•£*' *>¿,w ;V'i 4^fc InPr "; .*« . '" . * 3» ir íoleglo de Arte*; y Olicios (Almagro1. ¿í VjSZh ^*ft*ft*íí t*IK*^¡*¡ ******** ***> l'¡**Ík Vf;»:»:«»:»!*.* ',w,^^^.ma^iWí1! >r*r*!t. »■ ? *■•■- fe.*- * ;*Í'X » v? ***** i i v,v» : ■ i ■ i $ i i- ) i :■ y i } i y > • j > ' i r > * i- í r ■ >- ¡r ) « ^ r í v * ; t r r- ¡f:*'|-- |- l -i ■ > ' ' ? fe. fe, *'-. V i * *; ■ 10 * i > f". fe *;'i *■; t. t 11- * r,; * fe, £•■ í 'X'XvX- Sft &W;',;;'i;;X fr************t f • * ***1 * *'*' *>-V»ItSS tí»!**»*» rSSSSSsS tWi »■ * í »■ í- i ».fe fe, *^*%1 i > ) * t r fe fe. fe. fe, 1 I > *■ I I fJJ*^^ /.ssssss **t>^ f • » ' X»M»i»Í>£•£**£* .* » * I*»*!*!*!1 t*« >!n » i > i t oofci;»-;»:» f\^ u CURSO DE HIGIENE PÚBLICA POR EL D.R EDUARDO WILDE Catedrático titular de Medicina legal y toxicologia en la facultad de ciencias medicas de la Universidad de la Capital y de higiene pública en el colegio nacional SEGUNDA EDICIÓN BUENOS AIRES C. CASAVALLE, EDITOR Imprenta y Librería de Mayo, calle Peni 115 1885 Cnlm) ADVERTENCIA Damos á luz la presente edición del Curso de higiene pública del Dr. D. Eduardo Wilde, corrijiendo varios pun- tos y alterando en parte la forma de la primera publicación que contenia la copia taquigráfica de sus lecciones en el Colegio Nacional de esta ciudad. Procedemos asi, porque algunas materias tratadas en aquel tiempo han debido ser variadas ahora, para acomo- dar su esposicion al estado actual de la ciudad de Buenos Aires, principalmente por lo que se refiere á las obras de salubridad en construcción y próximas á terminar. De esta manera damos á la obra un carácter mas perma- nente sin variar su fondo ni su estilo. El Editor CURSO DE HIGIENE PÚBLICA I. Nociones generales y definición—utilidad déla higiene pú- blica— acción de los gobiernos—ojeada histórica — MÉTODO Y plan del curso. Hay nociones que tienen su origen en los instintos de la especie humana, mas aún, de todas las especies animales. Entre estas nociones pocemos citar algunas que figuran en la medicina y la higiene. - En efecto: preservarse, cuidarse, hacer todo lo nece- sario para conservar la salud es á veces instintivo.- La mayor parte de nuestros actos, de estos que llamamos instintivos, son en realidad actos higiénicos y curativos para el que los examina con detención. La luz fuerte, por ejemplo, viene á herir nuestros ojos; sin pensar, sin decidir, pestañamos. ¿ Qué he- mos verificado ? Hemos verificado un acto higiénico y curativo á la vez, hemos hecho algo que sirve para impedir una nueva impresión y remediar la ligera irritación que se produce en nuestros ojos. ' Vemos venir en dirección hacia nosotros, un cuerpo, é instintivamente desviamos el nuestro, aun cuando no sospechemos que aquel cuerpo viene á tocarnos. ¿ Qué hemos hecho entonces ? Un acto de preser- vación. . Pero no se puede analizar tan minuciosamente las 1 cosas, y solo nos contentaremos en este caso con indi- carlas, para que se vea el origen de ciertos actos pre- servativos que ejecuta el organismo del hombre. ' No necesitamos, para recoger cierta enseñanza, sino acudir al juego de sensaciones instintivas, á estos mo- vimientos orgánicos que se verifican en nosotros, sin anuencia de nuestra inteligencia ni de nuestra voluntad/ Es evidente, pues, que estas nociones higiénicas mi- radas así, tienen la antigüedad de las especies zoológi- cas, son tan viejas como el primer animal que existió en la superficie de la tierra. 1 Lo mismo se puede decir de la medicina : no se pue- de señalar un .límite preciso entre la higiene y la me- dicina. ¡ Un acto que es preservativo, el mismo acto insigni- ficante y vulgar que hemos señalado, de pestañear, es á la vez higiénico y curativo; higiénico, porque sirve para preservar de otra agresión el órgano tan delicado del ojo, y curativo porque sirve para remediar la pe- queña irritación, que es, aunque momentánea, una ligera morbosidad en la vista. / Lo mismo que se dice de la higiene, puede decirse de la medicina. Hay también una medicina instintiva, y tan antigua como la especie humana, cuando menos. Los autores dividen la higiene en privada y pública. Esta división es mas de forma que de fondo, porque si nosotros meditamos, la higiene pública llega á contener, en términos generales, todos los datos que están conte- nidos en la higiene privada. La higiene pública se dirige á las poblaciones : la higiene privada sirve para los individuos ; pero podemos decir, haciendo una metáfora que se legitima muy bien, que una población no es mas que un individuo visto con un enorme lente, un individuo generalizado, un in- dividuo estendido. £ *¿ Tiene utilidad la higiene privada? ¿ Tiene utilidad la higiene pública ? ¿ Cuál de ellas tiene mas utilidad ? Vemos consignado en todas partes esto : que no se puede saber higiene pública, sin saber higiene privada, que no se puede aprovechar de las nociones de la hi- giene pública sin tener conocimiento perfecto de la hi- giene privada. Pero se dirá: ¿Por qué, pues, si esto es así, no se enseña mas bien higiene privada que higiene pública? Yo también he leído esta aserción muchísimas veces, pero tengo una convicción contraria. ' Los principios de higiene privada están contenidos capitalmente en los de higiene pública; quien enseña higiene pública, enseña de paso y sin decirlo, higiene privada./ Hay elementos de higiene privada que se sabe por instinto y casi no vale la pena de hacer de ellos una en- señanza especial; hé aht la razón que he tenido para decidirme á dictar mas bien un curso de higiene pública que uno de higiene privada ; pues si la higiene privada sirve al individuo para preservar su salud, la higiene pública le sirve no solo para esto, sino también para preservar la de sus semejantes. • Fijémonos en que podemos unas veces enfermarnos por culpa nuestra, y en otras circunstancias á pesar nuestro y á despecho de todos nuestros recursos, por la mala iufluencia de los que viven con nosotros. Luego, la higiene pública, considerada en su conjunto y á causa de su importancia, es para nosotros de muchísimo mas valor que la higiene privada.; Notemos, ademas, y esta no es la menor ventaja en países nuevos, en lo que todo está por hacerse, que la higiene p.'iblica sirve para prepararnos para la vida ad- ministrativa y darnos acceso á todos los puestos desde los cuales se dirige y gobierna la sociedad en que se vive. ITemos de ver mas [adelante, que no se puede tocar nada relativo ala administración, sin encontrarse inme- — 8 — t^ v diatamente con algo que es del dominio de la higiene pú- blica. Su enseñanza, pues, es indispensable. 1) '¿A quién está encargada, la dirección de la sociedad, por lo que respecta á la higiene pública? No puede ■ estar encargada á un particular sino á la autoridad ge- neral. Es el gobierno el que tiene que dirigirla, el que tiene que vigilar todo el terreno en que ha de ejecutar- se el desenvolvimiento social. Si se ha de vivir de acuer- do con los principios de lahigiene pública, no puede ser de otro modo, , La higiene pública es la higiene de los pobres. Si un individuo rico puede proporcionarse en su casa tedas las comodidades que necesita; si puede satisfacer su apetito, apagar su sed, cubrir su cuerpo, abrigarlo en invierno, preservarlo de la lluvia y de la intemperie; si puede asistir á los paseos en todas las estaciones, tomar aire, cambiar de clima y residir donde quiera; un indi- viduo pobre que vive en una población, no tiene los medios de satisfacer todas estas necesidades ó capri- chos, y ya para su alimentación, ya durante sus en- fermedades, ya en épocas de epidemia, reclama el am- paro de un poder cuyos actos sean trascendentales, que se ocupe de él, que haga las veces de protector para con él, que haga lo que hace un padre en su pro- pia familia con sus hijos destituidos de vigor y de medios. Este agente es, y no puede ser otro, que el gobierno, lo que se comprende fácilmente mirándolas condiciones de la vida, en cualquiera délas poblaciones civilizadas de nuestros dias. • Hay una, cantidad de prohibiciones que dependen, que tienen que depender, de un poder mucho mas fuer- te que el de un individuo. El habitante pobre en una población, no puede proveerse de agua buena, de pan bueno, de aire bueno, ni de buenas habitaciones. ^Es preciso, sin embargo, que el agua que se distribuya á la población sea pura ; que el pan tenga los elementos — 9 — alimenticios convenientes-, que las habitaciones sean salubres y bien aereadas. Pero un individuo pobre no puede ser constructor de su habitación, productor de su pan y proveedor de su agua, y como es necesario que habite bajo techo, que se alimente y que apague su sed, toca al poder público hacer, directa ó indirecta- mente, que el pobre tenga agua, pan y casa, diciendo: '" los edificios, destinados á las clases obreras, serán " construidos de tal ó cual manera; el pan pesará " tanto y el agua será gratuitamente distribuida en los " surtidores públicos. " Los pobres no pueden proporcionarse buen pan ; pero es necesario que no puedan proporcionárselo malo; y ¿cómo conseguirá esto el gobierno? Impi- diendo que se espenda pan malo ; vigilando su fabri- cación y reglamentando su peso.; Véase por estos simples ejemplos, la intromisión del gobierno en todas estas cuestiones, y cómo esa intro- misión viene á dar comodidades á los que no las ten- drían por sus esfuerzos propios, •En resumen, la higiene pública es la higiene de los pobres, y está y debe estar, á cargo de los gobiernos. Siendo la misión del gobierno á este respecto, cuidar de la salud del pueblo, sepamos qué se entiende por salud del pueblo. ! Nosotros no hemos de entender lo que se entiende vulgarmente, preservación de enferme- dades, impedimento á la importación y propagación de las epidemias ; nó, de ninguna manera; nosotros te- nemos que entender por salud del pueblo, todo lo que se refiere á su bienestar, y esto comprende todo lo que contribuye á su comodidad física y moral. ' Luego las palabras': salud del pueblo, quieren decir: instrucción, moralidad, buena alimentación, buen aire, precauciones sanitarias, asistencia pública, beneficencia pública, tra- bajo y hasta diversiones gratuitas; en fin, atención á todo lo que pueda constituir una exigencia de parte de — lo- cada uno y de todos los moradores de una comarca ó de una ciudad. ; Para hacer esto, ¿ qué necesita el gobierno? Nece- sita tener atribuciones, y estas atribuciones son forzo- samente invasiones al derecho de cada uno ; pero como no se puede vivir en sociedad sin ceder parte de los derechos individuales, tenemos que armar á los gobier- nos con aquellos poderes de que nosotros nos despo- jamos. No podemos hacer higiene para el pueblo, para la generalidad, sin limitar el derecho que tenemos, de disponer de nuestras cosas á nuestro antojo. Si posee- mos un terreno y conviene al interés público que por aquel terreno pase una calle, hemos de ceder de nues- tro derecho. Si tenemos un edificio demasiado alto y conviene al interés público que este edifi-.io sea demoli- do, tenemos que ceder de nuestro derecho. De manera que, bien miradas estas relaciones entre el poder social y el individuo, el derecho, en virtud del cual las autori- dades hacen higiene en los pueblos, permítaseme esta espresion, está constituido por atribuciones de verda- dera tiranía, cuando no son consentidas voluntariamen- te por todos los habitantes de un pueblo. Pero para conocer nuestra voluntad era necesario consultarnos, y ¿ en qué época se nos ha hecho semejante consulta ? ¿ Cuándo cada habitante fué interrogado sobre si hacia tales concesiones y respondió afirmativamente ? Jamas esplícitamente : la aceptación es tácita, pero no por eso es menos real, y en el hecho mismo de vivir en socie- dad hay un contrato, un convenio, en virtud del cual se* acepta todas las condiciones buenas ó malas de esa vida. Las atribuciones de que tienen que estar provistos los gobiernos, son, en realidad, un ataque á la libertad individual: pero un ataque que se traduce en bienes para la generalidad. — 11 — No hay la menor duda de que muchísimas de estas atribuciones son tiranías impuestas por la necesidad, y los ejemplos prácticos de cada di a, nos lo muestran pal- pablemente. El público tiene lacostumbrey el derecho de alarmarse. El público es ciertamente un menor de edad, con cuyos caprichos hay que transigir muchísimas veces, como se transige con los caprichos de los niños. No es racional, no es' fundado, no es científico, qne las alarmas cundan con tanta facilidad, como cunden entre nosotros y que porque se vea amarillo á un indi- viduo, se propagúela voz de que ha sido introducida la fiebre amarilla. No es racional que esta afirmación he- cha sin responsabilidad de ninguna especie, produzca lo que ha producido entrenosotros alguna vez: el secuestro de diez ó doce individuos, su prisión, su confinación en un sitio dado, la privación de su libertad durante quince ó mas dias, y todo lo demás que se comprende. Pero la autoridad tiene cierta responsabilidad en todo tiempo y ante una afirmación categórica, de parte de quienes no deben tener el derecho de equivocarse, se halla en la obligación de tomar sus medidas si no fundadas en algo real, alo menos disculpadas por la palabra de uno ó mas hombres de ciencia. Y si éstos no siempre pueden limitar sus temores ¿podrá hacerlo el público que no tiene termómetro para medir sus impresiones? He ahí como ese público exigente que protesta siempre, es el que da origen á esa tiranía impuesta por la necesidad y por las condiciones de vida de las poblaciones. 'La autoridad tiene que inmiscuirse en todo lo que se refiera al juego de vida social. Tiene que comenzar por inspeccionar los alimentos, que verlos sitios donde se comercia con el público, que reconocer las habitacio- nes y las vias públicas, que atender á los hospitales y entrometerse en todo lo que es materia municipal, ya — 12 — que todo ello es p/opiamente del resorte de la higiene pública. De todo lo que antecede, resulta una nueva definición para esta ciencia ó para esta parte de las ciencias médi- cas. ¿Cuál será esta definición? La siguiente: la higiene pública, es el arte de conservar y recuperar la salud de los pueblos. % La antigua definición se contentaba con la primera palabra ; nosotros le añadiremos de hoy en adelante las otras que la complementan. Siendo tal el propósito de la higiene pública, el higienis- ta debe gobernar é inmiscuirse en la confección de las leyes, de los reglamentos, de las disposiciones locales y aun de las convenciones internacionales, como se de- muestra cuando se recuerda todo lo que se refiere á me- didas sanitarias y marítimas, por ejemplo, que es todo ello materia internacional y materia higiénica al mismo tiempo. • ¿Por qué todo esto debe existir en la legislación? Porque existiendo en ella, tiene un carácter estable, por que es un mandato que impera constantemente y que evita la necesidad de tomar medidas de ocasión, siempre perni- ciosas; porque asi los pueblos tienen una legislación co- nocida de todos, que consulta los principios sociales y hace que cada nación pueda preservarse, y preservarse es siempre mejor que curarse. Monlau, dice con muchísima razón, que haría mayor bien á la humanidad el que descubriera el medio de evi- tar que en el sitio en donde tiene su cuna la fiebre ama- rilla ésta se produjera, que aquel que descubriera el me- dio de evitar la gran mortalidad que esta enfermedad causa. El que descubriera el medio de impedir el naci- miento del cólera en las orillas del Ganges, tendria mas gloria que aquel que descubriera el medio de curar á todos los atacados del terrible mal. [ Es tan importante para los pueblos, atenerse á las re- / — 13 — glas de higiene pública, que hemos visto ó sabemos por la historia, que poblaciones enteras han desaparecido á causa de las epidemias: Ha habido ciudades que han quedado desiertas por la mala influencia de los terrenos que las rodeaban, por las fiebres que en ellas germina- ban y á cuya influencia sucumbió toda aquella parte de la población que no pudo emigrar. «Nosotros tenemos noticia, de que poblaciones enteras, han sido traslada- das á grandes distancias, para evitar la mala influencia de los terrenos vecinos, y tenemos conocimiento tam- bién, de que la salud pública se ha modificado favora- blemente en todas las ciudades en que se ha hecho tra- bajos de salubridad. ¿Cuál será el campo de estos tra- bajos ? No solo purificando el suelo de la ciudad en que se vive, se consigue ventajas higiénicas para estas, sino también mejorando los alrededores, porque la influen- cia higiénica se comunica á través de grandes dis- tancias.! Pero preveo una observación que todos se harán en este momento: ¿las medidas higiénicas preservan en realidad á una población de epidemias? En su mayoría, los datos estadísticos sirven para con- firmar esa idea; pero hay noticias conocidas de todos que sirven para invalidarla. Tenemos hechos propios que podemos invocar. El primer cólera que invadió á Buenos Aires, dejó li- bre á Barracas, pues, según era pública voz y fama, no hubo allí cólera, si se esceptúa uno que otro caso de orí- gen dudoso. ¿Cómo era Barracas entonces? Era como lo habían puesto los saladeros. No se podia vivir allí á causa de los malos olores, debidos á la putrefacción de materias orgánicas, espuestas al sol y á la hu- medad. ¿Cómo se esplica esto? Un sitio malsano, declarado á priori tal por todo el mundo; un sitio sobre el cual la legislatura tomaba des - 14 — pues enérgicas medidas que llegaron hasta arruinar su comercio, para hacerlo salubre, desterrando los salade- ros, se vé libre de una epidemia, que debió hacer allí es- tragos, favorecida por las putrefacciones permanentes, en tanto que la ciudad vecina, limpia y cuidada en lo posible, cuenta sus muertos por centenares. Dicen, los que estudian la estadística á la luz de un principio muy general, que la mortalidad es sensible- mente la misma, dada una época, una comarca y una población; que la mortalidad en la tierra, no solo de hombres sino ele vegetales y animales, obedece á una ley natural y que, apreciando todas las circunstancias, se encuentra que la cantidad de materia orgánica vuelta á la tierra, por medio ele la muerte de los animales y vegetales es invariable, es decir, que los animales y los vegetales pagan un tributo al otro reino, al reino mineral, y que este tributo es sensiblemenle el mismo. Esto aplicado al estudio que nosotros hacemos ¿quer- rá decir que es completamente inútil tratar de preser- varse y de curarse ? ¿ Querrá decir que los higienistas y los médicos son inútiles, puesto que la mortalidad no depende de ellos, sino de las leyes naturales, que se aplican á la materia viva ó muerta con todo rigor ? ' Yo siento tener que decir que no tengo cómo contes- tar este argumento: perdóneseme esta franqueza: Podré solamente decir que reconozco su fuerza y que puede ser que la esplicacion de un hecho, que no podemos des- conocer, el de la influencia de los principios científicos sobre las sociedades y el aplauso con que son recibidos los preceptos higiénicos y los progresos en las ciencias médicas, dependa de que estos preceptos y estos pro- gresos, sirvan quizá para determinar una elección y por lo tanto, que el tributo que paga la materia viva, siempre igual, dadas las épocas y las aglomeraciones de entes vivos, pese principalmente sobre determinados indivi- duos á quienes les cabe en suerte un triste privilegio. — 15 — -Yo tengo la obligación de decir la verdad y no de ha- cer pasar como tal, lo que solo alcanza á ser una sos- pecha. Mucho de lo que aprendemos en los libros de medici- na é higiene, no constituye verdades absolutas; y por lo que respecta á epidemias, por ejemplo, tenemos que confesar que hay hechos que sirven paraflerrotar todas las teorías. Este por ejemplo : Venezuela tiene una comunicación frecuente con po- blaciones en donde existe casi permanentemente la fie- bre amarilla; y mientras tanto, según afirma un médico que ha vivido allí, la fiebre amarilla solo aparece en Ve- nezuela escepcionalmente y á la vuelta de largos pe- ríodos. .' Esto parece dar lugar á que se establezca la siguiente regla: el terreno, la posición geográfica, el clima y to- das las demás condiciones de Venezuela, pesan sobre ella como una ley en virtud de la cual solo puede tener lugar una importación de fiebre amarilla cada tanto tiempo. ¿ Cómo no se produce en otras épocas ? No lo sé, ni nadie puede esplicarlo. Véase lo que sucede entre nosotros mismos respecto á importaciones epidémicas. Apenas tenemos noticias de que hay epidemia en el Brasil, por ejemplo, estable- cemos cuarentenas, y nos quedamos muy contentos con saber que han sido impuestas; pues yo digo con la autoridad que me da el haber sido médico de sanidad y el conocimiento práctico que tengo de estas cuestiones : las cuarentenas son entre nosotros preservativos entera- mente ficticios; ellas son aplicadas principalmente á lo que quizá menos peligro ofrece. Fijémonos en lo siguiente: los elementos que produ- cen las epidemias, son y tienen que ser materiales, por lo tantos trasportadles en cosas materiales y mucho mejor en todas aquellas que por su naturaleza, puedan — 16 — encerrarlos y conservarlos, como son las frazadas, la ropa, los tejidos de toda especie, en fin. Supongamos, por\otra parte, un individuo que sale de un pueblo donde hay fiebre amarilla. La ha recogido en todo su cuerpo, en todo su bagaje, en sus vestidos, y hasta en su barba y cabellos. Llegado á iuiestro puerto sufre la cuarentena él y su equipaje: él, que ha viajado al aire libre desde que salió hasta que llega; él, que si no está enfermo no puede en- fermar á otros, él, que ha recibido el viento del mar que barre los miasmas; mientras que su equipaje viene en- cerrado con los miasmas que recogió, que son materia- les trasportables é importables. El bagaje queda empa- quetado durante la travesía y durante la cuarentena y solamente se. pone en contacto con la población sana y predispuesta para absorver los miasmas, en el mo- mento que el pasajero desembarca y abre sus maletas. En nuestros lazaretos no se aerea ni se lava la ropa. La curentena es, pues, hecha de esta manera, una precaución ficticia y ridicula; pero la población se que- da muy contenta con esa prescripción y se cree preser- vada. Después de tales reflexiones nos preguntamos, ¿vale la pena de hacer tan ingentes gastos para obtener un beneficio tan falaz? Con semejantes dificultades se tropieza en todas par- tes, al aplicarlos principios de la higiene: hacer una ciu- dad higiénica cuesta muchísimo; hacer una comarca hi- giénica es casi imposible. Pero las poblaciones no pueden cruzarse de brazos. Algo han de emprender, siquiera para mostrar su actividad y sus aspiraciones, y al enunciar esta idea, somos directamente conducidos á tratar de nuevo esta cuestión. • ¿A qué autoridad está encargada la higiene pública? Al Gobierno en las naciones, á la autoridad municipal en las ciudades. ¿Qué será entonces lo que deben saber los que han de — 17 - dirigir una población en la práctica de los principios hi- giénicos? Deben, á lo menos, saber higiene/, De aquí resulta que, para que un ciudadano se en- cuentre en aptitud de prestar servicios á su país, en es- ta materia, y de pertenecer alas corporaciones encarga- das de vigilar la salud pública, es necesario que tenga los mas estensos conocimientos. No es necesario que sea doctor en ciencias, ni que posea los detalles mas minuciosos respecto á ellas; pero sí, que tenga al me- nos conocimientos generales sobre las diversas mate- rias que son de su resorte. ■ En realidad, todo lo que nosotros aprendemos en la vida, no tiene mas que un objeto : hacer durar esta vida, en condiciones de comodidad y de salud.; Cada uno de los actos que ejecutamos, cada uno de los caminos que seguimos conduce á ese fin. Pero no hay una ciencia única que enseñe á vivir cómodamente y con salud, porque ese es ^n resultado que emana de todos los componentes de la vida íntima y social. Si no hay tal ciencia no podemos estudiarla; pero los conocimientos se mezclan y van confundiéndose desde el nacimiento hasta la muerte, brotan de los instintos y de la esperiencia y se aprende, viviendo, esa ciencia úni- ca que no está escrita en los libros y que confunde al maestro y al discípulo en un solo individuo. En esta multiplicidad de orígenes, nada hay que desdeñar y ja- mas nuestro repertorio está completo. Aprendemos hasta de los animales: cuentan que una cabra enseñó con su ejemplo á operar cataratas; los animales que se re- vuelcan hacen gimnástica curativa, y de las gallinas podemos aprender como se debe criar á los hijos, cómo se les debe proteger cuando son tiernos y desamparar después, para que busquen carrera. No exigiremos de nuestros gobernantes que conozcan teóricamente las ciencias naturales, ni que conozcan las — 18 — costumbres de los animales para sacar de ellas útiles lecciones; pero sí les exigiremos, que tengan los cono- cimientos suficientes para dirigir al pueblo por el ca- mino que conduce á la salud y á la comodidad. / La historia de la higiene es la historia del género humano. Los legisladores se han preocupado en todos los tiem- pos, de todo lo que se refiere á la higiene pública. Esta ciencia, este arte, ó este trozo de ciencia ó arto, ha comenzado como todos los demás, por ser una co- lección de datos. Pocoá poco se ha estendido el cam- po de los conocimientos sobre esta materia, y cuando el número de preceptos ha sido bastante grande, ella se ha destacado de los conocimientos generales para for- mar una ciencia aparte. Pero ¿cómo se na ido adquiriendo estos conocimien- tos ? Siempre tras de una esperiencia, siempre en virtud de un hecho acaecido, siempre después de una lección recogida, .' Nosotros no sabemos las prácticas antiguas, á lo menos las antiquísimas ; pero sabemos que en todos los tiempos la higiene ha hecho parte de la legislación. Los gobiernos han aceptado diversos sistemas para hacer imperar su voluntad ; pero en todos los sistemas adoptados por ellos, h.¡y siempre una parte que corres- ponde á ia higiene pública. La higiene asume por esta circunstancia el papel de principio político, internacional ó religioso. Si se toma las leyes de Moisés, que todavía imperan á pesar de su antigüedad grandísima; si se examina los códigos antiguos, si se lee el Coran ó se consulta la le- gislación en cualquier época de una nación, se encon- trará prohibiciones y prescripciones referentes á la higiene pública. Nuestras mismas prácticas de cristianos, son en — 19 — parte prácticas higiénicas, como lo revelan las abstinen- cias y los ayunos. En otras naciones que no profesan la religión cató- lica, hay también prohibiciones, que manifiestan mas francamente tadavía cuánto se han preocupado los le- gisladores de los medios higiénicos. Las reglas de los judíos, las leyes griegas y romanas y hasta los trabajos públicos de estas históricas nacio- nes establecen la verdad que afirmamos. Se sabe, por ejemplo, que en Esparta los niños débi- les eran sacrificados. ¿ Se perseguía acaso con esto un fin puramente político ? Nó; se buscaba ante todo un objeto eminentemente higiénico. El fin del legislador era hacer una población fuerte, constituida por hombres vigorosos; era destruir los elementos que podían dar malos gérmenes, gérmenes enfermizos, que perpetuaran razas de desgraciados, que serian en todo tiempo una carga pública. 'En Roma encontramos determinaciones legislativas relativas al fomento urbano, á las vías públicas, á las costumbres y á las fiestas populares, que nos demues- tran la preocupación de esta civilizada nación sobre materias que son del resorte de la higiene pública. Sin embargo, en esto como en todo, hay también algo que observar de contrario. Ciertas prescripciones re- ligiosas han favorecido la perpetración de verdaderos crímenes contra la higiene. Estos viajes que hace el cólera por todo el mundo, son debidos á una práctica religiosa. ; He leído, y hace muy poco tiempo, que durante las peregrinaciones, al llegar á cierto sitio, los peregrinos tienen la obligación de bañarse en un reducido espacio de cierto rio y se bañan en la misma agua casi estan- cada miles y miles de peregrinos. El agua queda en las mas repugnantes condiciones, cuando se han su- mergido en ella tantos cuerpos humanos, después de — 20 — recoger el polvo del camino, que se concreta en la piel á favor del sudor y de los efluvios orgánicos. Muchos no pueden continuar la peregrinación, porque se en- ferman y se mueren. Sus cadáveres quedan en las ori- llas del rio; en las crecientes son mojados por las aguas de éste, que después se retira para dejarlos en una putrefacción sui géneris que proporciona los pri- meros elementos del cólera. De ahí parte, según dicen, el terrible azote. Los gobiernos de' Europa se han preocupado de este asunto importantísimo repetidas veces, sin éxito hasta ahora. Es tan difícil triunfar de la barbarie que se funda en las creencias religiosas! Ya se ha intentado varias veces impedir estas pere- grinaciones, y en todos los tratados y convenios inter- nacionales se encuentra consignados los esfuerzos que se hace con ese objeto. Todos los hombres saben teóricamente cuánto vale uno de ellos ; pero no pueden convencerse de que el valor de un hombre sea tan grande que les imponga ciertos sacrificios. Si tal convicción existiera, todas las ciudades habitadas serian modelo de higiene. En la Europa misma se notan diferencias grandes, en los acuerdos higiénico- que se toma, según los países y los medios de que disponen. En Londres se han convencido todos, de que es ne- cesario aplicar un sistema de tubos, en el suelo, para quitarle la escesiva humedad que tiene. Lo han he- cho, y han visto que con ello ha disminuido la mor- talidad y el número de tísicos en los barrios someti- dos á esta mejora, y por lo tanto en la ciudad. En Holanda y en Bélgica los hospitales y las casas en donde se presta socorro á los pobres, son mucho mas atendidas que en España, por ejemplo, y que en Francia. Bastan las dos citas hechas para probar que allí, en la Europa misma, hay partes en donde se tiene mas en I - 21 - cuenta el valor de la vida y la influencia de los princi- pios de higiene. Estas diferencias muestran cuan difícil es apreciar el beneficio de la higiene pública sobre cualquier indivi- duo, y cómo siendo ese beneficio en varias circunstan- cias problemático, cuando se trata de hacer un sacrificio por un bien que se vé muy lejano, las poblaciones se muestran poco entusiastas. De aquí resulta una gran dificultad para que los pue- blos verifiquen lo que la higiene aconseja. Esto nos servirá de disculpa para cuando lleguemos á tratar de nuestro estado higiénico y tengamos que se- ñalarlo como uno de los mas deplorables, á pesar de nuestros esfuerzos. La higiene pública se ha llamado medicina adminis- trativa, medicina política, higiene legislativa, higiene social, higiene legal, etc. Es evidente que hay una relación entre los gobiernos y la medicina, es decir, entre el poder social y la medi- cina en función.. Si llamamos á estas relaciones medicina política, ésta puede ser dividida en dos partes, que son : la higiene pública y la medicina legal. Esto estaría conforme con las denominaciones de muchos autores; pero yo, á la par de otros, creo que la higiene pública no es mas que una rama de la medicina legal. Busco en cualquier momento, la acción de un higie- nista y encuentro siempre una función médico-legal que se ejercita delante de una autoridad. 09 __ Si no se pretende que las ideas de un higienista no pa- sen de teorías y se queden encerradas en su cabeza ú ocultas en los iibros de su biblioteca, toda vez que un conocimiento higiénico deba convertirse en algo prácti- co, habrá de ser presentado á la autoridad que ha de aplicarlo. Luego, pues, todo acto de médico higienista, es un acto de perito que sirve para instruir á la autoridad, enseñándole el modo cómo ha de proceder en circuns- tancias dadas. ¿ Y cuándo tendrá un principio higiénico su título so- cial y su valor práctico ? Cuando se convierta ó pueda convertirse en ley. Esta ligera reflexión sirve para hacer ver cómo toda la higiene pública, tiene que entrar necesariamente en el cuadro de la medicina legal. De lo contrario, no se comprende sus funciones. Pero hacer que la higiene pública sea parte de la me- dicina legal ¿es acaso quitarle su mérito? De ninguna manera, como no se quita el mérito á un astro cuando se lo señala como parte de un sistema de mundos cono- cido ó desconocido. Todas estas denominaciones de que hemos hablado no conducen á nada : no son mas que nombres que fa- cilitan el estudio por medio de la división metódica. Pero ¿ puede marcarse con toda seguridad los límites de la higiene pública? ¿ Puede marcarse el límite que la separa ele las demás partes de la ciencia ? No, por cier- to, ni es necesario hacerlo. Muchísimos autores han perdido su tiempo en desig- nar y en detallar planes sin un objeto práctico. Ya se ha pasado el tiempo en que los sabios emplea- ban sus horas en hacer clasificaciones, sin llegar nunca á hacerlas verdaderas é inatacables. Los que se dedican á estudios científicos saben cpie de cada enseñanza, lo que menos se conserva es la clasificación, el índice délos libros. Nadie sabe el índice aunque sepa le que contiene el libro. La clasificación, si bien es útil para la división de los estudios, se pierde siempre en la práctica. Lo único que importa, es tener conocimientos relacionados. Si es imposible hacer una clasificación metódica y útil, no seremos nosotros quienes acometan la tarea en la mate- ria que vamos á estudiar. Los límites de la ciencia como los de la luz, son difusos. No se pasa nunca' de la luz á la sombra, como si es- tuviesen divididas por una línea matemática. No, señor : la luz, como la ciencia, tiene su penumbra y hay en ella como en los conocimientos humanos, una especie de mezcla, en lacjue cada elemento es comienzo y fin de otro elemento. Tengo por tan verdaderas estas ideas que me es agradable recordar algo que viene en su apoyo. Los que han estudiado química, saben que los quími- cos son hombres científicos, que si bien se preocupan de clasificaciones y de métodos, pueden presentar como un timbre de gloria, el no tener hasta ahora, ninguna clasi- ficación ni método que valga la pena del trabajo que ha costado. Ello es tan cierto, que el primer tiempo de estudio de esta ciencia, es tiempo que se emplea en no entender cosa alguna. Cuando yo estudiaba química, pasé mi primera época atormentado por los caprichos de un ca- leidoscopio tan lleno de novedades y no entendí una palabra hasta llegar á las leyes de Bertholet, que no se hallaban precisamente en el principio del libro y que, como se sabe, son las que descorren el velo ante los ojos del estudiante. ¿ Habrá alguien que sostenga cuas es un buen método — 24 — el que obliga á estudiar seis meses sin entender una palabra ? Y sin embargo, nosotros nos guardaremos muy bien de rechazar los métodos y clasificaciones de la enseñan- za moderna que pone la llave para entender las cosas en la mitad de un curso. Tal es la suerte de muchos métodos didácticos. Después de lo que acabo de decir, me queda que anun- ciar que, en materia de clasificaciones, no adoptaré ninguna ; que diré al tratar las cuestiones higiénicas. todo lo que sepa, en un orden cjue me parezca metódico, sin empeñarme en clasificar. Así trataré de la higiene municipal; trataré del sitio en donde estamos, de la ciudad que habitamos, de lo que nos toca mas directamente, de la luz, del aire, del agua, del suelo; hablaré de los cementerios y lo haré de una manera especial por la importancia que ellos tienen sobre la salud pública. Trataré de la higiene industrial, como íntimamente vinculada con la higiene de las ciudades ; mencionaré la instrucción y la alimentación públicas y concluiré el es- tudio hablando de la población. En todo espondré cuanto se haya adelantado hasta ahora y sepa sobre la materia. Quizá algunos no estén preparados para sacar todo el provecho que seria de desear de lecciones de esta especie. El estudio no es fácil, ya que todo acto social puede ser traducido en higiene pública y ¿quién, por grande que sea su inteligencia, pretenderá entender todos los actos de una sociedad, convertida en individuo, para los objetos de la higiene ? Toda ciencia de relación como la higiene, tiene gran- dísimas dificultades; así esta no forma cuerpo de doc- trina, y por lo tanto, no se puede establecer en ella un — 25 — principio fijo del cual se desprendan todos los demás. Conforme vayamos estudiando todo lo que se refiere á estas grandes agrupaciones llamadas ciudades, ire- mos deduciendo algo que nos importa dejar establecido, y es que para administrar un municipio se requiere te- ner vastos y generales conocimientos, principio que te- nemos desterrado de entre nosotros. II Urbanización—Causas de las agrupaciones — Ubicación de las ciudades —Estensiox y población— Via pública. Vamos á tratar de la urbanización. Si fuera posible vivir aislado, ello sería mucho mejor para la higiene, pero las necesidades del hombre son superiores á sus fuerzas individuales, lo que esplica^el origen de las sociedades. Ademas, hay en el espíritu humano una tendencia á la sociabilidad. 