase que próximamente hacia el año mil y ciento, el más creído ser, si lo era, posterior á la creación, á con- secuencia de veinticinco años de sequía, hambres y mi- serias, hubo en una regular parte de lo que actualmente es España, horribles epidemias que asolaran á los pueblos de tal determinado territorio. Desde el año 480 al 416 antes de la Era cristiana, existieron, se dice, crueles en- fermedades, entre ellas la que diezmó al ejército que fué á combatir al tirano de Siracusa, de la cual libraron gran número de los actualmente llamados Españoles, que se distinguieron por su limpieza y frugalidad. De entonces se sabe que los Cartagineses, por evitar el mal, sangraban como hacen hoy aún los Árabes, á incisiones, pero en los brazos, y hacían los sacrificios á los Dioses que hemos re- ferido; excesos lamentables de-la más triste ignorancia y fanatismo religioso. La higiene entonces, como las más ve- ces, la frugalidad y el valor triunfaban de los estados epi- démicos ó sea de las pestes, aún hoy tenidas por conta- giosas, siendo por cierto bien oscuro en todo esto cuanto apenas nos indica la historia, salvo la instalación ya de los cordones sanitarios por Empedocles, que hemos citado, y de los que hablaremos en lo subsiguiente, refiriéndonos mucho en obsequio á la brevedad en todo esto á lo que ' dejamos asentado sobre epidemias, de que puede deducir el lector lo que aplicable ó nó al contagio existe en punto tan interesante. Después de varias otras épocas ulteriores alternativas, en que hubieron de desarrollarse algunas otras pestes, de distintas graves consecuencias, ya en una notable pre- ponderancia Roma, apareciendo luego el gran Hipócrates, este en su apogeo concurre en Asia á la peste muy consi- derable que se presentó en la guerra del Peloponeso, que como es sabido duró algo más; de veinticinco años y en que hubo infinidad de víctimas. Ya vemos luego que al ser consultado por muchos poderosos de la tierra el gran 196 profeta de Cos, descollaba en sus opiniones mucho de su tendencia filosófica en el estudio de las causas de las epi- demias y medios de combatirlas. Mas hay que decir, en verdad, que en vano se busca en las afirmaciones de tan memorable maestro una idea más ó menos aproximada de algo que parecerse pueda á lo que posteriormente se vino á llamar contagio, cuando tanto le afectaba la pre- sión de las causas morbosas atmosféricas, constituciones epidémicas luego dichas, y otras de este orden, que tan inmediatos puntos de contacto tienen con la cuestión pro- blemática de aquel. Sobresaliendo á la sazón la dominación Romana en Es- paña, cuando los héroes de Sagunto resistieron el poder de Aníbal hasta perecer entre las llamas, unos 429 años antes de Jesucristo, hubo una peste general, según refie- re Mariana, que cesó al quemarse los bosques de Thesalia por consejo de Hipócrates consultado sobre ello. Otra pes- te se indica haber existido después en el ejército de Himil- con tan desatinada y súbita, al decir de los historiadores, 404 años ya antes de la época indicada, en que caian los guerreros casi repentinamente y á montones', palabra tex- tual, tradicional é histórica; pereciendo allí todos los ul- teriormente llamados Españoles que habia, sin decirse, y esto es altamente estimable, qué clase de enfermedad pes- tilente ó pestífera era aquella, tan asoladora y monstruo- sa que de tal modo y en muy poco tiempo acababa con los humanos vivientes; y valga este dato más á los in- vestigadores del contagio como de apunte negativo en él, porque nada absolutamente se vislumbra por la historia de su cualidad morbosa en esta atroz calamidad. Y si bien es de advertir la referencia en tan anómalos tiempos de no darse sepulturaá los cadáveres délos vencidos, especialmen- te á los soldados de Himilcon y desgraciadas víctimas hu- manas sacrificadas á Saturno, que dejaban á la intemperie abandonadas para pasto délas fieras, lo que darialugar á una intensa y continua putridez atmosférica, esto podrá ser un argumento más á nuestro favor, sobre la teoría que venimos sosteniendo de ser más que otra causa la elemen- tal aducida, si no la generadora siempre, productora mu- chas veces y comunmente propagadora de enfermeda- 197 des como la que estudiamos, no siendo entonces por des- gracia como se vé, conocidos como al presente medios al- gunos de prevención ó combate contra tan crueles plagas. Ya en el memorable é inhumano sitio de catorce años que los invencibles Saguntinos sufrieron de Popilio Man- cino y otros, y al empeño que llevó á cabo Quinto Pom- peyo de destruir el curso del Ebro, inundando los campos de aquellos; á efecto de tal desbordacion y á consecuencia de una putridez natural más ó menos generalizada, se dice que las enfermedades, en que tal carácter debiera sobresalir, arreciaron terriblemente. Y aquí tomamos también nota de no decirse aún nada que se pudiera in- terpretar ala cualidad contagiosa de las infinitas enferme- ' dades, que bajo tal punto de vista se indica haber existi- do como epidémicas. Desde entonces se consigna, por iniciativa y órdenes de los Cónsules Romanos, la construcción militar de campa- mentos y cuarteles, no de malas condiciones en general, así como la del hospital, no de pueblos sino.de campaña, llamado valetudinarium, y el del veterinarium ó sea en- fermería de caballos. Coincidente con esto, á la impericia de instalarse un campamento por orden de un Cónsul, cerca de lo que hoy es Cartagena y á la inmediación de una laguna, ocurrió el desarrollarse consecutivamente en él una considerable peste. Los ejércitos Romanos é Hispano- Romanos luego, durante su conquista y dominación en España, padecieron terribles epidemias, achacadas más que á otra causa á las faltas visibles de una regular higiene. En el año 214 antes de la Era cristiana, se sabe que su- frieron aquellos una peste horrorosa, que empezó cerca de Cartagena por una especie de infección pútrida, producida por la aglomeración de mucha gente en los puertos, arse- nales y cuarteles, por la permanencia de los campos enhies- tos y mal cultivados, la escasez y mala calidad de los ali- mentos, alguna laguna inmediata, como la antes indica- da, y las fatigas de la campaña. Sucediéndose luego, mucho más posteriormente, la do- minación; y casi puede decirse destrucción de lo bueno que existiera en el indicado territorio, bajo la presión de la legislación Goda, poca ó ninguna higiene pudo subsis- 198 tir á impulsos de la devastación consiguiente, atropello y vasallaje del vencedor, que eran tan propios de su carácter distintivo: así que en deterioro ya los cuarteles y hospi- tales, debió transcurrir mucho tiempo antes de regulari- zarse algún tanto estos. De entonces se refieren también varias enfermedades epidémicas, por las insinuadas cau- sas anteriores. Siguiendo así á la larga nuestras miradas en este par- ticular, vemos ya hacia el siglo tercero y cuarto de la Era cristiana, aparecer la peste bubónica ó de Levante, que se generalizó más de lo que pudiera creerse. De aquel tiem- po se nos cuenta, más que por tradición vulgar, por rela- to autorizado y fehaciente de epidemólogos muy conoci- dos, la aparición de un mal tan grave, contagioso y fu- * nesto, que teniendo por síntoma característico el estornu- do, este era el precursor de una muerte repentina, del cual no se dice más sino el haberse indicado creer que pudo acaso ser provocado por alguna infección especial contagiosa del aire atmosférico; siendo de notar que si fué general creencia el que la peste ya del año 443 fué debida á la miseria y causas particulares antes asignadas, la de 589 á la importación por contagio de buques proceden- tes de Marsella, y la de 991 á la comunicación con la Bre- taña, científica y prácticamente nada se sabe en todo esto de los medios que hubieran de emplearse contra tan hor- rorosos males. Y aunque sea anticipando de momento algo nuestro propósito, en resumen de este importante extremo, permítase una corta digresión expansiva en él. En consonancia con unas palabras de concepto algún tanto metafísico, que avanzamos á exponer anteriormente en lo histórico sobre epidemias, desde su origen, tratán- dose de esta y de un mal tan grave, intenso y momen- táneamente mortal, como el expresado ahora, no siendo reprochable de otro modo la afirmación de su existen- cia, sostenida por epidemistas distinguidos, ¿será violento, á vista de tan atroz conflicto, preguntar á los contagio- nistas acérrimos de todas épocas y de todas partes, en dón- de residía y cómo obraba aquí el elemento contagioso de tan cruel padecimiento? Y de este, que no ha vuelto á apa- recer jamás en parte alguna, ¿de qué clase y cualidad mor- 199 bífica y letal, tan indestructible ó inexpugnable era aquel para hacer inútiles, á toda racional tentativa, los esfuer- zos que indudablemente pondría en juego cuando menos el instinto de conservación, para combatirle y concluir con él? ¡Ah! que es muy aventurado, peligroso y proble- mático cuanto en ello pudiera decirse, con más ó menos razones y datos de convicción propia, que no harían otra cosa que complicar más la cuestión, ya por cierto bastante intrincada, y en que en el mal á que nos referimos, sólo vieran nuestros antepasados el recurso moral religioso del Dominus tecum de nuestras escuelas, de ,que se dice procede, por más pueril que pueda parecer para la malicia esta sencilla aducción. Mas no perdamos el hilo de nuestras investigaciones. Sabida desde los tiempos de Moisés la importancia que ya se le diera á esta clase de trasmisión morbosa, por más que entonces sólo se redujeran las determinaciones sobre ella á casos aislados y más bien relativos á prevenciones de infección ó contagios virulentos, que no á los considera- dos con un carácter de universalidad ó latitud general patológica, si vale así la expresión de la idea, como pos- teriormente y hasta nuestros dias se viene sosteniendo y apropiando por los llamados contagionistas, vimos á su vez que aun con referencia á los tiempos de general desar- rollo y predominio de las pestes, Stoll, Verdoni y algunos más llegaron á dudar y hasta negar en ellas el carácter contagioso, que Lind y Cullen tienen por infeccioso so- lamente, como casi se echa de ver en las afirmaciones de Rasis, Avicena y Pablo de Egina ó Egineta, sin designar en sus calificaciones de enfermedades comunes y pojmla- res á las de esta clase, nada que pueda interpretarse como de sentido contagioso en el rigoroso ver de la palabra y del hecho, bien característico por cierto, alarmante y te- mible, para que así pudiera olvidarse ó menospreciarse cualidad tan importante para todo el mundo y para todas las edades. Lo mismo se echa de ver en los notables prácticos posteriores, aun á través de la tan mortífera peste de Florencia ya citada, en la confusión dicha de pestes y epidemias, deduciéndose de todo la afirmación de ser ellas producidas por la acción de los principios hasta 200 llamados venenosos, que se dijeran existir en el aire at- mosférico; llegándose ya así en aquellas á evidenciar más su cualidad infecciosa indicada, que la contagiosa que aquí procuramos estudiar en esta enfermedad. Por entonces Tácito, Lurecio y Tito Livio, en el estudio de las causas productoras de la peste que asoló á Roma, indican como la más creíble la mala cualidad también del aire, conductor de la causa maléfica, al mismo tiempo que se atribuyera su acción á los miasmas nocivos eleva- dos de la tierra, comprobándose por una de las primeras veces, como concausa morbífica, la influencia perniciosa de las grandes lluvias é intensos calores; reconociéndose que estas causas especiales pueden existir así aun tiempo en el aire, en el hombre mismo y en cualquier lugar de- terminado. Créese haber sido el Tifus la enfermedad pes- tilencial que por aquel tiempo desoló á los ejércitos de Roma y Cartago, en la segunda guerra Púnica; que te- niendo origen de causas locales, se extendió por ambos horriblemente. De esto dice Tito Livio haber predominado nam témpora autumni, et locis natura grabibus multo iamen magis extra urbem quam in urbe: y continuada- mente expone que postea curatio ipsa et contatus agro- rum vulgabat morbos. De esto se deduce el reconocimiento de las pestes endémicas, extendidas como epidémicas y trasmitidas también por contagio; viniéndose á colegir consecutivamente, como ya lo tenemos asentado, ser estas pestes ó tifus del estío y del otoño, las mismas de que nos hablan Hipócrates, Sydenham y Stoll, cuyas causas no sólo pueden ser atmosféricas sino propias de los miasmas des- prendidos de los cuerpos en putrefacción vegetal ó animal. A buques infestos venidos de Levante se atribuyó luego en Sicilia y Toscana la comunicación morbosa de la peste que allí se presentara, lo que dio lugar al famoso decano- lario de Boscacio, para distraer, se dice, los ánimos de las gentes, muy abatidos bajo la impresión moral terrible de sus estragos. Llegamos así al siglo XII en la misma confusión cien- tífica, sin echarse de ver entonces más que el aislamiento de los enfermos en el Cairo y Alejandría, que hemos di- cho; mas esto como medio preservativo y sin aventurarse 201 aún ni detallarse teoría ni clasificación alguna expresa y más terminante sobre contagio, del cual ya algo puede sospecharse sobre su idea, en la adopción de tales medios como profilácticos de las llamadas pestes. Frank al propio tiempo clasifica á esta afección con un carácter pútrido y maligno, pero nada deja entrever en este juicio que parecerse pueda á su propiedad contagiosa. Gui de Cauliac nos describe ya de este tiempo, 1348, uñar epidemia que dice haber hecho perecer á la cuarta parte del género humano, procedente de la India, que vino á Avignon, donde se sostuvo por siete meses conse- cutivos, mas sin decírsenos nada del modo de propagación é índole del contagio de tal enfermedad. En el mismo siglo XV vemos aparecer con la sífilis, de problemático origen y recíproca inculpación Napolitana, Francesa y Americana, el fatal sudor ingles, así dicho un afecto epidémico y al parecer contagioso, de carácter febril, como pestilente, bubonario y tan mortífero que quitaba la vida á las tres horas de su invasión, que diez- mó el ejército de Enrique VII, y preponderó en Londres y toda la Inglaterra de un modo devastador, como hemos indicado, por los años de 1483 hasta 1517, sin que ni por la historia ni la tradición se pueda colegir algún dato apreciable que nos demuestre más ó menos palpablemente la condición contagiosa, tan rara por cierto como mons- truosa y anómala en tal padecimiento. Ya en esta época, sucediéndose el restablecimiento de las ciencias, en la mayor decadencia antes por la domina- ción árabe, y cambiando el aspecto general social en fa- vorable progreso, apareciera en la escena médica el célebre Fracastóreo ó Fracastor, genio precoz y Médico del Papa Paulo III, en el que notamos ya en este siglo que trata de explicar el contagio y las enfermedades contagiosas, como ha venido admitiéndose hasta el dia. El sin embargo pa- rece que en lo que más se fundara fué en ratificar las pre- venciones higiénicas de los cordones sanitarios y lazaretos que ya Venecia, Genova y Marsella establecieron contra la peste. Desde entonces se viene creyendo en el orbe científico que existen enfermedades febriles, como la vi- ruela, el sarampión, escarlatina y otras en que obra un 26 202 principio virulento maléfico é invisible, que nace, multi- plícase en el mismo proceso morboso y se trasmite á los individuos predispuestos á él, produciendo sus mismas en- fermedades, ya por contacto inmediato de los enfermos ó mediato de las cosas que tocara y á corta distancia de los mismos. Estas idénticas leyes y fenómenos subsiguientes, con tan buena fé al parecer detalladas, sirvieron luego y hasta el presente á los partidarios del contagio para identifi- car con ellas, no ya la posibilidad, sino la evidencia, inne- gable paradlos, de tal modo de producción en el tifus ic- terodes y demás afectos que le son congéneres, á exclusión para muchos, como decimos, de toda otra causa ó concausa propicia para aquel. Desde entonces también se viene creyendo que el aire y otros agentes químicos descomponen estos gérmenes contagiosos, que sin esta circunstancia pueden conservar su fuerza nociva por un tiempo indeterminado, y comu- nicarse á grandes distancias del lugar infectado primiti- vamente ; del mismo modo se defiende por aquellos que sin el concurso de un germen contagioso, en que incluyen el mismo con la predisposición individual, no se produce la enfermedad, siendo así inactivo el contagio como la predisposición sin la presencia de este en dicho germen ó elemento contagiante: y por último, se concede paladina- mente que hay ciertas y determinadas condiciones endé- micas de localidad, como higiénicas en las personas y epidémicas de un año ó estación dada, que influyen muy poderosamente no sólo á predisponer los suj etos á un mal designado, sino á favorecer su propagación y á darle un carácter patológico especial. Transcurridas las épocas dolorosas que antes hemos citado de persecución á los Hebreos por creerles envenenadores untadores y bajo otros calificativos horribles, en achaque de las plagas epidémicas de entonces, en que se echa de menos por cierto un tratado ó relato científico que nos dé explica- ción concienzuda y razonada de ello, sobre la falsifica- ción aleve y monstruosa del contagio ó lo que de él hubiese, en conformidad ó divergencia con tales incul- paciones, doliéndonos mucho este silencio por parte de la ciencia, sucédese en lo histórico sólo el relato de algunas 203 otras epidemias más que expresamos, en el designado em- peño de averiguar por ellas algún dato, pretensión ó teoría de contagio, que es nuestro tema presente. Si algo ó bastante se pensó, se dijo y deliberó sobre este punto en la peste de Marsella en 1589, parece probado que esta fué la característica de Levante, contra la que se establecieron los lazaretos para procurar el aislamiento de los apestados; mas no es de este horroroso padecimiento del que nos ocupamos en averiguación de nuestra miste- riosa entidad contagiosa. La peste que igualmente se padeció en España en las provincias de Cádiz y Sevilla, por los años de 1649, parece que fué la misma bubónica ó de Oriente, sin que tenga- mos por esto más que añadir á lo anterior. Y pues de historia vamos tratando, no debe extrañarse el que en nuestro sencillo examen retrogrademos á veces al- gún tanto, por ver de presentar más gráficamente la evi- dencia de los hechos, como el que en ocasiones alternemos en aquel, con los más conocidos de Europa y de América, ó de cualquier otro punto del mundo descubierto. Así pues, con referencia á una de las épocas más estudiadas de apa- rición y desarrollo de la fiebre amarilla en América, le ve- mos en 1720 en Cartagena de Indias, bajo una forma ya epidémica y prematuramente mortal; igualmente en 1729. Ferreira en Fernambuco, le observa y clasifica de vómito prieto, según ya indicamos, mas calificándole de epidé- mico y contagioso. Después de lo dicho, relativamente á los tiempos de las primeras invasiones de este mal en Europa, se dice con re- ferencia al historiador Condomina, que se manifestó en Cádiz en 1731, procedente de navios de América llegados á aquel puerto, que le traían á su bordo. Del mismo modo se cita otra época en 1734 en que muchos autores France- ses afirman que la fiebre amarilla fué importada á Europa primeramente por los indicados buques, que viajaran de Sian á la Martinica, de donde pasó el mal á Santo Do- mingo, siendo muy mortífero allí en el verano de aquel año, muriendo más de la mitad de los marineros de los buques en que se padecía, por lo que dieron en distin- guirle vulgarmente con el nombre de mataloite. En el 204 año de 1736 también se afirma haberse recrudecido algo en Cádiz. Las indagaciones hechas en Filadelfia, sobre el princi- pio de la epidemia de este mal en 1740, parece que in- dicaron ser contagioso, al sano ver de sus observadores. Por este tiempo pensaba Warren, que los órganos del hipocondrio derecho parecían ser el asiento principal de la fiebre amarilla; mas nada se colige por esto de su acep- tación ó nó sobre el contagio de esta enfermedad. Variando, como decimos, en nuestras citas de orden cronológico, hallamos con referencia á testigos presencia- les,,que así se manifiestan, de la epidemia de esta enferme- dad luego en 1741, achacándosele igual procedencia, vér- sele aparecer en España, propagándose de un modo alar- mante en Málaga, según su observador Rejano. Se hace entonces notar á la vez el haber preponderado en este tiempo en dicha capital, coincidentes con los vientos australes casi continuos, muchas y abundantes lluvias, nieblas bajas y gruesas, varias irregularidades atmosfé- ricas y después, un calor intempestivo y sofocante; con lo que, >al arribo allí de navios de América, se desarrolló y propagó el mal bajo una forma epidémica y para muchos contagiosa, especialmente entre las personas más inme- diatas á los enfermos, notándose esto á tal creencia, en los barrios más frecuentados por los marineros, donde con- currían á comer, á fumar y en que se lavaran sus ro- pas. Allí se dice que fué donde se presentaron los prime- ros enfermos, comunicándose á las posadas ó mesones, hos- terías y fondas inmediatas; donde se sostuvo más firme el mal, activo y rebelde á los tratamientos curativos adoptados contra él, pasando luego á las calles y barrios contiguos; cuando á la sazón se encontraba sana la población, hasta comunicarse posteriormente á ella y subsistiendo con alter- nativas aquel por algún tiempo, y puede decirse que no cesó hasta el año 1746, habiendo llegado antes á ser bastante mortífero, al extremo lamentable de cortar la vida á más de diez mil personas. Nada-nos dice el célebre Pinel tampoco en su muy filo- sófica y razonada monografía, que pueda ser de un valor científico justificado y terminante sobre la tesis del con- 205 tagio, y por cierto que en su época no era ya indiferente el número de epidemias que se habían presentado en el mundo, con más ó menos crudeza y malignidad y de que se referían infinitos horrores. Del año 1762 se indica otro estado epidémico de fiebre amarilla en Filadelfia, procedente, á decir de los conta- gionistas, de un marinero enfermo que llegó de la Haba- na y lo propagó en la ciudad. De 1793 se refiere lo mis- mo, tomando origen de una posada, centro de reunión de marineros y corsarios, de donde aparece que partió el contagio, por más que los profesores de aquel tiempo allí atribuyeran la enfermedad exclusivamente á causas locales, Por entonces, sabemos que nuestro célebre Masdevals, le estudia en el Ampurdan, al tratarle enérgica y oportu- namente bajo un distinguido diagnóstico, en el que no se expresa claramente, sin embargo, su cualidad con- tagiosa. Casi, pues, desde que es conocida la fiebre amarilla, como venimos diciendo, es tradicional la divergencia de opiniones sobre su propiedad contagiosa, pareciendo que- dar ya propuesta la cuestión desde la epidemia que deci- mos existió de ella en Filadelfia, por los años de 1793 á 1797, antes de presentarse en Cádiz de 1800 á 1804, pro- duciendo una horrible devastación luego en toda Anda- lucía é infinitos estragos, siendo no menos doloroso el de- jar, como veremos, á la mayoría de sus observadores en la ignorancia ó la duda - más lamentable, sobre su origen positivo, naturaleza comprobada y medios más seguros de tratamiento. Así,, que si en Filadelfia primero la cre- yeron algunos importada por los emigrantes de la Isla de Santo Domingo, en que ya se padecía, no habiéndola tenido allí jamás por contagiosa y sí por infectante, local ó endé- mica, se originaron por ello las primeras disputas y con- tradicciones en tan importante problema. De entonces procede allí la determinación del aislamiento de los enfermos en el campo, en sitios ventilados, y bajo una bien entendida higiene, que se sabe dió los mejores resultados, tanto en la curación posible de los enfermos, como en la detención de la enfermedad; si bien es verdad, 206 por otra parte, que no se descuidaron iguales atenciones higiénicas, llevadas á cabo con la mayor eficacia y ener- gía, en los barrios de donde se dijo proceder el contagio. Dicho ya haber sido en España y en toda Andalucía especialmente, muy lluviosos los años de 1799 á 1800, en que á la vez se sintió un intenso calor, cuéntase haber entrado en la bahía de Cádiz en el 6 de Junio del último año una corbeta dé Baltimore, llamada el Delfín, que sa- liendo de la Habana, pasó á un puerto neutro de los Es- tados-Unidos de América, y de allí vino á España, donde fué respetada su bandera, sin prevención sanitaria alguna; por lo que, y habiéndose sabido el fallecimiento en su via- je de tres individuos de su tripulación, diciéndose haber sido de la fiebre amarilla, por más que el Médico de abor- do certificara lo contrario, se provocó la idea de haberse transmitido esta á su presentación allí por contagio de di- cho buque y de otros surtos en bahía de la misma proce- dencia. Aquí, en relato contrario del Sr. Aréjula en sus notas, que indica como axiomáticas, se echa de ver su dicho de que los sujetos que pasaron en Cádiz los siete primeros meses del año 1800 fueron acometidos de la epi- demia, salvo los procedentes de América; lo que prueba la existencia de la fiebre amarilla en Cádiz antes de la fe- cha indicada, 6 de Junio de 1800, en que se dice haber sido importada por el Delfín y otros buques de igual orí- gen, hasta el fin de Julio y principios de Agosto en que empezó la epidemia; mas á esto puede contestarse la apa- rición de la fiebre ya desde el año anterior por dichas causas, de lo que no hay datos evidentes; dando ello lu- gar así á poderse creer producida aquella, más bien endé- mica y epidémicamente, por las mismas insinuadas condi- ciones patogénicas y hasta bajo una forma esporádica, cu- ya posibilidad entonces aún concede el mismo práctico, sin pruebas que dice para negarlo, como por la Causa contagio- sa citada, tan repetida por la mayoría de sus partidarios. El mismo Dr. Aréjula dice que sino vino el mal espontánea- mente, ni se comunicó por contagio, ni nació allí, fué muy difícil é inaveriguable explicar quién y de dónde lo trajo, y cómo se introdujo en Cádiz en la época referida. En Estepona y Medinasidonia, Paterna, Veger, Conil y Al- 207 geciras, poblaciones allí inmediatas á tres leguas poco más de Cádiz y bastante elevadas las más, no se padeció la misma epidemia. Tuvo lugar se dice el recrudecimiento de la misma en esta población, como en otras, al provocar- se las reuniones públicas en procesiones religiosas, de lo que nos ocuparemos luego^ Consígnase pues, con reiterada afirmación, que el ais- lamiento en el campo, no tanto que diese lugar á la ca- rencia de los recursos necesarios para la vida, fué el me- jor medio que se conoció para librarse del asignado conta- gio, sobre lo que se cita como ejemplo fehaciente de su inmunidad, bajo tales condiciones, aun regimiento de in- fantería que acampó cerca de la Isla de León entonces y hoy llamada de San Fernando. Lo mismo se dice de los conventos que adoptaron esta precaución; igual mención se hace de los barqueros de Sevilla aislados en sus botes, entre los barrios de Triana y los Humeros, que atraviesa el Guadalquivir, infestados á la sazón de la epidemia; mas ya veremos en nuestro resumen sobre esto lo que de verosímil y aceptable encontramos en esta creencia. Examinando otras opiniones, en esto encontramos que Hidelbran ya á este tiempo le tiene por contagioso, con su determinación y clasificación de tal, si bien no nos de- talla minuciosamente, como era de desear, el fenómeno funcional fisiológico-patológico consecutivo á la acción in- mediata del contacto, bajo cuya denominación hemos visto que caracteriza uno de los primeros períodos de este pade- cimiento. Los primeros individuos atacados de fiebre amarilla en Charlestown por esta época, nos dice el Dr. Ramsay, de los Estados-Unidos, fueron los marineros de un buque es- pañol , que la propagaron á la ciudad, donde se sostuvo por cuatro meses consecutivos. En 1803 notamos que en la inculpación que á varios buques se hace de haber importado por incubación y con- tagio la fiebre amarilla en Málaga, se expresa al propio tiempo oficial y públicamente por el alto comisionado ci- tado, que dichos buques procedían de Smirna, de Marse- lla, otros puertos del litoral de España y uno de Montevi- deo; expresándose con una sinceridad sumamente esti- 208 mable que al salir las expresadas naves, una de ellas de Marsella, con tripulantes desertores de ejército, vaga- mundos y presidiarios, lo hicieron procedentes de los Cas- tillos San Juan y San Nicolás y del hospital, donde se ]>a,decÁa, la fiebre de prisión, deque muchos venían conva- lecientes, habiendo perecido trece de ellos del mismo mal en su corta travesía, luego treinta y nueve en dicha ca- pital y hasta setenta ó más á bordo. Empezó la enfermedad, al creer de las gentes, en la ciudad, por un hombre del pueblo, contrabandista, que fué á uno de dichos buques furtivamente; y luego se desarrolló más por la ocultación en el barrio del Perchel de aquella, de un capitán afecta- do del indicado padecimiento, de donde se propagó á las casas y barrios contiguos, sosteniéndose con bastante fuer- za hasta el 18 de Diciembre del mismo año. Luego en el Agosto inmediato se presentó de nuevo, aunque con me- nos intensidad, sin embargo que duró hasta el 15 de Enero del mismo, sin decirse ya absolutamente nada en esta oca- sión de procedencia alguna sospechosa de origen con- tagioso. Por la misma época se padeció igual epidemia en varios pueblos de esta provincia y las de Córdoba, Sevi- lla, Granada y Alicante, diciéndose importada de Málaga ya individualmente primero, ya después por la concur- rencia de muchos sujetos de esta ciudad, como ocurrió en Antequera en su feria, ó por otros accidentes parecidos, consignándose otra vez lo ventajoso del aislamiento de los enfermos. El Sr. Aréjula dice al tenor del contagio, que lo cree en aquella, sin da tos para asegurar la negativa, que vé di- fícil su trasmisión por las ropas, sino imposible ó remotísi- ma. Ya nos ocuparemos de esto sucesivamente. En Liorna se padeció por el mismo tiempo otra epide- mia igual, aunque benigna, que se dice haber nacido en los sitios menos ventilados é insalubres de la ciudad, como la pescadería vieja y sus inmediaciones, llenas de inmundi- cias y exhalaciones pútridas: denotándose en ellas su ge- neración consiguiente más por infección que por contagio. En 1805 el Doctor Carlos Walfing le considera sólo como una fiebre biliosa, con inflamación del hígado, del estómago y el duodeno, á que se agregó Tomasini, como 209 sabemos, sosteniendo que la índole de la enfermedad es una flogosis del sistema gastro-hepático, sin que veamos en estas opiniones indicado fundamentalmente el conta- gio de esta afección. A la sazón encontramos padecerse la fiebre amarilla en Canarias y no por la vez primera, pues esto habia tenido lugar desde 1701 en las Islas de Tenerife, y un año des- pués en todas las demás, siendo ya más general y activa en 1810, habiéndose reproducido aunque más levemente en el año inmediato y aun en algunos ulteriores, dicién- dose haber sido importada de América por buques y tro- pas procedentes de allí. De la última época citada se re- fieren cinco mil personas invadidas y sobre mil víctimas de ella. Posteriormente volvió á aparecer ya por el año 1846 y 47 con el mismo número de invasión, aunque sólo sesenta personas perecieron de las acometidas. De 1862 á 1863 se refiere otra epidemia de fiebre amarilla en Ca- narias, de mil ochocientos invadidos y cuatrocientos muer- tos, sobre cuyo origen contagioso de América ó de África, y más aún sobre su desarrollo espontáneo, están discordes sus observadores oficiales; pues si bien el Dr. Bustos, con un detalle nominal, aunque corto, de invadidos y muer- tos, afirma ser su procedencia de América, en la fragata Nwaria, algunos quieren que lo fuese de varios vapores franceses que llegaron de Fernando Póo y de África, aun- que esto no parezca tan verosímil; al tiempo que el Doc- tor Landa, en una investigación crítica de las citadas vias, por donde se creia importado el contagio, concluye no haber pruebas suficientes de ello, á no admitirse largos pe- t ríodos de su incubación, que no cree mayores de siete dias; ' inclinándose á admitir su desarrollo espontáneo: diferen- cias que en verdad nos duelen , sin facultad para decidir en tan delicados extremos; reservándonos nuestro j uicio de este y otros casos parecidos para el resumen que hace- mos después, sobre el contagio de esta enfermedad y lo que de él creemos aceptable, en circunstancias como La presente. Volviendo á nuestras investigaciones históricas, en- contramos que Cailliot y Dubreuil después la consideran como una gastro-enteritis atáxica, producto de una cau- 27 210 sa deletérea ó procedente de un virus sui géneris, de cuya opinión parece que fué Larrey. Siguieron á estos pare- ceres otros del mismo orden, hijos ya de la escuela de Brousais, postergándose en sus principios la teoría del contagio, cuando no se contradecía decididamente, cre- yendo lo más algunos en la influencia de una infección miasmática y en el vicio ó alteración particular de la sangre, como causa inmediata del mal; al propio tiem- po que otros lo atribuyen al gas óxido de ázoe ó septon ve- nenoso, al tenor de lo que hemos dicho anteriormente; ó á la falta del oxígeno en el aire respirable y en la sangre de los pacientes; llegándose á lo sumo á determinarle como efecto inmediato de un agente propio de dicha infec- ción, que se reúne y concentra bajo la presión de ciertas condiciones, formando focos de cualidad séptica que hasta pueden producir espontáneamente la fiebre amarilla. Así se pensara en Boston por Samuel Brown y otros. Así igualmente en Pisa por Palloni, mas sin verse decisión terminante en estos sobre la cualidad contagiosa, que le niega franca y denodadamente M. Chervin, apoyado en las mismas ideas y en sus propias observaciones, en cuya aseveración le siguen Otros muchos prácticos notables que sería largo enumerar. Frank sólo llama á su causa veneno muy sutil, que ataca á la sangre, al sistema nervioso y á las fuerzas vitales. M. Chabert apellida á esta afección de espasmódica lipírea de los países cálidos, que cree generada por un verdadero envenenamiento que obra sobre el sistema ner- vioso, los músculos voluntarios, la mucosa gastrointesti- nal con la pulmonar y sistema general sanguíneo; mas de esta voz aislada de envenenamiento, poco ó nada se deduce para la teoría del contagio, tal como aquí se pretende existir por sus decididos defensores. Foderé se inclina á considerarle como un tifus sui géne- ris, que es probable tome origen de un elemento particu- lar del suelo Americano meridional, diferente del de las fiebres biliosas y otras; que puede llamarse infeccioso y que es de naturaleza contagiosa en Europa; cuya produc- ción puede efectuarse por cuerpos porosos que 'trasporten 211 á otros lugares la enfermedad, mediante cierto grado de calor húmedo necesario para el desarrollo activo de sus corpúsculos patogénicos. Que obra, dice, el mal sobre el sistema nervioso y consecutivamente sobre los demás, en primer término sobre la digestión y secreción urinaria, cuyos órganos espasmodiza, y en mayor proporción cuan- to más fuerza, robustez y estado pletórico predomine en los individuos, como sucede en otras enfermedades febriles. Varios otros patólogos creen con Audouar, su producto por infección de los buques negreros, bajo las condiciones que antes les hemos apuntado, y de otros con cargamentos de sustancias fácilmente alterables; contagiosa para aquel esta afección una vez creada y bajo las antedichas cir- cunstancias. Bonneau y Sulpicy, infeccionistas decididos, defienden la comunicación morbosa del padecimiento en estudio, por la absorción de los vapores desprendidos de los cuerpos vi- vos en estado de salud y enfermedad, á que llaman ema- naciones morbosas. Ya entonces llegaba á reiterarse por algunos observa- dores la idea de un envenenamiento miasmático sui géne- ris, productor de esta afección, aceptándose su acción de- terminada sobre el gran simpático y sistema ganglionar abdominal; pero sin aclararse más la tan debatida teoría de su contagio, como otros la asientan, de cualidad rege- neradora en la economía animal, mediante una elaboración especial de la enfermedad misma, que asile manifiesta y determina. Tanto algunos de los doctores franceses, comisionados por su Gobierno para observar la fiebre amarilla de 1800 al 1821, de que hemos hablado al principio de esta obra, como otros muchos que citados llevamos, convienen en su mayoría en la existencia de un principio tóxico, elemen- to contagioso ó especie de semilla ó fomes que en la en- fermedad se produce y facilita la trasmisión á indivi- duos sanos, mediante á circunstancias favorables en estos para su desarrollo. Dutroulau vemos que le califica so- lamente de infecciosa específica, á la que se le han atri- buido hasta el presente sus focos y climas particulares, mas que no obstante se puede manifestar fuera y lejos 212 de estos focos reconocidos como endémicos exclusivos y reproducirse siempre de igual modo, con parecida inten- sidad, en cualquier tiempo y lugar en que aparezca por otras idénticas causas, á las asignadas como propias de los focos insinuados. Como hemos anotado, por los años de 1821 en adelante, del dictamen de las juntas de sanidad de Barcelona, sobre la cualidad que estudiamos en este padecimiento, debe constar su. creencia á la vez de ser producido por la influencia de un gas deletéreo parecido al varioloso, al psorcio y pestilencial, si bien hicieran las muy terminantes indicaciones de localidad insana y propicia para el desarrollo, sostenimiento y reproducción de aquel, que antes dejamos expresadas. A emanaciones producidas por los cuerpos de los enfer- mos atribuyen entonces otros su causa, dicha contagio- sa, sosteniendo cada cual su opinión particular y propia en tan intrincada cuestión. Por otra parte encontramos que al propio tiempo reco- noce Belot en esta enfermedad, /Con su causa puramente miasmática, la condición precisa de ser el aire su vehícu- lo, de donde deduce que aparece por la absorción de una atmósfera saturada de miasmas especialmente produc- tores de ella, pero en condiciones individuales favorables para su desarrollo. Falta pues, parala gran mayoría de los prácticos, averiguar en qué consiste ese germen, miasma ó elemento especial, misterioso para algunos, que tomando en su concepto origen en las costas de América, no sólo ocasiona el mal allí á los recien llegados de Europa con particularidad, sino que se traslada de un punto á otro con el hombre, las mercancías y embarcaciones, produ- ciendo, en donde así es conducido, una enfermedad idéntica á la de que trae su principio. Dichas ya en nuestra reseña histórica de epidemias y en esta de calificación contagiosa de la fiebre amarilla, las varias épocas de su aparición en Europa y particularmen- te en España, desde los años de 1731 en Cádiz, 1800 y otros sucesivos y alternados, en que imperara con más ó menos crudeza en diferentes provincias de esta Península é Islas adyacentes, unas veces, aunque las menos, creída su importación de África y las más de América, queda- 213 nanos el citar otras varias ocasiones posteriores en que se ha presentado la misma enfermedad, no ya en los puer- tos, para poder atribuirse su contagio, como casi siempre, á buques ó procedencias de las Antillas, sino en poblaciones muy del interior y hasta en esta qorte, en épocas alterna- tivas, una notable del año 1846 que recordemos, y otra en el verano próximo anterior de 1869, en que hizo con- siderables estragos en el Hospital general civil, y de que fueron como antes víctimas varios distinguidos profesores de beneficencia y algunos practicantes de dicho estable- cimiento, sin poderse atribuir entonces origen contagioso alguno exótico al padecimiento. Así ha venido este apareciendo sucesivamente hasta el verano y otoño del año anterior 1870, en que en Barcelona, Valencia, Alicante é Islas Baleares se ha manifestado con más ó menos intensidad, creyéndose aún también por la mayoría de sus observadores importado su foco primitivo por buques procedentes de América, si bien reconociéndo- se como antes, en la primera de estas capitales, causas de localidad abonadas para su propagación y desarrollo. Se sostiene por autores respetables, que en lo antiguo ya era conocida la cualidad contagiosa de ciertas y determi- nadas enfermedades, apelándose para elloá las afirmacio- nes de Tito Livio y de Tácito, que se dice haber distingui- do bien las enfermedades estacionales de las contagiosas, aunque el primero decia que podía llegarse con ello al principio dudoso, aun siendo aquel terrible é inmediato, y el último, en la peste de Roma, no quería atribuir al aire su causa productora, quizá por otras razones que no se alcanzan al buen juicio médico. Quiérese buscar en su origen el contagio para poderle conocer y caracterizar de- bidamente, y sobre esto ya diremos lo que hemos observa- do en América, en casos de bien manifiesto origen y ulte- rior desarrollo. Gracias pues si por las dificultades de su aclimatación, nos respeta ya la fiebre amarilla mucho más que en la antigüedad; lo que conteste con la no aparición en el día de la peste de Levante, que tanto castigó á Europa desde él siglo Vi al XVI nos dá esto la clave de lo que ha adelantado la higiene y los naturales cuida- dos sanitarios de los puertos, arsenales y buques y de otros 214 pueblos desde aquellos tiempos, á beneficio de la civiliza- ción, cuyos principios, según tan sabiamente dice como ex cátedra un distinguido contemporáneo, consisten prin- cipalmente en la protección de la vida del hombre. Hasta aquí lo que podemos decir más aproximadamente de la historia del contagio de esta enfermedad, quedán- donos el vacío de no encontrarle aún tan explicado como deseáramos, á través de tantas dudas y controversias sobre él. Continuemos ya dando algunos detalles sobre el mis- mo por ver si logramos despejar algún tanto su incógni- ta, con aplicación á esta enfermedad. Se dice por algunos que este puede ser general, pero existir sin epidemia, cuya generalidad, por cierto, no comprendemos á no identificarse el contagio con la infec- ción, según otros hacen, como término de transacción en la contienda. Cullen dice que ignorándose en su tiempo cuál es la naturaleza especial de los miasmas contagiantes y si hay una ó más especies de ellos, acepta que existe solamente un género variable por su grado' de actividad y cantidad en un espacio dado, á lo que otros añaden las diferencias entre los producidos por emanaciones vegetales en putre- facción, productores de las fiebres intermitentes y los de enfermedades como la de que tratamos, engendradas por los de aquellos y los animales, reunidos ó mezclados en- tre sí. Es sabido que la propiedad de una enfermedad conta- giosa es ser siempre la misma, presentando sus caracteres indelebles, sea cualquiera el tiempo, lugar y circuns- tancias en que se le observe: esto que ocurre con la vi- ruela, la sarna, la sífilis y otras afecciones virulentas, no sucede exactamente lo mismo con esta enfermeded, pues si bien sus síntomas son idénticos y sus períodos determi- nados, hay algunas diferencias, como veremos, entre los primeros del tifus icterodes de América y del de Europa, á más de algunas variedades que se reconocen en el mis- mo y que determinaremos en su lugar; lo que ha dado quizá motivo á algunos para considerarle más como infec- cioso que como contagioso, no habiendo término razona- 215 ble en verdad para reconocerle el último carácter, aun espontáneo, sin la existencia de la infección primitiva. El, pues, depende de un principio idéntico, mas no siempre y sin alteración, como sucede con el de los virus inoculable's de dichas afecciones; y esta es ya una diferencia notable entre esta y las tenidas por esencialmente contagiosas, de unas mismas causas y fenómenos exactamente idénticos. Mas estableciéndose que todo contagio se efectúa por absorción, esta supone ciertas condiciones favorables, entre las que se tiene á la integridad del virus ó cuerpo conta- giante. El estado de inercia de los virus vemos que es variable según ellos y las circunstancias en que se les coloque, en que influye mucho la humedad para descom- poner algunos, como el de la viruela y la vacuna, y á su semejanza encontramos que, sin saberse con exactitud cuál sea ese cierto tiempo que se requiere para que el agente contagioso obre como tal en este caso, lo creemos relativo á la intensidad de acción del foco contagioso y á la susceptibilidad orgánica relativa de los sujetos para absorber el elemento mórbido, de lo que nos hemos hecho cargo anteriormente. Se atribuye á las enfermedades contagiosas la 'cuali- dad de padecerse sólo una vez en la vida, y por esta pro- piedad se intenta nivelarse á la fiebre amarilla con las do esta clase; mas esto vemos en el dia que no es infalible sino en las producidas por ciertos y determinados virus, en que no se comprende el psórico ni el sifilítico; quedan- do tal cualidad reservada para algunas enfermedades de la piel y otras con que no tiene relación la presente. Se dice también que todas las enfermedades contagiosas alteran más ó menos directamente la piel, aunque rio ya que to- das las cutáneas sean contagiosas, como en alguna ocasión se ha intentado; mas esto, aparte de la importancia de la absorción que reconocemos en la piel para la adquisición de esta enfermedad, parece una suspicacia patológica, provo- cada por el estudio de las enfermedades contagiosas de la piel, pues en. la que estudiamos sólo es admisible dicha absorción fisiológieo-patológica, sin otra manifestación morbosa primitiva en aquella, ni otro fenómeno conseciv tivo y sintomático por cierto, que el de su decoloración ca- 216 ractéristica, las petequias y equímoses del mismo órden- Es-de extrañar que los mismos que dicen ser las enfer- medades contagiosas siempre las mismas, cualquiera sea el tiempo y lugar en que se presenten, indiquen á la vez que ciertas constituciones atmosféricas favorecen unas más que otras la propagación del virus contagioso, lo que en verdad tiene aplicación á nuestra fiebre; mas bajo este último condicional aspecto deja de pertenecer por conse- cuencia al primordialmente asentado para las enfermeda- des contagiosas en general. Veamos, pues, cómo de de- ducción en deducción, sobre el rigorismo teórico de la palabra contagio, vamos aceptando de este lo que por ra- cional y verosímil hallemos, para apropiarle tal cualidad relativa y propia, como á nuestro sentir reconozcamos en este padecimiento. Las epidemias, se dice, que son producidas por efluvios pantanosos, son siempre en el fondo de igual naturaleza; y una mayor actividad de sus causas produce mayor in- tensidad en sus fenómenos morbosos, propagándose á ve- ces en todo un pueblo ó comarca determinada. Esto confir- ma evidentemente nuestra indicada teoría sobre la natura- leza de la fiebre amarilla. lia observación de que los pueblos intermedios á otros epidemiados ó contagiados de este mal, se han librado de él, aislándose del contacto con aquellos, no prueba inne- gablemente la inmunidad por el no contacto con los mis- mos, ínterin no se manifieste existir ó nó en ellos las mis- mas causas endémicas locales que en los epidemiados, ú otras diferentes de buena ventilación y severa higiene, como debiera detallarse. Lo mismo decimos de limitarse el mal á los lazaretos, donde naturalmente debieran existir condiciones de localidad tristemente imprescindibles, pero propias para ocasionar el mayor fomento de aquel. Los que confunden la fiebre tifoidea con el tifus ictero- des, que no son pocos, desde principios de este siglo, como los que le estudian con una muy conocida deferencia á esta simultaneidad, se hallan casi contestes en la negativa de su cualidad contagiosa, ya en los hospitales, ya en otros sitios parecidos, de que se citan ejemplos varios y reitera- dos, por más que otros, á vista de la aparición de aquel en 217 familias y asistentes determinados lleguen á dudar sobre su cualidad contagiante, reapareciendo así la contrariedad é indecisión en incógnita tan grave. Esto ha ocurrido en nuestros tiempos en Europa, lo mismo en París, desde que nos habituamos á su preponderante iniciativa científica y social, que en España, en Madrid como decimos, y en otros varios puntos, en las diferentes épocas en que dicha enfer- medad ha aparecido tan generalizada, que ya ha podido apropiársele, en más ó menos extensión, su calificativo de epidémica. Efectivamente, al mismo tiempo que en la pri- mera capital expresada se pensaba de aquel modo, Leuret, de Nancy, dice haber visto comunicarse la enfermedad brevemente, y de un modo sospechoso allí, á términos de parecerse al contagio La dotinonteritis de Bretonneau con que se sabe se con- fundía este padecimiento y sus congéneres, y que inva- dió epidémicamente la escuela militar déla Flecha en 1826, cuando existia así en la ciudad, y de la que cuéntase que fueron acometidos unos ochenta alumnos, entra en este triste concurso de vacilación y contradicciones deplora- bles, en que uno de los compartícipes, elDr. Gendron, ca- racterizado paladín defensor del contagio, dice ser importa- ble y trasmisible el mal, unas veces más y otras menos, pero en razón decreciente de relaciones mediatas é inme- diatas; y que la epidemia es el efectoy no la causa del con- tagio; basando en este sin embargo toda la recrudescen- cia, gravedad y hasta un tiempo especial de trasmisión; negándose á toda prueba en contrario, por inmunidad é inaptitudes que dice inexplicables y pasajeras. Otros di- sienten en la dificultad de llegar á su verdadero origen en las ciudades muy populosas, dejando así lastimosamente aún controvertible este punto. Extractando ya lo más esencial que encontramos sobre la teoría del contagio, hallamos suponérsele á este ser un ente material, de efluvios ó miasmas sutiles, imperceptibles por los sentidos, apreciables solo por sus efectos; que puede existir por sí propio, mas que necesita, para que tal sea, que esté adherido ó sustentado por otro cuerpo. En tal estado, desprendiéndose estos miasmas de su foco propio, se pegan á otros cuerpos que tienen susceptibilidad para re- 28 213 cibirlos, al rozarse ó tener contacto con aquel; si estos son personas ó vivientes, sufren la enfermedad, y si ropas ú objetos inanimados, lo retienen por un tiempo indefinido. A veces se disipa espontáneamente y otras se mantiene mucho tiempo, siendo más activo cuanto más lleva de es- tar encerrado, pudiendo ser trasportado de lugar y produ- cir entonces en cualquier animal la enfermedad que puede así multiplicarse y hacerse epidémica. Es exótico, indí- gena ó permanente, según su procedencia y tales condi- ciones. Para poder vegetar y multiplicarse se le supone ha- llarse en estado de perfecta madurez, lo que tiene lugar en los enfermos en el segundo período del mal, necesi- tándose que la estación y el clima favorezcan su germi- nación. Antes ya de darles el valor que nos parecen merecer estas opiniones, oigamos á los adversarios del contagio. Estos principian por extrañar no encontrarse en las obras de Hipócrates, Galeno, Avicena y demás médicos griegos y árabes de la antigüedad, al hablar de las pestes, palabra alguna en que se sospechase ó revelase la cualidad del contagio, cuando tan minuciosos eran en las descripcio- nes de objetos de menos importancia; y creen confirmado por la historia que esta palabra se añadió después por los comentadores de aquellos clásicos, hacia fines del siglo XV, en que se establecieron Jas cuarentenas, se dió más en- sanche á las ciencias y se estudiaron la sífilis, la rabia, la sarna y otras enfermedades virulentas, ya dichas conta- giosas por ver que se comunicaban por contacto; adoptán- dose á su semejanza el contagio en las enfermedades epi- démicas sólo por la autoridad de Fracastoreo, Mercurial, Capivaccio y otros médicos notables que así lo establecie- ron, y nó por las afirmaciones de la verdadera y propia experiencia de sus sucesores; sin saberse hasta hoy en qué consiste, ni podernos dar razón fundada de su existencia, por no apoyarse su teoría en el exclusivo espíritu de ob- servación práctica. Por esta misma causa de autoridad aislada y falsa analogía en la doctrina llegaran á tener éxito varias creencias, como la de los éxtasis, malos pre- sagios de los terremotos, virtudes de los amuletos y di- ferencias en los sistemas médicos, en las teorías de la na- 219 turaleza de las enfermedades y en sus diversos y aun con- trarios tratamientos. La aparición de una enfermedad di- cha contagiosa como esta y no de las virulentas en un lugar aislado, lejos del mar y sin comercio alguno á que poder referir su importación, prueba la negativa de su contagio. La contrariedad y confusión de pareceres en pro y en contra'de esta cuestión, todos basados en los hechos, de- muestra la incertidumbre y carencia de datos para la afir- mativa en ella. Es verosímil la infección de una enfer- medad mortífera por la absorción de un aire corrompido, encerrado en un fardo ú objeto equivalente de proceden- cia exótica; mas de esto á que da enfermedad adquirida se trasmita á otras personas, sin perder sus cualidades nocivas al diluirse por el aire atmosférico, hay una gran diferencia é inverosimilitud; debiendo reconocerse como más probable que las causas de las epidemias residen en la región, clima ó lugar en que se desarrollan, siendo to- das indígenas por consiguiente; en cuyo caso esta enfer- medad, como hija ó efecto inmediato de causas especiales climatológicas y aveces enteramente locales, dicen, que nace, vive y muere en su foco natural, donde por dichas causas se produce sin internarse alargas distancias, se mul- tiplica y reproduce en extensión y consecuencias variadas, según el carácter é intensidad de las mismas, por las cua- les, siéndole contrarias, termina á un tiempo; mas que tratándose de buscar en ella otro origen ó cualidad pro- ductora especial, germen ó elemento patogénico de carác* ter contagioso exclusivo, no lo encuentran probado, visible ni evidente, por lo que le niegan en buena lógica y natu-* ral deducción. Se sabe que la fiebre amarilla se ha presentado en Ve- nezuela, Guatemala y otras ciudades de América, así como en una ocasión notable en 1817 en Nueva Orleans, sin habérsele tenido por contagiosa; declarándose por la Jun- ta de Sanidad haber reconocido por causas la situación topográfica de la ciudad, las lluvias abundantes y pan- tanos consecutivos, un calor excesivo y el aflujo de ex- tranjeros no aclimatados. El contagio de la fiebre amarilla, dicen los anticonta- gionistas, corre parangón con el de los lazarinos y la ti- 220 sis, del que ya apenas se encuentra un partidario; de- biéndose esperar que con el tiempo llegue á desaparecer del todo como aquel, cuando por hechos repetidos de au- topsias y contactos inmediatos con dichos enfermos sin consecuencia nociva, llegue el convencimiento á demostrar- lo así. El contagio moral ó sea la presión del miedo y el terror, es más terrible que el pretendido contagio físico, desconocido hasta el dia. Es notable que los efectos de esta epidemia se hayan visto siempre en los pueblos; de las costas de Levante y Mediodía de España y nunca en las del Norte y Poniente, lo que indica que más que el conta- gio ha sido la infección su productora y las causas clima- tológicas indicadas. Si fuera contagiosa esta enfermedad no reconocería más que la sola causa de un virus deter- minado y peculiar, que obrase independientemente de las demás, como se vé en el sarampión, en la viruela y otras afecciones virulentas. Se han dado casos infinitos de acostarse personas sanas con otras enfermas de fiebre amarilla, y aun usarse col- chones y objetos de cadáveres de ella por algunos infeli- ces, sin notarse que contrajeran el mal: luego el contagio no es exacto é infalible, por más que en esto pueda ale- garse la no susceptibilidad para él, lo que podria tener lugar en un sujeto ó varios, y no en tantos como se citan en su comprobación. Jamás se ha logrado la inoculación, intentada de varios modos, aun deglutiéndose los mate- riales del vómito de estos enfermos: aserto contrario á la absorción contagiosa. La fiebre amarilla se ha presentado espontáneamente en infinidad de ocasiones en buques enalta mar, por la sola arción de la temperatura elevada y causas locales de ema- naciones pútridas, "sin poderse sospechar la más mínima causa de procedencia por contagio. Si el agente contagioso es de una cualidad venenosa, es muy raro que no mate á todos los que están bajo su in- fluencia, por el roce y contacto continuo con los enfermos, dejando salvos á los demás. Si el contagio requiere su pro- piedad de madurez indicada para ser trasmitido, es lo re- gular que así lo fuera paulatinamente y no de pronto y casi en un instante, como se ha visto en varios pueblos á 221 la vez separados á largas distancias, de que se refieren muchas víctimas en un dia; lo que es más explicable por la influencia de una constitución atmosférica especial que por el pretendido contagio. Si este fuese verdadero el mé- dico en las epidemias le llevaría á todas partes, adquirido por el contacto con los enfermos. Del mismo modo lo ha- brían llevado los frailes en su tiempo á sus conventos, contagiados al auxiliar á varios moribundos en las epide- mias Igualmente las monjas, que como á aquellos_ se les tiene por inmunes, á causa del aislamiento, lo habrían ad- quirido de los objetos que diariamente recibieran defuera. Los cordones sanitarios y cuarentenas, son ineficaces para el aislamiento, ynadapueban en su favor, por-la labili- dad con que se destruye su objeto por el fraude y el con- trabando, de que hay infinitos ejemplos. Las epidemias son debidas á ciertas y determinadas causas generales tuera de las que nadie contrae la enfermedad que producen, aunque se roce con los enfermos y sus ropas. Por mas ex- tensa que sea la esfera de actividad de una causa epidé- mica no siempre daña á todos los expuestos a su influjo, loquees relativo alas predisposiciones individuales pro- pias para ello. Según sea mayor ó menor la actividad de las causas, así será el número de los enfermos, y mayor o menor la gravedad de ellos y de la epidemia. ^ Entre los que niegan el carácter contagioso icterodes, optando por la infección endémica y atmosférica, figuran Rusch que antes le reconociera, Larroche y Deveze Otros, como Rochous, distinguen el tifus contagioso de Europa del de los Trópicos no contagioso; creyendo algunos que este último puede existir y haber perdido ya tal cuali- dad con una grande aireación; no faltando otros que nos hablan de un contagio eventual, palabra que ilustra poco por cierto la cuestión, cuyas contradicciones han produ-. cido un verdadero caos en la ciencia, que ha trascendido lamentablemente á las regiones gubernativas é interna- Demo¿ ya aquí fin á la exposición de las teorías y de- ducciones del contagio y su oposición, procurando exponer nuestras convicciones sobre el mismo. Quisiéramos ante todo no ver afirmado por vanos nota- 222 bles escritores, que la cuestión del contagio de esta enfer- medad lleva visos de no terminar nunca. Veremos desapa- sionadamente que es lo que se sabe, se dice y acaso se prueba respecto á la tan debatida esencia, no ya de ese virus, pues hemos dicho la diferencia que existe entre los reconocidos como tales, productores délas afecciones lla- madas por lo mismo virulentas, mediante á ciertas y de- terminadas causas y circunstancias que para la genera- clon de esta no existen, sino relativamente á la esencia de esos miasmas, tan generalmente reconocidos y detalla- dos como hemos procurado presentarlos en nuestras in- vestigaciones sobre este punto. Mas antes convengamos en la exacta acepción del con- tagio, tal como creemos que debe entenderse en el dia. Di- cho ya ser este inmediato ó por contacto íntimo, roce ó ad- herencia material exclusiva, y mediato ó por el intermedio de las ropas y atmósfera morbosa, nos encontramos en el caso de admitirle bajo este carácter ó cualidad especial, única en que á nuestro ver es explicable, por medio de la ab- sorción pulmonar y cutánea con particularidad, como he- mos indicado, sin otras subdivisiones del contacto, ya hoy no admisibles, por ser una reiteración de los mismos. Ba- jo tal concepto, como contagio miasmático y no virulento le reconocemos, en la trasmisión -directa de un individuo ú objeto, capaces de producir estos miasmas por el inter- medio del aire, que hemos dicho ser su vehículo. Cuando la atmósfera que rodea á los enfermos y sus emanaciones producen su misma enfermedad á mayor ó menor distan- cia de los mismos, hay para nosotros contagio, sin necesi- dad de apelar al contacto íntimo y material para buscarle por inoculación virulenta, que en esta enfermedad no exis- te. En estos casos admitimos que la fiebre esporádica más limitada de un hospital, cárcel ó cuartel puede pro- ducir la endémica, la epidémica y la contagiosa. Mas cuan- do la enfermedad se trasmite por familias, barrios y pue- blos determinados, encontramos que ya, más que contagio mediato, lo que existe es la infección por el aire atmosfé- rico viciado, nocivo ó séptico, tal como lo hemos reconoci- do en el estudio de la endemia y causas patogénicas de esta enfermedad. En el contagio inmediato, pues, creemos 223 que es un virus el que obra por inoculación y en el me- diato es un miasma el que obra también por contacto, de cuya voz procede la de contagio. Se dirá en buen hora que para el caso es lo mismo; pero como por más investi- gaciones que hacemos, no logramos explicarnos la entidad del contagio en abstracto y en su genuino sentido, sólo así le aceptamos como verosímil, aunque parezca que más bien que contagio es infección lo que indicamos. Y aun suponiéndolo de este modo, ¿cómo es admisible la infección sin la acción primitiva del contacto inmediato sobre la su- perficie orgánica, cualquiera sea sobre la que obre el mias- ma? Por otra parte la existencia del contagio es muy du- dosa y casi negativa sin las condiciones de la infección. Vendremos quizá á deducir de esto una confusión natu- ral entre la teoría de la infección y la del contagio; mas antes la preferimos en la forma, que la anarquía y el con- flicto de luchas y controversias por la afirmativa y nega- tiva del tan preconizado contagio; porque para la adopción de los medios profilácticos, que es lo esencial en esta cuestión, lo 'mismo es el reconocimiento de la infección que el del contagio. Y, ¿cómo negarse el contagio cuando se llega hasta á de- cir que se verifica por la inmediación boca á boca con los enfermos del mal contagioso? Indudablemente aquí hay una absorción directa pulmonar del miasma morbífico, y • de las más activas capaces de producirlo, por más que sea más admisible en este caso la infección que el contagio. Con estas condiciones y circunstancias se reconoce como contagioso el Tifus icterodes por los más reflexivos parti- darios contemporáneos del contagio, en que se encuentra el Sr. Várela Montes en nuestros dias: á pesar, dice, de ignorarse la cualidad del miasma así dicho contagioso, como se desconoce igualmente la de los demás virus, por más que se presenten á nuestra vista bajo una forma ma- terial y evidente. Si no hay pues peligro de confusión en no separar las palabras de infección y contagio, como opi- na dicho respetable autor, convengamos en que, no es- tando aún decidida la absorción purulenta en el contagio de la fiebre amarilla, y sí muy reconocida la infección ya expresada, del mismo modo que aquel quiere para que el 224 contagio se efectúe por intermedio del aire, aceptaremos tal doctrina del contagio, bajo esta forma así determinada, como parece ser el dé la viruela unas veces, por medio de la atmósfera, y otras por inoculación. En la estimación que muchos hacen del contagio quie- ren sin embargo excluir al aire como medio de comuni- cación morbosa, reduciendo la explicación del fenómeno, como decimos, á la sola trasmisión de las enfermedades por el tacto inmediato con una persona infectada ó por el contacto con sus vestidos ú objetos tocados por la misma: no como Celso y Galeno en la antigüedad, y Pringle, Lind y Cullen luego entendían, por comunicación del aire at- mosférico cargado de vapores ó miasmas deletéreos, que ha venido á llamarse luego determinadamente infección. Los mismos creen por consecuencia que el contagio así apreciado no puede desenvolverse espontáneamente en un individuo sin que antes no fuera impregnado de él, diciendo consistir el contagio en la trasmisión del principio mor- boso sin que este sufra alteración alguna, pero llegando á la oscuridad al tratar de designar su origen primitivo ó elemental. Mas de la ignorancia de la entidad del conta- gio, como ser abstracto y no como fenómeno patológico, que es como lo admitimos, no debe deducirse su creencia, antes bien la reserva y la duda es lo que debe inspirar; procurándose estudiarle áposteriori, ó sea de lo conocido á lo desconocido, que es como intentamos hacerlo aquí, sin aventurarnos á teorizar sobre una cosa desconocida, por el mero hecho de sernos ignorada, que es un absurdo á todas luces imperdonable. Otra cualidad que se atribuye á los virus contagiosos es la de poderse conservar por algún tiempo en un indivi- duo, ó adherido á las sustancias]vegetales y animales iner- tes. Hácese consistir naturalmente la absorción en el tra- bajo propio del sistema linfático que reconocemos, supo- niéndose tres condiciones favorables para ello: la integri- dad del virus, la facultad absorbente de los linfáticos y cierta aptitud en el individuo para adquirir el contagio; creyéndose que su larga inercia le debilita y hace perder su facultad propagadora. La absorción se manifiesta por sus síntomas propios, va- 225 riando el tiempo de su manifestación, según la especie á que pertenece el contagio. No siendo volátiles los principios contagiosos virulen- tos, no puede el aire servirle de vehículo para desenvolver- se y apropiarse á otros cuerpos; mas aquí, como el conta- gio de esta enfermedad se atribuye en general á la absor- ción de los miasmas que se desprenden de un sujeto afec- tado de una enfermedad pútrida ó de otros cuerpos en tal estado, estos, flotando en el aire inmediato, forman indu- dablemente á su alrededor una atmósfera infectada é in- fectante, que dá lugar á que se depositen en la superficie del cuerpo sano ó se introduzcan por la vía pulmonar y digestiva dichos residuos morbosos: entonces los vasos absorbentes perciben y se apropian estos miasmas, tanto más activamente cuanto más intensa sea la aproxima- ción. Función que se efectúa bajo las condiciones de las leyes fisiológicas más naturales y evidentes en un tiempo suficiente, determinado y propio para ello, que creemos sea bastante el transcurso de un dia. Tratándose de determi- nar sobre qué sistema orgánico obra más directamente el principio contagioso dicho de la fiebre amarilla, advertimos que ya lo hemos hecho al hablar de su naturaleza, indi- cando efectuarlo paulatina ó repentinamente por la absor- ción pulmonar y cutánea, bajo la forma y circunstancias que entonces expresamos, dando lugar á un cambio ó al- teración lenta en la hematosis, por la falta de oxígeno en el aire respirable, alterándose consecutivamente las pro- piedades químicas de la sangre, saturada ya de carbono y pobre de oxígeno, hasta venir la explosión del mal; mu- chas veces teniendo por causa determinante una altera- ción funcional del tubo digestivo y llegando á presentarse la fiebre, signo grave y síntoma evidente de la lucha de la naturaleza con el principio morboso, ya en fermenta- ción, tal como la hemos explicado en su lugar. Aquí, pues, vemos que para que el contagio, tal como lo aceptamos, se verifique, no se necesita ni elcontacto inme- diato, ni que la piel ó la epidermis se encuentren al descu- bierto, como se requiere parala absorción de los virus en general. Es una verdad reconocida, que los lugares en que se 29 226 desenvuelven focos de miasmas pútridos y están circuns- critos, dan más intensidad que la común á las enferme- dades que se reproducen por su influencia; así que no hay miasmas más temibles que los que se desprenden del in- dividuo enfermo en un reducido local. En los buques, prisiones ú hospitales reducidos, en que se nota la enerva- ción vital de sus habitantes, todos estos se encuentran muy predispuestos á contraer las enfermedades pútridas, más ó menos graves, que no tardarán en comunicarse á todos, una vez manifestada su presencia en alguno; sien- do entonces cada individuo un nuevo foco de ella, bajo una atmósfera impregnada ya así de miasmas eminente- mente deletéreos. Esto y no otra cosa es lo .que ha ocur- rido en infinidad de casos en que se ha presentado un ti- fus icterodes evidente en España, en dichas localidades, sin tener entonces tradición contagiosa alguna á que refe- rirlo, de que ha habido varios ejemplos aun en esta corte, como hemos dicho anteriormente, en el hospital general, y algunos recientes, en que han sido víctimas del mal va- rios distinguidos profesores y practicantes del estableci- miento. Y en este caso, preguntamos á los partidarios del contagio exclusivo del tifus. ¿De dónde vino aquí el con- tagio? ¿De dónde ha podido venir igualmente en otros es- tablecimientos y casos parecidos, en que predominaban las causas y circunstancias antes designadas? Aquí en verdad, y fuera de toda apasionada teoría, hay que conceder la espontánea manifestación primera del mal, por más que, al tenor de lo que decían las Juntas de Sanidad de Barce- lona en 1820, hay que reconocer la evidencia del conta- gio mediato ó inmediato por la continuación de las mis- mas causas que habían de dar consecutivamente los mis- mos efectos. Reconozcamos, pues, á vista innegable de estos hechos, que no es siempre precisa é indispensable, á toda otra exclusión de causa morbosa, la tan preconizada del contagio, aun como lo aceptamos, para la determina- ción espontánea de la fiebre amarilla. Podrá, sí, esta ori- ginarse en el mayor número de casos bajo la forma con- tagiosa que admitimos; mas esto no impide el que pueda presentarse el tifus europeo algunas veces del modo dicho, á efecto de causas patogénicas especiales idénticas á las dé 227 América, sin necesidad de inculpar á nadie su incubación, infección ó contagio. En vista de estos datos debemos concluir con Lind y otros notables prácticos de esta enfermedad, ser creíble el que cierta masa de aire corrompido pueda ser trasportada por un viento moderado hasta alguna distancia; sien- do así como el equipaje de un buque ha contraído la en- fermedad por estar bajo la influencia de dicho viento, tras- portándole de este modo á tierra. De la misma manera los miasmas pueden efectivamente adherirse á los vestidos, á las paredes, á los muebles ú objetos semejantes y ser inocu- lables bajo la forma contagiosa indicada; mas para este caso creemos que en la localidad en que esto ocurra, es in- dispensable la existencia de una atmósfera viciada ó corrom- pida, que como endémica entonces pueda favorecer la per- manencia en ella de dichos miasmas, á que le sirvan ellos como de fermento propio para su desarrollo y multiplica- ción. Así es como podemos admitir el que haya podido presentarse el mal, bajo la citada forma contagiosa, en los puertos de Marsella, Cádiz y Málaga y en los barrios más sucios y menos ventilados de estas poblaciones, sirviendo de vehículo al comentado contagio la atmósfera saturada de emanaciones pútridas existentes allí entonces, con la concurrencia además de una intensa humedad y excesivo calor estacional, de 30° próximamente del centígrado, en cuya preponderancia están contextes todos los observado- res. Esto se prueba y ratifica por la evidencia del alivio de los enfermos, disminución de la epidemia é inmunidad de los asistentes, al procurarse la aireación corriente, y disi- pación consecutiva por la atmósfera de los miasmas dichos contagiantes. De este modo es como, sin tener presentes estas circunstancias, unas poblaciones inculpan á otras la importación exclusiva del contagio. Así es como, lo mismo que en España lo atribuimos á América, allí, en la Mar- tinica, en Filadelfia, Nueva Orleans y otras capitales de aquel continente, lo creían llevado de España, en las épo- cas en que aquí se padecía con mayor crudeza. Entonces, 1803 y 1804, se dijo en Málaga igualmente venir de Marsella, de Smirna y otras partes de Europa; y no ya el tifus de América, sino la fiebre de las prisiones 238 que en aquellos castillos padecía la tropa que llegó enfer- ma y convaleciente de allí. En las antedichas circunstan- cias van comprendidas la integridad del agente morboso, las localidades bajas, húmedas y poco ventiladas, una temperatura elevada, propia para fomentar su acción, pues que el frió se sabe que le destruye; y la predisposición ó susceptibilidad precisa para adquirir el padecimiento. En igual proporción se encuentran las consecuencias de la miseria y el abandono del pueblo en estas calamidades, así como la influencia del miedo y del terror, que predis- pone los ánimos á un abatimiento moral funestísimo en estas condiciones; si bien, como hemos dicho, no creemos esta circunstancia por sí sola bastante para afectarse de aquel, sólo por ella. Un contagionista español, de los más ilustrados é inge- nuos, cree y certifica que no se pega por los líquidos ningún mal contagioso: lo que prueba en este caso nuestro aserto de ser condicional para ello el intermedio del aire atmos- férico, como hemos indicado. Así tiene lugar la asevera- ción del Dr. Bustos, al hablar de los hospitales de enfer- mos de esta clase en la epidemia de Canarias en 1862, en que dice que «las corrientes de aire de las habitaciones de los enfermos estaban bien dirigidas hacia el exterior, no afectando á los que allí entraban; mas \ay del momento en que se cerraban esas ventilaciones y los enfermos movían sus ropas ó sus brazos para desabrigarse, que era casi seguro, de no estar preservado de la fiebre, ser esta la oca- sión de adquirirla.» Es dudosa sino negativa la permanencia del germen contagiante de la fiebre amarilla por más de treinta dias indistintamente y aún más, hasta por un año, diciéndose posible, como se ha sostenido por algunos, la conservación del contagio de aquella en un sujeto que pueda llevarle incubado por tanto tiempo, sin revelarse en él hasta su ex- plosión en la estación cálida siguiente, habiéndole tenido todo un año en germinación. Esto ya hoy es inadmisible á todas luces en la ciencia, y da lugar á creer que lo que ha ocurrido en estos casos ha sido confundir una predisposi- ción morbosa, como la que hemos descrito en su lugar, con un llamado contagio, en tan prolongada é insidiosa incu- 229 bacion, sin haberse manifestado de algún modo en período tan prolongado. Uno de los más decididos partidarios del contagio en Es- paña, el Dr. Aréjula, declara conceder la posibilidad de ha- berse presentado esporádicamente la fiebre amarilla en Cá- diz en 1800, aunque se dijo haber venido aquella de fuera. No la vió retoñar, dice este eminente observador, en das poblaciones, y menos fué creíble su recidiva en las peque- ñas , ni aparecer primero sin una causa creadora especial de ella, optando sin embargo éste por ser más propias para la conservación del foco las personas y para su reaparición al año, que los objetos y aun los especiales de comercio; muchos de los que, como los fardos y otros pasaron de la capital de Málaga, en tal estado epidémico, á otros pueblos en 1803, sin que en ellos se desarrollara en su consecuen- cia aquella en los mismos. Esto nos parece aún más vio- lento de conceder, por ir envuelto en tal juicio la negativa á los infinitos medios de evaporación y descarte morbo- so del principio ó foco contagiante de una persona, y por todo un año, que los que pueden imaginarse con tal objeto en un cuerpo más ó menos organizado, pero inerte, cerrado, no bastante ventilado, y de los dichos contumaces y dele- téreos por los apasionados del contagio; sóbrelo que es dig- no de citar de aquel en verdad su dicho, de que quisiera en todo esto pruebas más claras que las que vió entonces. El mismo afirma que los que vivieron aislados en el campo se libraron del mal, siendo acometidos al venir á la pobla- ción en que reinaban los grandes calores del estío y so- plaban continuos vientos de Levante, que duraron todo el año, quedando igualmente indemnes de aquel los que vi- nieron después de las lluvias ó cuando y a liada frió. Es- to confirma el que, más que la acción del contagio, lo que obraba eficazmente para el desarrollo de la epidemia eran las condiciones climatológicas, tales como las llevamos detalladas á su tiempo. Y aquí no podemos menos de ci- tar en este sentido las palabras de entonces del Sr. Hur- tado de Mendoza, que dice: «Nadie ignora que Cádiz se »halla situado sobre una eminencia rodeada por el mar, »que sus calles son estrechas, y poco despejadas ó aerea- »das, las casas no reciben aire más que por un patio, y 230 »toda la ciudad está atravesada de albañales ó sumideros, «limpiados por las mareas. Cuando reina el viento del Este, «se retira el agua del puerto, bajan las mareas, y éstas no «pueden llevar ya tras sí las inmundicias amontonadas en "dichos albañales. En los mayores calores del verano so- »pla este viento algunas veces con mucha violencia quince > ó veinte dias seguidos, y se exhalan en toda la ciudad, por «la abertura de los albañales, gases deletéreos que expli- can bastante bien la producción de la fiebre amarilla, «sin que se necesite buscar su causa en un contagio im- » portado.» Sobre el mismo propósito dice el Sr. Codorniu y Fer- reras, Protomédico