9 ¿2c«. .r- Nadie puede encerrarse en sí mismo. En la historia apenas figuran unos cuantos hombres que han conse- guido, en un aislamiento casi completo, nutrir su in- teligencia con vastos conocimientos. Las ideas son como los frutos : necesitan semilla para brotar y terreno en que ésta se fecunde. En el aislamiento no podemos sacar de nuestro pro- pio fondo todo lo que sirve para satisfacer nues- tras necesidades intelectuales. No solo debemos cuidar nuestro cuerpo sino también nuestra moral, nuestro ser pensante. Pero aun cuando no tuviéramos ningún cuidado que lomar por nuestro elemento intelectual para atender á nuestro propio cuerpo, no sería bastante nuestra fuerza ai slada. Por eso el hombre busca el medio de vivir en con- tacto con sus semejantes.\ Por eso mismo, si descen- demos en la escala de los seres y examinamos las — 27 — costumbres de todos los animales, aun entre ellos en- contraremos, en mayor ó menor grado, el espíritu de sociabilidad y la ayuda mutua que se prestan. El objeto principal de la población es proporcio- nar á cada uno de los habitantes el mayor número de goces legítimos y compatibles con su organización. Al pasar del estado salvaje al estado civilizado, ha ha- bido que tomar en cuenta la necesidad de la defensa, la cual ha determinado estas agrupaciones, que han ido creciendo poco á poco y se han convertido en pueblos. En el estado actual tenemos que vivir en ciudades mas ó menos pobladas y preferimos establecernos en las grandes poblaciones. ¿Porqué? Porque allí hay mas recursos, lo que cpiiere decir : mayor comodidad y facilidad para satisfacer todas las necesidades. Pero las grandes poblaciones son malsanas, y si bien en ellas es fácil mejorar de habitación, no lo es en la nación cambiar de pueblo. La^ dificultades de verifi- car este cambio acarrean la obligación de mejorar las condiciones higiénicas del pueblo en que se vive. t' Indudablemente una casa sislada en el campo presen- ta mayores ventajas para la salud que uqa casa in- crustada, metida en el centro de una ciudad populosa. Si pudiéramos dejar las casas de la población cuando tuviéramos vc.untad de hacerlo y obtener las mismas comodidades en el campo, habríamos llenado una parte de las exigencias de la higiene. Pero no podemos hacer tal elección, porque la natu- raleza de la sociedad impone, cuando menos, una vida mezclada, podemos decir, una vida de la que una parte se pasa en el campo, lo que es ya una inmensa ventaja. 'La vida en la ciudad es esencialmente diferente de ésta. En la primera, á la cual por ahora me concreto, to- dos los hombres no solo necesitamos alimentarnos, vestirnos y trabajar, sino también satisfacer otras exi- 28 — gencias, que llamaré morales. \ No podemos reducir siquiera el límite de nuestras relaciones que nos obligan á hacer vida social; no podemos aislarnos, no digo completamente, ni medianamente. En los pueblos chicos no se pueden obtener los bene- ficios de la educación, porque en ellos no hay univer- sidades, no hay liceos, no hay medios de proporcio- nársela; y como es necesario que durante la época de crecimiento y de vigor nos dedicpaemos al estudio, los hombres que aspiran á ocupar una posición distinguida en la sociedad, tienen por lo menos que pasar su juven- tud en las ciudades. Si las ciudades son nuestra residencia forzosa, exa- minemos, pues, nuestra casa y preguntémonos qué condiciones exige el higienista para una ciudad. De- bemos ante todo elegir el sitio en que nuestras ciudades han de ser edificadas. ¿Se ha elegido tal sitio alguna vez? Yo creo que si se tomara un número cualquiera de ciudades y se fuera á averiguar las causas que moti- varon su ubicación, no se encontraría racional bajo el punto de vista de la higiene una sola de esas causas. Se encontraría razones de conveniencia, pero de nin- guna manera razones de higiene. v Si hubiéramos de tener en cuenta solamente las ra- zones higiénicas, elegiríamos para nuestras ciudades una región templada en un terreno que formara colina, cuya pendiente mirara hacia el Levante ó Mediodía: que no estuviera lejano de bosques, que tuviera veci- nas las aguas y se hallara muy lejos de pantanos.' Hé aquí someramente indicadas las condiciones que debe tener un terreno en que se edifique una ciudad; pero, como he dicho ya, ninguna ciudtad, ó muy po- cas, no podria señalar en este momento ninguna, han sido fundadas en atención á estas .-o.tsi leraciones. 'Las ciudades han crecido al rededor de los puntos — 29 — en donde se establecieron los primeros habitantes que descendiendo á una tierra desconocida se agrupaban allí, donde podian de una manera mas fácil proveer á sus necesidades; allí donde un bosque, una peña, un torrente, un rio ó cualquier otra cosa, les presentaba alguna comodidad ó medios de defensa contra los mo- radores salvajes, si los habia en el territorio á que llegaban. ; Asistiríamos, pues, si hiciéramos esta revista, á la cuna de todas las ciudades, y veríamos que jamas una razón higiénica indicó el sitio en que debia verificarse la instalación de los primeros habitantes. Una vez que hay en un punto un grupo de indivi- duos, al rededor de ese grupo se radican nuevos inte- reses que van desarrollándose á medida que crece el número de pobladores. 1 Una ley, pues, dependiente de la naturaleza de las cosas, preside á la formación de las ciudades. Báste- nos para probarlo de un modo fundamental pensar en lo siguiente: La población es un individuo múlti- ple que no tiene un solo pensamiento, que está com- puesto de varias generaciones que sucumben y se des- hacen progresivamente y la sociedad, sin embargo, va creciendo como si fuera dirigido este crecimiento por una sola inteligencia. Pero si bien las ciudades no son fundadas teniendo en cuenta las razones higiénicas, en un sitio que el hi- gienista elige, lo cierto es que la contravención á sus indicaciones suele causar la destrucción de las ciu- dades. Han desaparecido de la superficie de la tierra pue- blos como Pompeya y Herculano, tragados y abrasa- dos por las cenizas de los volcanes. * Lisboa, ha sido deshecha una vez casi completamente por un terremoto, y en nuestros tiempos, en lo que está al alcance de nuestro recuerdo, podemos citar la ciudad — 30 — de Mendoza enteramente destruida por otro. Lisboa y Mendoza, apesar de la terrible lección, han sido edifica- das en el mismo sitio. Se dice que el hombre es el animal que mas aprovecha de las lecciones de la esperiencia. Yo digo que el exa- men de las sociedades nos muestra al hombre rutinero y terco para abandonar sus costumbres. Para enseñar algo nuevo á una sociedad, es preciso que se destruya una generación por lo menos. 'Un terremoto voltea á Lisboa y los pocos habitantes que quedan, vuelven á fundar la ciudad en el mismo si- tio ; otro terremoto borra de la superficie de la tierra la ciudad de Mendoza, y los pocos habitantes que quedan, empecinados, vuelven á edificar la ciudad en el mismo sitio y espuesta á los mismos peligros á que estuvo es- puesta antes. -, Los hombres como los castores, hacen hoy sus casas como las hacian ahora cinco mil años. ¿ Se quiere una prueba mayor de nuestra rutina? Felizmente no en todas las circunstancias olvidamos las lecciones de la esperiencia. Se cita en la historia al pueblo de Salapia, que fué trasladado á 7 quilómetros de distancia, para evitarla influencia maléfica de los terrenos vecinos. wSi hubiera de'fundarse una ciudad por las indicacio- nes de un higienista, debería consultarse la elevación, la esposicion, la dirección de los vientos, la cantidad de lluvia que cae sobre el terreno, las influencias atmosfé- ricas á que esté sujeto y la especialidad local de todos los modificadores estemos de la salud, i Aceptando los hechos y no pudiendo elegir el sitio ni llenarlas otras condiciones que exige la higiene respecto á la ubicaeaon ¿ que se hará con las ciudades actuales ? Se comprende perfectamente, que es de todo punto inútil andar declamando contra los males que soportarnos, cuando no se puede señalar los remedios ; con esas — 31 - declamaciones, lo único que se hace es perder tiempo. El hecho es que hay ciudades mal edificadas, mal situa- das y con muchísimos inconvenientes. ¿ Qué se hará, pues, para poder vivir en esas ciudades de una manera conveniente ? ¿r ' ¿ Qué base adoptaremos nosotros, para mejorar una ciudad ? Ante todo, es preciso cpie pensemos en la estension qne deben tener las ciudades. Esta estension, debe estar en relación con el número de habitantes. Si esa relación ha de existir, nosotros admitiremos, que cada habitante disponga por lo menos de 40 metros cuadrados para su persona. > Entonces fácil sería calcular, tomando en cuenta la población, el número de metros cuadrados que debia tener un municipio. Las ciudades necesitan terreno en que esplayarse y no deben estar rodeadas por una cantura de murallas, como encerradas en un corsé, porcme todo cuerpo, y este es un cuerpo social y comprimido de una parte, tiene que buscar espacio en otra. Así se observa que todas las ciudades rodeadas de muralla, crecen en altura. Se observa también eme en ellas las casas que están cerca de las murallas, son muy malsanas, que son húmedas, que en ellas la mortalidad es mucho mayor y que su aire es impuro y fétido. •Tenemos, pues, que en una población comprimida en una área dada de terreno y que crece en altura, la sec- ción de atmósfera que todos los habitantes respiran, es siempre la misma, y por eso es tanto menos vivificante, cuanto mayor es el número de los que moran en la ciudad. ¿ Es conveniente que haya grandes ciudades, que és- tas tengan tres, cuatro millones, dos millones, un millón ó quinientas mil almas ? Los higienistas no están con- formes con este crecimiento exagerado de las poblacio- — 32 — nes, pero tienen en este caso, que contentarse con la estéril declamación.¿ Los pueblos no oirán nunca nues- tros consejos, porque no tienen un oído, y un cerebro ; son sugetos que varían y entre los cuales los principios se trasmiten difícilmente. En vano dirán los higienistas : no hagáis ciudades grandes. Faltará siempre el sugeto que las limite, por- • que los pueblos no crecen por la decisión de sus habi- tantes, sino por la influencia de leyes ele otro orden. Un industrial establece una fábrica. Al rededor de esa fábrica se edifica viviendas para los obreros. ¿ Qué ley escrita ha determinado que esto sea así ? Ninguna. El interés ha creado necesidades y ha agrupado pequeñas poblaciones ; nada más. Por lo tanto, criticar á Londres que sea grande, es criticarle que sea industrial ; criticar á París que sea populosa, es criticarle que tenga la inmensa atracción con la cual consigue hacerse visitar de todos los viaje- ros é imponer un tributo al mundo entero, pesando caprichosamente sobre él con su lujo, con su novedad, con sus encantos, siquiera sean pasajeros ó ficticios. Criticar á Berlin, á Roma que sean grandes, es incurrir en la misma aberración. Los pueblos no tienen la culpa de ser grandes, son las necesidades sociales las que los hacen crecer. * Por estelado pues, no podemos tampoco hacer nada ; pero ya que es necesario que digamos nuestra opinión respecto á la magnitud de las ciudades, diremos : un pueblo que tenga más de cien mil habitantes ya es muy incómodo. Generalmente una población que tuviera cincuenta mil almas, podría estar dotada de todo lo que se necesita para la vida civilizada, y adviértase que esto sería v económico con relación á las exigencias higiénicas. Diversas agrupaciones de esta especie, en un gran territorio, darían nacimiento á un comercio en alta — 33 — escala, que determinaría el aumento de la riqueza, sin traer los inconvenientes de las grandes aglomeraciones. Los economistas muestran que con poblaciones tan grandes como las que tenemos ahora, no hay capital municipal que baste para llenar los servicios que exigen. ¿ Qué exigentes no serán estas poblaciones en tiempos de epidemia ? Si nos ponemos á pensar un momento, en que es necesario limpiar un enorme territorio, estraer las ba- suras, arrojar lejos los líquidos llamados servidos, sacar los escrementos de los animales, alumbrar toda la ciudad, construir y atender hospitales, cuidar los enfer- mos, enterrar los muertos, proveer de agua, vigilar las fábricas y criaderos, y no descuidar, en fin, cuanto atañe al bienestar déla sociedad, no encontramos en realidad capital bastante para tamaño servicio, y esto es tan cierto, que no hay actualmente en todo el mundo una sola ciudad en la que los impuestos municipales basten pnra llenar las legítimas exigencias del público. Es cierto, las grandes ciudades hacen esfuerzos colo- sales por atender á su higiene, pero estos esfuerzos no las acercan ni con mucho al ideal de los higienistas. Las municipalidades de las grandes ciudades tienen muchos obstáculos con que luchar, entre otros las aber- raciones de la población. En Europa los males que de ello resultan pueden ser vistos como por vidrio de aumento. Las grandes ciu- dades atraen álos pobres y perdularios, como el iman á »los cuerpos ligeros. ' No hay individuo que encontrándose meelianamente mal en su provincia, no vaya á la capital á caer como un aereolito sobre un pariente, sobre un conocido ó un amigo. En todas partes sucede lo mismo. En París, en Londres, en Buenos Aires, el provinciano que á fuerza de trabajo se ha formado una posición, puede - 34 — contar con que tiene que satisfacer á todas las exigen- cias de la familia que dejó en su provincia. Pero supongamos que no se trate de parientes ni amigos; todos es-tos individuos que van alucinados de las pequeñas poblaciones á las grandes ciudades, son verdaderas exacciones para las municipalidades. Son ellos los que llenan las cárceles, los que ocupan las camas de los hospitales, los que duermen al aire libre, los que aumentan el número de los rateros y de los criminales, porque la necesidad es urgente, el ham- bre apura y todos estos individuos tienen que satisfa- cerla de alguna manera. * Así los que emigran délas provincias á las ciudades, atraídos por el brillo de éstas, ó seducidos por lecturas que han hecho, en busca de diversiones, de alegrías y de placeres, pagan cara su fantasía; la pagan muchas veces con sus vidas, cayendo abatidos por la miseria y los pesares en el terreno á que fueron en busca de felici- dad y de goces. | Si se hace la estadística de los que mueren tísicos, reumáticos ó afectados de otras enfermedades, en los hospitales de las grandes poblaciones, se encuentra que corresponde un número grandísimo á los que han venido de otra parte, en busca de colocación, como si ello fuera tan fácil en las grandes capitales, donde has- ta los eme nacen en ellas y cuentan con un número crecido de relaciones, encuentran dificultades, muchas veces invencibles, para abrirse camino. Y no es el menor deber el que tienen que llenar las autoridades locales respecto á esa población afecta á emigrar; ellas deben hacerle saber los peligros que corren en las gran- des ciudades y la dificultad que ha de sentir en ellas para proporcionarse lo necesario para la vida. » Así muchísimos hombres que en sus provincias hu- bieran podido pasar tranquilamente sus dias, sin aspi- raciones y sin medios de satisfacer otras que las com- — 35 — patibles con la modestia de su cuna, no vendrían á morir víctimas de su ambición, en los hospitales de las grandes ciudades. • Es incalculable el número de oficios que esta pobla- ción nómade tiene que inventar, para satisfacer su ham- bre. Grupos de pordioseros, dicen los libros, se for- man en las grandes capitales para comer á espensas de su salud, haciendo toda clase de oficios. En Paris y Londres, estos infelices se alquilan para secar con sus cuerpos, durmiendo sobre el suelo, las casas recien edificadas, allí donde el sol escaso no se apura á llenar los deseos de los propietarios, que no quieren habitar húmedas sus viviendas. Todos estos vagos, estos infelices sin oficio y sin co- locación, son parásitos de la industria, porque viven á espensas de los que trabajan; son una carga para la riqueza pública; si son sanos consumen y no producen, si se enferman acuden á los hospitales cuyo sosten cuesta á los pueblos sacrificios inmensos. ¿En qué se invierte los tesoros municipales? Las menores partidas corresponden al alumbrado público ó al ornato público, las mayores á los hospitales, á la asistencia gratuita, al mantenimiento de las cárceles, de la policía urbana y de los establecimientos de benefi- cencia. Hecha esta ligera revista se comprende todos los es- fuerzos que tienen que hacer las municipalidades para salvar tamañas dificultades. No se puede vivir como lo sueña Motard; él querría que pasáramos la niñez en una pequeña población, en el campo si fuera posible; la juventud en las ciudades un poco crecidas, donde hubiera universidades, liceos, en fin, elementos para la instrucción; la virilidad en las o-randes poblaciones donde pudiéramos dar á nuestra patria, los frutos de nuestra inteligencia y trabajo, y la vejez, por último, en una pequeña aldea, entregados á — 36 — los estudios amenos de literatura, al cultivo de la tierra en pequeños jardines y á los goces de una vida patriar- cal. Pero se comprende muy bien que de diez millones de habitantes de un pueblo no habrá quizá cincuenta que se encuentren en condiciones de verificar'tan bello pro- grama. Con estas pretendidas compensaciones de la naturaleza, ocurren cosas rarísimas. Regularmente se llega á adquirir fortuna y por lo tanto medios para proporcionarse goces, cuando ya no se tiene con qué gozar. Es raro encontrar un joven rico por su trabajo y que haya adquirido en la lucha por la vida, bastante juicio para aficionarse al programa de Motard, mien- tras que son muchos los viejos que podían emplear su fortuna en satisfacer sus deseos y sus caprichos, si na- tural y desgraciadamente, no ocurriera que en la edad avanzada, se pierde la aptitud para los goces, se pier- de el entusiasmo y ese gusto esquisito que en la juven- tud da sabor y belleza á todo lo que nos rodea. * ¡ Así es el mundo ! Entre las ciudades de mayor número de habitantes y que en el año 1872 arrojaban las cifras mas interesantes para nosotros, podemos citar á Londres, que contenia tres millones de almas, habiendo sobrepasado esta cifra en algunas épocas, á estar alo que afirman datos auto- rizados; á París eme tenía dos millones; á Constanti- nopla con un millón y seiscientos mil habitantes; á New-York con un millón ; á Berlin con setecientos mil; á San Petersburgo con seiscientos mil; á Viena con quinientos mil; á Madrid con doscientos noventa y ocho mil; á Ñapóles con cuatrocientos cincuenta mil; á Buenos Aires, por fin, que en 1869 tenía ciento cin- cuenta mil habitantes y que ahora, según los cálculos de la gente entendida en esta materia, tiene como tres- cientos mil. Se dice que la actual ciudad de Londres tiene cerca de cinco millones; París dos y medio, y algunas de las — 37 — otras ciudades mencionadas, un aumento considerable. La planta de la ciudad de Buenos Aires está con poca diferencia de acuerdo con el principio que hemos senta- do, respecto á la estension del terreno de que debe ! disponer cada individuo. No he hecho el cálculo exacto, porque no tengo la medida exacta del municipio; pero creo que esta es una de las ciudades en que se dispone de mayor cantidad de terreno, y en que hay menos edi- ficios altos, pues se observa que saliendo un poco del . centro, se encuentran calles enteras en donde son rarí- simas las casas de altos. t Edificación.—La edificación no se hace tampoco obe- deciendo á razones higiénicas. En esto encontramos, como en la ubicación, los mismos motivos del mal. La edificación se amolda mas bien á las necesidades, á la ignorancia ó álos caprichos de los propietarios. ; Es frecuente oir quejarse á los arquitectos de las exi- gencias que con ellos se tiene. En vano observará el arquitecto que no puede, que no debe hacerse tal edificio como lo quiere el dueño del terreno, que su idea es con- traria á las reglas de la arquitectura. El que manda hacer una casa tiene siempre este argumento : "mando sobre lo mió y quiero ser obedecido, quiero mi casa á mi gusto." w Y el gusto de los propietarios de Buenos Aires, es el mas estrafalario del mundo. El gusto general hace casas espresamente para res- friar ó producir pulmonías á los que las habitan, con- sultando en su distribución cualquier cosa, menos la comodidad y la salud. En Buenos Aires, no he estado en una sola casa bien construida bajo el aspecto en que , consideramos este asunto. Las casas son por regla 1 general, un tubo con diversas aberturas en un lado; de la puerta de calle debe verse la cocina, el dormitorio y una serie de puertas; en cualquier punto donde uno se para, una corriente de aire le resfria y puede decirse 3 — 33 — que cada casa, contiene todos los climas imaginables. * La luz está dispuesta de manera que sirve para per- judicar la visión. Nadie puede leer ni usar de sus ojos en su cama, porque las puertas están dispuestas de modo que los ojos queden siempre en frente de la luz. Esto sucede aún en las casas construidas con mayores pretensiones. Un propietario dispondrá de un gran terreno, de quin- ce ó mas metros de frente por sesenta de fondo y hará piezas de tres ó cuatro metros de ancho, dejando onceó doce para patio; y todavía de éstos, cuatro metros, hay que quitar la zona en la dirección que ocupan las puer- tas, zona inhabitable, inútil como vivienda durante el dia, por ser sumamente peligroso á la salud situarse allí donde reina siempre un viento sutil. No he visto, como he dicho, una sola casa bien cons- truida, ni con relación á la luz, ni con relación al aire ni al espacio. Pero algunas veces, no son los caprichos de los pro- pietarios los que hacen que las casas tengan tal distri- bución, contraria á los preceptos médicos, sino las exigencias de la industria ó del oficio á que son destina- das. Una fábrica tendrá sus departamentos divididos en el orden que lo requiera el trabajo. Una panadería no será lo mismo que una cervecería ; una fábrica de paños no será lo mismo que una fábrica de cristales. Así, pues, en las grandes ciudades, los edificios, prin- cipalmente estos que tienen un carácter semejante al de los establecimientos públicos, tienen que obedecer á la ley que les marca el objeto á eme son destinados. * La higiene pública, liemos dicho ya, que es la higiene de los pobres y, por consiguiente, estudiando las casas de los pobres, es como se ve mas claramente las nece- sidades de una población. No tratemos de las casas de las personas bien acomo- dadas ó que tienen una mediana posición; hablemos de — 39 — lo que son las casas de inquilinato para los pobres. No sé si todos las conocen. Yo por mi profesión me veo obligado muchísimas veces á penetrar eu ellas, y tengo ocasión de observar lo que allí pasa. Un cuarto de conventillo, como se llaman esas casas ómnibus, que albergan desde el pordiosero hasta el pe- queño industrial, tiene una puerta al patio y una ven- tana, cuando mas; es una pieza cuadrada de cuatro metros por costado, y sirve para todo lo siguiente : es la alcoba del marido, de la mujer y de la cria, como dicen ellos en su lenguaje espresivo ; la cria son cinco ó seis chicos debidamente sucios; es comedor, cocina y despensa, patio para que jueguen los niños, sitio don- de se deposita los escrementos, á lo menos temporal- mente, depósito de basura, almacén de ropa sucia y limpia, si la hay, morada del perro y del gato, depósito de agua, almacén de combustibles, sitio donde arde de noche un candil, una vela ó una lámpara ; en fin, cada cuarto de estos es un pandemónium donde respi- ran, contra todas las prescripciones higiénicas, contra las leyes del sentido común y del buen gusto y hasta contra las exigencias del organismo mismo, raaatro, cinco ó mas personas. De manera que si se hubiera hecho algo con el propó- sito de contrariar todos los preceptos higiénicos, al ha- cer un conventillo, no se habría acertado mejor. La descripción que acabo de hacer nos muestra un mal que.es imposible remediar: no habrá poder hu- mano que lo remedie. La Municipalidad no puede imponer á un jornalero un método de vida, porque el jornalero exigiría de la Municipalidad los medios de cumplir sus órdenes. Pero algo se puede hacer para mejorar la suerte del pobre, y felizmente algo se hace ya. * ¿ Cómo se puede impedir en una gran ciudad que las - 40 — familias pobres vivan del modo que hemos descrito ? Impidiendo que haya pequeñas piezas destinadas á mas de una persona, imponiendo á los que edifican reglas dadas y oponiéndose á la avaricia de los especulado- res, que quieren sacar de los terrenos hasta lo que no pueden dar. í Las casas destinadas al alojamiento de los pobres no * pueden ser construidas caprichosamente porque el po- der público, que es una especie de tutor de los pobres, de padre ó de protector encargado de velar por su se- guridad, tiene el deber de oponerse á ello. Ser indolente sobre tales materias, es hasta un aten- tado contra la soeaedad, puesto que el individuo que se enferma en una ciudad, no solamente se perjudica á sí mismo y perjudica á su familia, sino también á toda la población. No pudiendo limitar su atmósfera un enfer- mo, pone en peligro la salud de los otros mediata ó in- mediatamente. La peste que habita las calles estrechas y sin luz, puede salir de ahí é introducirse, llevada por el viento, al dormitorio mas limpio y mas cuidado. Cada pobre, que vive mal, es una amenaza contra la vida de sus semejantes. Altura de los edificios.—Tenemos alguna reglamen- tación á este respecto: un proyecto presentado indebida- mente á las Cámaras, por ser este asunto del resorte municipal, me parece que proponía la altura de catorce metros para los frentes de los edificios, teniendo en cuen- ta, desde luego, la anchura común de nuestras calles. Actualmente la altura permitida en los frentes es de ca- torce ó mas metros, hasta diez y siete, según el ancho de las calles. En las casas aisladas, con tal que se deje entrar luz y aire á los patios, la altura es indiferente. Se puede decir, en general, que los pisos altos son mas sanos que los bajos. Si bien la altura no muy grande, no es un inconve- niente por lo que hace á las habitaciones, lo es para las — 41 — calles, y mucho mas en poblaciones que, como ésta, las calles tienen mala dirección. Como se puede observar, durante la mitad del año las veredas del sud están constantemente húmedas y las del norte constantemente bañadas por el sol; en una vereda hace frío, en la otra se siente calor. Si se pudiera hacer dar á la ciudad una pequeña ro- tación, se la pondría en mucho mejores condiciones de aquellas en que se halla : el sol bañaría mas unifor- memente sus calles y los frentes de sus casas. Si los edificios son altos la sombra es mayor, como se comprende fácilmente, y por lo tanto las calles son mas húmedas. El higienista tiene que ocuparse de las calles, pero no debe olvidarse de los patios, porque ¿ de qué sirve que las calles en todo el año estén alumbradas y calenta- das por el sol, si los patios délas casas son húmedos y oscuros ? En las grandes ciudades es un gravísimo inconve- niente la existencia de edificios de cuatro y cinco pisos. En Roma, Constantinopla, París y en Londres mismo, se observa que la mortalidad es mayor en los pisos bajos; la gente que vive en ellos es, en general, mas débil cnie la que vive en los altos. Los que viven en los primeros pisos, los que ocupan almacenes, tiendas, ó trabajan en sótanos, están es- puestos á padecer reumatismos, escrófulas y todas las enfermedades que son originadas por la pobreza de la sangre. ¿ Por qué ? Porque la luz es necesaria para la buena nutrición, como hemos de verlo después. En todos los tiempos los médicos han recomendado la insolación, los baños de sol como se les llamaba. Sabemos que en los tiempos antiguos los romanos se exponían en sitios determinados á la acción del sol. En las ciudades de España' todavía es costumbre tomar el sol, y algunos viejos españoles cuentan entre sus ocu- paciones ésta, que les proporciona gran solaz. ' En las ciudades en donde todos los edificios son altos, el sol es escaso y la población esperimenta los malos efectos de tal escasez. Aparte de esto, los edificios altos obligan á los habitantes á subir escaleras que tie- nen muchas veces mas de cien escalones. El inconve- niente ha sido tan reconocido que á un médico, alemán habia de ser, se le ocurrió aconsejar que se subiera las escaleras caminando para atrás, y dio una esplicacion médica de lo que padecía el diafragma en la ascensión habitual. El consejo del alemán no fué seguido, aunque no de- jaba de tener su razón, quizá porque al médico citado se le olvidó proponer al mismo tiempo que se nos coloca- ra los ojos en la nuca. Para remediar las dificultades de la altura, se ha in- ventado máquinas de ascensión, que sirven en los grandes hoteles para conducir á los huéspedes á los diferentes pisos del edificio, pero tales máquinas no de- jan de ofrecer inconvenientes, de los que no es el menor el de sujetar á la hora fija de subir y bajar á los que tienen que usar de ellas. Algo mas debemos decir respecto á los edificios : sus fachadas no deben ser ridiculas ó caprichosas ; el or- nato público exige la aplicación de las reglas de buen gusto á la construcción de los frentes, sobre todo si son de edificios públicos. 1 Los edificios públicos deben seguir una arquitectura especial, que guarde relación con el objeto á que son destinados. Las casas para las autoridades ó corporaciones de- ben ser dignas de ellas; no presentar un aspecto mise- rable. Deben estar situadas no como nuestro Banco de la Provincia, cuya fachada no puede apreciarse sino subiéndose al tejado de enfrente; deben estar situadas — 43 — en plazas ó plazoletas, ó por lo menos en calles anchas para que la obra no desmerezca No será, por tanto, conveniente situarlas en plazas muy grandes, porque la obra mas gigantesca vista á una distancia parece aplastada y pequeña. Ademas de esto, los edificios públicos deben tener gran- des comodidades, mucho espacio, escelente distri- bución, buena ventilación y abundante cantidad de luz. Via pública.— ¿Cuáles la dirección mas convenien- te para las calles ? A pesar de que las ciudades que tienen sus calles en diferente sentido, sin guardar una regla precisa, satis- facen mas el gusto de la variedad, la verdad es que tal distribución no presta comodidades. Las calles deben ser rectas y encerrar espacios cuadrados ó rectangu- lares. Solo así se obtiene verdadera, comodidad ; todos nuestros muebles y útiles se arreglan bien en un cua- drado y no se acomodan en un círculo, en un triángulo, ni en un polígono irregular. ,* Estos simples datos nos dicen que las ciudades que tienen sus calles rectas y paralelas las tienen bien co- locadas. La anchura debe estar en relación con la altura de los edificios, pero las calles son antes que los edificios: son los espacios que median entre ellos y que la deli- neacion señala de antemano. Luego nosotros debemos atender primero á la anchura de las calles, y después á la altura de los edificios. v Las calles muy anchas son incómodas para la comu- nicación. Se observa, por la tendencia que tiene el hombre á abusar, que cuando tiene mucho espacio abusa del espacio, razón por la que ni el tránsito es mas fácil y seguro en las calles muy anchas ó en las plazas en que se puede caminar, siguiendo cualquier dirección, donde ruedan muchos carruajes y donde hay mas va- cilaciones de parte de los conductores, lo que da lugar _ 44 - á encuentros, á choques y paradas. Una calle en que puedan rodar cuatro carruajes á la par, tiene un buen ancho. Ademas del inconveniente que acabo de indi- car, tienen las calles demasiado anchas otros no menos graves: se necesita gastar muchísimo dinero para em- pedrarlas, adoquinarlas, regarlas, limpiarlas y conser- varlas en buen estado. Ellas aumentan mucho la distancia de uno á otro barrio, dan á las ciudades una estension estraordina- ria y dificultan por esto la vida, imponiendo, cuando menos, gasto de tiempo; y si se evita la gran estension, no será sino disminuyendo el fondo de las casas, lo que también es un grave inconveniente. Creo que una calle de veinte metros, es ya bastante ancha y que no debe pasarse de este límite, sino en aquellas calles que se llaman de circunvalación ó las que dividen la ciudad en secciones. El ancho general de las calles debe ser, pues, de quince á veinte metros. Determinada la anchura de una calle, la altura de los edificios queda señalada, atendiendo á esta regla sen- cillísima. La altura de los edificios no será nunca ma- yor que el ancho de la calle en que se encuentren. * Se cuidará de que las pendientes en la vía pública sean suaves, para que no cause fatiga caminar por ellas y para que el transporte de objetos y mercaderías se haga con facilidad y con el menor esfuerzo de parte de los hombres y de los animales. * Las boca-calles deben librar fácil pasaje á los tran- seúntes y deben hallarse provistas de veredones sólidos, cuyo nivel sea el mismo que el de lo demás de] pavi- mento. Estos veredones deberán ligar todas las esqui- nas unas con otras. Se evitará en lo posible las veredas altas, las escali- natas y los puentes que tanto dificultan el tráfico. Las esquinas tendrán su ochava ó chaflán correspon- - 45 — diente, para dar mayor holgura al tránsito en las boca- calles. Esta disposición evita muchos inconvenientes y des- gracias en las ciudades de mucho tráfie;o, pues los tran- seúntes, los conductores de carros, carruajes y caballos, pueden verse á cierta distancia y dar vuelta las esqui- nas, sin chocar unos con otros, ni hallarse en el caso de detenerse repentinamente, lo que no siempre se puede. En las grandes ciudades, atravesar las calles es tan peligroso para los niños y los viejos, para los distraídos, los ciegos y los sordos, para los enfermos, los cojos y los que van cargados, que se ha pensado seriamente en establecer túneles ó pasajes, con el fin de dar á los tran- seúntes de á pié alguna seguridad de no ser atropella- dos por los carros, carruajes ó caballos cuyos conduc- tores cruzan sin precaución ni cuidado. En las anchas vías, cerca de los mercados, de los tri- bunales ó de los sitios á los cuales afluye una gran con- currencia, debería haber galerías cubiertas, á las cuales solo se permitiera entrar á la gente de á pié. Tales recintos ofrecen un sitio de descanso á las per- sonas ocupadas, que no pueden apartarse mucho de los centros de movimiento ó de las oficinas públicas y sir- ven ademas de abrigo en los dias de lluvia. No está todo previsto con exigir lo mencionado, pues todo ello solo se refiere al terreno en que la circulación urbana se verifica ; es necesario ademas obrar sobre la masa que circula, sobre la gente que transita, no per- mitiendo los estancamientos sino en determinados para- jes y aun en ellos, de una manera transitoria solamente y sin pasar cierta medida. En los estrenaos de las calles y en el centro de algunas, sería muy útil que hubiera plazoletas ó recintos de un espacio proporcionado. No solo el terreno destinado á la circulación se agrandaría de esta manera, sino que también el aire de las calles sería mas puro, — 46 - mas activamente renovado y por lo tanto mas sano. Si esto no fuere, posible, por lo menos cada barrio de- bería tener una ó mas plazas, según su población y las cuadras que ocupare. Las aceras deben ser uniformes y bastante anchas, como para dar paso á cuatro personas á la vez ; las ace- ras de las calles de circunvalación ó divisorias, pueden y deben tener mayor anchura. Monlau, á propósito de la línea que forman las aceras, se pronuncia en contra de la justa posición de la casas, porque ello favorece la pro- pagación de los incendios y de las epidemias y dificul- ta la persecución de los ladrones y rateros. Pero ob- servaremos que no se puede aislar cada casa, porque las dimensiones de las ciudades serian inmensas y la administración de ellas y la vida en las condiciones ac- tuales de civilización, imposibles. Una idea avanzaremos por último, respecto á la vía pública, aun cuando tendria mejor colocación en el pár- rafo destinado al estudio del suelo. Esta idea es que el piso de la vía pública no debe ser completamente im- permeable. Una ciudad cuyo piso fuera totalmente im- permeable, sería, en nuestra opinión, malsana. El suelo tiene grandes relaciones con la atmósfera. Si se abre una zanja en un terreno permeable y se introduce en una de sus paredes un tubo abierto en sus dos estremos y atravesado por pequeños agujeros, se observará que si el tiempo es seco, una sola gota de agua no humedece el tubo; pero si la atmósfera se carga de vapor de agua, el tubo deja fluir el exeso de líquido que la atmósfera sa- turada no puede arrebatará la tierra. Esto significa que éntrela tierra y la atmósfera hay un cambio de materia- les gaseosos. Si se pone pues sobre la tierra una capa impermeable, el cambio de gases y vapores cesa, la tierra se carga de humedad en ciertos casos, y en otros, la atmósfera deposita gruesas cantidades de agua sobre la superficie impermeable. __ 47 - Cualquiera creería que un cuarto de marfil bruñido sería una vivienda higiénica y sin embargo, el que allí permaneciera encerrado, aunque tuviera aire, se enve- nenaría con sus propios efluvios. La tierra es un gran purificador y no se renuncia sin peligro á su benéfica acción. Es obligación de la Municipalidad conservar en buen estado la vía pública, reglamentando el tráfico, no per- mitiendo el empleo de carros pesados, de llanta angosta y cargados con pesos enormes que destruyen el piso. Si añadimos á esto, las aberturas que se hace en el suelo con mil propósitos y que no son después debida- mente reparadas, se verá cuan difícil es conservar en buen estado el pavimento. Respecto á mejoras en las calles de la ciudad de Bue- nos Aires, tengo que decir ahora algo importante. Me cuentan que hace treinta años el doctor Velez Sars- field, propuso que se dictara una ley, obligando á todos los que construyeran casas, á dejar cierto espacio para ensanchar las calles. Esta idea fué derrotada por varias causas: por consi- deración á intereses particulares, por indolencia y quizá muy principalmente, porque era demasiado buena. Se alegaba entre otras cosas, que nunca llegaría la población á tener una calle de igual ancho. Desde entonces, sin embargo, el número de casas que se ha reedificado, ha sido inmenso, y si tal medida hu- biera sido adoptada en aquella época, ahora estaría la ciudad en su mayor parte dotada de calles anchas, como ha sucedido en los barrios retirados de la ciudad y en al- gunos no muy lejanos del centro, donde hay muchas calles que tienen ya una anchura conveniente. No creo que sea imposible hacer en Buenos Aires, algo análogo á lo que se ha hecho en Paris, donde la Municipalidad ha invertido sumas fabulosas en obras eminentemente reproducüvass, echando abajo barrios — 48 — enteros, para dar desahogo á la población que ha visto aumentar con ello su riqueza y bienestar. ¿ Se debe poner árboles en las calles ? Los árboles no prestan grandes servicios en las ciu- dades ; hay á este respecto notables errores que es preciso destruir. Los árboles son mas bien perjudiciales en las calles y en las casas de una ciudad. Están bien en las plazas y en las calles muy anchas que se les asemejan. Los caños de gas que pasan cerca de ellos y que dejan es- capar una buena cantidad de ese fluido, los perjudica muejhísimo y el aire y la luz que recaben, no les es favo- rable, su vegetación es siempre pobre. Por otra parte, ninguna ventaja traen á los habitantes. De un cálculo hecho con mucho cuidado, resulta que el gas ácido carbónico que producen dos hombres, no sería descompuesto por los árboles que contuviera un terreno de menos de una hectárea. Ahora bien ¿ qué cantidad de árboles no se necesitaría para una población de muchos miles de habitantes ? Los árboles pueden prestar el alivio de su sombra en las plazas, donde debe haber, ademas, bancos en que descansen los viejos, los enfermos y los pobres trabaja- dores. Las plazas son depósitos de aire algo mas puro que el de las calles. Se habrá notado cuánta diferencia hay entre el aire que se respira en las casas y las challes y el que reina en las plazas, con solo pasar de unas á otras. Este aire relativamente puro, es buscado por una buena parte de la población. Los viejos, los enfermos, los niños, las personas debilitadas que viven en las grandes ciudades y que no tienen medios fáciles de trasporte, hacen de las plazas sitios de descanso, estaciones donde recuperan las fuerzas perdidas en sus largas correrías. III Aire—Aire libre y aire confinado—Luz—Influencia de la luz sobre los organismos—Luz artificial—Alumbrado público en Buenos Aires—Gas petróleo—Luz eléctrica. En el estudio de todo lo que se refiere á las ciudades, tenemos que tratar del aire, elemento cuya pureza es importantísima para la vida de los habitantes. Antes es necesario que recordemos qué es el aire. , Esta ligera ojeada á la física, al hablar de cada uno de los modificadores que estudiemos, será siempre útil. El aire, es un gas elástico como todos los gases, que representa en volúmenes, en 100 partes, 20,93 de oxígeno por 79,07 de ázoe. Contiene, ademas, tres á seis diez milésimos de ácido carbónico y una cantidad variable de vapor de agua. En peso, contiene el aire, en cien partes, 23,13 de oxígeno por 76,87 de ázoe. Por lo que respecta á nuestro estudio, diremos que el aire nos sirve para respirar y para mantener las presio- nes en todos los tejidos orgánicos, estableciendo su equilibrio. No se puede respirar sin aire, ni se podría hacer una respiración favorable, si el aire no contuviera la mezcla de gases que contiene. * Si este fluido que respiramos, fuera compuesto únicamente de oxígeno, la combustión en los pulmones sería vivísima, y si fuera compuesto de ázoe con una leve proporción de oxígeno, no bastaría para la tras- formacion délos glóbulos de la sangre venosa. — 50 - No está de mas recordarlas modificaciones que espe- rimentan los glóbulos de sangre ó la sangre misma al pasar por los pulmones ; allí llega gastada ; ha agotado sus elementos de vida, suministrando el alimento al parénquima de los órganos ; ha perdido, pues, cierta cantidad de elementos y va álos pulmones á buscar que el aire, por medio de su visita, trasforme sus glóbulos, convirtiéndola en sangre arterial, es decir, apta otra vez para la nutrición. No es menos importante también, la acción mecánica de este fluido sobre los tegidos, á los cuales penetra para hacerlos capaces de resistir la enorme presión de la atmósfera que los envuelve. Podemos notar la influencia mecánica poderosa que este fluido ejerce sobre nosotros, recordando que nos sentimos mal cuando disminuye su densidad, cuando la atmósfera está pesada, según se dice comunmente, espresando una sensación de nuestro organismo, en vez de un estado del ambiente que en realidad se en- cuentra mas liviano. En efecto ¿cuándo decimos que está pesado el aire? Cuando hay en la atmósfera una cantidad de calor ma- yor que la habitual. Entonces el aire se dilata como todos los gases, en virtud del aumento de temperatura y no pudiendo dila- tarse sin que su densidad disminuya y su presión sea menor y sin que á igualdad de volumen, corresponda menor cantidad de materia, resulta que entra á los pul- mones un volumen de gas que contiene menos oxígeno y es por lo tanto menos vivificante y menos útil. ' El higienista tiene que estudiar el aire, con relación á las ciudades, en su estado de libertad y de confinación. El aire libre, ademas de los elementos que hemos se- ñalado, contiene como cuerpos estraños, todos los pro- ductos volátiles que resultan de la vida de los organis- mos. Al aire, á la atmósfera, van todos los gases que — 51 — se levantan de la tierra ; á él van los efluvios de los cuerpos y los productos de la combinación química de los elementos ; todo lo que pueda trasformarse en gas ó vapor, va ó puede ir con sus calidades nocivas ó bue- nas, ala atmósfera y allí permanece mas ó menos quieto, ' durante un tiempo determinado. Es evidente que, cuanto menos aseada seaunaeáudad, cuantos mas depósitos de materias putrescibles con- tenga, cuantos mas establos, caballerizas y mataderos haya, cuantas mas fábricas donde se maneje productos orgánicos encierre, tanto menos higiénico será su suelo y por lo mismo tanto menos puro su aire que se hallará cargado de gases y de vapores dañosos á la salud. ' Se nota la diferencia que hay entre el aire de las eúu- dades y el aire puro, tal como lo desean los higienistas, con el solo hecho de salir de la ciudad al campo. Basta alejarse unas cuantas cuadras dé la población, para sentir la influencia benéfica que ejerce una atmós- fera mas pura, templada agradablemente y que contiene una cantidad mayor de oxígeno. Pero ni hay siquiera necesidad de salir al campo, basta pasar de una casa á la calle ó de una calle á una plaza, para notar análoga diferencia. • Están al alcance de todos nosotros las causas que vician el aire, y si bien esta viciación es inevitable, nosotros podemos hacer mucho para impedir que á lo menos cierto número de causas actúe de un modo pode- roso sobre la atmósfera. ¿ Cómo ? De una manera sencilla, elemental: no exponiendo al aire materias orgánicas ó minerales, que bajo la acción del calor y déla humedad, puedan dar lugar al desprendimiento de gases estraños á los cpie debe contener la atmósfera. ' No olvidemos que hay relaciones constantes, éntrelo que existe en la superficie del suelo y la atmósfera ; que hay relaciones íntimas entre todos los modificadores — 52 — higiénicos y por lo tanto, que toda vez que encontremos mala la atmósfera de una población, encontraremos malo su suelo y mala su agua, porque todos estos ele- mentos no pueden hacerse independientes en ningún momento. f Los vientos, las lluvias, las tempestades, el pasaje de la electricidad por la atmósfera, modifican muchísimo el aire, es cierto ; pero no es bastante y ademas no pode- mos estar atenidos á estos modificadores de que no disponemos á nuestro antojo. Debemos, pues, impedir la producción de lo que daña el aire : no basta para el higienista que se sepa cómo se remedia un mal, es necesario también, c|ue se sepa cómo ha de hacerse para evitar que el mal se produzca. Respecto al aire confinado, diremos cosas análogas. No existe una separación real entre el aire confinado y el aire libre.' El aire de las habitaciones no es jamas tan confinado, que no tenga alguna relación con la atmósfera. Si el aire libre es malo, no podemos esperar que el aire confinado sea bueno, por la comunicación que existe ; pero indudablemente, la alteración del aire en las habitaciones, tiene por fuerza que ser mucho mayor , ,que la del de las calles y plazas. H\ Se observa en todos los sitios á que asiste una gran concurrencia, que el aire poco á poco se va viciando, porque la respiración le va quitando el oxígeno que posee y va dándole en cambio, ácido carbónico. Lo mismo se observa en los sitios en donde arden muchas lámparas ó donde se consume algún combus- tible. Las causas que vician el aire confinado, son las mis- mas que alteran el aire libre, pero multiplicadas pode- rosamente. ^ No necesito repetir lo que todos saben; la respiración en un recinto casi herméticamente cerrado, la acumula- — 53 — cion de personas, la cantidad de luces, las emanaciones diversas, los gases y vapores délas sustancias que los exhalan, son causas que alteran el aire de las habitacio- nes, de un modo mas ó menos pernicioso. Para devolver á la atmósfera confinada y alterada, sus cualidades benéficas, hay que renovarla, que abrir las ventanas y establecer corrientes de aire. Si el mo- vimiento natural de la atmósfera no basta para ello, será necesario emplear ventiladores mecánicos ó me- dios de calorificación, que desequilibren la temperatura y determinen corrientes artificiales. Páralos fines higiénicos es imposible mejorarla at- mósfera de un recinto, sin cambiarla. No se puede tomar el aire de una habitación, depurarlo y respirarlo de nuevo ; es necesario dejar salir el viciado é introdu- cir otro fresco, vivo, diremos ; renovarlo, en una pala- bra. De manera que todo lo que se invente, para producir por medios artificiales la depuración del aire confinado, será completamente inútil para los fines que buscamos; siempre volveremos á lo elemental, á renovar el aire, á reemplazarlo. Otro de los modificadores que actúan sobre los habi- tantes de una población, es la luz. Tenemos que tratar de la luz natural y de la luz arti- ficial. Todas las ciencias tienen algo que hacer con este elemento ; la luz es estudiada en la física, en la química, en la medicina, en las artes y por último en la higiene, que encara su estudio de un modo especialísimo. Al hablar de modificadores higiénicos, no podemos pres- cindir de este elemento que nos manda el Sol en tan grande cantidad. — 54 - 1 La luz no es menos importante que el aire, para la vida délos animales y de las plantas. ] La luz no tiene mas de material que lo que tiene el so- nido, y se sabe qué es lo que el sonido puede tener de material. No tiene tampoco mas de material, que lo que puede tener el calor. Estos tres elementos y quizá un cuarto de que habla- remos á su tiempo, se propagan de la misma manera ; por medio de ondas. Las fórmulas que corresponden al calor, á la luz, á la electricidad y al sonido son análogas. Al tratar de la luz, los físicos, prescinden de las on- das, porque en realidad puede prescindirse de ellas y la consideran como si se propagara en direcciones rec- tas. Como la propagación de la onda es tan rápida, ésta se pierde dejando, á lo menos para el cálculo, un trayecto que representa una línea recta. Los físicos admiten, que el sonido, el calor, la luz y la electricidad, son vibraciones de los cuerpos que se comunican á fluidos diferentes y que son trasmitidos por medios diversos; y en efecto, cuanto mas se estudia todos estos elementos, mas claro se manifiesta el origen común que tienen. Ya hemos dicho que las fórmulas son análogas y que el medio de propagación si no es idéntico, al menos es muy semejante. El sonido requiere un medio para trasmitirse, el aire; la luz y el calor requieren otro medio para el mismo fin, medio real ó teórico á que los físicos han llamado éter. Respecto á la electricidad, los físicos admiten que todos los cuerpos están dotados de una cantidad de este fluido, inagotable, que no son nuevas cantidades de electricidad las que producen las modificaciones sorprendentes en los cuerpos sometidos á su acción, sino la intensidad, ■— 55 — la magnitud, diremos, de la separación de las dos elec- tricidades que cada cuerpo contiene. Hay tal analogía entre el modo de existir de las vi- braciones á eme aludimos, que podemos verificar con sus efectos esperiencias muy semejantes. Hablaré en este momento solamente de las esperien- cias relativas á la interferencia de los sonidos y á la de las ondas luminosas. Parece que tales fenómenos fueran una paradoja, una ficción, y sin embargo son una realidad. Añadiendo á un sonido otro sonido, se obtiene un silencio; aña- diendo una luz á otra luz, se obtiene una zona oscura. Es decir, que juntando ciertos sonidos, obtenemos silencio y que juntando ciertos rayos de luz, obtene- mos una completa oscuridad. Un efecto análogo se observa cuando dos electricidades de nombre contrario se encuentran: una destruye el efecto de la otra y se neutralizan. Véase cuánta analogía existe entre los agentes que mencionamos. Las vibraciones correspondientes al sonido son muy lentas; la onda que produce el sonido es muy amplia, muy grande. La onda correspondiente al calor es mu- cho mas pequeña que la del sonido y la vibración muchísimo mas rápida. La onda correspondiente á la luz es excesivamente corta, muchísimo mas que la cor- respondiente al calor y sus vibraciones son rapidí- simas. Pero vamos aun mas allá. Si la onda disminuye de tamaño todavía y el número de vibraciones aumenta muchísimo, es decir, si las vibraciones se hacen con excesiva rapidez, en vez de producirse, según lo indica el sentido común, un aumento de luz, una intensidad mayor, se produce todo lo contrario: la cesación del fenómeno que impresiona nuestra retina. Resulta, pues, que cuando llegamos al mayor grado de velocidad apre- — 56 — ciable, en materia de vibraciones, la luz desaparece. Pero entonces ¿falta en realidad la luz? Vamos á ver que no. Las vibraciones menos rápidas correspondientes á la zona que se encuentra mas allá del rojo, dan calor; esto es lo que admiten los físicos. Las vibraciones mas rápi- das dan luz; estas son intermedias. Las vibraciones ra- pidísimas, aquellas que se encuentran mas allá del viole- ta, ya no dan luz, sus efectos no son apreciables por la vista. Pero, entonces ¿cuál es el fenómeno que nos revela su existencia ? Mas allá del violeta hay todavía fenómenos que son revelados por las acciones químicas; esos rayos cpie no son luz, determinan combinaciones entre los cuerpos. Hay algo, pues, en el ultra violeta que está trabajando. ¿ Qué puede ser esto que trabaja ? ¿ Será quizá la electricidad y este número escesiva- mente veloz de movimientos corresponderá á ella ? Llevemos aun adelante nuestra investigación. Si hacemos caer todos estos rayos que se escapan, podemos decir, á nuestros ojos, sobre una solución de sulfato de quinina, sobre una solución de esculina, so- bre un vidrio de urano ó sobre otros elementos que tie- nen los químicos á su disposición, todos estos rayos ultravioletas, que no significaban nada para el ojo, se convierten en luz, son absorvidos por las sustancias in- dicadas y entonces esas sustancias mismas, emiten una nueva calidad de luz, blanca azulada. Habia, pues, tras del violeta, algo que ha podido convertirse en luz. Todo esto que estamos recordando ligeramente, nos enseña el vasto campo ele acción de la luz y nos induce á sospechar la variada influencia que tiene sobre los or- ganismos, tanto vegetales como animales, actuando poderosamente sobre sus elementos químicos. El ojo, lo mismo que las sustancias que hemos seña- lado, absorve los rayos de la zona ultra violeta, rayos á que se ha llamado fluorescentes. Así la fluorescencia, es la propiedad que tienen los rayos que están mas allá del violeta, de convertirse de invisibles eme son, en visi- bles, al caer sobre las sustancias que he mencionado. De estas nociones se deduce que tenemos sentidos distintos para apreciar el número de vibraciones. Hemos podido notar por esta rápida exposición, que cuando el número de vibraciones es pequeño, nosotros oimos; que cuando crece el número de vibraciones, sen- timos calor; cpie cuando crece aun más, vemos, esperi- mentamos sensaciones luminosas; que si todavía con- tinúa creciendo, sentimos probablemente conmociones eléctricas ó lo cpie es seguro, presenciamos la produc- ción de acciones químicas. Si seguimos, pues, la pauta de nuestras sensaciones, encontramos que corresponden á movimientos vibra- torios de los cuerpos y que sus diferencias pueden en parte ser medidas por el número de vibraciones que aprecian. En vista de esto, una inducción curiosa nos es per- mitida. Hemos llegado al límite de lo que podemos apreciar por nuestros sentidos, pero ¿ quién nos dice, que mas allá no hay vibraciones cuya rapidez las pone fuera de nuestro alcance, eme no hay fenómenos para los cuales no tenemos sentido ? ¿ No es verdad que lo que no vemos como luz, existe como calor, de un lado, y como fuerza química del otro ? ¿No es sumamente improbable cpie en la naturaleza solo existan sustancias capaces de escitar nuestros cin- co sentidos ? ¿Quién ha limitado la existencia de las cosas al nú- mero de sentidos que tiene el hombre ? ¿ Si el hombre en lugar de cinco sentidos, tuviera siete, 58 ocho ó diez, no podría apreciar con ellos ademas de la electricidad, la luz y el calor, otros fluidos ó sustancias Materiales ó propiedades de materia que son ahora completamente perdidos para nosotros ? La sospecha es, cuando menos, muy fundada. Si no se hubiera descubierto el vidrio de urano, la solución de sulfato de quinina, ó la solución de este cuerpo llamado esculina, sustancia que se encuentra en la corteza del castaño de la India, todos los rayos fluo- rescentes, habrían sido perdidos para nuestra visión, mientras que ahora los recogemos y los traemos al ojo para convertirlos en luz. Al apreciar estos hechos nos apercibiremos de la difi- cultad que hay para tomar en cuenta los modificadores del organismo humano. Es imposible apreciar todos los modificadores, por- que no los conocemos. Hechos vulgares, cpie observamos diariamente nos revelan ó hacen sospechar por lo menos, la existencia de agentes que se escapan á nuestra apreciación. Comparemos nuestro oido con el oido de varios ani- males y lo encontraremos duro y obtuso, relativamente al de ellos. Comparemos nuestro olfato con el de un perro, y á pesar del orgullo de hombre y de rey de la naturaleza, tendremos que reconocer su inferioridad. De aquí se puede sacar una conclusión filosófica : si pues hay una nariz de perro que aprecia olores que no existen para nosotros, ó hay sustancias capaces de afectar un órgano de ese animal y no los nuestrcs, ó bien ese animal tiene propiedades que nosotros no te- nemos. Y si esto sucede en grado, ¿por qué no ha de suceder también en calidad ? Cuando se torna un microscopio de gran aumento v se examina el polvo que cabe en un milímetro cuadrado, se queda uno sorprendido de la maravillosa y variada — 59 — cantidad de elementos que contiene. Puede decirse, que en cada átomo hay un universo. Si no existiera el microscopio, ¿ habríamos conocido la existencia de los seres infinitamente pequeños ? Ahora mismo, á pesar de nuestra ciencia, los elemen- tos materiales se están burlando de nosotros, podemos decir, porque apenas alcanzamos á percibirlos sin con- seguir analizarlos. Si cuando se trata de objetos que tenemos á la mano es preciso confesar nuestra ignorancia ¿ no la confesare- mos cuando se trate de elementos infinitamente grandes, como son los astros ? Y todo ello, tanto lo infinitamente grande como lo in- finitivamente pequeño, obra como modificador en la na- turaleza. En vista de tales consideraciones, yo no pretendo ha- blar de la luz, del calor y de otros modificadores higiéni- cos de una manera completa; hablaré de lo que conoz- co y de lo que está á nuestro alcance. Pero por poco conocida que sea la luz, por ejemplo, en su íntima naturaleza, hay muchas de sus propiedades analizadas que interesan al higienista. La relación de la luz con la materia viviente, es mate- ria de alta importancia para nosotros. La luz tiene ac- ción sobre la nutrición y sobre el sistema nervioso de los animales. Y no se me diga que el estudio de la luz bajo esta faz, no es de nuestro resorte, porque es del resorte del higienista estudiar el organismo con relación á los medios en que viv<>. No hay vida sin luz. Este elemento que parece tan inmaterial, tan fluido, tan insignificante, con relación á los cuerpos, á las ma- sas, á los volúmenes, á lo que vulgarmente se entiende por materia, es un elemento indispensable para la vida. En los zótanos profundos, en las cuevas muy hondas y en el fondo del mar, donde no hay luz en una palabra, no hay vegetación. Mientras tanto se encuentra vegetales — Oí) — donde no hay aire, donde no hay calor sensible. La luz ¿ será mas necesaria para la vida que el aire y que el calor? Así parece, en lo que toca á la vida en un grado limitado, por lo menos. Las plantas que crecen á la luz y que son llevadas luego á sitios sombríos, comienzan por marchitarse y concluyen por morirse. Las plantas que crecen en sitios sombríos, com- paradas con las de la misma especie que crecen á la luz, tienen estas particularidades : están dotadas de me- nor cantidad de carbón en igualdad de peso; quemadas, dan menos calor, por consiguiente, prestan menor ser- vicio, porque el título del combustible, está en relación con la cantidad de calor que produce, equivalente al trabajo que puede verificar. Tienen además mucha ma- yor cantidad de agua, lo que quizá hace también que el grado de calor que produzcan al quemarse sea menor. ¿ Por qué sucede esto con las plantas ? Porque les ha faltado la acción de la luz. ¿ Cuál puede ser la acción de la luz sobre las plantas ? La luz determina la fijación del carbón y del hidrógeno, en la forma de celulosa de clorofila y de materia grasa- Los elementos de las plantas, hojas y ramos verdes, actúan sobre el ácido carbónico que hay en la atmósfera, lo descomponen, se apoderan del carbono y sueltan el oxíjeno, purificando el aire de este modo. ¿Cuando hacen esto las plantas ? No lo hacen de noche ni cuando falta la luz abundante: este trabajo comienza á hacerse cuando se levanta el sol, cuando ya se encuentra algo suspendido sobre el horizonte y concluye siempre, cuando sus rayos decli- nan, cuando llega á su ocaso. De manera que las plantas no producen durante la noche ó cuando hay falta de luz, ninguna influencia benéfica; producen mas bien daño sobre la atmósfera — 61 - urbana, puesto que impiden la circulación del aire y dan alguna mayor humedad. Otra deducción interesante podemos sacar de esta ob- servación, ¿ qué es lo eme ha hecho la luz al fijar en las plantas el carbono del ácido carbónico y dejar libre el oxígeno ? No ha hecho mas que almacenar una cantidad de fuerza, que va á ser reintegrada mas tarde ó mas tem- prano. En efecto, las plantas mediante la acción de la luz, han descompuesto el ácido carbónico, han fijado el carbo- no y han convertido uno de los elementos de este gas en combustible, pues si esas plantas son quemadas ¿ qué dan ? Calor, luz, óxido de carbono y ácido carbónico, con lo que verifican una verdadera restitución dé la fuerza que absorvieron y del gas que descompusieron. Los inmensos depósitos de hulla, de carbón de piedra, representan, puede decirse, el trabajo mecánico del sol: son luz y calor almacenados, son fuerza concentra- da y guardada en el seno de la tierra durante siglos. En efecto, cuando este carbón es encendido, en una locomotora, por ejemplo, produce lo siguiente : luz y calor al encenderse, ácido carbónico al consumirse, es decir, fuerza representada por el calor que hace hervir el agua y produce el vapor que impele la máquina. Así la hulla eme representa la acción mecánica del sol, una fuerza, devuelve á la naturaleza íntegramente todo lo que obsorvió: luz, calor, ácido carbónico. Véase cómo, en las cosas mas insignificantes al pare- cer, se encuentra motivos para admirar la acción de la naturaleza que se manifiesta en las concentraciones y multiplicaciones que verifica con sus elementos. La luz obra sobre los animales de una manera ma- ravillosa. La gordura que redondea las formas de los organis- mos animales, se hace á espensas de la luz. En efecto, la distribución del tejido adiposo en el cuerpo del hombre, está hecha de tal manera que no se encuentra sino por escepcion en las profundidades de los órganos ; mientras tanto debajo de la piel y en los si- tios en que está mas espuesto á la luz el cuerpo humano, se encuentra depósitos de grasa, en la cara, por ejemplo, donde el individuo mas flaco, tiene una cantidad notable de este tejido. En los órganos internos, tales como el hígado, bazo, corazón, solo por escepciones debidas á causas patoló- gicas se halla depósitos anormales. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que la luz, obra también sobre los elementos orgánicos de los animales y determina la fijación del carbono. Realiza otro fenómeno mas : disminuye el ácido car- bónico, puesto que lo descompone, para cmitarle su car- bono, y por este medio, viene á producir en el cuerpo del hombre, el mismo efecto que producen el calor mo- derado, el café, el té y el vino; un efecto de economía. Si el movimiento de los órganos, ha de hae;erse, pro- duciendo calor y á espensas del calor, el que posee una cantidad de calor almacenado, no tendrá para que gas- tarse en producirlo. Siendo uno de los resultados de la combustión en los órganos, la producción del ácido carbónico, la descom- posición de este ácido en el sitio de producción y la fija- ción del carbón, es una verdadera economía para el organismo y un efecto favorable para la nutrición. La luz pues ayuda á mantener los organismos. Los individuos que pasan su tiempo en oscuros almacenes, en minas, en talleres ó en cualquier sitio sombrío, sufren la mala influencia de la falta de luz, que esplica todas las enfermedades ligadas á la pobre- za de sangre. Estos individuos son débiles, escrofulosos, raquíticos, -- 03 — pálidos, enfermizos ; son descoloridos y su dotación de tejido adiposo, no es abundante. Pero no solo sobre la nutrición obra la luz, obra tam- bién sobre el sistema nervioso, escitándolo. ¿ Quién no sabe que la luz produce exaltación en los que tienen fiebre, congesfionesó irritaciones de cualquier especie? ¿ Quién no sabe también, que en los dias nublados, el ánimo está apocado, cpie se siente dispuesto á la melan- colía ; que durante la noche, cuando tenemos un motivo de pesar ó de preocupación, nuestras ideas son aterra- doras y todo ello desaparece cuando el sol comienza á iluminar con sus rayos la naturaleza alegre y bulliciosa ? ¿Quién no sabe también que en los países en donde hay abundante cantidad de luz, en los países meridio- nales, la inteligencia es mas activa, la imaginación mas vivaz, hay mas entusiasmo, menos calidades deprimen- tes y mayor número de espansivas ? Quién no sabe que el hombre*retrata en sus inclina- ciones el clima del país en que su juventud se desar- rolló ? Pero la ciencia, no se contenta con estas sencillas observaciones, ella requiere demostraciones prácticas, y esto puede hacerse ahora fácilmente, por medio de una esperiencia repetida ya muchas veces. La luz escita el sistema nervicioso, pero su acción no obra solamente sobre el cuerpo en general, sino directa- mente sobre la retina. Si tomamos un rombo ó rodaballo, pez llamado así, que vive en agua de fondo arenoso, y lo ponemos en un recipiente cuyo fondo sea negro, observamos que el pez se pone oscuro. Si lo llevamos nuevamente á un sitio donde haya arena, comienza á aclararse poco á poco su piel hasta recobrar su tinte primitivo. Si cortamos el nervio trigémino, por ejemplo, y colo- camos el pez en un recipiente de fondo oscuro, toda la parte del cuerpo, que no está animada por el nervio — 64 — trigémino, se pone parda y la parte animada por este nervio, queda como estaba. Si volvemos el pez al fondo de arena, encontramos que se modifica la parte cuya innervacion no se ha tocado, mientras que la otra queda inalterable. Mas aun, si al mismo pescado se le hace ciego, su retina cesa de sentir la impresión de la luz y su piel toma una coloración intermedia que ya no cambia, cualquiera que sea el fondo del estanque en que se le coloque. La luz obra, pues, principalmente sobre el elemento nervioso de este pescado y produce actos reflejos que tienen por efecto unir ciertos órganos de su piel, llama- dos cromoblastos; lo que da entonces á ésta una apariencia oscura. Para comprender este fenómeno podemos imaginar- nos un aparato muy sencillo. Supongamos sobre un fondo blanco una porción de líneas negras, paralelas, dispuestas á través de otras también paralelas ; si las líneas se apartan, el fondo parecerá mas claro ; si se juntan, parecerá mas oscuro ; si se unen, el fondo blan- co desaparecerá enteramente. Esto es lo que sucede en la piel del pescado ; cuando los cromoblastos se juntan, ella toma un tinte oscuro, cuando los cromoblastos se apartan, el tinte se aclara. Por esta esperiencia se prueba á priori, que la luz ejerce acción sobre el sistema nervioso de los ani- males. Sobre las plantas la acción de la luz es importante, como ya lo hemos dicho. Los árboles puestos en las ciudades en sitios som- bríos, tienen una vida precaria y no prestan á la atmós- fera ningún servicio. La falta de luz ejerce una perniciosa influencia sobre la salud de los animales. En los sitios de las ciudades — 65 — en que hay menos cantidad de luz, las enfermedades son mas numerosas y mas graves en general. En una de las epidemias de cólera que ha habido en Paris, la mortalidad era casi doble en las calles angostas y oscuras, comparada con la de otros barrios mejor alumbrados por el sol. En Roma, según dicen los autores, basta mudarse del primer piso al segundo, para librarse de las fiebres intermitentes, que son allí muy comunes por la proximi- dad de las lagunas Pontinas. En Jamaica, que es un país pantanoso, las dos terce- ras partes de los e^asos de fiebre intermitente, ocurren en los pisos bajos, y se dice que la mayor parte de las casas allí, solo tienen dos pisos, notándose que una tercera parte de las enfermedades corresponde al piso superior y las dos otras al piso inferior. Pero acruí tampoco podemos desconocer la parte que toman en estas diferencias, los otros modificadores higiénicos : la humedad, la temperatura, la ventilación y las malas condiciones del suelo. Después del estudio que acabamos de hacer sobre la influencia que la luz ejerce en los organismos, queda probado que es un verdadero crimen contra la sociedad, el que cometen los gobiernos de todos los países civili- zados, al imponer contribuciones sobre puertas y venta- nas, es decir, sobre las aberturas por las cuales entra luz á las casas. Es verdad que la necesidad disculpa la falta, pues lo que el gobierno saca por medio de contribuciones de puertas y ventanas, es empleado para llenar servicios que redundan en beneficio de las mismas ciudades. Es un principio reconocido y admitido en la práctica, que las contribuciones son mayores y mas fácilmente cobradas, cuando son impuestas sobre objetos de nece- sidad imprescindible para el habitante. Así, pues, se estanca la luz á favor del tesoro público como se — 66 — estanca la sal, la yerba, el café, el té y el tabaco y como se estanca una porción de producios que son de con- sumo genera] en los pueblos. Los habitantes de una ciudad deben tener luz en abun- dancia, muchísima luz ; pero no mal dispuesta. El mayor beneficio se convierte en daño cuando es mal aplicado. Si porque necesitamos mucha luz, blanqueamos las paredes esteriores de nuestras casas, atentaremos con- tra la higiene de la vista. Los muros esteriores que reciben directamente los rayos del sol, no deben ser blanqueados, sino pintados con colores de una claridad suave; así los reflejos no serán dañosos ni incómo- dos. Se sabe que uno de los medios de aumentar la luz ó de no perderla por lo menos, es reflejarla sobre superficies blancas ; pero una ciudad en donde las pare- des son blancas, principalmente una ciudad como la de nuestro país, en que el sol hiere los objetos con tanto vigor, es una ciudad perniciosamente alumbrada ; allí la propiedad de las superficies blancas, ha sido mal apro- vechada. No hay para que pasarse al otro estremo ; no exa- geremos las cosas. El medio mas eficaz para remediar en las ciudades las deficiencias de luz, es abrir anchas calles que sean bañadas por el sol durante todas las horas del dia y vigilar la construcción de los edificios, á fin de que las casas tengan, á lo menos, un patio que reciba directa- mente la luz del sol. Recordaremos á propósito una costumbre de nuestros antepasados, que era muy buena y de que ya he habla- do, la costumbre de tomar sol. Los romanos tenían sitios especiales llamados so- larium, en que tomaban baños de sol, y los médicos de todos los tiempos han recomendado la insolación mode- rada, como un hábito muy provechoso. Todavía es - 67 — práctica de los médicos modernos hacer que los conva- lecientes se sometan á la acción del sol durante ciertas horas. Luz artificial.