del ejército expedicionario de Ultramar en 1819, quejándose del poco rigor de la policía entonces en Cádiz y Andalucía, «que esta se halla en tal estado, que no sólo no es extraño que sus habitantes vean tan de or- dinario la enfermedad contagiosa, sino que es un benefi- cio del Ser Supremo qué continuamente no se hallen ata- cados de esta ú otra parecida, proporcionando así una sim- patía al contagio Americano para desplegarse con el des- potismo que acostumbra, particularmente en la estación del calor.» Sobre esto mismo dice el Dr. Marín en su obra de Topo- grafía médica de Cádiz. «Nadie duda ya que, entre otras «causas que se asociaron á la excesiva temperatura at- «mosférica de Cádiz en 1800, para que se desarrollase la «epidemia, una de las más poderosas fué el estado tan de- «primente de ánimo ó de consternación en que tan justa- «mente se hallaban los habitantes de aquella ciudad, por «la parálisis del comercio, la falta de dinero y de pagas, la «mucha miseria, y sobre todo el sitio que experimentaban «y el bombardeo que les amenazaba.» He aquí pues resumidas por observadores tan autori- zados las razones que venimos repitiendo, más en pro de las circunstancias climatológicas y locales, como patogéni- cas de la fiebre amarilla, que á favor del pretendido conta- gio exclusivo de ella, en épocas determinadas. En corroboración de lo dicho reiteramos nuestra cita de la aparición de la fiebre amarilla, con la coincidencia en los puertos de bahías sucias y cenagosas, de buques en 231 ellas con maderas, géneros y alimentos en putrefacción, que por muchos observadores se han tenido como causas patogénicas especiales de aquella. Muchas veces por esta causa, lo mismo en América que en Europa, se han visto destruir, con beneplácito del público, almacenes de géne- ros en descomposición orgánica, todo un depósito de ma- deras y muelles con estas podridas, como ocurrió última- mente en Barcelona. En la insistencia para esta enfermedad indispensable- mente, de la predisposición ó causainterna, la ocasional y la concausa de los contagionistas, de iguales cualidades y equiparables fenómenos en su producción á los palpables en la inoculación del Coupor ó virus vacuno, é idénticos á la fermentación acida de un jarabe, al que se le agre- gue un.fermento, con la concausa de alta temperatura, no vemos otra cosa que la ratificación de nuestro aserto, en la esencia de la naturaleza morbosa del tifus icterodes, que en su lugar dejamos asentado. Nótase muy particularmente la aparición de este mal ya á fin del verano de 1800 en Cádiz, tomando origen visible en el barrio de Santa María, al E. de aquella ciudad, que es por cierto de calles y habitaciones muy estrechas; próximo al matadero y á los cuarteles más concurridos de tropas; cerca y á la vista de la bahía; menos ventilado é higiénico que todos los demás, á pesar de su mayor elevación topo- gráfica; donde se desarrolló el mal considerablemente y se extendió luego á los barrios contiguos de gentes del mis- mo género de vida y trato común con las del primero; cuando en los demás barrios de la población no se conocía aún la enfermedad. Hecho que prueba, más que el conta- gio, la endemia local manifiesta que venimos indicando. Esto mismo, como decimos, ocurrió en Málaga en los barrios próximos al puerto, de iguales condiciones higié- nicas, y aun peores quizá que las asignadas al anterior de Cádiz. Iguales circunstancias se han observado siempre en la primera presentación de aquel, en las poblaciones prin- cipalmente marítimas, y es desde luego muy de extrañar que si fuera su causa principal el contagio, este no se mani- fieste alguna vez primero en alguno de los barrios más sanos é higiénicos de estos pueblos; y si el mal es contagioso 232 por comunicación personal, en alguna ocasión se le habría visto en primer lugar en las familias, amigos ó personas de trato íntimo é inmediato con los capitanes y pasajeros de la clase media ó más elevada de la sociedad, que los marineros y traginantes de los puertos y sus familias, en quienes es frecuentísimo, por no decir preciso y como con- dicional de siempre, la primitiva aparición de esta enfer- medad en dichos puertos. Créese no sólo de Cádiz, sino generalmente de todos los pueblos, que al invadir una epidemia, como ocurrió en esta en el tiempo dicho, y conmoverse la religiosidad de aque- llos, sacando procesiones y provocándose grandes reunio- nes públicas, en rogativas de salud y vida, la misma aglo- meración popular es una nueva concausa para el fomento del mal; esto podrá tener su aplicación verídica si la epi - demia fuese virulenta y de trasmisibilidad por contacto inmediato, ó las reuniones populares tuviesen lugar bajo las mismas condiciones anti-higiénicas y patogénicas cita- das, dentro de los templos, sin la aireación necesaria y bajo la presión moral de los ánimos, tan frecuente en estas ca- lamidades. El aislamiento en el campo con los medios precisos de subsistencia, que se tiene por el recurso profiláctico más positivo del contagio de esta enfermedad, no lo vemos su- ficientemente probado, con exclusión de la cualidad anti- endémica en ello, que los partidarios de esta idea pudie- ran presentar como de preferencia; hallándose justificada por otra parte la nulidad de tal aislamiento oficial ó particu- lar, y su ineficacia ó falsedad, puesto que casi nunca pue- de fiarse en él, sin que lo extra-oficial, el contrabando de todas clases, el dolo y la superchería le falsifiquen y ano- naden á toda innegable amplitud. Ocúrresenos una observación muy importante en esta contienda. Si tanto con razón se preconiza por los conta- gionistas sobre la aniquilación y anulación de las propieda- des insalubres de los principios contagiantes de esta en- fermedad, al dilatarse en la atmósfera y esparcirse hasta desaparecer confundidos en ella, según los hechos confir- man, á beneficio de una fuerte ventilación, en lo que asen- timos, ¿cómo se olvidan ó no se citan las condiciones insa- 233 ñas de ciertas localidades, y no se les designan sus cuali- dades morbosas, que tan fácil es por cierto corregir ó des- truir con la fuerte aireación, y sólo se atribuye toda la causa del mal al contagio? Y no se diga que se niega aquí el contagio porque no se vé palpablemente la existencia de un virus grosero y perceptible en tales condiciones; porque bajo esta supo- sición lo mismo podía negarse la del sarampión, la escar- latina y otras enfermedades contagiosas en que, si bien se ven y se tocan como en esta los productos morbosos, aun sin contacto inmediato personal alguno, se vé y se acepta su trasmisión contagiosa á las personas cuya predisposición para contraerlas es muy conocida; mas aquella exacta y casi infalible comunicación, de que vemos pasar revista frecuentemente á muchos individuos bajo tales circuns- tancias, en una localidad determinada, no la encontramos siempre y á toda justificada evidencia en la enfermedad que nos ocupa. Fijándonos ahora en lo que ocurre sobre este particu- lar en las Antillas, vemos que está ya fuera de toda duda y repetido así por casi todos los profesores de América, que la fiebre amarilla no es allí contagiosa y que los mas se inclinan á creerla espontánea y de causa atmosférica; observándose, como en Europa, predominar en las pobla- ciones de las costas, ó sean puertos de mar, con recodos ó remansos en que abocan las cloacas, arrastrando abun- dantes cantidades de sustancias animales en descomposi- ción pútrida, que como sabemos son los focos más activos de los miasmas productores de ella. No lo es aun en los hospitales, ni en los de dichos puertos, aunque sean mu- chos sus pacientes y estando colocados en camas alterna- tivas, sin observarse el contagio en los enfermos inme- diatos, ni en los asistentes que no la han pasado; lo que hace ser en todos como instintivo el mayor olvido de tal idea y precauciones contra el contagio, por el convenci- miento práctico que se tiene de su no existencia allí. En vista pues de estos hechos innegables, de que varias veces hemos sido testigos, nos vemos precisados á concluir que, tanto la aparición como el desarrollo ulterior en forma epi- démica de la fiebre amarilla, lo mismo en América que 30 234 en Europa, más que por el tan debatido contagio, se produce y regenera por las causas patogénicas especiales que á su vez hemos expresado. Mas atendiendo á la obstinación con- tagiosa de sus partidarios, admitimos aquel como fenó- meno patológico, no como ente ó ser corpóreo, al que tal carácter como virus se le ha llegado á dar, según lo hemos explicado, y en sus condiciones no absolutas, sino relati- vas á las predisposiciones individuales y demás circuns- tancias asignadas. Terminemos ya aquí este largo capítulo, sin necesidad de resumen sobre su contenido, por quedar éste indicado en las afirmaciones y deducciones que hemos hecho, relativas á sus tres importantes extremos epidemia, infección y con- tagio, que á toda imparcialidad hemos procurado califi- car, con la exactitud y sinceridad de nuestras conviccio- nes, que deseamos sean tan bien recibidas como expues- tas van con lealtad y razonado eclecticismo. SÍNTOMAS. Aunque es sabido de todos que no siempre se presentan reunidos y en grupos bien determinados todos los sínto- mas que caracterizan los llamados períodos de una enfer- medad, lo que es relativo á la diversidad de temperamen tos, edad, sexo, constituciones epidémicas, tratamientos, circunstancias individuales y otras que influyen sobrema- uera en la variación de aquellos; no obstante, con el objeto de conseguir una buena inteligencia en esta exposición, procuramos reducir en secciones separadas la marcha y manifestación más regular de los signos déla fiebre ama- rilla, aunque en muchos de ellos se observe cierta irregu- laridad y aun como contradicción algunas veces, que ire- mos anotando oportunamente. Desde lo antiguo es general el dividir la presentación, curso y término de esta enfermedad en tres períodos; ca- racterizados por excitación general el primero, que se ex- tiende hasta el tercer dia; de calma ó aplanamiento el segundo, que se dice terminar al quinto ó sétimo; y el último de descomposición orgánica ó convalecencia, y de algunas horas á dos ó más dias de duración; períodos que algunos han dividido en cuatro, llamados de incuba" cion, desarrollo, estado y término. Mas nótanse, por la mayoría de los prácticos en la existencia de estos sínto- mas, principalmente dos grandes grupos muy manifiestos; el primero flegmásico ó de excitación general sanguínea y gástrica, y el segundo atáxico ó pútrido, sin poderse muchas veces decir y comprobar dónde termina el segundo período de los antiguos y da principo el tercero, por venir casi siempre confundidos los signos más culminantes de ellos; siendo estos en el último una continuación y agra- vación de los mismos, con los de la terminación fatal que, como veremos, son una consecuencia natural de su intensi- dad y carácter. Así pues para mejor método y claridad en esta descripción, dividimos en dos períodos generales el or- den de estos síntomas, no sin procurar detallarlos cuando 236 nos sea posible hasta dia por dia, á fin de poder presentar al observador el bosquejo más aproximado á la exactitud del triste original que estudiamos; en la confianza de te- nerse presente al mismo tiempo la gran dificultad de asignar límites rigorosos á una serie de fenómenos que, aunque regulares en lo general, son á veces variables, según los casos y la época de observación de los enfermos, especialmente en los estados epidémicos. PRIMER PERIODO. La invasión de la fiebre amarilla casi siempre se efectúa repentinamente y por las madrugadas, aunque en muchas ocasiones suele ser lenta, de des ó tres dias, teniendo por pródromos algún ligero empacho gástrico ó leve constipa- ción, no faltando otras en que es seguida de algún grave disgusto ó excesos en el régimen de la vida. En algunos casos, poco frecuentes, hay síntomas pre- cursores de plétora local cefalálgica y como de calentura biliosa, con ardor epigástrico, laxitud, tristeza y an- siedad. Tiene principio en lo general esta invasión por un esca- lofrió infalible hacia el dorso, ó frío muy marcado y ge- neral, con ligeras horripilaciones, al que sigue luego la fiebre, manifiesta por un calor vivo más notable hacia el interior y á la región precordial, que se extiende ala piel, de un calor natural al principio, y que llega á ponerse después seca y urente. Preséntase entonces la cefalalgia intensa, gravativa y dislacerante, aunque no pulsativa, supra-orbitaria en las sienes y aun con particularidad en el fondo de las órbitas, muy sensible al dirigirse la vista hacia arriba y lateralmente, ó girar el globo ocular en cual- quiera dirección, síntoma muy importante, fijo y patogno- mónico de esta enfermedad, en su invasión. Otras veces la cefalalgia es leve y limitada solamente al vértice de la ca- beza, notándose sin embargo al cesar, el dolor indicado del fondo de las órbitas. El semblante encendido y como arrebatado es un signo también constante y muy carac- terístico de este estado, así como la viva sensibilidad de la vista, encontrándose los ojos brillantes, lagrimosos y á ve- 237 ees hinchados. Delprimero al segundo dia de la enfermedad aparece la inyección de las conjuntivas, que suele princi- piar por una faja trasversal, correspondiente á la unión de los párpados, haciéndose luego general y considerable, basta ir adquiriendo paulatinamente un color desde el de escarlata al amarillento y amarillo ya muy marcado hacia el fin de este período; loque es fácil distingir examinándole detenidamente á través de la esclerótica. Hay movimiento febril moderado, y el pulso en general duro, lleno y fre- cuente, es algunas veces blando y se presenta pequeño y contraído cuando hay congestión cerebral. Obsérvase en esta situación la pesadez de cabeza, la inquietud, como mo- dorra fatigosa ó insomnio, alternado de ensueños penosos. La inteligencia se entorpece en el mayor número de casos, y en otros sobreviene la alarma, el terror y miedo á la muerte: revelándose la alteración cerebral por un aspec- to de aturdimiento visible y como de asombro del pacien- te. Anunciase la epigastralgia, casi ya desde el principio, por una molestia y como sensación de peso hacia el epi- gastrio, que se hace sensible á la presión y que viene á constituir un verdadero dolor de estómago, que después suele extenderse hasta la región umbilical y los hipocon- drios. Otras veces está completamente indolente este órga- no, mas hay cefalalgia y dolores vagos, creyéndose enton- ces obstinadamente los enfermos resfriados por algún aire corriente. A la vez aparece el dolor agudo, característico y constante de la región lumbar, que ha sido llamado en América de barra, por la semejanza que tiene á la sensa- ción de un golpe de esta; dolor que suele hacerse extensi- vo en algunos casos á las regiones cervical y dorsal, aso- ciado al de los miembros superiores é inferiores, como con- tusivos, y álos músculos de los brazos, de los hombros y aun de las articulaciones, especialmente femoro-tibiales. Los labios aparecen secos y amarillos algunas veces. La lengua húmeda, blanda, blanquecina y crapulosa ó ligera- mente amarillenta primero, suele ponerse encendida y roja por su punta y bordes. La boca, aunque húmeda, se sien- te pastosa ó con sabor amargo, notándose la particularidad de no escupirlos enfermos por escasez ó falta de saliva,. Hay inapetencia, poca sed y sequedad en las fosas nasales. 238 Con este aparato de síntomas, propio del primero al segundo dia de la invasión, suele suceder que cuando el mal termina tan favorablemente como para pasarlo casi de pié, como gráficamente se ha dicho, al calor urente déla piel sigue un sudor general abundante, de olor sui géneris, con el que calman los síntomas, se regulariza el pulso, se limpia la lengua y preséntase como signo favo- rable la erupción miliar, especie de salpullido, así llamado vulgarmente, que hemos dicho ser propio de los recien lle- gados á América, con el que y laño aparición de otros fe- nómenos graves, sucede el reposo y una lenta convalecen- cia. Mas si esto no ocurre ya al segundo dia de la inva- sión, se aumenta el dolor epigástrico y la inapetencia. presentándose las náuseas y eruptos, que hacen sospechar á algunos incautos estar empachados; mas pronto sobre- vienen los vómitos, al principio de mucosidades claras ó serosas, sin sabor alguno, á consecuencia de los que suele ceder el dolor del epigastrio y simularse como una remi- sión sencilla; pero luego aquellos son amargos, biliosos y acompañados en ciertos casos de estrías sanguinolentas, con ansiedad y ardor en la faringe. En algunas ocasiones se retardan los vómitos hasta el tercer dia de la enferme- dad, y en otras se manifiestan desde el principio y duran hasta el fin del segundo período. El abdomen se encuen- tra casi siempre en estado normal, flexible é indolente, ó sólo se nota en él el dolorsordo, umbilical indicado y sin meteorismo, aunque con algo de constipación y estreñi- miento, predominante en este período. La respiración es fácil, advirtiéndose si acaso agitada á efecto de la fatiga ó inquietud de los enfermos, apareciendo algunas veces una ligera tos seca y molesta, de la llamada gástrica por al- gunos, que hace insistir falazmente á ciertos enfermos, en quienes no se han presentado los vómitos, que su mal es un ligero catarro. Hé aquí con pocas diferencias la serie de síntomas más culminantes, desde la invasión hasta termi- nar el primer dia de esta enfermedad. Al iniciarse el segundo dia se nota más postración de fuerzas, en términos de no poderse levantar ni incorporar- se en la cama los enfermos, aun los más fuertes y desar- rollados, sino con ayuda de los asistentes; auméntase la ¡f 239 inquietud, haciéndose mayor por las noches: la fiebre con- tinúa y aun toma incremento, siguiendo la piel caliente y seca; subsiste el insomnio y hay con frecuencia delirio; la cara sigue roja y se ve ya como un viso de color amari- llo en las cejas y punta de la nariz; la membrana mucosa bucal se pone seca como la lengua y esta algo roja; las encías, especialmente la inferior, suelen presentar ya, desde este dia al tercero del mal, un ligero ribete negruz- co en sus bordes, y á veces una ligera ulceración que hemos visto en ellos, y que se tiene en América por un síntoma propio y constante de esta enfermedad. La cefalalgia sub- siste ó aumenta con las náuseas y los vómitos, que son ya más característicamente biliosos. La sed es más marcada y las orinas cortas y rojas. Este es el cuadro de fenómenos que, con algunas variaciones, se presentan en este dia, aumentado muchas veces, cualquiera sea el tratamiento que se adopte con los enfermos. Hacia el segundo dia se ve ya, con el visible aumento de los síntomas precedentes, el susurro ó gorgoteo de los intestinos , muy sensible á la presión profunda, síntoma constante y especial de esta enfermedad, como el que se observa en la fiebre tifoidea; otras veces este suele apare- cer desde luego, ó no presentarse hasta el tercer dia del padecimiento. En el fin de aquel siguen los síntomas indicados. La cara, que hasta entonces ha conservado el color rojo encen- dido ó de rosa subido en las mejillas, empieza á ponerse pálida, á marchitarse, como algunos dicen, y á cubrirse de un tinte amarillento, que extendiéndose por el cuello y haciéndose muy intenso en las conjuntivas, empieza á ge- neralizarse en todo el dermis, marcándose ya bien y to- mando paulatinamente un incremento bastante notable. Los labios permanecen aún rojos ó pálidos á veces, la len- gua blanca y húmeda, ó seca y roja en algunas ocasiones, como hemos indicado. Siguen la postración, el cansancio y los desmayos, con la inapetencia y aversión á las sustan- cias animales: continúa la fiebre, la escasez de orina y el estreñimiento. En el tercer dia siguen en incremento los mismos sínto- mas, pero la sed se hace más manifiesta; la lengua apa - 240 rece ya seca y á veces con una faja roja ú oscura en su centro, síntoma bastante grave por cierto. La fiebre ya en este dia empieza á descender, subsistiendo el estreñimien- to, constante casi siempre desde el principio de la invasión y pertinaz en este primer período; permanece la modor- ra y el dolor epigástrico. Cuando la enfermedad termina felizmente en estos tres primeros dias, no deja de existir la amarillez de la piel, la palidez y aun hemorragias de las encías, con algún vómito mucoso ó bilioso; y en este caso el alivio parece presentar- se también como consecutivo á un abundante sudor, des- pués del cual la piel aparece fresca. En estos enfermos y en los que la enfermedad es benigna ó ha sido combatida á tiempo, se presentan signos de convalecencia, que se ha- ce franca y es segura si llegan aquellos á pasar al sétimo dia, sin otros signos de más gravedad; otras veces la me- joría parece brusca y como extemporánea, lo quehacesos- pechar lo insidioso del siguiente período; de todas mane- ras esta convalecencia es larga, difícil y delicada, y va acompañada de insomnios, dolores vagos, debilidad y tor- peza para los movimientos, postración, inapetencia y difi- cultad en las digestiones y secreciones, á efecto de la alte- ración sufrida en los sistemas sanguíneo y nervioso; esta- do que dura por quince ó más dias, demostrándose, con la lentitud del restablecimiento, lo grave aunque corto del mal que se ha padecido. Los niños, sin embargo de que son pocos los atacados de esta enfermedad, sufren sus períodos con una gran celeri- dad, terminando muchos fatalmente en este dia, con el mismo aparato de síntomas, siendo en ellos más propia y común la hemorragia bucal, que luego designamos en los adultos. Como al finar el tercer dia de esta enfermedad, parece que termina este primer período, que pudiera llamarse in- flamatorio por el aspecto general de los síntomas expresa- dos; mucho más sobresaliente en parangón con la índole de los que le siguen. 241 SEGUNDO PERIODO. i En este, que puede considerarse principiar ai fin del tercer dia de enfermedad, se presentan los fenómenos más sorprendentes para los no habituados á su observación. Vénse en él irse disipando los síntomas flogísticos y so- brevenir como una especie de apirexia, en que la fiebre cesa ó remite gradualmente en ocasiones, después de un ligero sudor, dando principio á un estado de caima que se hace más marcado en-el cuarto dia del mah En este ya, el pulso está casi normal al principio, presentando cierta in- clinación á la lentitud y abatimiento, á medida que va progresando este estado, llegando á dar menos de ochenta pulsaciones por minuto. El calor natural es general, y aun á veces suele estar fresca la piel. En el mayor número de casos esta calma y mejoría son insidiosas y constituyen el estado más grave y peligro- so del padecimiento; pues los enfermos, encontrándose muy débiles, piden con insistencia alimento, que concedido pro- duce el mayor daño, rápida perturbación, mayor grave- dad y terminación funesta. Sobreviene á la sazón un ar- dor notable en la frente, que está en contradicción con la temperatura baja de la piel. Subsisten la postración y abatimiento; persisten igualmente los desmayos; la poca sed que existíase va extinguiendo; se hacen menos fre- cuentes los eruptos y náuseas, pareciendo ceder hasta el dolor epigástrico y ponerse el vientre flexible y casi in- dolente, siendo escasas las orinas y evacuaciones ventra- les. A este transcurso de falso reposo sucede bien pronto, casi en el mismo dia cuarto de enfermedad, una porción de fenómenos á cual más graves. La epigastralgia, leve disgusto ó pena del estómago, sensación desagradable del epigastrio que se aumenta á la presión, es el signo pre- liminar de otras más graves alteraciones, que se manifies- tan ulteriormente por el dolor ya intenso del estómago, que en muchas circunstancias se extiende también hasta el hígado. A aquel siguen, con estreñimiento ó diarrea bilio- sa, los vómitos que, ya amarillos ó biliosos también^se van haciendo cada vez más frecuentes, reapareciendo siempre que el enfermo bebe cualquier líquido, notándose ser la 242 cantidad arrojada en ellos mayor que la que habia tomado. Estos líquidos son primero parecidos á los que se bebie- ran, mas después aparecen en su superficie unos peque- ños puntos, como chapitas de hollín ó de café tostado, que se aumentan con el progreso del mal y, siendo más frecuen- tes los vómitos, llegan á estar á veces mezclados con san- gre, y á adquirir otras, desde luego, un color oscuro y ne- gruzco, dejando un sedimento parecido á las borras de cafó, lo que ha dado lugar á llamársele así en América; , material que es también expelido por las deposiciones ó al ponerse algunas enemas. En algunas ocasiones se pre- senta este vómito de pronto, desde el principio del padeci- miento y en otras falta completamente en todo el curso de él, así como las deposiciones, sin que por eso deje de existir la gravedad, que se indica por la gran frialdad de las ex- tremidades, la respiración penosa y el estupor, en cuyos casos suele ser funesta la terminación. De todos modos, siempre es precursor de este vómito grave y característico la sensibilidad y dolor epigástrico y la agitación continua é inquietud del paciente. Agrégase á este estado la presen- cia ó aumento del estupor, el abatimiento y el terror. Los sentidos se advierten más entorpecidos; hay vértigos é in- somnios ó sueño agitado y delirio, poco intenso general- mente, aunque á veces tan activo que hace levantarse á los enfermos, dar gritos descompasados y cometer actos violentos; en otras ocasiones este no existe y es reempla- zado por el coma profundo. El color amarillo de la piel se hace más sensible en las conjuntivas, en el cuello y la cara, generalizándose y adquiriendo en ciertos casos un aspecto como aplomado. Aparece entonces la albuminuria, que en variedad de casos se presenta en esta enfermedad; otras ve- ces la orina, bastante biliosa ya, cesa completamente, cuyo síntoma es muy grave. Las encías se hinchan y sangran á la más leve presión. Aumenta la pesadez de cabeza y la soñolencia, hay pereza en responder y aun hacia toda clase de movimientos. La lengua se pone sucia, seca y del- gada; el habla balbuciente; hay ronquera algunas ve- ces , y otras dolor en la garganta, consecutivo al parecer á los esfuerzos de los vómitos; en algunos casos sordera. En esta ocasión aparece otro síntoma precursor de las 243 hemorragias, y es la dificultad en la respiración que se advierte en los enfermos, determinada por grandes inspi- raciones y repetidos suspiros, que pasan desapercibidos para los mismos; síntoma igual también al que se obser- va en Europa en los enfermos de fiebre tifoidea, y que revela evidentemente la alteración, en la hematosis, que hemos indicado desde el principio ser esencial en este pa- decimiento. Las hemorragias toman ya origen en este dia ó en el inmediato, empezando como decimos, por las encías y la mucosa bucal, con particularidad la de la len- gua, y como por una especie de exudación á través de las porosidades de esta membrana, casi imperceptible des- de luego, pero que después se hace bastante abundante en algunos enfermos. El pulso se manifiesta cada vez más débil, irregular ó intermitente. Sobrevienen entonces las epistásis; en las mujeres las hemorragias vaginales, y en general de to- das las mucosas internas y externas, haciéndose extensi- vas hasta por bajo del epidermis, y fáciles por las más le- ves heridas de la piel, como picaduras de sanguijuelas y úlceras de los vegigatorios; aunque algunos prácticos di- cen ser raras en las incisiones de las ventosas escarificadas. También se ven estas hemorragias por vómitos y por cá- maras, no faltando observadores que dicen haberlas visto por los oidos y aun por los poros de la piel. A estas, efecto indudablemente de la extravasación sanguínea, verificada en el tejido celular subcutáneo, son debidos esos equí- moses generales tan marcados, que se advierten en los en- fermos de esternal, ya á esta altura y posteriormente; he- morragias que indican desde luego la profunda alteración ó descomposición orgánica de la sangre y gravedad de aquel. Preséntase también con frecuencia en este período y del cuarto al quinto dia de enfermedad, el hipo, fenóme- no que parece no tener importancia por sí solo, pero que la adquiere y mucha agregado á otros de más grave- dad. Este lo hemos visto en algunos enfermos tal, que más bien parecía un quejido prolongado, por inspira- ción sumamente penosa y alarmante, revelando su gra- vedad en la angustiosa fisonomía del paciente. Ya entón- 244 ees aparecen las petequias redondeadas, que cubren espe- cialmente el pecho, los brazos y muslos y que en algunas ocasiones son equímoses bastante anchos y prolongados, que subsisten hasta después de"la muerte. Este orden de síntomas dura por lo común hasta el quin- to dia, terminando en la mayor parte de los casos graves por la muerte. Otras veces se extiende hasta el séptimo ó el inmediato con el mismo fin, ó entrándose en una penosí- sima y lenta convalecencia, consecutiva á una crisis muchas veces dudosa en que, presentes aún los mismos ú otros síntomas más ó menos graves, puede en ocasiones vislumbrarse una lisonjera y problemática esperanza, como sucede cuando aparece la evacuación de orina con alguna regularidad, y aun con más abundancia de lo que ocurre en lo típico de tal período; aunque sin per- derse varios de los caracteres consignados en ella, visi- bles en mayor ó menor intensidad, á lo que se agrega la diarrea más ó menos regular y característica. Asócianse á estos signos en circunstancias dadas, como aurora de bonanza en borrasca tan azorosa, con algún mador subsistente ó sudor copioso, un sopor'como benig- no y aun un sueño menos agitado ó más tranquilo que en lo anterior, y como cierta especie de menor indiferencia á todo, aunque permanente, y en una más proporcional ó reducida escala, casi todo el cúmulo de fenómenos antes descritos. Una constitución atmosférica regular, sin tormentas ó turbonadas, como dijimos llamarse en América á la tem- pestad, ó estas no muy fuertes y de una reducida ó corta presión eléctrica sobre el organismo humano, forman par- te de las circunstancias favorables, que influyen bastante en las crisis halagüeñas que citamos: convicción no sólo científica, sino hasta vulgar y ya allí muy generalizada. Hay quien sostiene que en esta enfermedad se ven de un modo claro los dias críticos ó indicadores de Hipócrates; pudiéndose predecir lo que sobrevendrá al quinto, á vista de la índole ó cualidades de los síntomas del tercero, y la terminación al séptimo, según lo observado en el quinto. Esto hemos llegado á presumirlo en enfermos que han sido abandonados á su invasión, ó no tratados oportuna- 245 mente desde el principio de su padecer; pues en aquellos en quienes se ha logrado desde el primer dia abortar el germen ó elemento de este, llegándose á triunfar de él, ya hemos indicado manifestarse en ellos los indicios de una favorable con valencia, desde el tercer dia sino antes; comprobada luego su existencia y afirmación en el primer septenario ó antes, y ulteriormente. Cuando las personas que han sido acometidas de la fie- bre amarilla no son socorridas á tiempo, ó no han sido tratadas con la oportunidad y energía precisas para com- batir, en los primeros tiempos de la invasión, á tan terrible enemigo, ó aun siéndolo no han bastado los esfuerzos de la naturaleza y del arte para conseguir triunfar de él, llegan, bajo el lamentable aspecto que antes bosque- jamos, á vencer tan penosamente, ó á ser vencidos por lo común, al quinto dia de su padecer. En este así, y más bien á su terminación, toma principio cierto número de síntomas, que ha llegado á constituir un grupo más ó menos gráficamente delineado, al que los antiguos llaman el tercer período de esta enfermedad. Este estado es al que muchos enfermos de mal tan insidioso no llegan, por ser leve su padecer, seguir este un curso favorable, con más rapidez y menor actividad que lo general, á efecto de varias circunstancias dichas y otras de fácil ó curiosa comprensión, é indescriptibles algunas, y sólo apreciables en buen criterio profesional. Estado en el que son tan con- tinuadas y consecuentes las elaboraciones morbosas, y sus transiciones tan inmediatas, rápidas ó violentas aun, ya que no imprevistas para el práctico, según una multitud de concausas y accidentes climatológicos y particulares, que se hace muy difícil á la. suspicacia ó sutileza de ob- servación designar el orden, ocasión, tiempo de transfor- mación ó metamorfosis patológica porque está pasando el organismo enfermo, y del que han de sobrevenir, ó á su presencia explicarse, con más ó menos acierto, las propie- dades semeióticas de tales fenómenos, y en multitud de ca- sos muy oscuro el comprobar la relación ó diferencias con el segundo ó tercer período antes insinuados. Aparte ello de los hechos contrarios al apuntado anteriormente, ó sea de una muy palpable gravedad morbosa, mayor preci- 246 pitacion, cuando no contraridad en la sucesión de los sín- tomas, oscuridad de origen, de invasión y hasta de socor- ros y medios de tratamiento, si han existido, cuya peren-: toriedad muchas veces mortal, produce el des equilibrio, sino la confusión en todo este método de estudio y obser- vación clínica. Incoherencias y anomalías sintomáticas que en su lugar explicamos suficientemente. En este continuado extremo ó estado patológico; tercer periodo, si así se tiene á bien estimarle, ó mejor aún para nosotros, desde la conclusión próxima del dia citado, quinto de enfermedad, si ya no se ha insinuado, empieza á preponderar de ordinario en la situación sintomatológi- ca descrita de sus desgraciados pacientes, el carácter par- ticular ó tipo especial nosológico, llamado tifoideo; bas- tante remarcable el bilioso, y aun más visiblemente el ictérico. Esto como decimos, ocurre antes algunas veces, cuando la enfermedad termina más brevemente, y en otras después, sin distinción determinada de algunas horas á dos ó más dias, por un principio de convalecencia ó por la muerte. En tal progreso morboso ó correlación sintomá- tica, aparece naturalmente en los enfermos graves una mayor alteración en su semblante; preséntase este ya cu- bierto de un color amarillo intenso, aunque las mejillas suelen en algunos conservarse aún rubicundas; los pár- pados se ven teñidos como de un color plomizo ó pardo; las comisuras de los labios aparecen sanguinolentas; á la fuerte inyección de las conjuntivas sucede el color ama- rillo subido también de las mismas. La piel fría y seca ya, adquiere el color amarillo sucio tan marcado y propio de esta situación, y en otras condiciones, las menos, está pálida y de un color parecido al de la manzana. El pulso es débil, no dando ya más de cuarenta á cincuenta pulsa- ciones por minuto, desigual, irregular ó interminente, y á veces filiforme ó imperceptible, como los latidos del cora- zón. Las petequias toman ya el carácter dicho de equímo- ses muy manifiestas, ó son manchas rosadas y parduzcas ó negras, á efecto de la extravasion sub-epidérmica indi- cada. Las orinas escasean mucho ó se suprimen más ge- neralmente, y cuando existen son ya tan biliosas y ama- rillas, y de una consistencia como oleosa de tanta intensi- 247 dad, que tiñen mucho de este color á las ropas blancas que le reciben, encontrándose en muchas ocasiones en ellas una gran cantidad de albúmina; aunque en ciertos casos presentan un color parduzco ó parecen contener una gran cantidad de sangre. Continúa la diarrea biliosa ó sangui- nolenta; vienen al propio tiempo los movimientos convul- sivos de los miembros y contractura de los músculos, que se extienden á los de la cara; los saltos de tendones, y en muchos casos hasta una especie de carpología más ó menos evidente. Sigue el hipo constante y tan descon- solador como hemos dicho. Los dientes aparecen fuligino- sos; la boca, aunque húmeda en ciertas condiciones, se halla en muchas abierta y seca, tal vez por esta circuns- tancia. La lengua se encuentra en los más seca, negra y temblorosa, lo que da lugar á continuar el habla balbu- ciente; en otros puntiaguda, cónica y contraída, grietea- da sanguinolenta por sus aberturas y dolorosa; y á veces está cubierta de una capa mucosa espesa, que se despren- de por chapas, quedando lisa y rubicunda su membrana mucosa. Hay delirio, postración, decúbito supino aún, y las diarreas ya agrisadas ó mezcladas con sangre, aparecen parduzcas ó negras y pegajosas, de las características lla- madas borras, que preceden ó siguen á la hematemesis, ya anterior ó constante. En este estado preséntanse las manchas negras, de, as- pecto y cualidades gangrenosas, en el escroto y partes genitales; apareciendo bien conocidas las costras de igual cualidad morbífica en las úlceras de los vegigatorios y el sopor ó estado de modorra muy marcado, como el zumbi- do de oidos. Algunos enfermos arrojan entonces un hedor especial y bien manifiesto. Las hemorragias de sangre negruzca aumentan y se generalizan por los orificios de los conductos naturales, comunmente sin conciencia del.enfermo; al fluir estas por la nariz y secarse sus ves- tigios, es cuando adquiere el aliento un olor fétido muy marcado, caraterístico de esta situación. Nada hemos di- cho de las pupilas, por no presentar signos particulares desde el principio del mal, habiéndose notado unas veces contraidas y otras dilatadas. En ciertos casos suele presentarse algún carbunclo y 248 aun la inflamación de las parótidas, aunque se ha observa- do ser uno y otra más bien abcesos de carácter crítico, ó producidos por la extravasación de la sangre en los tejidos propios de su aparición; por lo que estos fenómenos pueden y deben servir muy oportunamente al diagnóstico y pro- nóstico de esta enfermedad, según vengan asociados ó nó á otros síntomas más importantes. La deglución, natural y fácil en lo general, á veces pre- senta el fenómeno faríngeo referido. Los eruptos suelen quizá, en ciertos enfermos, continuar hasta la convale- cencia, cuando esta tiene lugar á esta altura, lo que es poco frecuente, y los gases expedirse con abundancia, acritud y dolor en algunos casos. El vómito negro, aun- que falte en algunas circunstancias, es sin embargo sabido, en lo común, ser uno de los síntomas, por no decir el es- pecial, más constante y característico de la fiebre amari- lla. Su composición ó cualidad material presenta varia- ciones indistintamente; pues unas veces es de sangre pura y otras de una especie de sanguasa preliminar de aque- lla, ó negra, corrompida y arrojada como por regurgitación ó á bocanadas. Esta sangre no se separa en coágulo y suero, sino que se agruma en una masa blanda, mezcla de fibrina, parte colorante y suero; lo que denota su al- teración ó descomposición físico-química, causa esencial é inmediata de esta horrible enfermedad. Pocos enfermos de este mal, como decimos, son los que salen con vida de tan lastimoso estado; sin embargo, al- gunos lo consiguen, sucediéndose en ellos la convalecen- cia larga y delicada que insinuamos. En estos continúa por bastante tiempo la pesadez de cabeza, el zumbido de oidos, los vértigos, el insomnio, los dolores lumbares, la inapetencia pertinaz, los eruptos y el disgusto epigástri- co; notándose en algunos hasta los temblores en los miembros. Las náuseas á veces subsisten; las digestiones son difíciles y fácilmente se presenta la diarrea, aunque ya de carácter más benigno. Los petequias, si han exis- tido, van cesando, como los equímoses; pero la piel con- serva por mucho tiempo luego, generalmente, el color amarillo sucio dicho, hasta irse este debilitando y dege- nerar en el amarillento sombrío característico, llamado 249 vulgarmente platanero en América, ó aplatanamiento á tal transformación, aunque en algunos apenas llega á subsistir ulteriormente. En las variaciones de susceptibilidad orgánica de otros pacientes, á tal graduación morbosa, en quienes se ad- vierte la perspectiva de gravedad fatal que antes venía- mos refiriendo, se nota que aunque el vientre continúa flexible, les aqueja no obstante el dolor epigástrico y um- bilical, aunque no constante en algunos, siendo este en ocasiones tan agudo que causa la mayor ansiedad y les hace dar gritos continuados ó brevemente periódicos; dolores, vivo calor, molestia y sensación de peso en dichos puntos, que con la diarrea, también oscura ó de borras, manifiestan el grave desorden de la inervación y especial fisiológico correspondiente en el aparato gastro-intestinal, que examinaremos. En las mujeres se ven en estos casos abortos y metror- ragias considerables, que agravan mucho más su estado: síntomas que suelen anticiparse algunas veces á los dias quinto y aun séptimo del mal. Siguen en este período, en tales enfermos, los saltos de tendones y movimientos convulsivos de los músculos de la cara y de las extremidades. Aquella está á veces aplo- mada y de un aspecto sui géneris tristísimo y conmo- vedor: el pulso permanece contraído ó concentrado: la lengua continúa árida, negra ó lentorosa y aun suele apa- recer rojo-oscura. Algunos enfermos subsisten en posi- ción supina, aunque se quejan de molestarles la más ligera cubierta de la cama, y muchos adoptan ya así el decúbito lateral, derecho con preferencia. La disnea no ha cesado, así como el hipo fatigoso. Hay pocas veces sudo- res parciales viscosos y fríos. Al final de este período se observa que la temperatura del cuerpo disminuye gradualmente, y que suelen en- friarse las extremidades, repitiéndose con frecuencia el síncope y las convulsiones. Permanece el delirio en algu- nos casos y en los más el coma indicado, aunque en otros se conserva íntegra la inteligencia hasta la muerte. La respiración se hace lenta, casi insensible, suspirosa como antes, y nótase constantemente casi siempre la opresión en 32 250 la región precordial. Los labios continúan secos y negros en muchos casos, aunque esto no es general. El alien- to es casi constantemente fétido y nauseabundo, y de igual cualidad participan las evacuaciones abundantes dichas por cámaras. La vista y el oído permanecen normales, cuando no hay las alteraciones encefálicas insinuadas, aunque casi siem- pre en excitación, cuyo fenómeno termina naturalmente á la aproximación de un fin funesto. La cara se contrae como los párpados, y las conjuntivas, ya muy amarillas, se cargan generalmente más de este color. Las pupilas nada presentan aún de particular. A los espasmos de los mús- culos del cuerpo y del cuello más visibles, sobreviene, hacia el fin del padecimiento, un colapsus evidente de fuerzas, que produce la triste inmovilidad precursora de la final humana. En ciertos casos se ha notado en algu- nos desgraciados, víctimas de este horrible mal, una es- tenuacion ó enflaquecimiento casi repentino y muy visi- ble, algún dia ó poco tiempo antes de su doloroso fin. A estos por úlcimo, hacia la conclusión del primer sep- tenario y á muchos después, indistintamente, según una multitud de circustancias estimables en buen juicio mé- dico, se les vé terminar su vida en el decúbito lateral citado, con el cuerpo contraído y los muslos doblados ó en flexión, en la mayor agitación y angustia algunos, ex- presada por dichos alaridos y lamentos, llegando á pro- ducir la presencia de tan triste escena la más dolorosa compasión en los circunstantes. Al terminar aquí esta triste y en parte desconsoladora reseña sintomatológica, cumple á lo regular decir que siendo ella referente al tifus icterodes, estudiado en gene- ral , ya con referencia á su historia y manifestaciones en América, donde se le considera natal ó en que es endémico, ' ya relativamente á su tradicional aparición, desarrollo y aun preponderancia epidémica en Europa y particu- larmente en España, han podido entreverse desde el prin- cipio de su bosquejo algunas diferencias bastante notables, y aun hasta casi como contradicciones, en el límite dado de ciertos y determinados síntomas, que sino como períme- tro escolástico, como elemento metódico es preciso adoptar 251 en descripciones como la presente. Mas esto, por lo mismo de ser propio de diferencias también morbosas, lo creemos bastante deslindado, entre las oportunas clasificaciones'que hacemos, en el diagnóstico racional y diferencial que adop- tamos de esta enfermedad y sus congéneres, lo mismo de América que de Europa, adonde parece de norma aplazar al lector, y de buen grado es de esperar satisfacerle; tanto en el examen alternativo que hemos hecho de la semeióc- tica de este acerbo destructor de la vida humana, que pa- rece podria ser de inmediato estudio, y que es correlativo al apuntado y nada remoto; como en lo correspondiente al indicado diagnóstico diferencial, sobre la etiología ó pato- genia diferencial también á veces y á las condiciones orgá- nicas particulares, curso, duración y terminaciones pro- pias en general, ó relativas en muchas circunstancias á causas especiales. Así igualmente nos proponemos de lo que puedan ilus- trarnos ulteriormente las tan molestas investigaciones anatómico-patológicas, y más aún; si de algún valor para muchos puede ello considerarse; permitido nos será, con el propio fin, aducir en su lugar lo que el examen y de- ducciones de la análisis química nos haya podido aclarar; todo como elemento racional y preciso para la buena inte- ligencia del objeto importantísimo que nos proponemos. Siga pues deferente el ánimo, que hasta aquí paciente haya podido acompañarnos en tan ingrata y monótona tarea: que si logramos darle cima bonancible, podremos al llegar á la meta, en la fraternal armonía del sacerdocio profesional, lisonjearnos de haberlo obtenido, á través de cualquier azar, y hacernos todos compartícipes del tanto de luz científica que hayamos podido adquirir, en tan labo- riosa como apenada excursión. DIAGNÓSTICO. Henos ya aquí en el tema más fundamental é importan- te de nuestro estudio; el más natural y digno de la avidez científica que á todos nos anima, con el laudable fin de despejar, lo más clara y terminantemente posible, la muy controvertida incógnita de la entidad morbosa del tifus icterodes ó fiebre amarilla. Henos pues, ya aquí en el cen- tro visual y activo de todas las ideas, teorías, doctrinas y comentarios que, no sólo de siglos anteriores; desde el co- nocido origen de tal calamidad humana, sino posterior- mente y en lo actual, han sido y son el objeto de discu- sión perenne; lo mismo sóbrela generalidad de tan magno problema, que sobre todos y cada uno de los particulares sin cuento que con él se relacionan, al fin benéfico y plau- sible de conocer bajo todos sus aspectos, condiciones y me- dios de acción ó fuerza ofensiva, á tan implacable y per- verso enemigo del hombre. No de otro modo así tal deseo que cual si se tratara de escudriñar, sobre el conocido instinto voraz del tigre y otros varios monstruos de las selvas, los astutos ardides que les son tan propios y cons- tituyen su temible y fatal poder, para examinarlos, me- ditar sobre ellos y ya á pleno juicio científico bien cono- cidos, inquirir por todas las vías imaginables, cualquie- ra ó todos los ardides de guerra precisos y más poderosos aún, para emplearlos sin tregua en su impertérrito com- bate y destrucción. Henos por fin ya aquí, en el punto que pudiéramos llamar la brújula de tan intrincado labe- rinto y del que á todo trance, como de otro hilo de Aríad- na, necesitamos no desprendernos y tener siempre á la vista, si hemos de hacer por conseguir atravesar, timón á la mano, los infinitos escollos que nos esperan en el in- sondable mar de tan innumerables teorías. Estas por des- gracia, con una muy triste disparidad, forman en con- tienda tan deplorable, como el proceso más incoherente que imaginarse puede de las sutilezas de invectiva y elu- cubraciones mentales del ser humano; aducidas con el mejor fin sin duda, pero que son á veces lo mas extrañas 253 y arbitrarias que es dable en los diferentes modos de ver, estimar y juzgar los hechos de la vida orgánica y regu- lar, ó impropia y anómala del racional viviente, cuya importante misión, con la de su dirección y custodia, es por cierto siempre de tan respetable como inmensa res- ponsabilidad. Teorías y aspiraciones de las que, por su originalidad, principios y consecuencias, bajo otro aspec- to consideradas, si aceptable es el símil, pudiera decirse que parecen imitar el desquilibrio óptico de un cuadro disolvente, ó el revuelto ser de un desordenado mosaico de bien infausta perspectiva en verdad, y ante el cual, como homenaje ridículo, figuraran oírse resonar de conti- nuo los desacordes tonos de la más alarmante y falaz gri- tería, que tolerarse puede en lo regular; al tenor de lo que vemos en públicos espectáculos, y de que fueran un tipo fiel los ecos desarmónicos de la singular recepción de un Columela. A vista pues del poco ordenado y aun contradicto- rio elemento de investigación nosológica que existe, y hallar pudiéramos en la mayor parte de los principios consignados hasta hoy en este trascendental extremo, pro- cedamos con reflexiva parsimonia en la dilucidación de su tan complicado debate, á exclusión como siempre, de apa- sionadas ideas, que en lugar de inspirarnos la guia de un benéfico acierto en su solución, pudieran con fascinado- res sofismas, inducirnos á la oscuridad en lo verídico, ó á lo ilusorio en lo fundamental, y llevarnos á caer dolo- rosamente en el abismo sin fondo del error, de la obceca- ción y de las sistemáticas preocupaciones, que tanto daño producen continuamente con su influjo fatal á las so- ciedades. Efectivamente, en situación tan complicada debe ocur- rir el presentarse á la consideración profesional una per- plejidad bien dolorosa al pensar en aceptar, por guia de un buen diagnóstico de esta afección, lo mejor de lo con- signado en las afirmaciones teóricas de todos los tiempos y de todas las partes del mundo conocido. Y aunque así no fuera, asiéndose sólo de lo que parece más importante y que descuella en espacio tan amplio, aún es muy di- fícil afirmar el buen éxito de tal inquisitiva, que hasta el 254 dia ha dado por resultado patente el más pernicioso y de- plorable desorden y contradicciones, en el preciso trata- miento ó método de curación de aquella. Tomando así principio desde luego por la llamada es- cuela secular, cuya típica enseña, con la de su misterio- so vitalismo, constituye el desiderátum de las fiebres esen- ciales, obsérvase en ella un como ostentoso ver metafísico y consiguiente á tal entidad morbosa, en una especie de tésico y creador aislamiento, en que todo es vital esencia y rigor autocrático doctrinal de ideas y clasificaciones, á cual más aisladas y arbitrarías; sin tenerse, muchas veces casi para nada en cuenta la existencia física y material de los cuerpos en que se efectúan esas alteraciones visibles, por las que se elaboran esos cambios fenomenales que aparecen bajo sus constantes leyes, tan evidentes en el he- cho, como problemáticas.en su origen, pero que aun vis- tas como efecto de causa providencial é inescrutable, y aplicadas hasta á los más ínfimos modos de ser de la vida humana, como propias de ella para su orden preciso y re- gular, son por ley general también respectivamente, á cual más naturales é idénticas á muchas, sino á todas las que se efectúan en los demás cuerpos de la naturaleza. Sobreviene, en contraposición de esta original y antigua perspectiva, en el mismo género de investigación, otro ór-i den de estudio, como de opuestos principios al antes citado, en que, negándose terminantemente de un modo absoluto todas y cada una de las tesis asentadas, en pro del sano objeto que á todos nos guia por llegar al faro de la ver- dad, como en examen y afirmación cósmica, se dice y sos- tiene decididamente no existir en todo el ámbito univer- sal, y aquí en el límite oportuno en que ahora fijamos nuestra atención, otra cosa más que sustancia ó cuerpo material, con sus leyes propias é infalibles generalmente, salvas las anomalías y excepciones, que son consecuencia á las alteraciones que se producen en su masa, á efecto de las aberraciones, contrariedades y transiciones porque se le intenta hacer pasar, general ó accidentalmente, á impulso casi constante de algunas variadas, absurdas y monstruo- sas pretensiones de la inteligencia humana. Lo mismo, en opuesto sentir á estas aseveraciones, con 255 aplicación genuina á nuestro estudio, llega á tener lugar ulteriormente otro canon científico en que, bajo el predo- minio de textuales y consecutivas afirmaciones, viénese á reconocer y á establecerse también doctrinalmente, en el idéntico giro de inspección, otra tesis elemental y fisiólogo- nosológica, en que no es de admisible ver y creer, en la economía animal del hombre, sino la existencia material en la acción orgánica y funcional de ella, sujeta casi tam- bién aisladamente á las precisas leyes de la constitución y vida exclusiva de los órganos y sus funciones, que son de cualidades únicas ó uniformes y especialmente anexas á las propias condiciones de su ser. Teorías, doctrinas y as- piraciones de los llamados organisistas ó ti siologistas en lo moderno. He aquí pues en la cuestión actual, á simple cita de lema ó bandera escolástica, bien conocida de todos, las más culminantes opiniones médicas que de antes como al pre- sente, aún llevan su fuerza de empuje constante y bata- llador en el ancho palenque de la ciencia, luchando con más ó menos decidido empeño, tras del bello ideal que á todos nos atrae, por obtener la ansiada é inmarcesible solu- ción del problema iniciado de conservación, custodia y sal- vación de la humanidad. Dicho esto así, no queremos descender, por ser aquí im- propio, á controversias estériles ó nocivas, que forman hoy un gran proceso de principios y hechos de discusión, sobre si la patología antigua ó la moderna han comprendido mejoró más acertadamente una que otra, los fenómenos morbosos del tifus icterodes ó fiebre amarilla, para poderse deducir de ello su más apropiado tratamiento. Nó; cree- mos que ambas, á través de sus elucubraciones y deduc- ciones más ó menos lógicas, y aun consecuencias de todas formas y entidades, han hecho á pesar de todo, con más ó menos acierto y en mayor ó menor escala de verdadero progreso, un servicio interesante y sumamente útil á la ciencia, con la promulgación y defensa de sus doctrinas. Tiempo es ya pues de que debamos entendernos, con el eclecticismo propio y consiguiente, contra lo vano y per- judicial de luchas tan apasionadas como interminables; por más que se diga y declame por los adversarios de 256 aceptar la verdad de donde quiera que venga, que no existen en la condición humana cualidades de acción mo- ral tan especiales como necesarias, para poder obtenerlo por lo difícil de su buen juicio, recto é imparcial; pues á estos retrógrados del saber debemos y podemos, así en- tonces con gran derecho, repetida é incesantemente, de- nunciarles ante el juez severo de la conciencia; ya que no al del buen criterio de la sociedad, por el tiempo que des- de edad juvenil y hasta el dia nos han hecho y hacen lastimosamente perder en tal estudio, con gran daño de la salud y de la vida, sin otro propósito fundamental y eminente que el de enseñarnos y aprender todos á hacer un recto uso de la razón, á ciencia sino exacta, lo más aproximadamente posible hacia la verdad, contra los in- mensos peligros y funestas consecuencias del error. Sentados así estos precedentes filosóficos, en más ó menos valor estimados por la mayoría del mundo médico, entremos ya de corrido en materia. En todas nuestras consideraciones sobre los hechos y accidentes fisiólogo-patológicos ocurridos desde los primi- tivos tiempos de la historia hasta nuestros dias, hemos ve- nido consignando en su origen y evoluciones teóricas de varias formas y consecuencias, á cuyas citas y detalles nos referimos, todo lo que bajo el nombre común de fie- bre era bien ó mal entendido, procurando explicarle satis- factoriamente, desde el calificativo radical griego tradu- cido en fuego ó calor, generalmente aplicable entonces al estado morboso humano y así caracterizado por tal situa- ción físico-orgánico-vital, que pudiéramos llamarle efec- tivamente, hasta cualesquiera ó todas las innumerables denominaciones del orden nosológico admitido hasta el presente. Así también hemos hecho referencia de las cali- ficaciones variadas de mayor ó menor estimación en esta enfermedad, hechas por los primeros ó más conocidos filó- sofos de la antigüedad en sus múltiples escuelas, muchas veces contrarias en la institución de sus principios, en la adopción de su práctica y aspiraciones teóricas de muy comentable índole, sostenidas por sus tan renombrados jefes ó maestros de ellas. Estos dieron lugar después, como á una especie de pseudo-sacer dotes médicos, y algo más 257 aiin en lo íntimo, público, moral y más familiar de aque- llas edades en Grecia, que formaron por mucho tiempo la inolvidable serie de los Asclepiades, que tanto boato y ova- ciones llegaron á alcanzar con sus autorizadas patrañas médico-religiosas, de mímica original y anómalas arbi- trariedades, hasta aparecer el genio metódico eminente y moral del grande Hipócrates. Este memorable sabio y práctico observador, de un va- lor á prueba hasta la heroicidad, cuyos pronósticos llegaron á hacerle tener por un semi-profeta de la más alta pre- ponderancia en la ciencia; con su ordenado método de cla- sificación morbosa, á que tanto debemos; reasumiendo ya en principio filosófico racional y verídico, todo lo que las célebres tablas votivas de los templos del gentilismo ofre- cieran de más aceptable al juicio de observación crítica y abstracción prácticas, nos revela de un modo claro y preciso lo poco de verdad y mucho de imaginable que existiera en tal cúmulo de datos, cuyas manifestaciones vinieron á constituir el gran cuerpo de doctrina en la ciencia médica general y particular patológica de aquellos tiempos. El nos expresa, sobre las observaciones prácticas anteriores, y en su propio estilo tan genuino y sencillo, las bases fundamentales de los principios mórbidos ó causas patogé- nicas, en sus repetidas designaciones fisiólogo-patológicas, con toda la importancia que en las escuelas de entonces se diera á los principios dichos elementales orgánicos, de tales cualidades, ó sea á los tan conocidos de la bilis, la atra- bilis, la, pituita y la sangre. El mismo, en su admirable carácter de observador prác- tico, aun sin nociones de anatomía, nos dá lecciones por las que se deduce la gran importancia que reconoce en las secreciones, tanto en lo fisiológico como en lo morboso, y el gran valor que dá á las escreciones, como medio elimi- nador natural délas enfermedades, éntrelas que cita casi de continuo el sudor, las cámaras, las orinas y otras. Y todo esto aun bajo la presión de la ignorancia general de su época, en que sólo se reconocía la acción elemental cósmi- ca, creadora general ó néuma, generador de todo el univer- so, con sus fenómenos ó leyes generales también, de esen- cia vital y universal potencia. 33 258 Por entonces fué ya, al propio tiempo muy creída y ex- plicada, en los padecimientos morbosos del género humano, la lucha de la naturaleza en pro de la salud, contra la en- fermedad, y se determinaron los tres períodos de esta dichos de crudeza, de cocción y de crisis. Fija la atención en la calificación especial que en este tiempo se hiciera de la palabra fiebre y de su entidad mor- bosa más reconocida, vemos ser sólo la variada acción de ley natural, que se dió á las causas patogénicas generales, di- chas frialdad, sequedad y humedad, agregándosele el calor elemental: como propias de aquella se suceden una multi- tud de diferentes teorías sobre el origen y cualidades de las causas, síntomas, curso, duración, término y tratamiento de la misma. Estas teorías vinieron consecutivamente á dar lugar al estudio de la naturaleza de las citadas fiebres; desde lo imbuido, á general creencia, por el empirismo his- tórico, lo tradicional inmediato y correlativo, con sus cla- sificaciones ulteriores y enunciado tratamiento, hasta ve- nirse luego á lo confirmado sobre lo mismo en nuestros dias; no sin mediar, en transcurso tan respetable é impor- tante, una porción regular de épocas escolásticas y aspira- ciones doctrinales de todas clases, muchas á cual más va- gas ó sutiles y pretenciosas, cuando no sumamente con- tradictorias y absurdas. El magno Hipócrates,' sin embargo, á través de la di- vergencia de apreciación patológica que en su tiempo existiera, nos manifiesta, en sus dias de prosperidad, cuanto de más exacto examinara en este particular, y entre otras enfermedades, lo más que observó en las fiebres, y aun entre estas lo que se presentó sintomáticamente en varias de parecido y casi idéntico carácter al de nuestra fiebre amarilla. Entre aquellas figuran las llamadas fiebres biliosas y de los países cálidos. Con las mismas forman también pa- ridad las observadas en Grecia y en el Asia menor; advir- tiéndose en ellas un orden y número de síntomas á cual más propios y como análogos á los de la fiebre amarilla. Refiérese de las indicadas, llamadas morbos por Hipócra- tes, como síntomas visibles y de gran interés patológico, la palidez general de la piel, el insomnio y delirio, con las 259 evacuaciones negras características, tan propias ypatog- nomónicas, en sus comentadas crisis morbosas. Este hombre* honorable, refiriéndose en su época sólo á ios hechos de su práctica bastante notable, por más que descollara en ella el sistema de observación, con preferen- cia al terapéutico, á consecuencia del atraso entonces de la ciencia, entre otras varias observaciones á que hemos aludido y aun que hemos citado detalladamente, refiere las siguientes con pormenores sintomatológicos muy im- portantes. Un enfermo de su país, llamado Philisco, que murió, dice, de fiebre ardiente, echó sangre por las narices, arrojó orinas negras y desde el principio de su mal se le notó gran dificultad de respirar, de modo que su respiración era rara y grande, como de quien solloza. Otro ejemplo igual ó parecido nos cita en el enfermo Sueno, que vivía, refiere, cerca de Platamon y de Evalci- des, quien después de grandes excesos en comida y bebi- da, presentó correlativamente los dolores de cabeza y de los lomos, con fiebre alta, vómitos y evacuaciones ventrales oscuras, supresión de orina, que antes fué negra, y con nu- béculas oscuras y negras finalmente; delirio; sudores su- periores, con las extremidades amoratadas; pérdida del ha- bla; postillas rojas en el cutis, redondas y pequeñas; dolo- res lumbares permanentes; insomnio, ó á lo más modorra y afonía. Después apareció en este enfermo la orina crasa, de poso blanco al fin, como salvado, y murió al quinto dia de su observación y undécimo de enfermedad. De otro caso de su observación, espresa haberse presen- tado la sordera en el último término de tal enfermedad, en que evacuaba negro y deliraba igualmente. De estos varios ejemplos clínicos, nos dice Hipócrates haber notado en algunos el bazo levantado, y que el color déla piel se oscurecía ó se ponía amarillo; siendo para él en todos estos ejemplos, de favorable pronóstico el arrojo de mucha, pituita primero, por vómito, antes que luego por cámaras, en las diarreas oscuras ó negras indicadas, y que desde el principio del mal se logren arrojar de tal modo estos elementos morbosos. Hé aquí pues, una serie de hechos patológico-clínicos en 260 que es improcedente é inútil, por más que se quiera, ne- gar la identidad de analogía morbosa en ellos con los sín- tomas propios de nuestro tifus icterodes. 'Efectivamente, podrá decirse, á variedad de pareceres, que estos casos pa- tológicos, bien manifiestos en concepto general, y aun de los piretólogos esencialistas particularmente, fueron á tal creer, de fiebres de las llamadas pútridas, adinámicas ó atáxicas de los antiguos, y muchos de sus inmediatos y aun modernos sucesores, aunque pocos ya de actualidad. Mas llegamos así á su presencia y repetición, ó á su nueva aparición morbosa en diferentes pueblos del orbe, con preferencia en los países cálidos, y muy particularmente en nuestras Antillas; y entonces ya, con la noticia y detalles de sus estragos y horrores allí, especialmente entre los Europeos, coinciden los graves y profundos estudios que de este mal se hacía en Europa por Saubages, Cullen y otros que hemos citado antes, y la clasificación que estos hacen, en consecuencia de sus minuciosos trabajos en ello, de este orden de enfermedades, con una apropiación, no sólo ya verosímil sino verídica y correspondiente á la índole de las afecciones de un carácter patognomónico especial tífico, ó sea en que el tifus, radical greco-latino de estupor, es un signo muy predominante de tales padecimientos; por más que observaciones posteriores hayan comprobado so- bresalir el de la putridez en ellos. Pero aun así, á pesar de la evidencia de los hechos, ya históricos, ya tradicionales y á mas de actualidad que expresamos, dada tal clasificación tífica, para muchos de los apegados á aquellas exclusivas y añejas doctrinas, no ha dejado de ser nuestro tifus ó fiebre amarilla lo mismo que en los primitivos tiempos ■ de la historia ; y cuando más, caso de llegarse á aceptar aun con violencia de actual necesidad, el reconocimiento del morbo tifoideo para la fá- cil inteligencia médica, y por consecuencia el de la reali- dad de un genuino y verdadero tifus, todavía para cre- yentes tan obstinados y recalcitrantes, no fué nuestra enfermedad en lo antiguo otra cosa más, si acaso, que el hoy llamado tifus esporádico; porque cualquiera de otro carácter es sabido ser sólo propio y especial de la alta temperatura Asiática ó Americana occidental, en que por 261 dichas cualidades geográfico-topográficas y circunstan- cias particulares, tanto se desarrolla y manifiesta en aque- llos países; quedando aun quizá, para los más reacios en la convicción, que no en la creencia por opinión ni fuer- za de autoridad que desconocemos, aceptable de tal modo el diagnóstico de aquellos antiguos ejemplares patológi- cos, que hemos citado de los tiempos primitivos; sino te- nidos por 1 gunos como especiales é indeterminados; por más que la voz sentenciosa del semi-divino profeta de Cós les acuse de continuo con la sintomatologia patognomó- nica tifoidea de ellos, bastante clara y evidente, contra todo género de reproche ó insistente objeción. Conocidas son en demasía por todos los buenos prácti- cos, como lo hemos asentado en nuestra parte histórica, las observaciones morbosas, deducciones y doctrinas afo- rísticas generales de Hipócrates, así como igualmente las descripciones sintomatológicas, clasificaciones y aun afir- maciones teóricas muy aceptables de Galeno, referentes á su práctica bastante extensa también, expresadas en sus aforismos y pronósticos, de que hasta hemos citado ejem- plos, como en el todo de sus muy estimadas obras. Lo mismo en las de Boerhave hay multitud de casos idénticos á los consignados ya por Hipócrates, y que más no refe- rimos á favor de la brevedad; afirmando sí empero el en- contrar, en tales descripciones morbosas, los mismos ó muy análogos y casi idénticos caracteres patognomónicos á los propios y especiales de nuestro tifus icterodes. Sabido es también que este padecimiento no fué llama- do así, según indicamos, hasta después de mucho tiempo por varios citados prácticos, que le distinguieron ya bien claramente de las demás enfermedades en general, por dicho nombre de tifus, carácter que, como repetimos, pa- rece ser uno de los más predominantes en esta y otras en- fermedades análogas ó que le son congéneres; mas esto ocurría en el siglo XV en Europa, cuando ya en América hacía grandes estragos esta enfermedad, de que son mues- tra los hechos referidos primeramente de Santo Domingo, desde el principio de su posesión por los Españoles, y ulte- rior y constantemente los púbficos en nuestras Antillas. Hallada así entonces la clave nominal de este padecí- 262 miento y aceptada luego por todo el mundo científico, no encontramos razón para que no hayamos de incluir en ella á dichas afecciones pútridas, como sucede en otros infi- nitos casos nosológicos, entre ese número bien determinado por cierto de enfermedades, ó más bien de fiebres de los antiguos, cuyos signos patognomónicos en las que estu- diamos son tan idénticos á los muy detallados, especiales y casi invariables en general de nuestra fiebre amarilla. Seamos pues, consecuentes en nosología, ó mejor aún, en tan sencilla y clara nosografía, como hacemos con la apli- cación de otra infinidad de enfermedades, llamadas y clasi- ficadas en lo antiguo de varios y diferentes modos, mas en el común sentido y opinión general médica, aceptadas y clasificadas por todos bajo un nombre como este, co- mún, genérico y universal. Admitido pues ya natural y racionalmente, en la no- sología moderna el tifus icterodes, con su síndrome pro- pio y especial, y bien expresadas sus poco diferentes ma- nifestaciones morbosas, vengamos luego á indicar, aun- que en grupos sea, ó á grandes trazos bosquejado, lo más fundamental que sobre esta enfermedad se ha dicho y aun se dice en la actualidad, para que, estimando des- pués la diversidad y hasta contradicciones que á veces existen en tan importante extremo, podamos iniciar y aun consignar debidamente nuestra opinión en ello; siquiera más ó menos acertada sea, y aceptable por consiguiente en la amplia esfera de la ciencia. Después de la nosológica designación del tifus, como decimos, hay quienes le hacen consistir en una afección nerviosa, típica sólo del estupor asignado, ccmo creen Stall, Cullen y otros, ó en una descomposición humoralCa- racterística, según le califica nuestro célebre Masdevals,. Rechazadas ya sus denominaciones arbitrarias de mal de Sian, fiebre marinera de América, y allí de los Espa- ñoles, que le dieran según las circunstancias de su apari- ción, y aceptado su propio nombre de amarilla ó tifus icte- rodes, encontramos que algunos le califican de afección irritativa ó de naturaleza irritable, y que otros la tienen solamente por fiebre continua, pútrida y maligna. Al establecer en su tiempo, con general aceptación, el 263 memorable Pinel su tan filosófica nosografía, hallamos que sólo se iniciaran en esta, entre los caracteres propios de nuestra fiebre, los tipos bilioso, atáxico, adinámico y en particular el adenonervioso ó de peste, que parece corres- ponderle con más aproximación que otro alguno. Otros nosólogos posteriores, entre ellos Petit, hacen con- sistir nuestra enfermedad en una fiebre entero-mesenté- rica, con más ó menos complicaciones, aunque siempre grave y de intensidad perniciosa. Algunos creen que este mal no es otro que el morbo, llama,dofrenetis por Hipócrates, con sus síntomas, sino idénticos', sumamente análogos, graves, y enfermedad casi siempre de terminación fatal. Descríbese luego la misma, y por sus síntomas de cuali- dad tifoidea, llegan á detallarse y á apropiársele con más ó menos exactitud las lesiones orgánicas de las glándulas intestinales de Peyéro, signo anatómico-patológico más que especial y determinado de la liebre amarilla, casi constante en las de carácter pútrido de Europa, que tam- bién describieran Stark, Humter y otros prácticos distin- guidos de su tiempo. Hidelbran después le clasifica igualmente describién- dole con notable minuciosidad y extensión, aunque lle- gando á reconocer en esta enfermedad ocho períodos, desde su invasión hasta su término, lo que encontramos algo impropio ó por lo menos exaj erado. Trascurridos ya largos períodos históricos en el progreso de los conocimientos médicos, después de la clasificación tífica que hemos insinuado, sin haber merecido esta una oposición razonada ni sistemática por la variada y magna potencia del saber humano, sucédense algunas teorías médicas generales, y con ellas otras ulteriores doctrinas de cualidades universales también, hasta ya en lo mo- derno, que parecen contrariar algún tanto las anteriores y arrastrar con su empuje, sino á todas, á la mayor parte de aquellas. Entre estas simula ocurrir tal fenómeno con la que trata de dar y aun apropia el tipo genuino de su sistema á la entidad morbosa de nuestra fiebre amarilla. Sobreviene así Broussais con su irritabilidad y con- tractilidad orgánicas, ratificación de la estenia y astenia 264 de Broun y como en reposición de tales doctrinas, pro- duce en la medicina secular una especie de conmoción en que trastornando casi todos sus elementos de creencia, introduce su sistema como fundamental, que no es mal re- cibido por lo general en el mundo médico. El niega en su doctrina fisiológica la existencia de las fiebres esenciales, sin las lexiones orgánicas primitivas que las producen. También en consecuencia de la clave doctrinal patológica de su dogma médico, tiene al tifus icterodes por una gas- tro- enteritis común ó general, délas tan precisamente re- conocidas por el mismo. Mas á pesar de todas las afirmaciones y sutilezas de invec- tiva de este nuevo coloso de la ciencia, no podemos con- formarnos con su aseveración, por no ver en el mayor número de casos, sino en todos, la existencia de la, gastri- tis ni aislada ni en continuidad patológica con la enteritis á pesar de los síntomas descritos, que tienen otra explica- ción como oportunamente veremos. Esta nueva escuela, llamada fisiológica, por la cualidad de sus investigaciones teóricas y fundamentales, y por sus doctrinas elementales también de la estenia y la astenia, al desarrollar con el mayor esfuerzo toda su acción de con- quista en el campo médico, instituye sus nuevos princi- pios fisiólogo-patológicos, que llegan á predominar hasta en el orbe científico; entre ellos incluye naturalmente en el orden fiegmásico, ó sea en la primera de las dos cla- ves de su doctrina, la estenia, ó mejor dicho la irritación ya que no la inflamación, todo el síndrome bastante di- latado é importante que tan bien caracteriza la esenciali- dad morbosa de esta afección; trocando ya su diagnóstico por consiguiente en su nueva forma fiegmásica ó de irri- tabilidad, en que gira el primer elemento mórbido de sus teorías. En correlación pues con esto, Broussais su j efe y sus partidarios sostienen con el rigor propio de su sistema, ser la causa de esta fiebre la misma que las muy pode- rosas de las flegmasías de la mucosa digestiva, en toda su extensión, ó sea el calor atmosférico excesivo, muchas veces causa especial de la hepatitis, y de la alteración consiguiente de su humor ó liquido secretorio y escreta- 265 do, como sucede en dicha fiebre; presentándose, dicen, á la inspección cadavérica, signos de la inflamación del híga- do. Estos signos, en verdad, los hemos visto aparecer en muy pocos casos, pues casi siempre, como decimos en su lugar, loque sólo existe es una hiprémia intensa, parecida á la cadavérica, localizada sí la putridez en una reducida ó pequeña zona alrededor de la vejiga de la hiél; hechos que nos han puesto en el caso de confirmar nuestra opinión sobre esta enfermedad, en la forma y carácter estimable que nos parece corresponder, al tenor de nuestros estudios y observaciones anteriormente repetidas. Bretonneau, Louisy otros posteriormente, después de estudios anatómico-patológicos dilatados, le tienen por una doiinonteritis, y por la misma creencia de escuela y cuadro sintomatológico parecido, incluyen en el típico del tifus la fiebre dicha de Europa de este carácter, en que se nota la mayor parte de los signos de ataxia y putridez de los antiguos, y que recibe así el nombre genérico citado y universalmente admitido de fiebre tifoidea, congénere del tifus icterodes ó fiebre amarilla, y que algunos euro- peos tienen por la misma y confunden igualmente en un mismo diagnóstico; por más que aunque aquella corres- ponda aun mismo orden nosológico, pertenezca exclusiva- mente á otro cuadro sintomatológico menos graduado é intenso qué el de nuestro tifus icterodes. Mas, sin negarse aquí todo el valor teórico y doctrinal de la escuela fisiológica en general, con todas sus deduc- ciones y ulteriores consecuencias terapéuticas, de mejoró peor resultado en la práctica profesional, con aplicación rigorosa y exclusiva á esta enfermedad, no podemos re- conocerla ni admitirla, como antes hemos dicho, por no ver en esta la inflamación gastro-intestinal, constante, ni aun las más veces, y sí las alteraciones orgánicas de ca- rácter pútrido que hemos indicado y que veremos con- firmadas en el examen anatómico-patológico muy repe- tido, que en diversidad de cadáveres de víctimas de este mal hemos hecho. Pasen en buen hora, con todo su mérito y su poder, tan fundamentales dogmas de escuela, en el terreno general de la ciencia, que en el nuestro de la misma, especial 34 . 