— La luz artificial no suple la luz na- tural. Nosotros no tenemos que ocuparnos de la luz bajo el punto de vista de la higiene doméstica ; esto se estudia en la higiene privada. Debemos ocuparnos solamente de la luz artificial bajo el punto de vista del alumbrado público. Voy á indicar ligeramente la materia que vamos á tratar. Se usa, para alumbrar las calles, de mecheros, en que el sebo, los aceites minerales, animales ó vegetales y el gas que se estrae de la hulla, son empleados como combustible. Se usa también, escepcionalmente hasta ahora, la luz eléctrica» El alumbrado de las calles es muy moderno, relati- vamente á la existencia de las ciudades. Hace dos siglos no habia alumbrado público en nin- guna parte. Los individuos que tenían eme salir de noche, lo primero que hacían era cargar sus armas y ordenar á sus sirvientes que fueran delante llevando lin- ternas ó hachones encendidos, porque las calles eran sitios oscuros á donde concurrían los ladrones, las ra- meras, los bandidos y las gentes perdidas de toda espe- cie. Era una empresa peligrosísima andar de noche por las calles. La oscuridad favorecía entonces, como ahora, las morbosidades sociales, lo mismo que favorécelas mor- bosidades físicas de que hemos hablado. Recien en el año 1667, en Paris, se hizo el primer ensayo de alum- brado público, colocando en el centro y en los estremos de cada calle un farol con una vela de sebo. Este progreso produjo tal entusiasmo, que el poder — os — público mandó sellar una medalla en conmemoración de tamaño adelanto. ¡ En qué estado se hallarían entonces, cuando tan ra- quítica medida excitó á tal punto el entusiasmo público! En 1664 recien Clayton entrevio el alumbrado á gas; y en 1810 se estableció por primera vez en Londres, es decir, dos siglo? después de haber sido descubierto por Clayton. Después de esta época todas las ciudades de Europa, mas tarde ó mas temprano, han ido estableciendo el alumbrado actual, y puede decirse que ahora no hay una ciudad de mediana importancia que no lo tenga. Entre nosotros se ha establecido en 1855. Gracias á la deferencia de los administradores de la primitiva empresa de alumbrado á gas, he obtenido al- gunos datos sobre tan útil adelanto. Existen en esta ciudad varias compañías que sumi- nistran el gas del alumbrado público y privado, siendo la principal la que se instaló- en 1855, y sobre la que paso á dar algunos datos. Esta empresa se instaló con los aparatos necesarios para servir á tres mil casas. Desde 1855 hasta 1862, ésta era suficiente para abas- tecer á la ciudad de la cantidad de gas que necesitaba ; pero en 1862 hubo que aumentar la usina para satisfa- cer los pedidos que se hacia á la empresa. Entonces la usina ensanchó sus operaciones, insta- lándose con cinco gasómetros dotados de todo lo ne- cesario. Estos aparatos funcionan á un mismo tiempo ó alternativamente, según las exigencias, y producen todo el gas que puede consumir la ciudad, no que con- sume, puesto que hay otros establecimientos que sir- ven para los mismos fines. En esta usina se obtiene el gas por el procedimiento ordinario, es decir: destilando la hulla y recogiendo sus productos volátiles. — 69 - La purificación de los productos volátiles, se obtiene por medio de la cal ó de una tierra ferruginosa, á través de la cual se hace pasar estos productos. Se sabe que la hulla da productos secundarios de muchísima importancia. Entre nosotros no se obtiene como producto secundario sino el coke y una parte de alquitrán, por dos causas: primero, porque es muy costoso obtener los otros productos, tales como el ácido fénico, fenatos y tantos nuevos que la industria saca de la hulla; segundo, porque dado caso que fuera fácil obtener tales productos, no se tendria mercado en qué espenderlos. La capacidad de todos los gasómetros juntos de la usina principal es de 28,313 metros cuadrados. Todos los gasómetros prestan el mismo servicio y todos abocan á un tubo común, por el eme se hace la repartición á todas las oficinas y á todas las casas á que sirve la empresa. Cuando la compañía era esclusiva, servia á 6,170 casas con 49,760 picos en todas ellas, lo que da, poco mas ó menos por término medio, 8 picos para cada casa. Servía, ademas, á 2,291 faroles del alumbrado público, que unidos á los anteriores hacen la suma de 52,051 picos. La cantidad de gas que espende esta compañía es iguálala cantidad de gas que produce la fábrica, me- nos un 20 por ciento que se pierde. Parece imposible que haya tamaña pérdida, pero tal es el dato que me ha suministrado la empresa. La merma varía entre un 15 y un 20 ojo, según la calidad del carbón, las condiciones de la fabricación, el estado de la cañería y el de la atmósfera. La pérdida llamada de condensación, es debida al enfriamiento del gas, que reduce el volumen ele este fluido y que le hace abandonar al mismo tiempo, cier- tas partículas eterogéneas que retiene á pesar de la pu- _ 70 — riíicacion, es decir, apesárele su pasaje por la cal ó tierra ferruginosa de que hemos hablado. La cañería total de las empresas de gas no ha sido medida, lo que en mi opinión, es una falta, porque en toda administración de esta especie, debería conocerse todos los detalles relativos á la esplotacion, y en estos entra la cantidad ele caño empleado para la distribución de gas. Sin este dato es imposible calcular la cantidad ele gas que hay en cada momento en la ciudad y á la empresa le habría sido fácil obtenerlo, con solo anotar desde el principio la longitud y el diámetro déla cañería que colocaba. Existen, como lo he dicho, además otras compañías de gas, que lo fabrican de diferente calidad y que sirven á determinado perímetro. Después de estas esputaciones nos preguntamos: ¿ está bien servido el alumbrado público en Buenos Aires? La ciudad de Buenos Aires está alumbrada con gas y con petróleo. El petróleo para el alumbrado, debe ser de buena cali- dad y la intensidad de la luz tiene que ser tal, que baste para alumbrar las distancias intermedias que hay entre uno y otro farol. Cada farol debe alumbrar durante 10 horas y con- sumirá durante el verano 180 gramos de petróleo, poco mas órnenos, y durante el invierno 240 gramos, loque da un término medio de 210 gramos de petróleo por noche, digo mal, que se debería consumir, porque mu- chos de estos faroles no son encendidos, otros son apa- gados á cierta hora de la noche ; en fin, el servicio tiene sus irregularidades como todo. De los ciatos que figuran en los documentos públicos, debería deducirse la cantidad de gas y de petróleo que se gasta en el alumbrado público en Buenos Aires, y sin embargo no es así, porque en donde debería existir ese — 71 — dato, es decir, en la Municipalidad, no existe. Allí no se tiene sino datos incompletos, puesto que el alumbrado público está á cargo de varias compañías que sirven di- versos perímetros. De modo que no puedo yo hacer la suma de la cantidad de metros cúbicos de gas que se consume en Buenos Aires, y no es estraño que yo no pueda hacerlo, cuando la autoridad encargada de ello no lo hace. La Municipalidad, debería ser un centro al cual man- daran las compañías todos sus datos, ya que este poder tiene la obligación de vigilar por el cumplimiento de todos los contratos que se relacionan con el público y de conocerlos hasta en sus últimos detalles. Con la falta de tales conocimientos, no se puede abso- lutamente hacer estadística, y de aquí provienen las grandísimas dificultades que toca todo el que quiere estudiar algo en Buenos Aires: no hay donde encontrar- los datos que se necesita. En el curso de estas lecciones, se notará quizá erro- res en las medidas de que me sirvo en mis esposiciones. Al preparar mis apuntes tengo que consultar muchos libros y que tornar ciatos en ellos, y no puedo hacer lo que desearía, no puedo presentar una medida uniforme y exacta, siquiera los errores sean pequeños, teniendo que hacer yo mismo los cálculos, sin revisarlos de un modo satisfactorio. Todos los documentos que con- sulto presentan sus medidas variadas : unas veces en pies, otras en metros, otras en varas. Las memorias del mismo P. E. tienen también igual defecto, notándose, que se mezcla en ellas, yardas cúbicas con varas cúbi- cas y metros cúbicos, lo que obliga á practicar reduc- ciones morosas y alguna vez difíciles. Picio, pues, disculpa por esta falta, prometiendo evi- tarla cuando me sea posible ; en caso contrario presen- taré los datos tales como los encuentre en los documen- tos deque me sirva para estudiarlos. Las calles centrales de Buenos Aires, están alum- bradas á gas; las calles lejanas lo están con petróleo. Hasta hace algún tiempo no se alumbraban las calles durante las noches que habialuna. Evidentemente la luna no basta á suministrar la canti- dad de luz que necesita la seguridad pública. No encender los faroles durante las noches de luna, es por lo tanto un defecto, que sino se ha corregido to- davía, debería ya corregirse. En muchas ciudades se ha perdido ya la costumbre de no encender los faroles durante las noches de luna ; ahora se les enciende todas las noches y durante las horas en que falta la luz del sol. La calidad del gas que se suministra á las ciudades no siempre es la mejor. La mala calidad del gas tiene varias causas. El orí- gen del defecto suele estar en la fabricación, suele estar en la calidad del carbón, en el método empleado para la destilación y también en la imperfecta purificación del fluido, una vez obtenido. Suele depender también del modo como se distribuye y en el mayor número de casos, la intensidad de la luz depende de la clase de pi- cos que se usa.—Ya se sabe que según la materia de que es hecho de mechero y según la abertura que sir- ve para dar paso al gas, éste se esparce de una manera mas ó menos favorable y suministra mayor ó menor cantidad de luz. El público en todas partes encuentra dificultades pa- ra obtener modificaciones en la calidad de gas que se le suministra, porque le es imposible luchar con las em- presas, que abusan siempre mas ó menos, persiguien- do su interés. Hay pues variaciones en el alumbrado á gas, pero cualesquiera que sean sus defectos, él constituye un verdadero progreso en nuestros tiempos. — 73 — Las usinas mismas miradas como industria son un elemento de prosperidad. Ellas sirven para emplear una porción de brazos y para dar alimento á muchas familias. Sirven además en los países en donde los productos secundarios tienen mercado, de granelísimo apoyo á la industria en gene- ral, puesto que los valiosos productos que se obtiene de la hulla, son elementos importantísimos para las artes; citaremos entre otras la tintorería, que tan bellos colo- res se ha procurado elaborando los elementos de la hu- lla; la farmacia, que saca de ella preciosos medicamen- tos y muchas industrias que se hallan planteadas en los grandes centros de población, donde con verdad puede decirse, que no se pierde ningún producto secundario de las fabricaciones. La elaboración y la distribución del gas en las ciuda- des no deja de tener sus peligros. Puede ocurrir in- cendios, asfixias, sofocaciones y otros daños debidos á escapes de gas ó á elevaciones de temperatura, cuan- do nuestros mecheros arden en sitios reducidos. Los incendios son ocasionados generalmente, por descuidos de las personas que aproximan la llama de una bugía ó de un fósforo á los caños en que hay escape de gas y las asfixias, por descuidos mas frecuentes aun, de los que no cierran bien las llaves ó apagan el gas cerrando el medidor y olvidando la llave de cada pico, lo que permite que una vez abierto de nuevo, se escape el fluido y vaya espulsando poco á poco el aire de las habitaciones; como el gas no es respirable, aun- cpie no fuera venenoso, como lo es, no quedando aire respirable en una pieza, la asfixia se produce al mismo tiempo que una intoxicación. La cantidad de calor que el gas encendido desarrolla no daña si hay una corriente de aire que purifique la atmósfera de las habitaciones. En los teatros, cafés y edificios en donde se reúne mucha gente, si hay falta de ventilación el peligro es mayor, lo que ha sugerido á mas de un higienista la idea de aconsejar que solamente se emplee el gas en los patios y en los pasadizos de los teatros y que no se use jamas en el interior de las casa-, ni en los salones don- de se reúnan muchas personas. Pero con nuestra actual civilización', semejante res- tricción es ridicula. El alumbrado á gas, principal- mente en los puntos eme se indica no podría ser susti- tuido con ningún otro; ni el aceite, ni el petróleo pueden reemplazar al gas, pues además de la pec^ueña intensi- dad de su luz, tienen otros inconvenientes, tales como el mal olor y poco aseo, que los hacen inaceptables. Lo que hay únicamente que vigilar, es que el gas sea conducido en buenos tubos, que éstos no tengan aber- turas sino donde deban tener y que en los puntos alum- brados, haya bastante ventilación como para que la cantidad de oxígeno que se consuma en la combustión del gas y en la respiración ele las personas, sea sufi- ciente y el calor que se produzca dentro de las piezas, no eleve mucho la temperatura de éstas. Nos queda aun que nombrar la luz eléctrica entre las empleadas para el alumbrado público. La luz eléctrica no ha sido usada hasta hace poco para alumbrar las ciudades por las dificultades que ofrecia. Se ha usado solamente para trabajos urgentes cuya prosecución debia hacerse de noche ó en sitios oscuros, trabajos en los que eran empleados muchos obreros y en los que se necesitaba luz intensa y abundante como la del dia. Su costo era grande y se requería para producirla aparatos especiales, manejados por hombres muy in- teligentes. Entre las dificultades que ofrecia figuraba la particu- laridad de que dejaba casi en completa oscuridad las cercanías del sitio de donde manaba y alumbraba mucho mejor los sitios lejanos, debido esto en parte á la im- perfección de los aparatos. Además de esto, en el aparato empleado antes casi esclusivamente para la producción de la luz eléctrica, la intensidad no era uniforme y esto dependía de que en él los carbones se gastaban en sentido diferente, esca- vándose el uno mientras que el otro se afilaba en pun- ta, por la acumulación de las partículas cpie emigran de su opuesto. De esto resultaba que la distancia entre los dos car- bones, que rige la intensidad de la luz, no era siempre la misma, razón por la cual la intensidad variaba. Se intentó corregir el defecto, adaptando á los aparatos una máquina de reloj y disponiendo los carbones de modo, que se miren por sus lados, para que el gasto correspondiente á uno, fuera representado por el creci- miento del otro, pero ni aun así se obtuvo que la distan- cia de los carbones, fuera siempre la misma, y por lo tanto la intensidad fuera también uniforme. Durante mucho tiempo su estremada intensidad, da- ñosa para los ojos, era también un obstáculo para su empleo. Pero últimamente se han verificado tales ade- lantos en el estudio de la electricidad, que todos los in- convenientes mencionados y otros mas, han sido ven- cidos en principio, faltando solo vencerlos de un modo permanente, estable y radical. Lo que hace pocos años era un problema en cuanto á la luz eléctrica es hoy una realidad, á la cual solo falta radicarse y perfeccionarse. Los aparatos para la producción han sido modificados, se ha fabricado muchos nuevos y se ha aplicado á ellos fuentes productoras de gran potencia. Los in- convenientes de la intensidad, falta de uniformidad y otros no son ya dignos de mención. Algunas ciudades emplean hoy la luz eléctrica eu el alumbrado de las ca- lles y de las casas, pero justo es decirlo, algo falta to- — 76 — davía para que sea adoptado uniformemente y con ven- taja insuperable. Sin embargo nos es dado anunciar que éste es el alumbrado del porvenir, á lo menos por lo que falta de este siglo, si algún descubrimiento mejor no viene á ocupar.su lugar. En Buenos Aires se ha hecho ensayos sin trascendencia hasta hoy. I\ Provisión de agua en las ciudades—Obras para la provisión en Buenos Aires—Cantidad de agua suministrada. i El agua es en las ciudades tan indispensable como la luz; por eso una de las mas serias preocupaciones ele sus habitantes, es la de procurarse una buena provisión de agua pura y saludable. Las ciudades han hecho y hacen sacrificios inmen- sos para obtener buena agua, á estar á los datos que de todos los tiempos nos suministra la historia. Roma recibía cada 24 horas, 800 millones de litros cúbicos ú ochocientos mil metros cúbicos de agua, por 20 acueductos, lo que es una enorme cantidad. Washington actualmente recibe 300 mil metros cúbi- cos cada 24 horas. New-York recibe 160 mil metros cúbicos por dia. Glascow tiene un acueducto de 42 kilómetros de largo, que proporciona á cada uno de sus 400 mil habitantes, la inmensa cantidad de 560 litros por dia, que es todo lo mas que puede necesitar el habi- tante de una ciudad, por mas agua que consuma. Marsella trae desde diez leguas, una especie de rio que hace nacer del Durance, trayendo su agua por un magnífico canal ó acueducto, que surte á la ciudad de 814 mil metros cúbicos diarios. Entre las ciudades cuyos esfuerzos debemos men- cionar, figura también hasta cierto punto Montevideo, que trae su agua potable desde Santa Lucía, distante — 78 — once leguas de la ciudad, por medio de un acueducto. Tocias estas ciudades que he mencionado, han hecho esfuerzos inmensos por proveerse de agua; y si mira- mos los nuestros, observaremos que son también muy graneles, dadas nuestras circunstancias y nuestros re- cursos. Nosotros hemos empezado dos series ele trabajos : el de la limpieza de nuestro rio y el de la provisión de agua en Buenos Aires. Entre los primeros, podemos citar la expulsión de los saladeros del riichuelo de Barracas, conquista de la higiene contra la especulación; conquista de la. higie- ne, que vino á reducir durante un tiempo á la nada, diremos, el comercio de una población estensa, como era Barracas; pero en fin, conquista ele la higiene, que ha ciado por resultado la salubridad completa, de aque- llos terrenos, que ha librado á la población de los malos olores que habia constantemente en un estenso recinto y de la mala influencia de los gases que se desprendían del riachuelo, convertido en una inmunda cloaca. Antes de comenzar el estudio de la provisión de agua en las ciudades, debe preguntarse uno ¿ qué cantidad de agua necesita cada habitante ele una ciudad civili- zada? Los higienistas establecen que la menor cantidad ele agua que necesita y puede consumir un individuo, es de cien litros. Vahemos visto que algunas ciudades proveen á cada uno de sus habitantes de 500 y tantos litros, ele manera que no es una exigencia escesiva la délos higienistas, que solo reclaman cien litros para cada habitante de ciudad. La abundancia de agua, es lo mas útil que pue le ha- ber para las ciudades y no hay que temía' respecto á este organismo social lo que puede temerse respecto al organismo ele un individuo : no hay temor de que — 79 — una ciudad se vuelva hidrópica, si se ha tomarlo las precauciones que el sentido común indica, para descar- garla del agua que pudiera estar en esceso. La abundancia de agua, sirve en las ciudades para la limpieza de las calles para el riego de los jardines, para el consumo de los habitantes y para la vida y cui- dado de los animales que son indispensables en ellas. ¿Qué clase de agua se consume en las ciudades? Puede decirse que toda el agua de que se dispone en el mundo tiene un solo origen : el mar, y un orí- gen todavía mas inmediato :, las nubes. El agua se levanta de los mares convertida en vapor, se condensa en la atmósfera y después se derrama so- bre la tierra en forma de lluvia. Derramada, ó corre por la superficie ó penetra por filtración al interior de la tierra y entonces se forman capas de agua que dan lugar á-vertientes permanentes, si se cavan pozos lla- mados artesianos, que encuentran el agua entre dos lechos impermeables; capas dispuestas de otra manera que suministran el agua á los pozos comunes y capas por fin que dan lugar á manantiales ó fuentes natura- les, si la naturaleza y disposición del terreno lo per- miten. El agua que corre por la superficie forma los arroyos, los riachos, los torrentes y los rios. Pero no nos olvidemos de que el origen del agua que consumimos, es siempre el mar y mas inmediatamente aun las nubes. De aquí resulta que las nubes suminis- tran á la superficie de la tierra, siempre agua pura, no precisamente protóxido de hidrógeno, agua química- mente pura, porque el agua de lluvia y con mas particu- laridad la que cae dui'ante una tempestad, contiene compuestos de ázoe, oxígeno é hidrógeno, tales como el nitrato ele amoniaco que se forma á espensas de los gases de la atmósfera, bajo la influencia de la elec- tricidad. - 80 — El agua de lluvia, una vez que ha caido sobre la su- perficie de la tierra, se conserva en sus condiciones de pureza, ámenos que se encuentre con productos solubles en ella, que alteren su composición. Si el agua corre por la superficie de la tierra disolverá lo que en ella encuentre y formará rios y arroyos, en los que la calidad del agua dependerá del terreno que atraviese. Si el agua ha penetrado al interior de la tierra y se encuentra en las capas que están á la profundidad de los pozos comunes, contiene todas las sales que haya po- dido disolver en su pasaje y si el agua se interna á una profundidad mas considerable, entre dos capas imper- meables, puede salir á la superficie proyectándose á di- ferente altura según su origen, por medio de pozos ar- tesianos. En definitiva, el agua de todas partes es igual, salvóla diferencia que le puede dar el sitio por donde ha atravesado. Las aguas que se consumen en las ciudades son de río, de manantial, de fuente, de pozo, dealgibe y en al- gunos casos de laguna, estanque ú otra proveniencia. El agua de río es buena en general, es potable, no hablo por cierto de las escepciones. Solamente se echa á perder cuando los ríos están vecinos á una gran ciu- dad, ó á fábricas numerosas, en fin, cuando por cual- quier causa se echa en ellos cantidades de materias es- trañas, que sirven para alterar la composición de sus aguas. El agua de rio suele contener sulfatos de cal y clorhidratos decaí y de magnesia. Las aguas de fuente ó ele manantial de que se sirven las ciudades, varían según su origen y pueden contener todas las sales solubles de los terrenos que han atra- vesado. El agua de algibe, por regla general, es la mejor en mi opinión : es clara, pura y agradable. Si el algibe es limpio y bien conservado, el agua que en él se deposita — 81 — no contiene sino los productos que se forman en la atmósfera durante las tempestades y una pequeña cantidad de materias estrañas que recoge en las azoteas. Las aguas de pozo suelen contener sulfato de cal, que si está en cantidad puede ser dañoso. Esta sal produce en los individuos diarreas ó estitiquez, lo que parece una contradicción. En efecto, lo que afirman los autores, es que produce diarreas, pero lo que la esperiencia nos enseña á noso- tros, es que los individuos que pasan de la ciudad á la campaña, sufren de sequedad de vientre ; esto no se pue- de atribuir á otra causa que al uso del agua de pozo, pues la alimentación no cambia, y se comprende muy bien tal diversidad de acción, si se tiene en cuenta que la cantidad y la calidad de sales que el agua disuelve, varía al infinito, según el terreno por que pasa. Las aguas de los pozos artesianos varían también por las mismas influencias. Las aguas ele los lagos, esteros, estanques y pantanos deben ser rechazadas ; sin embargo, algunas poblacio- nes tienen que hacer uso de ellas porque no disponen de otras. Las aguas de los lagos en tales casos son prefe- ribles á las de los esteros, estanques y pantanos ; estas últimas no deben ser usadas sino en el último estremo. Las aguas de los lagos participan de la calidad de las aguas estancadas, contienen sales y materias orgá- nicas ; pero si los lagos son muy estensos, si se ase- mejan á los mares, su agua puede ser mas aceptable porque siquiera será aereada. Al llegar á este punto nos preguntaremos ¿ qué es agua potable ? Hé aquí una calificación que muchos habrán oido con suma frecuencia y cuyo significado estricto, es pro- bable que no conozcan. No basta que la composición química de una agua sea buena para que el agua sea potable; aun mas; el — 82 — agua no es potable cuando solo contiene oxígeno ó hi- drógeno en la proporción de dos volúmenes de hidró- geno por uno de oxígeno. El agua compuesta ele esta manera es un líquido purísimo, pero es demasiado pe- sado y en cierto modo indigesto. El agua para ser potable necesita, tener en disolución cuando menos, aire y ácido carbónico, gases que sirven para aligerarla un poco. Será muy buena si ademas de ser fresca, contiene una pequeña cantidad de cloruro de sodio y de carbonato de cal. No es indispensable que todas estas materias figuren en el agua potable, pero es útil queasí sea. Por ejemplo, el carbonato de cal no figurando en escesiva cantidad, sirve solo como anti-ácido, según decían los antiguos, sirve para corregir' la acidez exesiva de los líquidos del estómago. Para reconocer si el agua es potable, es necesario hervirla y ver si no se enturbia ni deja residuos cuando se ha agotado. Uno de los medios mas comunes y que está al alcance de todo el mundo, para conocer sí el agua es potable, consiste en cocer legumbres secas en ella ó disolver jabón; si el jabón no se corta y las le- gumbres se cuecen bien, el agua es probablemente po- table, y digo probablemente porque hay algo aun, que no se revela por esta operación. No basta que el agua sea pura, que sea clara, que el análisis químico no revele la presencia de materias estrañas en disolución y en suspensión, ni sustancias que puedan dar lugar á putrefacciones: es necesario ademas que dé buen resultado ante un reactivo mucho mas sensible todavía: ante el organismo. El agua es potable cuando prueba bien á la salud, cuando la espe- riencia demuestra que su uso diario no hace mal; y es esto tan cierto, c[ue en algunas partes donde se ve bro- tar el agua clarísima de las peñas, donde se la cree ri- quísima y muy útil para conservar la salud, se observa — 83 — que muchos habitantes padecen de coto ú otras enfer- medades específicas, y sin embargo, el agua que las engendra es en apariencia la mas pura y la mejor. La pureza del agua no está pues en relación con su claridad. Fuera de la esperiencia y de los exámenes científicos, el análisis familiar que he indicado ya, pue- de hacernos conocer la potabilidad ó no potabilidad del agua. Se llaman aguas incrustantes aquellas que tienen mu- cho carbonato de cal, y aguas selenitosas aquellas que tienen una cantidad notable de sulfato de cal, de yeso. Estas aguas descomponen el jabón y no cuecen bien las legumbres. Ciertas aguas contienen también clorhidrato ele mag- nesia y sulfato de sosa, aunque es esto raro. Por lo que hace al reconocimiento de las materias or- gánicas, cuya presencia en el agua tanto daño puede causar, señalaré un medio cómodo y fácil que sirve mucho en la práctica. Si permaneciendo quieta durante quince ó veinte dias el agua, no se abomba, puede de- cirse (jue es buena. El gusto no es buen indicador de las materias orgá- nicas que el agua puede tener ; el sabor de una agua puede ser agradable sin que ella sea buena. La importancia del conocimiento de las calidades de las aguas, aumenta durante las epidemias, porque ellas. son uno de los vehículos que con mayor facilidad tras- mite las enfermedades, vehículo tanto mas temible, cuanto que nadie sospecha su terrible importancia. Pero no basta tener conocimiento de que las ciuda- des necesitan usar agua pura:, á veces suelen no tenerla y entonces es preciso saber el modo de purificarla. Los medios ele purificar el agua son : el aereo, la ebu- llición, la clarificación, la depuración, la destilación y la filtración. — 84 — Hablaremos ligeramente de cada uno de estos me- dios. El aereo ó ventilación es indispensable para que el agua sea potable. Se suele ver en las casas, tenidos como muy apre- ciables unos filtros de carbón que sirven, según dicen, para cpiitar al agua todo elemento dañoso. Pues bien, estos filtros de carbón tan celebrados, ha- cen del agua salubre un líquido indigesto. No hay mas que comparar el agua común con la que sale por la llave de uno de esos filtros; esta última parece mas es- pesa, es clara pero pesada y densa, porque al pasar por el carbón ha dejado allí su aire. Esta agua es buena, porque el carbón le ha quitado los elementos estraños, pero necesita ser agitada, ae- reada. La ebullición es un medio escelente de purificación del agua; por él las materias orgánicas dañosas son destruidas ; al elevarse la temperatura los productos vo- látiles se van y algunas materias en suspensión se depo- sitan ; pero tiene el inconveniente de ser solo aplicable en muy pequeña escala. La clarificación se obtiene por medio del reposo ; este procedimiento se emplea para las aguas que con- tienen elementos en suspensión, no dañosos, pero sí incómodos. Cuando tiene el agua materias orgánicas putrescibles el reposo no las purifica. La depuración por el alumbre, por el carbonato de potasa, por la cal, por el carbón, por el licor de Condi, que es una solución de permanganato ele potasa, sal que contiene la cuarta parte de su peso de oxígeno, del que se desprende fácilmente para oxidar los cuerpos or- gánicos, es un medio escelente de purificación del agua, pero no puede servir para la provisión de las ciudades por su costo. Cuando mas, puede ser empleado en las casas particulares. — 85 — La destilación tiene el mismo inconveniente; no se puede destilar agua para toda una ciudad; cuando mas podría destilarse, y con mucho trabajo, para una familia. El único medio que queda de purificación del agua, para la provisión de las ciudades, es la filtración prece- dida del reposo. La filtración se hace en arena, cascajo, pedregullo, carbón y otras materias adecuadas. De esto trataremos mas adelante con alguna esten- sion. Siendo los ríos los surtidores de las ciudades, lo que hay que buscar ante todo, es que los ríos no sean con- taminados por elementos nocivos. Tenemos muchos ejemplos de ríos cuyas aguas han sido contaminadas y que han envenenado á los que usa- ron de ellas. Conviene, pues, prohibir que en las vecindades de los rios se establezcan fábricas que derramen en ellos pro- ductos dañosos ; á lo menos, debe impedirse eme estas fábricas sean establecidas aguas arriba con relación á las ciudades. Quizá sería mas bien tolerable, aunque inconveniente, á causa del movimiento que los vientos imprimen á las aguas, que las fábricas fueran situadas entre las ciuda- des y los puntos hacia los cuales corren los rios. Para la industria, no importa que las aguas no sean potables; para el riego son buenas, cualesquiera que sean sus impurezas inorgánicas, con tal que no tengan materias putrescibles. Sin embargo, la impureza de las aguas no es del todo indiferente para la industria, puesto que recuerdo en este momento, que por cálculos hechos en Londres se ha llegado á establecer, eme si en lugar de emplear allí las aguas impuras del Támesis, se. empleara agua dul- ce, se economizaría anualmente la enorme cantidad de — 86 - 400 mil libras que se gasta ahora de mas, en jabón no utilizado hoy en el lavado y perdido á causa de la mala calidad del agua. Toda provisión de agua en las ciudades, supone el medio de deshacerse de ella, es decir, supone la existen- cia de cloacas. Los principios que hay que tener en cuenta para la provisión ele agua en las ciudades, son los siguientes: elección de una buena fuente ; conducción del. agua por buen camino á un buen depósito y distribución después por buenos caños. Esto quiere decir, que el agua debe ser potable en el punto de donde se toma, que debe ser conducida por caños que no le añadan nada, que debe ser conservada en depósitos que no la contaminen y que de allí debe ser repartida por nuevos caños que estén en condiciones de higiene inmejorables. Aquí viene una observación respecto ala materia de que deben ser hechos los caños de distribución. Indudablemente los caños de vidrio son los mas hi- giénicos ; el agua corre por ellos con toda facilidad, el vidrio no cede nada al'agua y esta se conserva pura ; pero no es posible emplear el vidrio para la construc- ción de caños ; éstos se romperían á cada instante y no habría capital bastante para responder á semejante gas- to, ni posibilidad de un buen servicio. Lo mismo diré de los caños de barro, inadecuados para la pequeña provisión. Hay, pues, que recurrir á una materia con la que se pueda hacer caños que se doblen con facilidad, que tengan poco prerío y cuya construcción sea fácil; en una palabra, hay que recurrir á los caños de hierro para la gran distribución y á los de plomo para el servi- cio de detalle. Los caños de plomo han sido criticados seriamente. Se ha dicho que clan lugar á la formación de sales vene- nosas que el agua disuelve. No niego la posibilidad, pero niego el daño en la práctica. No niego que el agua puede, al pasar por los caños de plomo, dar lugar á la formación de ciertas sales, pero niego completamente, que la cantidad de sales que pue- da disolver el agua de paso, sea capaz de envenenar á persona alguna. Ademas, para ponerse á cubierto de cualquier mal, " basta tomar la precaución que indica uno de nuestros químicos; basta sumergir los caños de plomo en agua durante algún tiempo, lo que da lugar á la formación de una sustancia que se queda adherida á las paredes del caño y que no arrastra después el agua que pasa. En vista de esto., y sin vacilar, debemos decir que los pequeños caños de distribución, pueden ser de plomo y que esto no trae ningún perjuicio á la salud pública. Hasta hace unos diez y ocho años no habia en Bue- nos Aires mas que dos modos de proveerse de agua : recoger las de las lluvias en algibes y comprar la del rio que los aguadores llevaban á las casas. Los aguadores alzaban el agua directamente del rio, ó la tomaban de depósitos especiales, pertenecientes á empresas particulares. Cuando la población se estendió, el número de car- ros empleados en la conducción de agua, fué creciendo, aumentando el tráfico y haciéndose cada vez mas difícil la provisión. Las dificultades que esperimentaban las familias eran grandísimas; pero aquellas con cpie tuvieron que luchar ciertos establecimientos que consumían grandes can- tidades de agua, eran todavía mayores. Así, algunas empresas de casas de baños, tuvieron que proveerse por medio de tubos que iban de las casas al rio, ali- mentados por bombas de absorción. En otros establecimientos, tales como el Ferro-Carril del Oeste, por ejemplo, se pensó también en traer el — S8 — agua por medio de caños, á la estación principal, en vista de la gran cantidad ele agua que se consumía allí y ele las dificultades y tropiezos que habia con los aguadores. De esta resolución tan modesta en apariencia, ha re- sultado el grande efecto que nosotros estamos próximos á ver desenvolverse en su mayor magnitud : la provi- sión de agua corriente en Buenos Aires En virtud de un proyecto presentado primero á la administración del Ferro-Carril del Oeste y luego al Gobierno, se estableció en 1868 la maquinaria que to- davía funciona, mas ó menos modificada, como todos lo saben. Se tomó el agua del rio por medio de un tubo que condujo esta agua á un depósito situado en la plaza Lorea. Se proveyó al establecimiento cuyo directorio habia sido el iniciador de la idea, y después se fué pro- veyendo, poco á poco, á un número dado de casas de la ciudad. Se eligió como punto de toma la parte del río que se halla enfrente de la Recoleta. A poca distancia del punto de toma, se estableció una maquinaria destinada á absorber é impeler el agua. El modo como el agua venia era muy sencillo : se habia puesto un tubo que comunicaba con los pistones délas bombas por un estremo y que terminaba por el otro, en una especie de pico de regadera, sumergido en el rio, á cierta distancia de la costa; el agua era absor- bida y enviada á los depósitos de asiento formados con un simple parapeto de tierra, revestido en el interior, de ladrillo. De estos depósitos el agua, después de haberse asen- tado por el reposo, pasaba á unos filtros; de estos fil- tros á un dopósito, llamado pozo de bombas, de donde las máquinas la absorbían para enviarla á las casas y al depósito de la plaza Lorea. — 89 — Esta obra en pequeño, ha servido mucho y continúa sirviendo todavía, siendo auxiliada, desde principios del año 1884, por las nuevas máquinas impelentes. Los depósitos, los filtros, el túnel de toma y la colo- cación de caños en toda la ciudad, eran muy defectuo- sos ; todo esto se ha ido modificando, y ahora tenemos una instalación, en parte nueva y en parte vieja. Hasta Junio de 1878, el agua seguia tomándose siempre en el punto mencionado, pero la maquinaria que servia para inyectarla, sufrió hace unos diez años, una pequeña modificación, debida al ingeniero parti- cular de la comisión de aguas corrientes, la que vino á producir una grande utilidad á la empresa y á hacer posible que se proveyera doscientas casas mas, en la ciudad de Buenos Aires. Al principio, como he dicho ya, una sola, casa de bombas en la que habia dos máquinas funcionaba ; una de las máquinas absorbía el agua del rio y la echaba á los depósitos, y la otra máquina la sacaba del pozo de bombas y la mandaba á la ciudad y al depósito de Lorea, como voy á esplicar ahora. Pero este doble trabajo no se hacia con toda regula- ridad; los motores gastaban su fuerza en mover las dos máquinas y el efecto era pobre, como es de presumirse. Por esto, el señor Balbin hizo sacar una de las má- quinas y la condujo á un punto situado en el trayecto del antiguo túnel de toma. Este túnel de toma formaba los dos lados de un cua- drado ; habia, pues, un ángulo en su trayecto, y es en ese ángulo donde la máquina fué establecida. Esta máquina recogía el agua del río directamente por un tubo recto para echarla en el depósito antiguo y mas tarde en uno de los dos modernos. De los depósitos estos pasaba el agua á los filtros; de los filtros al pozo de bombas; del pozo de bomb:is — 90 — era absorbida por los pistones de la máquina de inyec- ción y enviada á la ciudad. De 'manera, pues, que los motores de la casa de bombas, no tenían ya que hacer el doble trabajo que hacían antes. Los filtros que se ha usado hasta ahora y que forman parte délas obras primitivas, han sido tres y han reci- bido el- agua de los depósitos en que se asentaba. Los filtros son formados por una capa de piedra gruesa de 0 m. 432 en el centro; por otra de cascajo del rio de 0 m. 178 de espesor y por una de arena de 0 m. 279. Indudablemente, si las capas estas fueran mas grue- sas, podría hacerse la filtración mejor, pero el caudal de agua que los filtros suministrarían no sería entonces tan grande como el que actualmente dan, y no se podría, por lo tanto, hacer la provisión de agua con la estension que hoy se hace. El antiguo pozo de bombas es chico y el caño por donde se recogía el agua del rio estaba mal establecido y se sentía de tiempo en tiempo, la necesidad de limpiar- lo, lo mismo que se siente la necesidad de limpiar los filtros y las demás partes del conjunto que sirve para la provisión. Como el pozo de bombas era pequeño, resultaba eme los filtros, los depósitos y todos los aparatos tenían que funcionar simultáneamente; de manera que no habia tiempo para que el agua reposase y se refrescase todo lo necesario. Estos inconvenientes se han subsanado ya con los nuevos depósitos de asiento actualmente en uso. Muchos creen, estoy seguro, que el agua que se re- cogía por medio de las bombas que he mencionado y de que se sirve la ciudad, iba primero al depósito de la pla- za Lorea, que subia por uno de los tubos del mismo y bajaba en seguida por el otro ; estoy seguro de que esta — 91 — es la creencia general; tal creencia es errónea. Uno de estos tubos prestaba solamente el servicio de dar salida al agua en los casos de que el depósito se llenase demasiado, evitándose así el desborde del agua en la Plaza. El depósito de la plaza Lorea no se llena sino cuan- do están llenos, repletos completamente, todos los tubos de las casas particulares, de los edificios públicos, toda la cañería de distribución, en fin. El depósito de la Plaza Lorea viene á ser en realidad, un verdadero tubo de seguridad. No sube el agua allí, sino cuando la red de la ciudad está repleta y no sirve, ni puede servir para cortar la comunicación entre el caño de inyección que parte de las bombas y los caños de la ciudad. Se comprende perfectamente bien cómo circula el agua; es inyectada por las bombas en los tubos cpie parten de ellas, llena todo el sistema de conductos de la ciudad y una vez llenos, tiende á subir y sube hasta el tanque, como le llaman al aparato de la Plaza Lorea. Esta disposición tiene una ventaja. Si el tanque de Lorea fuera el intermediario entre la ciudad y las bom- bas, nunca se podría limpiar el tanque sin suspender la provisión de agua ; mientras que ahora, como la canti- dad de agua depende del número de golpes de pistón de las máquinas, disminuyendo la presión del vapor, dis- minuye la cantidad de agua inyectada y baja, por lo tanto, el nivelen el tanque, pudiendo hacerlo bajar tanto como se quiera. La esperiencia demostró que, con el consumo relati- vamente pecpaeño que habia hace unos diez años, era suficiente dar á las máquinas una presión de sesenta y cinco libras, para que se llenasen de agua todos los ca- ños de la ciudad, el tubo que subia al tanque de Lorea, como también este último hasta la mitad. Disminuyendo la presión, el nivel del agua bajaba — 92 — en el tanque y hasta en el tubo vertical que lo alimenta, de manera que este depósito podia ser limpiado y repa- rado perfectamente. El tanque es un divertículo, diré así, de la red de conductos, un sitio donde va el agua cuando ya no cabe en dicha red. Con una presión de sesenta y cinco libras en las má- quinas, el agua llenaba, pues, la mitad del tanque, á pesar de la que salia ; bien podia abrirse la mayor parte de los picos en las casas, esa presión mantenía siempre el nivel á la altura mencionada. La presión de sesenta y cinco libras era en este caso, según se dice en mecánica, la presión de equilibrio. La capacidad del tanque es de ochocientas cincuenta pipas, ó sea cuatrocientos ochenta y siete metros cúbi- cos próximamente. El mayor consumo entonces era de ciento cuarenta y cinco litros, término medio, por habitante ; no por ha- bitante de la población, sino por habitante de las casas servidas, calculando que cada casa tenía diez habitan- tes ; pero cuando el consumo llegó á ser mayor, el tan- que ya no sirvió sino para mantener una presión mas ó menos constante. La presión variaría considerablemente si en el trayec- to de los tubos de provisión, no hubiera esta especie de manómetro formado por el tanque ; el peso de la colum- na de agua sobre la base de los tubos que alimentan el tanque, determina dicha presión. ¿ Qué sucedería si no hubiera esta especie de manó- metro ? Sucedería que á cada golpe de pistón en las bombas, aumentaría la presión, lo que daría en los tubos y las canillas, una presión intermitente y aveces escesiva ; el agua sería emitida con proyecciones, en vez de salir en chorro continuo, y tanto los tubos como las llaves su- frirían un deterioro notable. - 93 - Empero, el sistema mas perfecto para regularizar la presión, y el que se emplea en las obras de mas impor- tancia, es el que se obtiene mediante un depósito de ser- vicio, de dimensiones suficientes para contener el vo- lumen de agua necesaria para el consumo de uno ó mas dias, el que se mantiene siempre lleno por medio de las bombas. Con este sistema, aun cuando se dejara una comunicación directa entre las bombas y la cañería de distribución, no se haría uso de la comunicación sino en casos de necesidad, como, por ejemplo, cuando de- biera hacerse la limpieza ó compostura del depósito. Las principales ventajas de' este sistema son: una uniformidad casi absoluta de presión en la cañería de distribución y de servicio; una reserva de agua para el caso de cualquier interrupción en el servicio de las bom- bas, ó de un aumento repentino en el consumo, como durante un incendio; mayor economía, porcme permite que las máquinas se paren en cualquier hora oportuna y que funcionen con la regularidad que conduce á un resultado económico y á su mayor duración. Se comprenderá que estas ventajas no podrían ser de importancia mas trascendental. Tal depósito de servicio se proyecta construir para la provisión definitiva de agua á Buenos Aires, pues esta no podría considerarse completa sin ello. El número de casas servidas según los datos de las Memorias de 1875 y 1876, era de 4,220 y todavía pudie- ra haberse servido doscientas mas, desde que se pusie- ron en uso dos depósitos de los nuevos, alimentándorbs por la máquina aislada de que he hablado ya. Calculando que cada casa se halle habitada por diez personas, tendríamos cuarenta y dos mil doscientas personas servidas, pudiendo disponer cada una, en los dias de fuerte consumo, de ciento cuarenta y cinco litros; lo que daría para la provisión de Buenos Aires en aquella época, la cantidad de seis millones ciento diez y — 94 — nueve mil litros, es decir, seis mil ciento diez y nuevo metros cúbicos por dia. Según la Memoria correspondiente al año 18,82, el número de casas servidas habia aumentado á 0,230, lo que daría un consumo máximo diario, tomando por base los mismos números de nueve millones cuarenta y dos mil doscientos litros. Es también fácil calcular, por la base que voy á dar, la renta que se puede sacar de esta provisión de agua. Se calcula que cada casa paga por término medio dos pesos moneda nacional y noventa y tres centavos por el servicio de agua ; no hay, pues, mas quehacer la mul- tiplicación de las casas servidas por esta suma, y se obtendrá la renta correspondiente. Pero todo lo que acabo de describir es provisorio; las nuevas obras serán muy completas y suministrarán una provisión abundante á toda la población. La confección de un proyecto definitivo para la pro- visión de agua y servicio de cloacas, fué encomendada al ingeniero Bateman, quien presentó en Setiembre de 1871 el informe correspondiente; este proyecto fué aceptado por la Comisión en Abril de 1872 con ciertas modificaciones, y se dio principio á los trabajos á fines del año siguiente. Los cálculos han sido hechos tomando por base una población de doscientos mil habitantes y una provisión ele ciento ochenta y un litros por habitante y por dia, lo que si bien no es lo mas que se puede desear, no es tam- poco lo menos. Hemos visto que hay higienistas que calculan que cien litros de agua para cada habitante es una buena dosis ; pero sabemos también que en algunas ciudades la provisión de agua se hace á razón de quinientos li- tros diarios por persona. La cantidad de ciento ochenta y un litros no es exa- gerada en el sentido de la abundancia, pero tampoco lo — 95 — es en el sentido contrario ; ella llena satisfactoriamente todas las necesidades de una población. Sin embargo, á mí me habría gustado eme se hubiera tomado por base la cantidad de doscientos litros por persona, calculando siempre sobre doscientos mil ha- bitantes. Con 181 litros la provisión seria de 36,200 metros cú- bicos ; pero en el proyecto se ha previsto la estension futura, y mediante ciertas obras adicionales podrá sur- tirse con la cantidad de 181 litros por persona á 500,000 habitantes, el dia que la ciudad de Buenos Aires llegue á tenerlos. La provisión de agua entonces sería de 90,800 metros cúbicos por cada 24 horas. El plan de las obras para la provisión de agua consta de las partes siguientes : Torre y túnel de toma, casa de bombas de absor- ción, depósitos ele asiento, filtros y depósitos de agua filtrada, casa de bombas impelentes, tanque, depósito distribuidor y cañerías. Vamos á estudiar cada una de estas partes. El punto elegido para tomar el agua no ha sido ni el propuesto por los optimistas, en frente á los Olivos, ni el propuesto por los que dan poca importancia á las di- ferencias mínimas en la calidad del agua en frente ala Recoleta. Se ha elegido un punto intermedio. No se tomó el agua en frente á los Olivos por el gasto que demandaría la construcción del túnel para'con- ducirla desde allí, y porque no vale la pena de ir á bus- car por un camino tan caro, milésimos de diferencia en la pureza. El agua en frente á Belgrano es casi tan buena como en frente á los Olivos ; los números siguientes dan el promedio de los análisis hechos de cinco muestras del agua tomada durante los meses de Abril, Mayo y Junio; — 96 — las cifras representan partes por millón ó miligra- mos por litro: Materias en suspensión...... 35.00 ídem en solución,.......... 154.00 Cloro...................... 17.80 Amoniaco libre............. 0.10 ídem Albumeuoide......... 0.29 Grado de dureza........... 3o 8 El punto de toma ha sido elegido allí, en el centro de la corriente llamada del u Capitán" y á800 metros de la costa. Allí está la torréele toma cuyo pozo central desciende hasta 13 m. 86 debajo del nivel de las aguasalias or- dinarias, hasta9 metros debajo del nivel del lecho del rio y hasta 1 m. 52 debajo del nivel del túnel que va á unir este pozo con la casa ele bombas de toma. Todas estas cifras han sido pues, calculadas, para que en ninguna circunstancia venga á producirse un entorpecimiento en la función de las obras que se pre- paran. El agua en el punto de toma, tiene 4 m. 50, término medio, de altura, de manera que en el pozo no sólo nunca podrá faltar sino que s aú siempre pura y tan fresca como puede desearse. La torre que se ha construido es cuadrada ; tiene llm. de costado en la base, 7m. 50 en la parte superior, 16m. 25 de altura desde los cimientos y 12 m. 95 desde el lecho del río. El agua entra en el pozo central, por cuatro aberturas; estas aberturas se hallan en los costados y están pro- vistas de rejas en el exterior y de válvulas en el interior que cierran á voluntad é impiden así la entrada del agua, loque hace posible la revisión y limpieza, tanto del pozo como del túnel que vá hasta la casa de bom- bas de absorción. — 97 - El pozo central tiene 2 m. 44 de diámetro, lo que basta para la provisión que se proyecta, En la torre habrá un faro destinado á evitar el choque de los buques durante la noche. La construcion de esta torre ha sido escesivamente difícil, quizá es la obra mas difícil de las que se han lle- vado á cabo en Buenos Aires. Hubo que construir primero un contra-dique de ma- dera ; la cantidad de madera empleada costó por sí sola un capital fortísimo. La construcción del dique fué también costosa y difícil; los pilotes provistos de una cabeza de acero ó de hierro, se hundian con facilidad en el barro y la arena, hasta la profundidad de 4 m. 50, pero se rompían fre- cuentemente al dar con la tosca. Concluido el dique y al comenzar la escavacion para establecer los cimientos de la torre, el agua invadió el recinto y hubo que suspender la obra. Se reconoció entonces, que por un agujero que se ha- llaba en la tosca, debajo de uno de los pilotes, el agua habia penetrado arrastrando las bolsas de arcilla que al principio se habia echado contra los pilotes, para impe- dir la filtración. Se remedió este daño, quedando el dique concluido, pero no se creyó prudente continuar la obra de la manera como se habia pensado ejecutarla. Hubo que cambiar de idea y adoptar el procedimiento siguiente: Se vació el dique, y se construyó una especie de cilin- dro de fábrica de ladrillo y tierra romana. Este cilindro, que debia servir para el pozo central, fué construido sobre el sitio elegido, hasta una altura de dos metros y escavando debajo de él, se le hizo des- cender por su propio peso hasta hundirlo en el lecho del rio; después se construyó sobre él otros dos metros, bajando el todo en seguida y así sucesivamente, has- ta hundir esta base en la tosca la cantidad de 0 m. 610, — 98 — Luego, por el mismo procedimiento, haciendo círculo al cilindro central, se bajaron doce construcciones mas, de forma octagonal, pero á menor profundidad que aquella á que se habia bajado el gran cilindro. De manera que en vez de hacer la construcción de abajo para arriba, puede decirse que se hizo de arriba para abajo. En efecto, cuando este aparato que debia servir de base ala torre, tuvo la altura deseada, se llenó de hor- migón el vacío dentro de los cilindros laterales y cuan- do éste se hubo endurecido, se dio principio sobre tan solidábase á los cimientos de la torre. Se comprende las dificultades que ha habido y el gran- de empeño que ha puesto la empresa constructora, para llevar á cabo tan difíciles trabajos. Para la completa terminación de la torre de toma fal- ta todavía la parte superior, que será construida en granito y hormigón, y la colocación del faro, escaleras, etc., y la remoción del contra-dique. Construido el pozo central, como he dicho ya, que baja á 1 m. 50 del nivel que debia ocupar el túnel de toma, se pudo comenzar la escavacion de éste. El túnel de toma empieza en el pozo de la torre de toma y termina en el pozo de bombas absorventes, en la Recoleta; conducirá á este punto el agua para la pro- visión ele la ciudad. Tendrá un largo total de 5,716 metros y está dividido en dos partes: la primera que en la actualidad se está construyendo debajo del Rio de la Plata entre la torre de toma y el pozo ventilador número 11, situado en la cos- ta, es de forma cilindrica, con un diámetro interno de 1 m 525, y su largo es de 1,625 m., la segunda, que recorre una línea casi paralela con el Ferro-Carril del Norte, entre el pozo número 11 y el del Establecimiento de Bombas en la Recoleta, es de forma ovalada de 1 m. 525 de altura, por 1 m 067 de anchura y de un largo — 99 — total de4,091 m. Esta parte del túnel, que fué cons- truida en la misma época en que lo fué la torre en el rio, se halla revestida de fábrica de ladrillo en cimento y hor- migón, de un espesor mínimo de 0 m. 23 en toda su estension. Su construcción ofreció también grandes dificultades. La clase de terreno en que debia. hacerse la perforación, no se podia conocer sino por los resultados de los son- dajes hechos; los operarios se encontraban de repente invadidos por enormes cantidades de agua, que pene- traba filtrando por el suelo. Se habia adoptado al principio el procedimiento usual de hacer las escavaciones primero y el revestimiento después; pero al poco tiempo se vio que el trabajo así casi era imposible. Todos hemos de haber visto en la época de la cons- trucción depositados unos panes de hormigón, de la forma de una sección de arco, á lo largo del camino de Palermo á Belgrano. El uso ele estos materiales especialísimos y una pe- queña modificación en el modo de verificar el trabajo, hicieron posible la continuación con cierta comodidad. La moclificacicti consistió en revestir el interior del túnel con los panes de hormigón de que acabo de ha- blar, á medida de que avanzaba la escavacion, en vez de hacer la escavacion, en trechos largos primero y el revestimiento después, como se hacia antes. De esta manera los panes de hormigón, merced á su volumen relativamente grande, servían para tapar la superficie por donde el agua filtraba en el trayecto del túnel. Sobreestá parte del túnel existen once pozos destina- dos á la ventilación y revisión del mismo, de los diez y seis que fué necesario hacer para facilitar la construc- ción ; de estos diez y seis pozos, cin;'0 están en el rio y — 100 — once en tierra ; sobre cada uno de los once habrá una casa para seguridad del pozo y túnel. La construcción de la otra parte del túnel de toma solo fué empezada el año próximo pasado, algún tiem- po después del recomienzo de las Obras de Salubridad, pero se espera, sin embargo, que quedará ella comple- tamente terminada á principios del año entrante. Como se ha dicho ya, la perforación de este túnel se está efectuando debajo del lecho del Rio de la Plata, á la profundidad de unos 10 metros, y forma ella una de las partes mas notables é interesantes de las obras, bajo el punto de vista de la ingeniería, á causa délas dificul- tades eme han debido vencerse. Aunque el suelo es de regular calidad, no es suficien- temente firme para permitir que pueda llevarse la perforación adelante del revestimiento, siendo, al con- trario, indispensable que. este se construya en el acto de practicarse la excavación, lo que aumenta las dificul- tades de la construcción, á la parque la hace mas mo- rosa. Así mismo, los avanzamientos tienen que sos- tenerse, generalmente, por medio de enmaderados, resguardándose del agua la obra recien construida por medio ele un forro de chapas de zinc colocadas en la parte supeiáor de la excavación. Es muy considerable la cantidad de agua que debe alzarse, para poderse construir la obra de fábrica. Los motores empleados para este fin tienen una fuerza, en conjunto, de 104 caballos, y están funcionando de dia y de noche para hacer trabajar las numerosas bombas de distintos sistemas que hacen el agotamiento, siendo así mismo insuficientes estos poderosos elementos, que deben ir aumentándose, á medida que aumente la es- tension del túnel. Para permitir su instalación y para los demás fines déla construcción, se cavaron seis pozos en el rio, el primero de ellos en la misma margen y el último en el — 101 — estremo del túnel. Tendrá este una pendiente de 1 en 633 desde afuera hacia la margen del rio. Durante cierto tiempo fué alumbrado el túnel por me- dio de la luz eléctrica, con el fin de aminorar la dificul- tad que se nota para la ventilación en los avanzamientos pues el aire se gasta rápidamente por las velas que se emplean, lo mismo que por la respiración de los obre- ros; sin embargo, resultó demasiado costoso y difícil este alumbrado, siendo, por consiguiente, abandonado. En la actualidad, el aire se renueva por medio de venti- ladores rotatorios, impelidos pro los ya citados motores á vapor. La Empresa Constructora de esta obra tiene la inten- ción de ensayar, en uno de los pozos, la construcción por medio del aire comprimido, cuyo sistema ha reci- bido estensa aplicación, y con muy favorable éxito, en gran número ele las obras importantes de ingeniería, que se han ejecutado en estos últimos tiempos. Al efec- to se tapará el pozo herméticamente en su parte superior y se mantendrá en el mismo una presión suficiente de aire para impedir la filtración del agua, lo que permitirá llevarse á cabo en seco las obras de escavacion y revestimiento. Por medio de otro piso hermético infe- rior en el pozo, se formará una cámara de separación, que permitirá, mediante las puertas de que será provis- to cada uno de estos pisos, la entrada y salida del per- sonal y de los materiales, sin que se destruya la presión neumática. La cantidad de agua que el túnel puede llevar, es de 90,800 metros cúbicos, en las 24 horas, es decir, toda la necesaria para proveer á 500,000 habitantes, cuando la ciudad llegue á tener esta población. Al estremo del túnel, en la Recoleta, se encuentra el establecimiento de bombas de absorción, llamado N° 2, para distinguirlo del establecimiento principal de bom- bas. Está construido en el terreno ganado al rio por la — 102 — pared de retención : otra de las obras difíciles y costosas que ha emprendido y verificado la Comisión de aguas corrientes. No teniendo terreno de que disponer, ha hecho en el río un muro de ladrillo, piedra y tierra romana, que resiste el golpe de las olas, que no deja penetrar en el recinto una gota de agua y que encierra ocho manzanas, en las cuales se ha podido construir la casa de bombas, N° 2, los filtros y demás obras requeridas para su servicio. Dentro del terreno así ganado termina el túnel de toma en una cámara circular, situada frente al edificio de bombas, y que se halla provista de válvulas que pue- den ser cerradas á voluntad para impedir el paso del agua á las bombas. De esta cámara el agua pasa á un pozo, dentro del edificio, que se halla en un sitio central con relación á las máquinas ya existentes, y á las que se han proyec- tado para las necesidades futuras. Este pozo está también provisto de válvulas por las que podrá cerrarse la comunicación con cualquiera de las máquinas, sin impedir el trabajo de la otra. Las máquinas de este establecimiento son dos en nú- mero, de forma horizontal, y construidas para funcionar separadamente. Su poder nominal es ele 120 caballos, pero pueden desarrollar una fuerza del doble de ésta. Estas máquinas ponen en movimiento 8 bombas, las que trabajando simultáneamente pueden levantar en menos de diez horas la cantidad de 72,400 metros cúbi- cos de agua por dia, es decir, la necesaria para proveer á 400,000 habitantes. Las bombas están ligadas con la cámara de entrada de los depósitos de asiento, por medio de un gran tubo de hierro que llamaremos conducto de las bombas, por donde pasará el agua que ha de llenar los depósitos. Este tubo tiene un diámetro de 0 m. 915 — 103 — Los depósitos de asiento son tres grandes escavacio- nes, revestidas de hormigón y fábrica de ladrillo, en donde el agua circula reposadamente y deja depositar la parte de sedimento que puede separarse de ella,- por la quietud relativa del líquido. Así el agua no va á los filtros tan cargada de impurezas. De la cámara de entrada el agua pasa al primer depó- sito, en donde corre lentamente, á fin de depositar, como he dicho, una parte de las materias eme lleva en sus- pensión. De este primer depósito, la capa superior, mas clari- ficada, pasa á un segundo, corriendo el agua siempre lentamente, como en el primero. De este va al tercer depósito siempre la parte mas cla- ra y luego pasa á la cámara de salida, y de ésta á los filtros. Hay algo muy importante que observar respecto á los depósitos. Se habia creído primero que el proyecto presentado por el señor Bateman, respecto á los depósitos, era es- cesivamente caro y que la disposición que quería dár- seles no era absolutamente necesaria. Se habia creído que con solo dejar reposar el agua cierto número de horas, ella depositaría su sedimento. Suprimiendo los muros divisorios que los depósitos deberían tener, según el proyecto, se hacia una econo- mía de importancia. La comisión cometió el error de ordenar la supresión mencionada y se dio principio á la construcción del pri- mer depósito, sin los muros divisorios. Pero luego se apercibió de que era perjudicial ó muy inconveniente, cuando menos, tal supresión. En su virtud los depósitos han sido construidos de acuerdo con el proyecto primitivo. Los muros diviso- rios están dispuestos de tal manera que el agua haga en cada uno de ellos un largo viaje antes de llegar al punto — 104 — de salida. Alternativamente cada uno de estos muros está unido por un estremo al muro del recinto y libre en su otro estremo. Se comprende pues fácilmente el camino que el agua debe recorrer. La lentitud de su marcha le permite depositar su sedi- mento sin darle tiempo á alterarse, cosa que ha tenido que preverse, pues todos saben con qué facilidad se descompone el agua que contiene materias orgánicas, cuando no se halla en movimiento. Se ha calculado que la pendiente de los depósitos sea tal que permita al agua una corriente de unos 76 m. por hora ; la bastante para que no pueda alterarse y pueda sin embargo, depositar la mayor parte de su sedimento. Si no hubiera estos muros divisorios en los depósitos, el viento movería demasiado el agua y si bien le impe- diría alterarse, también le impediría depositar los cuer- pos que tuviera en suspensión á mas de que la corriente se establecería directamente del punto de entrada hacia el de salida. La distancia recorrida en nuestros depósitos, provis- tos de paredes divisorias, será de 2,800 metros y la velocidad de su marcha no pasará de unos 76 metros por hora. El tiempo empleado, desde la entrada del agua al pri- mer depósito hasta su llegada ala camarade salida será de mas de 36 horas. La capacidad total de los depósitos está también en relación con la provisión de agua que se proyecta ; es de 68,700 metros cúbicos próximamente. Los análisis del agua, antes,de su entrada á los depó- sitos, y después de su travesía por éstos, indican que se precipita de un 75 á 80 ojo del sedimento que lleva en suspensión. Los depósitos están construidos de tal manera, que pueden ser aislados para ser empleados alternativamen- te ó juntos, ó para ser limpiados con facilidad. — 105 — El agua después que ha estado depositada en estos estanques y que ha hecho su camino á lo largo de los muros divisorios, pasa á los filtros por medio de un ca- ño en el que tiene la presión necesaria para que pueda pasar la masa de agua que los depósitos emitan. Los filtros se hallan situados dentro del terreno gana- do al rio al otro lado del ferro-carril del Norte ; los con- ductos pasan por debajo de la vi a férrea. Los filtros son tres, como los depósitos y tienen la capacidad bastante para filtrar un poco mas de 52 mi- llones de litros de agua por dia. Los filtros como los depósitos, pueden ser aislados á los efectos de su limpieza y de la aereacion de los ma- teriales filtrantes. Los filtros están, puede decirse, en el aire ; son el te- cho de los depósitos del agua filtrada y su suelo está compuesto por las bóvedas que forman este techo. Estos depósitos de agua filtrada, se llaman cámaras de reserva ; el agua va á ellos después de haber atrave- sado la capa de arena, de cascajo, pedregullo y demás materiales que se emplea para filtrarla. El agua, después de haber atravesado la capa filtran- te, será pasada á las cámaras de reserva, por medio de canales construidos de material, y de válvulas regula- doras, por las que podrá determinarse la velocidad de la filtración. Las cámaras de reserva tienen una profundidad de cerca de cuatro metros y contendrán como 64,000 me- tros cúbicos de agua ; su piso se halla á 7 metros del nivel futuro del terreno, de manera que el agua estará siempre fresca. El techo de las cámaras y piso de los filtros, descan- sa sobre 1,850 pilares de ladrillo. En el centro de las cámaras de reserva, que si no fuera por estos pilares, formarían un grande estanque, hay un pozo á donde pasa el agua de los tres filtros y — 106 — de donde va por un túnel al pozo de las bombas de las máquinas impelentes, para ser absorbida y enviada al depósito de servicio en la ciudad. El agua, para ser filtrada, debe verterse en los filtros, y mantenerse al nivel requerido, para que forme una delgada capa encima de los materiales de filtración. Hay conveniencia en resguardarla, mientras tanto, de los rayos solares, por medio de algún techado, para impedir el desarrollo, en el verano, de los gérmenes orgánicos que, en mayor ó menor abundancia, existen en toda agua que se tome de la superficie. En el proyecto primitivo se habia pensado hacer un techo por medio de bóvedas de ladrillo y hormigón, sostenidas por columnas de hierro fundido, cuyos materiales no dejarían pasar el calor. Pero en vista del costo elevado de este techo, debido al área conside- rable de los filtros, se ha creído posible efectuar una economía, mediante la adopción de un sistema de cons- trucción mas liviano, en el que entran el fierro y la ma- dera, con lo que deberá conseguirse, á menor costo, el apetecido resultado, aunque tal vez de una manera menos completa. El agua del Rio de la Plata tiene la particularidad de que con ella son ineficaces para conseguir su completa clarificación ios medios umversalmente adoptados para la filtración en grande escala, es decir, por medio de capas de arena de distinto grosor ; las impurezas que contiene de origen aluvial, son de tan estremada suti- lidad que siempre pasa por los filtros alguna parte de ellas, dando al agua un tinte opalino. Aunque se ha probado eme esto no es nocivo, de manera alguna, sino que al contrario, esta agua filtrada es mas pura, ó me- nos contaminada, en la mayor parte de los casos, que la común de algibe, sería conveniente, sin embargo, que se hallase alguna sustancia que hiciera cristalina el — 107 — agua y cuyo costo no impidiera su aplicación en gran- de escala. Resultó de una serie de esperimentos que se practica- ron con varias sustancias, que el propósito deseado pa- recía poder obtenerse mediante el empleo de una capa de escorias molidas, conjuntamente con capas de arena. Sin embargo, los filtros que se están preparando ac- tualmente no contienen sino arena. Ahora, volviendo á la distribución de las diversas partes de las obras que determinan la marcha del agua veamos el viaje que ella verifica ; ha sido recogida, frente á Belgrano y medio filtrada al entrar en la torre, por las rejas de que hemos hablado ; ha venido subter- ráneamente y en buenas condiciones de frescura, hasta el pozo de bombas de absorción ; de ahí ha pasado á los depósitos de asiento, en los que ha permanecido á lo menos 36 horas para depositar su sedimento y ha sido perfectamente aereada ; de los depósitos ha pasado á los filtros y de éstos ha bajado á través de las mate- rias filtrantes, á las cámaras de reserva, en donde pue- de estar en movimiento, pero estando preservada del contacto de los cuerpos esteriores, en un sitio subter- ráneo y refrescándose de nuevo. De ahí va á ser reco- gida por la acción de los pistones de las máquinas de la casa de bombas N°. 