266 tífico-'icterodes, ya veremos la parte de aplicación que le corresponde, consecutivamente á la índole pútrida par- ticular y patogénica de tal afección. Efectivamente: ¿cómo es comprensible la acción tóxica ó séptica que el agente morboso de esta enfermedad pro- duce en el organismo humano, localizándose primitiva y consecutivamente en los, órganos que hemos designado, sin producir en ellos, por natural consecuencia, una infla- mación local determinada y determinante á la vez de al- gunos síntomas de este padecimiento? Así, y no de otro modo ni otra cosa es lo que ocurre en el presente caso; pero esta inflamación ó más bien irrita- ción de la mucosa intestinal no es primitiva, ni mucho menos es la elemental productora del tifus icterodes, como quieren Broussais y sus múltiples secuaces. Quede esto así sentado, por más que otra cosa en contrario y sin fun- damento se arguya, en pro del espíritu de sistema, y no en relación con lo que los hechos nos tienen comprobado, en una muy larga práctica, y los fenómenos patológicos pre- cisos de esta enfermedad confirman. La fiebre amarilla tiene sus caracteres muy propios; muchos de ellos son parecidos á los síntomas de otras en- fermedades con que se asemejan, especialmente con los de las fiebres biliosas, de los países cálidos, y con los accesos febriles de las interminentes de los misinos, que son mu- chas veces consecutivas; pareciendo ser este mal, como antes dijimos, efecto de la más alta gradación patogénica palúdica especial, y más aún morboso-tífica, caracterís- tica y propia de estos climas; por las causas antedichas de emanaciones pútridas constantes ó sucesivas en ellos. Estos puntos de analogía sintomática han hecho creer á algunos autores el existir, en la fiebre amarilla, los dife- rentes tipos, continuo, remitente ó intermitente; sin ser en verdad el del padecimiento más que uno mismo, en di- verso grado este de infección, curso, intensidad, gravedad y terminación, cuyas diferencias consignamos á su tiempo. El tifus icterodes es esencialmente una enfermedad grave, según general acepción de todos los prácticos: entre estos los más distinguidos de América convienen en ello, así como en su mayor ó menor gradación, variedad y com- 267 plicaciones, según una porción de particulares circuns- tancias y condiciones individuales, que hemos citado. El carácter general de inercia ó atonía orgánicas, predominante en casi todos los habitantes del occidente de América, predispone muy mucho en ellos á que, no verifi- cándose las funciones fisiológicas en completo estado nor- mal, falte en los mismos una condición que podríase hasta llamar vital, para poderse efectuar, en un buen equilibrio orgánico, todas las elaboraciones fisiológicas necesarias, tanto para la buena conservación de la salud, como para la acción propia asimilatriz de las medicaciones terapéuti- cas, precisas y consiguientes á los diversos estados morbo- sos de allí, y muy en particular necesarias y urgentísimas en el de nuestra fiebre amarilla. Esta enfermedad pues, según las más autorizadas opi- niones de los clásicos y prácticos más distinguidos en su observación, pertenece á las fiebres llamadas pútridas de los antiguos, por obrar en ellas, con predominio á toda otra existencia morbosa, la putrefacción orgánica, caracte- rística especial de los humores y de los líquidos secreto- rios del aparato biliario ó hepático; ya sea esta putrefacción, como afirma entre otros Piquer, la causa, ó como sostienen otros, la causa y el efecto á la vez. Corresponde también esta fiebre á las llamadas atáxo- adimánicas por aquellos; siendo muy visibles y aun evi- dentes en ella sus síntomas característicos reflejados á más en ese estupor, dicho así posteriormente, y que formó para los que dieron nombre al tifus, la clave de su apreciación más genuina y de la que procede igualmente nuestro ic- terodes, por el predominio del color ictérico de la piel de sus desgraciados pacientes; llegándose por lo mismo á confundir este padecimiento con el de la fiebre llamada tifoidea, de muy análoga manifestación patológica, más algo diferente y aun de menor actividad morbosa ella, que nuestro dicho tifus icterodes ó fiebre amarilla, objeto de nuestro estudio, y ya aquí de su más propio y exacto diagnóstico. Antes de pasar á más en el examen de este, no quere- mos dejar de insistir, siquiera pueda ello hasta parecer mo- nótono, en la ratificación de nuestro convencimiento sobre 268 la índole particular de la enfermedad en cuestión. Esta hemos dicho y repetimos considerarla como una fiebre de carácter pútrido, cuyo elemento morboso productor, sos- tenedor y. aun propagador del mal es por consiguiente la putridez, inherente ó condicional de un aire putrefacto, de una atmósfera de tales condiciones, ó de emanaciones de cualidades idénticas, que ya por la intensidad de sus propiedades perniciosas, ya por su continuidad y aun casi perpetuidad en ciertas localidades, especialmente de Amé- rica, á efecto del exceso casi continuo allí del calor y de la humedad, que tan directamente favorecen y producen la descomposición de las sustancias orgánicas, proporcionan multitud de focos casi perennes ó muy activos de tales emanaciones. Estas llegan á provocar con su influjo y la absorción cutánea y pulmonar consiguiente, una infección miasmática paulatina y sucesiva en el sistema general san- guíneo del cuerpo humano, por medio de una hematosis anómala ó viciosa, á consecuencia de las malas cualidades físico-químicas de dicho aire atmosférico: aire respirable que, falto de oxígeno y más saturado de ázoe que lo nor- mal y aun de carbono, cuando nó de un hidrógeno en cierto estado de muy difícil análisis, pero de una acción tóxica muy evidente, produce con la inoculación de ta- les principios en la economía animal, la alteración mor- bosa latente indicada; faltando sólo para que estalle el mal el que tomen parte activa y más directa en este fenómeno los aparatos gástrico biliario y pancreático, también con- secutivamente en el estado anormal y general citado. Esto llega á tener lugar, como hemos dicho, al apare- cer por cualquiera causa local, individual ó especial, que pudiera llamarse ocasional ó determinante, la alteración funcional de estos aparatos y con particularidad la íntima de los elementos orgánicos que más predominan en sus líquidos secretorios y escretados; en cuyo caso se produce y desarrolla en ellos, por el predominio de la indicada ac- ción morbífica, una especie de fermentación pútrida, que al manifestarse con la aparición de la fiebre, y tomando incremento ulterior, llega á trasmitir sus muy nocivas cualidades, ya por absorción intestinal, ya por continui- dad de acción inmediata al sistema sanguíneo de la vena 269 porta; y de este, llevada ya al torrente general la infec- ción desorganizadora, llega á producir en todos los ór- ganos de la economía, con especialidad en los centros vita- les, esa serie de tristes fenómenos que hemos detallado á su tiempo, y que manifiestan uno tras otro, lo gravemente atacada que se encuentra la esencia de la vida, como no puede menos de colegirse á la vista de tan alarmantes signos. Sea este no obstante el lugar de consignar, á la vez que nuestra conformidad con los que tienen á esta enfermedad por activa, depuratoria, de forma febril reparadora, por lo mismo de ser tan maléfica su causa, el no estar comple- tamente acordes con otros que, obstinados exclusivamente en lo condicional aislado de sus causas físico-químicas, bajo este solo prisma miran sus efectos, olvidando ó casi despreciando la acción orgánico-vital general de la econo- mía humana, tan atendible para el buen juicio médico; lo mismo se considere con relación á la etiología de aque- lla, que respecto á sus síntomas, curso y necesario trata- miento; como en otro punto insinuamos, á plena exposi- ción y ratificación de nuestras creencias en tal extremo. Infecciosa pues, ó contagiosa la cualidad morbífica del tifus icterodes, su carácter febril específico está fuera de toda duda, por más que algunos dejen de considerarle como fiebre, á causa de la disminución de intensidad de esta en su segundo período, en que ya ha tenido lugar la descomposición orgánica y degeneración pútrida indica- das; cualidad innegable no obstante y reconocida por casi todos los prácticos, que dá la clave más exacta y primor- dial de su diagnóstico y á la cual creemos debemos seguir ateniéndonos, Ínterin otra más racional, propia y regular no se le asigne; sin descender á clasificarle, aparte de su condición febril, por cualquiera de sus otros síntomas, como sólo por el vomito, llegando á llamarle así, como vulgarmente ocurre en América; pues por la misma ra- zón podríamos determinarle por la [cefalalgia intrá-orbi- taria, por las diarreas de borras, la supresión de orinas y cualquier otro de sus síntomas concomitantes. Como fie- bre, pues, especial y maligna tengámosla, que es su as- pecto más distintivo, como diatésica aun, según otros quie- 270 ren, á efecto de la propiedad discrásica de su causa, y acompañada de signos de la alteración gastro-hepática que á su tiempo le designamos. Dicho parece estar en lo anterior, la cualidad especial de la fiebre amarilla de no atacar más que una vez en la vida; así lo hemos observado repetidamente y de ello hasta una vulgar convicción existe, hija de la continua aseve- ración médica en los países propios de su endemia, fun- dada así hasta la saciedad; pues si bien es cierto que mu- chos individuos afectados de ella refieren haberla ya pa- decido leve otra vez, tenemos la íntima convicción de que esa otra vez no fué tal el padecimiento que le aque- jara y sí alguna fiebre gástrica ó biliosa, tan común en los países cálidos. De este error, así como de otros en el legítimo y exacto diagnóstico de aquella, proceden, á nuestro ver, esa variedad de asignaciones de forma que se le aplican de presentar diversos tipos, ya intermitente ó remitente, cuando sólo el continuo bien determinado y de curso bastante manifiesto, tal como lo hemos expresado en su sintomatologia, es su carácter más predominante y reconocido por sus más fieles observadores. Repetida ya más que propuesta la esencialidad morbo- sa de nuestra fiebre, pasemos de seguida á detallar, del modo que mejor nos sea posible, con el bosquejo sintoma- tológico que le distingue, lo más fundamental y genuino de su diagnóstico. Este es, por cierto, en muchas ocasiones de lo más de- licado y difícil, por lo común que es encontrar en la in- vasión de esta enfermedad síntomas de otras de diferentes cualidades y gravedad, que hemos insinuado anterior- mente; así que, aparte de los estados epidémicos, en que es más fácil el juicio médico de ella, por la repetición de casos observados, en lo general, al presentarse aquí los signos de la fiebre catarral, de la gástrica y aun de la bi- liosa, puede ser fácil la confusión y el error, que tiene lu- gar muchas veces entre el vulgo, con deplorables conse- cuencias. También aparecen los síntomas de ella, en ca- sos leves de fiebres de los recien-llegados á América, ó dichas de aclimatación, que el práctico debe á la vez te- ner muy presentes, tanto para distinguirlas con oportuni- 271 dad, como para medir las fuerzas del enemigo con que tie- ne que combatir. No obstante, como los tiempos de obser- vación más precisos del mal, son los primeros ó de la in- vasión citada, no han llegado aún á tener lugar en ellos los síntomas de algunas enfermedades, como los de la ictericia, de la gastritis y otras, cuyo color ictérico de la primera y dolor epigástrico iniciador de esta, pudieran llegar á pro- ducir la duda ó confusión de diagnóstico. De todos mo- dos, aunque al principio, más bien que un síntoma aisla- do, lo que es más estimable, como sucede en otras muchas afecciones, es el cuadro sintomatológico y cierta fácies particular que el enfermo nos manifiesta, de esto así y del criterio profesional hay desde luego que asirse, casi siem- pre como elementos clínicos, para poder establecer los fun- damentos del buen juicio indicado. Sin embargo, procu- remos seguir paso á paso dichas manifestaciones mor- bosas, desde su origen, para poder ir deduciendo de ellas en lo patognomónico, lo más necesario y oportuno á nues- tro objeto. En la invasión de la mayor parte de las fiebres graves y enfermedades agudas, es muy conocida la aparición de cierto orden de síntomas determinantes de tal estado; así que no es extraño notarse en ellas la cefalalgia, el dolor raquidiano y como contusivo de los miembros; mas en el presente caso hay que tener muy en cuenta que á la pre- sencia de estos mismos fenómenos se asocia el dolor, espe- cial de la región lumbar, al principio extensivo á veces basta el epigastrio, intenso y muy característico del pri- mer período de la fiebre amarilla, á que sabemos se le llama de barra en América; signo ya muy propio y dis- tintivo generalmente de la índole del mal que exami- namos. Al presentarse pues la fiebre, transcurridos los lige- ros pródromos citados, entre los síntomas que describi- mos, que por ser de aprecio general no les damos ahora valor, aparece un síntoma muy evidente del mal, y es el notable encendimiento y color sumamente arrebatado del semblante, asociado al aspecto como de asombro del paciente. Sigúese ó la acompaña á este signo particular el color rojo subido también de la conjuntiva ocular, que 272 pronto llega á tomar un viso amarillento, pasando lue- go á marcarse más el color amarillo subido en esta mem- brana, y que constituye uno de los caracteres mas sobresa- lientes en esta enfermedad. La cefalalgia especial que hemos indicado entre sus más culminantes síntomas, supra-orbitaria, en las sienes, y más limitadamente al fondo de las órbitas y globo ocular, muy notable al girar este en cualquiera dirección, y subsis- tente aun después de cesar los primeros síntomas, es otra délas señales más evidentes de la índole del padecimiento. En igual proporción se encuentra la línea estrecha ó especie de ribete oscuro, y muchas veces como de ulcera- ción, que se nota en el-borde de las encías, en particular en la inferior, en el segundo ó tercer dia de la invasión del mal. El murmullo ó zurrido de los intestinos en el mismo tiempo, más que espontáneo sensible á la presión de la fosa iliaca derecha, especialmente llamado por otros char- coteo, al percibirse así en la ñebre tifoidea, diferente del borborismo intestinal común, determina otro de los sín- tomas característicos de la misma afección, y de los más constantes. La sensibilidad muy notable del epigastrio, bastante molesta en ocasiones, desde el principio, que se eleva aun á la presión suave de la región y que otras veces pasa como desapercibida por el paciente, á no aparecer en él, ya en fin del primer período, una manifiesta cardialgía, constituye un signo también patogncmónico del mismo mal en su primer período. Con este síndrome, tan sencillo al parecer quizá, como exacto y casi infalible, á la altura morbosa en que le examinamos, no desatendiéndose al propio tiempo el natu- ral conmemorativo del enfermo y la prevención á todo es- tado epidémico posible, y que se relacione más ó menos gradualmente con el género patológico que estudiamos, parece regular no desconocerse á su vista la clave de cala- midad que somos llamados á combatir, y que es necesario conocer desde luego y á toda seguridad posible, por la pre- mura con que es necesario obrar en la adopción de los me- dios precisos para su mejor tratamiento, y que en verdad en 273 la precisión y oportunidad de ello estriba una de las prin- cipales condiciones de su buen éxito. El semblante descompuesto y como con ceño; la vista triste ó perturbada, y más comunmente, los ojos encen- didos y lagrimosos, como globos de fuego, que algunos dicen; el aumento considerable del calor de la piel, como hasta la quinta parte del natural, que otros citan; el de las pulsaciones á ciento y ciento veinte por minuto; el males- tar ó ansiedad general; el trastorno funcional precedido de escalofríos ú horripilaciones, desgano, sed, agitación de la respiración y alteración délas secreciones; los vértigos en algunos casos; el sabor amargo; la lengua húmeda y con crápula blanquecina; molestia epigástrica y la raquial - gia ó dolor lumbar, dicho de barra, forman el conjunto de síntomas distintivos del primer período de este mal. « En correlación consiguiente con el plan que seguimos en esta descripción, detallaremos algunos caracteres más del morbo terrible, objeto presente de nuestras investiga- ciones. Llegado éste ya á su segundo período, nótase visible- mente la lentitud del pulso, descendiendo hasta cincuen- ta pulsaciones por minuto próximamente, siendo muy manifiesta su pequenez, blandura, como pobreza y dis- cordancia ulterior. El manifiesto descenso de los síntomas flogísticos; la calma aparente y falaz, con la ansiedad precordial y epi- gástrica; las náuseas y vómitos oscuros y negros; las he- morragias y congestiones pasivas de los órganos vitales; la coloración ictérica de las conjuntivas, como el amarillo característico que hemos dicho de la cara y de la piel; el estado de la lengua, ya seca, roja ó negruzca á veces; el fuligo de los dientes y abertura de la boca; la anhe- lación é hipo angustioso; el subsalto de tendones; la posición supina, y en muchos casos graves, en decúbito lateral y contracción dicha de los extremos inferiores, con el delirio, las diarreas de borras y frialdad de las extre- midades, constituyen el cuadro más regular de este se- gundo y aun tercer período, para muchos, de la fiebre amarilla. Agréganse á estos signos otros de examen dife- rente, como el de la albuminuria y mezcla de sangre en la ,35 274 orina, cuando no hay supresión de esta, lo que es muy común, así como las cámaras sanguinolentas y como de disentería, precedidas del dolor umbilical. El aparato de síntomas de este período pudiera en oca- siones poder inducir á duda, aisladamente considerado en América, por su semejanza con el de ciertas fiebres gra- ves llamadas de los países cálidos, pútridas, tifoideas y aun perniciosas que se padecen allí en verano, especial- mente en los sitios pantanosos, por la misma causa y efec- tos de las emanaciones pútridas indicadas, con la apari- ción de la amarillez de la piel, vómitos oscuros, negros, y aun en ocasiones hasta con hemorragias; mas sin exis- tir en aquellas el conmemorativo preciso y antes apun- tado del tifus, y siendo ellas, como hemos dicho, una de las gradaciones más superiores de la paludia especial del país, hay en las mismas otros síntomas típicos diferencia- les de la enfermedad que estudiamos, y que consignare- mos á su tiempo. La esencia material del mal, para la mayoría de sus ob- servadores, es una especie de acumulación de sangre mor- bosa en los órganos, que llama Clark ingurgitación ó es- trangulación de los vasos sanguíneos; y para otros, más acertados á nuestro ver, es una discracia anémica, produ- cida por la depresión en el dinamismo orgánico, sobre lo que ya hemos expresado nuestra creencia. Con la presentación de esta enfermedad suelen aparecer complicaciones neumónicas, apopléticas, hemotóicas, ca- tarrales y otras, que el buen criterio profesional debe dis- tinguir con oportunidad. Así en las personas en que exis- te una irritación intestinal accidental ó habitual, nótase la diarrea en primer término, con tirantez dolorosa del abdomen, extensiva hasta el hipogastrio, y á este tenor otros síntomas relativos á dichas complicaciones. VARIEDADES Ó FORMAS DE LA FIEBRE AMARILLA. Poco acordes están los prácticos en la designación ter- minante de estas, por las diferencias notables que suelen presentarse en cada epidemia, en que son más manifiestas; así, aunque vemos en esto alguna diversidad cíe parece- 275 res, conociendo la importancia de su determinación, por las modificaciones que debe sufrir el plan curativo, según los síntomas propios de cada una de aquellas, y fijándo- nos únicamente en la fácies principal que afectaran los grupos de casos que hemos observado, optamos por la clasificación de cuatro formas, las más culminantes y que llamaremos inflamatoria, biliosa, nerviosa y leve ó de aclimatación. La primera ó sea la inflamatoria, en que se hallan com- prendidas la hemorrágica y comatosa de algunos, se observa generalmente en las personas de temperamento sanguíneo, en que por esta circunstancia y su mayor facilidad consiguiente á la discracia de la sangre; por la influencia de la constitución médica reinante ó por otras causas accidentales, aparece la enfermedad con la fiebre y la cefalalgia sumamente intensas, como es la inyección de las conjuntivas y la coloración del semblante; presen- tándose desde la invasión síntomas de congestión cere- bral, hasta el extremo de llegarse al estado comatoso. En esta forma es en la que, tomando por lo mismo más rápi- do y activo incremento los síntomas flogísticos, sobrevie- nen muy al principio las hemorragias, los vómitos ca- racterísticos, y por la breve discracia dicha, la lentitud, debilidad é intermitencia del pulso; el color amarillo y sequedad de la piel; las petequias y equimosis de la mis- ma; la supresión de orina; la sequedad de la lengua que aparece pegajosa y con faja negruzca en su centro; el fu- ligo de los dientes, las diarreas oscuras, la inquietud, el delirio y el hipo; terminando por lo común los enfermos con la muerte en el primer septenario, y á veces antes de la conclusión de este. La forma biliosa se distingue por los signos de este ca- rácter desde su origen, en términos de simular una fie- bre biliosa ó gástrica; por lo que se le ha dado tal nombre á esta forma. Sobresalen en ella con brevedad el color ic- térico de la esclerótica y de la piel; viniéndose luego cor- relativamente, á segnir el segundo período, todos los de- más síntomas, con especialidad gastro-h en áticos, como som los vómitos biliosos, verdea y negros: finalmente, la epi- gastralgia, las diarreas y vinas an ariilas y escasas; la se- 276 quedad de la piel como la de la lengua, con faja oscura esta, la sed, y llegando hasta su último término las bor- ras por vómitos y cámaras. Sin embargo hay que decir que esta forma es la. más benigna de todas las graves conocidas, en la que suelen los enfermos no pasar del pri- mer septenario, siendo en ellos muy frecuente la termi- nación favorable en él. La forma nerviosa, en que incluimos la atáxica y adi- námica de otros, por referirse estas á un mismo orden de fenómenos correspondientes á los centros nerviosos, se distingue por lo alarmante, insidioso y grave de sus sínto- mas ; así que preséntanse en ella brevemente el aturdi- miento, el insomnio y delirio, este algunas veces repen- tino y violento; el temblor de la lengua que aparece ne- gra, seca y contraída; la cefalalgia intensa; el pulso bajo hasta de cuarenta y cinco latidos por minuto; los sub- saltos tendinosos y movimientos convulsivos de los miem- bros; el indiferentismo, la piel fresca ó fría, la disminu- ción ó supresión de orina, y las diarreas oscuras y fétidas. En esta variedad más que en otras, se hace notar, con la discracia general de la sangre, la depresión rápida y visi- ble de la inervación, terminando los enfermos comun- mente por la muerte en muy poco tiempo, sin llegar á desarrollarse los demás síntomas del segundo período, ó confundiéndose los de ambos de un modo terrible. Quizá á esta forma corresponde esa variedad fulminante,- citada por algunos, en que se dice morir los enfermos en pocas horas con el delirio, las convulsiones y otros síntomas muy graves, cuyo estado creemos que sea debido ,á la falta de socorro oportuno en los mismos , y á aparecer ya estos en el fin del primer período ó en el segundo de la enfermedad; lo que debe ser fácil distinguir al práctico, por la especia- lidad de los síntomas que presenten. Por último, la forma común leve ó de aclimatación, así llamada en América por atacar á los Europeos recien llegados allí, se caracteriza por los síntomas benignos del primer período del mal, pareciéndose á una fiebre gástri- ca ligera, fácil de confundirse con esta ó la catarral bilio- sa, muchas veces de difícil diagnóstico, á no presentarse algún síntoma esencial propio de la fiebre amarilla. En ( estos casos de fácil confusión es en los que algunas per- sonas se dicen libres de aquella, por haberla pasado otra vez ó varias veces, habiendo sido en muchas tan sencilla que la han sufrido de pié, como gráficamente se dice, ó no se han apercibido de ella, refiriendo así no haberla padecido jamás en tiempo de larga residencia en las Antillas. Esta forma, en los casos más manifiestos, termina generalmen- te de un modo favorable al tercer dia, algunas veces con un sudor ó diarrea ligera, y en ocasiones con la miliar característica referida. No es extraño verse en epidemias de esta enfermedad, á más de las complicaciones dichas, otras de las mismas formas entre sí, confundiéndose sus síntomas relativos; en cuyas circunstancias el diagnóstico, así como el pronóstico y tratamiento, deben subordinarse á lo típico de estas com- plicaciones. Antes de proceder á determinar las diferencias de esta enfermedad con las que le son congéneres ó de análoga semeyótica, creemos de este lugar hacer un examen razo- nado de sus principales síntomas, de cuyo juicio pueda resultar, en correlación lógica, la comprobación del diag- nóstico que hemos asentado. EXPLICACIÓN DE LOS SÍNTOMAS. Hábito exterior.—Dicbo antes ya ser la invasión de la fiebre amarilla comunmente repentina, lo está también el presentarse algunas veces con ligeros pródromos, como de un estado febril latente y aumento de calor en la piel; debido ello á ser ya alterada la sangre en sus principios constitutivos; cuyo estado se hace imperceptible para al- gunos , entre los jóvenes especialmente robustos y de buena constitución orgánica. Sobreviene luego el escalo- frío, precursor general de toda fiebre; mas este breve y único, al que le sigue el calor interior primero, y que ex- tensivo luego á la piel, suele durar hasta el segundo dia, siendo madoroso en la forma leve, y seco en la biliosa y nerviosa; calor que cede al tercer dia, haciéndose natural y madoroso en general, subsistiendo sólo en la frente la sequedad característica de dichas formas. En el segundo 278 período continúa siendo normal este calor, conservándose no obstante seca y árida la piel en todo su curso. La rubicundez de la misma parece consecutiva al estí- mulo febril, y su aspecto rosáceo constante al principio ó de carmín bajo, especialmente de la cara, producido por un principio de extravasación sanguínea en los vasos ca- pilares de la piel. Esta coloración se presenta algunas veces á manchas en la parte anterior del pecho, en la nu- ca y en otras regiones, aunque menos marcada en los su- jetos de piel pálido-amarillenta por haber padecido las fiebres intermitentes del país ó llevar mucho tiempo de residencia en el mismo; mas ella va disminuyendo hasta el segundo período en que ya adquiere el color amarillo característico, que principiando por la esclerótica se va extendiendo á todo el cuerpo; transformándose á ve- ces tales manchas en purpúreas y equimóticas, como focos hemorrágicos del dermis, localizadas más generalmente en la parte anterior del pecho é interna de los brazos y extremidades inferiores. Esta amarillez, denominada ictero por la Roche, propia del fin del primer período ó principio del segundo, tam- bién constante y que desaparece á la presión del dedo, es consecuente, según prácticos respetables, á la disolución de los glóbulos de la sangre y por consiguiente á su he- matósina en el suero, signo precursor para muchos de las hemorragias y diferente de la llamada colihemia, produ- cida por el principio colorante de la bilis en aquella, que se presenta posteriormente. Obsérvase esta coloración de la piel en proporción de intensidad con el desarrollo del mal, siendo menor y más tardía en la forma leve y más activa en la biliosa, en que aparece hacia el cuarto dia, y del quinto al sexto en la nerviosa, en que se manifiesta ya á la convalecencia ó después de la muerte. Ella hace su- poner, con la estancación de la sangre por la primera ex- citación en los órganos, una modificación en su endosmo- sis, como la expresada, y la infiltración del suero en los tejidos con sus materias colorantes, que van en progresi- vo aumento transformándose, por la falta de influjo ner- vioso en amarillo, lívido y aun acardenalado; fenómeno que se presenta con suma rapidez en los casos llamados 279 fulminantes. Confirma esta explicación el verse en las pi- caduras de sanguijuelas y en toda herida de la piel un cerco del centro á la circunferencia, oscuro, amoratado, lí- vido, verdoso y amarillo, parecido á los equímoses. Mas al adquirir la bilis la alteración morbosa que cree- mos, ó sobreviniendo, según otros, la degeneración gra- sicnta del hígado, aquella no se segrega, ni elimina sus principios constitutivos, derramándose entonces con el suero por todas partes, en cuyo caso aparece en la orina con sus signos particulares y por los reactivos, llegando á producir en la piel el aspecto amarillo anaranjado pecu- liar de la ictericia dicha colihemia, que subsiste posterior- mente á la convalecencia. Sistema y centros nerviosos.—Apenas ocurre la inva- sión de esta enfermedad, se ven decaer sobremanera las fuerzas en las formas biliosa y nerviosa; no así en la leve, en que los enfermos, aunque parecen faltos de ellas, andan sin embargo por su pié algunas horas, hasta llegar á ser socorridos en su casa ó en el hospital. La cefalalgia hemos dicho ser gravativa, constante, intra-orbitaria y patognomónica de la fiebre amarilla en su primer período, cesando ya en el segundo. Suele no obstante ser solamente frontal en la forma leve, constricti- va en las sienes en la biliosa, y general en la nerviosa. Esta cefalalgia y los fenómenos funcionales del encéfalo que hemos detallado son consecuencia de la alteración primitiva orgánica sanguínea y humoral, que ha produ- cido inmediatamente la fiebre, por la reacción del vis me- decatris ó especie de lucha de la naturaleza con el mal, que decían nuestros antiguos, y que trastornando la iner- vación desde el principio, se manifiesta secundariamente en este aparato, por su impresionabilidad orgánica, casi instantánea y como eléctrica á veces evidente en él, que no es explicable de otro modo sino por la continuidad de acción orgánico-vital y por las simpatías innegables en órganos de idéntica naturaleza. A efecto pues de esta le- sión en los centros indicados, como primer asiento del mal, es como atacada consecutivamente en ellos la acción nerviosa, se trasmite su efecto de los centros de la vida orgánica al aparato cerebral, como punto vital activo, y 280 consecutivamente al encefálico, de donde se originan esa multitud de síntomas de alteración funcional encéfalo- raquidiana, expresados por la citada cefalalgia, por la brillantez de los ojos é inyección de las conjuntivas, por los dolores vagos en los nervios irradiadores del sentimien- to y movimiento, en los músculos, tendones y articula- ciones en general, con los movimientos convulsivos y ese dolor en la región lumbar ó renal llamado de barra, que suele seguir en el segundo período, fijo en un punto de replexion tan fundamental, pareciendo todo ello como el aviso fiel y enérgico de las fuerzas vitales en voz de alar- ma, al sentirse atacadas de muerte por enemigo tan po- deroso. En la invasión de la forma leve, son estos dolores más frecuentes en las corvas que en los lomos, y extensivos luego á las articulaciones, van cesando en intensidad y generalizándose por los músculos, hacia el tercer dia, has- ta quedar después como adormecidos. En la forma bilio- sa empiezan en la región lumbar, comunicándose al hi- pocondrio derecho, adonde se limitan, simulando terminar á la entrada del segundo período, mas reapareciendo vi- siblemente en su curso. En la forma nerviosa este dolor es obtuso al principio, aumentando al agravarse el pade- cimiento y extendiéndose en ocasiones hasta el epigastrio, á la región umbilical y aun hasta el pubis ; pareciendo entonces más claramente radicar su sensación en el ple- xo solar y confundirse con la epigastralgia; sensación por cierto muy dolorosa en las formas graves. Esta observa- ción ha hecho el afirmarnos más en la creencia de partir primitivamente la lesión de la inervación de los nervios de la vida orgánica, ó gran simpático, del modo que hemos expresado. En el primer período de la forma leve es propio el sueño á ratos ó normal, así como el insomnio ó modorra en la nerviosa; mas si avanzando la enfermedad el sueño es pe- sado é invencible, se anuncia así el segundo período, vi- niendo con él el sopor y aletargamiento, aunque no pro- fundos. Tal estado es indicio evidente de la falta ó dismi- nución de fuerzas del sistema nervioso y de la hipremia ó plenitud pasiva del cerebro en la invasión, por una san- 28] gre excitante primero, mas después inepta, por la altera- ción de sus principios, para el estímulo fisiológico y nor- mal del órgano. Al primer efecto insinuado creemos de- bido el delirio que hemos observado algunas veces, y de consecuencias falaces por cierto, aunque le consideramos poco común en todas las formas. En el primer período de la fiebre amarilla adviértese en toda clase de enfermos cierta intranquilidad moral, temor á la muerte y como recelo y desconfianza de cuantos les rodean, cuyo estado cesa si termina favorablemente el mal; pero continuando y al aparecer la calma insidiosa expre- sada , todos se creen aliviados y obstinadamente niegan ó dudan de las aseveraciones médicas, hasta seguirse la gra- vedad propia del segundo período en la que, sin perderse en geneial la integridad de las facultades intelectuales, sobreviene, con la postración, el indiferentismo aveces com- pleto. Situación que se explica por las mismas causas an- tes expuestas de estímulo nervioso en el primer período y falta de acción idéntica en el segundo, á efecto de la in- fluencia tóxica del agente morboso, que ha producido en la sangre la descomposición orgánica explicada, hacién- dola primero excitante y después anormal é ineficaz para la necesaria actividad fisiológica del dinamismo orgánico. Fijándonos ahora solamente en lo patognomónico de esta afección, omitimos hacer aquí otras explicaciones re- lativas á los síntomas de estos aparatos, que sean corres- pondientes á estados particulares ó complicaciones morbo- sas dadas, en que ellos padezcan de un modo conocido y apreciable al buen juicio profesional. Aparato circulatorio.—La angustia y compresión, más que dolor, que con propiedad se siente en la región pre- cordial, desde el primer período de esta afección, indican desde luego la lesión funcional del corazón, y como falta de acción para impulsar la sangre á la periferia del cuer- po; lesión refleja y consecutiva á la material orgánica de la sangre, ó sea á su iniciada discracia, que va aumen- tando por grados sucesivos hasta producir los varios fenó- menos descritos, en cuyo trascurso nocivo hace partícipe de su alteración á esta entraña, como su centro principal, produciendo en ella ese resentimiento fisiológico, especie 36 282 de colapus morboso, tan manifiesto en la mayoría de sus pacientes. Entre las alteraciones del pulso, lamas importante que ya conocemos en la diferencia del primero al segundo pe- ríodo, ó sea desde una elevación considerable á su regu- laridad y después descenso visible, hay que apreciar el que, si la enfermedad termina en el primer período por la convalecencia, se conserva aquél natural; mas en el caso contrario, con la calma aparente dicha sobreviene su len- titud y como blandura anormal y extraña; lo que sucede particularmente en la forma nerviosa, en que se obser- van también algunas intermitencias de estos caracteres con el de su dureza y pequenez. Avanzando ya el segun- do período y con él la descomposición orgánica de la san- gre, el pulso es lento y muchas veces filiforme, hasta ha- cerse imperceptible en las formas graves, lo que prueba la depresión y disminución de vitalidad del organismo en ellas. Es una observación continua la carencia de fibrina en la sangre de estos enfermos, como lo demuestra la débil consistencia de su coágulo en ella, con otros signos que la anatomía patológica nos revela. Las hemorragias propias del segundo período y en las formas en que las hemos descrito, son siempre de sangre más fluida que la normal, y poco ó nada coagulable; re- ducidas á ligeras epistasis ó exudación de la mucosa bucal en la forma leve; no así en las demás, en que aparecen sus progresivas gradaciones, hasta la de borra, presen- tando cualquiera de estas hemorragias el mismo carácter en los últimos tiempos de la enfermedad. A vista de la constancia y gravedad de este síntoma, hay quien cree que los enfermos mueren en tal estado exangües; ya por causa de estas hemorragias ó por la es- tancación cada vez mayor de la sangre en circulación, hasta cesar la vida, por no ser aquella remplazada fisioló- gicamente. Aparato digestivo.—El aspecto de la lengua, en gene- ral saburroso y blanquecino que se nota á la invasión de este padecimiento y que es debido casi siempre al estado ordinario del sugeto, suele desaparecer al fin del primer 283 período, haciéndose húmedo si ocurre la convalecencia, ó presentando un color amarillo verdoso hacia su fondo en sentido contrario; en cuyo caso, adelantando el segundo' período, la lengua se adelgaza, se reduce de volumen y pone seca, sanguinolenta y pegajosa; síntomas consecuti- vos á la alteración orgánica y funcional que hemos asig- nado en este aparato. La sed que muchos enfermos acusan, más bien que esta es un ardor interior producido por la sobreexcitación de la mucosa bucal y gastro-intestinal, á efecto de la misma al- teración morbosa. La epigastralgia, sensación de pena ó disgusto que se revela desde el primer período en todos estos enfermos, y que no desaparece del todo, es indudablemente debida á la primera impresión en el aparato gástrico de la lesión físico-químicav funcional que referimos; lesión que, inex- plicable por fíegmasia de ningún género en él, no tiene otra solución que como síntoma de la depresión nerviosa consecutiva en el plexo solar ó gran simpático. Si bien es verdad que hay casos raros y epidemias en que las náuseas y vómitos son poco frecuentes ó no exis- ten en el primero y segundo dia del mal, se manifiestan ya en el tercero y sucesivamente, apareciendo con bocanadas mucosas , flegmosas ó amargas en los enfermos de la for- ma biliosa; siendo las náuseas secas en los déla nerviosa. En el segundo período de la forma leve son menores las náuseas, y el vómito se reduce á arrojarse los líquidos to- mados con algún aumento de mucosidades ; no así en la biliosa en que los vómitos son de este carácter, amargos, oscuros y finalmente borrosos. En la forma nerviosa son más generales las náuseas secas á la presión epigástrica y últimamente á bocanadas, por regurgitación de borra negra y espesa. El vómito y rescoldo del estómago, como algunos le llaman, proviene de la irritación de la mucosa gastro-in- testinal provocada por el derrame de una bilis de cuali- dad acre y nociva, que llega á originar las evacuaciones mucosa y sanguinolenta, especiales en esta enfermedad. Confírmalo así la presencia de la bilis, primero por vómito amarillo, cuyo carácter no pernicioso aún demuestra no 284 haber sufrido degeneración morbosa y estar corrientes sus conductos normales; mas luego su aspecto verde, porra- ceo y últimamente negro, indican ya su descomposición orgánica, la putridez en fin, tal como la creemos, elemen- tal del padecimiento. La inapetencia y hasta horror á las sustancias animales son los signos más elocuentes de que en la alteración mor- bosa que se efectúa en el estómago y aparato digestivo es de cualidad animal el agente tóxico que la produce, como hemos afirmado al tratar de su naturaleza. En el mismo grado se encuentran la sensación dolorosa del cardias, las náuseas .y después los vómitos mucosos por la secreción aumentada y alterada de dicha membra- na, sobreexcitada desde luego por la especie de inoculación tóxica que se ha producido en estos órganos. Así, la epi- gastralgia que se comunica al hipocondrio derecho con preferencia, demuestra bien claramente la continuidad de acción del agente morboso por el tubo digestivo, y su comunicación al sistema hepático y aparato biliario con particularidad, provocando el derrame general de la bilis ya alterada, lo que se prueba ulteriormente por el estado ictérico visible y el aspecto bilioso de la piel, del sudor, de los vómitos y hasta de las orinas últimamente. El hipo, más común en los sugetos de temperamento nervioso y síntoma grave del último período de esta en- fermedad, tiene de suyo un carácter espasmódico; pare- ciendo ser de esta índole su causa inmediata, como refleja en el estómago, aunque primordial del tubo digestivo y gran simpático. Trasmitida la misma, alteración patológica primitiva á los intestinos, expresada por la molestia y sensación como de peso y compresión continua, anúncianse las cámaras ya en el segundo período, del cuarto al sexto dia, no lle- gando á ser totalmente líquidas ni muy abundantes; de consistencia grumosa, pastosa ó semilíquidas y de un color amarillo verdoso claro estas, se van cubriendo de estrías sanguinolentas y de borra, no mezclada aún con la masa en los primeros tiempos del mal, acompañándole algunos filamentos albuminosos y aun coágulos blandos de sangre negra y podrida, cuyo carácter no varía por la adminis- 285 tracion de los purgantes. Por la misma causa primitiva, dicha, se observan en algunos enfermos pujos poco moles- tos de cortas cantidades de materiales viscosos, mucosos y de borras. El estreñimiento del tubo intestinal en el primer pe- ríodo del padecimiento parece consecutivo al mayor desar- rollo de la contractilidad propia de este aparato, provoca- da por la concentración de sus fuerzas orgánico-vitales, contra la tendencia destructora del agente morboso, bajo cuya acción, no pudiendo eludir su terrible ataque, lle- gan como instintivamente á replegarse en detall; á lo que serán también debidas-las invaginaciones intestinales que varios refieren y que hemos visto repetidas veces en los cadáveres de las víctimas de esta enfermedad. El zurrido, como oportunamente le llama un autor con- temporáneo, parecido aunque no idéntico al charcoteo de la fiebre tifoidea, y que se encuentra entre el vacío y la fosa ilíaca derecha, difícil á veces de reconocer, parece indicar, según él, como si arrojaran los intestinos á la pre- sión líquidos y gases á un mismo tiempo. Este signo, muy manifiesto en la forma biliosa y menos en la leve, hace evidente la detención de gases intestinales y deja presumir ser un efecto espasmódico, producido por el au- mento de vitalidad local existente en el primer período, por la misma causa anteriormente expresada. Sistema hepático.—Pocos enfermos en general se que- jan determinadamente del hígado, más que de pesadez •en su región, y casi todos se encuentran bien ó mejor en el decúbito lateral derecho; lo que hace deducir que el núcleo principal de esta entraña no es el que padece primi- tivamente, si bien la ansiedad y el dolor epigástrico, ex- tensivo al hipocondrio derecho del fin del segundo período, revelan la alteración biliar indicada y, con la lesión funcio- nal refleja del sistema nervioso ganglionar ó de la vida orgánica, la degeneración final grasienta del hígado, que se nota por la anatomía patológica. Aparato urinario.—La orina algunas veces encendi- da y con sedimento latericio en el primer período de la forma leve del mal, es turbia en la biliosa y clara en la nerviosa. Espesa, amarilla y grasienta en el segundo pe- v 286 ríodo de todas las formas, llega á dar en fin de este esta- do el color amarillo bilioso que hemos dicho teñir las ro- pas blancas. Poco abundante desde el principio y regular en la forma leve, va disminuyendo paulatinamente en todas las demás, hasta suprimirse completamente de un dia á dos antes de ocurrir la muerte. Amoniacal desde luego reacciona así y dá normalmente sedimentos de fos- fato de amoniaco y carbonates de cal y de magnesia, vol- viéndose neutra y luego acida al tercer dia, si sobreviene la convalecencia, ó al entrar el segundo período. A esta época se presenta en ella la albuminuria, reconocida y comprobada por todos los observadores, que parece recono- cer por causa la citada alteración de la sangre y de sus principios albuminosos, transformándose estos en albumi- natos alcalinos, permeables ya por los ríñones; asociándose á ello la lesión consecutiva de estos órganos, como lo están los demás de la economía animal. DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL. Las anomalías en el orden sintomatológico de la fiebre amarilla; la precipitación y contrariedad de algunos de sus fenómenos, así como la ausencia de otros, reconocen casi siempre por causa la variada entidad de sus formas y el desorden ó incoherencia fisiológica individual, resultado constante de las diferencias de temperamentos y variados géneros de vida, mucho más antihigiénicos en América y particularmente en la Isla de Cuba, donde ocurren de, continuo las violentas transiciones físicas y morales que hemos detallado al tratar de las causas de esta enfermedad. La fiebre amarilla de América se diferencia de la de Europa por ser endémica allí y propia del verano y otoño, aunque algunas veces es también epidémica, pero li- mitada á estas estaciones; cuando aquí, propia también de la misma época, siempre es epidémica. La primera ataca con preferencia á los Europeos y muy especialmente á los recien llegados, efecto visible de la impresión que hacen en ellos las cualidades climatológicas del país; salvándose sólo de ella la mayor parte de los indígenas que llevan mucho tiempo de residencia en éste; pm3S ya hemos di- 287 cho acometerles también en tiempos de fuerte epidemia; sin ser bastante causa de indemnidad el haber padecido la viruela ó la fiebre tifoidea. La de Europa, al contrario, ataca á toda clase de personas, excepto álos Americanos y recien llegados de larga permanencia en los países cálidos, salvándose de ella los que han pasado la fiebre tifoidea ó la viruela. Aunque el aparato de síntomas de esta enfermedad es el mismo en ambas partes, parece, sin embargo, entre- verse alguna diferencia en su intensidad relativa. En América, á efecto de las citadas cualidades del clima, existe una continua relajación de los tejidos y cierta fla- xidez en la fibra orgánica, producida también por el casi continuo calor y sudor habituales, notándose una espe- cie de sordidez y como atonía orgánica en la marcha de las enfermedades; lo que hace aparecer más breves y me- nos visibles y activos los síntomas febriles de esta, que.en Europa, donde por las circunstancias contrarias y el me- nor predominio de humedad sobre todo, es más común que allí la forma que hemos llamado inflamatoria y con ella las hemorragias, el delirio violento, el calor abrasa- dor, la sed inextinguible, el estado comatoso y otros sínto- tomas de igual carácter. Por eso es muy importante en este padecimiento determinar bien la influencia de los fluidos atmosféricos, que es variable en distintos años y en diferentes localidades, cuyo desorden ó predominio influ- ye en la mayor ó menor fuerza de él y en su mortalidad. Por esta causa se vé en la sequedad, más predominante en Europa, activarse en general las congestiones, cesar con el frío, el delirio y otras afecciones propias de los países cálidos. Es de interés igualmente esta determinación pa- ra poderse distinguir la etiología respectiva de la fiebre amarilla, con la de las intermitentes ú otras de diferentes tipos. Difiere además la fiebre amarilla de América de la de Europa en que en esta se presentan algunos casos en que no hay rubicundez en los ojos; el semblante es muy en- cendido, descompuesto, aterrado y casi feroz, accidente más propio de los países fríos que de las Antillas, en que aparece triste y decaído. En el Norte, dice Rusch, ser 288 como ensangrentado primero y luego oscuro y abatido. El mismo observador refiere haber visto en este punto bajar el pulso á treinta latidos.por minuto. También es frecuente en las latitudes frescas, hacerse generales los dolores lum- bares hacia el segundo período de esta enfermedad. Se diferencia, por otra parte, el tifus icterodes del euro- peo, en que en este no es la invasión brusca, sino con pró- dromos y síntomas gástricos hasta de ajgunosdias; no hay en él coloración alguna de la piel. Febril sí desde el prin- cipio, ofrece la apirexia, pero no falsa é insidiosa como aquella; no hay en él vértigos ni horripilaciones, y sí la tos característica y la sordera que faltan en el anterior. La diarrea en el de Europa es pronta, mucosa ó ^biliosa, y no de borra como en el segundo período del indicado. El pul- so manifiesta el aumento de frecuencia febril y paulatina sin el decrecimiento notable que en aquel. Su curso es más lento; el delirio constante, y muy frecuentes los ac- cesos críticos, que son raros en el icterodes, así como más larga en este su terminación, que es fija y marcada en aquel. Estando ya fuera de duda, que la alta temperatura y fuerte calor constituyen un elemento poderoso de descom- posición pútrida, siendo esta la causa mas activa y espe- cial déla fiebre amarilla, confírmase también ser la mis- ma la de las fiebres biliosas graves, pútridas y pernicio- sas de los países cálidos, que en menor graduación morbo- sa, aunque en la misma escala, reinan allí en verano y otoño. Estas, aunque ofrecen casi los mismos síntomas que aquella, presentando la amarillez de la piel, los vómitos oscuros ó negros y hasta las hemorragias, se diferencian, no obstante, de la misma, para atacar indistintamente á toda clase de habitantes, con particularidad á los que vi- ven cerca de lugares pantanosos y están, por lo mismo, más expuestos á la influencia del agente patogénico. En la invasión de la fiebre amarilla, el pulso febril decrece por grados al fin del tercer dia y vá bajando hasta el sex- to; cuando en las citadas fiebres hay apirexias, remisiones y exacerbaciones de frío, calor y sudor, como no en aque- lla. En las mismas hay pródromos y síntomas gástricos desde luego, amargor de boca, dolor epigástrico, vómitos 289 amarillos y diarreas albinas abundantes, que terminan con el padecimiento. El curso de un acceso pernicioso es más breve que el de la fiebre amarilla, y mayor su intensidad febril que en esta. En dichas fiebres, y en casi todas las intermitentes, está comunmente el bazo hipertrofiado, lo que no ocurre en aquella. En las de los países cálidos apa- rece el llamado íctero, aunque más bajo de color, desde el principio, como el vómito, este más generalmente ama- rillo que negro, y las hemorragias pasivas, que son pocas veces gastr o-intestinales y nunca subcutáneas, antece- diéndole á ocasiones los fenómenos atáxicos; mientras que en la fiebre amarilla se observa el íctero al segunda ó ter- cer día y no vienen los vómitos negros y las hemorragias hasta el segundo período. En la fiebre amarilla se observa desde él segundo dia la albuminuria, que en aquellas falta completamente. El curso de la fiebre amarilla es rápido, pronta la terminación y en general franca la convalecen- cia, al paso que en las fiebres palúdicas graves hay alter- nativas de apirexia y exacerbaciones, y la convalecencia siempre es larga y penosa. En la fiebre amarilla hay, con la cefalalgia intra-orbitaria, subsaltos de tendones y aun convulsiones que no existen en las antedichas. El aspec- to déla lengua es también diferente, pues en aquellas es húmedo y no llega á aparecer esta negra y temblorosa como en la fiebre amarilla. Por último, en estas fiebres suele verse con facilidad la trasformacion de intermitentes en remitentes y aún continuas, con los síntomas ordina- rios de aquella, sin este tipo, lo que comprueba la idéntica índole morbosa de todas, aunque en la distinta gradación que indicamos en ellas. Pudiera también confundirse la fiebre amarilla con la tifoidea, mas si bien esta es de análoga entidad patológi- ca, discrepa sin embargo bastante en su manifestación. Ella se presenta siempre consecutiva á fiebres de carácter gástrico, con síntomas inflamatorios, calor-urente, cefalal- gia frontal, estupor, zumbido de oidos, sordera, abolición de la vista y aberraciones en el tacto, cuyos últimos sín- tomas no existen en la amarilla. En la tifoidea se presenta ílesde luego la lengua seca, negra y greteada, con amar- gor de boca, sin constipación de vientre y con náuseas y 37 290 vómitos amarillo-verdosos, no oscuros, acompañándole la diarrea mucosa ó biliosa; cuyos síntomas difieren bastante de los de la fiebre amarilla en su invasión y primer período, en que aparece la lengua blanca, húmeda y después seca, y con una capa sanguinolenta que, raspada, deja ver ínte- gra su membrana, siguiéndole sus demás signos caracte- rísticos, ya apuntados. En la fiebre tifoidea hay tos y disnea intensa, como nó en la anterior. El color amarillo de la tifoidea se limita exclusivamente á las alas de la na- riz y bordes de los labios, desapareciendo con la enferme- dad; no como en aquella, En esta el pulso es ascendente, si bien se presenta blando y como aplanado en su curso, no con el brusco descenso que en la amarilla. En la ti- foidea si bien hay supresión de orina, no es completa, ni por parálisis de la vegiga, como en aquella; y aunque existen en la misma el meteorismo y gorgoteo caracterís- ticos, calambres y carpología, su curso es más largo y continuado, cuyos caracteres principales faltan en la fie- bre amanilla, en que descuellan en general la coloración de la piel, la cefalalgia intra-orbitaria, el dolor lumbar, el descenso del pulso, los vómitos, las cámaras oscuras, y la albuminuria constante en todos los casos. Distingüese también la fiebre amarilla de la carcelaria, de hospital ó castrense, por acometer esta en cualquiera estación del año, con temblor de las manos, tener remi- siones de madrugada, no presentar el íctero y terminar por sudor, cuando aquella es sólo propia del estío y otoño y constante en ella el color amarillo de la piel. Los síntomas de la fiebre amarilla difieren también de los de las palúdicas remitentes ó intermitentes benignas, no sólo en su patognomonía propia, sino en ser en ella la remisión signo de convalecer y no presentar exacerba- ción ni intermitencia; pues cuando alguna de estas apa- rece, es por degeneración morbosa de la primera en cual- quiera de la de estos tipos. A este tenor, dice el Dr. Aré- jula, no haberle encontrado jamás una verdadera inter- mitencia, lo que hubiera celebrado infinito, par a pronosti- car mejor y haber triunfado de ella sin dificultad.. Se diferencia igualmente esta fiebre de las demás lla- madas esenciales y en particular de la inflamatoria y bi- 291 liosa de los antiguos, no sólo en los síntomas propios de su invasión y primer período, sino en varios signos que apuntamos á continuación. El encendimiento del rostro y de los ojos no son nota- bles en las fiebres inflamatoria y biliosa, como en la ama- rilla. El vómito bilioso de las de este carácter empieza blan- co, luego es seroso y amarillo, mas nunca negro como en esta. Las fiebres dichas otoñales no vienen acompañadas de los vómitos ni de la borra, como sucede en la misma. No sangran de la nariz los enfermos en la inflamatoria ni en la biliosa, como en la amarilla. No hay en las mismas el íctero ni supresión de orina, ni esta es amarilla, como en la de este nombre. La gravedad sucede en las indicadas sin escalofrío ni rigor, como en la antedicha. No existen, por último, en ellas las manchas equimóti- cas, violáceas ó leves, que tan suficientemente se revelan en la fiebre amarilla. Como hemos dicho, de otro modo, presentarse en la in- vasión de este padecimiento los escalofríos, la molestia y dolor de estómago, con las náuseas, lo que algunos pa- cientes atribuyen á indigestión, conviene distinguir opor- tunamente los síntomas de una y otra enfermedad. En el empacho ó indigestión el semblante no está al- terado ó marchito el color de la piel sigue natural; no ca- recen los enfermos de saliva, y esta es abundante, como las demás secreciones mucosas; sus fuerzas son regulares y están ágiles; no hay alteración en el pulso, escalofríos ni dolor lumbar; todo lo que sucede al contrario en la fiebre amarilla. También suelen algunas personas, al sentirse con esca- lofríos y dolor de cabeza, creerse constipadas; mas hay que distinguir en este estado la aparición del pulso lleno y duro á la vez, y las grandes secreciones mucosa y sali- val, propias del catarro, y diferentes del carácter especial de la cefalalgia y del dolor lumbar de esta enfermedad. Finalmente, como se ha pretendido desde lo antiguo que la fiebre amarilla tenia mucha semejanza y era fácil 292 de confundirse con la peste de Oriente, cuya procedencia es general creerla de la Siria ó de Constantinopla, en que es endémica, conviene designar bien los signos distinti- vos de ambas, para evitar toda duda ó confusión de diag- nóstico. En la fiebre amarilla faltan completamente los sínto- mas patognomónicos de la peste de Levante, como son los dolores vivos y agudos generales, y en particular fijos en las axilas, detrás de las orejas y en todas las regiones glandulares; síntomas precursores de los bubones, paró- tidas y carbunclos, especiales de dicha enfermedad, y casi siempre,, de pronóstico mortal; no debiendo confundirse con ellos algunos tumores críticos de estos y otros puntos que en la fiebre amarilla, como en la tifoidea, suelen apa- recer al final de ellas. En el primer período de la fiebre amarilla hay cierto temor á la muerte y como desconfianza de todo, lo que no ocurre en la invasión de;otras enfermedades graves. La peste de Asia se ceba más comunmente en las ciu- dades populosas, de poca higiene y atmósfera viciada; cuando la fiebre amarilla acomete indistintamente, aun- que reconoce también por causas las que de este orden hemos detallado. La comunicación del mal á otras personas, su propa- gación, variedad, incoherencia y amomalía de sus sínto- mas, curso, duración y malignidad ó mortalidad, como el ser leve á su declinación epidémica, son cualidades igua- les en ambas enfermedades; mas estos son hechos gene- rales en toda epidemia y comunes á uno y otro padeci- miento. La cesación del escalofrío primero y del calor después, en el fin del primer período de la fiebre amarilla, pudie- ra equivocarse con la reducción del calor y disminución del pulso que se observa en la peste; mas puede aclarar- se el diagnóstico con el conocimiento de los^ demás signos propios de las dos enfermedades. El color de la piel es' en la peste de Levante verdoso, empavonado, con manchas escorbúticas y característico; diferente del amarillo, de paja ó manzana, de la fiebre amarilla. * 293 La cefalalgia, rinorragia y enrojecimiento de los ojos y de la cara, síntomas comunes con los de la peste, se di- ferencian de ella en nuestra fiebre por el dolor lumbar, la epigastralgia y sus demás síntomas patognomónicos y es- peciales. Del mismo modo el entorpecimiento de los miembros y articulaciones, el ardor de la piel, la anhelación y los vó- mitos de bilis glutinosa y porracea, pudieran hacer con- fundir esta enfermedad con la peste; mas hay que tener presente que esta ataca de pronto y violentamente al prin- cipio vital en su esencia, presentándose con vahídos, atur- dimiento y coma profundo, todo repentinamente; cuyos síntomas aparecen en el segundo período de la fiebre. amarilla. El hipo angustioso y con regüeldos del último período de esta enfermedad, tan notado por Smith en New-York en 1795, y que hemos dicho ser un movimiento espasmó- dico funesto, es diferente del de la peste, que se presenta sin violencia y al principio del padecimiento. Los saltos de tendones y aun convulsiones de dicha fie- bre, tan característicos de la lesión profunda de los cen- tros nerviosos, extensiva á la periferia, no es peculiar de la peste de Atenas, como de dicha enfermedad. En conclusión, el trismo que algunas veces se ha ob- servado en estos enfermos, ha sido irregular y como con- secutivo á espasmos de la faringe y del espinazo, distinto del propio del tétanos, tan común como horroroso en América. CURSO, DURACIÓN, TERMINACIÓN Y PRONOSTICO. El curso de la fiebre amarilla es rápido, aunque vario ó irregular, y paás bien continuo; pues la remitencia que parece observarse del tercero al quinto dia de enfermedad, ya hemos dicho no ser tal y sí de calma falsa ó insidiosa, que constituye el intervalo del primero al segundo perío- do. Si alguna, bien caracterizada, rara vez se presenta, es debida al carácter propio y á la naturaleza del mal, que habiendo sido combatido sin la oportunidad y energía precisas, disipados en la apariencia sus primeros efectos, subsistiendo su índole tóxica, y con ella la infección mias- mática de la sangre y la alteración pútrida de los líquidos secretorios indicados, reaparece su malignidad con todo el horrible cuadro de sus síntomas patognomónicos. Esto ocurre algunas veces cuando en el curso del mal, y es- pecialmente en su primer período, los enfermos rehusan tomar los medicamentos más eficaces contra él y fian su vida á otros vulgares é inactivos, cuando nó perjudiciales. No siendo pues suficientes á producir la curación los me- dios terapéuticos empleados, y á efecto otras veces de abu- sos en el régimen dietético y de excesos en el orden y funciones de la vida, tras de un alivio dudoso, ya en-el segundo período, ocurre la recidiva, y entre los síntomas más alarmantes de una gravedad intensa y rebelde á todo tratamiento, sobreviene la muerte, de que hemos visto al- gunos ejemplares; otras veces dicha recaída aparente ó su- puesta remitencia es la primera invasión del mal, sobre el padecimiento anterior de fiebres gástrica ó biliosa, que se han tenido por fiebre amarilla, como hemos dicho an- teriormente. Fijándose bien el juicio en los síntomas de la invasión y curso de esta enfermedad, no puede menos de recono- cerse, con la identidad de su esencia, aunque variedad de formas, la extrema rapidez con que se suceden sus fe- nómenos propios, así como su continuidad en la marcha fija y constante de su primer período, caracterizado por 295 el aparato de síntomas febriles y flogísticos que le consti- tuyen; el estado de colapsus ó intervalo de aquel con el período segundo, y en este ya la aparición, ó de los signos de convalecencia, ó de los de adinamia ó ataxia que establecen su gravedad. Algunas veces, es cierto, en los casos llamados fulminantes suelen presentarse atropella- damente y como en confusión los síntomas del segundo período, sin haber terminado aún los del primero, lo que es debido á la mayor susceptibilidad orgánica del tem- peramento sanguíneo de los sujetos, en quienes esto es más común, y á la mayor intensidad de la intoxicación y descomposición sanguínea, por no haberse combatido á tiempo la afección, ni lograrse destruir ó arrojar oportuna- mente su elemento productor ó causa inmediata de él. De todos modos es lo general aparecer al tercer dia el citado descenso del pulso y empezar á predominar los síntomas gástricos á los febriles anteriores, insinuándose así la en- trada del segundo período de la enfermedad. Desde enton- ces empieza ya á manifestarse la forma que ulteriormente ha de seguir aquella, siendo más breve el curso en la in- flamatoria y nerviosa que en la biliosa, y reducido en lo general á dos ó tres dias en la leve. La duración de la fiebre amarilla' es variable, según sus formas determinadas y los individuos á quienes aco- mete. En los adultos es más rápida y grave que en los ni- ños y viejos, y menos en las mujeres que en los hombres. Cuando es leve y, á beneficio del tratamiento, se presen- ta el sudor á los dos ó cuatro dias de la invasión, suele ser común la terminación favorable. Cuando es grave es de siete á diez dias próximamente, sucediéndose en ellos la convalecencia ó la muerte; pues si bien en algunos enfermos se ve prolongarse hasta los diez y siete ó veinte dias, es á consecuencia de complicaciones con otras enfer- medades, ó alas circunstancias especiales del país, que han dado lugar á ser más ó menos franca la eliminación del mal. Otras veces ha existido plétora en algunas personas y han sido necesarias las evacuaciones sanguíneas, en cuyos casos parece retardarse el curso del mismo, hasta lograrse el buen equilibrio orgánico y con él los efectos terapéuticos. O bien algunas naturalezas privilegiadas, 296 aun sin tratamiento apropiado, han resistido más tiempo, y así se les ha visto morir á los doce, quince y aún más dias de enfermedad. La opinión de que el calor del clima y el estacional abrevian sus períodos, no deja de tener valor, y así lo hemos observado en los Trópicos, en corroboración de influir mucho tal condición de temperatura para la pre- sentación y veloz desarrollo del padecimiento. Siendo lo común acometer esta enfermedad de noche ó por la madrugada, se observa siempre tomar incremento la fiebre al medio dia, empezando á descender á las diez, doce ó más horas de la invasión; encontrándose mejor los enfermos desde la madrugada hasta las diez del dia; pero sin llegar á haber en ellos una verdadera intermitencia déla fiebre. Así se pasa el primer período con todos los demás síntomas enunciados, sobreviniendo á continuación el falso alivio, en que los enfermos se encuentran bien en la cama: aparece luego con el segundo período el íctero, que remplaza* al rubor del semblante, la'postración y des- censo del pulso, y avanzando el mal en gravedad, todo el cúmulo de síntomas descritos hasta el séptimo dia, en que generalmente en tal estado es mortal. Uno de los fenómenos patológicos, si bien no generales, pero que se presenta algunas veces á la terminación de esta enfermedad, y especialmente en las epidemias, es la ci- tada inflamación de las parótidas, que termina por su- puración ó resolución, lo que le ha hecho aparecer como signo crítico de la misma. Esta terminación se efectúa como por inanición ó falta de sangre y de potencia orgánico-vital, sin sudores visco- sos fríos generales y sin el exterior ni la cara hipocrática, que en las enfermedades comunes. La disminución de la gravedad de los fenómenos mor- bosos hacia el quinto dia del padecimiento; la cesación del dolor epigástrico; la regularidad del pulso; algún mador de la piel y la aparición del apetito, anuncian la buena terminación, que, aunque se verifique, nunca en lo general es completa hasta los doce ó quince dias, que- . dando siempre su rastro propio en el color amarillo terreo de la piel, llamado aplatanamiento. 297 La transformación aparente del tipo morboso del ti- fus icterodes en otros parecidos, pero nunca idénticos, es frecuentemente debido al carácter é intensidad de las causas referidas. Así no es extraño observar que después de haberse padecido en América fiebres intermitentes, de las que, á consecuencia de la paludia del país, han sido rebeldes á enérgicos tratamientos, se presente esta enfer- medad, en último extremo, algunas veces y como en el de mayor gradación patogénica, que hemos designado. En otras ocasiones á la inversa, al fin de la fiebre amarilla, y aun ya en la convalecencia de esta, á efecto de las mismas causas y bajo las mismas condiciones, ocurre el presentarse las intermitentes biliosas y aun perniciosas de los países cálidos, que, como indicamos, tanto se han con- fundido con la fiebre amarilla. La convalecencia es comunmente larga, quedando una debilidad general y característica por más de un mes, en lo ordinario. Las recaídas, así dichas, nunca son de la pro- pia enfermedad, y sólo son evidentes de empacho gástrico, fiebre catarral ó intermitentes; pues repetimos con Louis y Doutroulau, la fiebre amarilla, bien diagnosticada, ja- más acomete segunda vez en la vida. Aunque por lo general dudoso, siempre es grave el pro- nóstico de esta enfermedad, contribuyendo mucho á ello la índole de los síntomas, la estación, la constitución mé- dica predominante y las condiciones de localidad; en América la época de llegar de nuevo las personas, su tem- peramento, idiosincracia, género de vida, método curati- vo y tiempo en que se adopte. En cuanto á los síntomas hay que referirse á las formas expresadas, pudiendo ser más favorable en la leve, si- guiéndole la biliosa sin complicaciones, la inflamatoria en que es muy grave, y la nerviosa en que es frecuente- mente mortal. Las circunstancias de la estación influyen para lo mis- mo por la mayor elevación de temperatura del Estío, que abrevia los períodos del mal, y por el exceso de humedad del Otoño, que aplana las fuerzas orgánicas, viéndose cambiar el estado de los enfermos, según el predominio de uno ú otro extremo. 38 298 De igual manera y en la misma proporción obran las variaciones atmosféricas repentinas, que tan comunes son en esta última estación en Europa y en verano en Amé- rica, y que producen iguales alteraciones, rápidas y vio- lentas, en la situación de los pacientes. La constitución médica reinante sirve asimismo de mu- cho para la entidad del pronóstico, por verse en unas epi- demias predominar el carácter gástrico al adinámico ó atáxico ó viceversa, y así ser más ó menos favorable ó ad- verso el término de la enfermedad. Al dejar en lo patogénico establecida la relación de las condiciones de la localidad, con el mayor ó menor desar- rollo y actividad epidémica del padecimiento, entendido se está lo que ha de contribuir la misma parala más ó me- nos gravedad de él, y por consiguiente para su más li- sonjero ó infausto pronóstico. És también otra circunstancia relativa para este la épo- ca de llegar de nuevo los Europeos á América; pues te- niendo esto lugar en invierno, se va favoreciendo en ellos paulatinamente la aclimatación que, más ó menos com- pleta al verano próximo, hace ser menos grave la invasión de la enfermedad, que cuando ocurre en esta estación, al poco tiempo de su llegada á allí. Las condiciones individuales de edad, sexo, tempera- mento, idiosincracia y género de vida concurren del mis- mo modo para el objeto; pues expresadas las diferentes susceptibilidades orgánicas y ser mayor para este mal las del temperamento sanguíneo ó pletórico y la idiosincracia gastro-hepática, probado está ser en estos y más en los hombres que en las mujeres, desfavorable el pronóstico, por ser en ellos más pronta su discracia y adinamia y más activa y grave esta transformación morbosa. La robustez, la vida activa y la alimentación fuerte y estimulante le hacen más peligroso; lo mismo ocurre en los sujetos de vida desarreglada ó viciosa, por abusos de todos géneros ó por pesadumbres y privaciones que apla- nan las fuerzas orgánico-vitales y favorecen la depresión nerviosa subsiguiente en el período avanzado del padeci- miento. Al contrario sucede en las personas de temperamento linfático ó nervioso y vida arreglada, en que se conservan 299 en buena proporción las fuerzas orgánicas para resistir el grave ataque del dinamismo. En general, cuando el enfermo ha sido socorrido al poco tiempo ó en el mismo dia de la invasión, y la fiebre es moderada ó leve, ocurre frecuentemente no pasar al se- gundo período ó ser muy benignos los síntomas de este, en cuyo caso el pronóstico es mucho más favorable. Mas, sin la primera circunstancia, hay que tener muy en cuen- ta el que entre esta levedad aparente, á veces, de los sín- tomas febriles, suelen presentarse muy embozados los pro- pios de la fiebre amarilla en mayor proporción; cuyas in- sidiosas circunstancias interesan sobremanera para la me- jor seguridad del pronóstico. Cuando en los casos leves, los síntomas febriles desapa- recen al segundo dia ó principio del tercero, se anuncia alguna hemorragia por las encías ó epistasis ligera, y asoma la amarillez en el dermis, puede tenerse por segura y pronta la convalecencia, á no coincidir alguna otra grave compli- cación morbosa. Mas si al desaparecer los síntomas febri- les, bien entrado ya el segundo período, subsisten las in- yecciones, la postración y los dolores, aparece la albumi- nuria, la amarillez, las congestiones y hemorragias pasi- vas de sangre alterada, con el pulso lento y deteriorado, puede augurarse al enfermo un término fatal, aunque po- cas veces se nota antes una falsa mejoría. De igual manera la aparición de un suave sudor que se hace constante, remitiendo la fiebre á las veinticuatro ó cuarenta y ocho horas de la invasión, ha sido siempre signo favorable, viéndose entrar desde entonces la conva- lecencia. En la forma biliosa, en que sobresalen los síntomas de este orden casi desde el principio hasta el segundo perío- do, la cesación de los vómitos y aparición de la diarrea, de igual carácter, con la disminución de otros síntomas graves, confirma la cualidad benigna, su cediéndose el íc- tero y la convalecencia; pero si se agravan los síntomas gástricos, vienen los vómitos y estos se hacen oscuros, asociándose los demás síntomas graves, así y aun mortal se hace el pronóstico, en el primer septenario ó al fin de este. 300 En general la tendencia del pulso á la lentitud, la sub- sistencia de la gastralgia, el ardor de la frente, las aluci- naciones y el terror del enfermo anuncian la proximidad del segundo período, que será más ó menos grave, según sea la intensidad ó levedad de los síntomas descritos. Ya entrado en este le hacen más bonancible la dismi- nución progresiva de la albúmina en las orinas, siendo es- tas rojas y con sedimento, la menor tendencia alas náuseas y vómitos, la subsistencia normal del pulso, el poco sopor, modorra, indiferentismo y angustia interior. Lo contrario de lo referido; el abatimiento de fuerzas, el brusco descen- so del pulso, la prontitud de los equímoses y de las hemor- ragias abundantes y pertinaces, la disminución de las ori- nas y estas con mucha albúmina, ó turbias, sanguinolen- tas ú oscuras; no sudar ni traspirar el enfermo; un mal- estar ó agitación, que se revela por el cambio continuo de posición, el insomnio y delirio, la ansiedad y presagios fa- tales, son signos de mucha gravedad. En igualdad de circunstancias se encuentra el obser- vador cuando en los casos llamados fulminantes son los fe- nómenos febriles apenas de un dia de duración, y con postración cerebral, suma agitación y dolores interiores, decae de pronto el pulso, vienen la amarillez y abundantes hemorragias, se suprimen las orinas y se presentan las con- vulsiones y el delirio, en cuyo caso el pronóstico es casi siempre mortal. Respecto á las hemorragias hay que distinguir las cor- tas ó leves de la mucosa bucal y las epistasis del primer período, de favorable augurio, diferentes á lo contrario de las pasivas, abundantes gastrorragias á bocanadas y por cámaras, acompañadas generalmente de borras. El vómito negro, aisladamente considerado, no prejuzga exclusivamente el término fatal, á no venir acompañado de las hemorragias; siendo más grave en el principio del segundo período que en el de la reacción. Entre la serie, en fin, de síntomas graves y mortales, figuran los equímoses, las petequias y hemorragias por vómitos y cámaras con borras; la adinamia ó ataxo-adi- námica; la anhelación ó respiración muy agitada; el coma, estupor, delirio, convulsiones y temblor de los miembros; 301 la raquialgia y dolores violentos; la supresión de orina y á veces fuerte irritación de la uretra; el color rojo oscuro de la lengua como bañada por vino tinto; poca y pegajosa saliva, ojeras oscuras y extensas ; la respiración convul- siva, con el hipo angustioso; las hemorragias pasivas de la piel y orificios externos, y las gangrenas de las partes ge- nitales. Sin embargo de todo lo dicho, el pronóstico de esta en- fermedad, de suyo insidiosa y traidora, es siempre aven- turado, por lo difícil de establecerlo de un modo absoluto, ni aun aproximado, hasta pasado en general el quinto dia cuando menos, en que pueda verse, por la fácies particular de los síntomas indicados, la marcha ulterior probable de la enfermedad; pues como en ella obra una tan grande perturbación en las leyes orgánico-vitales de la economía animal, hallándose descompuesta la sangre y tan depri- mida la inervación, necesitan mucho tiempo para repo- nerse los enfermos; así se suceden con la mayor frecuen- cia los fenómenos funestos más sorprendentes, ya en el primer septenario ó apenas trascurrido este; por lo que hay que atender mucho á cuanto hemos dicho antes sobre las circunstancias relativas á este propósito y tener gran reserva en el pronóstico, especialmente mientras no pase el primer septenario y sigan los síntomas tifoideos en el se- gundo período. Es vulgar y general creencia en América, el que cada cuarto dia próximamente es iniciador y crítico de esta enfermedad. Sobre esto ya hemos dicho no haber obser- vado nada exacto é invariable, digno de ser establecido como doctrina; pues si algunos fenómenos se ven coin- cidir á veces con los dias llamados indicadores y críticos, esto es casi siempre relativo á multitud de circunstancias, entre ellas á haberse adoptado ó nó un tratamiento opor- tuno; viéndose con esto contrariada tal teoría, como he- mos tenido lugar de comprobar, en comparación de casos análogos en uno y otro extremo y en variedad de formas del padecimiento. No obstante, prácticos distinguidos confirman ser frecuentes estos dias indicadores y propor- cionados á dichas formas. Así se dice poderse juzgar la enfermedad en el dia cuarto en la forma llamada atáxi- 302 ca; en la dicha efémera sobre el séptimo; la gástrica en el noveno, y en el undécimo la adinámica. Dias indicadores que para otros lo son, según las formas, el tercero, quinto, noveno y undécimo. La mortalidad de la fiebre amarilla es correspondiente á una porción de causas locales, condiciones epidémicas y circunstancias individuales, que es necesario tener muy presentes para poder determinar con alguna verosimilitud el cálculo estadístico de la misma. Entre aquellas forma una parte muy esencial la índole ó forma particular mor- bosa que predomina en la epidemia, ó en épocas dadas de esta; pues si por una parte la forma leve da una mortali- dad reducida al cuatro ó seis por ciento, y en la biliosa alcanza al doce, en la inflamatoria y nerviosa sube á más la proporción, llegando en la primera de estas comunmente al treinta por ciento y subiendo aún la última hasta el se- senta muchas veces, según una multitud de dichas cir- cunstancias. Teniendo estas presentes, con un delicado esmero es como en un trabajo inédito reciente de los profesores del Cuerpo de Sanidad militar, que en Barcelona trataron esta última epidemia, entre otros muy luminosos detalles de su invasión, marcha y terminación, obra un croquis estadís - tico interesante, cuyo Orden, por lo recomendable que es en absoluto, nos permitimos citar á continuación. «Estadística,—Por sexos, edad, profesiones y estado civil. Designación de la influencia constitucional médica rei- nante con su fijeza y variaciones. Efectos de esta constitución, fija ó variable, en las for- mas déla enfermedad. Número de enfermos en general y según su clasifica- ción citada. Defunciones que dió la epidemia, según las formas. Número de individuos de la población. Tanto por ciento de enfermos y muertos proporcional en cada parte de esta. Cálculos de fuerza del más órnenos, en sus diversos pe- ríodos de invasión, progreso y disminución de la epidemia. Condiciones locales donde obra el agente morboso. 