1, que es la principal y en- viada al depósito de servicio y centro de la red de cañe- ría para su distribución á los domicilios. El agua pasa de las cámaras por el túnel que atra- viesa la via férrea y va al pozo de bombas, ele donde las máquinas la elevan para enviarla á la ciudad. El edificio para las máquinas impelentes está cons- truido de tal modo que pueda fácilmente duplicarse, cuando, en lo futuro, el consumo determine la conve- niencia de aumentar el poder de las máquinas. La chi- menea, que es la mas grande que existe en Buenos Aires y que ahora está en un estremo del edificio, que- — 108 — dará en el centro cuando se construya la otra mitad de él. Las máquinas impelentes funcionan ya, aunque no de la manera constante que se habia proyectado, sino intermitentemente, y en combinación con el tanque de la plaza Lorea, y con la estrecha cañería antigua. Por lo dicho respecto á esta, se comprenderá que el trabajo de las máquinas tiene que ser intermitente, para poder elevar ni mas ni menos que la cantidad que se consume y que presenta grandes y constantes variacio- nes. Para poder adaptar máquinas tan poderosas á este servicio provisorio ha sido necesario modificar muchas de sus partes. Son cuatro en número arregladas para trabajar en pares, y se hallan servidas por ocho calderas de gran- des dimensiones; su poder nominal es de 500 caballos, pero son capaces de ejercer el doble de esta fuerza. Están calculadas para trabajar con regularidad, y para levantar, en 12 horas de trabajo, al depósito de servi- cio 36,200 metros cúbicos de agua, ó sea el volumen ne- cesario para la provisión de unas 200,000 personas. Adyacente á este edificio, se halla el depósito de car- bón, en el que pueden ser depositadas 41,000 toneladas; es muy grande y ha sido construido con tocia la solidez que su oficio reclama. De la casa de máquinas, que diré de paso, son las máquinas á vapor mas poderosas que existen en Bue- nos Aires, parten dos caños que irán por diferentes caminos al depósito de distribución. El agua levantada irá por esos dos caños. ¿ Cuál será el objeto que se ha propuesto el ingeniero al enviar el agua no por un caño, sino por dos, á la torre de distribución ? Sencillamente impedir que la rotura del caño, si hu- biera uno solo, ó un obstáculo cualquiera, pudiera dejar á la ciudad sin agua, mientras que se componía; envián- - 109 — dola por dos caños queda evitado el inconveniente, por ser poco probable, que los dos se rompan ú obstruyan á la vez. El diámetro de estos caños, es de 610 milímetros, es decir, proporcional á la cantidad de agua que tiene que pasar por ellos. El gran depósito de servicio y de distribución será construido en la manzana comprendida entre las calles de Rio Bamba, Ayacucho, Córdoba y Viamonte. El edificio será cuadrado, y cubrirá toda la manzana, te- niendo 98 metros de costado, ó sea un área de 9,604 me- tros cuadrados. La torre podrá contener agua suficiente para el consumo de cerca de dos dias. El agua estará en tres estanques dispuestos por or- den. Estos estanques serán de hierro batido y estarán colocados en tres alturas distintas. El fondo del estanque inferior estará á 11 metros so- bre el nivel del terreno, que en aquella parte es muy alto. La altura total del depósito de distribución será 26 me- tros, por lo tanto su estanque superior dominará todas las alturas de Buenos Aires y podrá mantener una bue- na presión en los edificios mas altos. El peso del agua en los estanques, estando llenos, se entiende, será de 66.000,000 de kilogramos y el del hierro empleado, de 12.200,000 kilogramos. Los tanques estarán sostenidos por vigas que estri- barán sobre columnas de hierro y sobre pilares de ma- terial. La obra de albañilería será próximamente de 29,000 metros cúbicos. El peso total del edificio con los tanques llenos, será de unos 133.100.000 kilogramos. La planta baja del edificio, servirá para mercados ó para cualquier otro servicio público de importancia. Sé podrá entrará su recinto por un número de aber- turas que darán á las cuatro calles. — 110 — La provisión de agua á la ciudad de Buenos Aires no se hará entonces como ahora. Ya he dicho que ahora la presión es mantenida por las máquinas, de tal manera que si éstas dejan de tra- bajar, no hay presión. Cuando esta obra esté construida, los tanques no fun- cionarán á manera de manómetros; serán verdaderos depósitos. Los conductos de las máquinas, no estarán ligados con los demás conductos que sirvan para la provisión de las casas; el agua irá directamente del pozo de absor- ción de las bombas, al tanque y de áste, por otros con- ductos, álos edificios servidos. De modo que la presión no dependerá entonces de la cantidad de vapor que haya en las máquinas, sino del nivel del agua en los tanques; será pues uniforme, en to- das partes y no dependerá directamente del trabajo de los émbolos, sino del peso del líquido. Son muy notables las ventajas ofrecidas por un depó- sito de servicios de esta magnitud, no pudiendo esti- marse completa la provisión de una ciudad de la impor- tancia de la de Buenos Aires mientras no esté así dotada. Algunas de estas ventajas son muy manifiestas: permi- tirá el funcionamiento de las máquinas en contra de una presión constante, en lugar de contra una variable, como sucede en el presente, y por consiguiente trabajarán és- tas mas eficiente y económicamente, y con menos ries- go de accidentes. También será constante la presión en los caños maestros de servicio, y tanto estos como los caños y artefactos en el interior de los domicilios esta- rán menos espuestos á roturas y á escapes, de lo que resultará una importante economía, no solo en los gas- tos de esplotacion, sino en cada casa. La gran capacidad del depósito permite epie se paren las máquinas para su limpieza ó compostura, y hace po- sible el empleo de grandes cantidades de agua para — 111 — fines especiales y periódicos, sin que se note escasez en la ciudad, como por ejemplo para apagar un incen- dio, poner fuentes enjuego, regar las calles, etc. Se ve, por lo que dejo espuesto, que la manera como va á distribuirse el agua de los tanques á la ciudad, es muy perfecta. Desde este depósito de servicio arrancan, en distin- tas direcciones, gruesos caños maestros que llevan el agua á los diversos distritos de la ciudad; desde cada uno de estos caños maestros, los principales de los que tienen 0 m. 914 de diámetro, salen ramales ele menores dimensiones que pasan por cada una de las calles del distrito correspondiente, mientras que á su vez, de los mas pequeños de éstos se desprende la cañería de ser- vicio, que penetra á los domicilios, donde se ramifica casi al infinito, pira terminar en los distintos puntos en que el agua se necesita, sea para la economía doméstica ó para usos industriales. La disposición de estas cañerías no deja de tener cierta semejanza con la de las arterias del cuerpo hu- mano. Sin embargo, los caños maestros de un distrito no están aislados de los correspondientes á los demás, sino que están unidos de tal manera que, en caso de rotura ú otro entorpecimiento en el caño dedicado espe- cialmente á cierto distrito, sería siempre posible sumi- nistrarle á éste agua en abundancia. De acuerdo con el mismo principio, hay dos caños de distribución en cada calle, los que se surten, en general, por distintos caños maestros. Estos caños de distribución se colocan debajo de las veredas, de modo que una vez terminadas las obras, no será necesario deshacer el pavimento de la calle para establecer las comunicaciones entre la cañería domici- liaria y la de distribución. En esta última están establecidas las llaves de incen- — 112 — dio, las que servirían también para obtener el agua para el riego de las calles. Habrá dos en cada cuadra, y su número total ascenderá á 2,358. La estension total de cañería para colocarse en las calles, de acuerdo con el proyecto sancionado, es como de 438 kilómetros, representando un peso total de 24.000,000 kilogramos. Todos estos caños maestros están dotados de válvu- las, cuyo número no bajará de 2,690, incluyéndose las destinadas á la limpieza periódica de los caños, y á permitir el escape automático del aire que llegue á acu- mularse en los mismos. Cuando las obras estén concluidas, la ciudad de Bue- nos Aires tendrá agua buena y abundante. Esto es muy halagüeño para nosotros; pero si solo tuviéramos agua, nos faltaría el complemento indispen- sable de toda obra de salubridad urbana. No podemos hacer una ciudad hidrópica. Tenemos que hacer una ciudad que reciba toda el agua eme necesite, pero que tenga también como des- hacerse de la que haya empleado. La provisión de agua de una ciudad, impone la obli- gación de facilitar su desagüe. El agua de que hacemos uso no se deposita en nues- tros cuerpos ni en nuestras casas; circula siempre con mas ó menos dificultad. Sabemos que el terreno de Buenos Aires no es per- meable; que no se deja penetrar por el agua, á lo menos en las cantidades que se requiere para el desagüe. ¿A dónde va, pues, el agua que recibimos cuando no encuentra un terreno permeable que atravesar? La abundante provisión de agua sería materia de una prohibición legislativa, si no se pensara en los medios de proporcionarle fácil salida. De esta observación deducimos que no se debe dar mas agua á la ciudad de Buenos Aires, mientras no - 113 — estén ligadas las casas con los conductos de desagüe ó no tenga cada casa, un tubo exutorio que le sirva para desembarazarse del agua sucia ó del esceso de la que reciba. De modo, pues, que hay dos obras que deben mar- char paralelamente: la que tiene por objeto surtir de agua á la ciudad y la que ha de servir para desaguarla, es decir, la construcción de cloacas y alcantarillas. Trataremos, pues, en lo siguiente, del desagüe de las ciudades y, de una manera especial, de las obras que con este fin, se ha proyectado y se está llevando á cabo en Buenos Aires. V Suelo.—Pavimento de las ciudades.—Riego y barrido.—Estrac- cion de basuras.—estracciox de líquidos impuros.—sistemas de letrinas.—letrinas fijas. Hemos hablado de la edificación, de la via pública, del aire, de la luz y del agua; nos queda que hablar del suelo, y con este motivo de la limpieza pública. Se puede decir con verdad, que el suelo responde del aire y del agua y que el agua y el aire responden del suelo. Hay una relación estrecha é inmediata entre todos los modificadores higiénicos. Si el suelo se impregna, si se satura de impurezas, contaminará el agua que lo penetre ó corra por su su- perficie, y el agua y el suelo impuros, harán á su vez una atmósfera mala, viciada, que engendrará nuevos gérmenes de muerte. Felizmente las cosas no pasan con tanta facilidad como parece. El suelo se impregna; esta es una proposición sabida ó mencionada á lo menos, por todos los habitantes de las ciudades; pero esta proposición se presta también á abusos. A propósito de haber oido que el suelo de las ciudades se impregna, estamos siempre prontos á — 115 — sostener que el suelo de las ciudades viejas está todo impregnado. Este es un error con respecto á la mayor parte de las ciudades, error que cometen no solo las personas estrañas á la ciencia y las que no han tenido ocasión de examinar ese suelo en sus detalles, sino también los médicos que no deben hacer afirmaciones ligeras que comprometen su responsabilidad. Se oye decir muchas veces que el suelo de Buenos Aires está impregnado, que está saturado de materia orgánica y se ha ele haber leido hasta en documentos oficiales; también hemos visto presentar en las cámaras esta proposición como fundamento de opiniones sólidas, en favor de las obras de salubridad; sin embargo, lo que se dice no es cierto, pero no solo no es cierto, sino que es absolutamente imposible que tal saturación tenga lugar. No puede ser saturado nunca el suelo de esta ciudad, porque no tiene condiciones de permeabilidad que haga posible la saturación. Nuestro suelo es compuesto de una arcilla imper- meable que solo se podría saturar, si fuera posible ais- lar sus moléculas entre conductos capilares. Puede saturarse el suelo de una ciudad cuando es permeable, cuando se deja penetrar por gases y líquidos y en todas direcciones; pero la arcilla de Buenos Aires no se deja penetrar así. Puede ocurrir que de una cavidad encerrada, hallán- dose el gas comprimido, en virtud de su fuerza espansi- va, se escape por brechas ó rumbos que él mismo abra, á través de la arcilla; pero entonces el gas seguirá úni- camente por el rumbo abierto, lo que sin duda no dará lugar á saturaciones. Quizá esta consistencia del suelo sea un defecto de la ciudad de Buenos Aires, pero por lo que hace á la posi- bilidad de la saturación, es una buena calidad. Yo mismo, como ya lo he manifestado otra vez, he — 116 — incurrido en el error que menciono y de que participan muchos distinguidos médicos, y he necesitado examinar personalmente la composición del terreno, para cam- biar de idea. Visitando las obras de salubridad, se vé claro lo que afirmo. Los licitantes de ellas habían hecho sus cálcu- los basados en las dificultades que tendrían para veri- ficar las escavaciones ; después, en vista de que no ha habido necesidad de construir bóvedas ni cimbras pa- ra mantener abiertos los conductos, han manifestado que si se hubiera conocido la clase de terreno los pre- cios habrían podido ser mas acomodados. Se nota que en las paredes de arcilla, en las escava- ciones, están señalados los golpes de pico como si se hubiera cortado en una materia tan densa y resistente como el plomo. ¿ Qué gases ni qué líquidos podrán pe- netrar por allí ? No hay, pues, tal saturación del suelo de Buenos Aires, cuya tierra es limpia, sana y pura. Lo único que se puede decir de él es que se halla agujereado en muchas partes, y que los agujeros están llenos de ma- teria orgánica ; pero en donde no se ha hecho pozos no hay ni depósito ni saturación, escepto en la superficie, es decir, en la parte permeable, en donde hay, como en todas las ciudades nuevas y viejas, alguna infiltración. Dos clases de inmundicias ensucian el suelo de las ciudades : las sólidas y las líquidas. Para deshacerse de las inmundicias superficiales se requiere que las ciudades tengan buen pavimento, riego conveniente, buen servicio para la recolección y espor- tacion de las materias sólidas y una red de cloacas para la circunvalación de las líquidas. El pavimento de las ciudades ó villas suele ser de tierra ó de macadam, de asfalto, de piedra irregular, de adoquines ó de madera. El de tierra es el mas incómodo. En los pueblos de — 117 — campaña la tierra es un enemigo terrible. Cuando llue- ve, y nunca llueve á medida de los deseos de los habi- tantes, el barro impide el tránsito por muchos dias, mantiene la humedad, y como contiene muchos elemen- tos orgánicos, entra en putrefacción : la limpieza es imposible con tal pavimento. El macadam no es buen piso para una ciudad ni para un pequeño pueblo. Da un polvo fino y suelto que se hace insoportable ; la lluvia forma en él mucho barro y su conservación exige un cuidado continuo. En resu- men, el macadam solo sirve para las grandes carre- teras. El empedrado común no es malo en sí mismo, es ma- lo porque se lo descuida. La prueba de ello es que una cuadra con empedrado nuevo, aunque sea de piedra irregular, presta facilidades al tránsito, mayores toda- vía que las del adocminado, porque no es resbaladizo como éste. El empedrado común es permeable, bas- tante uniforme, como para permitir el tránsito rápido y se deja barrer y regar con facilidad ; pero como es ne- cesario que las ventajas no sean teóricas, diré que en la práctica la conservación de este empedrado presenta dificultades que lo hacen inaceptable. El pavimento de asfalto es bueno mientras reina buen tiempo y cuando es nuevo ; el tránsito sobre él es cómodo porque no se siente casi el movimiento ni el ruido de los carros ú otros vehículos ; pero de esto mismo nace un peligro, principalmente en las ciudades donde las calles no son anchas y donde las esquinas no se hallan ochavadas; el peligro de los encuentros de carruajes, que no se anuncian por el ruido, chocan en- tre sí en las boca-calles ó atropellan á las personas dis- traídas ó poco previsoras. El asfalto se deja barrer con facilidad, es impermeable, y cuando cae sobre él cierta cantidad de agua se hace resbaladizo; por la in- 8 — lis — fluencia de la temperatura se destruye pronto, arrollán- dose sobre si mismo, de tal manera, que se hace nece- sario reemplazarlo parcialmente con frecuencia. El adoquinado de piedra es el preferido, generalmen- te, pero tiene sus graves inconvenientes. Si la piedra es dura, sucede lo eme sucedia en esta ciudad, en la calle Florida entre Corrientes y Cuyo, donde la vía pú- blica era un resbaladero para los caballos herrados. Casi no hay individuo que haya anclado por allí en cierta época á caballo ó en carruaje que no tenga algún mal recuerdo ó una historia lamentable que contar. Si la piedra es blanda se gasta pronto y se hace muy cos- toso reponer el pavimento. En resumen, el adoquinado se deja barrer, es sólido, pero cuando está seco ó ligeramente húmedo es resba- ladizo; es mejor cuando una fuerte lluvia ha caido sobre él; dura bastante pero cuesta mu, siendo indis- pensable ciar á los tubos la dirección de las calles ó la que imponen las funciones que deben desempeñar, ha de procurarse que las curvas sean suaves, que no haya ángulos agudos, que éstos sean obtusos, aproximán- dose por lo mismo á la dirección recta. Todos las condiciones mencionadas relativas á la im- permeabilidad, pulidez de superficie, pendiente, sección, curvas y ángulos son necesarias para que la materias de cloacas circulen frescas. El líquido de cloa'-n es compuesto de las materias de letrinas y ele las aguas servidas. La cantidad de materia orgánica contenida en estos líquidos varía, como es natural, entre muy anchos lími- tes, de acuerdo con la abundancia de la provisión de agua, con la costumbre de los habitantes, y con la es- tación del año y la hora del dia, pero el análisis practi- cado en un gran número de centros de población en Inglaterra, demostró que 100,000 parí-es contenían, co- mo término medio, 7.2 partes de materia sólida en solu- ción, y 44 partes ele la misma en suspensión. Cuando la cantidad de agua suministrada á una ciu- dad, es tal que pueda disponer de cien litros cada ha- bitante, el agua de cloaca, que representa la diluicion de — 192 — la materia orgánica en la proporción indicada, puede permanecer veinticuatro horas sin esperimentar la pu- trefacción. La provisión ele agua para nuestra ciudad va á ser de ciento ochenta y un litros por habitante, según lo he- mos dicho en oportunidad. El líquido de nuestras cloacas será pues, compuesto de las materias orgánicas diluidas en el doble casi del volumen de agua que se necesita para que las agúasele letrina y sumideros presenten las condiciones que he- mos marcado, es decir, que se mantengan frescas du- rante veinticuatro horas. Las aguas cloacales de Buenos Aires serian actual- mente de un carácter casi exclusivamente doméstico, pues aun existen muy pocas industrias que pudieran darles la fetidez que se observa en muchas ciudades manufactureras en Europa, mientras que las frecuentes lluvias contribuirán también á diluirlas, y á reducir la proporción de materias orgánicas. Nuestras aguas podrán resistir, dada la proporción relativamente pequeña de materia orgánica de que se hallarán cargadas, mas de veinticuatro horas, según es de suponerlo. La putrefacción de las aguas de cloaca, comienza, cuando mas pronto, en el segundo dia, aun dadas las peores condiciones^ solo entonces hay en los tubos de- sarrollo de gases amoniacales. Es sabido que el agua cargada de materia orgánica, y por lo mismo putrescible, entra tanto mas difícilmente en putrefacción, cuanto mas removida ó batida se halla. Los líquidos estancados se pudren fácilmente. Bien, pues, dadas las condiciones de nuestros tubos, la rapidez del desagüe y la proporción de materia orgá- nica de nuestras aguas, en las cloacas circulará siem- pre un líquido fresco ; las leyes que rigen la putrefac- ción de los líquidos saturados de materia orgánica, han — 193 — sido consultadas, como se ve por los datos que hemos espucsto, al adoptar el sistema de desagüe para la ciu- dad que habitamos. Puede estimarse, en términos generales, en 30 kiló- metros la distancia, mayor que tiene que resolver el agua cloacal procedente del estremo norte de la ciudad, hasta llegar á su punto de descarga, frente á Berazategui, entre Quilmes y Ensenada; se verá que con una velo- cidad mínima de 0. m.90 por segundo, no habrán tras- currido diez horas antes de que el agua que entre en la parte mas remota de las cloaca?, haya sido llevada á fuera y mezclada con el enorme volumen del Rio de la Plata, es decir, mucho antes de que pueda haberse pro- ducido ninguna descomposición notable. Dilucidado el punto relativo á la rapidez del desagüe, tratemos del segundo, que tanto afecta á la higiene de las cloacas, de la ventilación de los conductos. No hay nada que compense la ventilación para la higiene ele los tubos ; por esto en las cloacas, la venti- lación debe ser escelente. ¿ Cuáles son los medios de ventilación ? aparte de los procedimientos artificiales de que hablaremos, toda cloaca bien construida debe tener á cortos intervalos, bocas especiales para su ventilación, provistas prefe- rentemente de aparatos para la filtración de los gases. Las antiguas obras de salubridad eran á menudo de- fectuosas en ese sentido, y en esos casos los medios de ventilación estaban representados por todos los con- ductos que ponen en comunicación el interior de los tubos con la atmósfera ; eran pues, y son todavia hasta cierto punto, conductos ele ventilación para las cloacas, las chimeneas especiales, los sumideros situados en las veredas, las bocas de descenso para la investiga- ción ele los tubos y por fin toda ruta por la cual pueda penetrar el aire al interior de las cloacas. Las bocas de las letrinas, aun aquellas provistas de - 194 — válvulas, podran también llegar á ser medio- de venti- lación, pues en una ciudad en cualquier momento del dia ó de la noche, habrá letrinas ocupadas cuyas válvu- las se abran y dejen paso á los gases ó al aire, según el predominio de la presión interna ó esterna. Hay que atender á la ventilación de los tubos al mis- mo tiempo que al peligro de la exalacion de los gases. Existe una solidaridad inmensa entre la higiene in- terna y la esterna, en la cual la ventilación continuada responde del carácter de las exalaciones y tiene por condición indispensable, la existencia de aberturas por las que las habitaciones y las casas comunican con las cloacas y éstas con aquellas. No debemos tampoco olvidar que la limpieza y cui- dado de las cloacas, reclama la entrada de hombres, de trabajadores, de semejantes nuestros, cuya vida no po- demos dejar espuesta. Debemos, por lo tanto, procurar mantener en los con- ductos, en cuanto sea posible, una conveniente higiene ; así al garantir la vida de los trabajadores, obraremos por amor á nuestros semejantes y por interés propio, pues no habrá salubridad en la superficie si no la hay en los subterráneos que con ella comunican. ¿ Se podría evitar las exalaciones y mantener al mis- mo tiempo la ventilación de los tubos ? Tanto vale preguntar si se puede evitar la corriente de gases en un sentido y obtener el almacenamiento perpetuo del aire que entre á las cloacas. Las puertas sirven para entrar y para salir aun cuando solo se abran en un sentido. Así sucede que todo ca- mino abierto á la ventilación de los tubos es un camino abierto á la exalacion de los gases, de donde resulta que las preferencias por la higiene de los tubos, suelen tra- ducirse en perjuicios para la higiene de calles y casas. La ventilación de las letrinas y de las cloacas puede hacerse y se hace por chimeneas cuyas aberturas se ha- — 195 — lian colocadas en un nivel elevado, con el fin de enviar los gases á las altas capas atmosféricas. Pero el hombre propone y Dios dispone ; la presión en la boca de las chimeneas suele ser grande y entonces los gases de las cloacas, en vez de salir por ellas, salen por las aberturas de las casas y de las calles. Recuérdese lo que sucede en las letrinas provistas de tubos elevados ; cuando la diferencia de presión está en favor de las partes altas, los gases de las letrinas son rechazados al ascender y salen por las aberturas de los retretes, por las cubetas, por las articulaciones de las válvulas y hasta por hendiduras que su misma fuerza fragua á través de las construcciones, infestando las habitaciones y haciendo muchas veces insoportable la permanencia en ellas. Para obviar, á lo menos en parte, los inconvenientes de las exalaciones, se ha estudiado el modo de cerrar bien los conductos de comunicación ele las casas y las calles con las cloacas. Hablaremos solamente de los aparatos eme se usa en las letrinas, pues los mismos en mayor escala son los que se emplea en las calles cuan- do se procura cerrar la comunicación con las cloacas. Se ha ideado tres medios para hacer la clausura de que hablamos : la colocación de válvulas, de sifones y de cubetas hidráulicas. La válvula común no cierra bien los intersticios. Consiste, como todos saben, en una lengüeta de hierro provista de un contrapeso, que ayuda á hacerla descen- der cuando los líemidos ó materias escrementicias in- sisten sobre ella; esta lengüeta que se adapta al con- ducto de caida de la cubeta que recibe en las letrinas las materias, no se aplica exactamente á todos los con- tornos, queda muchas veces entreabierta, ya por un peso insuficiente para volcarla, ya porque algún cuerpo queda pegado al borde del tubo ó sobre la misma válvu- — 196 — la y le impide cerrarse. Los gases pasan, pues, á pesar de la válvula, de las cloacas al esterior. El sifón es un tubo encorbado colocado de manera que su concavidad mire hacia arriba ; es un sifón co- mún pero puesto en sentido inverso y cuya rama me- nor corresponde á la letrina ó cloaca ; la altura de ésta rama es tal que permite á los líquidos cerrar entera- mente la luz del tubo, quedándose en su codo. Como la rama menor corresponde al esterior, las nuevas cantidades de líquido y materias sólidas que llegan por él empujan lo que se halla en el codo y lo precipitan reemplazándolo en el servicio que hacia. En este sis- tema la clausura es buena pero los líquidos se saturan de gas y lo dejan escapar al esterior ; ademas, el con- ducto se obstruye con frecuencia y reclama inspeccio- nes engorrosas y desagradables. La cubeta hidráulica consiste en un plato ancho hacia el centro del cual desciende un tubo hasta una distancia del fondo algo menor que la hondura del plato. Los líquidos que caen llenan el plato y se derraman por sus bordes cuando la presión en el tubo aumenta. Este queda, como se ve, por la disposición indicada, siempre sumergido por su parte inferior en el líquido del plato y cierra, por lo tanto, la comunicación con la cloaca. La clausura es completa, salvo la saturación, ó sea la per- meabilidad del líquido para los gases, y el sistema me- jor, por la dificultad de las obstrucciones y la facilidad de limpiar los pequeños depósitos que pu dieran formar- se, con solo proyectar con cierta violencia un poco do agua. El plato ó cubeta puede hallarse colocado en el suelo de la misma rama de la cloaca. Cualquiera de estos sistemas y principalmente el úl- timo, es adaptable á los conductos de agua pluviales, ya en los techos, ya en los patios, ya en las calles, te- niendo cuidado de renovar el agua en caso de emplear los dos últimos. — 197 — No están estos medios exentos de inconvenientes que para las calles por ejemplo, los hacen inadmisibles. En las calles y techos obstan á la ventilación délos conduc- tos y las basuras que se permite acumular en los tu- bos, se pudren dando un olor insoportable que se atribu- ye impropiamente á las cloacas. Lo mismo suele suce- der en los retretes de las casas; el tubo que va desde el asiento hasta la cubeta es el que da mal olor y requiere desinfección y clausura. Así, pues, en algunas partes adémasele la cubeta hidráulica, que cierra la comunica- ción con la cloaca, se emplea nuevas válvulas que cier- ran el camino álos gases del mismo tubo. Machóse adelanta, sin embargo, procurando que las paredes de los conductos sean lisas, que los tubos sean verticales ó se aproximen á esa dirección y que el agua no esca- see por causa alguna. Es preferible que las bocas de absorción de las calles estén abiertas, aun á riesgo de eme á veces haya exala- ciones fétidas, que no perjudican grandemente, sea di- cho de paso, porque las corrientes de aire las arrastran y porque las bocas se hallan relativamente lejos de las habitaciones. Cuando se adapta á estos sumideros aparatos para clausurarlos, las exalaciones por las chi- meneas dan lugar á quejas muy formales de parte de los que habitan los pisos superiores, lo cual se esplica fácilmente, pues entonces los gases no solo salen á ve- ces en mayor cantidad por las chimeneas, sino también con mas mal olor porla falta de ventilación en las cloa- cas. Los medios de clausura de las bocas de registro ó sumideros, no cortan el mal, lo ocultan y lo trasportan, nada mas. Hemos dicho que constituyen medios de ventilación para las cloacas, todos los conductos que las hacen comunicar con el esterior. Así, se ha creído poder utilizar los caños de lluvia 13 — 198 -- que conducen el agua de los techos á las cloacas, pero la esperiencia ha demostrado que es mejor mantenerlos cerrados por medio ele cubetas hidráulicas. En algunos casos se ha construido chimeneas espe- ciales que se abren encima de los techos, pero los ga- ses que salían por ellos no siempre eran arrastrados por las corrientes atmosféricas que á tan pequeña ele- vación son escasas y dejan que los gases fétidos floten á mayor ó menor altura sobre la ciudad y los gastos de tales construcciones no son por lo tanto, justificables. Sabemos, ademas, eme tales chimeneas no tiran uni- formemente bien, y aunque para regularizar el tiraje se ha recurrido á mantener en la parte mas alta picos de gas encendido, el resultado no ha sido satisfactorio y no está, como se comprende, exento de peligros el em- pleo de tal procedimiento, á causa de la existencia de gases inflamables en las cloacas. Las bocas de registro que se hallan en el centro de las calles, ofrecen un buen medio de ventilación ; nosotros las hemos adoptado en nuestro sistema. Ellas se hallan provistas de rejillas que no permiten que se encajen los cascos de los caballos ; no perjudican por lo tanto el tráfico, y dan salida á los gases eme son rechazados délas chimeneas, cuando la presión superior crece con relación á las de las cloacas. Por otra parte, la distan- cia á que dichas bocas se hallan de las habitaciones, no es tal eme pueda satisfacerlas exigencias de una buena higiene. A pesar de todo, nosotros no rechazamos las aberturas en los centros de las calles, pues si en teoría se puede decir mucho^eontra ellas, la práctica muestra eme tiene mas ventajas eme inconvenientes. Se ha tratado de proveer á la ventilación y la espul- sion de los gases por sitios designados, empleando ven- tiladores mecánicos, ó determinando proyecciones de vapor de agua. La idea de emplear estos medios, ha venido de la se- - 199 — mejanza que se ha querido hallar entre una red de cloacas y una mina de carbón de piedra. Las dos cosas no son, sin embargo, asimilables. Una mina tiene ó puede tener una entrada y una sali- da ; en ella puede cerrarse las bocas accesorias que pudiera haber, para efectuar la desinfección y difícil será que ella presente tantas ramas y dirigidas en tantos sentidos como las que presenta una red de cloacas. Así en éstas, los ventiladores, por ejemplo, y las pro- yecciones de vapor no serán capaces de determinar- corrientes que arrastren toda la atmósfera de los tubos, tanto por la variedad de ángulos de incidencia de las ramas cuanto por la desproporción del conjunto de los calibres de éstas comparado con el de las cloacas emi- soras. Tales medios serian escesivamente costosos y poco eficaces. Otro tanto puede decirse de la unión de las cloacas con focos de calor. La unión con las chimeneas de fábricas, con la usinas ó con las hornallas particulares, es vivamente resistida por los propietarios y el establecimiento de chimeneas especiales para el servicio de cloacas, daría lugar á gas- tos exorbitantes. La esperiencia ademas ha demostrado, toda vez que venciendo las dificultades se ha llegado á unir las cloa- cas con focos de calor, que la acción de éstos es peque- ña ; ella se estiende á distancias relativamente cortas y se restringe aun mas, á causa de las innumerables comunicaciones de las cloacas con el esterior, que au- menta incalculablemente el volumen de cuerpos aerifor- mes sobre el cual los focos de calor deben actuar. Con el fin de cortar las exalaciones mefíticas sin obs- tar á la salida de gases de las cloacas, se ha tratado de purificarlos haciéndolos pasar por carbón. Para ello se ha colocado en las bocas ele comunicación unas cajas — 200 — divididas en dos secciones y provistas en una de ellas, de una válvula que da paso al agua del esterior á la cloa- ca, y en la otra, de una serie de cajones llenos de car- bou, puestos, dejando espacio, u.ios sobre otros, y dis- puestos de modo que toquen unos la pared anterior y otros, alternando con los primeros, la' posterior del compartimento que ocupan. En la parte superior se encuentra un tabique vertical, lleno también ele carbón y atravesado por pequeños con- ductos. Con tal disposición, se comprende fácilmente el camino que el gas de la cloaca debe recorrer para salir y cómo, dado lo tortuoso de los espacios libres, la mayor parte tiene que atravesar por el carbón. Se cree que esta aplicación tiene su origen en el es- perimento que se hizo en una sala que recibía su aire de un patio próximo á unos orinales públicos, en Londres ; las personas que pasaban la mayor parte del dia en dicha sala, para librarse de los malos olores, colocaron en la ventana que daba al patio, una capa poco espesa de carbón, entre dos telas metálicas; desde ese momento no se sintió mas mal olor, aun cuando hasta el dia en que se tomó el dato, habían transcurrido nueve años sin que el carbón fuera cambiado. En vista de esta noticia se ha ensayado el medio y continúa ensayándose aun en diversas ciudades, con resultados diferentes. Algunos afirman que el procedi- miento es de aplicación general, otros que solo debe recurrirse á él solo en casos y sitios especiales. Noso- tros, tomando en cuenta las esperiencias, nos adherimos á la última opinión, reconociendo que el carbón en las bocas de absorción de las lluvias y eu otras aberturas que clan á las calles ó á las casas, se humedece fácil- mente y pierde en parte su poder desinfectante, siendo siempre la existencia de los aparatos, un obstáculo á la ventilación. - 201 — Se ha adoptado en esta capital un sistema perfeccio- nado de ventiladores de carbón vegetal, los que se colo- carán en cada boca calle, donde se ha construido al efecto un pozo á propósito, que servirá también para dar entrada alas cloacas, á los fines de su inspección y lim- pieza. La reja está construida de manera que el car- bón no pueda mojarse, mientras que el agua y el barro que penetren por las aberturas ventiladoras caen á un pequeño receptáculo, de donde baja el agua á la cloaca, quedando depositado el barro hasta su remoción perió- dica, la que se efectúa alzando la reja. Con motivo de la temperatura mas elevada en general que se nota en las cloacas, el aire frió entra en abun- dancia por la parte mas baja de éstas, diluyendo y oxi- genando los gases en ellas contenidos ; en estas con- diciones, y manteniéndoselo seco, resulta que el carbón conserva su acción purificadora durante largo tiempo. Las entradas laterales á los conductos y cloacas se- rán cerradas con puertas de hierro, por las que solo podrá escapar una cantidad ínfima de gases, por la menor resistencia opuesta por los ventiladores. Ademas de estos ventiladores, cada caño que forma la comunicación entre la cloaca domiciliaria y la colec- tora será prolongado por medio de un caño ventilador de 0 m. 10 de diámetro, hasta una altura por lo menos de 2 metros arriba del punto mas alto de las casas, por el que los gases de las cloacas podrán salir cuando la presión en ellas sea mayor que ele costumbre, ó cuan- do resulten insuficientes, ó estén obstruidos los apara- tos ventiladores. Nos queda aun que mencionar la proposición que se ha hecho para utilizar los picos de gas del alumbrado público, para la combustión ó atracción, á lo menos, de los gases de las cloacas. Tal propósito requeriría una disposición especial en el local que cada farol ocupa, y por lo tanto, un gasto crecido que se haría en la pers- — 202 — pectiva de una probabilidad favorable, pero no de una ventaja segura. Esto sin contar con que para esperar algo útil de se- mejante medio, sería necesario tener encendidos clia y noche los picos de gas. En resumen : Los conductos de cloaca no pueden ser ventilados co- mo las minas. La unión con focos de calor no produce efectos sino á corta distancia y no puede destruir sino una parte pe- queña de los gases perniciosos. Los ventiladores mecánicos y las proyecciones de va- por de agua dan menor resultado que la unión de las cloacas con focos de calor. La comunicación de las cloacas con los tubos de llu- via ó con chimeneas especiales, no puede establecerse sino cuando no se teme el rechazo de los gases ó su entrada á las habitacio'nes altas. El empleo de los faroles de gas constituyen un me- dio insuficiente y costoso. Los filtros de carbón obstan hasta cierto punto á la ventilación, y su poder desinfectante se anula si se moja el carbón, ó si no se reemplaza éste con la frecuencia debida. Las bocas de registro situadas en el centro de las ca- lles, son puntos muy apropiados para la ventilación y para la desinfección de los gases, pues siendo éstos mas livianos que el aire, tienden á subir á los puntos mas altos de las cloacas, mientras que los sumideros no podrían utilizarse con ese fin, pues quedará interceptada tocia comunicación entre éstos y la cloaca, una vez que funcione el sistema en condiciones normales. Reque- rirán ellos una limpieza frecuente, pues contienen un receptáculo interceptor, donde quedan depositados los detritos de las calles, que podrían causar peligro de obstrucción en las cloacas ; la negligencia de esta pre- — 203 — caución daria margen á que entrasen en descomposi- ción las materias orgánicas que allí se reunían. La comunicación entre cada sumidero en las veredas y las cloacas se interceptará por medio de un volumen de agua de unos 0 m. 10 de profundidad, la que será constantemente mantenida por las lluvias y del agua procedente del lavado periódico de las calles, por medio de las llaves de incendio, cuya operación podrá repetir- se á menudo, una vez dotada la ciudad de una completa provisión de agua. Las cloacas domiciliarias estarán provistas de un si- fon de agua, que se mantendrá siempre lleno por las aguas servidas, procedentes de la casa y que impedirán el paso ele los gases cloacales. Los que se generen dentro deesas cloacas domicilia- rias serán menos nocivas á causa del corto tiempo que en ellas puedan permanecer las aguas servidas, el que disminuye proporcionalmente la probabilidad de su des- composición—Si estas cloacas fueran mal construidas, ó establecidas con arreglo á principios defectuosos, podrian producirse obstrucciones de materia orgánica, con la consiguiente generación de gases fétidos. Para la debida ventilación de esta, rama de las cloa- cas, los puntos mas altos de todas sus ramificaciones, como asimismo todos los caños de descarga de los ino- doros y de los mingitorios estarán provistos de caños de ventilación que alcanzaban hasta arriba de los edi- ficios, y en la parte mas baja de la cloaca, á la salida de la casa, se colocará un caño para la admisión del aire, de manera que se produzca una corriente conti- nua de aire que, entrando en este último punto, recorra toda la estension de la cloaca interna, suba por los ca- ños de ventilación, y salga por encima de las casas, donde será absorbida por la atmósfera y dispersada por los vientos. Cada cloaca domiciliaria tiene pues la forma de una — 204 -~ U, de la que una de las ramas es mucho mas corta que la otra, y da acceso al aire puro ; en virtud de la di- ferencia en la temperatura de las capas superior é infe- rior de la atmósfera, la cloaca viene á formar una espe- cie de chimenea, estableciendo una corriente hacia su punto mas alto, es decir, el caño ventilador. Solo estarán en comunicación directa con la cloaca interna los caños de descarga de los inodoros, mingito- rios y demás análogos ; todos estos tendrán un caño de ventilación, y estará provisto cada aparato de un sifón de agua, con el fin de impedir que penetren los gases á los domicilios; los caños de descarga de los baños, lavatorios, etc. se llevarán á unas bocas de desagüe, donde desaguarán al aire libre; del lado de la cloaca tendrán éstas su correspondiente sifón de agua. Para impedir que los sifones puedan quedar vacíos, á consecuencia del paso, con alta velocidad de agua, cada uno de ellos estará en comunicación con un caño de ventilación, con lo que se evitará el referido sifonage. Por último, concediendo que cada uno de los medios indicados pueda utilizarse en circunstancias dadas, con- cluiremos que lo mejor para obtener la buena higiene de los tubos, es mantener en ellos una circulación continua de líquidos y una limpieza satisfactoria por el abundante empleo de agua. Como medios accesorios y de un empleo casi escep- cional ó de circunstancias, hablaremos de la soltura intermitente de las aguas y de la aplicación de los agentes químicos á la desinfección. El lavado intermitente ó á voluntad, se hace en las ciudades que no disponen de mucha agua y se aplica en general á los conductos de poca pendiente debido á las condiciones topográficas del terreno ó á otras circuns- tancias. Consiste en la proyección, en momento dado, de un caudal de agua que se ha mantenido en depósito para — 205 — el caso ; la violencia de la corriente arrastra las mate- rias acumuladas y limpia las cloacas. Entre nosotros no se ha de recurrirá semejante me- dio, según creemos, porque nuestra provisión de agua, sin ser muy abundante, no es tampoco escasa, porque la pendiente general de nuestros conductos es grande y porque las lluvias son frecuentes y copiosas. El empleo de agentes químicos debe ser relegado al último rango ; nunca constituirá un sistema de desin- fección y solo se recurrirá á él en casos escepcionales y para secciones particularmente insalubres. Los agentes empleados han sido el cloruro de cal, la cal, el ácido fénico y fenatos y el percloruro de hierro. Estas sus- tancias son arrojadas por las bocas de registro, por los sumideros ó esparcidas á lo largo de los tubos. Su acción es limitada, generalmente solo desinfectan el sitio en que han sido arrojados,' el sumidero, por ejemplo, dejando en el mismo estado la red de cloacas. Entre los enumerados, el desinfectante que mejor servi- cio presta en igualdad de costo, es el percloruro de hierro. IX Obras de salubridad—Influencia perniciosa de las materias de cloaca—Destino de estas materias—Espulsion á los ríos —Tratamiento químico—empleo agrícola—filtración inter- mitente. ¿ Qué se debe hacer con las materias de letrina y las aguas sucias ? Para saberlo, debemos averiguar qué son esas mate- rias. La materia de las letrinas, es, en general, escremento diluido, dividido y suspendido en un líquido compuesto de agua y orina. Los líquidos de cloaca ó letrina son perniciosos ; esto no necesita demostración, -se sabe, sin necesidad de re- currir aun análisis. Por lo tanto, hay que alejarlos de las ciudades ó de- sinfectarlos en ellas, ó hacer las dos cosas, lo que sería la perfección en este punto ele higiene. La putrefacción de las materias de letrina, es de la peor especie. Hemos dicho ya, al hablar de las calles, que era peligroso dejarlas sucias, porque el agua, cor- riendo por el pavimento, arra.straba las deyecciones de los animales á los rios, donde entraban en putrefac- ción. Hemos dicho que la putrefacción de las deyecciones de animales herbívoros es considerada por algunos como mas dañosa para la salud pública, que la putrefac- — 207 — cion de los escrementos humanos ; mas no por ello debemos desconocer en éstos una influencia perniciosa en alto grado. Los poderes públicos deben preocuparse, pues, de ve- riticar la estraccion de tales materias y su alejamiento á distancias tales, que hagan imposible su mala influencia sobre la salud pública. La esperiencia de muchos años ha demostrado que muchas epidemias deben su propagación á la comuni- cación ele las letrinas ; una prueba de ello es lo que se observa en los campamentos, donde las epidemias de disenteria se propagan con terrible rapidez, toda vez que se usa de zanjas para el depósito de las deyecciones, siendo ya un hecho averiguado que las epidemias dis- minuyen cuando se obliga á los soldados á defecar en sitios aislados, á no concurrir á donde van los afectados de disenteria y se impone á éstos la obligación de echar tierra sobre sus deposiciones. Las epidemias de cólera y de fiebre amarilla se pres- tan también á observaciones análogas. En algunas epidemias de cólera se ha notado que una manzana ó una serie de casas situadas en un solo lado de la calle, han sido invadidas mas enérgicamente, mientras que otras manzanas ú otras casas próximas, han quedado casi exentas. Examinando las causas de esta anomalía aparente, se ha podido comprobar la existencia de comunicaciones entre los depósitos de las letrinas. Tratándose cíe cólera, es una cosa demostrada que los vehículos mas activos de propagación, son las de- yecciones. El agua trasmite también las enfermedades, por eso al hablar de ella hemos reclamado que sea la mas pura la que se suministre á las ciudades. Hablando de epidemias, debemos creer necesariamen- te que su cansa es material y debemos admitir lo que parece ya admitido, que ella es constituida por elemen- tos escesivamente tenues que pueden existir en la atmós- fera ó en los líquidos de uso común y ser absorvidos por los organismos. Las materias de letrinas en putrefacción son malas; pero ¿toda materia en putrefacción es mala? Esta cues- tión tiene su faz práctica y su faz científica; dos faces en las cuales debe ser considerada. Para dilucidarla es preciso que nos demos cuenta de loque es la putre- facción. Habitualmente juzgamos ele las propiedades dañosas de las sustancias, por el mal olor que se desprende de ellas; pero es un error creer que tocia sustancia que emite mal olor es perjudicial: la prueba de que esto no es así, la prueba vulgar al alcance de todo el mundo, es que hasta eu nuestra mesa usamos alimentos que afec- tan desagradablemente nuestro olfato y que sin embar- go, se prestan fácilmente á la digestión; no obstante, hay opiniones de higienistas distinguidos, en virtud délas cuales debería perseguirse toda sustancia dotada de mal olor ó que afecte nuestro olfato como lo hacen las materias en putrefacción. Todos los malos olores serán dañosos para las per- sonas estremadamente susceptibles, pero muchos se- rán indiferentes para las que los toleran bien. De estas particularidades no se puede concluir nada general, y como prueba de que ello es así, puede citarse la salud lujosa de muchos individuos eme viven en sitios donde reina un mal olor constante; los peones de nuestros sa- laderos, los desolladores de nuestros mataderos, por ejemplo, que respiran constantemente una atmósfera cargada de elementos orgánicos debidos á la fermenta- ción de la bosta, la sangre y los intestinos délos anima- les muertos. Por mas que la teoría afirme lo contrario, la espe- — 209 — riencia nos muestra que las epidemias no germinan en tales sitios mas que en'otros. ¿ Quién no sabe entre nosotros que hace pocos años el pueblo de Barracas era casi inhabitable por lo incó- modo de su mal olor constante? Y mientras tanto, los médicos de la localidad asegu- raban que el estado sanitario era exelente. ¿ Quién no sabe lo que vahemos repetido muchas ve- ces, quién no sabe que durante las primeras epidemias de cólera, los casos de esa enfermedad fueron raros en Barracas y que la salud de los habitantes del mas sucio de sus barrios, era mucho mejor que la de los de las secciones mas higiénicas de esta ciudad ? Quizá esta contradicción desaparezca, sin embargo, á lo menos en parte, analizando las cuestiones. Consideremos una materia orgánica sometida á in- fluencias diversas. Si se arroja un pedazo de carne en la arena caliente espuesta á los rayos de un sol ardiente, la carne se seca. La. materia orgánica esperimenta entonces una evolu- ción muy distinta de la que esperimentaria en otra cir- cunstancia: toda el agua que tiene el pedazo de carne se evapora y la materia orgánica se recoge sobre sí mis- ma y no entra en putrefacción, no porque falte calor puesto eme lo hay en exeso, ni porque le falte humedad, puesto que la tuvo al principio. Coloquemos otro pedazo de carne en un sótano oscuro y húmedo y encontraremos al fin de cierto tiempo, que se ha desarrollado en él una fermentación especial, cu- yas manifestaciones son el mal olor y la aparición de organismos vivos. La carne se habrá podrido. Hé ahí dos fenómenos distintos que puede esperimen- taria materia orgánica espuesta á la acción de tempe- ratura, humedad y luz diversas. Entre estos dos fenómenos que pueden ser señalados — .210 — como dos estreñios, caben diversos grados de transfor- mación que se obtendría variando el grado en los agentes. La carne que se seca y casi se carboniza, queda en las condiciónesele un cuerpo inocente; la que se pudre es capaz de influir en mal sentido sobre la salud. Al tratar este punto no podemos olvidar la teoría de Pasteur, fundada en hechos observados por él. No basta, dice, para que la putrefacción tenga lugar, que haya calor, humedad, aire y materia orgánica; es necesario ademas que haya fermentos y cuerpos capa- ces de sufrir su influencia. En efecto, él toma un frasco perfectamente limpio, lo llena hasta el gollete ele leche, espulsa de él tocio el aire y lo tapa con un corcho agujereado que da paso á un tubo de vidrio lleno de algodón cardado. En estas con- diciones la leche se conserva en buen estado indefini- damente. Si se hubiera tapado herméticamente el frasco, la le- che habría fermentado por cierto, al fin de cierto tiempo. ¿Por qué no lo hace en las condiciones indicadas? Pasteur afirma que ello no sucede porque el algodón retiene en sus mallas los esporos spori que existen en la atmósfera y deja pasar el aire puro. Es sabirlo, en verdad, que el algodón cardado forma un filtro que se opone al pasaje de fermentos sin impe- dir el del aire ú otros gases. Luego, la acción del aire, del calor y de la humedad no basta por sí sola para determinar la, putrefacción, ni es la privación del contacto con el aire un medio capaz de impedirla, pues mas bien del esperimento de Pas- teur parece resultar que el acceso de aquel fluido en estado de pureza, facilita la conservación de ciertas ma- terias. A mas de esta teoría y de estos esperimentos, encon- — 211 — tramos una ley, que podríamos llamar ley de las ino- cuidades. Esta ley nos enseña que los organismos mas sim- ples, en su composición, son los menos dañosos, y los complejos, los mas temibles, tratándose de fermenta- ciones y putrefacciones. En virtud de esto, toda circunstancia que favorezca la producción de organismos complejos, en la descompo- sición de las materias orgánicas, es contraria á la higie- ne, pues bajo su influencia la putrefacción y las fer- mentaciones se activan. A! hablar déla luz, hemos señalado sus propiedades reductoras y la hemos presentado como un agente pode- roso para la conservación de la vicia y ahora, al hablar de la ley de las inocuidades, tenemos que recordar de nuevo esa benéfica propiedad. Observamos, en efecto, que en ia sombra se producen elementos complejos que no habrían nacido bajo la in- fluencia de una luz abundante. El oxígeno es también un elemento reductor, pero no obra como tal en toda circunstancia. Teniendo en cuenta estos datos, veamos por qué las materias encerradas en los depósitos de las letrinas son tan perjudiciales. La perniciosa influencia de estos lugares no es solo debida al origen de las materias que contienen, sino á las condiciones especiales en que dichas materias se hallan. En los sumideros de las letrinas, escasea la luz, ape- nas penetra en ellos una tenue claridad. Falta también la ventilación y merced á la ausencia de los agentes reduc- tores, luz y oxígeno, la descomposición de las materias da Jugará la formación abundante de organismos com- plejos, de fermentos especiales. Si otras fueran las condiciones, los escrementos hu- manos irían, al descomponerse, mas directamente al 212 - reino mineral de que salieron y en lugar de fermentos y cuerpos complejos no analizados, tendríamos solo como resultado de la transformación, gases definidos y cuer- pos con los cuales nuestros laboratorios están fami- liarizados. Los químicos analizan la materia orgánica y separan de ella cuerpos simples conocidos. El pedazo de carne que hemos supuesto arrojado en la arena y secado por el sol, se transforma en vapor de agua y un residuo inerte que vuelve á la tierra conver- tido en'polvo. ¿Cuánta diferencia no hay entre estos resultados y los millones de seres vivos que tienen su cuna en las fermentaciones ? Lo que acabo de manifestar no quiere, sin'embargo, decir que no haya cuerpos definidos capaces de influir de un modo pernicioso sobre la salud, ni que la acción de la luz y del oxígeno sea capaz de impedir la forma- ción de venenos orgánicos é inorgánicos temibles: no por cierto, lo único que se desprende de esta pequeña escursion en el terreno de las transformaciones orgáni- cas, es que allí donde falta la luz y la ventilación, sobran los elementos de enfermedad y de muerte. Pero no hagamos distinciones que no han de subsistir en la práctica; no hablemos mas de fermentaciones y putrefacciones como de entidades distintas; llamemos á sus resultados elementos perjudiciales, y digamos lo que para los higienistas es una verdad, á saber : la ma- teria orgánica en descomposición debe ser considerada como enemiga de la higiene. En los productos de la descomposición señalaremos tres grupos. El primero será formado por los gases deletéreos. El segundo por los gases sofocantes. El tercero por los fermentos y los productos de la pu- trefacción. Los gases deletéreos son venenosos por sí mismo; los — 213 - sofocantes producen efectos inmediatos no tóxicos, pues solo obran impidiendo la absorción del gas respirable; los productos de la fermentación y putrefacción son venenos orgánicos especiales. Las materias orgánicas se descomponen dando ácido carbónico, hidrógeno carbonado, ázoe en gran cantidad, amoniaco, carbonato y sulfidr'ato ele amoniaco, ácido acético, otros cuerpos desconocidos en pequeña canti- dad y organismos variados, fermentos y seres vivientes. Los productos varían según eltegido de que emanan, la clase de muerte del animal ó vegetal y el medio en el cual se verifica la descomposición, conforme varían las funciones durante la vida, según el principio inmediato del órgano vivo. Para darnos cuenta de la influencia de las descompo- siciones orgánicas sobre la salud, debemos recordar que la putrefacción que tan perniciosos efecdos causa, es una forma de descomposición que solo se verifi- ca en condiciones dadas. En efecto, cuando todas las fuerzas destructoras de la materia orgánica muerta, obran con la plenitud de su poder, la putrefacción no tiene lugar, pues ella es el resultado de una oxidación lenta déla materia, sometida de antemano á la acción de un fermento. Por eso todas las causas de reducción activa, obstan á la putrefacción ó la detienen cuando ha comenzado. ¿Qué otra cosa son los desinfectantes mas poderosos, que elementos capaces de apoderarse de los que forman los tcgidos, para volverlos al mundo mineral ? ¿ Por qué los agentes químicos que se apoderan del hidrógeno con preferencia, son tan enérgicos desinfec- tantes? Y aquí no está de mas hacer una reflexión. Es cierto que si quitamos aun tegido todo su oxígeno, lo destruimos, lo mismo que si le quitamos todo su ázoe, su carbón ó su hidrógeno. Si ello es así, ¿ por 214 qué los cuerpos ávidos de oxígeno por ejemplo, no es- tarían á la altura y no lo están en nuestra opinión, de los desinfectantes ávidos de hidrógeno, cuando la de- sinfección se verifica en las condiciones generales? Porque los agentes químicos "tienen también un modo de obrar racional, diremos, y no seria esplicable que existiendo oxígeno libro en la atmósfera que rodea un cuerpo orgánico, el agente químico oxidable fuera á sacar, con dificultad, del cuerpo orgánico, al cual nece- sitaría descomponer, el oxígeno que puede tomar fácil- mente del aire. Para los agentes ávidos de hidrógeno no subsisten las mismas condiciones : ellos no hallan sino anormal- mente hidrógeno en una atmósfera ciada, de modo que para entrar en combinación con él, necesitan quitarlo á las materias que lo tienen y en cuya presencia se hallan. Acabamos de mencionar aúneme á la ligera, los agentes y las condiciones eme favorecen, detienen ó im- piden las fermentaciones y putrefacciones y para seguir adelante en el examen que nos ocupa, debemos pregun- tarnos en qué condiciones se hallan los líquidos de le- trina y qué agentes obran sobre ellos. Por lo que llevamos dicho, se comprende que la esca- sez de luz y ventilación en los depósitos, favorece singu- larmente el desarrollo de organismos, la fermentación y la putrefacción en la materia orgánica que allí se halla encerrada. Luego los líemielos de cloaca y de letrina, constitu- yendo un peligro para la salud, deben ser separados ó anulados. No nos exageremos sin embargo los malos efectos de los productos nocivos para la salud; observemos por el contrario, eme su naturaleza por sí sola, no basta para constituirlos en enemigos terribles ele la vida y para convencernos de ello, recordemos el papel importante que desempeñan para el resultado final, el modo como — 215 — las sustancias se ponen en contacto con nuestro orga- nismo y la vía por la cual le atacan. Nadie duda ele que el ácido sulfídrico es deletéreo, de que el ácido carbónico es un gas sofocante y hasta ve- nenoso, según algunos. Estos gases respirados, po- nen en peligro la vida y sin embargo durante ho- ras, dias y semanas, se hallan siempre encerrados en nuestros intestinos, sirviendo allí de ausiliares para las funciones, lejos de ser elementos de perturbación, pues ellos mantienen abiertos los conductos, desplegadas y separadas las paredes de los intestinos, favoreciendo por estos medios no solo la progresión de las materias, sino también los contactos de las superficies internas con los alimentos y su absorción. El ácido sulfídrico que llevamos constantemente en nuestro cuerpo, basta- ría quizá para matarnos si lo absorviéramos por los pulmones. Otro tanto puede decirse de ciertos virus ; las costras de viruela por ejemplo, introducidas en un estómago sano, serian digeridas, mientras que una partícula de ellas depositada en una escoriación de la piel, da lugar á una infección. Mas aun, la respiración en una atmósfera confinada, es mala, como todos saben, pero no lo es solo por el consumo de oxígeno y el sobrecargo de ácido carbóni- co, sino también por la presencia de partículas orgáni- cas exhaladas por nuestros pulmones. Después de tales reflexiones y tomando el peso á to- dos los datos que entran en juego para apreciar la cuestión de las infecciones, nuestra conclusión sobre los líquidos de letrina y de cloaca, es que deben ser ó alejados ó convertidos en inocuos, ó loque sena una perfección, alejados y utilizados. Tres medios se presentan desde luego para alcanzar uno ó mas de estos propósitos, pues rechazamos fun- 216 - damentalmente el procedimiento de mantenerlos en po- zos ó cisternas, en el interior de las casas. El primer medio consiste en arrojarlos en las cor- rientes de agua naturales. Si las ciudades pudieran dejar de usar el agua de sus rios, todavía podría admitirse la discusión del proce- dimiento, pero nos parece imposible que una ciudad pueda sustraerse á la necesidad de emplear para uno ó mas usos, el agua de sus rios y mas imposible aun, que deje de esperimentar las influencias de las corrien- tes cercanas de sus aguas naturales. Hablar de echar al rio, del cual se surte una ciudad, las aguas de cloacas, seria ponerse en el terreno de los crímenes higiénicos. En Inglaterra la cuestión ha sido agitada con grande interés. El parlamento ordenó una investigación sobre esta materia y las esperiencias fueron hechas en grande en Rugby, ante una comisión de sabios. Allí se ob- servó que los peces de las aguas mezcladas con la de cloaca, morían envenenados ; se reconoció la insalu- bridad de las aguas, la perniciosa influencia de los de- pósitos del fondo, la salud precaria de los habitantes de las costas y después de un estudio meditado, la co- misión dio su dictamen, estableciendo que arrojar las aguas de cloaca á los rios ó mares vecinos á las ciuda- des, era un atentado contra el derecho común y que donde quiera que tal procedimiento fuera empleado, debería cesar inmediatamente. Entre nosotros el señor Bateman, tomando en cuenta el caudal ele agua del Rio de la Plata y el movimiento á que se hallaba sugeto, opinó que no seria perjudicial echar las aguas de cloaca á la canal de nuestro rio. Con este motivo una. gran discusión tuvo lugar en el terreno teórico, pues ninguna esperiencia fué realizada. Se dijo que los rios como los mares tendían á echar á la costa los cuerpos estraños ; que se formarían bancos - 217 — en el sitio en que el tubo desembocara y que estos ban- cos serian removidos y traídos á las costas, llevados quizá hasta el punto de absorción del agna para el sur- tido de la ciudad, entrando la materia depositada en las costas, prontamente en putrefacción. Sin embargo, desde hace mas de un siglo, el agua sucia, fuertemente cargada de materia orgánica, es ar- rojada durante las lluvias al rio, sin que hasta ahora se haya notado la existencia de bancos ó depósitos en las costas ni la putrefacción de tales materias. Pero si bien falta la esperiencia sobre este punto, re- lativa á las materias de cloaca, no es permitido comen- zar por desconocer el valor de las teorías y semejante sistema de salubridad, no seria aceptado sin esponerse á grandes daños y sin grandes y en parte fundados re- clamos de la población, que prefiere por de pronto, ate- nerse á su antiguo y abominable sistema de depósitos á domicilio. En el caso relativo á Buenos Aires es de observarse que leyendo lo que sobre este punto se ha escrito pare- ce que los motivos espuestos en favor del sistema, son mas bien eme razones positivas, objeciones en contra de la irrigación, fundadas en la clase de nuestro clima, lo fértil de nuestras tierras y lo abundante ele nuestras llu- vias. Todo esto será comentado á su tiempo. Aun cuando somos ele opinión de que el modo mas natural de eliminar las aguas cloacales es de devolverlas al suelo, por ejemplo por medio de la irrigación, cuya teoría se desarrolla mas adelante, y ele que no deberían ellas arrojarse al mar ni álos rios, debemos consignar- no obstante y en obsequio á la verdad, que cuando se discutió el asunto en la Sociedad principal de Ingenie- ros en Londres, el año 1877, algunos de sus miembros mas conspicuos en el ramo vertieron opiniones tenden- tes á demostrar que existen ciertos casos en que tal recurso es no solo admisible, sino que proporciona la ~- 218 — mejor solución, ó la que menos inconvenientes presenta, del difícil poblema en cuestión. Observaremos también que en el ánimo de personas competentes decae la creencia de que el agua cloacal posee un gran valor recuperativo, mientras que hace caminóla idea de que, en lugar de emplear las aguas ele cloaca tratando de utilizarlas en las vecindades de las ciudades, deberíamos ver en ellas un enemigo, que importa á toda costa arrojar lejos de nosotros. Según esta teoría las ciudades que están situadas sobre la costa del mar, ó sobre rios, al alcance de la marea, siempre que sean estos de volumen suficiente, y que no se provea de sus aguas ninguna población situa- da aguas abajo, deben valerse del medio de desagüe que se les presenta, por ser el mas eficaz y económico que puedan hallar para deshacerse de sus aguas servidas, debiendo, sin embargo, tener cuidado de observar las corrientes, de fijar la posición del punto de desagüe, en los rios en que la marea puede formar bancos, y de to- mar todas las demás precauciones naturales y necesa- rias que indique la ciencia. En apoyo de las opiniones opuestas al empleo de las aguas de cloaca, se hacen valer los resultados obteni- dos por la esperiencia, los que demuestran que ningu- na ganancia puede esperarse de los cultivos emprendi- dos por las autoridades, con auxilio de la irrigación, y solo una muy pequeña cuando se hallan aquellos en manos de particulares; y en apoyo de la idea de arrojar las aguas servidas al mar ó á los ríos, que cuando exis- ten medios eficaces para impedir que pasen á las cloacas materias densas, como son los detritus de las calles, no se produce ningún depósito de importancia, aunen rios de volumen comparativamente reducido, y de velo- cidad muy variable. — 219 — El segundo medio es el de recogerlas aguas servidas y materias de cloaca y tratarlas por agentes químicos, con el fin de precipitar de ellas la materia sólida, para convertirla en abono y abandonar las aguas purificadas á los campos, los mares ó los rios. Tal cuestión para los químicos es lo que la cuadratura del círculo para los matemáticos. Sobre este punto tenemos esperiencias numerosas hechas en Inglaterra, Bélgica, Francia y otras partes. Al leer los informes relativos á tales esperiencias, se asusta uno de las enormes masas de líquidos sometidos á la desinfección, de las grandes cantidades de materias precipitadas y destinadas teóricamente para el abono, dé lo costoso de los establecimientos en que se hace la depuración, de los trabajos para la recolección, depósito y manipulación, de los filtros y máquinas, de las gran- des y valiosas cantidades de agentes químicos emplea- dos, de la dificultad para el espendio de los productos elaborados y por último, del insignificante resultado obtenido para la salud pública, pues por grandes que sean los capitales comprometidos en tales empresas, los líquidos sometidos á la desinfección forman la mínima parte de los que dá una ciudad medianamente poblada. Y aún así, los líquidos tratados no quedan purifica- dos, pues cualquiera que sea el ingrediente empleado, las aguas residuarias entran, mas ó menos tarde y siempre pronto, en putrefacción. Lo=; agentes que se ha usado son la cal, el cloruro de cal, el percloruro de hierro, el sulfato y el fosfato de alumina, el ácido fénico, el fenato de cal y el sulfato de magnesia para destruir el mal olor. Los ensayos en Inglaterra han sido hechos estudiando el costo y el efecto de la desinfección sobre los líquidos rcsieluarios. La siguiente tabla muestra los dos factores de la cues- — 220 — tíon higiénica, en el límite cíe lo posible, señalado por el costo. Para desinfectar un metro cúbico de líquido se nece- sita emplear una cantidad de ingrediente cuyo valor en francos se espresa, como también la época en que el agua madre comienza á entrar en putrefacción. Precio de la cal, francos 18-15—El agua comienza á podrirse des- pués de 2 dias " del cloruro decaí " 11.90- " " " " " 4" ,l percloruro de hierro" 9.15— " " " " " 10 '' Empleando el sulfato de alumina, los resultados son parecidos. Empleando el sulfato de alumina y hierro, seguir las esperiencias hechas en Paris sobre aguas servidas que no contenían materia fecal, se ha obtenido resultados mejores siendo el precáo del agente químico de 2 cente- simos de franco por metro cúbico de líquido. Si hubiera ele tratarse el agua de cloaca de Paris que contuviera también la materia fecal, seria necesario cal- cular sobre una base de tres ó cuatrocientos mil metros cúbicos por dia, cuando menos. La materia sólida pre- cipitada por el sulfato de alumina y hierro, daría lugar á depósitos inmensos de que seria imposible deshacerse y que quedarían espuestos al calor y la humedad, en- trando en putrefacción. Las aguas separadas, incom- pletamente purificadas, irían al rio y la cuestión de sa- lubridad quedaría en pié. Por lo espuesto se vé que el saneamiento de las ciu- dades por lo que hace á sus materias líquidas, por me- dio de los agentes químicos, no es la solución del pre- sente y se sospecha que no será la del porvenir. En diversos países como lo hemos dicho, se ha prac- ticado ensayos en mayor ó menor escala, y buscando ya un interés industrial puramente, ya una solución á la cuestión higiénica y un beneficio agrícola. Los resul- — 221 — fados han sido siempre poco animadores, inciertos, mez- quinos ó perjudiciales. En Leicester, ciudad de 115,000 habitantes por ejemplo, se estableció una fábrica de Ima- no artificial, utilizando las aguas cargadas de materia fe- cal tratadas con la cal; aunque el abono era exelente, la demanda no fué formal y la compañía que gastó 700,000 francos en la instalación, y mas de 52,000 francos en gastos anuales de esplotacion, apenas pudo de vez en cuando, sacar el costo déla manipulación, teniendo que abandonar su industria. En muchas partes los ensayos hechos fueron debidos á condiciones especiales, ya por aprovechar establecimientos existentes, ya por prestarse al riego sin empleo de bombas, los terrenos adyacen- tes, ya en fin por remediar el mal estado higiénico, de- dicando á tal objeto sumas no despreciables. En resumen, el tratamiento químico es caro, no da los resultados que la higiene reclama y es cuando mas, apli- cable en casos especialísimos y á pequeñas cantidades de aguas cargadas de materias fecales, ó a estas mate- rias solamente, separadas de antemano de los líquidos que las acompañan. El tercer medio de saneamiento de las ciudades por lo que hace á sus materias fecales, es constituido por la depuración en la tierra y el empleo agrícola de las deyecciones humanas y aguas servidas. Pero antes de penetrar en el fondo de esta cuestión, es conveniente presentar algunas reflexiones que muchos no hacen, quizá porque los elementos que las suscitan se presentan á nuestra vista, desde que abrimos los ojos en la cuna, hasta que los cerramos en el lecho de muerte. ¿ Qué son las ciudades con relación á la circulación de la materia ? ¿ Qué son las campiñas consideradas en la misma esfera ? __ 222 __ Las campiñas son productoras, las ciudades adula- doras. Hay una corriente constante de materia orgánica de los campos hacia las ciudades y no la hay sino en pe- queñísima escala, de estas hacia aquellos. Una gran parte de los productos de la agricultura en- tra á las ciudades para no salir jamás de ellas. Los cam- pos son, pues, tributarios de las poblaciones urbanas, tributarios no retribuidos, pues sus cosechas son consu- midas en las ciudades, sin que vuelva á ellos en forma alguna, toda la savia que las ciudades les arrebatan. En las ciudades nacen y se crian hombres, nacen y crecen animales y todo el capital orgánico que estos cuerpos vivientes representan, es el tributo de los cam- pos trasformado. Cada hombre, cada animal que nace y muere en una ciudad, sustrae, mientras vive y mientras no se descom- pone después de muerto, toda la materia que forma sus tejidos, á la tierra que les dio origen. El carbón, el ázoe, el oxígeno, el hierro, el azufre y demás elementos que combinados constituyen la trama de nuestro cuerpo, es el carbón, el ázoe, el oxígeno, que la tierra y la atmósfera nos suministran en forma de alimentos, merced á los cuales crecemos, absolviéndo- los indirectamente cuando estamos en el seno materno, directamente cuando comemos ó respiramos. Somos, por mas grotezca que parezca la espresion, el producto de nuestros mercados y estos el depósito tem- poral de las cosechas rurales. Nace una yerba en el campo y crece á espensas del carbón que estrae de la atmósfera, del agua, y demás elementos que sus raices absorven en la tierra y que la planta asimila, dando vida, diremos, á los cuerpos iner- tes del reino mineral. Esta yerba sirve de alimento álos animales y se convierte en nuevos regidos, con distinta forma ele vida; los animales á su vez sirven ele alimento — 223 — al hombre y éste crece, almacenando la materia que fué primero mineral, después tegiclo vegetal, luego fibra animal y por último, parte constituyente de su cuerpo. El hombre muere y su cadáver, que representa toda la materia asimilada durante la vida, es secuestrado por años ó por siglos en el cementerio de una ciudad. ¿Cuál es el resultado ? Una cantidad incalculable de materia sustraída á la circulación, si no por siempre, á lo menos por cientos de años. Pero no es esto solo. En la mayor parte de las ciu- dades, casi la totalidad de la contribución de las campa- ñas se queda por tiempo indefinido, en una ó en otra forma. Las basuras están constituidas en gran parte por res- tos de alimentos, huesos, cascaras, semillas y demás y las basuras no son enviadas á los campos. Las deyec- ciones humanas son la materia orgánica no asimilada y las deyecciones permanecen en las fosas urbanas sin entrar en la circulación. En fin, todo se queda en el recinto de las ciudades, pues tan pequeña es la cantidad de materia orgánica que devolvemos á la campaña, eme nóvale la pena de tomarla en cuenta. De esta manera y uniendo los dos estrenaos de la cadena, las ciudades pueden ser consideradas como los cementerios en que reposan los restos de los vegetales que nacieron en los campos. He dicho que es mínima la parte que las ciudades de- vuelven á la campaña y podría quiza inferirse que ésta suministra sus productos gratuitamente; pero no se ne- cesita reflexionar mucho para caer en cuenta de que la cuestión no debe encararse en ese terreno. Pagarnos á los habitantes de los campos los alimentos que nos dan, pero se los pagamos en especie diferente, en útiles de labranza, en ropas, en objetos manufacturados, sin retribuir á la tierra lo que la tierra nos dá, sino en muy pequeña parte. ¿Qué enviamos á los campos que pueda servir para fertilizarlos? Las villas ó ciudades que no esportan sus basuras y que no envían las deyecciones de sus habitantes para fertilizar la tierra, solo pueden serle útiles bajo el punto de vista que consideramos, por la cantidad ele ácido carbónico con que dotan á la atmósfera y los alimentos confeccionados en las fabricas, tales como conservas, pastas ele harina y otros alimentos que no se alteran fácilmente. Cuando se considera los inmensos y viejos cemente- rios ele nuestras grandes capitales, cuando se recorre con la imaginación la residencia eterna ele las momias egipcias y se cuenta por millares de millones las ge- neraciones fenecidas y cuyos restos guarda, mas ó me- nos bien, la costra de nuestro globo, se piensa con dolor en la pérdida de fertilidad que la tierra esperimenta con esa sustracción de elementos. ¡ Cuántos millones de to- neladas de fosfato decaí, cuántas leguas cúbicas de oxígeno, de ázoe, de hidrógeno concentradas, cuántas montañas de carbón yacen en la soledad y en la inercia, como testigos elocuentes ele las preocupaciones, ele la rutina y de la insensatez humana! Debemos devolver á la tierra lo eme la tierra nos dá. La circulación de la materia es una ley natural cuyo cumplimiento es indispensable para la vida. La, tierra tiene una provisión dada de cada, uno de los elementos que la componen y no impunemente pue- de sustraérsele aquellos que son los mas importantes, porque entran en la composición de los organismos. Vivimos de nuestros muertos, dice la ciencia con ver- dad; el fósforo de sus huesos es necesario para la for- mación de nuestro cráneo, el desarrollo de nuestro cere- bro y la elaboración de nuestras ideas; el ázoe de sus principios inmediatos, es reclamado por la Herrarme espera producir nuevos vegetales; el oxígeno que con- — 225 - tienen encontrará, si se escapa de su tumba, un pulmón que lo respire y un glóbulo de sangre que lo absorva. La arcilla inerte nada produce; está ahí como un fil- tro, en cuyos poros se verifica la incubación y la gene- ración ele los organismos. Quitad á los minerales, que no abandonan sino escepcionalmente su reino, los elemen- tos capaces de entrar en combinación para formar prin- cipios inmediatos y habréis destruido todo lo que vive sobre la tierra. Los cadáveres de los árboles, las hojas muertas, hacen la tierra productiva. El carbón viaja de la tierra á la atmósfera, de la atmósfera á la planta, de la planta al hombre y del hombre á la tierra y á la atmós- fera, verificando la circulación de la materia, en eterna y perpetua transformación. Cortar la circulación, es atentar ala vida. Lo que entendemos por tierra, es una entidad no per- manente ; lo que hay en ella de perminenta, es la ma- teria que no entra en combinación para formar vejetales; pero hay otra parte que se mueve, que viaja cons- tantemente y que en los órganos, en la atmósfera y en la fierra, está siempre de paso. Quitad este elemento inquieto y habréis suprimido toda fertilidad ; el mineral no asimilable, ni da ni recibe; solo es terreno en que se verifican las transformaciones. Disminuid el número de los elementos movibles y liabreis empobrecido la tierra. Nosotros