303 Período de observación de los enfermos y localidades en que estuvieron. Proporción de enfermos y muertos entre hombres, mu- jeres y niños.» Sin la estimación de estos datos, resulta en general en un treinta por ciento la mortalidad de los enfermos de este mal en América; menor ya que en lo antiguo, en que subía á un cincuenta por ciento la misma relación; efecto innegable esto, como antes digimos, de los progresos que la higiene va haciendo por todas partes y, menester es decirlo sin lisonja á la época actual, resultado del mejor acierto con que, aparte de todo apasionado sistema mé- dico, hoy se trata esta enfermedad, tanto en América como en España, con un eclepticismo racional y filosófi- co, á toda prueba aceptable y reconocido. ANATOMÍA PATOLÓGICA. Siendo este uno de los extremos más importantes de la ■ materia que nos ocupa, porque de su exposición ha de surgir el j uicio más comprobado de la naturaleza de esta enfermedad, y con él la adopción de la que parezca mejor doctrina de su tratamiento, procuraremos, ya en general, ya por detalles de cada una de nuestras observaciones, pre- sentar los ejemplares más exactos de las mismas, á fin de asentar definitivamente cuáles son las lesiones más pro- pias y esenciales del mal, y las deducciones más naturales y consiguientes de ellas al fin propuesto. Hábito exterior.—Aparte de las señales de las sangrías, vejigatorios y ventosas que algunos cadáveres presentan y del general aspecto de rigidez cadavérica, con el particu- lar de flexión de las extremidades superiores, que en estos se encuentra, obsérvase en las personas muertas del tifus icterodes, el color amarillo característico de limón ú ocre de la piel y de las escleróticas, aunque mate á veces en estas, y otras de color pajizo el general, que alterna con manchas lívidas, violáceas, aplomadas y negras, espe- cialmente hacia los puntos más declives, que parecen equímoses cadavéricos. En algunas ocasiones hay pete- quias en la parte anterior del pecho y del vientre. Los la- bios, aunque en raros casos cárdenos, es lo general apare- cer amarillos ó pajizos, como las encías, y estas comun- mente entumecidas y con sangre extravasada por ellas. Además de estos vestigios hemorrágicos subcutáneos, considerados posteriores á la muerte, existen otros en los párpados, en la frente y lados del cuello, consiguientes á hemorragias intersticiales durante la vida; manchas pro- ducidas, según muchos observadores, por el principio colo- rante, amarillo de la sangre, en cuya circulación se efec- túa el trastorno fisiológico que hemos expresado; fenóme- no igual al que se ve en la ictericia de los recien nacidos y que parece efectuarse en la red vascular del dermis. Aunque algo más que esto creemos que ocurre en esta tras- formacion constante amarilla y casi general, no sólo de la 305 piel, sino déla mayor parte de los tejidos del organismo, coincidente con el aumento y alteración especial de la bi- lis, que se observa casi perenne en todos los cadáveres de esta enfermedad, sin que haya prueba ni razón bastante para negarse la opinión contraría de su aumento de secre- ción, especie de fermentación pútrida y derrame en los in- testinos, con tal cualidad, y donde, como veremos, se en- cuentra entre varios líquidos el de este carácter, abundante y que ha podido pasar por los vasos absorbentes al tor- rente circulatorio, y con él á todos los demás órganos de la economía animal, para producir, como hemos dicho, la enfermedad. Así como en los párpados, la frente y lados de la cara, aparecen también en los trayectos de las yugulares y en el escroto manchas negruzcas, equimosadas ó violáceas, producidas por el mismo derrame y extravasación sanguí- nea indicada, á cuya clase corresponden las evacuaciones de esta clase que después de la muerte se verifican por la nariz, las encías, la lengua y velo palatino é intestino recto, evacuaciones en general de sangre oscura, podrida y como borrosa. Algunas partes de la piel ó toda ella están en lo común también como ciánicas, lívidas ó violáceas, aunque pre- domina casi siempre en ella el color amarillo general in- dicado, bien extensivo y manifiesto, como terminación y degeneración morbosa especial, muy evidente alrededor de las ventosas, de las incisiones de las sangrías y otras varias de la piel. El color á veces oscuro ó amoratado, á manchas lívidas y violáceas, aparte de las equimóticas de los cadáveres y por declive de estos, de diferentes formas y extensión, que aparecen en el ámbito exterior del cuerpo, en las varias regiones que hemos dicho, se observa también en las cavidades naturales exteriores, ó sea en las fosas ilíacas y otros sitios análogos, así como sobre las cavidades exterio- res, correspondientes á las esplánicas, cubiertas por tegu- mentos ó partes orgánicas blandas. Estos caracteres sobresalen más en proporción, no sólo de la intensidad que ha tenido el mal, por diferentes cau- sas, sino con la forma que este afectara en vida. Y tón- 39 306 gase presente la relación y distinción clásica y natural de lo proporcionado entre la forma y la esencia de los he- chos, y muy particularmente en esta importante materia, para'no deducirse, por lo necesario y normal de tal estu- dio, consecuencias más ó menos impropias, violentas ó irregulares, en el orden nosológico y terapéutico conse- cutivo del mal; pues á pesar de tan breve como exacta clasificación, susceptible esta, sin embargo, de variacio- nes y complicaciones innumerables, lo fundamental y aun imprescindible en esto es no perder de vista la índole y carácter morboso del padecimiento, que á su vez y oportunamente designamos. Así, en una extensa y relativa, aunque á veces alterna- da proporción de estas variedades en las formas aparentes de la presentación, curso y terminaciones de la fiebre amarilla, suelen sucederse en mayor ó menor identidad leves ó graves alteraciones físicas y consecutivas, en lo material y cadavérico con una variada serie de fenómenos, y hechos patológicos, que se revelan por sus correspondientes datos y signos de muy evidente enseñanza en la práctica. Sobre este particular ha podido notarse la brevedad de nuestra clasificación y divisiones, optando por lo más ge- neral y exacto que prueba la experiencia, sin ampliar ni multiplicar, á discreción general ó arbitraria, la determina- ción de tales formas que, ya por circunstancias generales, locales ó epidémicas, ó ya por las complicaciones infinitas que se suceden en innumerables enfermos de esta clase, suelen hacerse' ilusorias y llegar á producir un cúmulo inmenso de formas y clases, mezclas de estas, diferencias, variedades y contradicciones, tanto en lo patológico como en lo deductivo y racional terapéutico. Por lo mismo, re- ducidos á nuestra breve clave de las formas comunes y más constantes en esta enfermedad, rehusamos el estable- cer á cada paso una más, relativa á cada síntoma culmi- nante ó accidental aparente; y de propósito no hemos ci- tado aun su complicación dicha tifoidea, por lo mismo que la miramos como un efecto ó accidente, á lo más natural y consecutivo á su carácter nosológico. Del mismo modo que, por razones y pruebas dadas, asignamos á este mal una mayor y primordial graduación y actividad morbosa, 307 en, su misma escala gradual, que es por cierto la misma que la de la fiebre tifoidea, su análoga ó congénere, con la que aún se nivela y confunde por algunos en sinóni- mo ser ó identidad, tanto en su nomenclatura como en to- das sus demás consecuencias y deducciones nosológicas. No obstante lo dicho, ó en correlación consiguiente con lo expresado de lo anatómico-patológico más sobresaliente en las lesiones morbosas en vida y de sus signos ulteriores en los cadáveres de tales pacientes, nótase descollar en ellos á lo más visible, como antes, ciertos fenómenos consecutivos á una mayor ó menor intensidad morbosa, modificaciones de esta y complicaciones diferentes, breves períodos y rápidas transiciones en la pronta desorganiza- ción y putridez cadavérica. Efectivamente, en correspondencia con los que fueron en vida síntomas pertenecientes á cada una de las indicadas clases, ó más bien á las varias formas aparentes de este padecimiento, suelen sucederse, en mayor ó menor pro- porción, las alteraciones y gravedad consiguientes, con los fenómenos materiales orgánicos y las trasformaciones cada- véricas que le son respectivas. Así, en la forma que hemos llamado leve, con los demás signos cadavéricos generales dichos, existen algunas veces pintas miliares en la piel, correspondientes á las mismas que hemos citado, propias en vida déla forma leve de la enfermedad, que ha tomado luego otra faz ó se ha complicado y hecho grave y mortal. Venir pues debe en primer lugar, á continuación respec- tiva y equivalente del método nosológico que nos hemos impuesto en otra sección, el estudio de los signos anató- mico-patológicos que se examinan en los cadáveres de esta enfermedad, bajo la forma que llamamos leve, benigna dicha por otros, y aun efémera por algún práctico notable, cuya última nomenclatura no aceptamos por ver en esta forma, más que un tipo de brevedad y aun de existencia de un dia, su más culminante cualidad de leve ó benigna, como por tal le tiene la mayoría, sino la generalidad del mundo médico. Aquí, como oportunamente dice otro prác- tico Español distinguido, los signos morbosos se presentan como en miniatura; y así, según ha sido la marcha de la enfermedad, leve y sin complicación alguna, así también 308 son los fenómenos ulteriores consiguientes en la natura- leza material ú orgánica animal de los sugetos que de tal modo la padecieran. En este mismo orden, las personas que han pasado esta enfermedad., terminando benigna- mente, ó convalecen con más brevedad que los enfermos de ella en otras formas, no sin atravesar las penalidades di- chas de la convalecencia, y quedándoles el rastro caracte- rístico del íctero, de la miliar ú otros de esta clase, ó bien al poco tiempo de su existencia, ya insidiosa ó ya intempesti- vamente, vienen las variaciones sintomáticas y las alterna- tivas confusas de estados accidentales, aunque ya en una más conocida intensidad morbosa, que dá lugar á sospe- char, sino á inducir ó evidenciarse, la complicación y tras- misión de forma al estado más ó menos grave y peligroso, consiguiente de la naturaleza y carácter de la complica- ción ó forma ulterior que llega á afectar el padecimiento. Así, por más breve que parecer pueda nuestra clasifi- cación, lugar creemos que vendrá de aceptarla como la más positiva y regular, por caber en ella como aquí, esta llamada forma leve, por lo mismo de serlo tal como la hemos descrito, de más favorable terminación que las demás, siéndolo en lo común por la convalecencia. Esto se explica por lo mismo de presentarse esta forma en su- getos de temperamentos apropiados, y más que hija de ninguno, constante é infaliblemente, por la mediana ó re- gular constitución orgánica, sin exceso de fibra ni grasa, y de carnes enjutas, como con propiedad dice el vulgo; con- curriendo así una vida y costumbres morigeradas, en que llegan á modificarse ó anularse los elementos morbíficos que dan la intensidad y mortalidad consecutivas á otras formas graves de este padecimiento. Mas como en muchos casos, por más leve que parezca la fiebre amarilla, y bien clara está su más favorable forma, y como cualidad ingénita dada, aparece ella así muchas veces en el primer período, sin forma determinada predo- minante, y no llega adquirir esta sino al desarrollarse bien luego, entonces es cuando suele, con sorpresa de los impe- ritos, variar su faz, paulatinamente ó de pronto, y de su evidente ser y precario estado propios le vemos pasar á otros, como accidentales y diversos, en cambio en lo actual apa • 309 rente; dejando ya de ser tal, benigna ó leve, y llegando á complicarse y á adquirir otra intensidad y forma diferen- te y relativa particular, pasando de su carácter leve al especial y genuino de la forma que posteriormente llega á afectar. Estos signos generales, muy activos y evidentes, son de la mayor gravedad envida, y de alteraciones cadavéricas, en las personas que han sucumbido á lo mortífero de esta afección, bajo la forma inflamatoria, que, como decimos, es una de las más generales, propia y casi especial de los sugetos de temperamento sanguíneo, jóvenes y bien cons - tituidos, quienes por estas mismas condiciones de mayor actividad sanguínea, tienen, si la dicción es válida, una mayor susceptibilidad físico-química, orgánico-vital ó fisiólogo-patológica^, que les hace ser más impresiona- bles á la perniciosa influencia del agente morboso, facili- tando así su más breve y nociva acción, rápidas lesiones y metamorfosis consiguientes en el sistema general san- guíneo, con todo el cúmulo de frecuentes fenómenos que hemos descrito.- Pues bien, en los cadáveres de estas per- sonas es en los que se manifiestan, como indicamos, toda esa serie de signos correspondientes á tal cualidad; así en ellos, más que en los de otras formas, son casi constantes los colores violáceos, aplomados, morados y negros de la piel, en manchas, placas ó equímoses; esas evacuaciones sanioso-sanguinolentas ú oscuras, borrosas y fétidas, por los orificios naturales; la boca seca, espumosa y aun negra en su interior, y es en éstos en los que es muy común en- contrar , á consecuencia de los horribles sufrimientos en vida, la posición violenta, en decúbito lateral de uno ú otro lado, más generalmente del derecho, y la contracción extremada del cuerpo, del tronco y de las extremidades superiores más comunmente, y en muchos casos de las inferiores, bajo un aspecto lastimero y conmovedor; sobre- viniendo al mismo tiempo en ellos la putridez con una asombrosa brevedad. En tan triste como estimable grado de estudio, anató- mico-patológico detallado y referente á las lesiones y es- tragos, tanto en vida como en muerte, producidos por la tremenda y voraz fiebre amarilla, sigúele á esta forma, 310 en las clases morbosas porque optamos, bajo sus más re- marcables caracteres, la que hemos llamado biliosa, por desarrollarse en ella, tanto en la vida, en el transcurso de la enfermedad, en la convalecencia como en la muerte, y después en el cadáver, los signos más evidentes de tal cualidad orgánica humoral é innegable tipo. Efectiva- mente, obsérvase en los cadáveres de las víctimas de mal tan fatal, bajo el aspecto dicho, sobresalir en sufa- cies general más que el color lívido, violáceo, amoratado ú oscuro y negro, indicados como propios de la forma inflamatoria, el característico bilioso, especial de esta cla- se, y más que el lívido, pálido ó de manzana, dicho por algunos, casi exclusivo de la clase ó forma que hemos lla- mado nerviosa, el amarillo aquí bajo ó subido, y más aún que este, el pajizo y sombrío, súpio, como terreo y aun con tintas cual de verdoso y casi verde, color manifies- to á veces, como el de paja añeja ó podrida, que cita algún observador, y aun el variado, en mezcla de estos matices, , dicho abigarrado con propiedad, en que se manifiestan los signos de la fatal alteración y descomposición orgánica de la sangre, de la bilis y más aún ya general, de los humo- res del cuerpo humano, preponderando mucho en estos detalles, como en rastro suyo horrible y repugnante, el asqueroso vestigio de tan atroz enfermedad, indicado ó comprobado por las muestras ó marcas especiales y casi siempre infalibles de su exclusiva cualidad pútrida. Aquí es donde se ve, como en todas las más de las perso- nas que exhalan su vida víctimas de enemigo tan cruel y devastador, constantemente entre otros propios fenómenos, la intensa amarillez de la esclerótica y aun de las córneas, de las órbitas, de los lados de la nariz y del cuello, como del pecho, y ya á secciones, ya de un modo general, sobresalir el color sui géneris dicho, notándose en particularidad, con los signos generales expresados, y sobre estos con los citados en la muerte, la muy pronta desaparición del color natural, la muy breve tensión cadavérica, la con- tracción ó retracción particular dichas de las extremida- des, y una muy rápida metamorfosis orgánica ó transfor- mación material cadavérica, apareciendo á consiguiente de lo efectuado en ellos "esta descomposición pútrida con 31 í la mayor celeridad y con una fuerza extraordinaria, mo- dificables sólo estas propiedades, pero jamás contrahechas, á consecuencia de multitud de circunstancias climatoló- gicas, locales y aun anómalas, individuales y de tales ac- cidentes como los que expresamos en su lugar. A estos cadáveres pues son referentes los multiplicados fenómenos típicos que hemos expuesto, sobresaliendo en detall el color amarillo'ó pajizo, sucio, determinado en la piel, y en razón directa del mismo tipo bilioso, las señales de una intensa putridez, que primitiva antes de los órganos lí- quidos y partes blandas de lo interior de la cavidad ani- mal, pasó muy visible aun naturalmente á todos los de- más del cuerpo humano, fijándose más especialmente en los de consistencia líquida y blanda, siendo más paula- tina y menos visible en los sólidos', hasta hacerse ya ge- neral y evidente en los puntos más lesionados por la en- fermedad y más aparentes entre los demás* del organismo racional. Entonces es cuando, con el color amarillo ó pro- pio ya general y las manchas verdosas descritas, se sub- siguen ó acompañan á la vez las evacuaciones ó más bien las exudaciones y emisiones amarillo-verdosas, oscuras y de borras, fétidas, pútridas y putrefacientes, que se efec- túan por los orificios de casi todas las cavidades naturales, y á veces, según algunos, hasta por los mismos poros de la piel. Varios son los casos, como refieren otros observadores, en que en tal relación, más ó menos conforme con la clave de nuestras formas, se ha presentado en esta el color solo aza- franado; mas esto es únicamente cuestión de gradación en el 'tipo y carácter patológico indicado. Otros refieren tam- bién estos signos relativos á sus muchas diferentes formas, llamadas variadas, complicadas y aun mistas, que para nosotros sólo son consecutivas y sintomáticas, como, aparte de las mismas dichas, atáxica y adinámica, la comatosa, la mista, la hemorrágica, la tifoidea y otras, en que alternan en confuso desorden todos los signos expresados, los colo- res variados, las placas violáceas ó verdosas, las manchas rojo-oscuras, con el íctero, sin él ó sobre él; de cuyas aun- que gráficas, poco genéricas determinaciones, ya hemos manifestado la facilidad en podérseles extender hasta lo 312 infinito con tales detalles, más sintomáticos que primitivos ó fundamentales, y dados á innumerables designaciones, consecutivas siempre, y poco ó nada más que á lo primor- dial y elemental de doctrina general que hemos asentado y que creemos la más natural, racional y admisible en ello, probado así ya de un modo juicioso suficiente, amplio é irreprochable. A continuación de la anterior forma figura en nuestra clasificación la nerviosa. Esta en sus lesiones anatómicas revela, como ya antes en lo fisiológico, haber sido muy propia y casi exclusiva de las personas de tal tempera- mento, de mediana nutrición, poca actividad física, es- pecialmente sanguínea, de formas delicadas ó regulares como fueran sus actos vitales para facilitar poco la acti- vidad morbosa del agente patogénico. Ella se hace paten- te en el cadáver, como lo fuera en vida, por sus signos especiales, y así en este, en consecuencia de la más pre- ponderante lesión anterior de la inervación, se presentan los fenómenos más consiguientes á ella, no sin existir á la vez los generales dichos de putridez orgánica, mas pre- dominando por lo común también los colores citados de paja ó manzana, diferentes délos oscuros y negros de otras formas. Las evacuaciones por los orificios naturales no son tan abundantes, ni del color bilioso dicho tan subido, aunque siempre sí borrosas y características. Sentadas, y a estas generalidades, anatómico-patológicas del hábito exterior, en los cadáveres de la fiebre amarilla, conforme á nuestro método de estudio, procedamos ya continuadamente á detallar, por secciones orgánicas dadas, los signos de este orden que, como más generales y fre- cuentes, hemos podido observar en la práctica, sobre tan terrible enfermedad y sus horrorosos estragos. Entre estos signos descuella, casi siempre, como hemos dicho, la amarillez característica y común del mal, com- probándose la presencia de esta, cuando no en lo más su- perficial y exterior visible de los tegumentos de la piel, como por infiltración en ella de un líquido de este color, que cuando aquí aún no aparece, se le vé existir, á su través, en el tejido celular subcutáneo; lo que se nota con más claridad al procederse á las autopsias; cuyo relato y 313 deducciones vendrán después, limitándonos ahora al com- plemento de los signos existentes, aun exteriores, en los aparatos y órganos de la economía animal, en que más se ha cebado el padecimiento. El semblante en lo general aparece sin otra más gra- ve y visible alteración que la contracción muscular con- secutiva á sus manifestaciones de angustia y sufrimiento, que, como en. ejemplares continuos equivalentes, se obser- va en lo fisiológico, patológico y común de la vida, dejando así esas huellas notables, como un espejo infalible del efecto de las pasiones más ó menos naturales, satisfechas, so- focadas ó contrariadas; lo mismo que de otras anomalías y aberraciones que se suceden en el orden funcional vivien- te. En algunas ocasiones, sin embargo, se presenta la cara aguda, prolongada y de un color más que el amarillo gene- ral, como terreo ó amoratado. Este mal aspecto en tal colo- rido es común á la vez y extensivo á las orejas, que nada más de particular presentan sino, en algunas mujeres, desgarrados y sangrientos los agujeros de los zarcillos ó llamados pendientes. Los ojos, en general también amarillos, y en ocasiones aun pajizos, como las escleróticas y á veces las córneas, en los cadáveres de pacientes de este mal en la forma biliosa, se encuentran sanguinolentos y aun sombríos y oscuros en los de la forma inflamatoria, quedando en todos los más entreabiertos, bajo el aspecto cadavérico ordinario. La boca, entreabierta igualmente en los más, arroja con frecuencia, como por la exhalación propia de los orificios naturales, una espuma amarillo-purulenta, con un líqui- do de igual clase, sanguinolento, borroso y fétido. En otras ocasiones se presenta oscura y seca, particularmente en su fondo, de cuyo carácter participan los labios; todo lo que, en triste concordancia con los demás fenómenos citados, y entre ellos la insoportable fetidez dicha, en mu- chos casos, da una perspectiva horrible y repugnante á estos cadáveres. El abdomen se encuentra en lo general duro y deprimi- do, aunque en muchas ocasiones aparece abultado y tim- pánico, á efecto del mucho desarrollo de gases én él, con- secutivo, entre las varias complicaciones del mal, á haber 40 314 llegado este al máximum de su intensidad y degeneración pútrida. Vénse por lo común en la superficie de la piel y casi siempre con especialidad en las fosas ilíacas, las manchas amarillo-verdosas y violáceas, más ó menos in- tensas, que hemos indicado anteriormente, respecto á lo más culminante del hábito exterior. En las partes genitales se advierten á veces las placas oscuras y aun negruzcas, ya como de equímoses cadavéri- cos naturales, ó ya procedentes de púrpuras, ó de las verda- deras gangrenas que, aún no en abundancia, suelen pre- sentarse en más ó menos extensión, desde el segundo pe- ríodo del, mal. Estas son tan poco frecuentes en América, que hay quien llega á negarlas, pero sin fundamento, y son las mismas que prácticos autorizados refieren, en lo reciente, haberlas visto algunas veces en varias personas, en la última epidemia de esta enfermedad en Alicante, y haber sido precedidas de intensos dolores en vida y precursoras de la muerte. Dichas ya las salidas ó emisiones cadavéricas, más que evacuaciones sanguíneas biliosas, purulentas y borrosas que se efectúan por algunos orificios naturales en estos cadáveres, quedar puede entendido lo muy abundantes que estas son, hasta como por exudaciones á veces, aun- que estas raras ó poco comunes, especialmente en Europa. Habrá podido observarse, en nuestros detalles sintomá- ticos primero y anatómico-patológicos después, el que aceptando, desde el principio de esta obra y hasta aquí en toda ella, el lenguaje común graneo médico de Amé- rica, para la más fácil inteligencia de todos, más ó menos iniciados en la ciencia, vengamos llamando borras, sola y exclusivamente, á las evacuaciones oscuras que como fenómeno patognomónico se efectúan en esta enfermedad, casi de continuo en los casos graves, por vómitos ó cáma- ras, cuya denominación es no sólo exclusiva sino casi única en su clase en el país, sumamente antigua, secular y á propósito para todo fácil y general entender, en todas las clases de la sociedad. Así lo hemos hecho como en sen- tido más genuino inteligible y corriente, y así también por ahora continuamos haciéndolo, sin apreciar aun en 315 su digno valor, como ya indicamos, el nombre y determi- nación científica que á este asqueroso y horrible material le dieran Louis, Rousch y otros prácticos distinguidos, bajo el epíteto genérico y particular de melhanema, que acep- taremos y describiremos en su lugar, al examinarlo físico- químicamente en su loco ordinario y propio, aunque'de más general extensión ulterior, más que es su primitiva y general residencia morbosa y cadavérica, ó sea el tubo intestinal y sus continuos y contiguos aparatos orgánicos. Para entonces pues aplazamos al lector para la descripción gráfico-científica de dicho cuerpo material morboso, pu- trefacto y aun putrefatiente, que reiteramos no dejará de ser para nosotros entre tanto y aun después el mismo y conocido más comunmente por la denominación gene- ral dicha de borra. Hasta aquí lo más general, en lo superficial del hábito externo, que hallamos como más digno de consideración y estima al objeto de nuestros estudios en esta enfermedad. Procediéndose ya á la penetración en el cadáver, á la abertura de la piel y sus tejidos subyacentes, encontramos en estos órganos, con la coloración dicha amarilla gene- ral , una infiltración como serosa ó purulenta de un lí- quido del mismo color, muy propio aun también en cier- tas circunstancias, abundante y que se evacúa por emi- sión lenta y continuada de las soluciones de continuidad que se practican en tales órganos, y sobre cuyo aspecto y naturaleza ya hemos consignado anteriormente nuestra opinión. Abiertos pues también los vasos sanguíneos, se ven con particularidad los de las extremidades casi vacíos, al contrario de lo que ocurre en los órganos del centro cir- culatorio. Esta vacuidad de las venas, contra la plenitud correspondiente del corazón y grandes vasos, pruébala ato- nía en vida consecutiva á la lesión orgánica y funcional del sistema circulatorio, indicada en su lugar, y que llegara hasta el extremo de dejar sin fuerzas al paciente para di- rigir y llevar la sangre á todos los órganos y aparatos de la economía animal, y con ella la acción constante y re- paradora de la vida, que ya dejaba de ser así, ocurriendo esto aún más visiblemente en las partes viscerales más 316 extremas y en toda la periferia del cuerpo humano. Penetrándose algo más aun con estas incisiones y aber- turas, observamos que también los músculos, á ocasiones, si no en lo común, participan del mismo color amarilloso, aunque no tan intenso como el de la piel y sus órganos in- mediatos. I^'A este propósito recordamos de lo antiguo la teoría de la alcalescencia de la sangre y de los humores en los sugetos gravemente lesiónales por enfermedades pútri- das, cuyos líquidos, así como el de las hidropesías, de- cían contener una gran cantidad de natrón, cuerpo al- calino, así entonces denominado, sobre el que reaccionán- dose con los ácidos respectivos, daba los resultados quími- cos consiguientes á la propiedad físico-química de dichos humores: teoría que, á ser admitida en el dia, comprueba más aún la innegable exactitud de la nuestra, tan reite- rada, sobre la causa y naturaleza de la fiebre amarilla. Llegándose á profundizar ya por aparatos, á la inspec- ción cadavérica en la fiebre amarilla, resulta general y particularmente lo que á continuación exponemos. Aparato encefálico.—No se encuentran en este por lo común alteraciones importantes, por más que en lo fisiólo- go-patológico tanto se reflejara en vida la índole tóxica de la enfermedad; lo mismo que sucede en él, al examen de igual orden en otras enfermedades cerebrales ó ence- fálicas, en lo especial funcionales, que no dejan por lo ordi- nario vestigio ni muestra material alguna visible, al modo que, según opiniones avanzadas, no queda en los aparatos eléctricos físicos generales, y aquí orgánico-animales, rastro ni señal alguna material, tangente ó notable, del paso del fluido eléctrico ó galvánico por los conductores apropia- dos, ni aun en su aparato central de emisión eléctrica ó galvánica. De todos modos, ello es que apenas se ve á lo sumo en los residuos mortales de este mal cruel ó en sus cadáveres, en el encéfalo y sus irradiaciones, otra cosa particular más que el color amarillo general indicado, aquí en las meninges, con alguna que otra inyección san- guinolenta, más ó menos extensiva á estas membranas y sus diversas secciones, en su relación ó continuidad orgá- nica, así como también en algunos otros puntos de los 317 demás órganos interiores del cerebro, y esto efectivo y aparente en diversas maneras, ya en estrías, ya en irra- diaciones estrelladas, en mapas ó en formas arborizadas; inyecciones que prolónganse mucbas veces hasta el encéfa- lo, van acompañadas de algún que otro derrame de la mis- ma serosidad amarillenta citada ó sanguinolenta; mas ca- si siempre son determinados y evidentes estos fenómenos hacia la base cerebral y como en las partes que han esta- do en más declive vital y cadavérico. En algunos casos par- ticipan también de estos derrames é inyección las circun- voluciones de la masa cerebral, ó sean sus propias y natura- les ondulaciones, lo mismo que las variadas y aun compli- cadas secciones orgánicas particulares de esta viscera; así suele aparecer en algunas circunstancias este derrame en los ventrículos; otras veces esta serosidad es sola y casi exclusivamente sanguinolenta y más limitada á la base cerebral y á la médula raquidiana; lo que se observa con más propiedad y casi probable certeza en muchos cadá- veres de las personas que perecieran víctimas de la fiebre amarilla, bajo la citada forma inflamatoria. Estas aunque escasas lesiones orgánicas cerebrales, ó más bien ya, esta plenitud algo común en los vasos san- guíneos del cerebro, coincidente y de parangón juicioso en estos casos con los pocos ó ningunos residuos ni muestras déla enfermedad en esta viscera, después de la muerte, prue- ban de un modo innegable el predominio comopletórico de esta, y sobre todo la infalible sobreexcitación orgánico- vital primera del sistema circulatorio y propio cerebral, en el período de infección, curso y desarrollo de ella, con tales estragos como los que ulteriormente produjera en sus des- graciados pacientes. No es extraño encontraren la autopsia cerebral de estos cadáveres, á más de la infiltración é inyección seroso-san- guinolentas citadas, y con gran abundancia, una sangre oscura, fluida y descompuesta, que llena los senos de la duramater y aun hasta los ventrículos. La infiltración se- roso-amarilla que se halla en el cerebro y canal medular, en la mayor parte de aquellos es sumamente abundante; con- secuencia esto de la intensa aglomeración humoral, estí- mulo ó congestión cerebral propia del período más activo 318 del mal, y de la alteración ó descomposición físico-química y funcional de la misma sangre, así acumulada, anormal y patológicamente, sobresaliendo el estado pictórico. Fe- nómenos visibles en la forma dicha inflamatoria de aquel, más que en la biliosa y nerviosa; dejándose ver, aunque pocas veces, en la misma forma inflamatoria estos derra- mes y aun grupos de sangre coagulada, no ya sólo en in- filtración pasiva en la base del cerebro, sino por bajo de la aragnoides y en toda la superficie cerebral, muestras in- falibles del carácter inflamatorio, innegable ya, que tu- viera al padecimiento y que nos compruébala razón de ser y calificación aceptable de esta nuestra forma, llamada in- flamatoria, por lo mismo, con una propiedad evidente, sin que se diga por otra parte no ser este el sitio del mal y sólo existir este fenómeno como sintomático y consecutivo á la alteración general de la sangre y de los demás humo- res de la economía animal, tratándose de negar dicho es- tímulo flogístico primitivo y aflujo sanguíneo necesario y consiguiente, tanto principal al principio, como general después, localmente determinado, muy visible en la mayor parte de los órganos y muy particularmente desde luego como á lo ulterior, en los encargados ó sostenedores de la vida animal, como hemos tantas veces indicado. Esta fué la causa, dígalo la historia, de calificarse por ello á esta enfermedad como pura y esencialmente exténica, antes de lo contemporáneo; como sintomática luego de causa fiogística interna, llegándose á designarle con las nombres de gastritis, gastro-enteritis, sinónima de la dotinonte- ritis; de flegmasía específica del corazón, y por otras varias denominaciones de este género: teorías ya hoy estimadas en su valor genuino y racional, tal como el eclecticismo científico juicioso de una buena filosofía y de una prácti- ca extensa y razonada, han logrado asignar á esta enfer- medad del modo exacto y detallado que en su lugar ex- pusimos * Hay también algunos cadáveres en que no es extraño encontrarse la aragnoides engruesada, á la vez que in- yectada de sangre, y aun con equímoses en algún que otro punto cerebral: esta membrana suele también presen- tar un aspecto anacarado, principalmente en las formas 319 biliosa y nerviosa, en las que es más evidente la expresada inyección serosa. Muy ostensibles los diferentes colores de la sustancia cortical y medular del cerebro, aparece algún reblande- cimiento en esta viscera cuando ha habido, complicación de la fiebre amarilla con alguna otra afección cerebral intensa, que da este resultado patológico, muy conocido en tales casos. Estas lesiones no existen en la forma leve, como hemos dicho, á no complicarse la misma con las demás ú otras graves afecciones cerebrales, del mismo ó diferente tipo morboso que el que nos sirve de norma de clasificación al presente. Aparato respiratorio.—Este, conjunto natural y me- cánico, entre otros varios, de los principales órganos fun- cionales de la vida, y por los que, con los ya indicados, se efectúa la absorción suigéneris del agente patogénico de la fiebre amarilla, sobre cuyas circunstancias y cuali- dades relativas ya hemos debatido y aun teriorizado, en- cuéntrase casi generalmente sin lesiones materiales enor- mes é importantes, salvo las características comunes, pro- pias y especiales de tal padecimiento. Así pues, aunque en los casos dados de poca frecuen- cia, se observan los pulmones en su regular estado y de un color pálido bajo, de consistencia fláxida, blanda y sin sangre, como en estado normal, el aspecto más común que se advierte en ellos, en los cadáveres de dicha enfer- medad, tanto exterior como interiormente, suele ser algo oscuro y aun en su exterior rojo, rojo-empavonado ó azu- lado, presentando algunas veces al exterior unas manchas oscuras, pequeñas ó pequeñísimas, redondeadas ó de va- rias formas y á ocasiones como del tamaño de un grano de mijo al de lenteja. Esta coloración es coincidente ó más bien consecutiva en dichos órganos, á una ingurgitación de sangre oscura y en pocos casos coagulada, de que se ha- llan casi generalmente ocupados los pulmones; coloración oscura y cualidad más regular y efectiva, según nuestras observaciones, en los cadáveres de víctimas de este mal, bajo la forma inflamatoria y en algunos de la biliosa. Dados varios cortes en el tejido del pulmón, se muestra 320 este por lo general sano, aunque sumamente ingurgitado y en una muy evidente replexion de sangre oscura, casi lí- quida y en descomposición orgánica, encontrándose algu- nos grupos y senos de varia extensión llenos de sangre negra y ya en la mayor alteración orgánica, notándose en mayor proporción en los puntos más declives y poste- riores de esta entraña, aunque también se observa en otros sitios del cuerpo humano; debido ello en racional parecer á una verdadera congestión y como resultado del estado pletórico que en vida preponderara en el mismo punto, por las causas y circunstancias orgánico-funció- nales que como naturales y propias se le reconocen, y que á su,tiempo detallamos anteriormente. Varias y diferentes son las partes de la misma entraña en que se observa esta especie de lesión apoplética, como pretenden calificarla original y exclusivamente algunos comprofesores Europeos. Esta lesión se presenta bajo una perspectiva especial, que es de deber conocer con exactitud y designar oportunamente. Sobresale pues en ella la cua- lidad de una más débil consistencia que la que tiene en el estado normal el cerebro; ó más bien, manifiéstase una muy evidente blandura en él, diferente de la del resto del tejido orgánico de esta viscera, caracterizada muy parti- cularmente y en una clara relación con la mayor ó menor intensidad y duración del padecimiento. A causa de la ya muy conocida hematosis viciosa que en la infección y marcha de esta enfermedad se verifica, como al principio de esta obra suficientemente explica- mos, y cuyas malas y terribles consecuencias se trasmiten átoda la economía animal, el pulmón que, desde el princi- pio de la invasión de ella, empieza á padecer gravemente del modo referido, llega en paulatino ó repentino grado, á ser el asiento ó punto de replexion de un acumulo de sangre, tal como la hemos descifrado, llegando á ponerse, como decimos, pletórico ó apoplético, apareciendo así ya á veces después de la muerte, todo el órgano pulmonar y aun este aparato en el estado de ingurgitación y ple- nitud sanguínea indicadas. Hállanse así entonces los pul- mones como rellenos de dicha sangre estancada, oscura, casi negra, líquida y en un estado de desorganización tal 321 que hace ya entonces muy evidente su putridez especial, por la que, adelantando esta bajo la acción de las leyes físico-químicas generales, se va desprendiendo el suero, que se infiltra por los tejidos blancos inmediatos y demás, en propia y particular relación anatómica. Aumentando así paulatina y sucesivamente en la san- gre dicha descomposición orgánica y separación del sue- ro expresadas, se disgrega y distribuye aquella por todas partes en este órgano y aun aparato, como formando sec- ciones, grupos, focos y depósitos varios de este líquido en dicho estado, en el cual, adelantando ya la desorganiza- ción citada, sobreviene sucesivamente dicha putridez más ó menos activa y la fetidez correspondientes. Estos fenómenos se notan más particularmente en los cadáveres de las personas que mueren bajo la acción pron- ta y muy rápida de la fiebre amarilla, y con especialidad bajo la forma particular inflamatoria, en que es atacada la sangre, con preferencia á otros aparatos y órganos de la economía animal. Otras veces se encuentran los pulmones sanos, lo que es más común ocurrir en la forma nerviosa, y en estos casos ó en otros generales, suelen aparecer algunas adherencias de estos órganos á las pleuras y aun de estas á la cavidad torácica, no conteniendo entonces mucha sangre, á veces ninguna, y aun esta sin los caracteres antes citados. Las hepatisaciones de esta viscera en la fiebre amarilla son raras, y sólo se han observado como consecutivas á las com- plicaciones con otras afecciones flegmásicas del pulmón, muy conocidas como este uno de sus propios resultados. También se ven, aunque con poca frecuencia, en esta en- fermedad, las gangrenas y melanhemas del pulmón, que refieren Rusch y otros haber observado, y que parecen re- ferentes á los ejemplares anatómico-patológicos que antes hemos detallado. En algunas ocasiones se manifiestan estos órganos como anémicos, bajo la forma descrita, y en otras, finalmente, como en un estado normal regular y completo, cuyos ca- racteres son relativos, como hemos asentado, á la varie- dad de formas que afectara en vida la enfermedad. La traquearteria y los bronquios aparecen, ^por lo gene- 41 322 ral, salvo los fenómenos y accidentes referidos, como en buen estado y en aparente sanidad, aunque en muchas ocasiones se les encuentra de un color violáceo en los ca- dáveres del mal bajo la citada forma inflamatoria, siendo entonces también esto consecuencia de la mayor intensidad ocurrida en la expresada alteración de la sangre; presen- tándose sino en los demás casos, bajo un aspecto natural y blanquecino y en algunos particulares de un color ama- rillento la membrana mucosa tráqueo-bronquial; lo que está en proporción también con la forma é intensidad que la enfermedad tuviera envida; siendo más propio este color amarillento'de la indicada forma biliosa. Aréjula dice haber observado algún esfacelo parcial del pulmón y de alguno de los grandes vasos sanguíneos, en cadáveres de enfermos que padecieron grandes flujos hemotóicos, que tuvo por mortales desde luego. En todo lo demás de este aparato, ó más bien de esta vis- cera, no se advierten otros géneros de alteración morbosa ni cadavérica más que los expresados, y que son efectos inmediatos naturales y consecutivos de la citada discracia orgánica de la sangre en vida; esencia fundamental del pa- decimiento y principio elemental, natural también y físico- químico, de estas sucesivas y consiguientes alteraciones anatómico-patológicas. Aparato circulatorio.—La sangre de estos enfermos, obtenida en vida de las sangrías y délas hemorragias, es mas líquida que lo común del estado normal, y aunque al- gunos afirman estar menos saturada de suero que lo ordi- nario, esto podrá ocurrir en los casos de forma inflamatoria muy intensa, en que es más pronto coagulable, pues por lo demás, es negativa esta cualidad y más visible su coa- gulación tardía en proporción al progreso del mal: lo que hemos, sí, notado, es la menor cohesión de su coágulo, afectando este, á su tiempo regular, la forma de una pasta blanda y poco consistente. Analizada la sangre del primer dia de enfermedad, parece dar amoniaco libre, encontrándose en el suero los ácidos clorhídrico y sulflídrico en igual estado, con más carbona- tos alcalinos que los regulares y una corta proporción de fibrina, lo que contribuye á su más tardía coagulación. 323 El color rojizo ó sanguíneo del suero que se advierte después, avanzando la enfermedad, indica la alteración de los glóbulos de este carácter, que se hacen más solubles por la misma acción alcalina indicada, resultado de la des- composición alcalina orgánica de la sangre, elemental en la enfermedad. Durante las cuarenta y ocho horas de evacuada esta sangre, no se le observan otras alteraciones más que las insinuadas y un poco de contracción mayor que lo común en su costra flojística, que da un color ya algo sucio; más después se pone como lardácea y deforma reticular, lo que le hace fácil de romperse; cualidades debidas á la misma causa. Adelantando el padecimiento, es más manifiesta la coa- gulación tardía de la sangre, llegando en ocasiones hasta hacerse nula en sus avanzados períodos; aumentando el color sucio de la fibrina en la costra dicha, cada vez más débil, y apareciendo con exceso la albúmina en razón di- recta de la disminución sucesiva de la fibrina. Luego la sangre se presenta cada vez más líquida y negra. Fenó- menos todos concomitantes y evidentes de la misma des- composición de ella y depresión nerviosa citadas, que, en los casos de convalecencia y curación, van desaparecien- do paulatinamente, volviendo á tomar la sangre sus cuali- dades normales. Vistas las propiedades patológicas de la sangre de los enfermos de fiebre amarilla, pasemos á examinar lo que se presenta en el óadáver en el aparato que estudiamos. Encontrándose la membrana propia del pericardio, ge- neralmente amarilla, se halla á veces como anacarada, con- teniendo un derrame de sangre negra y muy líquida, y otras una serosidad considerable, más amarilla que lo normal, y aun en ocasiones también rojiza. El color amarillo predominante ó general orgánico de esta enfermedad, vemos que interesa asimismo al corazón y grandes bazos de sus pacientes, siendo más marcado en su parte grasienta que en la propia y muscular de esta entraña, que nada más de particular en lo ordinario ofre- ce que un poco de contracción, flaxidez y como anemia características. 324 En América es casi general el encontrarse vacías las cavidades izquierdas del corazón, hallándose lo más al- guna poca sangre negra, grumosa ó mucosa en las dere- chas y aun pequeños coágulos de la misma índole; cuya observación se ha repetido en Europa recientemente, por más que el Sr. Aréjula dejara consignado en las suyas haber visto casi siempre ambas cavidades llenas de una san- gre disuelta, tan abundante en las venas coronarias, como si hubiesen sido estas llenas por una inyección forzada. Las aurículas se han encontrado algunas veces más volu- minosas que lo regular,- dilatadas y como bañadas por una mucosidad de un color amarillo vivo y reluciente, del cual participaban los pilares y válvulas de esta viscera; color que en ocasiones iba pasando al verdoso, llegando hasta el verde, en el principio de los grandes vasos, en los cadáveres de la forma biliosa; así como en los de la infla- matoria era rosado ó rojizo este color en la membrana se- rosa de los mismos; resultado inmediato de la infiltración general de la sangre ya en estado de descomposición or- gánica. 'Las, propiedades físico-químicas de esta sangre son siempre las mismas. El microscopio sólo ofrece en ella como vestigios de sus glóbulos, algo de fibrina, cualida- des albuminosas y algunos restos de las materias compo - nentes del suero de ella, con predominio de las sustancias alcalinas dichas y algún hierro.' La sangre cadavérica mezclada con ácido sulfúrico se coagula, aunque no tan pronto como sucede en vida con la de las venas. Esta vacuidad sanguínea de las cavidades izquierdas del corazón, parece debida á la acción precisa expulsiva de este órgano, que por lo mismo se encuentra menos infil- trado de sangre que los demás de la economía animal. Este hecho, sospecha nuestro malogrado contemporáneo Sr. Pons .y Codinac, ser debido á la licuación primera de la sangre en esta enfermedad, á la alteración y disgre- gación general de sus componentes, entre ellos el suero, y á que extravasada así esta sangre se desparrama y embaza por todos los tejidos, afluyendo á la vez al exterior por diferentes partes del cuerpo; cuyas porciones perdidas dan 325 un total de sangre de menos en el torrente circulatorio; no pudiéndose esperar nuevos productos de reposición san- guínea por un nuevo quilo, ni por unos vasos linfáticos y venas que beben en superficies encharcadas y alteradas en la forma conocida de todos. En honor debido á nuestra solicitud y abnegación pa- trias, citamos á continuación los resultados en esta parte de los estudios anatómico-patológicos de esta enfermedad, hechos por nuestros comprofesores de Barcelona, en la úl- tima epidemia de ella, consignados en el trabajo que ci- tamos anteriormente. Refieren estos observadores haber visto en el corazón, con el tinte amarillo exterior indicado, placas de sangre líquida y oscura en él, con algo de hipertrofia, conteniendo en sus cavidades coágulos albuminosos ambarinos, solu- bles por el ácido nítrico, con los signos negativos de la carditis dicha intertropical, cuyo diagnóstico rechazamos á su tiempo. Los mismos, al hacer la análisis de la sangre del vivo durante la enfermedad, consignan su rápida coagulación en el primer dia de ella y más lenta ya del segundo al ter- cero; su color vinoso oscuro, más notable en la procedente de hemorragias y escarificaciones; poca fibrina del coágu- lo; ser blancuzca esta, débil, como albuminosa y de fácil solución por el agua tibia. El suero, amarillo-rojizo, les dió una ligera reacción acida; agitado separóse una poca fibrina, menor mientras más adelantaba la enfermedad, Tratado este residuo por el alcohol á 97°, coaguló casi por completo en dos porciones, una superior pardo-clara y otra inferior más oscura con mucha albúmina y poca fibrina. Evaporado el suero por sequedad y tratado luego por el al- cohol hirviendo, dió al frío cristales nacarados de cholee- terina. Con el ácido clorhídrico dió ácido nítrico. Tratada la sangre por el ácido sulfúrico y jarabe común á 60°, dió el color púrpura de la materia colorante de la bilis, ó.sea la biliverdina. Los glóbulos rojos aparecieron, á doscientos diámetros, alterados de forma, cuyo contorno se notó ir perdiendo la limpieza de su delineacion, apareciendo como desgastados hasta el punto de que en la sangre de períodos avanzados del mal, su forma discoidea propia era de rueda 326 dentada. Tratados los glóbulos por el agua destilada, se destruían con más rapidez que lo natural, lo que fué ve- loz al hacerlo con el ácido acético. Evaporado y seco el suero de la sangre de las gastrorragias y tratado su resi- duo por el ácido acético, dió al microscopio una forma glutinosa brillante, y por el ácido nítrico concentrado una cristalización leve primero y después notable del ni- trato úrico. En la sangre del cadáver observaron igualmente su co- lor oscuro, como de vino pasado, no ser coagulable, fluida sí y vinosa, con pocos vestigios de fibrina. El microsco- pio les dió en ella glóbulos deformes, algunos como insu- flados. Estos fenómenos físico-químicos y estas lesiones tan evi- dentes expresan, más que ninguna material del órgano ú órganos de este aparato, la inyección general citada con- secutiva á la discracia de la sangre y mezcla de ella con el suero, bajo las leyes no ya fisiológicas, sino materiales y orgánicas en los últimos períodos del padecimiento. En razón directa, pues, de tal estado general de descom- posición sanguínea, vemos luego ingurjitados de sangre, con especialidad de su parte colorante, la mayor parte de los órganos parenquimatosos, que se hallan como infarta- dos y saturados de ella: al paso que los tejidos blancos se ven sobrecargados de serosidad, separada de la sangre en dicha descomposición y con el color amarillento descrito; coloración que está en proporción también con la intensi- dad y duración que tuviera la enfermedad. Lo mismo que hemos notado la infiltración sanguínea en los senos de las meminjes y en algunas cavidades del encé- falo, como en los pulmones, y hallamos en él parénquima de los demás órganos, vemos lo mismo, como por estanca- ción también, en los capilares de las membranas mucosas, y particularmente en los grandes vasos del hígado, en los del bazo y de los ríñones; signos evidentes de la misma insinuada causa. Aparato digestivo.—Dicho ya el aspecto interior os- curo de la boca y de los labios de algunos cadáveres de esta enfermedad, en la forma inflamatoria, es de consig- nar el hallarse en iguales circunstancias el exófago, lleno 327 de estrías longitudinales y oscuras hacia su parte su- perior. Abierta la cavidad abdominal, se ve cubierto de un tinte amarillo todo el exterior de los órganos contenidos en ella, más especialmente en los que padecieron la forma biliosa; así el peritoneo, el mesenterio y todas las partes grasientas participan mucho de este color, conteniendo además el pri- mero alguna serosidad del mismo carácter y aun sangui- nolenta. El omento, con adherencias á veces al peritoneo, se encuentra también deshecho y supurado en algunos puntos. Lo primero y más importante que se advierte en el es- tómago, después del color amarillo general ó aun rojizo de su exterior, es su distensión y plenitud, más que de los gases que es frecuente contener, de los materiales pro- pios del vómito, comunmente rojo-oscuros, como de vino tinto ó chocolate y aun negros de borras, y con mal olor, que se extienden á los intestinos delgados. Abierta dicha viscera aparece generalmente su membrana mucosa en- gruesada particularmente en los casos de mayor duración de la enfermedad, bañada de una capa viscosa rojo-oscura de borra y cubierta á trozos de unas manchas, como de dos centímetros de extensión, rojo-oscuras, azuladas y aun negras, que Aréjula y otros han calificado de gan- grenas. En muchas ocasiones se ve esta membrana arru- gada, escoriada, enrojecida, flogoseada é inyectada de san- gre en estrías ó arborizaciones negruzcas submucosas, y aun ulcerada, corroída y como en una especie de mace- racion todo su espesor, cuyas inyecciones se comunican también á los intestinos. Estos, amarillos exteriormente y con manchas oscuras, presentan signos flojísticos en el enrojecimiento de su mucosa, particularmente la del íleon, en la escoriación, reblandecimiento, erosión, ulceración y manchas oscuras de ella, como las del estomago. En algunas ocasiones se halla esta membrana cubierta de una capa de sangre coagulada, que parece como exudada por los vasos capila- res de estos órganos. Encuéntranse en ellos, como ordinariamente, algunas lombrices. El duodeno se presenta, en algunas condicio- 328 nes de la forma biliosa, lleno de una bilis grumosa verde- oscura, y su mucosa muy inyectada, y de un color rosado en la forma inflamatoria. Estos órganos se encuentran ocupados regularmente por un líquido oscuro de borras, ó dicho melanhema,-fétido generalmente y que llena todo el tubo intestinal. En la membrana mucosa de los intestinos gruesos, con particularidad del colon y recto, se ve la misma escoriación dicha anteriormente. El fenómeno más frecuente que se presenta en estos intestinos es la estre- chez considerable de su cavidad, en una extensión de tres á diez centímetros, y una invaginación muy manifiesta, debida efectivamente, al parecer, á la contracción espas- módica de sus fibras musculares. Examinado particularmente el líquido pardo-oscuro y aun negro y fétido que ocupa el estómago y los intestinos, en los períodos avanzados de esta enfermedad, el mismo que es arrojado por los vómitos y cámaras en descompo- sición pútrida, á que Bally dió el nombre de melanhema, resulta ser una mezcla de sangre oscura, negra y desor- ganizada, con un líquido mucilaginoso pardo, alterado, otros amarillentos, verdosos, oscuros y copos albumino- sos, sustancias viscosas y materias fecales, repartidas en diferente proporción en todo el tubo intestinal. El páncreas en estado normal, está algunas veces más duro y aumentado de volumen y siempre revestido del color amarillo característico de esta enfermedad. El bazo, casi siempre en estado natural, suele presentar- se también algo voluminoso y duro y de un color amari- llo-violado ó lívido en la forma nerviosa, diferente del oscuro que le es propio; amarillo-verdoso en la forma bi- liosa y como infiltrado de bilis; infiltrado también de san- gre negra en la forma inflamatoria, y en estado de supu- ración, especialmente hacia su parte superior, cuando la enfermedad ha sido larga. Aparato biliario.—El hígado frecuentemente en su volumen normal, aparece más abultado y duro, aunque de poca consistencia en la forma inflamatoria y biliosa. El color exterior, más claro que el natural, es variado entre el amarillo aceitunado, jaspeado, rojo-verdoso y aun manchado de verde en su concavidad, particularmente en 329 una limitada zona alrededor de la vexícula biliar, con pequeñas placas violáceas hacia sus bordes. En su inte- rior se ve, fuera de lo normal en la forma leve, en varios puntos del lóbulo pequeño, un tinte amarilloso, que se hace general en la forma biliosa, y amarillo homogéneo, con aspecto granuloso, en las demás formas. Blando, ané- mico y como macerado en lo común, aunque á veces de gran consistencia y adherido al diafragma, se encuentran sus grandes bazos llenos de sangre negra y espesa que le ingurgita; las células secretorias se hallan pálidas y deformes, conteniendo en su cavidad_glóbulos grasientos, menos en los puntos que aún se conservan rojos; cuyo estado pruébala degeneración grasienta de tal entraña en esta enfermedad, que ya Louis y otros encontraron, y que es paulatina en varios glóbulos á la vez. Esta es mayor cuanto más se ha prolongado el mal, principiando por el lóbulo pequeño, siguiendo á la cara cóncava, el interior y la cara convexa, hasta el borde grueso ó posterior; cuyo restablecimiento al estado normal, cuando se efectúa, está probado ser en razón inversa de su desarrollo. La vejiga de la hiél, amarilla al exterior y aun rojo- oscura con manchas equimóticas, se encuentra general- mente más gruesa, consistente y dilatada que lo regular; llena de un humor azulado, oscuro ó negro, muy espeso, como gelatinoso, y cuando vacía ó este es escaso" se halla derramado por los intestinos, dejando su membrana in- terna áspera y negruzca, á efecto al parecer, del derrame de sangre venosa y oscura que se encuentra en sus mem- branas y le infiltra, viéndose entonces llena de erosiones bastante numerosas. Aparato urinario.—En la forma inflamatoria, los ríño- nes aparecen voluminosos, de un color de vino tinto al exterior y como ingurgitados de' sangre oscura que llena sus bazos, de cuyo color participa todo su interior. No hemos encontrado en ellos el pus que refieren algunos autores. Los uréteres entonces se ven normales y la vejiga de la orina contraída, arrugada, con poco líquido, y éste turbio y fétido, ofreciendo al exterior manchas violáceas y oscuras. En la forma biliosa están estos órganos amarillos, tanto exterior como interiormente. En este caso la vejiga 42 330 de la orina es de color amarillo también, á veces oscuro, y está llena de líquido del mismo color, que parece teñido de bilis, el que es rojo y de sangre que le inyecta, en la for- ma inflamatoria. En la misma nerviosa se presentan los uréteres decolorados, pálidos, cenicientos ó jaspeados, pomo reblandecidos y disminuidos de volumen, conteniendo restos de orina espesa, de carácter purulento, y su mem- brana mucosa anémica y adelgazada, pero íntegra. Ninguna otra lesión se manifiesta en los órganos con- tenidos en la cavidad hipogástrica, más que el color amarillo general morboso, propio de este padecimiento, y las gangrenas, no ya equímoses cadavéricos, que varios observadores y aun contemporáneos refieren haber notado en el escroto. Como la anatomía patológica es un comprobante infa- lible de la verdad de los hechos en lo morboso, cualquiera que sea en general su intensidad y carácter, á la vez que el justificante más irrecusable de la exactitud ó error en el diagnóstico, así como el irrevocable fallo y fatal conde- nación de las más ó menos ilusorias ó falaces teorías y de los muy tristes, perniciosos y lamentables errores en la, ciencia; aquí ya, en el último extremo de este tan molesto como penosísimo estudio cadavérico y material repug- nante, no debemos pasar á más sin dejar consignadas nues- tras observaciones y deducciones científicas sobre un gra- ve hecho patológico, de no poca importancia primitiva, secundaría y hasta universal, que ha dado lugar á más de una autorizada teoría, que ya iniciamos al principio de esta obra, sobre el origen más ó menos probable y pa- togénico especial de esta horrible enfermedad. Esto es la aparición de ciertos objetos, como seres microscópicos vi- vientes, hallados no sólo en los líquidos gastro -intestina- les, ó sea en el melhanema de estos enfermos, tanto el arrojado por ellos, como en el encontrado en sus cadáve- res, aun en la orina y en la bilis; habiendo quien afirma haberlos visto hasta en los ríñones y en otros puntos de la economía animal; á más de la boca, de la,s fosas nasales y en varios otros órganos y líquidos, relativamente. Obje- tos atomísticos, pero seres organizados y muy reconocidos, ya vivos en los líquidos y materiales procedentes de los 331 enfermos y cadáveres recientes ó ya muertos en los de más tiempo; productos no de los comunes y muy conocidos de descomposición orgánica ni aun cadavérica, sino visible- mente degeneración dicha especial, ya que no espon- tánea, como hija y efecto de aquellos citados elementos contagiosos, tan variados á lo sumo, como susceptibles de otras y más creaciones y formas determinadas hasta ar- bitrarias á lo infinito. Mas aquí, en la designación de tales animáculos, se les llega á atribuir también una forma y aun una vida par- ticular, como de propiedad acaso fungoidea; productos de óbolos y de espórulos como infusorios, ya ulteriormente localizados en las partes blandas del cuerpo humano, ó ya nadando en dichos líquidos y exudaciones respectivas, según se'han detallado y aun clasificado por el microsco- pio, en Europa y América, por prácticos de muy reco- mendada suficiencia y buena fé, para podérseles tener por visionarios ó impostores. Efectivamente, á efecto de las minuciosas investigaciones críticas sobre el origen en- démico y epidémico de la fiebre amarilla, procedente de América y aun hasta atribuida también ó tenida por importada de Oriente, al referirse su aparición, á la vez que su desarrollo espontáneo y endemia local por unos, lo ha sido así también por otros á la existencia de dichos seres, tenidos por miasmáticos en determinadas endemias ó epidemias; ya de los referidos aquí, ya de los nombra- dos micrófitós y microsoarios ú otros especiales, que se han llegado á tener por muy propios, y aun hasta únicos y exclusivos generadores de esta enfermedad. Seres ato- místicos, se dice por algunos, que aplicados ó introducidos en algunas partes del organismo humano, y más comun- mente en las vias digestivas, producen consecutiva y ne- cesariamente la extensa serie de fenómenos morbosos, ca- racterísticos, y tan graves, alarmantes y aun muchos de ellos mortales, como ya antes de ahora hemos podido conocer. Pero la existencia más ó menos vista de estos animalillos, como especie de criptógamas para otros, por rara y hasta aun absurda que esta idea parezca, admisible siquiera en ciertos aparatos orgán ico-animales, de especiales y como 332 aisladas ó exclusivas funciones, á ser evidente é infalible en general concepto, parecería entonces encontrar en la anatomía patológica el comprobante más racional y aceptable de tales teorías, ya que ni aun siquiera lo sea de las generales doctrinas vigentes hoy en tan importante extremo. Mas lejos de ser así, basadas estas opiniones en mucha parte de las oscuridades, en ciencias naturales, de los primitivos y aun de algunos posteriores siglos de la his- toria, hasta los más ilustrados que ya conocemos, han sido sumamente debatidas, y después de rechazadas y dadas al olvido como erróneas y aun hasta ridiculas á lo sumo, han sido también en épocas determinadas, más ó menos aducidas, sino en parte aceptadas, y no ya sólo con refe- rencia á las enfermedades de la piel y sus congéneres, sino que ya en lo ulterior y aun al presente, como de re- fresco ó de resurrección, han llegado á venir y á ser re- producidas ó más bien comentadas ad hoc; pareciendo no tener en su contra una argumentación fuerte y osten- sible, de que en verdad no carece, y en una muy amplia extensión, á pesar de lo en la apariencia verosímil, fácil y común de los hechos en que se apoya; teorías tan dadas por cierto á infinitos errores", como fecundas en visiones de ilusa creencia, y de más que absurda, de perniciosa y la- mentable cualidad. Estas ideas pues, debemos decirlo sin rebozo ni remora alguna, no satisfacen regular ni aun racionalmente si- quiera, ya que no en lo tan cumplido y universal como desearse debe, para la explicación detallada y bastante de la entidad morbosa que estudiamos, en lo aceptable si- quiera como común en la práctica. No, ni son tan claras ellas, ciertas y por todos aceptadas, como parece por ello merecerlo, que puedan siquiera darnos ni un asomo de explicación sobre el todo ni parte alguna al menos de lo tan grave, intenso y aun hasta enorme y variado de tal padecimiento, como es el horrible tifas icterodes, en el que es tan generalmente visible todo el fatal cúmulo de síntomas y lesiones orgánico-vitales, que son de todos co- nocidas con los mayores estragos humanos, que antes hemos descrito suficientemente, con la calma del obser- vador verídico, aunque sentidos siempre en lo natural, á 333 reminiscencia tan triste como cruel y dolorosa de este mal. El raciocinio pues aquí, á vista de tales suposiciones teóricas, desde el principio de su iniciación y más aun en presencia de lo? detalles erróneos , se opone y resiste á -todas luces, á su admisión y con él las ciencias y los he- chos verdaderamente exactos é infalibles, á toda clase de examen y análisis repetidos, se niegan decididamente á ello, revelándose ampliamente y á toda saciedad no ser esa tan mínima su causa, sino otras mucho más poderosas y trascendentales, que expresamos y aun repetimos ante- riormente. Y eso que podria quizá, á discreción, entrar mucho en este particular la consideración y aun estima- ción sistemática de la procedencia de tales corpúsculos, como partículas volátiles, que se pudieran tener como procedentes de los tan designados focos putrefactos; mas en este caso aun, la análisis con la sutileza de sus inves- tigaciones, nos lo hubiera revelado así, como lo hace por otra parte y en general con todo lo elemental físico-quí- mico, que más ó menos directamente con este mal se re- laciona, hasta el máximum de lo conocido en el dia; por más que ello le pese en buen hora á los visionarios de la, idea y á los especuladores del fanatismo científico, de tan fatales como deplorables consecuencias para todos. Tales cuerpos ó partículas vivientes, y de tal modo or- ganizadas como se quiera, deberían con sü existencia in- dicarnos también á la vez la extensísima é inmensa pro- piedad de su ser, tan maligna y prepotente, como se re- quiere para ser la generadora exclusiva de tan horrible en- fermedad como esta; propiedad tal y tan intensamente nociva como se necesita ser, para que introducida mate- rialmente en nuestro organismo, y circulando con los hu- mores de él, llegara á obrar patogénicamente, pudiendo en lo material ó fisiológico, pasar por todos los estados funcionales y patológicos conocidos, y hasta ser necesa- riamente eliminados á su tiempo, en cualquiera forma y proporción de las conocidas en tal padecimiento. Estas creencias, no exclusivamente expuestas, sino pro- badas suficientemente, para llegar á tener los atributos de aceptable doctrina, requieren infaliblemente, por su naturaleza, su exacta comprobación y detalle microscópi- 334 co, más regular y satisfactorio que el apenas indicado hasta ahora, sobre la aparición de dichos animáculos, en el melhanema, en la bilis, en la orina y en los demás humores de los pacientes de este mal; en que se dice ha- berles visto. Más aún, al ratificarse evidentemente é infa- liblemente su existencia del modo dicho, ya vivos en los materiales arrojados por estos enfermos y en cadáveres re- cientes, ya muertos en los líquidos y humores recogidos en los cadáveres no del momento, para no ser tenida tal teoría como una sutileza de inventiva ó ilusoria fascina- ción científica, debe evidenciarse á la vez no ser estos sé- res, organizados y anómalos, producto material y feno- menal físico-químico muy conocido y consiguiente á la descomposición orgánica ó degeneración pútrida tan cor- respondiente, propia, activa, constante y consecutiva en esta horrible enfermedad. Debe, al mismo tiempo, com- probarse hasta la saciedad en ello ser una causa tan di- minuta, sutil, atomística, casi imperceptible á toda cla- se de examen y tan casi inmaterial é intangible, que ni aun en lo toxicológico llega á podérsele apreciar, tan po- derosa no obstante, intensa y maligna á toda amplia aten- ción; tal y tan grande é inmensa en fin como se la ha querido suponer, para ser de suyo la productora especial de un tan atroz padecimiento. El origen pues, y es necesario concederlo de mal tan horrible, en conformidad con las buenas doctrinas hoy te- nidas como tales en la ciencia, debe ser indudablemente de una mucha mayor <§r más trascendental acción; de una casi indecible y prepotente intensidad, á la vez que de una inmensa extensión y actividad patogénica, ya esta sea en- démica, Americana, Oriental ó Europea, pero siempre mu- cho mayor y de muchísima más extensión y nociva activi- dad general y local, cualitativa y cuantitativa, que la que se le ha tratado de atribuir así; de una potencia, en fin, in- mensa y monstruosa, muchísimo mayor por consiguiente, que la que bajo tales conceptos puede reconocérsele, para ser tenida como generadora de mal tan atroz; y casi incom- parable sino con la de la variedad de agentes materiales, que sólo en la toxicología reconocen sus perniciosas cualidades. Sí, causas patogénicas estas, como las que hemos determi- 335 nado repetidamente, y de propiedades tales como son los fenómenos horribles que producen, en consecuencia natu- ral, material y tangible con los diversos y multiplicados ac- tos fisiólogo-patológicos tan graves, violentos y anormales por cierto, porque pasa toda la economía animal, en tran- siciones morbosas tan rápidas, nocivas y contradictorias como hemos observado en esta enfermedad; causas de una índole ó carácter de putridez esencial y en todo predomi- nante, cuya palpable evidencia fuera ya en el dia casi hasta una temeridad el negar. Descendiendo ya á las deducciones consecutivas á los multiplicados y verdaderos fenómenos comprobados por la ciencia y la práctica juiciosa, que no por suposiciones teóri- cas de ningún género, así como á cuanto enseñarnos pueda la multitud de lesiones anatómicas que hemos descrito en este padecimiento, vemos que, sanos generalmente los apa- ratos cerebral y pulmonar, los de la cavidad animal y más especialmente los aparatos digestivo y biliario son el asiento de los fenómenos patológicos, principales de ella. Así, la existencia en el tubo digestivo de los líquidos rojo-oscuros y negros, dichos melanhema, la inyección de la mucosa gastro-intestinal, su ulceración corrosiva, las manchas oscuras como gangrenosas de ella é invaginaciones de los intestinos, con la decoloración del hígado ó variado colo- rido de él, desde el amarillo sucio hasta el café oscuro, su infarto general y la alteración orgánica de la bilis des- crita, prueban nuestra teoría de ser esta alteración ó fer- mentación pútrida la causa mecánica é inmediata de la explosión de esta enfermedad, sobre la elemental de la descomposición de la sangre, por una hematosis viciosa, según á su tiempo dejamos asignado; como su conse- cuencia también inmediata, la comunicación de esta alte- ración al sistema de la vena porta, y de esta al general sanguíneo, en cuyo caso se generaliza dicha discracia, dando lugar á los múltiples fenómenos que en variedad de formas hemos examinado a un tiempo. TRATAMIENTO O MÉTODO CURATIVO Hemos llegado ya al punto más importante de nuestra tarea. Apreciadas las causas, síntomas, curso y término de la fiebre amarilla, consignemos ya el plan curativo que creemos ser más propio y conveniente contra tan terrible mal. Y en verdad que no deja de ser grave el propósito, en presencia de la diversidad y aun contradicciones que existen en este particular entre sus observadores; pero válganos en favor del objeto, la intención de nuestros mejores deseos en su satisfacción y la sinceridad de nues- tras afirmaciones, todas basadas en nuestra práctica propia y particular. Está generalmente reconocido que con las evacuaciones sanguíneas, propinadas en todos los tiempos, tan preco- nizadas en la época del predominio de la escuela fisiológica y aun ulteriormente, como medio general, seguro y eficaz en el tratamiento curativo de la fiebre amarilla, no se con- sigue extraer su elemento patogénico principal ó material morboso primitivo, ni cualquiera otro consecutivo, coexis- tente ó accidental del mismo género, y sí proporcional- mente, lo que más se obtiene con ello es extraer la parte de fibrina correspondiente y regular á la masa común del círculo sanguíneo; que ya es muy escasa por cierto, como hemos visto en tal estado patológico: así estas emi- siones sólo parecen útiles en el orgasmo inflamatorio del primer período de esta enfermedad, en los casos de plétora manifiesta; y precisas muy particularmente en las personas de temperamento sanguíneo ó demasiada robustez, en las que parece hacerse indispensables, aun- que cortas y de observación sucesiva, á fin de descargar el sistema circulatorio de su característico exceso ó predomi- nio, y dejar á la economía animal en cierto estado de equilibrio y libertad funcional necesaria, para que más ó menos oportuna y eficazmente ayudada, a' impulso á la vez y en consecuencia de la acción medicatriz elemental y ge- neral orgánica conocidas, puedan efectuarse esas elaborado- 337 nes propias ó fisiólogo-patológicas regulares, de descarte ó eliminación propicia y natural de los elementos y materia- les nocivos, preponderantes en mal tan terrible, y poderse así conseguir, cuando es posible, una buena crisis, y con ella, en lo más regular, el término favorable del padeci- miento. Se hallan igualmente indicadas dichas emisiones san- guíneas, con el mismo propósito, en los dolores generales intensos de índole flojística, en las complicaciones fleg- másicas de las visceras, en el estado de preñez evidente y en las predisposiciones apopléticas y hemorrágicas,-en que parecen, relativa y proporcionalmente, hacerse hasta im- prescindibles, con el fin de disminuir con la plétora vascu- lar el sentimiento en el orgasmo especial y propio de las le- siones consecutivas que le inician, en su indicación propor- cional y correspondiente, á ser de todo punto necesarias. Pero hay que tener muy en cuenta que estas indica- ciones tienen aplicación precisamente en el principio del primer período del mal, en el primer dia del mismo ge- neralmente, cuando es franca y muy manifiesta la excita- ción general orgánica, y aún no ha tenido lugar la discracia común sanguínea, propia de tal estado; circunstancias particulares en que se encuentran con frecuencia los Eu- ropeos recien llegados á América, en quienes no habien- do tenido lugar los fenómenos de transición fisiólogo- patológica , conocidos con el nombre de aclimatación, es en ellos más activa la circulación sanguínea y humoral y más regular el modo de ser del vis medicatriz natural, áncora de salvación siempre en todos nuestros esfuerzos en su favor, sobre la susceptibilidad orgánica humana. En tales casos no deben omitirse estas evacuaciones por te- mor á la adinamia característica del segundo período, que de todos modos llega á suceder, á efecto exclusivo de la índole morbosa predominante en todo el curso^ de él. Apo- yados en esta idea, á la vez que hemos omitido las san- grías en muchos enfermos por innecesarias, en los casos que se dirá, sin tener que arrepentimos de su aceptación, es como hemos llegado en América á prescribir estas eva- cuaciones hasta el número de seis ó más, que parecería exagerado á los extraños á esta práctica, que no hubiesen 43 338 visto sucederse los fenómenos patológicos con una admi- rable regularidad y disminución de fuerza morbosa; sien- do proporcional esta á su curso benigno y feliz termina- ción. Verdades, y de decirse que, al mismo tiempo, no fuera este método el seguido absolutamente, sino el que después se consigna, y que creemos ser el más adecuado contra esta enfermedad. Esto así dicho, poco ha podido importarnos en nuestro favor, que prácticos distinguidos hayan propalado la teo- ría antiflojística como exclusiva aquí, porque á su de- cir , aunque la sangre se haya alterado del modo dicho, ya en el segundo período del mal, y sea menos plástica por consiguiente, no deja de producir, sin embargo, su aumento proporcional en los órganos; ni que otros atrin- cherados solamente en la causa tóxica del padecimiento, se fijen aisladamente en la excitación que como accidental, se afirma, provoca ella en el sistema circulatorio; al atacar decididamente á la vitalidad, por su Cualidad mortífera, que es la que hay que combatir; al paso que algunos se manifiesten indiferentes respecto á este tratamiento, con- siderando sólo como de efecto material, y nada más, el aumento ó disminución de sangre en el sistema circulato- rio de estos enfermos, por subsistir, según ellos, la cua-' lidad excitativa de la causa, evacúense ó nó aquellos; sin que esto pueda contribuir al más ó al menos del curso de la enfermedad, nial resultado de su mejor ó peor trata- miento. Nó; seamos, repetimos, verdaderamente eclécticos en nuestros juicios, basados en la práctica de que, sin que parezca arrogancia, no tenemos por qué arrepentimos, cuya explicación veremos después. Opinamos, sí, con la gran mayoría de dichos prácticos que, estén ó nó indica- das para ellos estas evacuaciones, sino para combatir di- rectamente la fiebre amarilla, para corregir al menos sus graves accidentes morbosos, nunca, en caso afirmativo, convienen del segundo dia de la invasión en adelante, ó entrado ya el segundo período en que empieza á manifes- tarse la alteración sanguínea, consecutiva á la acción tóxi- ca y fermentecible de su causa, y á hacerse ya extensiva aquella al sistema de la vena porta y al general circula- torio, como pensamos y hemos dicho anteriormente. 339 » Páralos partidarios de la doctrina fisiológica, que no ven en la naturaleza humana más que las dos entidades de la astenia y la estenia, que se reparten su imperio ava- sallador, es indicación urgente y constante en esta fleg- masía, que así la llaman, la sustracción de sangre propor- cionada á su intensidad, á la edad, constitución y fuerzas del enfermo; medio que tienen por seguro y cierto para la destrucción de aquella, propinado también en los pri- meros tiempos de su invasión; sin que les detenga la adi- namia consecutiva, que no tienen por degeneración mor- bosa especial, sino como efecto sintomático ó simpático cerebral del exceso de inflamación y gasto de fuerzas; por dislocación y mala distribución de ellas en el orden fun- cional , á consecuencia de haberse abandonado la flegma- sía ó favorecido con el uso de los tónicos ó estimulantes. En estos casos, no obstante, dicen deber ser muy reserva- dos en su adopción por la inminencia y gravedad de dicha atonía. Y sea este el lugar de negar á los fisiologistas que tal atonía ó adinámia sea solo efecto del gasto de fuerzas y con- secutivo al de su decantada flegmasía gastro-intestinal, en que hacen consistir la fiebre amarilla; porque si esta sola fuera la causa de tan enorme y grave alteración, la misma ó de igual orden se observarían en la mayor parte de las demás flegmasías internas, ó al menos en las mis- mas gastro-enteritis que bajo otras condiciones y circuns- tancias se presentan en todas partes, aunque sin la sinto- matologia general y particular de esta enfermedad en tal período. De este parecer, respecto al tratamiento antiflojístico, fueron en lo antiguo y hasta para el de la peste, Anderson, Desgenetes, Gilbere, Hildembrand, qué se dice curado con él del tifus, y después Rusch, Lind, Deveze, Dal- mas y otros prácticos distinguidos de Europa y América. No seguiremos, sin embargo, á los que adoptando esta práctica, algo exagerada, quieren que estas evacuaciones se hagan hasta ceder el calor de la piel, ni mucho menos usque ad ánimi deliquium, como recordamos aún haber oído de jóvenes recomendar, ex-cátedra, á algunos apa- sionados á la escuela de Broussais. Nó; estas evacuado- 340 nes deben ser proporcionadas á la urgencia de la indi- cación , á la subsistencia de los síntomas, á las fuerzas del enfermo y al resultado positivo que con ellas se con- siga. No es tampoco sólo la repetición del calor morboso in- tenso, si este cedió á la primera sangría, el único indicio de la necesidad de su repetición, porque subsistiendo el es- tado febril, si tal cesación leve ocurre, sería una obceca- ción querer destruir de pronto y por completo este, uno de sus principales síntomas. El juicio médico aquí debe obrar con la mayor cautela, atendiendo á la relación y propor- ción de intensidad de todos los demás síntomas graves in- dicados , por el peligro que con la plétora se deje entrever de la lesión general sanguínea, ó en las visceras impor- tantes , cuya congestión y ulteriores desórdenes morbosos se hagan temer inmediata é irremisiblemente. Por esta razón, si determinamos la premura y oportunidad de la sangría en los casos citados, nos abstenemos de indicar si- quiera el cuanto, ó cantidad de sangre que pueda extraer- se á un enfermo del tifus, que muchos han calculado has- ta treinta, setenta y aun cien onzas, en variadas secciones, reduciéndole otros á quinientos gramos próximamente. Esto es lo mismo, relativo á la más ó menos intensidad morbosa, constitución y estado pletórico del paciente, así como al aspecto particular de las diferentes transiciones que hemos asignado á la variedad de formas de tan insi- dioso y terrible padecimiento. Hay quien opina por la cesación de la sangría al des- aparecer la cefalalgia y la ansiedad precordial; signos im- portantes, por cierto, mas que tampoco deben mirarse co- mo únicos, sin' que con ellos y en constituciones orgáni- cas regulares, vengan á la vez de consuno otros, como la cesación de la angustia general, la tendencia al reposo, la disminución ó cesación de los dolores generales, del ru- bor del semblante, pulso fuerte, ancho y duro, de las aluci- naciones y otros que sería largo é incierto quizá el señalar exclusivamente. Lo mismo decimos de la clase de sangrías que deban hacerse, abundantes desde luego, ó cortas y re- petidas ; lo que es igualmente proporcional á la variedad de circunstancias expresadas, aunque en la generalidad 341 opinamos por el segundo extremo, que es el que mejores resultados nos ha dado en la práctica. El calor y viveza del pulso, propia de los primeros tiem- pos de esta fiebre , que indican la exaltación de las fuerzas vitales, por la mayor actividad del centro circulatorio, precisan las más veces á su pronto combate y disminución por el método dicho; y aunque luego se vean ceder estos síntomas, con los antiflojísticos ó sin ellos, y aparecer, si se quiere, con la lentitud del pulso y disminución de los demás síntomas expresados, ese estado insidioso y como de cesación del mal, precursor del anémico, inexplicable por el efecto de la sobre-irritacion, ni mucho menos por el de las simpatías aisladas, hay que estar, como hemos dicho, muy en guardia contra tal apariencia de levedad, y de hecho fenómeno grave y muy elocuente para el prác- tico , de que más que las simpatías, hay ó subsiste una causa profunda elemental é importante que combatir sin tregua, y hacer desaparecer, para despejar el campo, en el cual puedan divisarse, si posible fuese, hasta los últi- mos reductos en que se atrinchera tan perverso enemigo. Esto creemos conseguirlo por los medios indicados y que expresamos luego. Puede, diremos con losBroussistas, coexistir en el indivi- duo enfermo, como en el sano, el exceso de acción vital ó es- tenia en un aparato ú órgano determinado, y el defecto ó atonía en otro ú otros al mismo tiempo, y ser esto aplica- ble de diversos modos relativamente á sus infinitas causas; mas aquí tal estado contradictorio no es aplicable. por no venir siempre asociados á la vez estos extremos , y ser más bien correlativo y consiguiente el atónico ó adiná- mico al flojístico, tal como le hemos descrito en la varie- dad de formas del mal, contra el que decimos deber con- tinuar el combate, destruidas que sean las primeras avan- zadas de tan traidor adversario. Dicho queda, ser el tiempo de estas indicaciones y su insistencia el primero del mal, ó sea generalmente poco más de las cuarenta y ocho horas después de la invasión; con cuyo método, sino cede aquel, como ocurre en la ma- yoría de los casos, ni más que en cierto grado el aparato excitante de los síntomas indicados, la enfermedad, ya 342 en el equilibrio dicho, sigue un curso más franco y me- nos tumultuoso, revelándose esto en la menor gravedad y disminución de las flegmasíasJocales y simpáticas, en la más visible tranquilidad del enfermo y disminución de dichos síntomas, hasta seguir la enfermedad á veces su curso de un modo como insensible. No así opinamos por estos medios como fundamentales del tratamiento, si la enfermedad se encuentra ya en su segundo período, ó sea en el de estupor. En tal estado, di- cho atáxico ó adinámico por muchos, muy rara vez ó nunca tienen un valor positivo ellos, pues no harían otra cosa más que aumentar la intensidad y gravedad de aquel. Entonces ya, contra el lentor, la lengua seca, negra y crapulosa, el temblor de los miembros, las náuseas y vó- mitos de cualquier carácter, y demás síntomas propios de tal estado, tenemos por más eficaces otros recursos terapéu- ticos más directos y poderosos contraía causa constante del mal, ya localizada y en procreación sucesiva, si vale lo expresivo de la acepción. Lo mismo asentamos en los casos de esta enfermedad, en individuos de un temperamento nervioso muy mani- fiesto , en que fuera una notable imprudencia la adopción de estas prescripciones, dándose lugar al predominio del estupor; á no sobresalir alguna concausa muy poderosa, de más preferente indicación; y he aquí el por qué de re- ducir nuestras prescripciones, en este particular, al sano criterio médico, en las varias circunstancias que de este orden pueden presentarse. La ocasión precisa de aceptar tal tratamiento contra esta enfermedad es fugitiva, y como dicen sus partida- rios, su más ligero retardo es funesto. Su inmediata apli- cación, á estar indicado indispensablemente, es de todo punto necesaria; pues bastan algunas horas para hacerse aquella insuperable por la violencia é intensidad propias de su desarrollo, curso y terminación. Así lo confirma el mismo Broussais, con referencia á su práctica en la fiebre amarilla de 1810, en las -inmediaciones de Cádiz, en donde dice haber obtenido una infinidad de curaciones con el plan antiflojístico. Si creemos con Tomasini y otros, que en este mal, con- 343 genere de las fiebres biliosas, lo predominante, ya que no lo esencial es la flegmasía de los órganos gastro-hepá- ticos, tendremos un dato más que agregar á nuestras ob- servaciones, y confirmar una vez más la necesidad de ciertos medios atemperantes y antiflogísticos á la vez primero, para poder después dirigirnos á mansalva al punto de ma- nifiesta fluxión morbosa, sin tregua ni demora alguna y á cualquier riesgo; pues ninguno es mayor que el de la muerte casi segura, que se viene corriendo, á quedarnos en la triste inacción, indicada por algunos fanáticos del poder aislado de la fuerza medicatriz de la naturaleza, para efectuar la curación de tan horrible padecer. Este tratamiento antiflogístico es aceptable para com- batir la flogosis predominante en el primer período dicho, opínese ó nó con los fisiologistas que el tubo digestivo, jefe que dicen de la vida orgánica y centro de importantes simpatías, es el sólo atacado primitivamente en la fiebre amarilla; especie' de irritación de las vías gástricas, la que, agregándosele una causa atmosférica ó gaseosa, se propaga al aparato biliario; ya en verdad más que por simpatía, por violenta continuidad de acción; en cuyo caso, dicen, la secreción de la bilis se aumenta, cae en el duo- deno, de donde refluye al estómago en cantidad y tiempo anormales, absorbiéndose también por la sangre, hasta dar á la conjuntiva y á la piel el color ictérico propio de este mal, de antiguo así reconocido, aunque hoy de di- ferente modo explicado. Diverso estado este y consecuen- cias, de cuando dicha flogosis predomina en otros apara- tos, ya mucosos, ya nerviosos y demás, resultando entonces otras diferentes enfermedades conocidas de todos. No son pues los síntomas de la fiebre amarilla sólo simpáticos de la flegmasía gastro-intestinal; ni esta es la causa única de aquella, primitiva ó idiopática que existe, no lo negamos, consecutiva á la acción tóxica del agente morboso y á los efectos de su elaboración en el tubo intes- tinal; pero no cede con los antiflojísticos tan radicalmente como quieren los Broussistas, evitándose hasta por horas los síntomas biliosos, adinámicos, atáxicos y entero- mesentéricos, que gracias disminuyan algún tanto con dichos medios; pero no sin volver á presentarse en escena 344 después de un falso colapsus, del tercero al cuarto día pró- ximamente , en que, como por reacción del agente dicho, que parecía como adormecido ó abortado con otros medios, vuelve á aparecer el mal con algún incremento, á con- secuencia quizá de la nueva elaboración de sus vestigios fermentecibles, de sus heces !que pudiéramos decir, que no evacuados del todo sus vestigios ó germen subsistente, han dado lugar á una nueva fermentación, produciendo como una recidiva del mal; 1» que ha dado motivo para considerarle como intermitente ó remitente. Pero ateniéndonos leal y eclécticamente á la acción del vis medicatriz natural, ¡cuan cautos hemos de ser para su atención en este lugar! Nuestra ignorancia nos impide ver efectivamente, en muchas ocasiones, que cuando acu- samos á la naturaleza de desorden ó violencia en sus actos, es que obra, como aquí ocurre, con un plan vasto, continuo y regular, que desconocemos en nuestra obcecación, tra- tando de sobreponernos á ella en ciencia y poder. Esta sigue sus propias leyes de conservación, oposición y des- carte ó repulsión de todo lo que le es nocivo, ya sea na- tural, artificial ú ocioso, unas veces poniéndose de parte del médico, y otras como de la enfermedad en la apariencia, á necesidad de ulterior salvación y vida, esforzándose en salir siempre victoriosa de cuantos obstáculos y contrarie- dades se le oponen en su marcha. Y en aquellos casos en que ya cansada ó deterioradas sus fuerzas, por un gasto excesivo de ellas, en este como en otros graves padecimien- tos de la especie humana, es cuando se hace más visible el verdadero auxilio que le prestamos, correspondiendo á su oportunidad y eficacia de un modo admirable y asom- broso. Por eso es muy atendible esta consideración para interpretar exacta y oportunamente los fenómenos natu- rales, y no entender ciegamente como por ejemplo, por las náuseas la necesidad del vómito, y la de las evacuaciones sanguíneas por las hemorragias pasivas, debiendo no com- prenderse por estas otra cosa sino que la sangre, alterada ya del modo indicado, no tiene las cualidades vitales pro- pias para su circulación y permanencia vascular; mas no de modo alguno su exceso ó preponderancia, como no falta quien así quiera interpretar aquellas, en su furor antiflojís- 345 tico avasallador; tergiversación aquí sumamente peligrosa y trascendental, pues en el extremo y último período de este mal, en que estas hemorragias pasivas y atónicas se presentan, ya no deben tener absolutamente aplicación las evacuaciones sanguíneas, tan recomendadas en sus preci- sas circunstancias en el primer período del mismo, en que repetimos le hacen muchas veces indispensables los sínto- mas flojísticos. Sentimos no estar conformes en nuestras opiniones sobre las sangrías con el Sr. Aréjula, aunque hay que notar que al decir éste no haberlas ordenado en los mu- chos enfermos que vió, en su benemérita excursión por An- dalucía, en esta epidemia, refiere haber producido daño en el grande abatimiento de fuerzas que en aquellos se notara, no dando tiempo á ello, pues muchos morían á las treinta y seis ó cuarenta y ocho horas del mal; lo que da lugar á sospechar que la mayor parte de dichos enfermos, que como por apelación ó consulta oficial viera, se hallaban más que en el primer período ó flojístico de la enfermedad, en el segundo ó ya más adelantado éste, que como es tan sabido le caracterizan los síntomas de atonía y abatimiento de fuerzas, que cita en aquellos pacientes; siendo á la vez más digno de achacarse los ma- los efectos de las sangrías al mercurio y á los tópicos fríos, que refiere haber usado al propio tiempo, con muy mal resultado, un profesor de la corte. Es verdad que hay que tener mucha cautela en la ob- servación de los efectos de la deplesion sanguínea, al de- cidirse por estas evacuaciones y tener muy presentes los casos de complicación y preponderancia flojística y con- gestiva, que se deben calcular con la mayor prudencia, procurando despejar bien la situación y hacer clara y ter- minante su indicación precisa y á veces indispensable, en los casos que antes hemos citado; á fin de omitir un mé- todo deprimente excesivo, que pueda alejar la resolución critica, provocando las reacciones violentas ataxo-adi- námicas, que tan temibles son por sus funestas conse- cuencias. No creemos tan dudoso, como algunos contemporáneos afirman ser, el eretismo ó estado inflamatorio propio del 44 346 primer período de este padecimiento, que es su carácter distintivo, paia poder vacilar en prescribir, en las cir- cunstancias dichas, las sangrías cortas y de observación preventiva para repetirlas ó nó, según se noten sus bue- nos ó malos efectos. Lo mismo decimos sobre el fundamento de la opinión de no ser útiles estas evacuaciones, por desconocerse la naturaleza de la fiebre amarilla y saberse sólo la profunda alteración de la sangre que le es propia. Sobre el primer punto ya hemos abordado nuestro parecer, y respecto al segundo, acordes en que no se consigue con las sangrías extraer el agente morboso, ni se obtiene la curación radi- cal que quieren los Broussistas, somos de parecer, no obstante, de que se hallan indicadas en el primer perío- do, en los casos insinuados, á fin de conseguirse el equi- librio funcional preciso, para ayudar á la naturaleza en sus elaboraciones críticas favorables. Sí repetimos la ne- cesidad de la mayor prudencia y reserva en este trata- miento, propio sólo del principio del mal y jamás de sus períodos sucesivos, en que la fuerza plástica de la sangre se halla disminuida, por lo que sobrevienen las hemor- ragias pasivas, los equímoses y demás fenómenos de esta clase. Aunque la argumentación de los fisiologistas, en pro de estas evacuaciones, por la reparación pronta de la san- gre, que dicen conseguirse con la hematosis, pueda te- ner algún valor en general, no lo es de tanto en este caso, en que se sabe la alteración ó anomalía de esta fun- ción importante y reparadora, á causa de las impropias cualidades físico-químicas del aire atmosférico en ciertas y determinadas localidades, especialmente en América, cuyas designaciones etiológicas asentamos á su tiempo; por lo que no debemos fiar mucho en tal reparación, á no variarse de un modo radical las cualidades del aire res- pirable, bajo cuya acción haya podido ser invadido el pa- ciente. En la forma inflamatoria y siempre que haya síntomas de congestión cerebral, optamos desde luego por la sangría, lo más pronto posible, siendo proporcionada la evacuación á las fuerzas del sujeto, y nunca considerable, ni debiendo 347 pasar de ocho onzas, la que puede repetirse á discreción. Este medio es tanto más seguro cuanto más pronto se aplica, por lo que debe tener lugar en las doce primeras horas del mal. En los casos en que predomina el sopor en el enfermo, desde la invasión, no hay otro recurso más seguro; notándose con la sangría del pió un conocido alivio. Y no es inconveniente para esto, según afirma un prác- tico de estos dias, en los casos de congestión cerebral, por excesos en la alimentación, el que se haya acabado de co- mer; pues la evacuación entonces ha dado los mejores resultados, con la aparición de los vómitos espontáneos y consecutivos á la cesación de la presión cerebral prepon- derante. En la forma biliosa, en que los síntomas de esta clase son más pronunciados que los inflamatorios, antes de prescribirse las emisiones sanguíneas deben administrarse los evacuantes y sus asociados, de que hablaremos; prece- diéndose luego á estas evacuaciones generales y locales, si hubiese indicaciones para ello, como la fiebre alta, la congestión cerebral, el lumbago y la cardialgía; recargo ó renovación de síntomas muy frecuente del primero al segundo dia y durante todo este; efecto visible de la nueva acción reproductora de los vestigios del fermento, que han quedado en el aparato digestivo sin evacuar, y que son tan activos para regenerarse, como se sabe, aunque existan en una mínima proporción. Dicho ya lo que corresponde á las emisiones generales de sangre ó venosas, hablemos de las indicaciones de las tópicas ó vasculares. Las evacuaciones sanguíneas locales, moderadas y en el primer período de esta enfermedad, suelen dar buenos resultados con el propio fin, como depletorias parciales, en las flegmasías localizadas de los órganos ó de alguna vis- cera importante; á veces precisas y muy regulares contra su infarto ó congestión capilar, y en otros estados análo- gos, más ó menos graves y alarmantes, cuyos síntomas relativos, principales y más imperiosos, son la cefalalgia, el lumbago intenso, la epigastralgia rebelde y penosa, las náuseas, extemporáneas ó irregulares, en tiempo y es- 348 tados diferentes de los períodos determinados en este mal, la tensión del hipocondrio derecho, con particularidad, y otros variados signos, que todos, de consuno y en conjun- to, revelan la intensidad y gravedad de las congestiones locales orgánicas indicadas. Se asocian á estos signos de indicación urgente de tales evacuaciones, con la cefalal- gia intensa, el dolor de los ojos muy sensible al movi- miento de ellos, las alucinaciones y la piel seca y muy caliente. No falta quien sostiene con Broussais que estas sangrías capilares son un remedio mucho más pronto y enérgico, que las generales ó venosas; no tan'sólo por su efecto inmediato de la disminución sanguínea, lejos del centro circulativo, sino por el estímulo como revulsivo y sim- pático que producen en la piel, cambiando la atracción sanguínea, que disminuye en el interior del órgano ú órganos, cuya congestión capilar ó local se hace temible, de curso pernicioso y terminación funesta. Efectivamen- te, en estos casos los grandes grupos délos vasos capilares, estimulados por la flogosis general del sistema circulato- rio, obstruyen por su estado de inflamación el curso de su circulación propia, y son la causa no sólo patológica sino hasta mecánica, si se quiere, de esas congestiones locales, tan temibles en el primer período de esta enfermedad; congestiones que á la vez que los demás fenómenos ex- presados, hay que combatir oportunamente con dichas evacuaciones tópicas. Aquí, como en las indicaciones de las sangrías, deben tenerse presentes las mismas prevenciones relativas al clima, edad, robustez, temperamentos y demás circuns- tancias para su prescripción proporcional, sobre cuyas diferencias deforma, cantidad y repetición, el descenderá determinarle sería hacer una ofensa á la susceptibilidad y digna incumbencia profesional; por más que haya quien sostiene la repetición de estos medios ínterin subsistan los sínto mas que provocaron su adopción, designando como norma la aplicación desde doce á setenta sanguijuelas y mayor número de incisiones de ventosas. Debemos, sí, ai hacer una evacuación, esperar con prevención algunas horas para repetirla, no olvidando para lo mismo el 349 estímulo consiguiente á estas pequeñas evacuaciones. En la cefalalgia y aun en el delirio ó congestión cere- bral, en que no hay mucha rubicundez del semblante, elevación de pulso, robustez, ni otros fenómenos flegmá- sicos, es cuando se recomiendan con oportunidad las san- guijuelas á las regiones mastoideas ó á las temporales, seguidas de las aplicaciones tópicas frías á la frente, de pediluvios calientes y demás medicamentos que se dirán. Con estas evacuaciones sanguíneas locales, se consigue oportunamente la deplesion capilar de la piel, que se re- laciona algo directamente con cualquier órgano interno que se haya congestionado, y el descenso de actividad or- gánica, ó aumento de vida anormal que se ha efectuado, con tal acumulo sanguíneo, en cualquier aparato ó vis- cera , de las que tan conocidamente se afectan de este mo- do consecutivamente, más que por simpatías, como dicen los fisiologistas. Bajo este concepto es como las recomen- damos también al epigastrio, contra la cardialgía y dolor epigástrico, que reconoce por causa dicho estímulo flojís- tico accidental, á los lomos, contra el lumbago del mis- mo género, y al hipocondrio derecho en el mismo sentido, á la tensión y sonido mate de la región , que indican el infarto y dureza congestional del hígado. Mas de este tratamiento como del anterior, por más que para alguien sea indiferente el período del mal en que se prescriba, re- petimos que siempre optamos por él en el primer período del mismo, antes de que del estado de orgasmo ó conges- tión orgánica dicha se pase al de descomposición elemen- tal de la sangre, y aun del material de las visceras , tan palpable después por los estragos que la anatomía patoló- gica nos lleva demostrados; en cuyo caso, ya efectuada aun en su principio esta desorganización, todo tratamien- to antiflojístico general ó local es, no sólo inútil sino per- judicial al intento. Objeto igual este al que nos llevamos en exacto símil, contra otras enfermedades del mismo or- den, en que aparecen las mismas congestiones locales, cuya inacción en su combate puede ser sumamente peli- grosa y funesta. Este acumulo de sangre en los vasos capilares orgáni- cos produce tal estado congestivo por la mayor frecuencia 350 de la circulación, que ocasiona la estancación de más san- gre que la regular en las partes internas y profundas de ciertas visceras en que, por su estructura particular, sobre- sale la existencia del tejido vascular, con orificiosú órga- nos de expulsión reducidos, por donde poderse descartar la naturaleza de aquella, en su trabajo circulatorio propio, sucediéndose por consecuencia dichas congestiones; y en este caso se encuentran casi todas las visceras más impor- tantes para la vida, como el cerebro, el pulmón y el hí- gado, que son de las más atacadas así, en el curso violen- to de la fiebre amarilla. Mas en el caso contrario en que, por defecto de excitación fisiológica, sobresale ya el esta- do atónico de la sangre, llamado ataxo-adinámico , cons- tituyéndose todos ó muchos de los síntomas concomitan- tes de las hemorragias pasivas, con razón tan temidas, en- tonces se hallan sumamente contraindicadas estas evacua- ciones locales, y el buen juicio no debe ya ver en esta emisión morbosa una indicación de extracción de sangre, sino la expresión genuina de la naturaleza, de su altera- ción y coexion débil para poderle contener en sus vasos propios , y una expresión ó fiel reflejo de lo que en lo más profundo de la economía animal y centros de la vida está pasando; expresión natural, más que de aviso, como de reconvención grave á la inacción del tratamiento, en la ocasión precisa y fugaz de estas evacuaciones, ó de la vio- lencia ó contrariedad de otros medios que imprudente- mente ó por una triste obcecación, se hayan aplicado, im- propios para favorecer el mejor curso de la enfermedad, en el equilibrio necesario dicho, para poder obrar la fuerza medicatriz natural, de ese modo como anómalo y hasta al parecer contradictorio en mucho; no de otra manera que como lo ejecuta el Creador, en los misteriosos arcanos de la vida cósmica, para los más altos fines, necesarios á su inescrutable y magno objeto. Mas en estas sangrías vasculares hay que tener pre- sente, lo mismo que en las venosas, una suma prudencia en su prescripción, evitándose el abuso de ellas, y como hemos repetido, procurar hacerlas en el primer período de la enfermedad, generalmente en el primer dia de ella, y á lo más proporcionalmente y á gran necesidad, en el 351 principio del segundo período, ó sea del segundo al tercer dia de la invasión, á no haberse podido hacer antes. Omitimos aquí otras indicaciones de estos mismos me- dios, en complicaciones evidentes de este mal, con fleg- masías locales accidentales, y cuya satisfacción no se ha- lla gravemente contraindicada en lo esencial del trata- miento , contra la enfermedad primordial, y con tanta urgencia como lo prescriban las circunstancias. No es una pura hipótesis, como algunos sostienen en el dia, la existencia de las flegmasías locales en el primer período de la fiebre amarilla. Dígase en buen hora que, así como la fiebre es el efecto de la lucha de la naturaleza con la enfermedad, estas flegmasías son un resultado se- cundario del acumulo de sangre en las visceras, por no poderse estas descargar de ella con la viveza que la acti- vidad de la fiebre requiere; pero no se desconozcan estas, atribuyéndose todo al desorden nervioso,, coexistente tam- bién con los fenómenos flojísticos, pero no aislados y ex- clusivos estos, como se indica por algunos contemporáneos. El sitio de aplicación de estas evacuaciones no es del todo indiferente, prefiriéndose, en dable regularidad, el de una base dura, firme ó huesosa, á fin de poderse obrar sobre ellas con la compresión ú otros medios necesarios, en las hemorragias locales y pertinaces descritas, que son consecutivas, muy frecuentes y graves en el segundo pe- ríodo de esta enfermedad. En su evitación por lo tanto, siempre que no ofrezca violencia ó molestia suma, puede en su lugar optarse por las ventosas escarificadas, cuyas incisiones son más fáciles de comprimir, de hacer cicatrizar á su vez y menos dadas á las hemorragias lentas y re- beldes, que las cisuras de las sanguijuelas, por las causas mecánico-funcionales del modo de obrar de estas, que son muy conocidas de todos. Una ventaja, sin embargo, reco- nocemos que existe en las ventosas sobre las sanguijuelas, á más de su menor propensión á las hemorragias rebel- des, y es la evitación del tiempo detenido que por lo co- mún requieren aquellas para su aplicación, lo que fatiga al enfermo, teniéndole mucho tiempo en una misma posi- ción, descubierto y desabrigado, é impidiéndole la traspi- ración natural. 352 Por último, desconocemos el inconveniente de producir las ventosas escarificadas la gangrena, pues el mismo existe en la aplicación de las sanguijuelas. ¿Y qué temor hay en esto cuando, si se presenta la gangrena, lo que se veri- fica siempre en el último período del mal, haya ó no pun- tos de la piel heridos, aparece en general espontánea- mente y á manchas estensas en esta, como hemos referido? El método antiflojístico pues, en absoluto ó directo, á pe- sar de cuanto hemos dicho en su pro, en el primer período de la fiebre amarilla, y lo mismo el general indirecto, según veremos, por sí solos exclusivos y como base elemental del tratamiento curativo del tifus icterodes, en buen sentido doctrinal y á sano criterio práctico estimados, parecen no dar siempre en leal y comprobada evidencia un resultado positivo, favorable y constante, átoda infalibilidad, ni aun reducido en general, franco y seguro, ó á lomas consecutivo y probable, siendo particular y respectivo acasos especiales, de índole y tipos irregulares ó anómalos, en el curso, inten- ción y gravedad del padecimiento. Esto dicho sea así en general, excepción juiciosa hecha de las complicaciones y circunstancias morbosas particulares, anteriormente ci- tadas, cuya solución prudencial, fuera de cualquiera apa- sionada teoría ó deferencia de doctrina, es muy importante, altamente exclusiva y sumamente recomendable ala pers- picacia y reflexiva decisión profesional. Los revulsivos á las extremidades, tanto los simples co- mo los sinapizados y aun hasta los vexicantes mecánicos y escaróticos, sumamente recomendados de muy antiguo, han venido teniendo también no escasa boga entre los auto- res prácticos de todos los tiempos y de muchos países, como fuertes derivativos, muy especiales y hasta casi prepoten- tes déla acción morbosa general y particular de esta enfer- medad ; ya fuera ella tenida por infaliblemente flojística, ó ya considerada también como tóxica ó séptica, contagio- sa ó nó, pero siempre grave y muchas veces funesta. Efectivamente, la provocación de una irritación artifi- cial más ó menos enérgica y remota de los centros de flu- xión para desalojar, oponer ó cambiar la sobreexcitación orgánica, está muy indicada después de haber disminuido la intensidad del padecimiento por medio de las evacúa- 353 ciones sanguíneas, empleada aquella lejos del órgano en- fermo, donde sea lánguida la vida ó la irritación, para evi- tar toda sobrexcitación consecutiva ó accidental temible, y obrarse excitando por simpatías y revulsión las propiedades orgánico-vitales, á expensas de su disminución, en otros centros en que estas son excesivas, especialmente en las membranas mucosas. Esta medicación obra casi particular- mente por simpatías, las que son tan prontas en el orga- nismo y evidentes á lo sumo en el desarrollo de esta enfer- medad; sin que creamos con algunos prácticos que corres- ponden aisladamente á estas, y por ellas sólo se explican la ataxia y adinamia características de sus períodos suce- sivos , como los demás fenómenos morbosos, en particular secretorios y escretorios, que dejamos detallados y que re- conocen indudablemente una causa mucho más poderosa que las simpatías'orgánicas, una continuidad de acción patológica más incisiva, generadora y activa, de efectos tan materiales y de desorganización tan manifiesta como la que antes hemos estudiado. De decirse es pues, al tenor de lo expuesto, que como medicamentos de los llamados revulsivos externos, y de los más comunes contra multitud de enfermedades, y entre ellas de la fiebre amarilla, ocupan un lugar ordi- nario las fricciones secas y medicamentosas, los sinapis- mos y pediluvios sinapizados, las ligaduras y otros por este orden, de más ó menos racional aceptación y utili- dad prácticas. Los sinapismos entre ellos y aun los pedi- luvios sinapizados, ya solos ó aplicados alternativamente, vinieron siendo, de muy antiguo, un recurso muy general y común de tratamiento contra el terrible tifus icterodes, ó sea el vómito amarillo, prieto y negro de nuestros ma- yores. Efectivamente, después de haberse puesto en prác- tica cuantos recursos terapéuticos y medicamentosos se encontraron propios para combatir dicho mal, procuraban desde luego la sinapizacion del enfermo, tan activa como necesaria fuese, procediendo casi á la vez á provocar en él la diaforesis, qué era otra de las medicaciones que se tuvieron por más útiles, convenientes y aun precisas con el mismo objeto. Bajo la acción pues natural, decían, de un método curativo tan sencillo como regular, si bien no 45 354 se lograra la curación de tantos y tan graves enfermos como endémica y epidémicamente se le presentaran, teníase al menos la convicción de haberlo intentado, con los medios que fueran más conocidos y proporcionados para ello en la práctica. Con la adopción de este tan sencillo, pero en verdad insuficiente plan terapéutico, creíase deberse acaso esperar el alivio, que venía ó nó; y seguidamente, con la rapidez y violencia conocidas pro- pias de este mal, se sucedía su paso al segundo período dicho; ya en este, lo que más principalmente se ha- cía, en el mismo sentido, era reiterar el mismo tratamiento, sobrecargándole más y más en la acción terapéutica y farmacológica indicada, sin darse treguas en ello á la en- fermedad ni al enfermo. De entre todo esto resultaba lo mismo que hemos asentado, lamentándose de un modo el más doloroso la horrible mortandad humana; sin po- seerse los mayores, y ni aun los precisos recursos conoci- dos como eficaces para la curación de tan atroz padecer. En tanto á la vez se observa que, entre los medios cura- tivos que se ponían entonces en práctica contra esta en- fermedad, ocupaban un lugar preferente los revulsivos en general, más principalmente y casi como únicos los ex- ternos. Ellos, bajóla forma y variedades arbitrarias de su aplicación entonces, hubieron de dar como hoy, á ser ó estar indicados en las circunstancias y oportunidad dichas, resultados más ó menos variados, y á ser en bien estos y no dañosos, debieran ayudar naturalmente á desviar, separar ó cambiar el acumulo fluxionar primitivo ó acci- dental, que existir pudiera en las visceras del enfermo; contribuyendo á la vez ó coadyuvando á la diaforesis, por sus estimulantes propios y con la oportunidad y previsión correpondientes. Estos revulsivos tenían ya antes, como al presente, una aplicación muy apropiada en las formas gástrica ó bilio- sa y nerviosa, y en la atáxica, que este padecimiento presenta, casi generalmente, en sus períodos avanzados y sucesivos. Y por más que se haya dicho, en lo aplicable al principio del mal, que ellos estimulan la causa conges- tiva, no lo es con la productora de la discracia general san- guínea; así no parecerá extraño sostenerse que, ya en tal 355 extremo y carácter del mal, lo que hacen los revulsivos dichos, como lo probaremos, es desviar aquella de los centros orgánico-vitales en que esto ya se ha efectuado, y donde progresa aquel, á la vez que del mismo modo rá- pido y violento, en un desorden y actividad peligrosísima y muchas veces mortal. Como en la doctrina antiflojística y método indirecto de la misma figura, aunque en segundo término, la ac- ción revulsiva, interna y externa, ya general, ya parti- cular ó local que nos ocupa, seguiremos tratando discre- cionalmente de este punto. Con referencia á él, por lo tan- to, séanos permitido decir de seguida que, si bien recono- cemos generalmente en ciertos y determinados casos, al- guna utilidad en los revulsivos internos, con referencia á los estados de astenia ó atonía orgánicas, generales ó particulares y en sus diferentes gradaciones, cualidades y entidades patológicas de este género, según luego ex- presamos, al tanto de sus indicaciones y contraindicaciones racionales y oportunas; á la vista de ciertos y determina- dos hechos patológicos, de carácter general y del típico, ó más bien tífico que nos ocupa; aquí en el exámenpre- sente y orden regular de apreciación terapéutica que de es- ta medicación venimos haciendo, suspendemos por ahora, respecto al método revulsivo interno, como de indicación especial orgánica ó visceral, toda prescripción de esta for- ma, hasta venir ocasión más favorable y precisa de decir más sobre ello, al propósito de su pretendida administración interna, contra los estados patológicos y gráficos de este mal, que oportunamente expresaremos. Entre tanto, bás- tenos, por el presente, seguirnos ocupando en este lugar de los revulsivos externos, relativamente al orden que lle- vamos expuesto. Continuemos en nuestra tarea, y vea- mos la razón de haber sido estos medios preconizados y aun propinados con gran estima y en alternativa boga, al paso que contrariados, vituperados y aun ya desprecia- dos, como remedios especiales y muy eficaces contra la hor- rible fiebre amarilla. Sigamos pues, en este sentido, tratando de momento de cuanto concierne, bajo tal método curativo, á dichos estimulantes externos. Hállanse estos, como hemos refe- \ 356 rido, más ó menos preconizados, como remedios activos y eficaces contra este enorme padecer. Y electivamente, hay ocasiones morbosas de este género en que los sinapismos, rubefacientes y epispásticos de tal orden, son de pre- ferencia entre los revulsivos de su clase, más que otros de acción cáustica ó escarótica, muchas veces peligrosa en la aplicación y resultados, por produeir estos una mortifica- ción orgánica mayor de lo que fuera de desear, é inten- tarse quisiera. llegando á dar de sí la gangrena y otras lesiones del mismo género. Tienen aquellos además la ven- taja de obrar más pronto, y de poderlos aumentar, en breve tiempo, multiplicar ó disminuir á buena discreción, sin el riesgo también de provocar otras simpatías fisiólogo- patológicas mayores de lo que se quisiera, en ciertos y de- terminados aparatos internos, como ocurre tan sabidamen- te con las cantáridas. Entre los epispásticos, sin embargo, aparecen generalmente, como en primera línea, los vegi- gatorios, muy propinados de antiguo en el tratamiento de esta enfermedad, como remedio enérgico y de gran oportunidad, mas que para muchos doctrinarios y prácti- cos respetables, no constituyen otra cosa que un fuerte pa- liativo y de gran oportunidad, pero no un remedio positi- vo, seguro é infalible ó de bueno y constante resultado en dicho tratamiento. Respecto á la idea y adopción de esta clase de revulsi- vos existen varios extremos de doctrina. Unos los miran como derivativos precisos y apropiados en el primer tiempo del mal, por más violento que sea ello, y aplicables lejos del sitio de más conocido acumulo morboso; á la vez que otros los prefieren en contrario, en los estados ó períodos suce- civos de aquel, principalmente en el ataxo-adinámico di- cho, siempre más que los rubefacientes y por lo mismo de cualidades utilizables en tan grave situación. Estos heroi- cos revulsivos, si les cuadra el epíteto, llegan á aplicarse en este padecimiento, no sóbalas extremidades del cuerpo humano, sino en varias ó en todas sus partes accesibles al ingenio y mano del hombre, por los medios y en la forma conocida de todos. Así que no es extraño verse or- denarlos sóbrela nuca, á la región mastoidea, á las sienes, sobre las carótidas y otros puntos, contra la cefalalgia, la t 357 modorra y el coma, dicho vigil, ó más bien tifoideo, lo mismo que al epigástrico; no ya aquí tan sólo como fuer- te revulsivo de la acción morbosa intensa que conocemos, al localizarse algo ó mucho en el estómago, sino, como después diremos, para producir la denudación de la piel y aplicar á la naturaleza, en lo más vivo y descubierto de sus vasos absorbentes externos, otras medicaciones ya refri- gerantes, narcóticas, entiespasmódicas ó tónicas, de que nos ocuparemos después. No obstante lo indicado de este orden de revulsivos, prácticos de muy sano y elevado criterio, como son Lind, Cailliot y otros, dicen no deberse fiar mucho de estos me- dios terapéuticos, más que por sus cualidades rubefa- cientes y ser aplicables en forma rápida y volante; por, que muchas veces y aun casi siempre, se le han visto ser ineficaces é inútiles para combatir el mal en sus pe- " ríodos graves y avanzados, en que es muy probada su inacción cáustica; llegando á dar á lo sumo en estos casos, una escara oscura y purulenta, sin otro resultado favora- ble y ventajoso que pueda ser conocido y bien estimado en la ciencia. Cuando son útiles estos revulsivos lo dejan entrever así desde luego á su aplicación; lo que tiene efecto en muchos casos de predominio de los síntomas nerviosos, en la postración, modorra y estupor; mas es muy de tener en cuenta, con su cualidad de obrar mucho así sobre la sen- sibilidad, el que también estimulan un tanto la irritabili- dad orgánica y muscular, como hemos indicado antes. No podemos dar acceso por otra parte á una particular y no poco común creencia en América, de que estos me- dios obran, además de lo dicho, por una especial cualidad farmacológica, que dicen, de favorecer la disolución de los humores del cuerpo humano. Esta opinión, algo anti- cuada por cierto, no tiene otra razón de ser ni de creencia que la buena fé de los que como tal la tienen, pues nada más alegan en su favor, defensa y término do prueba que un dicho aislado y sin fundamento apreciable. Algún observador y práctico notable de esta enfermedad, como Deveze y otros, llegan á reprobar esta medicación, particularmente en los tiempos varios del primer período 358 del mal, por la violenta sobreexcitación morbosa que llega á producir y que provócanla mayor con la grave ya existente propia de aquel. En su consecuencia creen que por tal y tan intenso cúmulo de elementos tifoideos, puede hacerse ó ser luego mucho más peligroso el segundo pe- ríodo del mal, y ser mayor y más grave, ó ya irremisible- mente mortal la adinámica propia y correspondiente al mayor eretismo, provocado antes en el citado primer perío- do de aquel. En el segundo período, efectivamente es distinto el modo de obrar de los revulsivos citados, pues hallándose en él alteradas ó viciadas las fuerzas orgánico-vitales, sino es que se encuentran ya aplanadas, bajo la acción ató- nica desorganizadora y ya preponderante de la enferme- dad, entonces se obsesva que los vejigatorios obran con ventaj a, atrayendo la vitalidad, cualquiera y en los grados de trasmisión posible que exista, hacia uno ó va- rios puntos de elección determinada en el organismo; conmoviéndose así y dirigiéndose el estado general de él hacia una reacción necesaria, al menos por el pronto y que pueda en lo subsiguiente ser de muy útiles resultados. Así es como, en varias de estas circunstancias, hemos he- cho uso en la práctica de estos recursos farmacológicos, con un éxito lisonjero y benéfico, que sino ha sido siem- pre infalible, lo fué muy regular en lo común y favora- ble, para no tener que arrepentimos de su adopción. Obrando pues las cantáridas del modo expuesto, unas veces sin embargo, son útiles, otras indiferentes, y algu- nas aun perjudiciales. En el principio, como algunos las re- comiendan y en casos dados, son aceptables, y aun preferi- bles casi siempre, sólo en forma volante, para distraer la flogosis maligna, cuando esta indica tener tendencias á localizarse en visceras ú órganos de gran importancia. Mas si ya se llega á dominar la congestión sanguínea, lo que se suele observar con particularidad en los sujetos de muy visible impresionabilidad fisiológica, y se logra fa- cilitar la movilidad revulsiva orgánica, atrayendo la sen- sibilidad de las visceras á la periferia del cuerpo, en- tonces se ha conseguido dar un gran paso en la muy di- fícil y á veces inescrutable via del buen tratamiento cu- 359 rativo de tan terrible mal. Bajo tal concepto, pues, cuan- do existe una muy grave y profunda congestión sanguí- nea en el cerebro, en el pulmón, en el hígado ú otras en- trañas de este valor para el caso; luego de practicadas las evacuaciones sanguíneas dichas, con la oportunidad y precisión indicadas, son muy á propósito estos enérgicos revulsivos, que dan el resultado general que venimos diciendo. El olvidarse ó despreciarse estos hechos y parti- culares circunstancias, para este orden del tratamiento, es lo que ha dado lugar á la muy deplorable discordancia y contrariedad de opiniones sobre la utilidad, indiferencia ó nulidad y aun funesto perjuicio de esta clase de revul- sivos que, aunque muchas veces, como en verdad hemos repetido, son en varios casos inútiles, en muy raros son perjudiciales; aunque es necesario repetirlo; por sí solos y exclusivamente prescritos, no bastan para lograrse aisla- damente curar siempre con ellos la fiebre amarilla. Los revulsivos por tanto y más aún los cáusticos, hay que aplicarlos con mucha oportunidad, porque délo con- trario, lejos de atraer la sobrexcitación orgánica, de otros puntos lejanos de más peligro, al natural y preciso de elección, puede proporcionalmente aumentarse la flogosis general ó local que exista en tal estado morboso. Cuando ella pues ha disminuido en su intensidad general, prin- cipalmente sanguínea, propia del principio de este padeci- miento, ó ha cedido la nerviosa típica y activa concomi- tante ó sucesiva, que juega en la escena bajo cualquiera de sus diferentes y múltiples'formas, entonces es cuando pueden adoptarse, juiciosa y relativamente, los revulsivos comunes de sinapizacion, cantáridas, moxas, ventosas y aun baños calientes, de vapor y gaseosos, según lo exi- jan las circunstancias más ó menos graves; aunque no es ordinario necesitarse para ello recorrer más que los prime- ros términos regulares de esta escala. No es pues la desviación de los humores, como algunos fanáticos humoristas quieren, lo que con esta revulsión se intenta producir contra el padecimiento que estudia- • mos; sino modificar de alguna manera el estado de vitali- dad orgánica del enfermo, cambiando su exceso ó super- abundancia, desde los puntos de más ó menos peligro, á 360 otros indiferentes, ó en que pueda con impunidad intentarse procurar esta sobreirritación artificial y medicamentosa. Entre los medicamentos llamados revulsivos, de ellos los vejigatorios, han sido y son propinados desde los tiem- pos más remotos de la historia de la medicina, como re- medios contra una. infinita variedad de padecimientos. Estos ocuparon siempre un principal puesto en las enferme- dades del cerebro, ya aplicándolos á la nuca ó á las regio- nes mastoideas, como dijimos, ó ya respectivamente en otros sitios, llegándose á ponerlos hasta en el epigastrio, contra la epigastralgia grave y constante, el hipo, los vó- mitos muy pertinaces, y aun hasta sobre el hipocondrio derecho, contra las lesiones del hígado. Mas digno es de advertirse que es necesario no descuidar la muy visible tendencia y carácter genuino de la putrefacción de este mal, que se manifiesta brevemente en cualquiera ulcera- ción y más aún en la muy activa y especial escarótica de los vejigatorios, la cual llega con frecuencia, en Amé- rica, á tomar ciertas condiciones como fajadénicas; notán- dose esta trasformacion en las úlceras superficiales prin- cipalmente, ó por denudación de la piel, con la misma sordidez y marcha atónica que vemos allí en otras, sino en todas las ulceraciones de simple y aun complicadas cualidades morbosas. Ulceraciones en general de muy larga duración, y en estos enfermos de una rebeldía muy manifiesta, y tal, que aun después de curados, dejan en sus tejidos lesiones de formas profundas, consi- guientes á las de su clase, por las mortificaciones de teji- dos que les distinguen. También es muy de tener presente, respecto á la nece- sidad de estos escaróticos, como revulsivos enérgicos contra la congestión cerebral, que hay quien duda ó nie- ga que en la fiebre amarilla llega á efectuarse, tan acti- vamente como se observa de continuo, diciéndose ser sólo aquella efecto esencial de la enfermedad y una replexion por fluidez sanguínea, en el primer período de ella, ó sea la estagnación de Stalh, cuando no una congestión pa- siva, tal como se vé en el segundo período; y que esta so- breviene en el curso de la misma, por infiltración simple sanguínea y nada más. Apoyándose en esta teoría, con 361 la que no podemos conformarnos en lo absoluto, dúdase aún que pueda servir ni sirva tal revulsivo*, en las con- gestiones llamadas aquí pasivas, por más que se le reco- nozca su acción positiva de provocar un estímulo mayor y especial periférico, llamando á los vasos capilares san- guíneos del exterior un aflujo de líquidos elementales, que se dicen del mal. Bajo esta suposición se sostiene que des- equilibrándose así el sistema circulatorio, se produce la di- cha deplexion en el órgano ú órganos interiores, llegán- dose á negar con Joville tal deplexion por desequilibrio sanguíneo en las congestiones activas, hasta por' medio délas sangrías. Puede, se dice, lograrse en general el acu- mulo sanguíneo capilar dérmico, siguiendo la circula- ción de los vasos venosos y aun arteriales, de abocacion ó procedencia orgánica relativas y continuas, hasta el inte- rior de la economía animal; pero considerando á la sangre ya aquí casi descompuesta, se le niega su movimiento normal y fisiológico. Se alega que ella ha henchido las asas capilares de Harvey; ha traspasado sus paredes por endósmosis anormal, rellenando los llamados acueductos por Bourgeri y se ha envasado en los últimos capilares, que, ya sin paredes, parecen perderse en la sustancia mis- ma de los órganos y formar parte de ellos, de un modo monstruoso y horrible. En verdad que es admirable la sutileza de investiga- ción de esta teoría; pero, á la vez que la presentamos tal como es ella, no podemos menos de afirmar que efectiva- mente este mecanismo funcional, ya material, pura y exclusivamente como se explica, llega atener lugar, pe- ro no en el principio, ni aun á veces tan completamente como se quiere, en el segundo período de esta enferme- dad, sino en los términos más avanzados de ella, ó sea en su último período y casi final estado mórbido; cuando ya existe dicha descomposición orgánica en su mayor grado de putridez, sin las condiciones fisiológicas ó vitales, pro- pias del organismo en lo anterior, sino en lo primitivo del curso del mal. En tal período, es verdad, ya no existe más que una circulación casi mecánica y material, con los innegables signos de una evidente y horrible desorganiza- ción animal. Pero en tan deplorable estado, cuyos fenó- 46 362 menos y consecuencias anatómico-patológicas ya hemos descrito, tan horrorosas como repugnantes, ¿qué acción fi- siológica , qué orden ni ley de vida animal y regular ni aun propia humana, quiere buscarse, hallar ni recono- cerse siquiera en lo racional y humano? El cerebro está efectivamente congestionado al princi- pio de este padecimiento y después en su. curso, bajo la presión morbosa de él; falto por consiguiente del buen grado de su influjo fisiológico ó vital; su sangre por lo mismo no es ya lo normal, buena y nutritiva que apare- ce y sigue en lo general siendo, en mucha parte de los ór- ganos de la economía, á que aún no ha llegado acaso en tal grado Ja alteración orgánica sucesiva y material ó lo- cal. Las facultades sensitivas, por las mismas causas, se entorpecen, y se les ve alterarse de un modo notable y proporcionado á la intensidad del mal, llegando hasta ca- si abolirse en los últimos períodos de este; de tal modo es como observamos, que los enfermos oyen poco y-torpe- mente primero; ven defectuosamente y con alucinaciones; no juzgan con rectitud, ni se afectan regularmente á las impresiones morales, ó lo hacen con gran exceso; fenóme- nos propios del primer período de aquel. Luego ya hablan con dificultad é irregularmentej- y lo que antes era exal- tación viene luego á ser, en los sucesivos períodos, apla- namiento y como pereza, tanto en el estado general como en el particular sanitario y reflexivo. El cerebro, por en- tonces , se encuentra como alterado y casi estenuado de fuerzas, avanzando el mal; llegando á parecer hacia el fin de este como falto efectivamente de fuerzas vitales; en cu- yo caso verdaderamente poco puede intentarse, entre los recursos indicados, para provocar ó llamar al exterior la sensibilidad ó la vitalidad, cuando apenas existe ya más que bajo la forma anómala y como latente de los últimos extremos de la vida. Hay, pues, que reflexionar bien so- bre todo esto para dar el valor que merecen á tales medios de pretendida curación de esta horrible enfermedad, sin proscribirlos completamente, ni fiar mucho en ellos; re- cursos medicamentosos, repetimos, coadyuvantes más ó menos poderosos y eficaces del tratamiento, en ciertos y determinados casos y circunstancias, mas no en lo general, i 363 y nunca de positiva, segura é infalible acción terapéuti- ca, contra la índole é intensidad de tan monstruoso padecer. Por otra parte, fijando nuestras ideas sobre la apli- cación de estos revulsivos hacia regiones determinadas, debemos decir: que es muy anómalo y eventual el pres- cribirlos como vexicantes, aplicados al epigastrio, contra la gastralgia y el hipo, como algunos proponen; pues entonces, á través de la1 pronta y grande excitación que producen, es muchas veces dudoso, si lejos de disminuir tal síntoma sobreirritarán más el órgano, ó más bien el apa- rato que padece ya intensamente; aparte de que la prefe- rible indicación en estos casos, para provocar tal vexifica- cion, es la denudación de la piel, á fin de poderse obrar sobre este punto y procurarse la absorción precisa para la medicación, por este medio, de tópicos medicinales, pre- cisos y determinados, como son la quina, el opio, el ta- nino y otros que se recomiendan para el caso, y que ex- presaremos á su tiempo. También contra el infarto y dolor del hígado se preco- niza por algunos prácticos deberse intentar estos revulsi- vos, con el fin de combatir la congestión é hipremia orgá- nicas de esta entraña, que se presentan en el principio del mal; y después, en las varias fases de su curso y especial estado hepático subsiguiente, recomiéndanse los mismos escaróticos y vexicantes, con el mismo propósito de pres- cribir ó aplicarse otras medicaciones tópicas apropiadas; antes de que sobrevenga la descomposición orgánica vis- ceral consiguiente, tan común en esta enfermedad, como terrible y las más veces mortal en la misma: antes, pues, de que llegue á efectuarse la tan temible y consiguiente degeneración grasienta del hígado, de que hemos habla- do anteriormente, y presentado bajo su aspecto más general y verídico, tal como la hemos observado en la práctica. Del mismo modo se ha tratado de establecer esta idén- tica revulsión contraías parotiditis, que á veces se presentan en el curso de este padecimiento, tratándose de aplicarle, aunque de diferente modo, y como con la indicación ya sólo de vexicante y de ulterior curación , en caso de con- seguirse reducir á la índole de abceso común este afecto local; ó ya con el fin de poder apropiarle alguna medica- 364 cion prudente ó especial y de varias clases y resultados. según las indicaciones especiales que puedan ocurrir en los diferentes casos y circunstancias que de esta enferme- dad puedan comunmente presentarse. A través, pues, de tales y tan anómalas ó impropias teorías y medicación expresada, adoptable contra esta en- fermedad , confesemos de buen grado que el beneficio de la revulsión, tan decantado por otra parte, si bien no es tan considerable y positivo como quieren sus partidarios, en la mayoría de los casos é infinidad de circunstancias relativas y de profesional criterio, es muy regular y con- veniente, y aun tan útil como venimos^ expresando. Mas al aceptarse y probar tal beneficio, no hay nece- sidad de usar , en lugar de las cantáridas ú otros escaró- ticos regulares, en su equivalencia, los medios extremos de ellos que proponen algunos, como son el hierro can - dente, las moxas, la potasa cáustica, el amoniaco y otros por este orden. Y no debe dejarse de tener en cuenta, al aplicarse las cantáridas, la doble acción de esta sustan- cia, como escarótica y especial afrodisíaca, de gran activi- dad estimulante sobre el aparato génito-urinario, para decidirse ó nó su adopción, ó modificar esta su muy pro- pia cualidad, en la forma correspondiente y por los recur- sos higiénicos y terapéuticos tan conocidos de todos. Mas á pesar de producir dichos revulsivos su efectofísico- orgánico, y aun patólogo-fisiológico particular consecutivo característico, común é innegable en la mayor parte de las enfermedades del organismo humano, aquí sin embar- go, tenidos en general fundadamente como remedios, sino especiales muy activos, necesarios y aun urgentes auxi- liares y en mucho, cuando menos de un tratamiento, no ya tenido por ordinario, regular ó probable, sino como enérgico, radical y seguro contra mal tan horrible; estos en buen criterio y sana comprobación práctica, tanto en América como en Europa, se han considerado, aunque no perjudiciales enl,o absoluto, alo general y en terapéutica especial ó fundamental reconocida universalmente, como poco ó nada eficaces, en lo determinado y principal contra la índole morbosa elemental que reconocemos, exclusiva y sin igual en tan atroz padecer; salva en esta insistente 365 aseveración lo relativo ó accidental patológico y típico exclusivo é irregular, que ya hemos descrito y repetido anteriormente. índole morbosa, naturaleza ó carácter ele- mental patogénico particular, que pudiera muy bien de- cirse hasta sui géneris, y contra el que no son bastantes, á ciencia y experiencia hasta vulgar, los recursos y medios terapéuticos y farmacéuticos, de tan conocida y útil acti- vidad físico-química y funcional; en parangón su pro- porcionada fuerza orgánica material ó fisiólogo-patoló- gica, con los que, mucho más é inmensamente activos y muy prepotentes, se requieren aquí á la vez, de tanta y tan grande al* menos ó aun de mucha mayor potencia en contrario, tal y tan poderosa é inflexible como es la insidio- sidad y el empuje destructor de tan horroroso y estraté- gico mal, y la importante y necesaria lucha que se le ha de sostener, fuerte, inflexible y constante, hasta conseguir- se el triunfar decididamente de él. Así, para obtenerse esta gloria é indecible bien humano, indudablemente se reclaman, y aun á todo rigor se hacen indispensables, en mucho más y con muy extraordinaria urgencia y ac- tividad especial interna, otros medios más directos, su- mamente enérgicos y casi exclusivos para ello. Dicho sea esto así en racional y práctica proporción con lo relativo y muy original de la naturaleza pútrida, fermentecible, tóxica y propagadora del mal, veloz y mortífera en su obrar, por continuidad y contigüidad orgánica ó fisiólo- go-patológica en el organismo viviente humano, tanto general como particular, cualidad patológica por cierto, innegable en buen juicio, fccomo terrible y sumamente monstruosa; comprobada serlo así hasta la saciedad, en la amplia é inmensa esfera del saber. Siguiendo el método que nos hemos propuesto de exa- minar detenidamente lo más esencial que por la ciencia y la práctica nos es conocido, respecto al tratamiento cu- rativo de la fiebre amarilla ; dicho ya lo más general com cerniente á los extremos apuntados, sigamos nuestra grave y delicada tarea, hasta venir luego á consignar, en un razonado resumen, lo que reconozcamos como más exacto y valedero en este punto. Lleguemos pues á ocuparnos de otros medios terapáuti- 366 cos, aconsejados como recursos más ó menos seguros y comunes en el plan curativo de esta enfermedad. Estos, según el orden natural con que parecen hacerse necesa- rios ó de oportunidad, corresponden ser los llamados eva- cuantes, que componen la serie de los eméticos y laxan- tes, muy preconizados también como de efectos muy espe- ciales contra aquellas, lo mismo que muy repudiados por algunos, entre ellos, particular y últimamente,por los partidarios del fisiologismo puro de Broussais. Hagámo- nos cargo en primer lugar de los eméticos. En la antigüedad, después de las afirmaciones y dog- mas clásicos sobre esta medicación, dados y proclamados por Hipócrates, Boherahce, Avicena y sus anteriores secua- ces, de que hemos hecho referencia y sobre los que razona- remos aún, poco ó nada exacto se encuentra sobre la nece- sidad y oportunidad de la indicación emética en este pa- decimiento. Unos la aconsejan con instancia y aun deno- dada insistencia, cuando otros sólo la prescriben en ciertos casos de urgente é ineludible precisión. Algunos creen á los eméticos peligrosos en general, y sin decir mucho im- portante sobre ellos, los proscriben comunmente y sin excepción de ningún género; otros los proponen, aunque sin la idea fundamental de exclusivos, únicos y especiales, aisladamente y sin determinar los tiempos ó períodos del mal en que los crean útiles ó eficaces, sino aproximada- mente del modo general y abstracto que lo hicieran los prohombres de la ciencia. El tiempo luego, en las varias apreciaciones que de esta medicación se han sucedido, le ha hecho á veces caer en descrédito, especialmente en la época de furor que gozara la escuela fisiológica, por las rigorosas afirmaciones dogmáticas de esta escuela, tan contrarias en principio con los de aquel método curativo. Los Broussistas, efectivamente, decían que, siendo el sín- toma exclusivo y dominante de la fiebre amarilla, la exal- tación orgánica del estómago, y hé aquí su error, ó una sobreirritación de su túnica interna, es querer aumen- tar aquella propinar éste estimulante al enfermo. Y hasta llegaban á decir, en su obcecación, que todos los sínto- mas de saburra gástrica ó biliosa no tenían otra causa que la misma sobreirritación de la túnica gastro-intes- 367 tinal interna. Así sostenían que, aunque se diera el emético en tal tratamiento curativo, se habia de sostener más ó menos la gastritis ó gastro-enteritis, en todo el curso del mal, por lo que debía prescindir'se de tan falso signo ó síntoma saburral, para llenar contra aquél indi- cación emética de ningún género.Sin embargo , aun entre sus afirmaciones de doctrina y práctica tan arbitrarias, de rigorismo tan absoluto y fatal, por no decir pernicioso, no pueden al fin, tales partidarios científicos, por menos de declarar que, sin una muy determinada exclusión, no le proscriben enteramente, llegando así á confesar en último extremo y como á más no poder, la imprescindible nece- sidad y utilidad de los eméticos en algunos casos, como son los que llaman de sobreirritación, con exceso de se- creción biliosa; siendo esta mayor que aquella, y muy bien determinada esta situacio?i,por sus síntomas propios. En estos casos decían preferir la hipecacuana al anti- monial potásico, como piensan la mayoría de los observa- dores en este particular; de este modo juzgando, véase cuan lastimosamente confundían, sino trocaban, los sín- tomas concomitantes de este horrible mal, con los que de- cían efectos de una medicación tan antigua como expli- cable, por su entidad y consecuencias en la práctica. En sentido contrario, los eméticos han llegado después á ser muy elogiados y recomendados á lo sumo en este tratamiento medicinal, particular y decididamente por los distinguidos prácticos Bretonneau y Larroque, que los ad- ministraron ampliamente con el mejor resultado, sin los inconvenientes, decían, de aumentar ni desarrollar la gastritis ó fllegmasia gastro-intestinal, en que creían los Broussistas consistir la esencia morbosa de la fiebre ama- rilla. Lejos, pues, estos respetables prácticos, de consi- derar á los eméticos como medios terapéuticos, nocivos y propios para producir ó aumentar la fiebre amarilla, los miraban como los más saludables agentes para impedir su aparición, y más aún, muy á propósito para moderar su perniciosa intensidad. Habiendo s;do pues, luego y aun en la actualidad usa- dos con mucha frecuencia ios eméticos, en todos los países y por la mayoría de los prácticos, para combatir la fiebre 368 amarilla, veamos la razón de sus indicaciones, en los es- tados ó períodos de ella, y la forma en que estos son pre- feribles á otros recursos terapéuticos, más ó menos acti- vos propuestos con igual fin. Casi todos los observadores de este padecimiento convie- nen en la necesidad de prescribir esta medicación, no con el objeto que decían proponérselos Broussistas, de cortar la inflamación gástrica por revulsión, loque es por cier- to muy aventurado creer, sino, ya que otra cosa no sea, con el de combatir ó destruir, cuando menos, cualquier estado saburral gástrico ó bilioso, primitivo, accidental ó habitual que pueda existir en los sujetos invadidos de aquel, y que tanto influye para la producción y desarrollo del mismo. A este tenor, en los preliminares de esta obra y en la expresión y detalles de las causas del tifus icterodes, dejamos ya bastante asentado, en nuestro modo de ver,, la mucha parte que entre aquellas tiene, para su presentación y desarrollo, como causa ocasional muy poderosa, el es- tado individual de empacho y saburra gástrica ó biliosa, tan temible en América, por los graves accidentes á que da lugar, con la invasión de las fiebres gástricas y bilio- sas de los países cálidos, y en su mayor graduación de la fiebre amarilla. No así, dijimos, como ocurre en España, cuyo estado saburral, semi-morboso y aun casi habitual en muchas personas, es fácil de destruir con la dieta ó cualquiera solución minorativa, cuando no con un refri- jerante acídulo ó alcalino apropiado. Ahora ya, en confir- mación de aquel nuestro íntimo convencimiento y aser- to, corresponde afirmar que, á efecto indudable de la ac- ción climatológica de dichos países, el hígado y la piel son los órganos más sobrexcitados, siendo el pulmón y el tubo dij estivo los órganos que más padecen por tal desprendimiento de actividad funcional, resultando así un empobrecimiento de las fuerzas digestivas y un estado de gastricismo muy general y que se complica muy fácil- mente con la mayor parte de las enfermedades de aquel país; por cuya razón los eméticos son allí muy usados en la mayor parte de las enfermedades. La redundancia de la bilis efectivamente, como dicetm clásico observador, no es sólo una causa aislada y esen- 369 cial de la fiebre amarilla, sino un accidente particular y muy atendible en la invasión y curso de esta enfermedad, lo mismo que la alteración del color de aquel líquido y de los demás jugos gástricos, biliar y pancreático; asíalménos parece ser, en vista de los resultados anatómico-patológi- cos que se observan y que hemos estudiado con la mayor detención. Sean en buen hora la anorecsia, las náuseas y eLvómito, natural ó no, característico tifoideo, síntomas de la alteración del estómago, proporcionados á la intensidad del empacho gástrico indicado; mas la rapidez é incesante provocación y actividad constante del mismo, su forma y la expulsión de los materiales característicos, que tanto cono- cemos, con la asociación de los demás síntomas, patogno- mómicos dichos, evidencian palpablemente la diferencia exacta que existe entre el vómito común, por empacho ó una presión gastro-patológica cualquiera, y el que es pro- pio y peculiar de la fiebre amarilla. Pero si esta horrible enfermedad es debida, como se sostiene por la gran mayoría de sus observadores, á la ac- ción especial de un agente tóxico, que se le considera como su patogénico exclusivo y sine quam non, ¿cómo y dónde se pueden hallar los medios, sino ya de expulsar al agente mórbido de nuestra economía animal, de comba- tirle y desterrarle antes de que llegue á tomar su funesto desarrollo; ó cuando menos, de poder neutralizarle ó ano- nadar sus efectos tóxicos? Y ya que ni lo uno ni lo otro pueda lograrse, ¿cómo poderse conseguir al menos corre- gir desde luego las acciones inmediatas de su nocivo in- flujo? ¿Cómo poder combatirse desde los primeros tiem- pos de su invasión la muy visible acrimonia de los jugos gástrico, biliar y pancreático, que tan evidentes se hacen desde la aparición de sus primeros síntomas? ¿De qué modo y con qué recursos se podrá esperar el llegar á hacer ineficaz en su perniciosa acción esta acrimonia, que llega á ser hasta corrosiva y aun séptica en el curso de aquel, y más aun en su terminación, como hemos visto sucesi- vamente por la anatomía patológica? De corrido y al de- tall nos haremos cargo de estos extremos. Para la satisfacción de este importante interrogado, no podemos menos de apelar á cuanto en principio llevamos 47 370 reiterado en la teoría que por más fundamental tenemos, sobre la naturaleza de la fiebre amarilla. Esta, hemos di- cho creerla esencialmente pútrida; y por más que pudié- ramos avanzar en doctrina hasta la designación en igual sentido de la índole idéntica de su agente tóxico, vásta- nos conocer así la del padecimiento que él produce, que es lo principal de este estudio, para venir á deducir en con- . secuencia natural, la solución de tal problema, y á dar por lo tanto la clave fundamental de su atención. Figémo- nos para ello en lo dicho; siendo la primera consideración necesaria al objeto, la de tratar, en cuanto las fuerzas humanas lo permitan, de expulsar en lo posible y en las formas ya conocidas, la cantidad regular y bastante de los materiales gastro-intestinales inmediatos, en que nos cons- ta, cuando menos, residir algo sino una gran parte de la cualidad- tóxica fermentecible, ó ya en fermentación pútrida latente ó acelerada que conocemos; aparte esto de quedarnos otros varios medios generales y especiales en reserva, contra la misma naturaleza del mal; en coro- lario del mismo tema de su combate, tras de conseguir su destrucción ó anonadamiento; viendo de corregir al pro- pio tiempo sus nocivos efectos, á la vez que procurando, al menos, neutralizar su mortífera acción. Este propósito, que en detalles sucesivos iremos explanando, contestes con la respetable mayoría de los observadores de aquel, lo creemos satisfecho en primer término, y en el mismo citado primer período, después de cubiertas las indica- ciones antiflogísticas dichas, y según iremos expresando, con la indicación emética que procuramos detallar. A su tiempo veremos que, contra los alarmantes efectos de la acción nociva patogénica que de este padecer reco- nocemos , y entre estos la alteración subsiguiente de los líquidos y aún de los sólidos de la economía animal, que hemos explicado al principio de esta obra, no puede con- seguirse el objeto propuesto combatiendo solamente los síntomas flogísticos y consecutivos del premer período, como algunos quieren; pues esto es en verdad por sí solo ineficaz, ó primordíalmente inútil, sin llegarse á atacar la causa creadora y aun reproductora constante de tan intenso daño. Para conseguirse acaso fin tan eminente, 371 dicen los prácticos de todos losjpaises, ¡es indispensable descubrir y determinar con la mayor precisión la na- turaleza intima del tifus icterodes; designándose á la vez cuál es el órgano ú órganos que padecen en él pri- mitiva y secundariamente, y de qué modo esto se veri- fica. Respecto á este primer punto, y aún al todo de su corolario, parece ya hasta enojoso insistir por nuestra par- te; sobre lo dicho de anterior y de presente, respecto de su naturaleza pútrida y lesiones orgánicas consiguientes; en lo que vemos satisfechas con amplitud estas razona- bles exigencias. Pasemos, pues, ya en su conformidad y cumplimiento á hacer las deducciones más racionales y ló- gicas de nuestros principios. Por mas que se diga que los vómitos naturales son su- ficientes para expeler las materias extrañas contenidas en las primeras vías, y que en este estado morboso no hay necesidad de los eméticos para ello, no podemos menos de afirmar que lo que se trata aquí de mover, hacer pre- cipitar y arrojar por ellos y por cámaras, es principalmente la bilis, ya en principio de fermentación pútrida; lo que no es posible conseguirse con tal fuerza y seguridad, y tan radicalmente como es necesario, con el vómito natural, que no es más que el simple esfuerzo de la naturaleza, para ha- cer por desprenderse del enemigo que le ataca de un mo- do destructor; la que hace esto manifiesto, en su primera indicación, con las náuseas sintomáticas y los vómitos di- chos, en son de aviso, que dijimos antes, voz de alarma y petición de socorro en tal manera, como de reconvención final cuando, vencida ya é impotente contra aquel, aún se esfuerza por arrojarle en la forma de borras, cuya des- cripción antes nos ocupara. Otros de los pensadores por este orden, para llenar esta indicación, solo quieren la administración del agua tem- plada, con lo que se prometen conseguir los vómitos bas- tantes para lograr la expulsión de dichos materiales; tera- péutica que tiene por cierto, con razón, pocos admiradores, por su muy visible ineficacia para el caso; pues lo repeti- mos; vista la insidiosidad, fuerza y rebeldía de este pade- cimiento y sus terribles tendencias á localizarse y aun á atrincherarse, como lo hace desde su invasión, en lo inte- 372 rior de los órganos digestivos, se requieren necesariamente ciertos medios terapéuticos, de más energía aun que la del mismo, para conseguir combatirle con buen resultado y hacerle desalojar su primer puesto de ataque; y esto no es posible lograrlo con la simple administración del agua templada, que no puede ser más que un auxiliar de los medicamentos más enérgicos que hay que prescri- bir con este objeto y que iremos expresando sucesiva- mente. Si los efectos de los venenos más ó menos conocidos, cualesquiera que sean su forma y cualidades, son diferen- tes en su modo de obrar, aunque semejantes en sus resul- tados, sobre los órganos más importantes de la vida, es evi- dente que entre los multiplicados fenómenos que produ- cen, se halla la alteración ó conmoción nerviosa precur- sora, sinónima ó idéntica á la llamada vital, que después de su primera manifestación casi siempre se hace luego ge- neral y violenta, hasta el punto de concurrir á la muerte de varios modos, ya instantánea ó paulatinamente. Entre estos mismos resultados se ve en la mayor parte de los casos de intoxicaciones, una sobre-excitacion ó flogosis más ó menos intensa, grave y á veces invencible, que origina los mayores estragos en el organismo humano; á parte de otras lesiones propias y consiguientes de forma corrosi- va y cualidades mortíferas; sin que baste á contenerlas la reacción vital medicatríz, propia de los sistemas sanguí- neo y nervioso á la vez; que son como las dos mayores potencias ó fuerzas de actividad motriz orgánica, que se ponen enjuego instintiva y simultáneamente, con su manifestación febril, en pro del movimiento y esfuerzos de la propia conservación. Pues bien, de estas pernicio- sas cualidades participa el agente potogénico de nuestra fiebre, por lo que le hemos llamado siempre tóxico. Del mismo modo que los de esta clase son sus primeros y ul- teriores síntomas, y éstos idénticos á los producidos por los venenos vegetales, gaseosos, deletéreos y aun sépti- cos, por más que revelen sus extragos otras lesiones ana- tómicas de textura, propias de los llamados minerales; reunión fatal y horrorosa de las mortíferas cualidades, de la mayor parte de todos ellos. Efectivamente, en los efec- 373 tos palpables del agente mórbido consabido se ve un nar- cotismo consiguiente, aunque sintomático; nótanse los fenómenos délos venenos acres, en una muy alta propor- ción, consecutivos á los de fermentación y degeneración orgánicas citadas; obsérvanse los mismos efectos corrosivos que hemos detallado en la anatomía patológica, consi- guientes á los venenos de esta clase, y son innegables y característicos de tan terrible padecer los signos y lesio- nes orgánicas, designadas por la mortificación y degene- ración pútrida, especial de los llamados sépticos ó gan- grenosos. Y á vista de tales resultados, firmes é invariables á toda prueba, ¿habrá aún quien desconozca y pueda negar- nos la calificación de tóxico que hacemos de tal agente morboso y de la enfermedad que él provoca, como el tra- tamiento consiguiente que vamos proponiendo contra ella? Sigamos nuestra árida tarea y veamos de convencernos y convencer cada vez más á nuestros lectores de esta sin- cera persuasión. En la necesidad de eliminar prontamente este veneno, es de preferencia la administración del emético, para abor- tar el mal, lo mejor y mas pronto posible; poniéndose en juego las funciones de casi todas las superficies exhalantes; provocándose una acción inversa y violenta, pero necesa- ria en el estómago y tubo digestivo, en los'vasos linfáticos y biliarios; á la vez que produciéndose una traspiración abundante, que no siempre es tan fácil conseguir con otros medios mas leves. En tal urgencia y sin otro riesgo ma- yor, poco debe importar la sobre-excitacion inmediata de las vias gástricas, ni la debilitación general sucesiva, fá- ciles ambas de combatir con remedios apropiados. Por más que los defensores de las evacuaciones sanguí- neas, en este tratamiento, contesten á la argumentación de no conseguirse con ellas arrojar el elemento del mal, sino disminuir, si acaso, la flogosis general, diciendo que no se conoce el antídoto ó contraveneno de aquel y que lo que se obtiene con el emético es irritar más las su perficies mucosas gastro-intestinales; esto por exclusi- vo que parecer pueda, no deja de ser una paradoja; pues ni consta la esencialidad de dicha irritación, como elemen- 374 tal morbosa, según ellos, y aún en el caso innegable de existir como secundaria, que es el hecho, poco importaría, no su provocación, sino su aumento artificial medicamen- toso, mas susceptible de ataque y modificación sucesiva é inmediata, á discreción profesional, que otra alguna consecuencia más grave é inevitable que es de compren- der; cuando de subsistir la tóxica ó séptica positiva, que reconocen como más poderosa y constante, que para ceder del todo al plan antiflogístico, el peligro mortal es casi seguro é invencible. En la antigüedad insinuada de la administración del emético en esta situación, es de notarse que tanto Johnson, secuaz de Clárke, como Lind, partidarios del emético y aún del purgante, en el primer período dicho, sostie- nen el beneficio máximo de esta medicación, así como de la ulterior de la quina, inmediata, si tal fuera la necesi- dad, y á dosis tan elevadas como fuesen soportables por el organismo; sin atención ya, y esto es muy importante, á ningún otro síntoma favorable ó adverso que pudiera presentarse; rigor si acaso de sistema en que pudo caber alguna retractación juiciosa, al aceptarse por los mismos la sangría también en tal estado; pero con la regularidad y prudencia que los prácticos más notables aconsejan, se- gún nos lo hemos permitido hacer anteriormente. Mas al recomendar aquí estos los eméticos, en la forma expresada, no temían sobre-excitar más dicho aparato, con su estimu- lación subsiguiente; y claro es que estaban muy lejos de creerlo así, cuando se adelantaban á esta indicación tan inmediatamente. La adopción del emético para los que le creemos de buen efecto en la disminución de la replesion sanguínea y equilibrio orgánico-fisiológico dicho, es de suyo enton- ces casi como exclusiva, por su cualidad, si se quiere, pri- mitiva de evacuante y la de repulsión, á que tanto con- curren las fuerzas vitales contra su acción química inme- diata conocida, de tan eficaz poder como de sucesiva fuerza de excitación fisiológica; muy necesaria y opor- tuna entonces para obtenerse esa especie de conmoción visceral gástrica, á que se asocia casi todo el aparato diges- tivo y órganos inmediatos; cuya gran conmoción se re- é 375 quiere indispensablemente para hacer arrojar al enfermo, primero por vómito cuanto se pueda, y luego por cáma- ras, la mayor parte de los materiales contenidos en el tubo digestivo; de cuya alteración pútrida innegable de- pende en gran manera, sino de un modo esencial y abs- tracto, toda esa serie de síntomas que, ya de perspetiva flo- gística, ya séptica ó nerviosa y siempre de vital indica- ción, sobrevienen y se suceden tan rápidamente como he- mos visto, en los diversos estados y formas que hemos de- tallado en el terrible morbo tifoideo. Esto, á menos que dicha alteración, sui generis, no haya traspasado estos lí- mites, y habiéndose trasmitido ya, ó por absorción intes- tinal inmediata al sistema general sanguíneo, ó por con- tinuidad de acción al de la vena porta, se haga más di- fícil en lo subsiguiente su persecución en otra esfera de actividad, ya de más intrincado acceso; sobre cuya ne- cesidad de otro tratamiento más apropiado expondremos nuestro modo de ver en ocasión oportuna. Mas constar debe aquí, antes de pasar á más, que al dar un lugar preferente á este método, ni por lo mas remoto de la idea nos pasa el tenerle, como algunos comentan de él, por tónico y excitante; por más que en su apoyo se diga que, así como trae de suyo las irritaciones simpáti- cas á la piel, la de los intestinos gruesos y aparato uri- nario, sucediéndose los sudores, las cámaras y orinas, del mismo modo se aumenta la sobre-excitacion orgá- nica que dá tal resultado; consecuencia que no es de ne- gar, pero sí el objeto que se le atribuye, que no es tan constante ni propio de tal indicación, sino accidental y pasajero, y para el cual reconocemos otra serie de medi- camentos especiales, de más oportuna administración y se- guros efectos. La prescripción del emético exige, sí, mucho tino prác- tico ; no porque pueda temerse provocar con él un vómito continuo, como no falta quien diga, y que nunca es más que el que la naturaleza requiere para arrojar el tósigo que le devora; sino para prescribirle á tiempo, antes de que, como decimos, sobrevenga la dejeneracion pútrida del segundo período de este mal. El buen efecto de este método de evacuar alterando 376 depende además, sino del de la evacuación humoral, de la natural reacción consiguiente á su excitación local, por la que se irrita, es verdad, el órgano ó aparato digesti- vo ; más esto tiene lugar ayudando á la naturaleza á cam- biar ó modificar la irritación morbosa, resultando la arti- ficial indicada, y las simpáticas á la piel, cámaras y ori- nas, que tan deseadas son como críticas en esta enferme- dad, y que dan por resultado la calma y reposo tan im- portantes en el paso al segundo período del mismo pade- cimiento. La apelación á la anatomía patológica, en comproba- ción de lo perjudicial de este método, es su mayor prueba en contrario; pues la flogosis de la membrana mucosa gástrica, con todos los caracteres que le hemos copiado, casi siempre subsisten en los cadáveres de estos enfermos, sea cualquiera el método curativo que se haya empleado en ellos. Reflexionemos por otra parte y veamos que, al llenar esta indicación, no hacemos otra cosa que seguir fielmente lo que la misma naturaleza nos reclama, provocando por sí misma, al avanzar el mal, el vómito de los materiales gástricos que le son nocivos; vómito que nos presenta, no ya en son de alarma, sino de guerra y combate, al ser ó no socorrida á tiempo, para desprenderse de su mortífero enemigo. Y gracias, si ya que los avisos de esta, refleja- dos en la epigastralgia, las náuseas y demás síntomas con- comitantes, no han bastado para ayudarla en la precisión que reclama, que sean ya bastantes sus propios esfuerzos de vómitos expontáneos, cámaras y sudores para poder ar- rojar fuera de sí el tósigo que, introducido en lo más in- terno y recóndito del organismo, tan á mansalva y aleve- mente le destruye y le mata. Y bien, á vista de estos efectos morbosos, tan natura- les como inevitables, á dejarse obrar por sí ó sin evacuar et aparato gástrico, ¿cómo decirse que es temible el irritar la sensibilidad de éste, por las contracciones y movimien- to morboso, cuando al ocurrir el vómito natural, tan constante, que hasta su nombre dá al mal, han de sobre- venir, no ya los mismos, sino mayores y más perniciosos movimientos mecánicos en dicho aparato? 377 Si el emético, en su ulterior acción medicamentosa, se precipita á los intestinos; produciendo en ellos un nuevo estímulo y la diarrea, escollo que suponen otros en su administración, no es de ver en esto, al contrario, sino la indicación material que provoca la naturaleza in ex- tremis morbi, con la aparición de la diarrea borrosa, como digimos anteriormente. Aún se llega á suponer que el emético puede producir hasta la gangrena; temor muy pueril, cuando se tiene como positiva la degeneración de esta clase, que vemos en todo el tubo intestinal, especialmente en su mucosa, como término fatal de morbo tan horrible; cualquiera sea también el método curativo que contra él se siga, la for- ma y circunstancias en que se presente. Y en verdad que acibarar pudiera algún tanto nues- tra complacencia, al recomendar este plan terapéutico, el ver decírsele nocivo, azaroso é impropio; pero es de adver- tir que al asentarse esto se refiere particularmente á su pres- cripción en la invasión brusca y repentina de la enfer- medad. Y no, para entonces no indicamos exclusivamente el emético. En estos primeros tiempos del mal, decimos convenir las más veces las evacuaciones sanguíneas y los diluentes, acídulos ó demulcentes, que expresaremos, con el fin de apagar algún tanto la actividad febril, y ha- cer por lubrificar la superficie mucosa intestinal para des- pués, á la manifestación de las náuseas, prescribir el emé- tico, siguiendo las indicaciones naturales. ¿Qué miedo, pues, debe haber en usar de este método en conflito tan lastimoso, cuando la naturaleza así nos lo reclama con una insistencia tan manifiesta? Se dice por los antiguos, poco versados en los descubri- mientos y progresos actuales de la ciencia, que, siendo el agente tóxico del tifus icterodes una sustancia deletérea, no es susceptible de pasar con el quilo á la sangre, ni provocar la putrefacción, siendo inútil, por lo mismo, tra- tar de destruir ó aminorar esta, con la expulsión de las pri- meras materias en principio de alteración, que niegan; pero ¡ah! ¡cuan extraviados marcharan en su via de in- vestigación los que tal afirmaran! En su contra sólo debe bastarnos la reiteración de cuanto en el capítulo de Cau- 48 378 sas hemos expuesto, sobre fermentaciones, como creemos existe aquí, del carácter pútrido qué detallamos. Mal se teme también provocar á este tiempo, con el vómito las hemorragias; pues sabido es que estas no apa- recen sino en el segundo período, y dicha queda la ne- cesidad de este remedio enérgico, dentro del primero y aún al final de éste, por más prematura que parezca su indicación; pues el mal es sumamente veloz, y si nos llega á ganar alguna tregua y á penetrar por los vasos absorbentes de la economía animal, que es su tendencia, ya es muy difícil ó casi imposible triunfar de él, por las razones antes expresadas. Así el emético bien adminis- trado produce la pronta resolución crítica, y previene la gravedad del segundo período llamado tifoideo, lejos de precipitarlo como temen algunos. El Dr. Aréjula afirma, que aunque se diga que el emético debilita, esto puede ser como uno, y las ventajas de evacuar la bilis son como tres; diciendo haber vis- to curarse muchos enfermos con el emético y que en los que no se dió fué más frecuente el vómito negro á los tres, cuatro ó cinco dias de la invasión. Este mismo práctico le aconseja al principio, cuando los síntomas del primer período son regulares, y moderadas las fuerzas. Se pue- de, dice, dar el emético, aunque sea el antimonial, pa- sado el frió y entrada la fiebre, á las cuatro ó seis ho- ras ; en cuyo caso no puede uno figurarse la cantidad de humor bilioso que arroja un enfermo. Después de estas palabras de tan autorizado práctico, poco nos queda que añadir, en apoyo de la medicación emética que estudiamos. Con su cualidad de producir estos poderosos medica- mentos un gran trastorno en el orden funcional gástrico, hay que estudiar en ellos, no sólo su efecto inmediato de emetisacion, -sino sus ulteriores efectos terapéuticos, de qué nos hacemos cargo sucesivamente. En la escala de los medicamentos llamados vomitivos ocupa el primer lugar el tartrato antimonial de potasa, ó sea el tártaro emético. De este, á mas de su propiedad ir- ritante, es sabida su acción depresiva general del sistema nervioso, consecutiva á su absorción en la economía ani- 379 mal; así hay que tener mucha prudencia en su adminis- tración, con la idea de evitar la rápida aparición de la adi- námia; por lo que se hace preferible en las formas leve, inflamatoria y biliosa, cuando aun no existe ni es tan pro- funda la alteración sanguínea; y no en la nerviosa en que pudiera precipitar este fenómeno. t A la ipecacuana, otro de los medicamentos de este orden, reconocida en general como estimulante y aun tónica, por algunos, se le atribuye cierta facultad secretoria de la bilis y de la mucosa intestinal, favorables para la resolución de este padecimiento; y no suponiéndosele por otra parte la propiedad depresiva'de los antimoniales, merece la pre- ferencia á estos, en las indicadas circunstancias y en to- das las formas en que aquel se presente. El aceite común y de almendras, usado de muy antiguo vulgarmente y en gran cantidad en América como emé- tico, bajo la idea errónea de absorber y expulsar el mias- ma morboso, lo que produce necesariamente es una indi- gestión hasta el punto de ocasionar el vómito; y no hay palabras que basten para denunciar tan absurdo proceder, aun hoy en boga entre ciertas gentes de aquel país. Este emético tan repugnante fatiga á los enfermos por su cua- lidad y cantidad, dejando la boca pastosa y muy excitado el estómago para la repetición de los vómitos; todo loque se evita con cualquiera de los expresados anteriormente, fáciles de prescribir en pequeñas cantidades y de producir el vómito sin tales inconvenientes. Resulta así que lo demás importancia que hemos dese- chado, para la adopción del emético, es la obstinación de no verse en esta enfermedad más qué la gastro-enteritis; y como secuela de esta doctrina, la creencia de que el mismo obra como revulsivo y ser propinable con tal indi- cación; por más que en ciertos casos creemos que pueda llegar á tener esta explicación oportuna: pues dando á las demás teorías contrarias al mismo, el valor que merecen, no vemos en ellas fundamente bastante para su exclusión. Pasemos ya al estudio de los purgantes en este trata- miento curativo. Estos medicamentos, recomendados por la gran mayo- ría de los médicos contra esta enfermedad, no ha dejado 380 de tener sus fuertes opositores por la sobre-excitacion gas- tro-intestinal que provocan, á que le sigue la deyección de los materiales contenidos en el aparato; llegándose á dudar de su benéfica acción por aquella circunstancia; á pesar de concedérsele el haber producido infinitas cura- ciones. Dícese que al aumentarse con ellos la secreción de la mucosa y paredes intestinales, no se hace esto impune- mente sobre la irritación gastro-intestinal dicha, cuyo aumento se tiene por más peligroso que el remedio. ¡Siem- pre el mismo fantasma de la flegmasía gastro-intestinal! ¡Siempre la misma pesadilla! ¿Y no ha de haber un tér- mino regular y prudente de desprendernos de ella? Que provoca, se dice, en toda la membrana intestinal y en los mismos intestinos un movimiento fluxionario, que se tras- mite al hígado, produciendo una desviación repentina de los humores y de las fuerzas vitales, hacia estos órganos. Y ¿qué mejor efecto pudiera desearse en tales circunstan- cias, cuando' es de absoluta necesidad perseguir sutil y activamente á un agente tan mortífero y reproductor, como es el de la fiebre amarilla, inoculado ya en lo más recóndito de estos aparatos, contra el que no se reconoce específico alguno anticéptico, ó neutralizante poderoso é instantáneo, que pueda destruirle en su mismo centro de acción? Hace muchos'siglos que vienen prescribiéndose los pur- gantes en este tratamiento con el mejor resultado, y aunque se niegue por los Broussistas que su buen efecto es debido á la expulsión del humor morboso, acumulado en los intestinos, es lo cierto que estos medicamentos obran por el aumento de secreción de las paredes intestinales, disolviendo los materiales acumulados y endurecidos que existen en las primeras vias, que son poco á poco expeli- dos de ellas; y algo debe ganarse con esto, haciéndose des- alojar de este aparato unas sustancias conocidamente noci- vas y perniciosas, como son la bilis y los demás jugos gástricos, cuya alteración en esta enfermedad es evi- dente. Con esta medicación esencial y directa, que no sintomá- tica, se logra en el primer período de este mal abundantes evacuaciones de muco-serosidad, robándose con ellas á la 381 sangre, según algunos, iguales cantidades de amoniaco, cuando no está aun descompuesta, sino solo alterada; á lo que se cree son debidos sus buenos resultados. Estos los atribuyen otros á la expulsión del miasma, á la destrucción de la saburra y por último á la revulsión. Sea de ello lo que quiera, es lo cierto que por los profesores de todas partes se reconoce como preciso é indispensable este méto- do, en el principio de esta enfermedad, y aun se aconseja auxiliarle con las enemas laxantes. Los medicamentos purgantes obran, sí, estimulando la superficie intestinal, circunstancia que ciertamente pare- ce contraria para su administración; pero así y todo está probado ser de una gran necesidad, por las evacuaciones ventrales que producen y que hay que sostener desde el principio de la enfermedad, seguidamente á la emetisa- cion. Dígase en buen hora hasta que es una imprudencia provocar con ellas una sobre-irritacion en dichas vias, y así á primera vista lo parece; pero es innegable, á pesar de ello, que de su prescripción se obtienen los mejores resulta- dos en la práctica. La flegmasía gastro-intestinal subsiste, es verdad, más ella, por su índole morbosa, es invencible sin destruirse la causa ya local que la origina, cual es la permanencia en los intestinos de dichos materiales en fer- mentación pútrida. Y dada ya así la condición evidente de su nociva subsistencia y la seguridad de esta medica- ción, para hacerle desaparecer, ¿no es esto preferible, aunque haya que arrostrarse por el inconveniente de tal sobre-excitacion medicamentosa, menor y más fácil de vencer que la primera, libre ya el tubo intestinal de aque- lla causa morbosa? Así es efectivamente; y si se atiende por otra parte al infarto intestinal que sobreviene en el curso de este padecimiento, á la distensión de Las paredes intes- tinales, al defecto de contractilidad del tubo digestivo y falta de reacción en él, á la lentitud de circulación del sistema de la vena porta, al meteorismo y extreñimiento constante y á la irritabilidad de la bilis, ya nociva en este estado, no podrá menos de convenirse en la necesidad y utilidad de los purgantes en este tratamiento, como lo hacen aun sus mayores adversarios, reconociendo lograr- se con aquellos restablecer la acción del tubo digestivo, 382 expulsar los gases que le distienden y los materiales irri- tantes que contiene. Y no se diga que hay otros medios equivalentes de esta medicación, ó acaso mas ventajosos; fundándose en las simpatías de este aparato;, por medio de las cuales, una parte distante de él es excitada por una sensación que tie- ne su sitio en otra parte del mismo; creyéndose que pue- da aumentarse el movimiento peristáltico de todo el pa- quete intestinal con la estimulación del recto, á la aplica- ción aislada de enemas laxantes; y que solo con esto se pueda conseguir el efecto purgante de todos los intestinos; pues este resultado, si bien simpático lijero, no es tan posi- tivo como.se quiere decir, ni de efecto tan seguro y mecá- nico como el que se obtiene recorriendo dichos medicamen- tos todo el tubo intestinal, en el que ejercen precisamente su benéfica acción. Que sean útiles estos medicamentos en los casos de sa- burra gástrica ó intestinal, tan propias de esta enferme- dad, está ya fuera de duda; lo que parece ofrecer aun discusión es cómo convienen subsistiendo el estado fe- bril , y en esto no podemos menos de insistir en su afir- mativa, por las razones expuestas, ratificadas á la sacie- dad por la práctica. ' Descendamos ya á tratar de los diversos medicamentos de este orden más usados en diferentes países. Estos son los oleosos en las colonias Francesas, en las Inglesas los calomelanos, y las sales neutras en las Españolas; desor- den terapéutico lamentable, por el que pudiera llegarse á dudar de sus buenos resultados; requiriéndose en esto un criterio científico más razonable que las simpatías hacia ciertas clases medicamentosas ó la rutina profesional. Es- tudiemos, pues, separadamente cada una de estas series. Los oleosos, que casi se comprenden en el aceite de re- sino y de crotontiglio, tienen indudablemente una pro- piedad irritativa ligera, aunque laxante, y otra resolu- tiva ulterior y sedante, breve, enérgica y continua, ya general, ya local, según sea su prescripción; así se com- prueba por la experiencia, al propinarse, aún enlas ente- ritis el primero, y el segundo diluido en el de almendras; dando por resultado la disminución del dolor, la hume 383 dad de la lengua y la cesación de la fiebre. Esta propie- dad resolutiva parece esplicable, como consecuencia de las evacuaciones ventrales, por la terminación de la flo- gosis intestinal, y con ella la de compresión de los file- tes nerviosos, origen del dolor. Bajo este concepto, la ad- ministración de estos aceites en la fiebre amarilla es ino- fensiva para la mucosa digestiva, lo mismo en el primero que en el segundo período, y tiene una indicación muy oportuna siempre que se necesite disminuir el eretismo nervioso y desinfartar el molimen hemorrágico natural en el curso de esta enfermedad, ó el accidental quejmeda en ella presentarse. E°tas indicaciones tienen comunmente lugar en la invasión de la forma leve y de la nerviosa; en el prin- cipio del segundo período de la forma biliosa; después de los eméticos y aún en el período adinámico general, si la lengua está seca, las cámaras son escasas y predomina el estado congestivo cerebral. Los calomelanos, tan recomendados por los Ingleses y administrados á la saciedad por Jhonson y Graves, en dosis elevadas hasta de veinte á treinta granos, á más de pro- ducir la salibacion, irritan y fatigan al enfermo, ocasionan- do hasta la inflamación de la mucosa gastro-intestinal, sin las ventajas de la sedación y desinfarto que dan los oleosos. A más, ocurre en el curso de este padecimiento el hallarse profundamente atacado el sistema absorbente, del modo que hemos referido, y entonces no debe ser prove- chosa la acción de esta sustancia que, siendo tan antiplás- tica como se sabe, al pasar al torrente circulatorio, debe contribuir mucho á la licuación de la sangre, que es uno de los fenómenos y consecuencias morbosas más graves y alarmantes en el mismo. Afírmase por Jhonson y Ducamp que con el uso del mercurio, hasta producirse el tialismo, se obtienen no solo los mejores efectos de curación de este mal, sino aun su profilaxis; pero el raciocinio nos dice lo contrario, y ante él debemos ser muy cautos en ía aceptación de estas afirma- ciones. Con este medicamento no se provocan las deposiciones francas y abundantes que con las demás de la clase que 384 examinamos; y esta es otra razón por la que, conformes al propio-tiempo con las observaciones expresadas del Dr. Aré- jula y otros en su contra, no le creemos de tanta ventaja como lo presumían los autores citados. El mercurio, al llegar á producir las evacuaciones ven- trales verdosas, sin ningún resultado positivo favorable, las más veces, en cualquier período , origina necesariamente un movimiento febril, más ó menos fuerte, según las dosis, naturaleza de sus preparaciones y la excitabilidad del sugeto; cualidad también importante para desecharle en este tratamiento, obrando con prudencia; por más que se alegue en su favor su problemática acción revulsiva sobre el sistema linfático, que creemos inexplicable para su utilidad terapéutica, reconociéndose en este sentido otros medios más directos y menos peligrosos que este. Los purgantes salinos como el crémor tártaro, el sul- fato y citrato de magnesia, parecen reducir su acción al aflujo humoral de la membrana mucosa de los-intestinos y al aumento de sus secreciones; por lo que pueden considerarse equivalentes á los oleosos en el primer pe- ríodo de este mal, cuando exista el estado saburral; pero su verdadera ó mas oportuna indicación parecen te- nerla hacia el fin del primer período, después de los emé- ticos, cuando en la forma leve se puede esperar la resolu- ción de la fiebre y la buena terminación, por el aumento de dichas secreciones. Otras veces, y comunmente en América, se asocian es- tas sales á los eméticos, con el objeto de producir un efec- to emeto-catártico, muy eficaz y de admirables resultados en los primeros tiempos de la invasión, especialmente cuando predomina la saburra gástrica ó intestinal in- dicadas. No hacemos referencia de otra clase de laxantes, mino- rativos y aún drásticos, que también suelen usarse en este tratamiento, hasta el licor Le Roy, muy propinado en América por sus partidarios; porque con los referidos se obtiene suficientemente la expresada indicación, limitada al aumento de secreción de la mucosa intestinal. Sabidos los efectos inmediatos de esta clase de medi- camentos , veamos la oportunidad de su administración 385 según sus clases. En la forma leve podremos usar senci- llamente el aceite de rísino, con la emetisacion prece- dente ó sin ella, según la necesidad de la indicación. En la inflamatoria podremos dar el crotón diluido, según di- jimos, y en la biliosa debemos precisamente prescribir las sales neutras. En esta forma es donde tienen aplicación los purgantes de otros órdenes, más generales, ya solos, ó ya en forma de tisanas, como la poción angélica, la laxante y otras. En los purgantes salinos es muy de tener en cuenta, sobre su acción general dicha, que obran además mecá- nicamente en el tubo gastro-intestinal como por saponifi- cación local, al reaccionar precisamente sobre las sustan- cias serosas, también allí existentes, con las alcalinas de sus propios centros secretorios; viniendo á dar así, como por precipitación, el producto excrementicio ya muy cono- cido. Más si este es así, no hay que olvidar por otra parte que entre estas sales purgantes hay algunas, como el ci- tado sulfato de magnesia, que es muy alterante yobra tan- to sóbrela diátesis humoral, si existe, como sóbrela dis- cracia general sanguínea; pudiendo contribuir algo á su precipitación en este mal, en que es tan propia; ó á la di- lución general de la misma índole, quees también su pro- piedad especial; por lo que, siempre que le prescribimos, lo hacemos en el principio del primer período de aquel; ya unida al emético, ó aisladamente, como hemos dicho. Yhé aquí el por qué del tino práctico, que tanto recomendamos para la elección de la terapéutica en este tratamiento; pues hay ocasiones, relativamente á lo morboso, climatológico é individual, en que hay por necesidad que adoptar, en América un plan curativo particular, al parecer anómalo ó contradictorio con el que parecería general y común en Europa. Entre los demás purgantes insinuados, el maná, la pul- pa de tamarindo, que entra tanto en la célebre opiata de ,Masdeval y otros de este género, dan comunmente en el principio del mal buen resultado práctico: el primero sue- le ser oportuno en los niños y personas de constitución delicada y temperamento nervioso; el tamarindo es más ge- 49 386 neral para todos los temperamentos, cuando no hay nece- sidad de provocar grandes conmociones secretorias ni ex- cretivas en el tubo intestinal; pues este medicamento pa- rece obrar de un modo como detersivo y evacuante suave, sin producir las alteraciones que los laxantes ordinarios. La jalapa, igualmente, muy propinada por algunos prácti- cos distinguidos en el N. y S. de América, y aun adminis- trada en nuestras Antillas, asociada á otros medicamen- tos, purgantes ó no, y en varias formas regulares, la consi- deramos casi exclusiva de los casos graves llamados ful- minantes, cuando se hace precisa su breve y enérgica ac- ción terapéutica. Por último, es de advertir ser sólo prudente la admi- nistración de los calomelanos en el segundo período de la forma biliosa y de la nerviosa, con el objeto de modificar y contener la excesiva excreción del melanhema, cuando, ayudada por otra parte la naturaleza general y localmen- te, es de esperar el alivio del enfermo, con la calma y ce- sación que se observa de los síntomas característicos de gravedad. Sigamos el orden de nuestro tratamiento en este grave padecer. Ya hemos dicho repetidamente la aversión que en general produce el, desde su invasión á toda clase de alimentos, en particular á los animales, y aun hasta á las bebidas calientes, pues bien; es indispensable atender en toda su importancia esta indicación terminante de la naturaleza; y así, á mas del raciocinio nos lo tiene proba- do, á toda saciedad, la experiencia. Efectivamente, la die- ta rigorosa ó abstinencia absoluta de todo alimento, es uno de los recursos mas precisos en este tratamiento, é indu- dablemente muy útil y beneficioso, según lo demuestra una razón práctica evidente. Bien conocido es de todos que el estímulo natural, ó especie de fluxión regular, de que es un centro normal el estómago, se activa con los alimentos, manifestándose no solo en su mucosa propia, sino en todo el órgano y aun en el mismo aparato gástri- co; sobre-excitándose á su ingestión ó presencia el aflujo humoral, y concentrándose el calor animal en él, con el aumento de las fuerzas llamadas vitales; este fenómeno fisiológico tan innegable, debe ser, en lo morboso que nos 387 ocupa, sumamente nocivo, hasta el extremo de llegarse á constituir entonces en este aparato esa especie de flogosis ó sobre-irritacion, que muchos reconocen como exclusiva y fundamental en la fiebre amarilla. De aquí por lo tanto la necesidad de la sustracción de todo trabajo digestivo y particular prohibición de toda sustancia animal grasienta y aun oleosa, á veces desde el principio del padecimiento, y de la prescripción del indispensable reposo, tanto or- gánico interno, como del general, siempre adoptado pre- cisamente con estos enfermos, con la instintiva y mani- fiesta urgencia que la naturaleza nos ordena, revelada por la constante taita de apetito, por la sed y el desarre- glo funcional gástrico, que tantas veces nos hace recordar el respetable axioma práctico de Sydenham: «Lo que apro- vecha ó daña, indica de un modo principal.» Fiados pues, en esta convicción, teniendo en nada la ob- jeción vulgar de la debilidad consiguiente, que no deja de ser bastante á producir el gasto de fuerzas naturales en la lucha, si así se quiere, con el mal, que de todos mo- dos sobreviene y contra la que no hay muchos medios de combate; garantizados á la vez, á plena satisfacción de conciencia, con los hechos en la práctica, es como, á true- que de molestias, reconvenciones, exigencias y aun vio- lentas acusaciones, no vacilamos en tener por el tiempo preciso, y aun por algunos dias, á una dieta absoluta á estos pacientes, tomando solo por bebidas las que después indicamos, como más benéficas en nuestro sentir. Este recurso terapéutico tan sencillo como indispensa- ble en la mayoría de los casos, al hallar su oportunidad desde que los síntomas precursores ó preliminares que he- mos detallado, anexos especialmente á la invasión repen- tina, demuestran preponderar en el aparato gástrico di- cha fuerza de repulsión bonancible hacia los alimentos, hace que, atendido eficazmente, contribuya muy mucho con la prescripción del tratamiento consiguiente y pre- ciso, á la disminución paulatina de la intensidad, al me- nos del padecer. Entonces es por cierto el tiempo de duda y el más interesante y preciso para obrar; entonces, cuan- do el criterio médico necesita de toda la perspicacia y re- flexiva parsimonia para distinguir, según las condjcio- 388 nes climatológicas bajo que observa y practica, y en que se halla el paciente, de temperamento, edad, sexo y demás circunstancias de este, que al describir las formas de aquel hemos indicado, los principios terapéuticos y formacológi- cos que ha de establecer y seguir para contrarestar los ya casi inevitables efectos primitivos del mismo, al tiempo de separar las causas patogénicas, sino ya patológicas sub- sistentes, origen de sus futuros estragos. Al paso que con la abstención precisa de toda clase de alimentos, bebidas calientes, y en particular las fermenta- das, ha confirmado la práctica ayudarse tanto al buen tratamiento práctico contra la gravedad, y aun mortalidad de este mal, su no observancia en cualquier sentido ha producido los más deplorables resultados en el vulgo. Pudiera decirse erróneamente, en contrario á lo ex- puesto, que la dieta tan esencial, cercena las fuerzas or- gánicas, necesarias para el sostenimiento y reacción vital de la economía; más al propio tiempo que es un hecho in- contestable no llegar á tener entonces los alimentos su cualidad propia, nutritiva y reparadora natural, por el estado anormal morboso en que se encuentra el aparato digestivo y sus vasos absorbentes, es una verdad ineludible que este método aquí tan breve y regular como lo exige la rapidez de la enfermedad, sino contiene, al menos no facilita su incremento, y se opone, con la disminución déla actividad funcional citada, á todo movimiento progresivo orgánico-vital consiguiente, que dar puede por resultado el desarrollo ó aumento fluxional referido, y á que por un ex- ceso de vida, alterada ya en sus principales elementos,' y que va en vía de pasar á cualquiera de las conocidas tran- siciones de esta, llegúese á ese otro estado y término fatal de descomposición orgánica, ó sea al de esa trasforma- cion pútrida consignada, cualidad ingénita y típica cul- minante de la fiebre amarilla. Y no se objete á lo dicho la razón Brousista de que el dolor de un órgano inflamado ó sobre-excitado, produce un gasto enorme de fuerzas, que aquí se trata de evitar con la dieta; ni se crea que se destruye ó puede consumir- se ó extinguirse en esta situación, la potencia vital, para otros nerviosa, cuyo centro de acción y reacción se quiera 389 localizar solo en tal sistema ó en sus correlacionados in - mediatos; pues hora vendrá, y la precisa, en que demos á estos todo el auxilio que necesiten, caso de mirarse bajo tal prisma la cuestión. Tampoco se diga con otros, que tal abstinencia puede agravar el colapsus sucesivo y consi- guiente á la intensidad febril, como ocurre en otras afec- ciones graves de parecida índole; colapsus y atonía ulte- rior que en verdad ocurre casi siempre, cualquiera sea el método curativo que se siga con estos enfermos; pues á esto se opone la facilidad conque podemos en breve tiempo hacer cesar esta debilidad, no esencial sino sintomática y consecutiva, con cualquiera de los infinitos medios tera- péuticos, conocidos como reactivos ó estimulantes de la vi- talidad; y decimos debilidad no esencial, porque ya lo he^ mos repetido hasta la saciedad; la hay sí, ta! y tan carac- terística en el período átaxo-adinámico de este padecer, que seria un absurdo imperdonable el confundir una con otra atonía orgánica ó vital, como quiera llamársele, que aquí funcional humana le diremos, para esta clase de estudios y apreciaciones. Terminemos ya este particular, reiterando, por mas mo- nótono que parezca, la imprescindible necesidad de la die- ta absoluta ó abstinencia completa de alimento, en el prin- cipio de esta enfermedad, y aun después, hasta el tiempo que diremos; háganse ó no evacuaciones sanguíneas; admi- nístrense ó no el emético y los purgantes que hemos indi- cado; que luego viene, al fin del primer período é inme- diación del segundo, la ocasión precisa de establecer la medicación que exponemos continuadamente. Cuando ya avanzado el primer período de la fiebre ama- rilla, subsiste á veces mas lento y de favorable aspecto el curso de esta, anunciándose ya la entrada en el segundo período; cuyas horas ó dias después de la invasión nos se- ria difícil designar, por la variedad y anomalía acaso de ella; y se ha puesto en práctica lo que aconsejamos res- pecto á evacuaciones sanguíneas, emetizacion y purgantes; entonces, en mutua asociación ó alternativa sucesión al método propuesto, nos ha enseñado la experiencia ser lo mas regular y necesario, contra el estado febril aun sub- sistente y congestivo general, y aun local citados, el uso 390 de los refrigerantes, hasta de los ácidos vegetales y mine- rales, con los demulcentes, en casos dados de la forma ner- viosa, de los emolientes y mucilaginosos; aunque estos úl- timos en menor número y proporción que los anteriores; reservándonos la prescripción de las bebidas azucaradas para cuando ya tenemos mas seguridad de su buena ab- sorción y asimilación, sin que llegue á hacérsenos temible la idea de que puedan contribuir en lo mas mínimo á cual- quiera clase de fermentación orgánica interna. Estas be- bidas, particularmente las refrigerantes y aciduladas, cal- man algún tanto la excitación febril y congestiones di- chas, cuando, ya próximo á entrarse en el segundo período del mal, se nota visiblemente ser de buen gusto para los enfermos, hasta el punto de no devolverlas, y aun provo- carse con ellas la diaforesis de ulterior apropiada indica- ción. Propinadas de muy antiguo, con tan urgente nece- sidad, se logra con su auxilio, en multitud de ocasiones, disminuir los síntomas graves y ayudar también favora- blemente, como la dieta, al buen tratamiento; lo que es mas evidente en América á efecto de las circunstancias climatológicas, y tanto como fuerte, casi continua calidez del país. Estos sedantes, al fin, como tales tenidos por muy útiles contra toda clase de flegmasías, juegan ya en este estado de la fiebre amarilla un papel muy importante y benéfico contra ella. Solo con dieta absoluta y las bebidas refrigerantes, así- dulas, mucilaginosas y demulcentes, según los tempera- mentos, se ve llevar un curso benigno á este mal, cuando leve; plan seguido muchas veces como único tratamiento favorable contra las fiebres biliosas, en los países meridio- nales de Europa; de buen resultado aun en las graves de esta clase, entre las gentes del campo, con las que pudiera quizá intentarse establecer un punto de comparación con nuestra fiebre, aun tan benigna como suele presentarse para pasarla de pié, como dicen los franceses. Tales bebi- das apropiadas á los temperamentos á prudente discreción, atemperan ó embotan, como algunos dicen, la sobre-exci- tacion de la mucosa gástrica, y si no son el hallazgo feliz que otros exigen, para neutralizar los efectos de acritud de la bilis, en este grave padecer, sin embargo es un he- 391 cho que, luego de haber sido evacuado por vómito este hu- mor en gran parte, y precipitado y lanzado por cámaras, en otra no menor proporción, ya se puede esperar, contales efectos y el tratamiento ulterior necesario, el ver ir ce- diendo tan fatal entidad morbosa, como regularmente ocur- re, á beneficio de los evacuantes y atemperantes indica- dos. No solo pues, sobre la bilis, sino sobre los demás jugos gástricos, cuya alteración esencial reconocemos como cau- sa inmediata de este mal, y sobre los órganos que los ela- boran, obra esta medicación, diluyendo al menos sus prin- cipales elementos morbosos, y haciéndose así más fácil la eliminación de estos, por los emultorios comunes de la na- turaleza. Beber mucho á esta sazón de tales sustancias, re- comendamos á nuestros enfermos, según sus temperamen- tos y demás condiciones dichas, y de su cumplimiento ja- más hemos tenido que arrepentimos. El respetable Lind, con quien tan frecuentemente nos encontramos en satisfactoria conformidad en nuestro tra- tamiento, así también lo confirma como resultado de su convicción en ello; la limonada de crémor ó agua cremo- rizada, que nosotros tanto usamos, como en el resumen de- cimos, él avanza á recomendarla como habitual refresco en América, hállense ó no aclimatados sus habitantes; así como el cocimiento de tamarindo entre los Europeos, como minorativo suave y agradable, muy útil para destruir los primeros efectos de la aclimatación. Veremos por consi- guiente ya así, como hasta los ácidos minerales, adminis- trados luego oportunamente, tienen también una impor- tante aceptación en lo relativo á los temperamentos y pe- riodos morbosos que á la vez expresamos. Las bebidas musilaginosas, pues, las acídulas y aun en ocasiones hasta las emolientes, que con tanta abundan- cia recomiendan los Brusistas para disminuir la excitación sanguínea, tienen efectivamente buena aplicación des- pués de las evacuaciones de esta clase y de los dichos pur- gantes, á necesidad perentoria de ello, habida mucha cuen- ta en su prescripción con las cualidades físico-químicas de cada una de ellas, para la elección relativa á los tem- peramentos. Y esto no puede menos de ser así, pues es muy sabido que, al propio tiempo que refrigeran conside- 392 rablemente los ácidos vegetales, como el cítrico y otros, fluidifican de un modo notable la sangre; por lo que solo los indicamos en el primer período de esta enfermedad: no así en el segundo y estados ulteriores de ella, en que ya prescribimos con especial oportunidad los ácidos mine- rales, nítrico, sulfúrico, clorhídrico y tartárico, y aun entre estos el acético, por sus propiedades estípticas. Estos áci- dos administrados interiormente tienen muy probada una cualidad opuesta á las de los ácidos vegetales, cualidad que les hace aparecer como estípticos ó astringentes y aun hasta como anticépticos, según los resultados que he- mos podido apreciar en la práctica. Ellos indudablemen- te, en la medicación apropiada á tal estado, son unos ayu- dantes muy activos de la modificación ó contension de la discracia sanguínea dicha; ya que no contribuyan en mayor parte á su destrucción paulatina, con los demás medios precisos del tratamiento, en el segundo período in- sinuado. A ellos igualmente ó á su ayuda parecen, debi- dos los fenómenos de disminución y contención de los vó- mitos, aun hasta de la borra característica de los últimos períodos del mal: por su cualidad estíptica ejercen inne- gablemente cierta influencia sobre los vasos capilares del organismo, produciendo en ellos cierta especie de astric- ción que le hacen disminuir de calibre: alterada así en- tonces en estos la circulación, refluye la sangre hacia el interior, apareciendo en su consecuencia la detención de las hemorragias por estos vasos. Absorbidos al mismo tiempo estos ácidos y mezclados con la sangre, ó como al- gunos quieren aumentan la coagulabilidad de esta, ó dis- minuyen su alcalinidad y la combustión de las materias hidro-carburadas que se produce ; dando por resultado el efecto atemperante dicho; ó bien, como otros creen, pro- vocan en la sangre un cambio de consistencia, que llega á darle el aspecto de siruposa; lo que parece efectivamen- te suceder, más siempre con el resultado favorable que primeramente insinuamos. La acción benéfica de estos ácidos, repetimos, la consi- deramos no exclusiva y única para hacer disminuir ó des- truir el mal, sino coadyuvante de otra mas enérgica me- dicación al intento; pues ellos por sí solos no pueden serbas- 393 tantes para combatir con éxito completamente lisongero una desorganización general tan enorme como á la que hay tendencia en este padecimiento, desde su origen, y que vemos confirmada hasta su terminación. Efectivamente, siendo este tan grave y especial, y en el que vemos que en la sangre, por su alteración particular, existe una discra- cia tal, que por una parte se desprende de ella el suero, y por otra sus demás partes orgánicas pierden sus afini- dades, hasta llegar á trasformarse en un líquido anó- malo y sin consistencia orgánica, en que pululan restos de partes sólidas, que fueron organizadas y ya están des- compuestas y en putrefacción visible, ¿qué acción tan prepotente como se requiere, para detener este paso y aun ya para remediar sus efectos, puede concedérsele á estos ácidos aislados y en su lugar ó indicación respectiva? Como secundarios pues, aunque ayudantes de gran poder á otros medicamentos, es por lo tanto como reiteramos conservar- les, para estos casos, una singular deferencia. Esto mismo confirman los prácticos más distinguidos en este padecer, acordes además con lo que otros observaron, sobre idéntica propiedad de los ácidos en las afecciones tifoideas, sépti- cas, hemorrágicas y aun eruptivas de tal índole, en que predominan los síntomas de putridez. Por esto es que, desde nuestros primeros pasos en la práctica del mismo mal, después del tratamiento emeto-catártico y laxante, que tenemos por el más fundamental contra él, propina- mos, ya en su segundo período, y casi siempre a pasto di- chas limonadas, ya solas ó asociadas luego á la nieve, y entre ellas de preferencia la cremorizada, con que nos ha ido de continuo muy bien; á no impedirlo otras causas y circunstancias más importantes, topográficas, climatoló- gicas ó individuales, que aun la contraríen; reservándolas diluciones acéticas, para los casos de hemorragias rebel- des y evacuaciones de borra anteriormente citadas. Indu- dablemente pues, las sustancias enérgicas que ya en el se- gundo período se administran, como se dirá, constituyen la base fundamental del tratamiento en tal estado; pero los ácidos dichos en sus respectivas prescripciones insinua- das, favorecen mucho el plan terapéutico preciso, sino ur- gente, á tal altura. 50 394 Respecto á la apropiación individual de estas bebidas, preferimos, relativamente, las acídulas y diluentes de naranja, limón y grosella, para los temperamentos lin- fáticos; en América la de pina; los demulcentes, el agua de cebada y de coco allí, para los linfáticos ; y estas y las algo aromáticas , como las de guanábana y tamarindo, para los nerviosos, aunque por regla general, las aguas de cebada, de coco y azucarada son convenientes á todos los temperamentos, salvas algunas muy reducidas cir- cunstancias contradictorias á tan regular terapéutica. Me- dicación que consideramos, con el auxilio de otros reme- dios internos, como hasta heroica é imprescindible, cuya calificación, á toda seguridad práctica, nos la sugiere el observar lo satisfactorias que son para estos enfermos, tan- to como repugnantes aún le son los alimentos, bebidas calientes y las sustancias animales; indicación que cum- plimos con la prudente reserva de la atención á sus efec- tos, para establecer su aumento, disminución ó la modi- ficación que corresponda. Estas bebidas que tan de buen resultado son en el estado, sino de flegmasía, de exaltación nerviosa, merecen, repetimos, que se tenga muy presente para su administración las formas morbosas en que indi- camos ser de preferencia, y el tiempo propio de su acción, para evitar con ellas la depresión subsiguiente del estado ó del período atáxico ó adinámico citado; así que, siendo ellas tan útiles en el primer periodo, especialmente en las formas inflamatorias y biliosa, hay que suspenderlas luego en el paso al segundo, por no contribuir al aumento de la atonía caréeterística de este. A este tiempo es cuando tiene buen lugar la adminis- tración del hielo, para refrescar las bebidas ó tomado en pequeños pedazos, y con frecuencia para calmar la sed y el calor, y combatir los vómitos que ya se insinúan y de- ben evitarse ó contener con todo empeño. No sólo interiormente, con dichas indicaciones y en la oportunidad expresada, son precisos los refrigerantes, sino que también se aplican al exterior, y en general con buen éxito, en la mayor fuerza del primer período de este mal. Los tópicos refrigerantes, pues, al epigastrio y al abdomen, se hallan en este caso, después muchas veces de las eva- 395 cuaciones locales desangre, que hay necesidad de hacer en estas regiones. Tópicos, por cierto muy preconizados por muchos, como áncora de seguridad para contener el desar- rollo flegmásico y especial morboso, con los que dicen dis- minuir mucho, en tal período, la gravedad. Bajo tal con- cepto se usan estos contra la cefalalgia, epigastralgia y el lumbago, sintomáticos de este padecimiento. Para la pri- mera se usa mucho desde los cabezales de oxícrato, y aun el agua sedativa en América, hasta la nieve allí, como en Europa. Contra la epigastralgia se propinan también pa- ños y fricciones de oxícrato por los Españoles; de zumo de limón por los Franceses, y de aguardiente de caña por los Americanos. Estos tópicos hay quien los recomienda, no sólo en forma de compresas simples, de agua fría acidu- lada ó de nieve, sino hasta en afusiones frías á la cabeza; llegando á preconizar los admirables beneficios de los ba- ños fríos generales, que tenemos por violentos, sino im- prudentes y aventurados, con la idea de esperarse una pronta reacción, que no es tan fácil de sobrevenir tan rápidamente como se desea; al paso que obrando estos baños como tónicos, dan comunmente un resultado con- trario á su indicación. En Santo Domingo, á más de la administración interior de la limonada vegetal, se propina esta mucho en lavativa, sola ó mezclada con melado, ó sea la miel negra de caña de azúcar, y entre la gente de co- lor se usan mucho estas fricciones oxálicas en todo el cuerpo y las compresas del mismo género, en las princi- pales regiones de este; aplicaciones que aún en forma de cataplasmas, con otras sustancias inocentes, se hacen en las Antillas con el éter y el cloroformo, contra el lumbago y demás neuralgias referidas. Los sudoríficos, en que tanto se confiaba antiguamente para provocar la crisis favorable y breve de la fiebre ama- rilla , suelen tener algún valor, si bien no tanto como se les ha querido dar. En muchos casos se ve, después de las evacuaciones por cámaras, á beneficio de los eméticos ó purgantes, sobrevenir, con un sudor más ó menos abun- dante y un sueño tranquilo y reparador, la remisión marcada de todos los síntomas; y entonces, ó el mal se ha abortado y disminuyen estos y la gravedad, ó vuelve á 396 reaparecer esta, y se hacen necesarios los medios enér- gicos indicados anteriormente. No siempre es tan fácil como algunos creen la pronta provocación de la diaforesis, en el primer período de la fiebre amarilla, ni con ella sola se logra prevenir su se- gundo período. Tampoco es tan exclusivamente benéfica la acción sudorífica en este caso, como suplementaria de la traspiración pulmonal; pues esta no cesa ni dismi- nuye aquí, como ocurre en las flegmasías del pulmón, en que aquella le es equivalente. En estas circunstancias podrá ser, sí, un auxiliar de eliminación ó descarte mor- boso natural y signo crítico favorable á veces; pero nada más, en pro del resultado positivo del buen tratamiento. Los baños generales templados, ó á la temperatura del cuerpo, dichos de placer, son provechosos hacia el fin del primer período ó tercer dia de la enfermedad, cuando la sequedad y el calor de la piel persisten, á pesar de los me- dios indicados. En estos casos los baños deben ser de veinte minutos á media hora, según se colija ser beneficiosos, por lo gratos que sean á los pacientes; reduciendo su tiem- po ó suspendiéndolos, en el caso contrario, en evitación de que puedan ser perjudiciales, ó de que sobrevenga algún síncope accidental. Seguidamente del baño debe evitarse todo enfriamiento, y secar rápidamente á los enfermos, envolviéndoles en mantas de lana. Este es el tiempo de darse los sudoríficos, con los que, al provocarse la diafo- resis , el reposo y el1 sueño, tan difícil de conciliar ya en este estado, se suele facilitar la disminución de la fiebre y la evacuación de la orina, cuando esta disminuye ó se suprime. Estos baños, al obrar como sedantes generales, se hallan muy indicados en las formas inflamatoria y biliosa; no así en la nerviosa, ó cuando hay mucha debi- lidad y la atmósfera está fría y húmeda. Avanzando el segundo período de la fiebre amarilla, y cuando se ha logrado dominar las hemorragias por las bebidas acídulas minerales, sino se consigue hacer cesar los vómitos con el hielo, pueden adoptarse con buen éxi- to las bebidas gaseosas y la posion anti-emética de Rive- rio; mas no siendo esto bastante, se hace precisa la aplica- ción de un vejigatorio al epigastrio, que vemos producir 397 muchas veces resultados favorables, á pesar del riesgo in- sinuado de este tópico. Entonces es cuando, si no se pre- senta la calma y reposo necesario, deben administrarse los opiados, entre ellos la morfina, ya al interior, ya apli- cada á la superficie del vejigatorio. Si la tranquilidad apa- rece, debe dejarse descansar al enfermo, sin darle absolu- tamente nada, aunque los vómitos hayan cesado ó no existan. En este segundo período, que como dijimos aparece en- tre el cuarto y quinto dia del mal, es cuando ó se ve en los enfermos la cesación notable y paulatina de los sínto- mas febriles y flegmásicos, con la aparición del sudor y la calma indicada, pasando lentamente á la convalescen- cia, que se establece hacia el séptimo ú octavo diá; ó de lo contrario subsiste la postración y los desmayos, la epi- gastralgia, los vómitos, las hemorragias y el estupor; hay vértigos, hipo, ictericia y todos los demás síntomas ataxo- adinámicos descritos, que caracterizan el llamado tercer período de aquel. En este estado ya es cuanote, insistién- dose en el método propuesto, conviene un tratamiento sin- tomático de vejigatorios á las extremidades, contra el de- lirio, laxantes para favorecer las deyecciones y expulsión de la bilis y los diuréticos y sudoríficos, con sus indicacio- nes propias. Más si predominando el carácter tifoideo ó pútrido, y al estado como de remisión de los síntomas febriles so- breviene la adinámia ó atonía evidente, entonces es cuan- do se hace indispensable la administración de los tónicos y astrigentes, de los aromáticos y ferruginosos, que obran como reconstituyentes y antipútridos, así como los anties- pasmódicos á necesidades dadas. Pero digamos algo de cada una de estas medicaciones. Si el calor, viveza y plenitud del pulso, especiales del primer período de esta fiebre, indican la exaltación de la vitalidad por la del sistema circulatorio, generador del ca- lórico, como es de la sensibilidad el nervioso, lo contrarío ocurre en los demás períodos de ella, tanto en el correlativo de discrasia sanguínea y alteración humoral, como en el más adelantado de atonía ó ataxo-adinamía consecutiva; causa por la que en este estado y no en los primitivos de 398 aquella, como algunos quieren, se hacen precisos estos medicamentos. No son, pues, entes reales y aislados la es- tenía y la astenia en esta afección, sino resultados del desquilibrio y lesión fisiológica en el organismo, comunica- da por continuidad de acción físico-vital y por simpatías; requiriendo por consecuencia una diferente y contraria medicación al intento. En tal conformidad no habrá razón para decirse que cuando es desesperado el caso y las con- gestiones se aumentan con suma rapidez, á pesar de los re- vulsivos, obrando empíricamente, se opone fuerza contra fuerza, á la desesperada, por no permanecer ociosos admi- radores de tan horrible espectáculo. Extremo fatal que vi- tuperamos, basados en las anteriores doctrinas. Los tónicos y excitantes internos, tan preconizados por los Brownianos, para separar la vida anómala de los órga- nos y crear una entidad nueva en esta, como observamos en la práctica, con relación á ciertas enfermedades exter- nas, aquí no pueden tener aplicación, en genéralo en cual- quier estado morboso, por lo suspicaz de la idea en que se apoya esta teoría, y ser temible, en el primer período, el aumento de perturbación fisiológica que producen di- chos medicamentos; y no de acción precaria ó accidental, sino sucesiva y de continuidad ulterior. Con tales medicamentos se aumentan las actividades or- gánicas y vitales, se combaten la adinamia y la ataxia, cuando estas no reconocen ya otro elemento productor ma- yor y constante, y son sintomáticas ó consecutivas al des- quilibrio vital; por eso estos recursos tan poderosos tienen lugar cuando ya por los anti-flogísticos, según hemos di- cho y por los evacuantes, se ha logrado disminuir el orgas- mo inflamatorio del primer período, ó hacer cesar ese otro estado patológico desorganizador progresivo; cuando ya la naturaleza, en una especie de colápsus propio del aborto del mal, se hace impresionable á la apropiación benéfica de estos medios. De lo contrario, seria una impru- dencia oponer estímulo á estímulo, á cuál mas nocivos y trascendentales. En vista de esto, ínterin dominen en los primeros tiempos de esta fiebre los síntomas inflamatorios, jamás recomendamos el uso de los tónicos, porque siendo entonces mayor la potencia cualitativa y cuantitativa del 390 ájente patogénico ó ya patológico á esta casi exclusivamen* te es ala que atendemos, para separar ó destruir su mortí- fera cualidad. El tiempo de apelar á esta terapéutica, tan recomendada por muchos como remedio heroico, único y fundamental, es cuando se inicia el estupor que se hace muy temible; caracterizándose esta transición por el estado de la lengua que aparece menos roja y á veces más húmeda y blan- da, signo de haber cedido algún tanto la sobre-excitacion gástrica con los antiflogísticos y diluentes, ó por los esfuer- zos de la naturaleza, á consecuencia de algunos vómitos expontáneos, ó de un abundante sudor, pocas veces bas- tante para producirse una buena crisis. Y esto es mas claro y seguro cuando, á la prudente administración de los tónicos, se nota no tomar incremento dicho estupor, ponerse la piel menos roja y áspera, prepararse la diafore- sis, no aumentar la sed ni los movimientos nerviosos, ce- der la dureza y plenitud del pulso, después del estado febril tan alarmante de anterior. Cuando se hace pues, te- mer el paso á la ataxia ó adinamia, ó esta subsiste ya lenta ó breve y resistente, como consecuencia de la alte- ración dicrásicá de la sangre y de la sutil actividad del agente morboso; entonces es cuando vienen á obrar con fuerte empuje y muy oportunamente los tónicos, sino co- mo únicos y exclusivos remedios, como muy preferentes en tal estado. Los tónicos, pues como los demás medicamentos requie- ren un tiempo oportuno de administración, siendo aquí este del segundo al tercer período, cuando sobreviene la adinamia y con ella la atonía de las fuerzas orgánicas que es necesario reconstituir á todo trance. Entre los medicamentos tónicos ocupa el primer lugar la quina, y con predilección el sulfato de quinina, más ge- neralizado contra esta y las fiebres intermitentes. Al prescribir el último aquí, en tal estado y necesidad, no vacilamos en hacerlo desde luego en altas dosis, des- de diez granos á un escrúpulo ó más; sin arredrarnos el precepto Broussista de hacerlo sobre los órganos menos irritados, como medida reservada y prudente, por no au- mentar la flogosis ó congestión hidiopáticaó accidental, 400 que si existió en el primer período, ya ha variado de faz en el que nos encontramos, de adinamia predominante. Y cuenta que es muy de estimar en este caso la dosis en que debe administrarse este medicamento, para no abu- sar de las fuerzas con su gasto inmoderado, pudiendo aca- so faltar luego para la buena crisis. La idea de adoptar esta medicación contra este pa- decer, en tal estado, se halla comprobada por la identidad de origen palúdico y naturaleza de este con las fiebres in- termitentes, que cura de un modo tan conocido. Cuando el afecta alguna remisión, bajo una forma perniciosa gra- ve, es la quina entonces un medicamento heroico de los mejores resultados. No desconocemos sin embargo que este medicamento ha sido impugnado con tal objeto, di- ciéndose que en el primer período de la fiebre amarilla aumenta la agitación y ansiedad, y dado á altas dósis'pre- dispone á la adinamia ulterior; más ya le hemos negado su virtud en aquel estado morboso, y no hallamos fun- damento racional para la segunda aseveración. Negar la acción tónica de la quina, sin exageraciones imprudentes, y por consecuencia la utilidad de su uso con tal indica- ción, lo creemos un absurdo lastimoso. Dígase en buen hora que administrada intempestivamente y sin orden ha sido inútil ó fatal. Sosténgase que este medicamento de- be su acción al tanino que contiene; pero no desconóz- canse sus ventajas en este período y con dichas indica- ciones. El tanino y ácido gálico, mas astringentes que tónicos, absorbidos en proporción y pasados al torrente circulato- rio, obrarán sobre los glóbulos de la sangre, haciendo que esta no pueda escaparse fácilmente, aumentando la firme- za de su cubierta celulosa. Y como la lesión principal de esta enfermedad consiste en la disgregación de los compo- nentes de dicho líquido, es una deducción lógica su utili- dad como astringentes poderosos, con el objeto de contener esta discracia. Las dosis en que ha llegado á administrar- se el tanino, con buen resultado, han sido de dos ó tres granos cada dos horas, auxiliando su acción con los coci- mientos de quina y algunas cantidades de vino generoso. Digamos algo de la acción de los ferruginosos en este 401 tratamiento y dicho estado morboso. Es un reconocido principio en terapéutica que, así como los tónicos obran con cierta especialidad, varía á veces, sobre la circulación; aquí ya, la acción físico-química y medicamentosa del hier- ro puro y sus preparados, ofrece un recurso expedito y fá- cil para ser admitido, con las mismas indicaciones que ve- nimos insinuando en esta sección. Efectivamente; es inne- gable que al determinar los medicamentos ferruginosos, en lo normal, con su sapidez metálica y como estíptica pro- pia, cierto estado pletórico muy visible, en lo farmacológi- co se les reconoce cierta influencia de actividad en la he- matosis á los insolubles, llegando así á producir estos en la sangre una reacción enérgica y evidente, que da por re- sultado el aumento y mayor cohesión de sus coágulos, su mayor fuerza y vida en fin; pudiendo designarse, por otra parte, en el soluble una cualidad muy excitante; y aunque algo diferente de la del óxido del mismo metal, no menor por ello, en su potencia de absorción y actividad funcio- nal indicadas,' en lo general de la principal propiedad tó- nica de estos agentes medicamentosos. Con tales virtudes farmacológicas, se prescriben el hierro y sus preparados en esta enfermedad, como en lo general terapéutico, según digimos, no en las flegmasías gastro-intestinales aisladas ó sintomáticas de otras mayores lesiones, que podrían sobre- excitar, sino en las atonías muy visibles, procedentes de fiebres graves, como ésta, cuando cesan los síntomas de en- teritis folicular, y sólo quedan ó aparecen los de esa debili- dad gastro-entérica. revelada por el cúmulo de síntomas propios, que hemos detallado anteriormente. Estos medicamentos, por consecuencia del más evidente acumulo elemental que provocan en la parte colorante déla sangre, producen á la vez una astringencia muy manifies- ta; lo que se prueba cuando llegan hasta aplicarse al ex- terior; cualidades por las que se les considera como unos de los mejores reconstituyentes de aquella, si no el de ma- yor preferencia. Y hé aquí el por qué de su apelación fun- damental, en todos los casos morbosos en que hay una pe- rentoria é indispensable necesidad de producir una reac- ción enérgica sobre esta, como consecutivamente sobre los demás líquidos elementales de la vida orgánica animal. 51 402 Siendo esto así, hé aquí también la razón innegable de su administración medicinal, en el estado patológico en que venimos recomendándole, como útil y conocidamente be- neficioso. En justa comprobación de lo que venimos dicien- do, apuntemos algunas de las principales indicaciones ge- nerales del hierro y de sus preparaciones farmacéuticas. Este metal, y sus variadas formas medicinales, por sus propiedades expresadas, favorecen la acción digestiva; por lo que, prescritos aisladamente ó asociados á\ la quina y á los alcohólicos, les vemos activando la vida en general, como los tónicos, y lo mismo combatir y destruir las dis- pepsias atónicas y otras afecciones de esta índole; he- chos muy evidentes y de muy antiguo cqnfirmados por los prácticos más distinguidos de todas partes. Esto, se en- tiende , en proporción siempre general y relativa á las susceptibilidades orgánicas individuales. Los mismos se administran, con muy buen efecto, contra las diarreas crónicas, principalmente mucosas, por su positiva acción es- típtica y contra las lesiones de las partes vellosas intestina- les, por dichas causas. Y cuenta que muy repetido queda, en estos casos de su propia indicación, que no es ya la fiebre el síntoma predominante en este grave padecer, sino ese otro estado adinámico, ese colapsus morboso, especial y característico que hemos descrito, por cuyo estado en tal período, alguno ha llegado hasta á decir que en el tifus ic- terodes ó vómito, así llamado particularmente, no hay tal fiebre constante y típica; por lo que se le ha llegado á ne- gar su nombre general y común de fiebre amarilla. Y si otra de las lesiones en que los ferruginosos se admi- nistran con un éxito bien admirable es el de reblandeci- miento indicado de la membrana mucosa gastro-intes- tinal, esto naturalmente sucede antes de dar principio en ella la desorganización, que en su lugar le detallamos, co- mo consiguiente al carácter especial morboso que en es- te mal predomina. Estos medicamentos obran así, ya so- los ó asociados, como hacemos las más veces, á otras sustan- cias tónicas, vegetales, alcohólicas y animales, que les sir- ven como de auxiliares y aun también hasta como modifi- cadores de ellos. La hipertrofia del hígado y la del bazo, que casi siempre 403 son consecutivas á la existencia y aun más, ala prolonga- ción de las fiebres intermitentes, de tan problemática como debatida esencialidad, ceden las más veces con esta me- dicación, después del tratamiento radical oportuno con- tra su causa fundamental ó preponderante. Así se propinan los preparados marciales con el resulta- do más lisonjero, conforme á lo dicho, como reconstituyen- tes en primer término, y secundariamente como resoluti- vos de dichos infartos; aun después de haber usado en los casos precisos los antiflójísticos, y aun cuando estos hayan sido ineficaces para combatir las lesiones indicadas. Los mismos se han dado, y se ordenan con buen efecto, en las apirexias de dichas fiebres, no sólo contra su índole y entidad propia ó particular, sino contra la variedad de ac- cidentes que estos provocan y que dificultan el buen tra- tamiento y ansiada curación. Todo ello, en evidencia pal- pable, contra la modificación sanguínea ó anémica que se sigue ala acción palúdica y á sus fenómenos morbosos, productores y generadores de los expresados, casi exclu- sivos en el tifus icterodes, y que se representan muy bien en general por los parosismos comunes y otros fenóme- nos dichos, que son la expresión terminante de la grave sensación nerviosa á influencia tan maligna, determina- da, en la enfermedad de nuestro estudio, por la multitud de síntomas nerviosos que describimos. Esto se verifica de un modo casi infalible, si á la vez de la invasión existe en el paciente, de un modo constitucional ó habitual, algún empobrecimiento sanguíneo, como clorótico ó discrásico es- pecial, coadyuvante, en suma gravedad, de ese otro estado consecutivo en el segundo período del tifus icterodes, y na- da problemático, como entidad siempre y efecto á la vez délas lesiones quede suyo origina su causa elemental pú- trida, según nos lo hemos permitido consignar. Mirada la afección, cuyo tratamiento curativo ya nos ocupa, bajo el prisma de esencialidad nerviosa, que al- gunos exclusivamente le suponen, veamos las razones de su identidad con las de este tipo, contra las que tam- bién se han preconizado como muy útiles los ferrugino- sos. Estas enfermedades, se dice y así parece ser, reve- lan una alteración particular, un cambio ó modificación 404 patológica encéfalo-raquidiana y de los centros ganglio- nares de la vida orgánica; alteración que, á producirse por consecuencia material de la entidad funcional dicha, para muchos desconocida ó como impenetrable, quizá ya en exceso, ninguna otra lesión ó signo material deja ella en sus órganos funcionales, ya sin vida, al examinarse estos anatómicamente; acaso por lo mismo de ser estos órganos como los exclusivos, sino productores, los conductores y agentes del sentimiento, en su continua y propia manifes- tación natural; cuya especial conformación y testura tan- to indican lo importante de su objeto, No de otro modo se verifica esto mismo en otro orden también natural, pero materialmente visible, ábien decirse así, ó mecánicamen- te explicable, como es lo esencial físico-químico general funcionable; ó mejor aún, lo electro-magnético ó galvánico general de la materia. Efectivamente, supuestos como son innegables los fenó- menos idénticos de sensación, de su conducto y manifes- tación con lo que ocurre en lo dicho vital humano, ne- gativo en lo cadavérico, en los centros y aparatos nervio- sos, con lo que de igual índole se efectúa en lo inorgáni- co ó inanimado, dicho así por su no existencia animal ni vegetal, en sus diferentes aparatos y órganos materiales de esta clase, instrumentos de producción, expresión y con- ducto electro-magnético general ó común, que son aplica- bles ya á multitud de necesidades y aun de conveniencias en la vida, vemos siempre, á cumplida saciedad, que nin- gún rastro dejan en dichos aparatos ni cuerpos dados estos fenómenos, como propios de fluidos invisibles, im- palpables ó imponderables, dichos así de antiguo; ni señal material alguna de los fenómenos ó funciones que ofrecen, antes ó á la vez de pasar por ellos su dicho fluido especial y característico. Así, pues, no parezca absurdo el no ex- trañarse tal resultado, y el venir, encolorario exacto, á afirmarse que las enfermedades nerviosas indicadas no de- jan lesiones materiales en lo encéfalo-raquidiano y gan- glionar nervioso, por lo mismo que la palabra, ni otras apli- caciones fenomenales de idéntica relación funcional in- sinuada, no dejan tampoco rastro ni señal alguna de su existencia ni de su paso, en los aparatos electro-galváni- 405 cos, hoy ya por cierto tan comunes y ordinarios en la vida. Mas de todos modos, quedando en su lugar si se quie- re este problema, de no poca importancia y estimación, el hecho aquí para nosotros precisamente investigable, para su buena explicación y aplicaciones filosófico-médicas, por lo necesario y aun indispensable de ello para la salud y la vida humanas, es que el sistema nervioso en general, y á veces ó casi siempre el particular ganglionario de la vida orgánica, se encuentran profundamente alterado, para unos primitiva y para otros consecutivamente, en las varias fases generalmente graves de este padecimiento. Sí; porque después de que le hemos visto sobrexcitarse, exaltarse y aun llegar á perder su equilibrio normal, en el primer período de aquel, ó sea en el dicho inflamatorio y altamente febril, se nos presenta luego, paulatina y gra- dualmente, acorde en el curso del mismo; profundamente deprimido, aplanado, casi nulo en sus funciones, y reve- lando ese gravísimo estado de atonía ú otáxo-adinámia típica especial, á que le hemos llamado colapsus tifoideo, en el orden de nuestro estudio. En su vista, pues, y sien- do tan palpable este estado morboso, parece regular en su combate la aplicación de los preparados marciales, á fin de intentar y hacer por lograr su disminución ó un curso más favorable en el mal y aun su término feliz posible. Esto así, por lo mismo de ser tan difícil de vencer y des- truir dicha atonía, tan grave y profunda como es la ín- dole de aquel, maligna y en extremo mortal en la gene- ralidad, por lo que es tan horroroso, á tal altura, el terrible tifus icterodes. Así es que, con la prescripción y aun con la aplicación del hierro y sus preparaciones farmacéuticas en tal estado, vemos ceder, proporcional, periódica y re- gularmente en lo general, los síntomas referidos. Y esto se explica fisiológicamente, ya por ejercer acaso este medi- camento una influencia especial, no sólo muy conocida sobre el sistema general sanguíneo, sino aun sobre el ner- vioso, como ser sólo así algunos doctrinalmente sostienen, ó ya porque con él se logra, en tal estado aún, el restable- cimiento fisiológico general, y á la vez ó consecutivamente el orgánico y particular detallado, en los diferentes modos de presentarse, en la economía animal, las múltiples y va- 406 riadas lesiones indicadas. Por esto ese buen resultado que de esta medicación sé decanta en la clorosis, en el histerismo, en las anemias y otras afecciones de este orden, consecutivas ápartos, ó ya á graves y continuadas hemorragias, natu- rales ó accidentales y atónicas, espasmos y anemias esen- ciales ó accidentales; y por cierto que las que en nuestra fiebre hemos descrito no dejan de ser intensas, generales, locales y hasta capilares, como en su lugar dijimos: alte- raciones que, si no ceden en su esencia al uso de estos me- dios, parece que descienden de su fuerza ó pertinaz insis- tencia. Esto en verdad se entiende, siempre que el apara- to digestivo y órganos absorbentes se hallenjen buen estado para su admisión. Les casos de asma, que se dice haberse curado con los ferruginosos, deben quizá haber reconocido la?; mismas insinuadas causas; lo mismo que las neural- gias, cuando estas han reconocido por causa elemental un desequilibrio orgánico ó, funcional de dicha índole. En fin, hasta para el exterior se ha recomendado y lle- gado á aplicar el hierro y sus diversas formas medicina- les, cuando no para las expresadas hemorragias capilares é indicaciones de este orden, para producir enlas partes la acción de una plancha local y como un efecto magnético; al símil de las indicaciones de identidad funcional nervio- sa, que antes insinuamos; pero en tales casos no está bas- tante probada esta útil especificidad para combatir dichos fenómenos, primitivos ó consecutivos á las lesiones expre- sadas. Es innegable, pues, á teda evidencia, el benéfico efecto medicamentoso de los ferruginosos en las afeccio- nes adinámicas del aparato circulatorio, ya esenciales, ya consecutivas á grandes pérdidas, ó por hemorragias, ó por haberse tenido una vida licenciosa, con mucho gasto de esta, por los vicios más ó menos pertinaces y destrucctores de ella, ó por haberse vivido en malas ú oscuras habitacio- nes, como sucederán comunmente en la capital de nuestras Antillas: por la permanencia enlas minas ó en los calabo- zos, en que se haya estado bajo el influjo de una mala he- matosis; en cuyos casos, como indica bien Mr. Halle, los fer- ruginosos son unos medicamentos heroicos. Y lo mismo que sucede con ellos en la clorosis, principalmente en la edad adulta, cuando no hay otras lesiones más profundas en el 407 corazón ó en los demás centros vitales, ocurre en los casos de escorbuto, en que hay también un principio de altera- ción pútrida en la sangre, de la que resulta una palidez y atonía particulares, que dan por consecuencia la comple- xión débil, el edema y los demás caracteres morbosos de esta afección. • El hierro y sus preparados tienen, á juicio de todos, la propiedad de restablecer las digestiones alteradas ó difíciles por atonía orgánica; cuando esto llega á suceder propágase el tonicismo consecutivamente á todos los órganos de la economía animal; y hé aquí el por qué de precisar usar- se esta medicación, ya en tal estado adinámico ó en la con- valecencia, en que damos dichos medicamentos, ya solos ó ya, más generalmente, asociados á los amargos, á los excitantes y alcohólicos, como antes dejamos indicado. Mas sobre todo, en las hemorragias pasivas dichas, que tanto distinguen por cierto á nuestra fiebre, es en donde más bien obran los ferruginosos, sin duda también ya como hemostáticos, por la astricción que diginosprodu- cir en los vasos capilares. Él repara indudablemente, con su acción, las pérdidas de fibrina de la sangre y aumenta la plasticidad y coloración de ella, que se hallaban más ó menos debilitadas, y si tal pudiera decirse, casi perdidas. Esto aun concediendo el hecho, sostenido por algunos, de ser los ferruginosos menos propios para ser trascolados y como absorbidos por los vasos capilares, que los demás hemostáticos; ló que no está quizá tan determinado, por no expresarse las formas medicamentosas y hasta la ya im- palpable, en que en el dia es susceptible de darse y se ad- ministra el hierro. Por el predominio, en fin, productor fibrinoso que tiene el hierro contra la parte serosa de la sangre, es como él obra sus admirables beneficios; y este es otropor qué fundamental de su apropiación en el tratamien- to de esta, enfermedad, en su dicho período y estado, en que tanto influye la referida causa anémica que él combate, produciendo lámodificacion sanguínea favorable explicada, y consecutivamente la reconstitución general orgánico- fisiológica de toda la economía animal. En las debilidades orgánicas, lo mismo, como en la doroanémia, por gasto de vida de uno ó más órganos ó 408 aparatos, es el hierro muy eficazmente favorable. Así en dichos estados, por excesos en la véhus, por la masturba- ción ó el onanismo, que tanto dijimos influir, como con- causas de este fatal padecer, hemos visto repetidas veces ser muy útiles los ferruginosos en el período citado. Cuando hay predominio linfático en estos enfermos, es sin duda innegable la buena indicación de los ferrugino- sos en este estado, solos óasociándolos álos amargos, y ayu- dados á la vez de una alimentación proporcional. Al dar- los aquí en la convalecencia, casi siempre penosa, hay ya que hacer alternar con el reposo necesario y un ejercicio prudencial y beneficioso; todo á buen sentido y oportuno criterio profesional. Las dosis en que deben administrarse los ferruginosos deben ser proporcionadas, á mas que al grado de adina- mia ó atonía características, á las condiciones individuales y circunstancias accesorias, en buen juicio terapéutico es- timadas. En la prescripción de este medicamento es ne- cesario tener presente su buen efecto ó su repulsión fisioló- gica exacta, para aumentar las dosis proporcionalmente en el primer caso, ó reducirlas en el opuesto; y aquí debemos repertirlo, en verdad de propia práctica; aun hasta con este tratamiento casi siempre hemos seguido dando á nuestros enfermos el agua de crémor, que tan habitual nos es en todo el curso del mal, cuando tan tolerable es, en lo general, por la mayoría de los pacientes, de la que he- mos obtenido muy buenos resultados, como ayudante, se- gún dijimos, del plan curativo general ó principal nece- sario y oportuno. Las formas en que hemos dado el hierro generalmente á nuestros enfermos han sido el óxido, el carbonato y el per- cloruro; este también al exterior, por sus conocidos resul- tados estípticos, y como anti-hemorrágico especial, en los últimos períodos del padecimiento. Así lo hemos ordena- do á más en enemas, sorbiciones, gargarismos y tópicos de todos géneros. Al interior le prescribimos regularmente de media á dos dragmas, y aun más al dia, según las cir- cunstancias médicas insinuadas; dosis que vamos aumen- tando ó disminuyendo, según el resultado de la observa- ción terapéutica insinuada. Y debemos decir también en 409 verdad, que las demás fórmulas de sulfato, lactato y tár- taro marcial soluble, tintura de marte y otras varias da- das, no las hemos ensayado, por habernos producido buen resultado el óxido ó elpercloruro, y no querer aventurar- nos á más, conocido este beneficio en dichas formas me- dicamentosas. Más aún; hemos dicho que hasta al exterior se llegan á usar los ferruginosos, con las indicaciones referidas; ' y aunque á tal extremo hemos sido tan amplios en su aplicación como lo han requerido las circunstancias mor- bosas y relativas de los pacientes, debemos decir no haber llegado hasta los extremos que otros observadores del Nor- te y Sur de América refieren, los que dicen haber también debido varias curaciones del tifus icterodes al hierro, ad- ministrado en alta graduación en aquellos climas. Mas dadas las cualidades particulares, el quid especial patogénico de este horrible morbo, y principalmente el género de alteraciones patológicas que produce y que es- tudiamos ya con minuciosidad; en tal estado de desorga- nización pútrida, ora incipiente, ora en cualquiera de sus tan lastimosas como repugnantes transiciones; más aún, en el estado ya de discracia y disolución sanguínea, que es su término; ¿las preparaciones ferruginosas podrán te- ner una actividad ó potencia de absorción fisiológica bas- tante para luchar con él y vencerle en tan monstruosa situación? Difícil áprimera vista lo parece; varios obser- vadores lo dudan y aun lo niegan, fundados con razo- nes al parecer apoyadas en que las formas comunes del acetato y del percloruro, aun en disolución, pierden su principal virtud contra la hemorragia borrosa , porque tropiezan con una sangre cuyos glóbulos han cambiado de condiciones endosmósicas, dejando trasudar la albú- mina, la hematosina y sus demás componentes, á tra- vés de las .membranas, perdiendo así las condiciones nor- males que le hacían coagulable á la presencia del hierro. Sin embargo, quizá por aventurar el todo de los recursos benéficos de la ciencia, muchos no dejan de prescribir- los , no sólo en la atáxo-adinámia de este mal, sino tam- bieij contra esta última horrible faz del tifus icterodes. Pero aquí, como en lo anterior decíamos de otros me- 52 4.10 dios de tratamiento, en variedad de sistemas y formas de aplicación, hay que tener mucho criterio y tino prác- ticos, para resolver el cuándo y el cómo de la utilidad y ventajas de estos medicamentos, en el período ó tér- mino patológico que examinamos. Efectivamente; si te- nemos un fiel recuerdo y se aceptan de buen grado nuestras teorías sobre el origen, curso y naturaleza de la fiebre amarilla, vendremos á reconocer en esta enferme- dad una alteración fisiológica en la sangre ab inicio, la cual reflejándose repentina ó paulatinamente, primero en sus órganos propios, ó sea en el aparato circulatorio, y con- secutivamente haciéndose extensiva á todos los de la eco- nomía animal, veremos, en las varias formas y curso de la invasión patológica, que antes de llegar el término de descomposición oncsso, con sus diez mil victimas y más de sé- res humanos, en variedad tristísima; fallecidos de un ter- 456 rible morbo, en veinticuatro horas, y en menos tiempo aún; en que ya, la tan sublime y sacerdotal influencia de Hipócrates hubo de terciar, y muy alto, para acabar con tan desastrosas situaciones; elevando luego á ciencia y práctica sabia la farsa supersticiosa y fatal de la domina- ción de su tiempo, y de aquellos más perniciosos vampi- ros humanos, fanatizadores del ser racional, con su voraz fin; de aquellos falsos Asclepiades, que no los verdaderos; fanatizadores de oficio del hombre, y gentes de muy mal vivir de aquella época; con sus múltiples templos, consa- grados á Júpiter, á Mercurio, á Juno, áMarte, á Venus y otros de innumerable decir. Y cuando no en estas guerras tan lamentables, veríamos lo mismo en las subsiguientes, á grandes rasgos históricos estimadas; como sucede en las llamadas guerras púnicas, de posterior preponderancia Ro- mana. Idénticos hechos aparecen, siguiéndose aún mayo- res calamidades, en aquello de perecer de otro morbo fatal, en una noche* doce mil y más sitiadores de guerra, en una gran Ciudad, cuando en la misma no hubo ni una víctima siquiera de mal tan atroz. Horribles estragos estos, repetidos-luego con tan grande como deplorable ser y ver en la historia, general y particular, de todos y cada uno de los. pueblos conocidos del orbe; con sus inculpaciones é impertérritos reproches de saña tal, y atroces vengan- zas; muchas con vil sarcasmo dichas religiosas, y tan de- plorables todas como en lo natural y racional extrañas, si- no inverosímiles, ilegales y monstruosas. Mas sobre esto yate dijimos; no queremos indicar más de lo que en la ciencia hemos hecho; á trueque de azares mil; debatir ni reflexionar, en pro siquiera del legítimo instinto racio- nal, del natural derecho, y en justa satisfacción del deber, tan legalmeníe caracterizado en aquello del aquod Ubi non vis, alteri ne féceris». Del mismo modo; para remontarnos hoy á la aprecia- ción histórico-etimológica del origen y valor de la palabra Lazaretos, habríamos de partir de lo consignado en la Biblia, referente á la vida y costumbres del hombre, en aquella parte de Oriente; del pueblo de Israel, en fin; an- tes y después, ó mejor aún; de la legislación de Moisés, y principalmente de esta; pues la Biblia es sin duda al- 45? guna el primer Código en que se ven elevadas á Ley las precauciones higiénicas de los hombres, contra las enfer- medades llamadas contagiosas. Y esto así, por no escudriñar ó desentrañar lo evangé- lico; al partir, más que por entonces ó luego, de tes tiem- pos místicos, ó sea de la vida de Jesús, en aquello de re- sucitar este á un tal Lázaro, hermano de María y de Marta; secuaces del Nazareno, en Jerusaleny la Judea. ¡Y cuando el cadáver llevaba cuatro dias de enterrado en su propio sepulcro!!!.. A los tiempos bíblicos, pues, refiriéndonos, vemos que en los capítulos 13 del Levílico, 5 de los números y 15 del libro primero de los Reyes, se ordena terminantemen- te la separación de los leprosos, ó castigados de Dios por impuros; á los que se les abandonaba en su desgracia: víctimas en verdad de ese conocido mal, extenso, de pús- tulas aracnoideas, escamosas y tuberculosas, que, de la cara y otras partes del cuerpo humano, se extienden á todo él, terminando varias veces en una fiebre lenta; con- que los afectados, cubiertos así, á veces, de horribles úl- ceras corrosivas y lentas, en su soledad y desamparo, iban soltando por los campos sus carnes en pedazos, sin per- mitírsele ir ni estar en poblado; teniéndoseles como seres castigados por el horrible anatema de Dios; cuyo gran mal solo acaso podria terminarlos intercesión milagrosa; pero en el que de todos modos se abandonaba al paciente, que al fin venia á morir en un atroz sacrificio, entre alaridos horribles y lastimeros. De estos hechos, son una prueba textual, y más personal aún, la residencia del pacien- tísimo Job, en el muladar; abandonado de todos por impu- ro, execrado de Dios, y fácil de contagiar álos demás; con la especie, de sifílide ulcerosa, tuberculosa, lepra, y no otro mal que padecía, de horrible y asqueroso aspecto. El mismo é igual estado y padecer que tuviera ulteriormente, en otra época histórica, pero igual para la humanidad, el renombrado San Lázaro; cuya mártir historia y acciden- tes propios de ella, son ya más generalmente conocidos. De lo dicho, pues, parte la primera legislación sanitaria, conocida sobre esta clase de enfermos; sancionada luego por Moisés y muy severa; por el mucho rigor y penalidad 58 458 que en ella se expresan. Por la misma se relega, como en maldición divina, al desierto, á estos enfermos execrados de Dios, separándoles de los demás hombres y abandonán- doseles en su mal. Así pasó este, horrible también, uno de sus primeros mártires el primer Lázaro; despedido antes de Jerusalen y luego también del campo, hasta lanzársele por fin al desierto, bajo la misma Ley de horror que á los demás. Este notabilísimo enfermo; por las circunstancias especiales que le rodearan, hizo al parecer, dar ya nom- bre como comparativo á aquel mal tan asqueroso; vinien- do desde entonces y después, por el Santo dicho, llamán- dose Lazarinos á sus desgraciados pacientes. El primero de dichos libros de la ley sanitaria de en- tonces allí, ó sea El Levítico, ordena que todos los que pa- decieran enfermedades graves de la piel, se presentaran al sacerdote Araón y después á varios de los demás; quienes por la naturaleza y síntomas del mal, descritos también en la Ley, ordenaban ó una separación provisional y una observación prudente, de siete, catorce y aún veinte dias, y su vuelta á la sociedad, si no existia motivo contrario á ello, ó la secuestración definitiva indicada, y el destierro al desierto, si se confirmaba el padecer. Por el capítulo 13 de dicho Levítico se privaba á los leprosos ó lazarinos el habitar en poblado; obligándoseles además á ir con los vestidos descosidos por varias partes; la cabeza rapada y descubierta; tapada la boca con la ropa, y gritando, estar contaminados é inmundos; ó bien, según se lee en nuestras mejores crónicas, de iguales costumbres posteriores en nuestros Lazaretos; vivir á campo raso y cercado ad hoc; tocar una matraca, al acercarse alguien; para demostrar su incomunicación gubernativa; por estar contaminados é inmundos; y ordenarse que ningún vi- viente humano se aproximase, ni aun á su cerca ó atmós- fera pestiUnte. En el sentido dicho de estas leyes comprendía Moisés, no solóla lepra, sino otras muchas más enfermedades si- filíticas graves, crónicas y asquerosas, como la sifíiide pustulosa, costrosa, ulcerosa y otras de esta índole ó ca- rácter, así como las gangrenas, dichas húmedas; el esfa- celo ó la general, y varias más de largo detalle, que pade- 459 cian los hombres llamados impuros por la Biblia; de quienes, al morir se destruía en la hoguera cuanto le ha- bía pertenecido en su propio uso; sin olvidar, especial- mente, el asiento habitual que en vida tuviera. Leyes que se ejecutaban severa y religiosamente; como todas las de tan respetable patrono y universal Sacerdote; encami- nadas, con otras de más sutil, positiva y benéfica higiene, á facilitar la salud , vida y prosperidad de su gran pue- blo, dicho de Israel. Hasta aquí lo más principal que de tal crónica, ya que no filosófica, semi-religiosa, ó séudo-divina, parece más utílizable y digno á nuestro intento; sin debernos ocupar más en ella, como lo hacemos, sino en lo relativo al mis- mo objeto salutífero y benéfico para la humanidad. Siguiéronse á estos tiempos en Oriente, otros de varias y terribles pestes, con multitud de enfermedades febriles contagiosas y eruptivas, como las viruelas, el prurigo ó tina y diferentes flegmasías graves; pero de intensidad suma todas y muy nocivas, por la facilidad, frecuencia y aún constancia de su contagio. Mas las enfermedades pú- tridas, infecciosas ó contagiosas, como la Uña, la lepra, la sifilide tuberculosa y aun la ulterosa, con algunas más de tan lamentable y asqueroso carácter, siguieron siendo en Oriente aún consideradas, y por mucho tiempo, en absurdo y supersticioso ver, como plagas que Dios en- viaba á allí; en la furia embrabecida de su ira é inexorable justicia; como rayos de esta, para castigar los pecados de los hombres. Y por cierto que esto mismo oímos en el dia con gran solicitud, furor católico ó indecible insistencia, en los templos Católico-apostólico-romanos, desde la di- cha Cátedra del Espíritu Santo. Esto mismo, pues, sos- tenían aquellos primitivos y muy ignorantes, ó sandios Orientales, según la historia; y del mismo modo que ahora aquí se.hace, por varios Apóstoles místicos, se ne- gaba allí entonces y aún se prohibía toda clase de solici- tud beriéfica y científica, para combatir plagas tan horri- bles; contra las que, por el furor antes dicho, no se toma- ban precauciones de ningún género; porque los libros sagrados, se decia, que las autorizaban, cuando en ellos no se hablaba de tales enfermedades; hasta que Moisés 460 hubo de hacerlo; pero solo de la lepra, al objeto del des- tierro indicado en sus pacientes para el desierto; creyén- dose á lo menos, por la mayoría de aquel pueblo obceca- do en su ignorancia y supersticioso, á efecto de las espe- culaciones,, de religioso aspecto aunque de siniestro fin, que tales calamidades eran unos merecidos y tremendos azotes, que Dios daba á los hombres, en justo castigo á sus pecados y maldades. Así también de igual manera, y en el propio sentido, se dijo y propaló, hasta la saciedad, que una de estas hor- rorosas pestilencias', fué enviada por Dios para castigar, severa y cruelmente á los orgullosos Faraones. Peste ó pla- ga, si otra cosa estas no fueron, con que efectivamente, en una de las mismas, en un estío, estos Reyes, con su gran pueblo, sufrieron un tremendo castigo: pero...—y estoes historia exacta,—el tal castigo lo sufrieron, sí; por su in- curia habitual y entonces descuido funesto y trascenden- tal , de no limpiar los especiales y peligrosos canales del Nilo; cuyo desborde en sus aguas, rebose ó desparrame anual de estas, produce, abandonadas en lo inculto, la multitud de remansos, canales y lagunas de aguas cor- rompidas , que en aquel tan cálido jjaís, tantas emanacio- nes pútridas, suelen producir, aún hasta en el dia; á des- atenderse así tan indebidamente, las necesidades de la hijiene en lo preciso de sus indicaciones. Hechos, consig- nados estos, científica, práctica y gubernativamente, por comisiones científico-higiénicas varias , que han ido al in- tento á allí, y por importantes notas internacionales y de- liberaciones políticas muy terminantes; lo mismo que pa- ra el Ganges, se hiciera también en su dia; apropiadas ellas al sano objeto de procurar la salud y vida humanas; no solo allí, sino en los demás países del mundo civiliza- do; con la evitación de los contagios perniciosos, mor- bíficos ymortíferos; muchos propios de levante; que así á aquel país se le llama generalmente. Muchas veces, ó más bien casi de continuo, estos fu- nestos males epidémicos no se combatían, ya por la inuti- lidad supuesta y seudo-religiosidad dicha, de oponerse en ello pecaminosamente á la voluntad divina, ya por decir_ se al menos de un modo vago, si es que no como antes ab_ 461 surdo, que estos males venían del aire; sin decirse más; en lo que efecticamente no iban desacertados los Israelitas. No así por cierto en creer, como por otra parte se oia, que esta era una gran desgracia, sino fatal y propio del país, y efecto del cruel rigor del destino; con otras mil deplo- rables patrañas de este género. Plagas y males estos que se tenían por imposible el eludirlos, á no ser por rogati- vas públicas y olocaustos: tristes y hórridas creencias, como algunas parecidas de nuestros dias, é hijas del ab- surdo y necia ofuscación mística de la época entonces en aquel país, como ocurriera en muchos de Europa y aún de Asia y África, hasta la actualidad en estos últimos; por más que ya, a través de los tiempos y á efecto ineludible de la instintiva acción del progreso humano, en todas partes vamos viendo ir rasgándose el velo del error y del fana- tismo bárbaro ó común, é ir entrando los pueblos y sus gobernantes, aun tes más autócratas y tiranos, por la senda de la verdadera ciencia del bien y dicha posible en esta tierra; no de lágrimas y miserias; que no existen tales leyes en todo lo general cósmico, orgánico é inorgá- nico del orbe; sino otras generales, inmensamente sabias y grandes, para procurar y sostener siempre, como se efec- túan, y á través de todo, los magníficos é infalibles efectos naturales de vida y conservación instintivas en el mundo; para las que obran exacta é irremisiblemente, en general, las mismas en todo lo criado, de nacer, crecer, reproducirse y morir. Y ¡ay de aquellos seres, monstruos de la creación, que se opongan ilegítima y criminalmen- te á la impertérrita acción de aquellas; que en sí mismos llevan, en su insidioso ó público pecado, su más natural, triste é ineludible penitencia). No obstante de todo lo dicho, al sucederse en Oriente, con su ulterior conquista, el poder é influencia de los Romanos, sus dominadores luego, como de gran parte del mundo, se vió ya allí, en tiempo délos Emperadores la necesidad de algunas prevenciones contra las pestes; evadiéndose luego las gentes de las comunicaciones con los lugares apestados; del trato con las personas que, ó lo estaban ó trataban con otras así enfermas, ó vinieran de dichos lugares infestos; procurándose á la vez la inco- 462 municacion y aislamiento de los enfermos de peste, como remedio, al parecer bueno, que ya se empezó á observar en el Cairo y Alejandría, según veremos. Procurárase empero ya ordenadamente que, en esta incomunicación, se procediera á someter á todos los reclusos, por sospechas ó síntomas pestilentes, á una regular y metódica obser- vación; para deducir, á ciencia cierta, los que padecieran ó no el mal, ó tuvieran en si el germen de él ó de su con- tagio ; adoptándose así varios términos regulares y pru- dentes para ello; siendo la observación de cuatro, seis, diez y más dias, hasta cuarenta; tiempo el mayor, cual se creia entonces, ser el propio de presentación ó desarro- llo de las enfermedades agudas. Término máximo este de cuarenta dias, que dió origen, con las demás disposiciones dichas, á la denominación é institución de las cuarentenas. Mas recorriendo ya aquí, en nuestro preciso y científico objeto, solo á grandes rasgos, los principales aconteci- mientos de la historia, llega á nuestro paso el turno á la magna empresa que concibiera el poder romano en los me- jores tiempos de su grandeza, la cual fué el provocar una extensísima propaganda religiosa, por todos los pueblos católicos del mundo, y proveerse de grandes é innumera- bles recursos, con la habilitación de muy numerosos ejér- citos, procedentes de todo el orbe así creyente, con el magnánimo fin de ir á Oriente y rescatar del poder Mu- sulmán á Jerusalen, ó sea la Ciudad Santa del cristianis- mo: propósito inconmensurable que, después de gloriosas expontaneidades de innumerables pueblos creyentes de esta idea, y á través de infinitos azares, contrariedades y peripecias de tan memorable conquista, lograron aquellos extensísimos ejércitos y muy distinguidos guerreros; dan- do la mejor cima á su ímprovo intento; posesionándose des- de entonces de la tan memorable Ciudad Santa, para los hijos del gran Mártir del Gólgota. Tan heroica memorable é importantísima adquisición in- fluyera luego, á general sentir y ver, en un bien indecible á favor de la cultura y relaciones mercantiles con muchos pueblos de Europa. Más no obstante ello, es una verdad histórica, aparte de los sucesos y accidentes benéficos, de preciso y mutuo socorro de caridad personal y particular 463 que allí habría, tan urgentes y graves en campaña; que poco ó nada en resumen se ve, en tan valiente expedición y triunfo, que pruebe algo notable en pro de la huma- nidad y de la ciencia, que al cuidado de su salud y de su vida se consagra. Irían en tan universal confluencia de gentes de tantos pueblos, seguramente, pues así es de su- ponerlo Nen lo natural y racional, varios Médicos, espe- cialmente con los Castellanos, Aragoneses y Navarros; que lo mismo, por entonces, y en los siglos XII y XIII, hi- cieron varias caminatas de guerra y conquistas al Egipto y la Palestina: pero, y así es la acepción general; la gran conquista de Jerusalen produjo poco evidente, en verdad é importante, para el progreso y bien de las ciencias mé- dicas, y de su principal fin, la salud y vida del hombre y de la humanidad. En esta guerra de conquista, por rivalidad en la pose- sión del suelo santo y del rico tesoro sacro del Santo Se- pulcro; por indignación religiosa en fin, que tan satis- fecha quedara, con el predominio en aquel lugar, con- tra los Orientales, debió verse bien competir, con el atra- so y barbarie entonces de estos, lo floreciente que á la sazón se encontraban ya, en Europa y en nuestro país, las ciencias, las artes y la industria; á efecto de la anterior dominación é ilustración Árabe, entre nuestros antepa- sados; y esto pudo hacerse muy patente, si no desde lue- go en lo ulterior, con alguna satisfacción. Así fué efectiva- mente. Y á seguida de ser rescatada la gran Jerusalen, de manos y poder de los Musulmanes, continuáronse ya por los católicos el sistema y disposiciones de la abstrac- ción y del aislamiento de los enfermos, dichos pestilentes; destinándosele fuera de la ciudad y en un lugar aislado; pero no ya al terrible abandono, rabia y desesperación en el desierto; sino en sitios apartados, de buena ventila- ción y con las más regulares proporciones higiénicas, en unas llamadas enfermerías ó roñerías; así dichas estas, por la roña ó Uña que algunos padecían; continuando instalándose en ellas todos los que padecían ó parecían padecer males contagiosos; por tales acaso tomados, según sus aparentes síntomas. Constituyéranse así estas enfer- merías , roñerías ó leproserías, por observación antigua 464 y el recuerdo de una de las primeras víctimas de la lepra, el segundo inolvidable Lázaro, abandonado y muerte horri- blemente en el desierto de su nombre, bajo su advocación; después de santificado y dicho San Lázaro; primero aque- llos bajo tal nombre común, y luego el general de Lazare- tos; asilos estos en que se instalaron los pestilentes enfer- mos citados: y entre otros varios recursos de higiene y de curación benéfica y caritativa, establecióse allí un cuerpo de asistentes ó sirvientes asalariados y religiosos, llamados por ello Lazaristas; dándose á estos hospitales, ya tales Lazaretos, la advocación religiosa dicha de su patrono adoptivo San Lázaro. Bstos Lazaretos fueron luego, á efecto de la preponde- rancia é ilustración católica, extendiéndose por Europa; y así lo fueron lo mismo en España más tarde; pasando á ellos y sometiéndose á la debida observación y curación, principalmente, los enfermos de aquellos males mas cono- cidos como pestilentes, propios y procedentes del Oriente. Así, á extramuros de las más importantes ciudades de Eu- ropa se construyeron é instalaron estos hospitales llama- dos Leprerías, Mor bertas, Leproserías ó Lazaretos; pero así ya mas generalmente llamados. Hacia la mitad del siglo XI de la era vulgar, sobre los años de 1060 de ella, regia con el cetro de Castilla D. Sancho II, vigésimo tercio Rey de León, hijo de Don Fernando y de Doña Sancha; que luego, en 1072, mu- rió á manos de Bellido Adolfo, en el sitio de Zamora. En los primeros años del reinado de este D. Sancho, es histó- rico que, á principios del siglo, en el año 1067, el renom- brado Cid Campeador, Rui Díaz de Vibar , General de las tropas de dicho Rey, fundó un Hospital en Patencia, para socorro, reclusión y curación de los leprosos y ro- ñosos; por cundir ya mucho la lepra, según sedeciaallí. Tan bravo adalid, como digno caballero, acometió benéfi- camente esta humanitaria empresa, con satisfacción cum- plida del Rey y sinceras muestras de gratitud pública. Coincidieron después, de un modo notable; con esta filantrópica y enérgica determinación, otras iguales, tan- to en España como en Europa; de las que nos iremos ocu- pando paulanina y respectivamente. 465 Consta de igual modo por la historia que, después, Don Alfonso X, llamado el Sabio en su tiempo; Rey de Cas- tilla y de León; sucesor de su padre D. Fernando IV; des- pués de hacer la paz de su reino y, á través de grandes con- quistas que hizo á los árabes, como San Fernando la de Sevilla, ordenó que se estableciera en esta ciudad una ca- sa-hospital, para los pestilentes, que hizo poner bajo la advocación de San Lázaro, en la cual recogían y curaban á los llamados gafos, leprosos, plagados y malatos; á cu- yo hospital se le concedieron muchos y muy grandes pri- vilegios. Recomienda entonces aquel Rey al Príncipe, su hijo, Don Pedro, que luego fué llamado el Cruel y el Jus- ticiero, «que no permita que á ningún tocado de esta en- fermedad se le recoja , ampare ni cure en otra casa al- guna; so graves penas y perdimiento de bienes; que luego asi se ejecutara, la una y otra parte; sin licencia para estar, los mentados enfermos, en otra que esta casa; ati- nando en todo á que de su comunicación y trato no se pega- se á otros el mal y gafedad: y que fueran en todo guarda- das estas libertades,» Entre las demás de estas, se daba al Mayoral «la de poder ejecutar todo esto y poner en la ca- sa á los malatos dichos; sin que en lo tocante á este parti- cular, se pueda ir ala mano ninguna justicia eclesiástica ni secular; excepto solamente su Consejo Real», etc. De estas, con otras leyes y determinaciones vemos que, en varias partes y por naciones diversas, se ha tratado de impedir el progreso y contagio, tanto de la lepra como de otras enfermedades análogas, comprendidas bajo el nom- bre común de peste; cualquiera fuese su intensidad ó le- vedad ; como otras algunas de sus múltiples manifesta- ciones y modificaciones morbosas. Enfermedades que por desgracia, á pesar del trascurso del tiempo, del progreso de la civilización, y lo que es más, del bonancible estado de la higiene, aún no han desaparecido del todo en la ac- tualidad; hallándose con sus caracteres espantosos, repug- nantes y horribles algunas veces. Este padecimiento es visible por el manifiesto abotagamiento de la cara y aún hasta del cuerpo, en ocasiones, con su cúmulo de tubércu- los morbosos en aquella y en el mismo; á que le sigue la ulceración corrosiva de las carnes y la fetidez consiguiente 59 466 y característica, como en la práctica vemos, aun en el dia, en algunos infelices víctimas tristes de ella; haciéndose por desgracia y casi siempre rebelde á los tratamientos más enérgicos; á no sobrevenir ciertas condiciones y cir- cunstancias sumamente favorables para su buen curso y regular terminación. Obsérvase así en evidencia aún en varios pueblos de nuestra península, ejemplares de estos casos; así como agravarse considerablemente dichos en- fermos con los fríos y humedades estacionales; mas aún no- table esto en los climas del norte. Hay más; se conocen hasta familias tan sumamente desgraciadas con el padeci- miento de este mal, que se les ha hecho hereditario; vién- dose en ellas por generaciones sucesivas, de uno, dos y tres siglos. Y hay también pueblos, en España, en que es más notable y frecuente esternal que en otros; aunque en verdad tan lastimoso padecer no llega, ni con mucho, en Europa ni en España, á lo repugnante de estas y otras varias enfermedades de igual índole, que se observan, aún en el dia, en los pueblos de Oriente; como son, entre otras, la oftalmía purulenta y pestilente, tan desastrosa é inmunda, como general por allí y abandonada atrozmen- te, en la incuria más salvage y monstruosa. Recorriendo, aunque á trazos regulares la historia, ve- mos también, que en 1212 D. Alfonso VII de León y 2.° de Castilla, funda, en concurrencia grata y amistosa con el rey San Fernando, varios hospitales déla clase dicha, que nombrara del Cister; ó sea de la congregación reformada de San Bernardo; entre los que estableció con grandes construcciones y en magníficos edificios, en Burgos, el que existe bajo el nombre de monasterio de Las Huelgas; con objeto de amparar, recoger y curar en grande allí, á todos los enfermos pestilentes, que hubiera ó aparecieran por Castilla. Al intento concedió innumerables privilegios á esta ostentosa institución, ordenando, como así se eje- cutó , que se pusieran allí primero doce legos de dicha congregación, como hospitalarios y encargados de la asis- tencia de los referidos enfermos. Estos monges, que luego fueron aumentando por su disposición /vistieron al princi- pio y luego por algún tiempo, el hábito del Cister. Mas des- pués, por el año 1474, dejaron estos regulares su antiguo 467 hábito, y más ó menos autorizados, vistieron el de Ca- balleros de Calatrava. Pero á la oposición a ello por las Abadesas de esta Orden religiosa, cesaron dichos frailes de vestir traje tal; y por disposición superior, fueron distribui- dos con su mismo hábito primero, de legos del Cister, en diferentes monasterios del reino, dichos Cisterienses. Sin. embargo; después, en el año 1600 volvieron á tomar, como una honrosa golosina y con su anterior destino, en las Huelgas, el tan conocido hábito y su muy codiciada cruz de Calatrava;-en cuyo uso continuaron y en su especial ejercicio, por largo tiempo. Dice también la tradición y la historia que, en los magnos edificios de Las Huelgas, co- mo hospital general de pestilencias, llegaron á instalarse igualmente, para la asistencia de las mujeres, cierta clase y número de otras llamadas Comendadoras, que, con há- bito de tales, ejercieron su precisa é importante misión de asistir, humanitariamente, en sus dolencias, á las referidos pacientes. A vista de lo consignado en estos dates históricos, sábe- se y se afirma porSprengel, Chinchilla, Morejon, Sáma- no y otros, la comprobación del poco ó nada que obtuvie- ron de favorable las ciencias médicas, como dijimos, con la expedición general religioso-cristiana de las Cruzadas á la Palestina; evidenciándose en esto, efectivamente, que no pudieron trasmitir los Cruzados ningún progreso médico- oriental, durante su conquista y aún después de ella.á las naciones de Occidente; cuando este cierto que Europa esta- ba por entonces más adelantada en Medicina que el Orien- te; y que en España florecía ya mucho esta ciencia, de an- tes aún, bajo el dominio de los árabes; de cuyo próspero estado se utilizaron mucho los Médicos de Salermo, que vi- nieron á España á estudiarla, por orden de su Gobierno. Con mucha anterioridad pues', á la época de las Cruzadas, vemos en España, en la esfera de esta ciencia, grandes hechos de benéfica acción y muchas notabilidades persona- les ; cuyos tiempos históricos recomendamos al lector. Lo que hicieron, sí, los conquistadores de la dicha Tierra San- ta, ó los Caballeros Cruzados en la Palestina, á merced de las infinitas indulgencias que del Papa obtuvieron, por ende de tan sangrienta conquista contra los infieles, fué 468 iniciar allí las ideas científico-médicas y caritativas, que ya conocían de Occidente, y á plena saciedad de España. Así los hechos; justifícase lo expresado en que, luego de poseer á Jerusalen, ni los Cruzados, como los Monarcas de Europa, ni los Pontífices, pidieron ni buscaron Médi- cos entre aquellos pueblos de Oriente, para cuidar de su salud, de su vida y las de los suyos; sino que pidieron y se mandaron ir á estos de nuestra España; eligiendo entre ellos álos Judíos, por más sabios y á propósito; pres- cindiéndose al intento de sus creencias religiosas; los que cumplieron allí su cometido, á íntimo beneplácito de tan memorables conquistadores, losmasdeEuropaydeEspaña. Lo que más bien, en verdad, produjeron con lo dicho las Cruzadas, por necesidades relativas y la sacerdotal ca- ridad profesional médica, fué excitar más en Europa el estudio de la lepra y de las citadas pestilencias; bastante conocidas ya, desde el tiempo del Cid y D. Alfonso, cuando menos, en el siglo XI. Pero lo que más bien ob- tuvieron de lo expresado y en mucho, estas naciones de Oc- cidente, después de tan brava conquista, fué la propaga- ción estupenda y prodigiosa, que se observó en toda Euro- pa, de la lepra y demás pestilencias indicadas, de origen oriental. Iniciárase así entonces por dichos caballeros Cruzados en la Palestina, con los recursos médicos y otros de pre- ■ cisión y circunstancias de allí, la funclacion de hospi- tales en el Oriente, para la asistencia y curación de los innumerables enfermos leprosos y de este género, que por allí pulularan; imitándose en esto á varios pueblos de Europa y particularmente, como decimos, á España. Para ello establecieron allí también las susodichas Ordenes reli- giosas y de caballería, así llamadas, con tan digno y bené- fico propósito. Bajo este concepto pues, se sabe que varios personajes de tan numerosos y aguerridos espedicionarios; triunfantes ya en la Palestina, ó sean los dichos Cruzados, constituyeron allí, á principios del siglo XII, una Orden religioso-militar, denominada como las de España, de San Lázaro; encargada de asistir á los leprosos, en las terri- bles pestes de aquel país, y que de Oriente á Occidente nos sobrevinieron, durante aquella gran conquista y después 469 de ella por mucho tiempo. A los individuos de esta Orden se les llamó, según dijimos, Lazaristas; ó sea lo que eran ya los muy conocidos en España, hospitalarios de San Lá- zaro; asistentes inmediatos de tales enfermos, en los mu- chos hospitales de Europa, que con el tiempo, han venido a ser los llamados Lazaretos, de todas y cada una de estas naciones. Esta orden, dicha de San Lázaro, parece también que fue iniciada por el Obispo de Cesárea, natural de esta ciudad, en Capadocia, señor San Basilio, denominado por los su- yos el Grande; padre que se llamó de la iglesia griega, y autor de la orden religiosa de su nombre, que dicen es la más antigua de las de su clase. La adopción, pues, de estos conocidos Institutos, tan be- néficos y caritativos, partió de la observación y práctica de su buen resultado; pues según lo consignado por la histo- ria , parece constar, desde el siglo XII, que unos Venecia- nos y Genoveses, fueron de los primeros en poner en ejecu- ción, en el Cairo y Alejandría, el aislamiento, tan preconi- zado después, como medio de contener las epidemias. Sobrevino luego de esto, devota y religiosamente, la crea- ción de los Lazaretos, en este siglo como en el XI, con este y otros fines sanitarios muy sabidos; á efecto del terror que produjeran las repetidas y desastrosas pestilencias de entonces, en Europa. La institución, pues, y referencias de estas casas-hospi- tales, antes enfermerías y roñerías, es por cierto también curiosa é instructiva, por relacionarse al mimo tiempo, en épocas precedentes, con la historia de los Templarios, de notable recuerdo; orden religioso-militar esta que, crea- •da como de caballería, en 1118, para guardar y defender los caminos de los viajeros á Jerusalen, figurara y tanto ruido hizo en el mundo, como fracmasona, por sus muy graves y misteriosos hecho»; hasta ocurrir su destrucción por el Papa y Felipe el Hermoso, en 1313. Avancemos ya así, en una mas extensa escursion his- tórica, sobre este tan importante y trascendental extremo; á fin de examinar imparcialmente cuanto haya de verdad, de razonable, justo y regular en él; por lo mismo de ser tan susceptible de controversias infinitas, como á las que de 470 continuo da el siempre lugar y en todas partes, á impulsos de varios y múltiples objetos de intereses de todos géneros, en la amplia esfera de la vida y de la sociedad humanas. La historia de la Provenza y de Marsella, también en esto nos dice, mas que próxima y muy detalladamente, cuanto pudiéramos desear, para su buen esclarecimiento. Por aquella consta que, á esta última ciudad le han aco- metido, en el trascurso de muchos años y por multitud de ocasiones, hasta veinte ó mas epidemias asoladoras; ya discorde, sucesiva ó periódicamente; desde el año 49, antes de la era Vulgar, hasta el de 1720 de esta; época de la últi- ma y mas desastrosa epidemia ó peste, en que han padecido estos pueblos tan dolorosa y deplorablemente. La primera invasión la describe Julio César, en su obra De bello civi- li. La segunda se dice que ocurrió en el año 503, después de J. C. La tercera en 588, de la misma era. La cuarta en 591. La quinta en 1343; y así sucesivamente, hasta la de 1720, más conocida de todos. Así es también sabido el que, á impulsos de dicho fanatismo religioso, solo se hacían ro- gativas públicas, para tratar de aplacar tan furioso y repe- tido, sino constante y mortífero mal. Se imponían y verifi- caban también ayunos, penitencias y procesiones públi- cas; en lugar de buscarse las causas fundamentales anti- higiénicas y los focos constantes del mal. Sobre todo,—y esto es curioso;—de entonces y de aquí tuvo quizá origen aquello, comentado por nuestro doctor compatriota, de ser el mejor remedio contra estos males «huirpronto, irse lejos y volver tarde»; Pero-grullada sublime, por lo sandia y de fe necia, que á su vez calificamos. «Huir del mal á todo trance,» se decía entonces; sin tomarse ninguna clase de precauciones, entre tantas y tan horribles calamidades. La peste, pues, de Marsella en 1589, produjo treinta mil víctimas; que es por cierto un desastre sumamente deplo- rable. Sin embargo, sostiénese por los muy versados en tan funestos hechos, que tan repetida y rebelde plaga se ahogó, otras muchas veces, en un punto dado y sin saber- lo nadie; que acaso esto solo fué sabido portan suspicaz ob- servador. Por entonces, aún á principio del siglo XII, fué cuando aquí se empezó á ver algo que se pareciera ó fue- ra, por fin, objeto y medio de socorro á tan desgraciados 471 pacientes. Y aún sin salirse del error que en diferentes formas de superstición preponderaba en dicha ciudad, se ve ya amparar á algunos de tantísimos enfermos como existían allí, á los que se pudo al fin ir recogiendo en una casa ó enfermería particular, y auxiliándoles con los po- sibles y más conocidos medios de consuelo y tratamiento medicinal en aquella época. Ya, pues, se empieza á oír en- tonces y á poder leerse en alguna parte, en varias ciuda- des de Europa, como en esta de Francia, la palabra en- fermería; que consistía en un hospital de apestados, que se constituyó, primero fuera de la ciudad, cerca del Faro, ■ en el sitio y localidad en que, después de mucho tiempo vinieron á establecerse las carnecerías; sitio que luego ha sido, y es en la actualidad, de recreo y de diversiones públicas. En dicho Hospital se atendía y curaba, en cuan- to podia alcanzarse, á los citados enfermos; por caridad á los pobres, y á todos, según los escasos recursos científicos y materiales que el estado del país, en aquel tiempo, pro- porcionara. Hospitales estos, como otros de su clase, que vinieron luego á denominarse de San Lázaro, ó á consti- tuirse en Lazaretos, como venimos diciendo. Adelantando después en lo histórico, vemos como an- tes que, en las repetidísimas irupciones pestilenciales, de que fué tan triste blanco esta ciudad, desde el siglo XII al XV, XVI y XVII, se nota que la mayor parle, sino to- dos estos horrores, se debieron al abandono, errores é igno- rancia, de no gestionarse en buscar los elementos ó prin- cipios generales de tan repetidas, por no decir continuas pestilencias. Sí; porque las ningunas precauciones contra mal tan funesto, en abandono de la salud y vida humanas, eran las que acaso lo producían visiblemente; haciéndo- le'tan mortífero como después, á toda prueba, fué para todos confirmado, hasta la evidencia. Efectivamente; por el gran negocio mercantil que con Levante, como en lo vul- gar se llama al Oriente, se estableció en Marsella; hasta venir á ser esta ciudad el emporio de un gran comercio, se establecieron allí multitud de negociantes de mercancías de todos géneros, de las que se recibían en las épocas ci- tadas, grandes remesas de todas clases,que llegaban de continuo á aquel puerto ; descargaban en los muelles, y 472 sin precauciones algunas, ó circulaban inmediatamente, en expendicion pública, ó se depositaban en grandes can- tidades, en los muchos establecimientos ó almacenes que los franceses y comerciantes, también de otras partes, te- nían en esta ciudad, como en otras de las llamadas esca- las, en las costas del Mediterráneo; á efecto de las cuali- dades y forma particular del comercio en aquel tiempo y de las disposiciones gubernativas vigentes sobre ello; que en verdad, corrían todas pareja, en el atraso é incuria higié- nica, de acción tan nociva como lamentable. Asi que, visto por el mismo comercio que el personal de este era, en lo exclusivo, el que más pagaba lapatenie de tal crueldad— y valga lo gráfico de la frase; —el que pagabaprimero elpa- to, fué el mismo el primero en aceptar y ensayar los me- dios de procurarse la preservación posible de tan voraz ca- lamidad. Estos comerciantes, más avaros del gran lucro que su codicia y trabaj o les daba, que del bien, salud y vida del pueblo, no llegaron sino muy tarde á caer en la triste cuenta de la causa de su mal y posible remedio. Y sa- biendo á la vez, por sus corresponsales y viajeros de Orien- te, que en Alejandría y en el Cairo, como dijimos, donde era endémica la peste; á imitación de lo que los monges Coftos hicieron para evadirse de ella, como lo conseguían, encerrándose en sus conventos, á toda eliminación social; lo que aquellos habían copiado así, en tiempo de epidemia, aislándose en sus casas y sin comunicar con los demás, si- no por las ventanas y tejados de las mismas; reportando, decíase, de este sistema el mayor beneficio; tomaron así de esta noticia, los susodichos comerciantes, su más propia uti- lidad ; aplicándola seguidamente y consiguiendo de su ejecución, dicen, los mayores beneficios. Entre las dispo- siciones de este orden figuraron, en primer lugar, la salu- tífera aireación de las mercancías; medida esta higiénica que allí, por la vez primera se llevó á cabo; exponiéndose aquellas de continuo al aire libre, al llegar á la plaza; y con mucha especialidad se practicó ya esto con las mer- cancías de Oriente, antes de que estas se dieran, de cual- quier'manera, á la circulación pública. Del mismo modo, y por iguales razones, fueron ya esta- blecidas las enfermerías en Marsella, poco antes y á prin- 473 cipio del siglo XV, como venimos diciendo; orden que si- guió, en lo ulterior, adoptándose con los enfermos de peste, en general, así dichos, aunque de varias enfermedades pútridas, sifilíticas y erucptivas, con la acepción pestífera, y curación posible de sus males con el aislamiento y dis- posiciones citadas. Mas aún; como se hacia en otras partes, se dispuso aquí el someter á toda esta clase de enfermos, y también á los que, sin estarlo, presentaran síntomas sos- pechosos de la verdadera peste, á una incomunicación y observación prudencial, por algún tiempo; prescindiéndose ya algo, en esto, de las contrariedades y reconvenciones del furor fanático -religioso, devoto y milagrero; ya que no pre- dominante el supersticioso primitivo, falso y aun quizá criminal; propalándose, en el sentido imponente de un mal llamado sacerdocio, como se hacia, el «deberse abandonar en su desgracia, á estos enfermos; por ser ellos, en tal si- tuación , señaladospor el dedo de Dios, como el blanco de su furia y de dicha justicia divina; porque en ello sedecia penaban sus culpas, sino públicas y probadas, reservadas acaso, ó misteriosas; en el desgraciado valle de lágrimas de esta vida»... No así, empero, pudieron evadirse los Marselleses, por entonces, de la idea y científica creencia de que, el.orí- gen ó fuente de su constante pestilencia, era «una corrup- ción natural y continua del aire atmosférico de la ciu- dad; contra cuya causa ingénita y endémica en el país, parecía absurdo é imposible el tratar de oponerse. Y en verdad que no iban descaminados, en tal apreciación at- mosférica; aunque sí y mucho, en lo de natural de la cor- rupción de su ambiente respirable, y en la negativa de los medios precisos para combatirle y desterrarle, ó acabar con aquella. Esto vemos que luego lo intentará y ejecutó el mismo comercio y el Gobierno, haciendo airear bien, siem- pre todas las mercancías de Oriente, antes de proceder á su circulación; lo que se efectuó con mucha repetición ya en Marsella, en 1519 y después, para extinguir la peste de allí en estas épocas. . A más de lo expresado, cumple en bien decir que las precauciones sanitarias dichas contra las pestes, se habían extendido entonces paulatinamente; y cuando en 1454 60 474 apareciera en Europa la sífilis, que se extendió rápida- mente, se tomaron en lo gubernativo las mismas precau- ciones contra aquella, que contra la lepra. Así lo prescri- bieran los acuerdos del Parlamento de París, en 1496; cas- tigando hasta con pena de muerte al que, así enfermo, no se aislase en veinticuatro horas; obligándose á los extranje- ros sin casa, á hacerlo, bajo igual pena, en Saint Germain des Prés, donde se les asistía hasta curarles, siendo posible. En Tolosa, en 1518, se consignara lo mismo, designán- dose el hospital des rougnolis ó de la rougna, de Ñapóles, para lo mismo: nuevos Lazaretos estos hospitales, ó agre- gados á los destinados entonces para la lepra. Mas la creencia, en Marsella, de la evidente corrupción atmosférica, siguió predominando con sus causas, hastala peste última de esta clase, en 1720, en que fueron á estu- diarla varios Médicos delegados del Gobierno; que por cierto rechazaron y negaron la trasmisión de la enfer- medad por infección ó contagio. Pero, cuando las pestes anteriores de 1587 y 1588 ocasionaron, allí tan grantes es- tragos, se habia empezado ya á sospechar, y fué confir- mándose luego, la idea del contagio de este mal: de aquí fué el establecerse, como hemos dicho, las enfermerías pri- meras; lo que tuvo lugar á principios de dicho siglo XVI, aunque ya habia quedado resuelta su instalación, desde fin del XV, sin llevarse entonces á efecto. Estos iustitutos tan caritativo-sanitarios en su origen, fueron severamente reglamentados, y, de varios modos di- rigidos luego, creemos que sus reglamentos sirvieron de bases para establecer después los Lazaretos de Tolón, de Liorna y otras varías ciudades de las costas del Mediter- ráneo; más expuestas á la infección ó contagios de esta especie de males entonces, y después de los tan conocidos, general ó particularmente lo mismo, á su presentación ó existencia en Europa y en el mundo. El hospital primero dicho de Marsella, fundado con tal propósito, y que luego se le llamó de San Lázaro, como á todos los de su clase, ó Lazaretos, como fué este en lo antiguo, dejó ya hace tiempo de serlo, por construcción de otro mejor cerca de él; pasando después el mismo á ser, como en el dia, Hospital de dementes. 475 Aparte de esta historia, sábese de las fechas mismas, ó sea del siglo XV y XVI, que también hacia tiempo que en Italia, los Venecianos, Genoveses y Pizanos, venían, de antiguo, sosteniendo un comercio muy lucrativo con la Grecia, la, Siria y la Morería; sin ninguna clase de cui- dados higiénicos, más que los precisos para sostener la vi- da; ya estuvieran, á guisa de negreros, á bordo de sus malos y desaseados buques, ó ya en tierra, y con ellos su más desperjeñada tripulación. Así venían aportando á es- tos otros, á varios y muchos puertos de Occidente, multi- tud de mercancías de todos géneros, procedentes de dichos puntos; sin precauciones salutíferas de ninguna clase, y menos contra el contagio, que, ó lo ignoraban, ó si lo sos- pechaban siquiera, con la idea de no perder las pingües utilidades de su comercio, lo reservaban peligrosamente, sin la necesaria y debida higiene; viniendo de continuo di- seminando por el O. E. todos los múltiples elementos mór- vidos, que sin duda aportaban en sus grandes fletesí cua- lesquiera que fuesen las estaciones de arribada, en vuelta de sus tan golosas escursiones; cuya aportación de elemen- tos mefíticos y morbíficos consiguientes, es de suponer en multiplicación y reproducción por Europa; especialmente en las estaciones cálidas y circunstancias propias para ello. En Francia, antes, en tiempo de Luis VIII, por el año 1225, llegaron á multiplicarse de un modo extraordi- nario los hospitales de enfermos pestilentes, ó sean los Lazaretos; llegando á existir hasta el número de veinte mil; si bien es verdad que en ellos tenían entrada ya, no solo los leprosos, y aún de sospechas de este y otros males parecidos, sino hasta aquellas personas que, por padecer otras diferentes enfermedades, se les quería aislar de la sociedad ó de sus familias; como ocurría con los pacientes de enfermedades mentales. Viniendo así estos asilos de enfermos á convertirse, á la vez, en manicomios ó casas de dementes y de beneficencia, de este orden ú otros pa- recidos. Y aún hay quien sostiene que, á más de estos en- fermos, venían también á estas humanitarias casas, algu- nas otras personas á quienes, por varias causas morales de diverso carácter, se les quería aislar de la sociedad, y tenerles en abstracción de esta y reclusión física; bajo una 476 influencia moral, correspondiente á ciertas y especiales prescripciones; pareciendo, por lo tanto, ya estos estable- cimientos públicos, bajo tal acción y dirección guberna- tiva, más que casas-hospitales, centros autorizados de uu sistema correccional, ya que no penitenciario; pues esto no lo ha determinado bien la historia. Viniendo de estas referencias con lo que también deci- mos en lo histórico Europeo, por lo presente, vemos que en la actualidad hay en Francia diez Lazaretos; cuatro en las costas del Mediterráneo, que son los de Ayaccio, Tolón, Marsella y Cette, y seis en las del Océano; siendo estos en Bayona, Burdeos, Lorient, Prest, Tetilun, en la rada de Hougne, y Hoc, cerca del Havre. Digamos ahora algo del sistema sanitario de otras na- ciones de Europa. Inglaterra á la vez, rival, como casi siempre de Francia, y aquí en la legalidad y dicha moralidad de las leyes sa- nitarias , lo mismo; vituperando las antiguas bases de le- yes penales y corporales de aquella nación, entre las que estaban las dichas de muerte y trabajos forzados, de antes, en el año de 1822, aunque ya diferentes en la actualidad; al propio tiempo que Francia reformaba sus referidas leyes sanitarias, aquella nación, aceptando pru- dencialmente, dice, la facilidad y humanidad en la apli- cación de estas leyes, reformó la suya de cuarentenas, en 27 de Junio de 1825 ; y según el dictamen de los miem- bros congregados en sus conferencias oficiales sanitarias, abolió las penas y rigores de este orden ; cambiándole por uno que llama dulce penalidad; prudente y verda- dera severidad sanitaria. Así, por acta del Parlamento apropiada, se abrogan las antiguas leyes de cuarentenas y se establecen otras en que se ordenan, para prevenir los contagios por las personas y objetos, varios medios de sa- neamiento, como en Francia; y aún las cuarentenas, á ciertas procedencias de puntos infestados, especialmente las venidas por mar; fueran ó no sospechosos los buques, y en tierra los trasportes: todo ello según previas delibe- raciones del Consejo Real; en vista de los inmediatos par- tes oficiales, que se mandan pasar, de las localidades res- pectivas. Destíñanse así, á saneamientos ó á cuarentenas 477 en los puertos, á dichas procedencias; según los decretos correspondientes del Real Consejo, para cada caso en par- ticular y previos los informes especiales referidos; lo que se publica oportunamente en la Gaceta oficial. Sujétan- se no obstante, las procedencias más conocidas como con- tagiosas, á restricciones reglamentarias especiales; obrán- dose en casos ó circunstancias imprevistas, según proceda y el criterio oficial ordene. Oblígase, á este propósito, á los Capitanes de los buques infectos de males contagiosos epidémicos y á los Jefes de las localidades infestadas, á dar parte inmediato de ello al Gobierno, para adoptarse, en seguida, las disposiciones preventivas necesarias contra dichos contagios. Y á los contraventores de estas órdenes se les multa, por ello, en cien libras esterlinas. Al mismo tiempo se dispone que los Capitanes de los buques que en la mar notasen algún mal contagioso epi- démico , al encontrar otro buque de su nación, le den parte de su estado insano, para que, por cualquier medio, pueda llegar esto á conocimiento de su Gobierno ; seña- lándolo así, de dia, conuna bandera acuartelada de ama- rilla y negro; y siendo de noche, con dos luces iguales á las de los buques de guerra, puestas una debajo de otra, sobre el mastelero de gábia. Las faltas á esta orden se multan lo mismo, con cien libras esterlinas. Y si lle- gara á puerto cualquier buque contagiado ó infecto epi- démicamente, sin cumplir estas prescripciones, debe ser multado en cincuenta libras más, de las ciento indi- cadas. En Inglaterra, además, éntrelas obligaciones generales de administración abordo de sus buques, se reitera por la ley de sanidad, la severidad en llevar en el registro del par- te diario, una nota, fiel y exacta de los nombres de los puertos y países de carga, paso y arribada, durante el viaje: multándose á los contraventores á ello en cien li- bras esterlinas. A los buques y procedencias de Oriente, de Asia, Áfri- ca y América, con particularidad, y en general á todos los que carezcan de dichas condiciones, se les prescribe la cuarentena correspondiente y que sea proporcionada á las circunstancias. Y los Capitanes 6 comisionados que falten 478 en dar parte de venir algún buque en tal situación, pagan también por la expresada ley, igual multa. Los que carezcan de la nota de su carga; se nieguen á darla ó esta sea falsa, pagarán cincuenta libras esterli- nas , pasando también cuarentena; cuya imposición será igual para los buques ó trasportes ingleses, que reusen ó desobedezcan estas prescripciones. A las procedencias de puntos declarados infestos, se les destina desde luego á cuarentena, y á los Capitanes ó en- cargados de buques ó mercancías que sean infractores, ó se le pruebe fraude en esto, se les multa en doscientas libras. Los Capitanes de naves que, teniendo peste ó mal con- tagioso epidémico á bordo, lo oculten, lo nieguen, ó no pongan la señal de estar en cuarentena, son multados en trescientas libras. El llegar fraudulentamente á tierra y desembarcar pa- sajeros ó mercancías; ó aún esto último, estando de cua- rentena, tiene también la imposición de cuatrocientas li- bras esterlinas; siendo extensiva esta pena á los pasaje- ros y cómplices en dicha falta. Los que extraigan objetos de tales buques ó residencias, aportándolas á tierra, ó á punto de incomunicación, pagan quinientas libras. Y los fujitivos de tales puntos, en cuarentena, han de abonar trescientas libras. Igualmente, se prohibe separarse de los puntos desig- nados para cuarentena, bajo la multa de doscientas li- bras, cada vez que se cometa la falta. Todo el que altere, raspe, corte ó contrahaga cualquier certificado de salud o* de enfermedad, ó declare en falso, será juzgado por un tribunal de tres jueces de la locali- dad; y el convicto y confeso de ello paga quinientas li- bras esterlinas, Y aún para toda reclamación que se in- tente á la superioridad del Consejo, contra el fallo consi- guiente á esto, han de haber trascurrido seis meses, lo menos, después de haberse cumplido aquel. De igual manera, todo empleado en sanidad, en Ingla- terra, que falta á su deber, pierde su empleo y se le inha- bilita para todo otro del Estado; pagando á más, por su falta, doscientas libras esterlinas. 479 La autoridad gubernativa y judicial está facultada, en forma bastante y amplia para ejecutar estas disposicio- nes de cuarentenas y otras de Lazaretos, que se suponen establecidos, pero que no se determinan en esta ley; que- dando al criterio oficial de los jefes de las localides y di- rectores de tales establecimientos, las determinaciones le- gales en todo; facultándoseles para emplear, en los casos negativos y extremos, de toda discrecional y arbitraria acción; pudiendo usar hasta de la fuerza: y los que falten al cumplimiento de sus órdenes, pagarán trescientas li- bras esterlinas: facultándose á dichas autoridades, bajo fórmulas j udiciales dadas, para los casos y circunstancias generales y aún contrarias; pudiendo en todo consultar breve y oportunamente, al Supremo Consejo, para cual- quiera definitiva resolución. En Inglaterra; pues, estimándose la índole de las cau- sas dichas contagiosas, más como de localidad, favorables para el desarrollo del mal, que por causas generales, como las que tanto abrumaron á España, en los años de 1800 á 1808, y aún 1820; cuídanse, con preferencia á todo, lo que como oficial decimos y de la existencia de dichos Lazaretos, que aún no pueden rehusar; y muy especial- mente del saneamiento y buena higiene popular, general y particular; como medida preventiva de los contagios: y para socorrerá los enfermos, en estos establecimientos, hay, humanitaria y determinadamente, varios y múlti- ples hospitales, á discreción y necesidades perentorias; á espensas y voluntad discrecional oficial, y aún singular, de las personas acomodadas del país. Esta otra especie de Lazaretos voluntarios, según las circunstancias, tienen por fin principal, naturalmente, la curación de los enfermos y evitar la propagación del contagio; iguales ellos, al^pare- cer, á los que en España digimos haberse establecido en San Fernando de Cádiz, en 1800 y en adelante, para pro- curar el aislamiento y limitación del mal. De Italia se sabe que. azotada la República de Venecia de varias pestes en los siglos XII, XV y XVI, al decirse generalmente, por sus directas comunicaciones con Le- vante, fué también la iniciadora del régimen sanitario en Europa, llegando á establecer en 1348 sus Provedito- 480 ri alia Sanitá; de cuando parece que parten sus regla- mentos sanitario-marítimos, y como de policía de los bu- ques procedentes de puntos frecuentemente infectados de enfermedades epidémicas; fundárase en 1403 un hos- pital de apestados que vino también luego á tomar el nombre de Lazareto. Establecióse igualmente otro asilo de esta clase en Genova en 1467, como en 1518 el de Tolón, y en Ñapóles el referido de la rougna. Esto, uni- do á lo que ya dijimos de haber sido unos venecianos los que, en el Cairo y Alejandría establecieron en el siglo XII la incomunicación como medio preventivo epidémico, comprueba nuestro aserto de ser este país uno de los pri- meros en establecer tales disposiciones sanitarias. Después, con el trascurso del tiempo, regido allí este particular por leyes especiales como sucediera en casi to- das las demás partes de Europa, llegaron á ser en Italia de buena fama los Lazaretos, muy frecuentados de pasa- jeros de arribada en Speccia, en la Cerdeña y el de Malta. En Portugal son tradicionales también las prevencio- nes sanitarias de esta clase é imposición de cuarentenas á los buques, personas y efectos tenidos por contagiosos, procedentes de pueblos ó lugares infectados y de conocida endemia epidémica, especialmente en las épocas sabidas del desarrollo propio de estas. Sin embargo, después de veinte dias de salida de todo buque ó trasporte, aún con patente sucia, por tal origen, ó tocada, así dicha; sabido ser esta por haber estado en contacto con objetos ó efectos epidemiados; previas las operaciones de espurgo, airea- ción y fumigación reglamentarias; sobre todo con los objetos llamados en general contumaces, se admiten á libre plática y entrada, si no ha habido desde dicho tiempo novedad epidémica á bordo. Si esta ha ocurrido, desfavora- blemente , se impone la cuarentena de treinta dias de ob- servación, á juicio todo lo demás de las juntas de Sanidad. Las procedencias allí, que no llegan suficientemente documentadas, se consideran sospechosas y se les impone doce dias de observación; más si se les prueba haber te- nido enfermos epidémicos ó muertos á bordo, se les impo- ne los mismos treinta dias de cuarentena dicha y las ope- raciones de saneamiento indicadas. 481 En España son también de muy antigua tradición his- tórica las prevenciones higiénicas contra las epidemias, y entre ellas, la creación de los Lazaretos é institución de las cuarentenas y cordones sanitarios, como hemos dicho y diremos aun, pudiendo afirmarse que proceden las del primer orden, 1o menos del siglo XI, y consistentes ya en los hospitales mandados crear por D. Alfonso X en Sevilla- ya en las casas-enfermerías citadas de las Huelgas en Bur- gos ú otros varios centros de esta clase, de que hemos hecho mención. Mas limitando ahora, en nuestra patria, las observaciones en esto á lo exclusivamente marítimo, deber es decir que, aparte de la legislación corriente que aquí se viene apli- cando en este punto, conforme con lo que se ha practicado en general en Europa, una de las instituciones más an- tiguas que se conocen de este género, es la de las llamadas morderías ó juntas de sanidad marítimas, creadas en 1475 en Palma de Mallorca; en las que tenia una impor- tante y pericial misión en tal sentido un profesor de Medi- cina llamado vulgarmente el morbero por ello; al cual se le agregaban en su comisión, otras seis personas probas, entendidas y celosas del país; á cuyo cargo estaba la re- solución de todos los particulares sanitarios de esta clase. Disposiciones sanitarias que, en diversos sentidos, se reite- ran por los buenos patricios y autoridades de allí, en las epidemias de fiebre amarilla que se han padecido en aquellas islas posteriormente, en 1804 y 1821 hasta 1870 en que han sido notables sitios de salutación y pintoresca residencia los renombrados presidios de CalAndriaca y Fonsanta, que han servido de campamento popular y hos- pitalidad humanitaria, preventiva y anti-epidémica; adop- tándose entre varios recursos con tal objeto, la creación de una brigada de fumigadores, que recorría desinfec- tando apropiadamente las casas, calles y plazas, que se creyeron poder estar apestadas; con otros actos de esta clase, hasta después de pasada la epidemia; prevenciones tan activas estas, por tener dicha ciudad condiciones muy favorables para el desarrollo de las pestes, por su posición topográfica á orilla del mar, de frecuentes cambios meteo- rológicos , como país equidistante de las playas europeas i 61 482 y austríacas, y en continuas relaciones de comercio con las Antillas y el litoral español y francés. Tarea larga seria el enumerar detalladamente cuanto de antiguo, posterior á esto se viniera decretando y orde- nando en España por los sucesivos Gobiernos habidos en la Península, desde estas primeras fechas, y por las juntas de sanidad y autoridades respectivas á las diversas locali- dades, especialmente marítimas, interesadas en tales ex- tremos. Así que, unas veces se establecen juntas sanita- rias marítimas en los puertos, más ó menos numerosas, otras se ordena auxiliar á las tripulaciones de los buques españoles, que pasan de unos puertos á otros sin socorros precisos para su sostenimiento y buena salud: otras se dispone atento á la iniciativa, directa ó indirecta de dichas juntas ó sin ella, sobre el contrabando, á ocasiones sospecho- sas de infección ó contagio; y así á este tenor paulatina y necesariamente en tan delicados intereses: Deliberaciones todas hijas de las circunstancias, que así más ó menos lo exigieran; aunque conformes, decimos, con las demás seguidas en la mayor parte de Europa sobre lo mismo, y que el curioso lector puede consultar, en detalle, en nues- tro minucioso higienista Sr. Monlau. Como ulteriormente hemos de descifrar con más deten- ción cuanto ya en el dia atañe á la legislación sanitaria española, basta por ahora á nuestro propósito indicar lo anterior, como muestra de nuestra identidad gubernativa con lo administrativo general europeo en este punto. Muchas veces así y por variedad de higienistas respetables, se ha pedido y solicitara mucho, siendo desgraciadamen- te desoídas las más, la voz de la ciencia, en estos gravísi- mos extremos, y quedando ella postergada á los intereses materiales de los menos en sociedad, el que se provocara un concurso internacional universal, que no sólo Europeo, científico-higiénico y de administración política, en que se abordaran de frente, discutieran y decidieran de un modo terminante é irrevocable, todos y cada uno de los parti- culares relativos á un sistema de policía marítima y ter- restre general é internacional; adoptándose un orden le- gal, sabio y severo respecto á cuarentenas, lazaretos y co- municaciones, entre todos los pueblos conocidos y sociables 483 del globo; tanto en el estado normal propio, como en el variable de guerra, ú otros, referentes á cualquier país, y en el de epidemias; estableciéndose una uniformidad general sanitaria, y legislándose sobre cuantos extremos fuese ne- cesario; para hacer por llegar á extinguir los contagios exó- ticos, en su origen ó en su causa, más ó menos reconoci- dos; pues de no ser así, como hacia muchos siglos venia su- cediendo, resultaba que, sin previo acuerdo oportuno, cada nación disponía ó arbitraba lo que mejor decia parecerle, ó manifestara convenirle en ello; con grave perjuicio, cuan- do no con indecible daño de la salud, de la vida é intereses de los demás. Y de ser esto tan arbitrario como antes suce- día, unas naciones eran muy rigurosas en las incomunica- ciones con las que se tenían por epidemiadas, y de condicio- nes de fácil ó probable contagio, ó vice versa; de lo que resultaba el desorden y conflicto popular más pernicioso y lamentable. Luego, en 1850, el gobierno de Cerdeña se dirigió á todas las potencias marítimas de Europa con el mismo intento, de reunir en Italia, y particularmente en Liorna, el indicado Congreso sanitario. Mas Francia, tanto por hallarse en circunstancias políticas más favorables para ello, como por eludir ciertas rivalidades que con Venecia de antes tuviera, sobre cuestiones de este orden, más acti- va y eficaz en tal empeño, se dirigió á las mismas con el programa, resultado al parecer de parte de la discusión y proposiciones hechas en el Congreso de 1833, invitando á doce potencias de Europa á su concurrencia con el ex- presado fin; sobre lo que algunas ni aun se dignaron con- testar. Entre tanto esto así, llegar pudo por fin, una vez. la so- lución regular y bastante lata de tan importante deside- rátum, con la provocación y reunión en París, en 1851, de un congreso sanitario internacional, compuesto de doce Médicos y otros doce Cónsules ó Comisionados de Euro- pa y de otras partes; entre los que figuraron por España, los Sres. Monlaúy Segovia. En este'humanitario congre- so, examinadas las causas, más ó menos conocidas y jus- tificadas de las epidemias, entre ellas las de la fiebre ama- rilla en Enropa; en particular desde los años de 1800 á 484 1821 y posteriormente, vistos los hechos de más probable preconizado y dicho contagio en todas partes ; con la más aproximada evidencia en ello, según lo consignado por las ciencias, la práctica, la convicción profesional y ofi- cial de los Congregados, se propusieron, discutieron y llegaron á aprobarse, por el mismo, varias reglas pruden- tes y razonables sobre higiene general é internacional, respectivas á las potencias concurrentes á él; debiendo lle- gar ellas, luego de sancionadas oficialmente, á tener la forma y fuerza de leyes sanitarias para con todas y cada una de las naciones indicadas. Entre estas disposiciones, con varias profilácticas cor- respondientes al saneamiento mayor posible de los des- bordes del Mío; otras contra la tan debatida endemia del Delta del Ganges, y algunas más relativas al Oriente; por el artículo 6.° de las mismas, se reconocían como de pre- cisa higiene los Lazaretos y se autorizaba su existencia y continuación, suprimiéndose muchas prescripciones an- tiguas, como inútiles y molestas, dándose otras-nuevas más justas, regulares y benéficas, útiles y en armonía ya con las legítimas aspiraciones de todos. Lo mismo así, se autorizara la continuación de las cua- rentenas, como necesarias en general, para el-resguardo y seguridad de la salud pública, con las comodidades regu- lares asequibles para los viajeros y satisfacción más legal y prudente á las necesarias y múltiples exigencias del comercio. Con estas disposiciones se conformó el Gobierno de Es- paña, si bien parece que no consta su adhesión oficial terminantemente; proponiéndose en su consecuencia, re- formar los Lazaretos de Mahon y de Vigo, y construir otros dos más: uno en Cádiz y otro en Santander; aunque en verdad, solo se limitó su propósito, según se vió, á re- formar la vetusta ley de Sanidad Española, dando á la vez otra más regular y extensa, que es la publicada en 28 de Noviembre de 1855, hoy vigente, aunque reformada en 24 de Mayo de 1866, de la que nos ocupamos ya posterior- mente. En Francia también se iniciaron ya tan demandadas reformas en 1853 por M. Chervin con una petición que 485 hizo á las Cámaras sobre lo mismo, alegando tanta razón para la necesidad de un Congreso sanitario Europeo, como las que hubieran existido para los varios políticos que de diez y ocho años antes tuvo Europa, en alegado bien de la sociedad. Propúsose á la vez por otros representantes el estudio de- tenido de la cuestión, así como del sistema de corrección de los desbordes infecundos y nocivos de los rios y reman- sos pluviales ú otros de tal género; pidiéndose la interpo- sición con el gobierno de Egipto de las razones en que sus antiguos reyes se apoyaron para mandar abrir los necesa- rios canales de encauce posible del Nilo, y el suplicarle que se mejorasen las leyes higiénicas de allí; con cuyos medios probablemente podrían destruirse sus perniciosas endemias, como habia ocurrido con el tifo oriental en África y con otras plagas y enfermedades asquerosas de varios países. Indicárase también entonces el que á todo esto se invitara á concurrir de consuno á todos los gobiernos de Europa, á fin de que los Lazaretos y cuarentenas fueran pruden- cialmente una verdad, y no viciosas prácticas de conoci- dos abusos. Tantas reclamaciones acaso llegaron á Egipto sobre lo mismo, que después, ya en 1846, Mehemet-Alí decidió el barrojo del Nilo; pero antes, para evitar la contrariedad vulgar de su país, quiso y ordenó, como lección higiénica á la ignorancia y obstinada incuria del mismo, la construc- ción de tres pueblos modelos de buena higiene; para lo que ofreció á sus subditos las mayores garantías económicas, de cooperación mutua por su parte, en abono de trabajos ma- teriales; aparte de estos y otros dispendios, equivalentes á los que aquellos hicieran; manifestando en este propósito un interés y energía plausibles en bien de la humanidad. Mas á la aparición luego de la fiebre amarilla en Saín Nasaire en 1861, que se dijo aportada por el buque Ana María, cuestión muy debatida después en la Academia Imperial de Medicina; se dijo que, como lo observado an- tes en el verano de 1821 en el puerto de Pomagues, en Marsella, con otro buque, ElMold, apestado de igual enfermedad, pareció verse bien comprobado que todos los demás buques y personas que se habían encontrado bajo 486 la acción atmosférica ó corrientes de aire procedentes de estos buques, se habían apestado del mismo mal; lo que no ocurriera con los que estuvieran lejos de tal viento ó influencia; conteniéndose aquel en los sujetos que se des- tinaron al pontón de Lampraye, bajo la acción de los vien* tos N. y N. O., contrarios como es sabido, al desarrollo de tal padecer. Entonces, á plena convicción científica, se pensó y se dijo que el peligro de la importación de los gérmenes de los contagios de este mal, ó de otros parecidos, podria atribuirse, no tan solo, ó más que á las mercancías y pa- sajeros de estos buques, al estado nocivo y contagiante de la centina y casco de los mismos; debiendo por ello ser diferentes y proporcionales á buen criterio, los rigores cuarentenarios imponibles á tan diversas procedencias; proyectándose á la vez hacerse en San Nasaire un Laza- reto, bajo las mejores condiciones reconocidas, cuyo plano, en forma oficial, se presentó oportunamente. Recomiéndase á la vez por estas reformas, en las bue- nas condiciones higiénicas de algunos buques y traspor- tes, ser muy útil sustituir á la severidad de los Lazaretos, de las cuarentenas y de anómalas observaciones, otras dis- posiciones muy eficaces de exacto y verdadero saneamien- to , como las que se practicaron con buen acierto y bené- fico resultado en San Nasaire, con el mismo buque Ana María y otros procedentes del Golfo Mejicano, como el Amazonas y varios más; muy probables de poderse tener por contagiantes y de serlo, por haber servido hasta de hospitales en las expediciones-guerreras últimas de Fran- cia contra Méjico. Así á este tenor, Francia é Italia armo- nizaron entre sí, entonces, sus sanitarias leyes, bajo tales bases, adoptando la convención de París de 24 de Junio de 1864, que es su expresión, como enmiendas al artícu- lo 50 del reglamento sanitario de 1852, antes citado. Por esta nueva reglamentación, en práctica actual en estas naciones, se dispone que los buques de buenas cua- lidades higiénicas, como los vapores-correos, que no hu- bieren tenido muertos á bordo, aun sin patente limpia, por ser verano ú otoño la época de su salida de América; ó de otra procedencia de no mala sospecha, previas las ci- 487 tadas operaciones de saneamiento que se determinan, se admitan á libre plática; no así esto habiendo ocurrido muerte á bordo, en cuyo caso se adopta la cuarentena re- gular y propia de las circunstancias; sobre todo lo cual se da á las autoridades una latitud prudencial, para obrar conforme á las reglas expresadas. Estas disposiciones, seguidas hace más de veinte años, con buen resultado en los puertos de Francia, Inglaterra é Italia, en opinión de prácticos distinguidos, parece que pudieran ser aplicables á otros países como el nuestro, de iguales condiciones europeas; no pudiendo decirse á cum- plirse exactamente aquellas, después de aparecr la fie- bre amarilla en cualquier puerto, que sea dudoso el orí- gen del contagio, sino evidente lo que resulte probado; después de tal proceder. Envista, quizá, de la última modificación reglamen- taria de la Convención de Paris en 1864, nuestro Go- bierno ordenó, en 24 de Mayo de 1866, las disposiciones sanitarias siguientes : Los Lazaretos se dividen en sucios y de observación. En los primeros harán cuarentenas los buques de patente sucia, de peste levantina, fiebre amarilla y cólera morbo, y los que por sus malas cualidades higiénicas ú otros mo- tivos hayan sido sujetos á trato de patente sucia. En los segundos se hará la observación en todos los ca- sos señalados, y según determinan los reglamentos. El Gobierno designará los puertos ó puntos del litoral é islas adyacentes en que hayan de situarse los Lazaretos sucios y de observación, atendiendo á la conveniencia del comercio; aislados de toda población, previos los recono- cimientos marítimos y facultativos, y oyendo al Consejo deSanidad ; debiendo establecerse, pórtemenos, cinco Lazaretos sucios en el litoral de la Península ó islas ad- yacentes, de los cuales uno lo será en las Canarias. La patente sucia de cólera morbo obligará á una cua- rentena igual á la que se exija para la fiebre amarilla. Los buques procedentes de puntos en que se ha sufrido la peste, fiebre amarilla ó cólera morbo, seguirán sujetos á las respectivas cuarentenas, algún tiempo después de declararse oficialmente su cesación, el que será de treinta 488 dias en los casos ordinarios para la peste, y de veinte para la fiebre amarilla y cólera morbo. Varias órdenes posteriores á estas se han dictado por nuestros Gobiernos, hasta el presente, al objeto de orga- nizar en debida forma el servicio sanitario en los Lazare- tos ; dirigidos entre otros extremos, á la ventilación y fu- migaciones oportunas, según se halla consignado en los reglamentos sanitarios vigentes. Hemos visto las leyes sanitarias de varias"partes de Eu- ropa; digamos no obstante algo más en la actualidad de estas y de otros puntos. Inglaterra marca catorce dias de cuarentena á las pro- cedencias de Constantinopla ó Alejandría, contados des- de su salida; y si ha habido muerto, desde su llegada. Austria ha suprimido sus cuarentenas para las proce- dencias de Levante por el Danubio. En Trieste, previa la formalidad de su spoglio, ó sea baño general y muda de ropas limpias; los llegados de Constantinopla solo hacen veinticuatro ó cuarenta y ocho horas de cuarentena. Los buques de Grecia, islas Jónicas y Marruecos entran á libre plática. Lo mismo sucede en la América Central, Antillas Tú- nez, Albania Turca y otros puntos. En Francia, con las modificaciones últimas dichas, se procura la disminución del rigor cuarentenario con las pro- cedencias de Levante, que en Marsella aun es de quince dias. En todos los puertos de esta nación, los buques lle- gados de las Antillas se admiten á libre plática en todo tiempo, si en diez dias no han tenido muerto á bordo, en- fermo de fiebre amarilla, ó comunicación sospechosa. En los Estados Unidos parece que se prescinde en ge- neral de las reglas y leyes lazaretarias, para toda clase de procedencias. En nuestra España, solo existen dos Lazaretos, los de Mahon y Vigo, considerados estos como de los vulgarmente llamados sucios; pues los de observación se instalan, se- gún las circunstancias. Lo mismo se practica sobre esto en las posesiones de Ultramar, en cualquier fondeadero apropósito, algo apartado de un puerto, según las necesi- dades perentorias que se ocurren. 489 El de Mahon debe y parece ser de buenas condicio- nes , como son las de su construcion. Verificada esta en tiempo-de Carlos III, en 1793, con algo de los vestigios de un castillo antiguo, y mejorado á su terminación en 1807. tiene las buenas proporciones de localidad y demás, para satisfacer á todas las disposiciones más precisas y regulares de estos establecimientos. El de Vigo, en la isla dicha de San Simón, y San Antonio, en la.ría de aquel nombre, á pesar de no estar concluida su construcción y carecer de aguas potables, se abrió, á necesidad urgente en 1.° de Julio de 1842, y es el que sirve para hacer cuarentenas, entre otros' los buques procedentes de nuestras Antillas; aunque sin las buenas proporciones ni comodidades para ello, por su defecto de falta de aguas potables y otros varios, relativos á diferentes extremos de imparciaí y juiciosa apreciación que pueden hacer , principalmente, los que frecuentan tanto este como el anterior dicho de Mahon. Indicado ya, brevemente, lo más general que hay cer- ca de nosotros, sobre Lazaretos, parece innecesario, entre profesores médicos, el detallar las cualidades más pre- cisas de aquellos; tanto en lo topográfico, como en lo hi- giénico y administrativo, por ser esto comunmente cono- cido. No_ obstante, permítase insinuar, de intento, lo muy sabido de que estos institutos, adonde se destinan á pasar la observación y cuarentenas las personas, pasa- jeros ó no, procedentes de puntos endémicos de males di- chos contagiosos, de epidemias del mismo orden, de con- tacto con estos ó llamados sospechosos, deben ser cons- truidos exprofeso para ello, estar fuera y algo retirados de poblado, en sitio y terreno seco, árido y elevado; de di- fícil acceso, cerca del mar, para su fácil comunicación con este; sin pantanos, lagunas ni aguas estancadas á su inmediación ; tener varios departamentos espaciosos, ven- tilados é independientes; tanto para la separación y como- didad de sus moradores, como especiales, con cobertizos y bien ventilados, para las operaciones separadas de airea- ción , espurgo y saneamiento de menages y mercancías; así como buenos almacenes para la conservación de estas, equipajes y demás objetos que lo requieran; con jardines, 62 490 abundante surtido de aguas potables limpias, y buenos paseos para la precisa higiene; bien arreglada la loca- lidad á todas las necesidades propias de tales institutos: con buena administración y recursos personales y mate- riales facultativos, para la debida atención humanitaria y conservación ó restitución de la salud, su primordial obje- jeto. Procurarse en lo posible también se debe que estos Lazaretos, cuando se han de destinar para recibir las pro- cedencias de Levante, se encuentren cerca del Mediter- ráneo, para la más fácil y regular arribada á ellos de los buques de esta procedencia. La reglamentación de estos Lazaretos, á concederse la razón y deber de su existencia, según generales y auto- rizadas opiniones, debe estar sujeta á las leyes sanitarias conocidas como mejores, en los pueblos más civilizados. La de nuestros institutos de esta clase, procedía de los años de 1817, aclarada en 1825; y para el de Vigo la de 1842, con diposiciones varias y sucesivas, hasta la publicación de la ley de Sanidad última, en 1855 y 56, hoy vigente. Nuestra ley de Sanidad, dicha orgánica, obra de las Cortes Constituyentes de 1855, sancionada en forma, en 28 de Noviembre del mismo año, entre otros varios par- ticulares de este importante ramo de higiene, prescribe, tanto para la entrada de los buques de España y de sus Is- las, como del extranjero, el cumplimiento exacto de todo lo relativo al orden marítimo seguido anteriormente. Es- tablécese en definitiva una clasificación oportuna de los puertos, habilitándoles para la indicada entrada de bu- ques, en categorías proporcionadas á su importancia y con- diciones topográficas. Confírmase la antigua institución de las juntas de Sanidad en estos, dotándoseles del perso- nal oficicial necesario para la buena administración hi giénica y medicinal. Ordénase exigir á las embarcacio- nes las conocidas patentes de sanidad en forma, clasificán- dolas como antes en limpias, cuando su procedencia es de puntos no infestados epidémicamente, y en sucias en todos los demás casos; incluyéndose en esta ultima clase todas las demás de otras procedencias no limpias, y las del extranjero de otras denominaciones, que no perte- nezcan al primer carácter. Dispónese también que los bu- 491 ques que tengan sesenta personas á bordo, para lo que antes se designaban treinta, lleven un Médico-cirujano, con botiquín visado autorizadamente; esceptuando de esta disposición á los de cabotaje y menor importaucia. Se or- denan las antiguas visitas de sanidad por dichas juntas en la forma ordinaria, á todos los buques de entrada en los puertos, cualquiera sea la causa de esta; no admi- tiéndoseles á ella ni á libre plática sin dichas patentes y la demás documentación conocida; quedando al criterio oficial délos directores de las citadas juntas las delibera- ciones precisas y debidas en todo lo anómalo que ocurrir pueda en circunstancias extraordinarias, respecto á con- diciones de buques, patentes y otras particularidades; excepto habiendo enfermedad importable en el litoral de la Península y países cercanos; en cuyos casos se nece- sita consultar á la superioridad oportunamente. Para las disposiciones de saneamiento, que se dirán, se confirma por esta ley la institución y antigua existencia de los Lazaretos, dividiéndoles en dos clases, sucios y de observación. L.os primeros se destinan para pasar en ellos las cuarentenas, cualquiera sea la duración de estas, las personas procedentes de buques de malas condiciones hi- giénicas y de patente sucia, por venir de puntes en que exista la peste oriental ó fiebre amarilla. Los segundos ó de observación, se designan para esta en los casos que se requiera, y para las procedencias ó existencia del cólera morbo. A más de los Lazaretos conocidos en España de Mahon y Vigo, que ligeramente describimos, por esta ley se ra- tifica la anterior disposición que indicamos, de establecer otros en los puertos, á necesidad reconocida, previas lis regulares consultas y orden superior; según las circuns- tancias lo requieran; debiendo tener aquellos con el pro- fesor Médico y Cirujano, el personal preciso para su ad- ministración. Prescríbese también que las cuarentenas sean rigoro- sas. En las de procedencias sucias se ordena el desembar- co y espurgo, ó aireación y saneamiento de las ropas y equipajes de la tripulación y pasajeros; así como de los cueros, pieles, plumas, trapos, papeles y demás cuer- 492 pos tenidos por contumaces, asf dichos, ó epidemiables. La observación se establece en todos los casos de esta naturaleza, sin precisar el desembarco y lo demás citado para las patentes sucias. Se ordena la libre plática para los buques de procedencias sanas y de buenas condiciones materiales ó higiénicas y sin enfermos á bordo. A los buques procedentes de Levante, de África y Asia, viniendo en sanidad, seles marca la libre plática, con ocho dias de cuarentena si tienen Médico, y diez en caso con- trario, bajo ciertas condiciones que oficialmente se ex- presan. A los de patente limpia, venidos de las Antillas, seno Mejicano y América del Sur, se les impone, desde 1.° de Mayo al 30 de Setiembre, cuarentena de siete dias, con la residencia de los pasajeros en los Lazaretos citados. Y si fuesen de malas condiciones los buques se les tratará por precaución, como de patente sucia. A la patente sucia de peste de Levante, se le impone cuarentena rigorosa de quince dias. A la de fiebre ama- rilla, sin accidente insano á bordo en la travesía, de diez dias, y de quince si hubiere dicho accidente. A la patente sucia de cólera morbo asiático, se le ordena cuarentena de diez dias si tuviere accidente morboso, y si no de cinco. Se establece la observación de tres dias para las procedencias de países inmediatos á fiebre amarilla y de entrada fraudulenta ó informal. A los directores de las juntas de Sanidad, se les auto- riza para arbitrar medidas higiénicas contra el tifo, vi- ruela maligna y demás enfermedades de tal índole. Igualmente se prescribe que, por ningún medio, deje de socorrerse debidamente á todo buque que legalmente lo necesite. Los buques procedentes de puntos en que se ha pade- cido de peste, sufrirán treinta dias de observación, que se reducirán á veinte para los de fiebre amarilla, y a diez para los de cólera morbo. Se ordenan para la procedencia de patente sucia, y aun limpia en malas condiciones higiénicas de los buques, los espurgos de la ropa de uso y efectos de la tripu- lación. No se admite la entrada de sustancias vegetales ni ani- 493 males en putrefacción; y constando estar así se mandan quemar ó arrojar al mar. La correspondencia se admite con las precauciones sa- bidas; y otros objetos menos nocivos se mandan ventilar por las escotillas, mangueras y demás medios conocidos. En todos los casos dudosos se manda ventilar y fumigar el bu- que, y hacer lo demás que el Director de Sanidad ordene. Los metales y minerales se exceptúan de cuarentenas; y el dinero se recibe desde luego, lavándole previamente ó mojándole en vinagre. En el interior, el Gobierno, dice esta ley, dispondrá cuán- do han de regir medidas coercitivas, así como los acordona- mientes fronterizos, cuando las epidemias lo requieran. Apesar de lo anteriormente dicho, parece comprobarse que los Lazaretos no han llegado hasta el dia á corresponder bien á su alta misión. Más aún: con los adelantos de la ci- vilización por una parte, y el verdadero progreso consi- guiente de la higiene; con el resultado de algunos abusos que en estos establecimientos se suceden y comentan; y por otra, con los esfuerzos interesados del comercio, contra esta especie de remora para él, ha ido haciéndose valer cada dia más la lenidad en las precauciones contra los contagios, y como tales las del rigor en las cuarentenas; reducién- dose ya estas nominalmente á muy pocos dias de detención, observación y tratamiento, cuatro, seis ó pocos más á veces; limitándose también las medidas higiénicas, más particu- larmente acaso, á la ventilación, limpieza y purificación de los géneros y efectos, susceptibles de contagio. No han in- fluido á la vez poco para esto las declamaciones constan- tes y enérgicas de los anti-contagionistas; entre cuyas ra- zones sobresalen, con más fundamento; las de inutilidad de tales prevenciones, por destruirlas y anonadarlas de continuo el contrabando, general en todas partes, y lo problemático, dudoso é ignorado, muchas veces, de los ele- mentos , medio y forma de trasmisión de ios contagios que evitarse quieren. De los que así opinan, hay quien cree que las medidas de aislamiento, cuarentenas, y más que todo de los cordones sanitarios, son inútiles, injustas é in- morales. Inútiles por haber medios de eludirlas; injustas por obligar á unos al aislamiento, cuando les es fácil, y 494 aún permitido á otros la libre circulación, é inmorales por sembrar el pánico en todos y excitar al egoísmo contra la fraternidad natural; dándose así origen al abandono de los enfermos por los sanos. Todo esto, aparte de la secun- daria consideración dicha de trabas al comercio y ruina, hasta para la industria y la propiedad; que de menos ó nin- gún valor deber seria esto, si, con los extremos opuestos, se pudiera obtener la salud é indemnidad de los pueblos, contra este y otros males de carácter tan funesto. Contra esto; con el método preservativo, seguido en toda severidad, se dice que en Barcelona en 1803 y 1808 pudo contenerse el desarrollo de la fiebre amarilla: no así el de 1821, que fué grande; acusándose entonces como casi siem- pre sucede, su importación á América. Mas ya veremos paulatinamente, al ocuparnos, con más precisión, de tales instituciones y trascendentales extremos, lo que hay de verdadero y aceptable en ello; á través de tan contradic- torias opiniones y más ó menos interesadas tendencias, en pro de cualesquieras aspiraciones humanas, diferentes de la espresada. La purificación de los buques por inmersión, que al- gunos vituperan de otros países, negándola en España; quizá por no determinarla bien, como limitada y utiliza- ble; se dice que, en la última época citada, produjo buen efecto en dicha capital; dejando luego de dar enfermos las naves, aun permaneciendo en el puerto; cuando los que ya infestados, fueron al Lazareto de Mahon, sin esta cir- cunstancia, siguieron produciendo la enfermedad. De esta disposición, tomada ya antes en San Nazaire, con tes bu- ques sospechosos, se proclaman muy buenos resultados. Es de creer en su vista que, llevada ellaá cabo con las debidas precauciones; despejando de abordo, después de la inmer- sión, los objetos que por insanos podían existir ó resultar, como focos morbíficos y epidémicos, llegan casos de ser tan aceptable como hoy lo es, por incendios de tales em- barcaciones, entes puertos y en sitios de poco fondo; para poderles sacar luego á flote y salvación oportuna. En casi todas partes, y por la mayoría de las personas al parecer desinteresadas, se proclama una y otra vez, como medida sanitaria y anti-epidémica para los pueblos, 495 la necesidad del aislamiento de las personas y aun hasta de los animales á veces, atacados de ésta y otras enferme- dades de carácter contagioso. De la que nos ocupa, incúl- pase su invasión, entre otras causas, á la poca severidad en las precauciones higiénicas, de que ya en general tra- tamos; y como más fundamental, ala lenidad, á veces vi- tuperable por lo perjudicial, con que se prescriben y ob- servan las llamadas cuarentenas; porque, se repite, de- ben velar mucho y prudencialmente las juntas de Sanidad, especialmente de los puertos y grandes poblaciones; en particular todas las del litoral de la Península. Responsa- bilidad que corre parangón con la del poco ó ningún aseo de los barrios y de algunos pueblos; consiguiente ello, á la incuria, más que á la pobreza de algunos, y al mucho trá- fico fabril ó mercantil, propios de otros: causas que les ha- cen tan epidemiables para esta y otras enfermedades de tal índole, como de anterior venimos diciendo. Estas re- flexiones parecen justificadas con los hechos que la obser- vación general é imparcial comprueba de continuo: sien- do menos frecuentes y mortíferas las pestilencias en Europa y en el mundo, desde que los cuidados higié- nicos son más eficaces enérjicos y oportunos efi los pueblos. # Entre los diversos partidarios de todos los matices cono- cidos en la esfera de la ciencia, sobre las causas y natu- raleza de esta enfermedad, todos convienen en la necesi- dad contra ella de alejar sus causas productoras, conserva- doras y de propagación; procurando retirar al enfermo de ellas lo más inmediatamente posible, ó del sitio donde ha ab- sorbido el elemento mórbido, su aire ó miasma productor; colocándole en una atmósfera pura y fresca, en lo gene- ral, y de renovación constante; si pudiera ser en el cam- po; más en Europa; pues tal residencia generalmente en América no es á veces tan ventajosa, por las causas antes detalladas ; procurándose tenerle en la mayor limpieza y tranquilidad física y moral posibles. Cuidados son estos que, si generales para los pacientes, con otras más indi- caciones dadas, se logra con ellos ayudar á su buen trata- miento , haciéndose así él mal mas benigno; obteniédose á la vez con esto, si no disminuir ó cortarle proporcionalmente 496 al principio, evitar su propagación ó hacer que su progreso sea menos activo y terrible; beneficio que alcanzar debe hasta á los beneméritos asistentes de tan desgraciados enfermos. Efectivamente; como quiera que se considere la etiolo- gía de este padecimiento, estableciéndose residir tan sola- mente su elemento principal en el aire atmosférico; ya sea éste el indígeno ó el endémico Americano, ó ya el infec- tante particular Europeo; cualquiera la condición de este sea, ya especial, general, de miasmas ó emanaciones pútri- das de una atmósfera ó localidad dada; de focos determina- dos, ó del individuo enfermo; aunque, hasta el dia, la física y la química no le hayan clasificado ó analizado suficiente- mente; ni dado á conocer su íntima esencia, más que por sus efectos conocidos; de todos modos es innegable que, para su preservación ó ya eliminación, es de todo punto necesa- rio procurar, para el hombre y para la sociedad, una buena, fisiológica y normal hematosis, nueva y regeneradora, en bien de la salud; contra la nociva del foco ó focos epidé- micos, en que pueda vivirse; y para su obtención ó abstrac- ción dicha, dedúcese naturalmente la idea de la separación personal de tales focos. Y aquí ocúrrese, repetidamente, el recuerdo histórico del consejo del Médico Español, que en tales circunstancias precribia, como remedio mejor con- tra estas calamidades el «huir de ellas pronto, irse lejos y volver tarde.» Pero como tan natural recurso, corresponde, más bien que á un juicio científico, á una máxima dicha de Pero-Grullo; y más que para el vulgo, si aun por el vulgo aquí también trabajamos, demos lado á tal consejo, como muy pasado en autoridad de cosa juzgada, y vea- mos, ente científico y racional, lo fundamental, seguro y más evidente de tal extremo. Las disposiciones higiénicas, pues, que tanto hemos reco- mendado, como contrarias en todo á las infinitas y deta- lladas causas de dicho mal, son indudablemente, como su mejor antídoto; invencibles centinelas, siempre en guardia contra su perversa insidiosidad. Ellas, con los demás re- cursos que se expresan, pronto y poco á poco, ó más tarde, según varias circunstancias relativas, le debilitan, anona- dan y destruyen, como nos lo ha probado suficientemente la experiencia. Ellas son , en fin, y no nos cansamos de re- 497 petirlo, los mejores medios profilácticos ó preservativos contra tan terrible calamidad. Más como muchas veces en Europa, y particularmente en América, no sea posible evitarse lo más general, yaque no especial, de la causa predisponente y aún determinante de la fiebre amarilla; la respiración del aire atmosférico in- sano y tífico, ó propio de ella, hé aquí el porqué de afir- marnos más en nuestras determinadas indicaciones; con el cumplimiento de las que, vemos vivir bien, desde niños, á los naturales de América y aún, por muchos años á los Europeos, absorbiendo de continuo aquel aire respirable, aunque no muy sano, y tal como le explicamos á su tiem- po; con el que sin embargóse efectúa una hematosis pau- latina en la economía animal que, si bien no sea tan pu- ra ó normal como en otros países de Europa, proporciona sin embargo, una vitalidad propia y una nutrición regu- lar; aunque en el Europeo, más particularmente, señóte la especie de sub-ictericia latente, tolerable en la vida, que ca- lificamos, con los hijos del país, bajo su propio aspecto físi- co de la piel, dicho vulgarmente aplatanamiento. Buena y rigorosa higiene, pues, física y moral, en América como en Europa y en todas partes, recomendamos otra vez más; y sigamos ya el orden regular, en todos los demás parti- culares de este capítulo. Si una de las indicaciones más urgentes contra esta en- fermedad, es alejar las causas y estímulos productores y conservadores de ella, separando al enfermo, lo más pron- to posible, del sitio donde la ha contraído, absorbiendo ó respirando su ambiente tóxico ó patogénico propio, y lle- varle á una atmósfera pura, corriente y fresca, general- mente mencr de veinte y cinco grados del centígrado; cuidándole, en buena limpieza y necesaria bigiene; cuan- do no haya sido posible destruir, inmediatamente de cono- cerse, el foco ó focos infectantes de aquella, lo que debe á todo trance intentarse; dedúcese naturalmente de aquí, la razón de aconsejar, como medio preservativo general de la fiebre amarilla, la residencia en habitaciones y sitios elevados, más expuestos, regularmente, álos vientos del N., por ser estos los más fuertes y sanos que se reconocen al efecto. Esta residencia ,tan prudencial como en el sen- 63 498 tido dicho pueda obtenerse, es de oportuna preservación contra este padecer, en las debidas y regulares proporcio- nes indicadas á su tiempo; fuera así de la acción inmediata del fuerte calor del sol y de la humedad del terreno; evi- tándose las de las noches y madrugadas, que, como sabe- mos, son concausas elementales y activas del mismo mal. Esta ha sido y es una de las disposiciones más preconiza- das como benéficas, por los más apasionados contagionis- tas; citándose ejemplos varios de sus buenos efectos, en di- ferentes épocas epidémicas de esta y otras plagas de la hu- manidad; aún respecto á poblaciones que ya habían sido atacadas epidémicamente; de las que se trasportaran los enfermos á despoblado, sometiendo á un régimen severo, la institución, administración y policía de los humanita- rios asilos en que al pronto se les colocara; nuevos é impro- visados Lazaretos, arbitrados oportunamente en bien y con- tra tal desgracia. El aislamiento, pues, de los enfermos, hu- manitariamente llevado á efecto; principalmente en los ca- sos de ser temible la aportación de uno de esos mal dichos contagios y que producen los mismos efectos de él que se lamentan. La buena higiene, y de ella la ventilación y pu- rificación, ó fumigación de los vestidos y ropas de uso; con otras disposiciones inberentes de buen juicio, han dado los mejores resultados, contra pestilencias cual esta, como hemos visto por la historia; lo mismo en Constantinopla, en el Cairo, que en Moscow y en todas partes. En atención, pues, a estas importantes consideraciones, no debe ser indiferente que, por los dignos gobiernos que no se desdeñen de oir nuestra modesta voz; otra más de las de tan alarmante clamoreo, se tengan presentes y atiendan estas indicaciones; más aún, si por ellas como antes de ahora se ha iniciado autorizadamente, puede en- treverse algo de esperanza al logro de esa unidad de dere- cho público, tan apetecible como debatida, y que parece ya iniciarse en Europa hace tiempo; que tanto se hace de- sear, y que pudiera ser quizá, oportunamente inaugurada un dia, por leyes de sanidad generales, útiles y comunes á todos los países del mundo. ¡Y qué mucho, cuando en ello, repetimos, va comprendido en su mayor valor el magno y antiguo lema de moral práctica: «qod Ubi non vis, álteri 499 ne fécensl » O sea el principio tan valbuceado hoy como olvidado generalmente ya, y de hecho casi irrisorio ó sarcástico^ y falaz del «A tu prógimo como á tí mismo.» La misión, pues, de los Gobiernos probos y entendidos consiste, en tan importante extremo, en estudiar, consultar y apreciar debida, minuciosa ó imparcialmente, las causas territoriales, industriales ó mercantiles que, en su país en particular f< producen ó pueden dar origen y fomento á las epidemias, en los sitios ó localidades endémicas, esen- cial ó accidentalmente, cualesquiera sean ellas; en hacer observar con el mayor rigor y suspicaz precisión el origen y propagación de aquellas, tomando inflexiblemente cuan- tas determinaciones acertadas y j ustas les sugiera su buen juicio y alto deber; á fin de hacer por corregir las condi- ciones generales, locales ó particulares, predisponentes y favorables al origen ó fomento de estas calamidades; ha- ciendo así por destruir todo germen endémico ó exótico como los indicados, que puedan tenerse juiciosamente por contagiosos. Y aunque el mal ya exista, en uno ó varios puntos determinados; por lo mismo de ser tan temibles los resultados de su sostenida influencia, mayor desarrollo y fácil recrudescencia ó reproducción ; todo esto con el sano é ineludible objeto de hacer por preservar á tes pueblos de la introducción, desarrollo y propagación de todo elemen- to contagioso, como el de que no=? ocupamos. Y tales es- fuerzos llevados á cabo, han de ser en pro de la verdad, del deber, como del derecho y la justicia; sin remora, du- das, dificultades ni transijencias; á través acaso en muchas ocasiones, de obstáculos sin cuento que pueden presentar- se, y á despecho quizá de los más obstinados y egoístas intereses; cualesquiera ellos sean que puedan oponerse, hasta el interesado estremo de llegar á maldecir tan fi- lantrópicas como necesarias y urgentes disposiciones vi- tales. La desatención y olvido de la higiene produce y cons- tituye la insalubridad de ciertas localidades, que se ha- cen así fatalmente epidemiables. Localidades por cierto en que, luego de desarrollada una peste, vemos controver- sias é inculpaciones recíprocas de su aportación, ya á otros pueblos, vecinos ó nó, ya á determinados buques ó 500 procedencias nacionales ó extranjeras, y.... ¡extraña ge- neralidad!: pocas veces ó nuncí se reconoce por sus habi- tantes sus malas condiciones higiénicas y fácil suscepti- bilidad para el contagio; cuando no disposición propia para la expontánea manifestación de una epidemia; de lo que hay infinitos ejemplos en pueblos, hospitales, cárce- les y cuarteles de todas partes. Estudíense los elementos insanos, endémicos, epidémi- cos y contaj tesos de los pueblos y zonas ó localidades dadas! porque venimos clamando, en clasificación positiva de los llamados contagios; adóptense en su consecuencia Tas deter- minaciones higiénicas necesarias, bajo los aspectos detalla- dos; y despues^de cumplirse con exactitud las leyes de sa- nidad vigentes, lo mismo en Europa que en América, que tan cumplidamente corresponden contra la variedad de cau- sas anti-higiénicas, que de esta enfermedad hemos con- signado; entonces, con mejores datos, podrá atribuirse la causa productora de una epidemia á una procedencia exacta y determinada de la misma, y ver de corregir sus lamentables estragos. Entre tanto que esto no se cumpla, seguirá la constante taravüla de reproches y acusaciones de pestilencias por los pueblos, corporaciones y personas dadas, de dudosa ó imposible prueba legal á su tiempo; por las causas y razones anteriormente expuestas. Mas ah! que á la vez que tanto rigorismo indicamos en este particular, por el que quizá entrevemos la sutil y maliciosa sonrisa de oposición anti-contagionista, desea- ríamos que, á plena conciencia y recto juicio, se estimase siempre, en su genuino y verdadero valor, la exacta en- tidad de todos los nombrados contagios. Del que estudiamos ya hemos dicho lo bastante: seguiremos aún ya, más que en su examen, en el de las necesidades profilácticas ó pre- servativas contra él, como elemental del tifus icterodes ó fiebre amarilla. Pero en mucho de lo expresado, más que los Gobiernos y autoridades, casi siempre y regularmente mas ó menos iniciadoras en este punto, por aludidas, decimos, deben dar- se las Juntas de Sanidad de todas clases, sus consejeras in- mediatas; como más entendidas y responsables, á toda in- rlexibilidad, en lo relativo á las necesidades naturales de los 501 pueblos^en las determinaciones precisas para la conser- vación higiénica de estos y en las prevenciones del mismo orden, contra los agentes nocivos á su salud y á su vida. La misma idea que puede entenderse respecto á estas llamadas cuarentenas, ó más bien al tiempo de obser- vación y saneamiento preciso en tales casos, nos induce á decir, en general, que no creemos deban ser tan rigurosas cpmo su nombre indica y sus intransijentes partidarios qui- sieran; sino regulares y proporcionadas á dichas circuns- tancias, con otras que se expresan, y á las higiénicas deter- minadas, y de policía particular, que se observen y com- prueben en dichos centros de conducción; pues razonable- mente debe merecer más confianza un buque de vela ó de vapor en que resulte á la vista y se justifique, á toda evi- dencia, un buen orden y esmero sanitario, que otro de cualquiera clase; un negrero por ejemplo, del que solo la atmósfera que en su alrededor se siente, trastorna y produce náuseas á cualquiera impresionabilidad humana. Lo mismo es de considerar sobre las cualidades higiénicas que exis- tan , no tanto en lo personal como en lo topográfico y ma- terial, en el punto ó puntos de desembarque, arribada ó descarga de estos centros ó elementos de trasporte; para poderse deduciré deliberar en todo esto y á buen juicio, sobre las propiedades de ser ó no ccntagiables ó epidemia- bles por aquellos, las personas y aun los objetos; según el tanto de susceptibilidades relativas que pueda, en gene- ral y particular haber para ello; ó sea para la absorción é infección del elemento ó elementos contagiantes. Así, pues, creemos en lo general y regular, que diez dias de buena y normal sanidad á bordo; salvo los casos de en- fermedades leves é insignificantes en verdad para el caso; comprobada aquella razonable y legalmente, que no su- puesta por un mal entendido interés, es en lo proporcional bastante para que; hecho un reconocimiento tan detenido y exacto como debe ser, de un buque, mensagería, convoy ó medio material de conducción cualquiera, cuyo estado de construcción y policía sea satisfactorio; revelándose y constando no ser este estudiado y de momento; luego de efectuadas las operaciones de higiene prescritas y no ha- biendo tenido muerte de persona humana, ni comunica- 502 cion sospechosa, pueda dársele libre entrada en cualquier punto de la Península; quedando al buen criterio oficial la decisión en los casos dudosos ó anómalos y la consulta breve al Gobierno, tan común y casi general en Ingla térra, como fácil ya hoy, por la rapidez telegráfica de la época. No en balde, pues, y solo como gala de erudición, he- mos traído á cuento y minucioso relato lo que en el orden sanitario internacional se efectúa de presente, respecto á profilaxis general de las pestilencias. De propósito aquí citado lo que las leyes de sanidad de otros países prescri- ben sobre este tema, es nuestro intento deducir de ellas, imparcialmente, lo que por más regular entrevemos, con el objeto de indicar la equiparación proporcional de nues- tras prácticas en ello con la de otras naciones, reconoci- das por sensatas é ilustradas. Esto así, obrándose en España en conformidad con la legislación vigente de Francia é Italia en este punto, se evitaría la disparidad y contradicción de hechos y acciden- tes internacionales, molestos y onerosos muchas veces para los viajeros y perjudicial para todos; pues es muy común observar, por ejemplo, como los prácticos en viajes, al ve- nir de las Antillas á Europa, en tiempo de epidemia allí, elijen, auquemás costosa, la travesía á los Estados-Uni- dos primero, ó directamente á un punto del litoral francés, con preferencia á otro de España, por evitarse la cuaren- tena en aquellos, que nuestros buques y viajeros sufren en Vigo ó en Mahon, del modo reglamentario expresado; dándose así lugar además á diatrivas y hablillas inconsi- deradas y afrentosas para nuestra nacionalidad. Entre las operaciones de saneamiento en observación, cuarentena ó Lazareto, reconocemos que el llamado Spo- glio de Trieste, ó sea el baño general, con muda de ropas y veinticuatro horas de reposo, aireación y fumigación de equipajes; es un medio excelente de higiene y profi- laxis general; útil en todos tiempos y lugares contraía absorción impropia y morbosa, que puede ser más activa sin aquel, y muy nociva en épocas epidémicas; por lo que parece ocioso el recomendarle en tal sentido, especial- mente á las juntas de Sanidad y Cónsules nacionales. 503 Lo mismo decimos délos zafarranchos y limpieza de ne- cesidad de las naves, que las citadas juntas ordenan opor- tunamente; pohibiéndose en los buques de salida los las- tres fangosos, de tierra ó arena, y aceptando los de hierro, piedras ó cascajo grueso y limpio. Del mismo interés es el repuesto alimenticio y orden higiénico de los buques, al salir del puerto; sin que nadie se esceptue de ello con- tra toda exigencia injusta ó abuso tracendental. En prueba de lo nocivo de estos, nos dicen Levy, Aubert y Roche que, datando el desarrollo de los Lazaretos del siglo XV y el de la civilización de mediados del XVII, se ve la disminución de las epidemias desde el XVIII; tres- cientos años después de la creación de aquellos; notán- dose que en los tres siglos anteriores al primero de los mismos, hubo en el mundo ciento cinco epidemias; y ciento cuarenta y tres en los tres siguientes: lo que prueba, con el falseamiento de los Lazaretos, que el pro- greso de la civilización es la causa principal de la dismi- nución de las epidemias. Insistimos en la necesidad de exigir como imprescin- dibles las operaciones citadas de saneamiento, para justi- ficar como valederas la lenidad en las llamadas cuarente- nas y la entrada libre de buques, aunque estos procedan de Levante, de África, Asia ó América; pero con Médico á bordo y bajo las condiciones dichas de no haber tenido en diez dias muerto ni enfermos de afección epidémica. Y no tememos decir esto así. porque admitiéndose la opinión general médica, de hallarse comprobado por la práctica ser, regularmente, diez dias el término proporcio- nal de incubación de los virus contagiosos, de laclase del que estudiamos, mal se puede exigir más tiempo de ob- servación á un trasporte cualquiera, para esperar la pre- sencia del mal contagiable,.de que pudiera temérsele ser portador. La misma consideración nos lleva á insinuar que de- clarada la cesación de una epidemia, parece mucho tiempo el de trmta dias de cuarentena, como están consignados por nuestros estatutos, para la del cólera morbo, que en otras partes se reducen á menos tiempo por la misma causa. Pénese aquí en buen hora la entrada fraudulenta ó in- 504 formal de un buque ó trasporte, no solo.con la observa- ción de algunos dias y más de tres, que quiere nuestra ley, sino aun si en bien se estima, con las penas pecunia- rias que Inglaterra establece por la misma falta; que pu- dieran imponerse razonablemente entre nosotros; mas por una regular paridad de ley sanitaria, que por creerlas efi- caces en tales extremos, en que hasta la criminalidad es fácil, redimiéndole, en vil trueque, el interés. Sí; que españoles desinteresados y generosos; bajo tal orden legal, no creemos metalizables así nuestra mora- lidad y dignidad históricas; por más que hoy atravesemos por un período y pruebas de ese mal llamado utilitaris- mo Europeo, que debiéramos traducir, más genuinamen* te, por el qui potes cápere, capiat, de la dominación Ro- mana. Hé aquí, pues, en tales contradicciones reglamentarias, íntimamente confirmada la imperiosa necesidad de la pro- vocación del Congreso sanitario internacional, sino uni- versal, porque hemos abogado, al importante objeto de de- jar, de una vez, definitivamente arregladas diferencias tan lamentables, como importantes para la vida y salud de la humanidad. Una gran precaución, en fin, constituye uno de los primeros cuidados de estas juntas, con las procedencias que puedan parecer sospechosas; entre las que es muy ' sabido figuran las del Ganges del Nilo, las de África, las del Golfo Mejicano y otras. En prueba y justificación de nuestro aserto, sobre la severidad en la higiene y operaciones precisas para la preservación contagiosa en los lazaretos, sea permitida la aducción de una sencilla cita de reciente origen; re- flejo fiel de la discordancia en los comentarios y repro- ches sobre contagios, de que venimos hablando. Sabido es, que no hace mucho tiempo se atribuyó el desarrollo de la fiebre amarilla en Canarias, á la impor- tación del virus contagioso, por el buque El Nivária, que se dijo haber estado solo ocho dias de cuarentena en el lazareto de Vigo, en donde se alegó haber sufrido las operaciones oportunas, y con ellas las fumigatorias y de aireación. No obstante; sea lo que quiera, á través de las 505 discusiones opuestas, que tristemente vemos suscitarse y sostenerse allí entre comprofesores españoles, y aún ente oficial, que es más sensible, el hecho que aparece como innegable es que la fiebre amarilla tuvo su origen é incre- mento, como en otras partes, á la llegada de cualquier medio de trasporte; aquí al ingreso en el puerto de dicho buque, bajo las condiciones expresadas. Siendo, pues estas cumplidas, á ser ello verdad, y constando no obs- tante como innegable el origen dicho del contagio, se de- dujo el que quizá pudo haber venido el germen empaque- tado en cualquier parte reservada ó profunda del carga- mento. Hechos, por desgracia, son estos tan comunmente misteriosos, que el juicio más recto vacila en ceder á la sandez de la creencia en tan añejas como ilusorias doctri- nas, que sobre contagios vienen pululando en el mundo médico, hace mucho tiempo; ó darse á elucubraciones pro- pias de otro orden tan positivo, como nocivos, enérgicos y perniciosos, vemos ser tes efectos mecánicos é inmediatos y de especial acción de dichos agentes mórbidos, tenidos por contagiosos en la generalidad. Así que, dada la sus- picacia precisa para no perder de vista, tanto lo expresa- do, como cuanto en lo físico y químico pudiera dar resul- tados iguales ó aparentes á los referidos contagios, recor- dando haber insinuado algo en este trabajo sobre lo mis- mo, referente al desarrollo déla fiebre amarilla en Cádiz,' portes años de 1800 al 1804, en que pasó casi como des- apercibida la residencia por largo tiempo en aquellas aguas de una flota inglesa; nos vemos precisados á decir, bajo el primer punto de este relato, que, cumpliéranse ó no con el Nivária en Vigo, las prescripciones higiénicas regla- mentarias, lo que puede parecer dudoso, envista de los resultados; que, ó se cumplen bien en los lazaretos y puertos dichas prescripciones, ó son inútiles estos y todos los medios profilácticos aconsejados oportunamente. Y respecto á nuestra segunda cita, como histórica, de apreciación y criterio racional y especial, suy géneris, dejamos á la conciencia y criterio jurídico délos contem- poráneos, testigos presenciales de los hechos, cuanto de dejar sea y les surgiera su buena fé; terciando el lector aquí oportunamente y á toda precisión, con su parte de 64 506 especial juicio y táctica popular, para la más genuina es- timación de los hechos. Supuesto ya el posible contagio de esta enfermedad, tal como lo explicamos á su tiempo; relativo á susceptibi- lidades dadas y especiales; que no del modo absoluto y abstracto ó suspicaz y meticuloso, hasta lo que sobre él llegan los titulados contagionistas; déjanse colegir desde luego en lo general, á veces, las necesidades de la llama- da observación, en los puntos de arribada de los buques y trasportes de todo género; más particularmente con los procedentes de algunos sitios ó países, dichos sospechosos, por endemia exclusiva ó epidemia en ellos del temido mal á su salida; y más aún en las estaciones favorables y propias de su aparición ó desarrollo; principalmente si por haber tenido enfermos ó muerto de mal epidémico se te- me, se cree probable ó ya se tiene por evidente, la llega- da en ellos de personas ó de objetos que puedan ser con- ductores de elementos contagiosos ó epidémicos, y áün hasta contumaces, como se les llega á decir, con más ó menos propiedad, por la mayoría de las gentes. Las cuarentenas, pues, de que oportunamente nos hemos ocupado, lo mismo: bien y prudencialmente entendidas; cumpliéndose en ellas las sabias prescripciones de las leyes de sanidad, que han sustituido á las de las antiguas lepro- serías, en los llamados Lazaretos y no ya como aquellas, han proporcionado sin duda; dicho sea reiteradamente en verdad y sin pasión alguna; con los adelantos actuales de la higiene y los de todas las ciencias, una preservación mayor en las epidemias, de lo que en lo antiguo se obserba- va; particularmente en las que han existido en las provin- cias litorales de Europa y de España, de más comunica- ciones con las Antillas. Mas, bajo otro aspecto fundamental mirada la idea de la posible profilaxis del tifus icterodes, que venimos estudian- do, considerándola precisa y determinadamente bajo el sentido y carácter terapéutico, tan natural y oportuno al propósito, corresponde expresar lo más importante que so- bre tal tema y orden científico hay en lo general, y muy particularmente consignado por algunos, de los que han sido tenidos por observadores y prácticos más autorizados y distinguidos en ello; tanto en Europa como en América. 507 Alguno de entre estos, M. Rollo, Cirujano inglés, daba a las tropas paulatinamente, como preservativo ¿e la fie- bre amarilla, el sulfato de quinina, hasta tomar, decia, cada soldado dos onzas; con lo que afirmaba quedar libres de la fiebre amarilla, de las fiebres biliosas del país y de otras afecciones de igual carácter en los Trópicos. Mas esto tiene su objeción natural, como regla común; pues no en todos y cada uno de los individuos citados, se encuentra en igualdad de circunstancias fisiólogo- patológicas su aparato digestivo, ni son idénticas su di- gestión, temperamento ó idiosincracias habituales. Tal tratamiento, como profiláctico dicho, tiene su aplicación respectiva en los casos de presunta, ya que no reconocida atonía general y anemia, tan frecuentes en este país, por las causas y circunstancias antes indicadas; elementos materiales del empobrecimiento y alteración de la san- gre, tan suficientemente detalladas en el trascurso de esta obra. Más aún; tal terapéutica, lo mismo en esta que en otras múltiples y variadas afecciones de tal índole, debe suponer, en racional y preciso diagnóstico, encontrarse para ello libre, ó hacer porque lo esté, el tubo digestivo de todo estado saburral, empacho gástrico, ó alteración cualquiera de este genero, especialmente bilioso; pues de no ser así, ocurrir debe en su consecuencia lo que tan de continuo se observa en la prescripción casi empírica de los quinados, astringentes y antitípicos dichos, contra las afec- ciones febriles de carácter intermitente; en cuyo caso de- termínanse manifiestamente accidentes impropios y anó- malos ó contrarios á sus propiedades medicamentosas; in- cidentes y consecuencias de tal terapéutica, sin la indi- cación preventiva expresada. En igual línea de apreciación se encuentran las evacua- ciones sanguíneas, como preservativo general, y solo esti- mables en los casos de excesos de robustez orgánica ó plé- tora habitual; con el objeto de regularizar las funciones de la economía animal y lograrse el equilibrio orgánico preciso para el buen orden de la vida; tanto así en Amé- rica que en Europa. Lo mismo decimos de los baños de mar, tan preconizados por algunos, con el mismo objeto; pues sabidas son la variedad de condiciones fisiólogo-pato- 508 lógicas que respectivamente pueden contrariarlos en mul- titud de casos, así como las en que sean de precisa nece- sidad, según las indicaciones regulares de ellos; tanto en lo normal ..fisiológico como en lo patológico. Hechos y cir- cunstancias que al criterio médico se relegan, para obrar, tanto en lo higiénico, como en lo terapéutico y profilácti- co, según lo determinen las indicaciones respectivas. En la buena nutrición, que indudablemente correspon- de sostener con alimentos sanos y restaurantes, hay que tener presentes sus condiciones de más ó menos azoados, más ó menos fibrinosos, gelatinosos y aun excitantes, se- gún el estado de las fuerzas digestivas individuales; pues si bien generalmente convienen los nutritivos de todas clases, es necesario, como tenemos expresado, evitar la acción de ciertos excitantes, susceptibles de cualquier al- teración físico-química conocida sobre el aparato digesivo, que puedan producir, no solo el empacho gástrico, sino la degeneración pútrida ó putrefasciente, que pudieran dar lugar á alteraciones morbosas en dicho aparato, y que venimos reconociendo como causa expecial de la fiebre amarilla. De sentir es no estarse conforme con los que prohiben, rigorosa y absolutamente, usarse los alcohólicos al inte- rior, en América; entre ellos los licores, y particularmente el ron; pues estos, sin un abuso nocivo, como bebida anti- nervina ó difusiva, es muy conveniente en ciertos estados como atónicos del aparato digestivo, consecuentes al mu- cho sudor y pérdidas de este orden, por trabajos y acci- dentes de la vida en tal clima. Ellos son muy propios para ayudar á una buena digestión y útiles en varias formas, para calmar las excitaciones nerviosas, tan comunes allí; y sino puros, diluidos convenientemente en agua, es sa- bido ser la bebida refrigerante más generalizada en el país; por lo que, con la agregación del azúcar, se les hace ser algo fermentecibles, dijestivos, tónicos y muy útiles por lo tanto bajo tal carácter higiénico. En el uso de estas bebidas, como en el del café, que en América se toma tres ó más veces al dia, hay una contra- dicción aparente, en probar bien estos estimulantes en cli- mas tan cálidos; mas esto se explica fácilmente, porque 509 las pérdidas allí por el mucho y casi constante sudor, pro- ducen una debilidad general muy sensible, y aún hasta como un desfallecimiento material orgánico muy molesto, y á veces grave, que provoca la necesidad casi constante de las bebidas estimulantes citadas, como reparadoras de las fuerzas orgánico-vitales generales, y particularmente di- gestivas; que se hallan en constante deterioro y pérdida positiva; haciéndose periódica y constantemente visibles las necesidades de una instintiva y regular reparación. En Europa sucede al contrario; siendo solo natural y clima- tológicamente más precisos los estimulantes en la estación del invierno, por lo cual obran excitando tan fuertemente como lo hacen, los alcohólicos entre ellos y el café, dan lu- gar estos á los múltiples fenómenos de sobre-excitaciones gástricas y nerviosas, cuando no á la irritación, flegma- sías y neuralgias, tan comunes y conocidas de todos, por causa de la mayor concentración vital en estos climas. No pocas, dijimos en su lugar, ser las causas pernicio- sas del miedo á nuestra fiebre, y aún tdel pánico que in- funde al recien llegado á nuestras Antillas, y aun á algu- nos residentes en el país; por el horror á los repetidos es- tragos del tifus, dicho endémico en estas; apoderándose la idea de un modo tan deplorable en ellos, que llegan hasta anonadarse bajo la presión moral más grave; cuyas con- secuencias tanto se reflejan en lo físico, que llegan mu- chos hasta la demacración y anemia más visible y espan- tosas; temiendo aun el salir á las calles en los dias tan comunmente calurosos de allí; en la duda siempre y co- mentarios exagerados de lo que puede serles insano 6, morboso en tal sentido; con otros mil temores, y aún preo- cupaciones varias de análoga índole, sobre las necesida- des de la vida. Entre estas figura el temor de salir á pa- sear de noche, sin haber pasado el vómito. Bajo el mismo carácter la cuestión; unos pretenden adoptar desde luego un sistema ó tratamiento purgante contra el huésped mor- tífero; como hay quien así, aún en lo científico, le^llama. Otros claman por las sangrías preventivas. Otros sistema- tizan, y no sin fundamento, el no beber el agua sola, sino mezclada con los alcohólicos; unos están por beber poco, otros por mucho, con otras varias opiniones de este jaez. 510 Tales prevenciones, ó más bien su atención, solo deben te- ner lugar relativamente á las condiciones orgánicas y cir- cunstancias conmemorativas especiales de cada individuo; siendo pocas, por lo mismo las generales ó comunes á to- das las naturalezas individuales. Así que, un laxante contra la saburra ó empacho gástrico; una ó más sangrías proporcionadas y regulares , contra la plétora de este orden, los refrigerantes indicados y otros medios higié- nico-terapéuticos naturales y diferentes son útiles, en general, con sus propias y determinadas indicaciones á juicio científico regular y apropiado. Mas la verdad, entre tantas opiniones, es que el recien llegado á América debe seguir, general y respectiva- mente, en las mismas y apropiadas condiciones higiéni- cas y habituales buenas, físicas y morales, á que estuvie- ra habituado, particularmente el Europeo ; continuar en su profesión ó ej ercicio más ordinario y aproximado á las condiciones del nuevo clima; y hacer por no dejar el mé- todo alimenticio á que acostumbrado estuviera; modifi- cándole si acaso en lo oportuno y equivalente, más nunca en lo contrario, por lo nocivo de ello; sin cometer excesos de ningún género, y evitando, reiteramos con interés, la alimentación insana de frutos en crudereza y sustancias animales de mala fermentación, que ya dijimos ser tan nocivos para los Españoles. De evitar es, pues, toda clase de trabajo excesivo é impresiones morales excitantes, ó deprimentes; adoptán- dose el reposo debido y preciso para la reparación normal de las fuerzas físicas y morales; sin darse á la molicie é inacion; predisponente de las enfermedades del hígado y visceras abdominales. Si ocurre una mojadura inevitable, causa morbosa de la fiebre dicha y hasta del tétanos, tan gravísimo y más pro- pio de" América, es preciso mudarse en breve las ropas, y muy útil el friccionarse sucesivamente con los alcohólicos. Lo mismo deben regularmente evitarse los cambios bruscos de temperatura, por ser causa el paso de la calu- rosa á la fria de la supresión del sudor y concentración vital; mas peligroso este cambio que el inverso á que de- be irse pasando gradualmente en lo posible. 511 Los excesos en la Venus, que apuntamos en su lugar, como concausa excitante primero, y deprimente más tarde de las fuerzas orgánico-vitales; deprimente siempre y de predisposición morbosa á favor del vómito; deben evitarse con sumo interés por la atonía orgánica, como semi-de- liquio fisiológico y torpeza moral que le es consecutivo v propio, elementos, dijimos, muy abonados para la inva- sión del mal, con el empobrecimiento sanguíneo y apla- namiento de las facultades sensitivas, su medio de acción, que caracterizan visiblemente lo deplorable de sus efectos. Entendido esto así, al buen juicio del lector queda lo mu- cho más que en su evitación se entiende al objeto profilác- tico de tales extragos. Bajo el método, así, y plan sencillo higiénico, regular, prudente y en el buen sentido que indicamos, se logra evadirse y por muchos años de la fiebre amarilla en Amé- rica; de que pudiéramos citar innumerables ejemplos; ob- servándose también muchas veces que con él, si llega á acometer la fiebre, se hace más benigna y de más fácil curación. Todo 1o expresado aquí tiende bien á la vista á soste- ner y conservar el equilibrio físico y moral, ó sea el nor- mal fisiológico individual preciso; en todos los países; evitándose las causas morbosas expresadas y de todo gé- nero, en buena tranquilidad natural y social; para lo que es preciso una fuerza de voluntad y un valor á toda prueba para arrostrar tranquilamente peligro tan grave sino in- menso, como el que indudablemente corren la salud y vi- da humanas en América, y muy particularmente los Europeos. A todo lo anteriormente expuesto es de rigor decir que, si bien entre las disposiciones higiénicas indicadas, como profilácticas, hay varias qne solo pueden satisfacerlas las clases más ricas de la sociedad, aunque las más alcancen á lo univiversal de las jentes; lo mismo en España que en Europa y otras partes, ha precidido, como tipo, al buen sentido de nuestras prescripciones, la llamada clase media déla sociedad; fijándonos también, bajo tal caris, en lo que atañe á la vida de esta parte del pueblo, para indicar, con otros, los recursos de que ella pueda dispo- ner al intento consabido. 512 Bajo tal concepto parece ya innecesario y hasta sobrado el establecer más regías generales de higiene, ni emitir más consejos por este orden, aún para la parte del pueblo que por más instruida y morigerada que las otras debe tenérsele; y que, conociendo más regularmente las causas naturales del mal, darles debe su propio valor y atender en su consecuencia mejor á su combate y destrucción. Dadas las necesidades personales de la aclimatación en América, de que después nos ocuparemos á regular pre- cisión, y supuesto el cumplimiento de todas ellas, apa- rece quedar aun la duda del logro de la indemnidad del padecimiento, sin adoptarse al propósito algún plan ó método preservativo determinado del mismo, i Abordemos, pues, en tal suposición, una de las notas de lo que apuntado tenemos, del principio de nuestra práctica en América. Basada esta, como venimos diciendo, en las conviccio- nes científicas en su lugar detalladas y en la observación y deducciones evidentes ya descritas; probado correlativa- mente lo mismo; ser el tratamiento emeto-catar tico el fundamental primitivo que hemos usado con la mayor amplitud, salvas pocas excepciones, por la forma, perío- dos del mal y otras causas referidas; de cuyo tratamiento jamás hemos tenido porqué arrepentimos, valga en su lugar decir lo siguiente en su comprobación; sin que por exceso de pasión ó alarde de amor propio pueda tenerse, y solo sí como es, por franca y legítima expresión de verdad y justificación propia de nuestra doctrina. Adoptado, decimos, tal tratamiento terapéutico contra la fiebre amarilla, en nuestra práctica militar y civil allí, hicimos extensivo aquel, preciso es confesarlo, basta en lo profiláctico; cuidando de anticiparnos siempre, por evi- tar más tarde el tener que combatir á cualquier estado saburroso gastro-intestinal, primer elemento de predispo- sición morbosa, para el padecimiento, por cualquiera de las múltiples causas expresadas. Así que en nuestros pri- meros clientes oficiales, los artilleros, llevamos á cabo en plena y cumplida satisfacción, nuestra doctrina eme- to-catártica; no ya sote decimos terapéuticamente, sino en lo profiláctico; de modo, asociando paulatina y dia- 513 ñámente este método á cualquiera otro curativo extemo por sencillo ó insignificante que él fuese, con tan conti- nua laxación en turno individual, pretendimos y logra- mos quedar tranquilos por esta parte, sobre los temores del vómito amarillo en nuestra tropa. Esto así, trascurría el verano del año 1859 en Puerto- Rico de gran epidemia del vómito; y en la Brigada ó batallón de Artillería de aquella guarnición, cuya asisten- cia facultativa estaba á cargo del autor-de estambra; con la adopción del método indicado, puesto en práctica co- mún, aunque no en toda su metódica extensión, se con- siguió el que, como comprobarse puede, cuando en el hos- pital cívico-militar de aquella población y en toda esta existia la fiebre amarila, tan activa y de estragos tan la- mentables, que dió lugar á notarse en las reuniones pú- blicas la preponderancia de los lutos en las familias, tras- currieron muchos dias, sobre veinte lo menos, sin que hubiera ni un solo Artillero enfermo en el hospital; de- biéndose afirmar aquí que lo mismo en lo morboso interno é importante ocurría en el cuartel. Hecho notable el primero que, como extraño y favorable á la calma moral del pue- blo, lo publicaron los periódicos de la capital, sin inicia- tiva del autor y acaso por gestión gubernativa dada; á fin de calmar en el país el pánico de las gentes en aquella época. Y bien podrá decirse, ¿cómo ejerce su acción profilác- tica en América el emético, el laxante, los calmantes y refrigerantes en el Europeo recien llegado á esta, y por qué tiempo dura aquella? Creemos que el emético y sus diebos asociados, obran sobre el Europeo que trata de aclimatarse allí, produciendo inmediata y ulteriormen- te á su administración, la expulsión, con la bilis, del fermento mórbido tifoideo en esta, cuando no está ya á veces la misma degenerada, en desorganización laten- te y con tendencias á la putridez, como los demás ju- gos del tubo digestivo; y que con el reposo y reacción orgánica sucesiva al tratamiento dicho, es renovada pos- terior y paulatinamente en su origen; y ya así va dis- poniéndose, primero el aparato digestivo á la impre- sión y hábito sucesivo de los nuevos alimentos; y des- es 514 pues el biliario y sanguíneo de la vena porta, á la nue- va acción climatológica dicba; cuyas condiciones conoci- das son, como hemos dicho, modificadoras de la existen- cia y funciones de estos aparatos. No de otro modo se van renovando y modificando allí por la hematosis, quilifica- cion y absorciones, consiguientes, las propiedades gene- rales y normales de Ja sangre, como tenemos detallado, para predecirse en el Europeo aquel estado anormal, pero fisiológico aún en las Antillas, tan tolerable para la vida del indígena, por sobrellevarle desde el nacer; dicho vulgarmente aplatan amiento; que este y no otro es el que se consigue en la pretendida aclimatación del Europeo en América Con este método para los recien llegados á nues- tras Antillas, creemos deberse considerar estos indemnes en lo regular, á lo general de la endemia, por algún tiem- po; y si este no pasa, en contrario á lo indicado, del equi- nocio inmediato ó solsticio del verano sucesivo, aconse- jamos repetir en estos el tratamiento, prudencial y rela- tivamente á lo que necesario sea; sin que , por regla ge- neral, creemos haya necesidad de usarlo por más tiempo que el de dos ó tres estaciones de verano; siendo la indi- cación oportuna de ello la aparición de los síntomas de postración, anorexia y-otros que en su lugar dejamos de- signados. Tal es, pues, el fruto de nuestras observaciones en este punto; de nuestra solicitud científico-profesional y es- fuerzos notables , aunque indiferentes á la generalidad, que hemos hecho en fivor de la sociedad y especialmen- te en bien de la salud y vida del Europeo y del Español en América, en multiplicados casos de fiebre amarilla, que hemos trabado, y de que pudiéramos citar muy repe- tidos ejemplos. ¡Así esta convicción en que estamos, y profesión de fe de nuestras doctrinas, pudieran llegar á ser de un convencimiento evidente á los ojos de todos, y su resultado un fiel tributo en favor de la ciencia y de la humanidad! Inoculación. Unas pocas palabras más sobre este otro de los medios intentados como recurso de profilaxis, contra la fiebre amarilla, de lo que históricamente ya hemos di- cho algo. 515 La inoculación, que algunos han querido proponer como preservativo de esta enfermedad, al modo que se hace con otras virulentas eruptivas y contagiosas, pu- diera tener lugar aquí, á hallarse suficientemente proba- da con hechos evidentes é irrecusables; mas no ocur- riendo esto, el raciocinio y el recto juicio hablan muy alte contra tales recursos de la insinuada profilaxis. Efec* tivamertte, aparte de que la índole especial del virus pa togénico de la fiebre amarilla es muy diferente del pro- ductor de la viruela, ó sea del covpor y de otros de orden parecido, menos aun del sifilítico; esta afección reconoce por causa especial la acción morbífica de las emanacio- nes pútridas, procedentes de focos patogénicos propios; á cuya entidad particular es quizá más adecuada la deno- minación que alguno ha aplicado á la naturaleza del mal, llamándole conflicto atmosférico ó meteorológico telúrico. La inoculación, pues, de este principio patogénico no es verosímil, racional, probable, ni evidente; por lo dicho en lo anterior de que, á ser posible, introducido que fue- ra por el dermis ó por cualquiera otra parte de la econo- mía animal, pasando á la circulación y obrando por ab- sorcioi orgánica, el efecto seria naturalmente la produc- ción de la enfermedad ó de otra su idéntica, pero tan pe- ligrosa y grave como ella; pues de todos modos creemos limitado ó vedado naturalmente á la voluntad inocula- dora, hacer que los fenómenos morbosos tuvieran otro re- sultado que los de tal inoculación. Los productos materiales eliminados de estos enfermos, como los vómitos, las cámaras, la bilis, la sangre y de- más de esta clase, de que se ha hecho uso con tal objeto; sustancias sépticas de suyo, no son más que multiplica- ciones en masa del agente mórbido; más fuertes acaso por sus cualidades materiales; pero no variablesen sus nropiedades patológicas, trasfoimacion ni reducciones, á minina esencia, que pudiera dar lugar á cálculos infini- tecimales, de problemática, cuando no sofistica y fasci- nadora entidad; de lo que es de deducir la producción re- gular, á su apropiación al organismo viviente, de losmis- mos fenómenos patológicos y no otros, que los propios de la afección que se quiere evitar. 516 La inoculación del melanhema ó borra del doctor Espa- ñol Jacobi, en la Habana, problemática acaso y de resul- tados ignorados. La de Mr. Deveze, en Filadelfia, de ino- culación personal propia, ó sea en sí mismo, sin resultado alguno positivo. La del doctor francés Laballée del mis- mo carácter. La del inglés J. Firth, de varios productos mórbidos y por multitud de maneras, de negativa conse- cuencia. La de Mr. Guyon en la Martinica, lo mismo; to- das adolecen de falta de prueba evidente. Mas aun hay con la del llamado Mr. Ilumbold, que en la Habana, en 1854 la propalara, según sus observaciones, decía, procedente del virus inoculable de cierto pequeño reptil inclasificado, de dos decímetros de largo y una línea de grueso; ca- beza triangular y forma de serpiente, cuya picadura, dijera, producir fenómenos idénticos á los de la fiebre amarilla, y con cuyos restos diluidos en sangre y sustan- cias animales, afirmaba producir la inoculación profi- láctica de esta afección; y hechas pruebas de todos géneros, á través del entusiasmo y fascinación popular que al pron- to el invento produgera, todas salieron fallidas y de com- probación contraria á tal invento. Por el mismo orden es la de los italianos Masnata y Fras- chieri, inoculadores del rocío, como profiláctico de esta fie- bre, procedente de las salas de enfermos de esta y del mias- ma contagiante, obtenido en ellas por aparatos curiosos y de corrientes dadas; inoculando también este vapor, que pronto dió resultados negativos, que constan, como ofi- ciales, en la prensa en 1865. En vista, pues. de estos resultados contrarios á los pro- pósitos plausibles desús autores, no parecerá desacertado, por ahora, insistir en que hasta el presente no se ha cor- roborado en debida forma la exactitud de tales medios de inoculación, como profilácticos de la fiebre amarilla. Desinfectantes. Supuesto el cumplimiento de las pres- cripciones higiénicas citadas, de precauciones contra las entradas fraudulentas del contrabando, elemento de in- troduciones contagiosas, déla supresión de aglomeración excesiva de gentes en puntos limitados, á que en los Trópi- cos como en Europa se ha sucedido el desarrollo espon- táneo del tifus; de la limpia de los puertos y de los ríos. 517 á la cual ha sobrevenido en América la cesación del mis- mo; de la represión de excesos de todo género, que dieron en Méjico el mismo resultado; del baño, aseo personal y observación prudente; pasemos ya á designar algu- nos de los pretendidos recursos de contención de los es- tragos'de este mal, por medio de las fumigaciones y al- guno otro de este jaez, que tengan el valor que se quie- ra, de deber parece citarlos oportunamente. Entre los susodichos, como para saneamiento de bu- ques y trasportes, figura el chamuscar con gas, en infla- mación, todo un buque ó localidad parecida, en cuyo caso queda en la superficie una cubierta de carbono, que no solo absorbe ios miasmas contagiantes, sino que hace endurecerse las superficies de las maderas, que quedan susceptibles de limpiarse luego á brocha y con barniz, á prudente discreción; siendo este medio de más interés para con los buques en que ha habido muertos de fiebre ama- rilla, y cuya aptitud local ó atmosférica se considera abonada para su desarrollo y trasmisión. Al llegar á qui, coincidente con el deseo de hacernos de armas para poder vencer en su origen á tan insidioso enemigo, vuélvese á ocurrir la idea de la imprescindible necesidad de la análisis cualitativa y cuantitativa de los miasmas dichos contagiantes de la fiebre amarilla y su publicidad debida. Clamor que repetimos, implorando en favor de la humanidad el estímulo y esfuerzos en España de los notables peritos que en ello nos gloriamos de reco- nocer, entre nuestros distinguidos maestros de antaño en la ciencia. Conocidas á saciedad en esta las fumigaciones de Guton Morveau,con solo nombrarlas creemos deber ha- cer lo bastante, dirigiéndonos á comprofesores, para no tener que descender á dar su fórmula, tan sabida de to- dos. Estas podrán ser al intento de buen uso en sentido general, aunque están ya algo .desechadas, quizá por an- tiguas y comunes, é ignórase si por ineficaces al propó- sito. Entre ellas, no obstante y las que dan de suyo el vapor ácido muriático se encomia también al objeto, el gas ácido nítrico de Smit; con el cloro ó los cloruros; más generalizado el de cal por más económico, y las sus- 518 tandas aromáticas y alcanforadas, capaces de atraer ó neu- tralizar los principios morbosos de los agentes miasmá- ticos. Recientemente ha sido propuesta por autoridades cien- tíficas de París la desinfección por medio de operaciones químicas en que juega el principal papel el ácidohipoa- zótico, produciendo vapores nitrosos que hemos visto en práctica en España; aunque parece, á primera vista, cues- tionable su indemne utilidad, por lo nocivo de estos ga- ses, que aunque no han'de obrar directa é inmediata- mente sobre la respiración, pueden dejar vestigios de suyo algo perjudiciales para la susceptibilidad orgánica ani- mal. Utilízanseno obstante estos, con preferencia áotros. para desinfectar lugares deshabitados ó que puedan desa- lojarse, como hospitales, cuarteles, lazaretos ó casas en donde se.haya formado un foco de infección cualquiera, nociva por lo tanto para la vida. Otros prefieren, en lugar de los antedichos y al intento el ácido fénico, tan en boga en el dia. y que para el au- tor de estos apuntes no merece tan alta estima, dada su análisis y clasificación en su lugar, considerado, como es, un carburo-hidrico y nada más; é ineficaz por ello para tantas aplicaciones á lo externo como en el dia se le dan; que parece quiere hacerse de él, bajo tal concepto, otra pa- nacea universal anti-miasmálica. Este sin embargo, se recomienda mezclándole con polvo de sílice ó con acerrin, en la proporción de una tercera parte por ocho, y disuelto en veinte ó treinta veces su peso de agua; haciendo as- perciones en el suelo, paredes y objetos de uso de los enfer- mos , eligiéndose para las habitaciones ó lugares ocupados por estos. Tiénense ya por ineficaces las fumigaciones dóricas que no hacen más que disipar su mal olor, sustituyéndo- le por otro nada agradable, desinfectando lo más las ropas y el cutis, y no penetrando en la economía animal por absorción, como es necesario para neutralizar allí el ger- men del contagio. Bajo el mismo concepto creemos inútiles las fricciones con el aceite de Baldowin, practicadas en Esmirna con el propio objeto. 519 Al propósito de hacer más sanos algunos centros de habitación y combatir las causas de muy elevada tempe- ratura en ellos, parece oportuno citar'la aplicación del aparato de Mr. Nouhalier, probado en fábricas de meta- lurgia; por el que se hace bajar la temperatura de 50 á 15 grados, rápida ó paulatinamente; cuyo resultado pue- de tener muy útil aplicación; lo mismo al saneamiento de las sentinas ó sollados de lo buques, que para las ha- bitaciones reducidas de enfermos: por cuya alta tempera- tura, con otras concausas especiales, pueda temerse el desarrollo espontáneo del tifus. Cordones sanitarios. Sabidos ser estos el conjunto de puestos^ de tropas ó gentes eslacionadas de distancia en distancia, para cortar é interceptar ¿as comunicaciones de territorios limítrofes, é impedir el paso á cosas y personas de sospechosa procedencia; rechazar ó impedir una inva- sión fronteriza para bien de la salud y vida del hombre y de los Estados, puede efectivam nte afirmarse, como dijo nuestro memorable higienista Sr. Monlaü, que ellos son, más bien que otra cosa, una especie de aparate de guerra desplegado al parecer contra una epidemia, que se cree contagiosa y cuyos extragos se pretende evitar por este medio. Los cordones sanitarios, pues, deberían ser efectiva- ' monte lo que su más exacta definición determinan; cuya entidad positiva y moral, á llevarse á cabo en todos sus ex- tremos, deja comprenderse benéfica y magna importancia; entendiéndose por esta los inmensos beneficios que los pue- blos y la sociedad, en fin, reportarían tanto en lo material y verdaderamente utilitario ó en bien de la vida humana, co- mo en su tranquilidad y satisfacciones, tales c ales se de- ducen del objeto fundamental y visible de las leyes natu- rales y generales del Universo. Mas ellos, por desgracia, han venido á ser otra cosa desde muy antiguo hasta el dia; efecto indudable de la torcida interpretación de aquellas, ó sea viciosa tergiversación de dichas leyes, más en prove- cho material del hombre, que en el de su moral existencia; llegándose en esto muchas veces hasta el crimen; y casi siempre más con un aparente fin religioso, filantrópico y de moralización pública, que de verdad, en lo innegable 520 de lo natural, moral, higiénico y medicinal de lo mismo. Así los indicados cordones de salud y vida públicas vie- nen á representar, más que todo, una especie de barrera que, por no ser verdad ya en parte alguna, nada detie- nen, como no sea en contrario sentido, las buenas relacio- nes internacionales ó de vecindad y de comercio entre los pueblos; origen fecundo con otros, de la abundancia y prosperidad de los Estados. Estos cordones dichos de salud, bajo el pretexto de hu- manitarios, tienen muchas veces más que su principal objeto, oculto^ fines políticos en que rara vez no van envueltas siniestras miras de rivalidades internaciona- les, de envidia, saña, torcidas miras de rivalidades de Naciones ó pueblos entre sí, y tendencias de voracidad de unas á otras; guiadas, más que por el buen sentido pú- blico de salud, vida y fraternidad humanas, por la codi- cia, ambiciones desmedidas y autocracias de los diferentes jefes de los Estados y pueblos, que así obran en su pro esclusivo, aunque valiéndjse, inhumanamente, del her- moso talismán de la voz Patria, para acaudillar, en los extremos de su insaciable furor, y en diferentes formas, á innumerables masas de hombres, como tristes rebaños, á los combates más sangrientos. Y esto, propio ha sido y es por cierto, no mucho de los primeros y menos aun de los medios tiempos de la historia, en las dichas edades de oro, sino de los actuales; vía esta así de una muerte casi siempre segura, y cuando nó fácil á ella, á sufrimientos y penalidades; sin auxilios extraños casi, y siempre in- justamente contra las leyes del mutuo bien del prójimo: en cuyas horribles etapas de víctimas sin cuento, sola- mente salen bien librados los primeros actores de tan mons- truosas escenas. Y no parezcan exajeradas ó utópicas estas ideas, que acon- tinuacion le justifican las siguientes citas históricas; sin que descendamos a otras, ni á más apreciaciones análo- gas, que al buen juicio del lector se dejan. Tales son los hechos que se refieren como ejemplares his- tóricos y evidentes, á que no cabe negativa ni reproche de buen sentido ó justificable. Entre otros, valga el re- cuerdo de los cordones sanitarios que los Austríacos coló- 521 carón en un tiempo, en los confines de su imperio, por la frontera de Turquía; y que más bien amenazaban á la Prusia, que protegían la salud de los Germanos. Lo mis- mo fuera el cordón sanitario que los Franceses pusieron en 1822, como para defenderse en sus fronteras de nuestra España. Se alegó entonces por causa.para establecerle, la existencia aquí de la fiebre amarilla; cuando en verdad lo que temían y querían evitar de nosotros era el contagio de las ideas políticas, tan sinceras como de grande amor y libertad patria, que nuestras célebres Cortes españolas constituyeron en 1812; prodigando entonces ideas muy filantrópicas con una virtud y heroísmo ejemplares, ante la Europa y el mundo. Entonces, por cierto, Mr. Laris hu- bo de decir en París, en una sesión pública, que la fiebre ^pútrida de Europa y la fiebre tifoidea, eran, como epi- démicas, tan contagiosas como la amarilla; por cuyo va- lor y abnegación científica fué tenido por audaz, suversir vo y atentatorio al orden público; siendo por ello perse- guido y veja lo oficialmente; que este es el fruto de los que, á fuer de filósofos y hombres de reflexión y virtud, dan á la ciencia el culto de verdad y respeto que le es debido. Esto mismo viene sucediendo en los tiempos y países de preponderancia autocrática, en varias formas, á los que sin tenerse por redentores, son inflexibles en la santi- dad y pureza de sus principios de verdad, justicia y hu- manidad, á trueque de los mayores é inexplicables tor- mentos, á lo moderno, y que á imitación de los mártires de la antigüedad, léjos"de ceder á tales presiones, al mo- do de nuestro Cervet, cada vez se hacen y son, á tales atrocidades, más y más fuertes en sus convicciones, é im- pertérritos en su abnegación y ejemplar estoicismo. Val°-a en su lugar esta sencilla é inocente digresión, y sigamos nuestro orden cronológico de cordones sani- tarios; de nuestra doctrina sobre ellos y presentacion.de comprobantes á nuestro sentir, sobre los mismos. pedamos del délos franceses en el año 1812; pues. bien* aquel cordón sanitario, come otros, se trasformó luego ¿e ser formado en un ejército de invasión, que no nueremos recordar; que dió por resultado antes, como tal, el desorden más lamentable, la miseria, el abando- 66 522 no, el peligro y muerte de los enfermos; y después la aversión y horrible tedio, que es de historia y basta, para la buena inteligencia del lector. En aquella ocasión, por cierto, lo mismo que hemos dicho de otras horribles epide- mias, fué Barcelona, en España, un muy triste y dolo- roso ejemplo; en el que por cierto figuraron en primera línea, entre las víctimas, varios Doctores franceses, á quienes aquella patriótica, laboriosa y expléndida capital les consagró un notable mausoleo, que aún se ostenta en el centro de su lujoso cementerio. Los cordones sanitarios, bajo el concepto de su insti- tuto, debieran ser fuertes baluartes de preservación de unos pueblos con otros; murallas vivas efecftvamente de defensa del bien procomún público; mas, tales estos como decimos han llegado á trasformarse en los recientes y últimos tiempos, no son ya mas que unas murallas tan flexibles por cierto, á veces, qué ni de gauchú que fue- ran; pues no pudiendo abarcar exactamente el ámbito que se proponen, en todas sus inescrutables infracíuosi- dades, soluciones de continuidad y hueéos, á lo ratone- ras de campaña, lo que producen es, como por antonoma- sia, perjuicios tan inmensos, como casi inexplicables, por lo mismo. • Así sucédense á ellos por tal consecuencia las privaciones de los abastos públicos y de la confluencia mercantil tan importante en ellos, de las primeras mate- rias alimenticias y objetos de consumo, como hoy se dicen, los también llamados de primera necesidad. Cuando el mal contagioso que se teme ó se trata de combatir tiene su origen en el aire atmosférico, déjase comprender fácilmente la ineficacia en su contra, de los dichos cordón es sanitarios. Otras vec^sel mal que se te- me ó se deplora es dudoso; lo que casi siempre ocurre y entonces, á la inutilidad de tan falsas trincheras contra él, se agregan los perjuicios que producen, con la escasez y carencia luego de los primeros elementos de la vida; la miseria y la desolación consiguientes de los pueblos, que bajo su. presión se encuentr m ¿Rutarían ejemplos en Europa, y muy recientes, si no del dia, que citar en prueba de lo dicho?... Y, á propósito de lo mismo, nos interrogamos: ¿Han bastado jamás estos anómalos cordo- & 523 nes ó cuerdas de reducción especial, á contener epide- mias como la del cólera morbo?... No nos queremos con- testar, y por satisfecho deseamos se dé el lector con lo dicho; por aquello de «inleligenti pauca verba.» Políticos, pues, casi sino siempre ya, tales cordones sa- nitarios,no es de descender á sus apreciaciones en otro sen- tido, y así omitirse deben sus calificaciones de vigorosos ó débiles;-- de justo medio en ellos; de su debida justifica» cion^ en las medidas prudentes y de reserva; de la abs- tención de trato social de las jentes, por perjudicial; de esta prohibición continua ó temporal y de otros varios par- ticulares que les corresponden :pues tales precauciones, propias de sus naturales cualidades, son el antagonismo más evidente á lo visible y palpablemente nocivo á que han llegado hoy los susodichos; en dolorosa oposición al pensamiento benéfico que, al parecer, inspirará sus pri- mitivas creaciones. . Inútiles por lo tanto estas mal consideradas barreras de seguridad vital y salutífera, por la dificultad ó nuli- dad con ellas de las prácticas higiénicas, que tanto veni- mos aconsejando, en la profilaxis de la fiebre amarilla, viénese de corrido á deducir, que casi solo las mismas de- ben ser en lo regular, el áncora de salvación de su conta- gio; medidas higiénicas, como dijimos, que iniciar y apo- yar deben, precisa y cumplidamente las Juntas desani- dad de los puertos. Buena fé requiérese, en fin, y buen criterio en estas juntas para todo lo especial, y muy extenso de su cometido: é ínterin no tengamos la equivalencia, al menos, del Con- greso internacional que indicamos, es de rigor una muy sutil y sostenida suspicacia para la investigación de los agentes contrarios á su come ido. Regularidad y unifo mi- dad razonable pues y d..................... 93 Naturaleza................................................ 117 Epidemia, infección y contagio. ...,.......................... 147 Síntomas................................................... 236 Primer período.............................................. 236 Segundo período............................................ 241 Di 'gnóstico................................................. 252 Variedades ó formaste la fiebre amarilla...................... 274 Explicación de lo3 síntomas................................. 277 Diagnóstico diferencial....................................... 286 Curso, duración, terminación y pronóstico..................... 294 Anatomía patológica......................................... 304 Tratamiento ó método curativo............r.................. 336 Reáúmen del tratamiento curativo............................ 424 Profilaxis................................................... 450 Higiene pública............................................. 453 Lazaretos y cuarentenas.....................»................ 455 Inoculación..............................c.................. 514 Desinfectantes............................................. 616 Cordones sanitarios......................................... 619 ifclimatacion...............*........,...................... 624 ERRATAS IMPORTANTES. Páginas. Líneas. Dice. Debe decir. Carlo-Maerno....... Alejandro Magno. Seudo-profeta. . , . . . Semi-profeta. escuela.......... secnela. espurias. . .......espúreas. monografía........ nosografía. evidente trente...... evidente. linfáticos......... biliosos.' 24 7 38 10 44 14 77 30 204 39 334 5 394 3 y 4 3ÍL ' í'^' r-'*\» I $í** í*,..^'--^;.í/¿ ^E ^r *' fe# V ;S^%H <■ V . '■ * '•?- s"Vt-. * i *{* ,rV ' IV .