vemos verificarse todos los dias estos em- pobrecimientos ; la tierra se cansa, dicen los labradores, espresando por esa gráfica metáfora, la penuria en que se encuentra la tierra para producir lo que el labrador le exige, después de muchas cosechas y cuando se halla exhausta de materiales asimilables, por las sustraccio- nes que se le ha hecho. * Llega una época en que el poder fecundante se estin- gue y entonces solo comprendemos la necesidad de abonar la tierra, de restituirle la materia orgánica azoa- — 226 — da que contenga en proporción conveniente y forma asimilable, los materiales susceptibles de descompo- nerse gradualmente y que son necesarios para la cons- titución de las plantas. La riqueza del Perú se debe al cansancio de la tierra lejana eme necesita de su Imano ; la existencia de va- rias industrias es debida á las exigencias de la agricul- tura. Y si las naciones muy pobladas y en que han vivido mil generaciones, tienen que recurrir al artificio para fertilizar sus tierras, ¿ será racional no usar del abono que se tiene á la mano é ir á buscarlo á lejanas playas ? Las aguas servidas de Londres y las deyecciones de sus habitantes, servirían para fertilizar media Ingla- terra; las aguas de cada una de las grandes ciudades podrían hacer fecunda á su campiña. ¿Será atinado continuar depositando materia orgánica en los pozos de las ciudades, mientras que los campos carecen de abono? De tales reflexiones ha nacido la idea de la irrigación con líquidos de cloaca. Lo que caracteriza este sistema es el empleo en natu- ra de los líquidos, sin preparación alguna. Arrojando á los campos las aguas mencionadas se verifica lo mas sencillo en materia de abono y se cierra mas pronto el círculo de las trasformaciones orgánicas. Los elementos orgánicos no están inactivos ; cuando no trabajan por el bien, enjendran el mal; solo son útiles cuando se mueven y si los obligamos á quedarse quietos, con sus fermentaciones y putrefacciones nos dan la muerte. En cuanto á irrigación la práctica ha precedido á la teoría ; no se ha ido como en el tratamiento químico de las aguas sucias, de los procedimientos de laboratorio á los ensayos en grande escala. Aquí, antes que las bases teóricas de la irrigación — 227 — fueran admitidas en la ciencia, habia ya ciudades que irrigaban síes campos adyacentes. Milán y Edimburgo recojen desde largos años abundantes cosechas de sus terrenos abonados por este medio. En diferentes partes de Inglaterra, la irrigación es empleada desde tiempos remotos y es á esta nación que todo lo escudriña, á la que se debe los datos mas pre- ciosos relativos á este punto, al cual han consagrado la mayor atención muchos ele sus hombres ilustres. Tres investigaciones formales se habían hecho hasta el momento en cpie Freycinet publicaba su notable libro sobre la salubridad ele las ciudades, obra de la cual to- márnosla mayor parte de los datos consignados aquí. La primera de las comisiones nombradas para estu- diar el punto, dio un informe favorable á la irrigación, pero sus trabajos no fueron estensos y concluyentes. La segunda comisión, citada ya en el curso de nues- tra esposicion, afirmó entre otras cosas, que todo medio artificial de purificación no da resultados, que las aguas mejor tratadas entran en putrefacción tarde ó temprano. que el agua una vez contaminada, solo se vuelve pota- ble por la acción de las raíces de las plantas y por la oxidación en la tierra de las materias orgánicas. La misma comisión concluía aconsejando que las aguas de cloaca fueran llevadas en natura por tubos adecuados, á los campos de irrigación y pensaba que tal operación seria reproductiva, pues las fuentes de abono se halla- ban empobrecidas ó agotadas. Las ciudades, por otra parte, reclamaban la estraccion de las materias putre- cibles que constituian un peligro; mas que esto, un gra- ve daño para su salud. La tercera comisión funcionaba aun en 1870 y decía en resumen : si no hay como prescindir de las cloacas para la salubridad de las ciudades, hay que emplear el líquido sin contaminar las aguas de los rios ni infestar la atmósfera ; en la aplicación de los filtros y de los de- — 228 — sinfectantes alas aguas de cloaca, los filtros no filtran y los desinfectantes no desinfectan ; lo único que destru- ye los gérmenes de putrefacción, es la irrigación. Esta comisión estaba tan convencida de la verdad de sus afir- maciones, que llegó hasta proponer para conseguir su fin, lo que no se habia propuesto jamas en Inglaterra, á saber: que se hiciera obligatoria la irrigación, con el objeto ele armar á las autoridades del poder necesario para proceder á la espropiacion de los terrenos. En tratándose de salubridad, la cuestión es de hechos y son los hechos los que deben resolverla. Acumulan- do datos nos pondremos en el camino práctico y la so- lución de tan grave asunto fluirá naturalmente de ellos. Avancemos desde luego, que nuestra comisión de obras de salubridad habia resuelto en principio, la cues- tión, por lo que hace á Buenos Aires, inclinándose á la irrigación. Solo faltaba el estudio de algunos detalles para que la solución quedara definitivamente estableci- da. Después, como hemos visto, la idea fué abando- nada, adoptándose la resolución de arrojar las aguas de cloaca en el Rio de la Plata, á gran distancia de la ciudad. Se habia pensado en la irrigación pura, en la irrigación con cultivo de la tierra, valientemente sostenida por el doctor Aberg, en un notable folleto de que hablaremos en oportunidad y se habia tenido también en vista, la fil- tración intermitente propuesta por el señor Higgin, re- presentante de Bateman. Creemos útil dar algunos detalles relativos ala pro- posición de Higgin, antes de hablar del proyecto de irrigación entre nosotros. Según lo afirma el señor Higgin, basado en sus estu- dios, de las esperiencias hechas en Inglaterra resulta que las aguas de una población de 10,000 habitantes pueden ser purificadas en 2 hectáreas 109 (11[4 cuadra). Para ello es necesario preparar el terreno, colocando — 229 — tubos de drenaje á2 metros de profundidad y á 12 me- tros próximamente de distancia. La superficie debe ser dividida ele tal manera, que cada parte reciba el agua durante cierto número de ho- ras, descansando un tiempo dado. De esta manera, el aire atmosférico sigue á las aguas en su camino de filtración, contribuyendo á oxidarlas y á convertir los elementos orgánicos que contienen, en producto? asimilables. El terreno, así tratado, puede servir, dicen, durante muchos años. El análisis ele una tierra sometida á este riego intermitente, durante cinco años, demostró que contenia menos materia nociva que la ele una huerta en la que se habia empleado el abono común ; las aguas que salian filtradas, eran limpias, se- gún se asegura y hasta potables. Si esto fuera una verdad adquirida, ningún sistema sería mas ventajoso y la cuestión higiénica y económica estaría resuelta. En efecto, él seria mas ventajoso que la irrigación aplicada al cultivo, que tanto brazo y gasto recpiiere y mas tam- bién que el tratamiento químico de las aguas, que exije después de la precipitación, la filtración de los líquidos residuarios, como complemento, para que la salud pú- blica quede garantida, sin serlo nunca de una manera completa, cuando se hace según los métodos que se usa en las fábricas de abono de que hemos habíalo. Trayendo estos datos á cuenta para la cuestión rela- tiva á Buenos Aires y calculando á esta ciudad 200,000 habitantes, sería necesario disponer para purificar sus aguas, de 42 hectáreas 185 (25 cuadras cuadradas) ele fas cuales 10 hectáreas 546(6 lpí cuadras) es decir, la cuarta parte, recibirían las aguas durante seis horas, descansando diez y ocho. En previsión de contingencias, podría destinarse 85 hectáreas próximamente, á este servicio, pues así podría tenerse siempre de reserva la mitad del terreno ó sea las 42 hectáreas de que hemos hablado. 15 230 ¡ Cuanta economía habría, pues, eu adoptar esle sis- tema, una vez que para la irrigación se necesitaría, cuando menos, 1,012 hectáreas (como 600 cuadras) y para la irrigación y cultivo, respondiendo á todo evento, 2,699 hectáreas (como una legua cuadrada ó sea 1,0:)0 cuadras.) El terreno que sirve en Croydon para la filtración in- termitente, no tiene mal olor ni es insalubre. No suscita, pues, reclamos de parte de la población ; es claro que las condiciones de valor de la tierra y cli- ma, reclaman variaciones respe -to á la cantidad de ter- reno que debe destinarse al trabajo de purificación y á la distancia á que debe hallarse de las poblaciones. To- mando en cuenta esta observación, el señor Higgin, cree que la superficie que marca, es la conveniente para Bue- nos Aires, que el terreno debe distar 6 quilómetros de la ciudad y que debe ser de propiedad del gobier- no ó de la empresa encargada de las obras, pues de otro modo, quedaría este asunto sugeto al capricho ó conveniencias de los propietarios, quienes rechazarían ó aceptarían á voluntad, las aguas en sus tierras, por motivos legítimos ó ilegítimos. Compréndese desde lue- go, cuanta perturbación traería una suspensión, siquie- ra de un dia, en la distribución de los líquidos de cloaca, pues las funciones de una ciudad no dan espera. La distancia de seis quilómetros á que debe estar si- tuado el terreno de irrigación, ha sido señalada mas bien en atención á la necesidad de evitar la oposición que emana de la rutina y las preocupaciones, que á cau- sa de una exijencia higiénica, pues los terrenos abona- dos y sobre todo los cultivados, no son insalubres y por lo tanto su proximidad no es peligrosa. No todos los terrenos sirven para la filtración inter- mitente ; los impermeables no son adaptables, los muy permeables no dan tiempo para que se verifiquen las oxidaciones. 231 — Así, aplicando este dato á nuestros terrenos, es de temerse que los arcillosos, que son la generalidad, no se presten para la filtración naturalmente y que los que tienen mucha conchilla, sean atravesados rápidamente por las aguas, sin oxidarse durante su trayecto. De todas maneras, nunca sería prudente aconsejar la adopción de este sistema sin hacer esperiencias pre- vias. Es evidente que la irrigación ó el derrame de las aguas, no debería hacerse esclusivamente en el terreno de las obras, cuando los propietarios de los terrenos co- lindantes solicitaran el beneficio de un tan valioso abo- no, como no dejaría de suceder, al poco tiempo de ini- ciados los trabajos en los campos destinados al objeto. Aconsejaba además, el señor Higgin, para el caso en que se adoptara su sistema, que se falicitara la salida al rio de las aguas derramadas, en previsión de cualquier entorpecimiento, creyendo con razón, que el envió escepcional de una pequeña parte de los líquidos al Pla- ta, no produciría malas consecuencias. La proposición, cuyo estrado acabamos ele presentar, fué enviada en consulta, al Consejo de higiene y esta corporación, antes ele dar su dictamen, hizo varias pre- guntas, con el fin de obtenerlos datos necesarios para formar su juicio. Las respuestas de esas preguntas aclaran mucho la cuestión. Vamos á presentarlas por orden para inteligencia de los epue se interesen en tan grave asunto, dividiendo las materias, los puntos sobre los cuales el Consejo pedia informe y los datos que so- bre cada uno de ellos presentó el señor Higgin. Cantidad de liquido de chara quesería necesario filtrar.—Sin contar los líquidos subterráneos, la canti- dad de agua fecal queda una población es sensiblemen- te igual á la del agua que consume; la cantidad varia pues con la provisión. La ciudad de Buenos Aires recibirá 181 litros por habitante, de las casas servidas, -- 232 - ó 36,000 metros cúbicos en 24 horas: mas tarde la pro- visión podrá llegar á ser de 72,000 metros cúbicos por dia. El subsuelo ele la ciudades seco; por lo tanto el agua fecal seria igual, con poca diferencia, al agua consumida, aumentándose solamente por las lluvias, cuyo aumento seria, según los cálculos, equivalente á una tercera parte del consumo, en los dias de fuerte lluvia. Calidad de líquido con relación al terreno en el cual debe purificarse.—Una hectárea de terreno prepa- rado, puede filtrar 907 metros cúbicos de agua fecal por cha. Luego para filtrar 36,000 metros cúbicos, se necesita40 hectáreas próximamente. Calidad del terreno.—En los terrenos malos se fil- tra 33 litros de agua en 24 horas, por metro cúbico ele tierra. En otros puede filtrarse 60 litros por metro cúbico. Una hectárea de otros terrenos alcanza á fil- trar 1,232 metros cúbicos de líquido en 24 horas. Costo de la manipulación de la materia sólida.—No siempre se tiene materia sólida que tratar. Muchos hi- gienistas prefieren arrojar sobre el terreno el agua tal cual sale de las cloacas emisoras, asegurando que eso conviene á la higiene y á los intereses agrícolas. La separación de las materias sólidas, se verifica por medio de la conocida rueda separadora de Milburne, aparato en el cual jiran unas coladeras metálicas que permiten solamente el pasaje á los lícmidos. Esta má- quina, colocada en el conducto por el que pasan las aguas, separa las materias sólidas, enviándolas á un depósito, del cual son recojidas, ya para ser mezcladas con tierra y esportadas así, ya para ser sacadas sin mezcla alguna y por medio de otro aparato ele Milbur- ne apropiado al objeto. Con la rueda separadora, se puede obtener 6 toneladas métricas de materia sólida ó sea 6,000 cpailógramos por — 233 — cada 4,500 metros cúbicos de líquido, lo que dá en nues- tro caso, 48 toneladas en 24 horas. Después de las esperiencias hechas con los aparatos indicados, no ha habido reclamos de parte de la pobla- ción vecina á los establecimientos y aseguran las perso- nas que los han visitado, que no se sentía en ellos mal olor. En París los ensayos han sido hechos arrojando en natura el agua de las cloacas, sin molestar á la pobla- ción ; verdad es que hasta 1870, los líquidos no con- tenían materia fecal. La cantidad de agua levantada y arrojada por las bombas era de 42.750 metros cúbicos en 2í horas. Un metro cúbico de esta agua contenia como de 2,267 á 2,720 gramos de materia sólida, de la cual la mita 1 e-tabien suspensión y la otra mitad en so- lución. Tomando esta base, la materia sólida separable de 36,000 metros cúbicos, seria de 41 toneladas por dia. Las aguas de Londres dan, según los datos ele Hig- gin, como 52 toneladas de materia sólida separable, por 36,000 metros cúbicos. La dosis de materia separable eme una agua contie- ne, no puede sor señalada sino después de una espe- riencia sobre la misma y se comprende cuanta varia- ción habrá, pensando en que el grado de dilución de las materias fecales, depende de la cantidad de agua con que se dota á caria habitante. Así por ejemplo, el líquido sobre el cual se esperi- mentó en Londres, correspondía á una provisión de 90 litros próximamente,- por habitante. Entre nosotros la provisión será de 181 litros, por lo tanto la materia fe- cal estará muy diluida y será mucho si se puede separar 24 toneladas de materia sólida, de los 36,000 metros cú- bicos de líquido que las cloacas emitirán. El tratamiento ele la materia sólida, vasca que se la seque solamente, ya que se la mezcle con tierra, será — 234 — de poco costo y el precio del abono cubrirá probable- mente los gastos de separación y preparación. Cantidad de agua que sale del terreno filtrante.— Cuando el tiempo es seco, la cantidad que filtra es algo menor que la arrojada sobre el terreno ; cuando es hú- medo, sin serlo mucho, la entrada y la salida se equili- bran sensiblemente; cuando en el terreno existen manantiales, la masa de agua que arrojan los tubos permeables, es mayor eme la emitida por las cloacas y echada sobre el terreno. Sitio—Naturaleza—Lluvias. —El sitio en que habría de echarse los líquidos de cloaca, si el sistema de filtra- ción intermitente fuera aceptado, no ha sido ni podido ser aun designado. Seria conveniente que se hallara situado á 5 ó 6 quilómetros de la estación de bombas. El terreno debe ser alto y estar á 3 ó 4 metros sobre el nivel del rio durante las grandes crecientes. En cuanto á la naturaleza podemos asegurar que sirven todos los terrenos, convenientemente preparados. Algunos higienistas prefieren los terrenos arcillosos, otros los permeables. Nada puede decirse acerca de los nuestros sin esperimentarlos. Nuestras lluvias dan, según las observaciones del señor Manuel Eguia, 0 metros 837 milímetros (33 1[2 pulgadas) término medio por año, refiriéndose las es- periencias á un lapso de diez años. Puede calcularse sobre un metro por año, observando que las fuertes llu- vias no tienen lugar generalmente durante la estación fría. Solo en 1862 hubo una fuerte lluvia en el invierno, que dióO metros 017 milímetros por hora. Desagüe del terreno empleado.—Este dependerá de la situación. Sería bueno, según Higgin, que el terreno estuviera próximo al rio, para que desaguara en él, en caso necesario. La opinión pública, la de muchos hom- bres de ciencia y las preocupaciones, se oponen decidí- damente á que se arroje al rio líquido alguno que pueda ser sospechoso. Dosis que admite un terreno.—La dosis de líquido que puede arrojarse sobre una área dada, varía con el clima, la permeabilidad del terreno y la facilidad ó dificultad de su desagüe. Cuando la tierra ha ele ser cultivada, los mismos factores entran en juego para obrar en pro ó en contra de la abundancia del riego y de la calidad de las cosechas. Puede decirse en general, que siendo favora- bles las condiciones, los terrenos preparados sirven siempre. Calidad de las aguas que salen—El análisis de las aguas surgentes del terreno filtrante hecho en Merthyr Idvil, demostraba que dichas aguas eran mejores que las que usa Londres como potables y esto cuando el terreno habia servido ya durante cuatro años como filtro. El señor Brich pasó las aguas fecales provenientes de dos mil personas, por un terreno cuya superficie medía algo mas de media hectárea. El esperimento duró dos años, sin interrupción, al fin de los cuales la tierra fué analizada, encontrándose en ella menor cantidad de ma- teria nociva que en la de una huerta contigua, que nunca habia sido regada con aguas fecales. Título en ázoe de la materia sólida.—Las materias sólidas contendrán por término medio 5.76 por ciento de ázoe, equivalente á un 7 por ciento de amoniaco y 8 1[2 por ciento de fosfato de cal. Esperiencias.—No se ha esperimentado hasta ahora en grande escala, pero sí se ha hecho algunas esperien- cias de consideración, ele cuyos resultados vamos á dar cuenta. En Birmingham se intentó aplicar el sistema á las aguas provenientes de 300,000 habitantes ; se tropezó con la dificultad de hallar el terreno conveniente.- En Croydon se ha esperimentado sobre las aguas de 40,000 habitantes ; los resultados han sido satisfactorios. En Paris, las esperiencias han tenido lugar sobre el líquido 236 — de 300,000 habitantes, con resultados bastante agrada- bles. La masa de agua era de 42,750 metros cúbicos, echándose la totalidad sobre 150 hectáreas de terreno. Los propietarios de los terrenos contiguos y próximos reclamaron los beneficios de la irrigación y las aguas fueron esparcidas sobre320 hectáreas. La salud délos habitantes vecinos á las tierras irrigadas no fué alte- rada y no se sentía mal olor en ellas. De las esperiencias hechas en Warwich, Baubury y Norwood resulta que el agua purificada contenía 1.320 de carbón y 0.221 de ázoe por cada 100,000 partes. La purificación se hacia en una tierra fuerte arcillosa. En Croydon Peurith y Carlisle la tierra era porosa y las aguas filtradas por ella, contenían 0.510 de carbón y 0.146 de ázoe en 100,000 partes, siendo por lo tanto estas aguas mas puras que muchas de las cpie usan va- rias poblaciones ele Inglaterra. Tales fueron en resumen los datos que el señor Hig- gin espuso, contestando á las diversas cuestiones que el Consejo de higiene creyó conveniente proponer, antes de dar su dictamen sobre la materia que se le con- sultaba. Después de algún tiempo, esta corporación en nota dirigida á la comisión de aguas corrientes, manifestó su oposición, aunque no de una manera definitiva al sistema de la filtración intermitente, basando sus opi- niones sobre teorías de curso franco en higiene y sobre una pequeña esperiencia que verificó, pues durante diez dias habia arrojado agua de letrina en un metro cua- drado de tierra y observó al fin de su esperimento, que en la superficie irrigada se habia formado una costra de materia orgánica que comenzaba ya á fermentar dando mal olor. La esperiencia como se puede demostrar fácilmente, no era concluyente, pero le bastó al Consejo para apo- yar sus opiniones y fortificar sus teorías. — 237 — Habló también el Consejo de otra esperiencia que du- ró diez y siete dias; en esta la superficie irrigada era de menos de medio metro cuadrado (media vara cuadrada) la cantidad de agua de letrina era ele dos baldes diarios, (no dice de que tamaño eran los baldes), la tierra era arcilla plástica ordinaria y se hallaba provista de un tubo permeable. Al terminar el décimo sétimo dia, la saturación de la tierra era completa. El mismo Consejo aseguraba en su informe que sobre muchos puntos no podia hacer otra cosa que congeturas, pues carecia de datos prácticos recogidos entre noso- tros, no pudiendo basarse en esperiencias estrañas sino por analogía, ya que la naturaleza de la tierra, del clima y de las aguas sucias, establecía diferencias muy for- males que hacían variarlos resultados. Observaba entre otras cosas, con justicia, que los líquidos de nuestras cloacas, provenientes de una población cuyo alimento era casi esclusivamente ele origen animal, se hallarían mas cargadas de materiales orgánicos de este origen, que las aguas de las ciudades europeas, donde el régi- men alimenticio tenia por base las sustancias vegetales, lo cual según su opinión, haría mas difíciles las oxida- ciones y por lo tanto la purificación de las aguas. Un sistema misto, compuesto de la filtración intermi- tente y del riego en praderas artificiales, satisfaría mas al Consejo, según lo afirmaba en su informe. Nuestro pensamiento á este respecto, es que muchos de los temores del Consejo son fundados, pero no con- denamos radicalmente el sistema. Las esperiencias en pequeña escala, no dan siquiera una idea aproximada ele los resultados que se obtendría obrando sobre grandes masas de agua y en terrenos estensos y preparados. Las teorías y las analogías son muy buenas, como puntos de partida, pero la resolución definitiva en cues- — 238 - tiones de hechos, corresponde á los hechos que son por su naturaleza, irremplazables. Nada pues se puede afirmar de concluyente sobre este punto, en el cual entran elementos tan complejos, antes de verificar esperiencias numerosas y en grande escala y estudiar todas las condiciones del problema en la localidad de cuya higiene se trate. X Obras de salubridad—Irrigación y cultivo — Dosis por hec- tárea—Valor del agua de cloaca—Aplicaciones á Buenos Aires. Hemos hablado de la espulsion de los líquidos de cloaca á las corrientes de agua naturales. Hemos dis- cutido acerca del tratamiento químico de las materias y demostrado los inconvenientes que lo hacen inacep- table. Hemos tocado algo relativo á la irrigación y acaba- mos de revisar la proposición del señor Higgin para purificar las aguas de cloaca, por medio de la filtración intermitente. Ninguno de los procedimientos indicados hasta ahora nos ha satisfecho; veamos si lo hace aquel, sobre el cual vamos á decir algunas palabras: la irri- gación. Al hablar de ella recordaremos algunos principios que pueden ser mirados como leyes que rigen esta ma- teria y presentaremos las principales reglas á que debe sujetarse, discutiendo convenientemente todos los pun- tos. Sabemos que la irrigación de los terrenos tiene dos objetos, uno sanitario y otro agrícola. Se trata de pu- rificar los líquidos de cloaca y hacer servir la materia orgánica que contienen, como abono parala tierra. -- 2i0 — Para obtener ambos propósitos se requiere la con- currencia de varias circunstancias que vamos á men- cionar. Tenemos como verdad que el calor húmedo favorece las fermentaciones. Que las altas temperaturas destruyen los pequeños organismos, siendo escepcionales los eme, como la tri- china, resisten al calor necesario para el cocimiento de los alimentos. Que la acción del sol reduce á gases elementales los que da la putrefacción. Por lo que hace á la irrigación la teoría y la espe- riencia demuestran. Que el calor húmedo retarda las oxidaciones y con- traría los fines ele la irrigación. Que el frió húmedo es poco favorable. Que la lluvia y la gran saturación de la atmósfera por el vapor de agua, son perjudiciales. Que los terrenos duros se prestan poco á la irrigación benéfica. Que los terrenos muy blandos, muy porosos, por lo tanto muy permeables, purifican incompletamente las aguas, dejándolas filtrar con demasiada prontitud. Estas observaciones nos conducen á una fórmula. « Para que la irrigación dé los resultados que de ella se espera, es necesario que el agua, cargada de materia orgánica, emplee cierto tiempo en atravesar los ter- renos. » Cuando este tiempo es muy largo por la impermea- bilidad de la tierra, las oxidaciones no se verifican bien, pues no hay íntimo contacto entre la tierra y los lí- quidos. Cuando el tiempo es demasiado corto por la suma permeabilidad del terreno, las aguas lo atraviesan lle- vando su cargamento fie materia orgánica no oxidada, pues su contacto con la tierra ha sido insuficiente. — 241 — Luego todo lo que acelera ó retarda demasiado el pa- saje de las aguas hacia las partes profundas del terreno regado, es contrario á los fines higiénicos y económicos ele la irrigación. De no haber tenido en cuenta estos principios innega- bles, resulta la contradicción aparente que se observa entre las diversas esperiencias practicadas y las conse- cuencias que ele ellas se ha deducido. Si el calor, la humedad, la dureza y la permeabilidad del terreno son circunstancias que influyen sobre la ra- pidez con que las aguas filtran y sobre las transfor- maciones que la materia orgánica suspendida en ellas especimenta, no es de estrañar eme las observaciones hechas en diferentes paises, climas y terrenos, hayan conducido á conclusiones diversas. Hasta este momento hemos mencionado los modifi- cadores generales que actúan sobre la rapidez de las filtraciones, considerando solamente la facultad de pu- rificación por las oxidaciones é indicando la adquisición de abono que puede hacer un terreno regado por aguas ricas en materia orgánica. Si hacemos intervenir la planta, los resultados ele la irrigación serán profundamente modificados por este nuevo agente. Para que la irrigación satisfaga las ambiciónesele los higienistas y economistas, ios principios que hemos mencionado deben recibir su aplicación en la práctica, y las reglas que vamos á señalar, no deben ser olvidadas si no se quiere arrojar el descrédito sobre el sistema. El agua ele cloacas destinada á la irrigación, debe ser fresca, es decir, no debe tener mas de 2í horas de existencia, pues según lo que hemos visto, la putrefac- ción en los líquidos cargados de materia fecal, no co- mienza sino después de esa época. Se comprende la razón de semejante regla. Si los líquidos fueran usados en estado de putrefacción, la tierra tendria dos objetos que llenar: destruir el mal producido ya é impedirla generación de uno nuevo. Para obtener líquidos frescos el be cuidarse de que en las cloacas reine una conveniente higiene, de que el agua circule con la velocidad debida, lo cual se verifica cuando las pendientes son buenas; de que no haya es- tancamientos ni en los tubos ni fuera de ellos y de que la tierra se halle preparada para recibir las materias. En cuanto á la preparación de la tierra, lo mas senci- llo es lo mejor; los riachos permanentes son perjudicia- les; la distribución por tubos sobre el terreno da mal resultado; cuando mas, los tubos deben ser empleados para la conducción á grandes distancias La distribu- ción debe hacerse en lo posible, por gravedad, es decir por medio de las fuerzas naturales. El empleo de bom- bas impulsivas solo debe aceptarse en casos dados, cuando el terreno haga imposible el riego por la caida natural de las aguas. En caso de emplear bombas debe preferirse la instalación permanente de las maquinarias, á las pequeñas instalaciones movibles, pues en éstas, por su mismo carácter provisorio, se hace difícil el cui- dado esmerado, mucho resulta entregarlo á lo imprevis- to y no puede evitarse que frecuentemente se formen lodazales de materias putrecibles y estancamientos de aguas sucias, al rededor del establecimiento impro- visado. Casi nunca la naturaleza del terreno es un obstáculo insuperable á la irrigación, ejemplo de ello es lo que pasa en los arenales de Edimburgo ya citados v en la arcilla dura de South Norvood. Sobre la calidad de los terrenos debemos decir aun algunas palabras que sirvan para indicar cuáles deben ser preferidos, en caso ele ser posible la elección. El suelo tiene una gran importancia, pero esta no es absoluta. Se atribuye generalmente á la tierra lo que mas bien pertenece á la planta por lo que hace á la purificación de las aguas en terrenos cultivados. La riqueza de la tierra es relativa á su vejetacion; la tierra en su parte estática, no se empobrece ni se enri- quece; la parte permanente es y queda siempre la mis- ma; lo que se aumenta ó disminuye en un terreno por el cultivo y por el abono, es la materia que se halla de tránsito, la que viaja de la tierra á la planta, á los ani- males, á la atmósfera. Así las arenas y la arcilla dura no ceden nada á la vegetación, ni ganan con el abono; son el campo sobre el cual se verifican las transformaciones de la. materia asimilable, á espensas de la vitalidad de las plantas y de la acción oxidante del aire. Los grandes agentes de la purificación no están pues en el terreno mismo. ¿ Cómo purifican las plantas? Absorviendo y tranfor- mando los líquidos cargados de materias solubles. La irrigación con aguas de cloacas, es benéfica por- que las plantas, organizaciones robustas, destruyen los organismos mas débiles, debidos á la fermentación que se^opera en los líquidos fecales, y verificándose aquí la ley del antagonismo entre el fuerte y el débil, que dá por resultado el predominio del primero y la destruc- ción del segundo. No hay jardín, ni pradera, ni bosque, m cultivo, sin riego y sin tierra rica en materiales trasformables. Las raices y las hojas de las plantas tienen funciones que podemos comparar á la digestión y á la respiración que concurren en los animales parala nutrición. El agua que las plantas contienen, tiene dos orígenes cu realidad; la atmósfera y la tierra, pero la atmósfera no da á las plantas mas que una sesta parte del agua que ellas necesitan, las otras cinco sestas partes son su- ministradas por la tierra, según las esperiencias mas meditadas. Los órganos de absorción para la atmosíe- — 2-íi — ra, son las hojas; las que rccojen el agua de la tierra, son las raices que absorven los líquidos con las sales disueltas en ellos. Esta proporción no se altera ni aun en los países lluviosos. Si esto es así. para obtener vcjetacion, es necesario dar ala tierra los elementos indispensables para la nu- trición de las plantas y cuando ha cedido á su vegeta- ción su caudal asimilable, hay que dotarla, por medio de la irrigación, con aguas abonadas, de los elementos que ha perdido. Ya sabemos que tierra no vegetal, no es mas que el intermedio éntrela planta y el abono. Por lo que hace al riego, los terrenos arenosos filtran demasiado; los arcillosos retienen mas materiales y se oponen á la rápida filtración. Las primeras aguas filtradas salen casi puras ele los terrenos; las otras salen ya algo cargadas de materias orgánicas y sales, á causa de que la tierra tiene un lí- mite de retención y la capacidad de saturarse. Por esta causa, la filtración intermitente esclusiva, es rechazada por la teoría. En efecto, las sustancias sus- pendidas en las aguas pueden mineralizarse, al pasar por los terrenos ó quedarse en ellos, para convertirlos en suelo vegetal. Pero si sobre una tierra ya rica en materias asimilables, se echa nuevas cantidades de abo- no líquido, el poder de absorción se estingue bien pronto y las aguas salen poco ó nada purificadas. Para que el poder de la tierra sea constante, se nece- sita la acción de la planta que absorviendo, crece v quita para crecer, sus abonos á la tierra. Los terrenos con vegetación é irrigados, quedan casi idénticos á si mismos, como lo prueban las arenas de Edimburgo, estériles desde hace siglos y ejue lo serán por siempre y dando escelentes cosechas, merced á la irrigación. — 245 — De estas observaciones se desprende la necesidad de formar prados permanentes ó áreas cultivadas con vege- tales utilizables. Aun cuando la filtración intermitente no ofreciera las dificultades enumeradas, tendria cuando-menos en su contra, la pérdida del abono. Con los prados permanentes ó los terrenos cultivados, tal pérdida no tiene lugar. Pero no es esto solo; los prados permanentes, por ejemplo, no solamente desinfectan mejor las aguas su- cias, sino que purifican mayor "cantidad; Puede, por lo tanto, arrojarse en ellos mayor dosis de líquidos de cloa- ca en igual tiempo y contribuir así eficazmente, á la sa- lubridad de las ciudades. Los prados permanentes, son preferidos por algunos para los fines higiénicos, álos terrenos cultivados. Nin- gún cultivo, dicen, les iguala en ventajas. Todo cultivo está sujeto á épocas y requiere medida y oportunidad en el riego, lo que no sucede con los prados permanentes. El rendimiento de las cosechas, además, está sugeto alas oscilaciones del mercado. Na- da hay, pues, de fijo, respecto al mejórele los cultivos, mientras que con grandes terrenos á la disposición, el riego en los prados, puede ser tan continuo como el tiempo, como la producción de aguas sucias de las ciu- dades. Freycinet, en vista de tales observaciones, aconseja la formación de prados y prefiere que la planta ele- gida sea el rye grass lolium italicum. El doctor Aberg entre nosotros, es partidario del cul- tivo y presenta una idea nueva de que hablaremos, idea que envuelve lo que no sé tiene en cuenta en prímera línea, al tratar estas cuestiones, el aprovechamiento de los productos y aun mas, la formación ele capitales á sus espensas. Los partidarios del cultivo hacen observar, con razón, 1G jue las objeciones en su contra, se refieren, no al •ultivo en general, sino al cultivo esclusivo, pues si bien es cierto que cada cementera está sugeta á épo- cas y condiciones dadas, no es menos cierto, que cada terreno puede ser destinado alternativamente á rhversos cultivos, cuya elección podrá siempre ser marcada por los conocimientos generales sobre agricultura. Debe también recordarse que los cultivos varían con ios paises y que las observaciones estrañas no son aplicables á nuestro suelo, sino previa esperiencia. Respecto á esto, tornaremos del notable folleto del doctor Aberg, las observaciones siguientes, cuya im- portancia práctica no puede ser desconocida. Apreciando el valor y las ventajas de la irrigación sobre los terrenos en que se cultiva diversos vejetales, dice en resumen : Ray grass.—'No hay pasto comparable á éste, por su rendimiento y calidad. Una hectárea produce hasta 25:) toneladas en 18 meses; después de este'tiempo, hay que sembrar de nuevo los terrenos, por que como la planta crece tanto, después ele 14 cortes queda exhaus- ta. Este pasto admite riego en toda época del año. Su precio ha llegado á ser hasta de 25 pesos fuertes por tonelada, lo que da 2,600 pesos fuertes, como producto ele una hectárea. Alfalfa.—En Buenos Aires, el cultivo de esta planta es ventajoso; en Inglaterra no, á causa del clima. Cereales.—Solo puede cultivarse escepcionalmente y alternando las cementeras. El trigo requiere poco rie- go; después de su primer desarrollo, la abundancia de agua aumenta mucho la paja y aunque ésta es buen alimento para las bestias, no es producto tan valioso como el trigo, evidentemente. Las raices tuberculosas son cultivables con venta- ja; puede conservárselas por un tiempo relativamente largo. Las cementeras de nabos dan hasta 129 toneladas por hectárea. Las papas y remolachas dan como 75,000 quilogra- mos por hectárea. Las verduras producen un rendimiento extraordina- rio. Las cebollas, espárragos, berros, espinacas, le- chugas y coles, dan cosechas fabulosas en los terrenos irrigados; las coles sobre todo, parecen particularmente favorecidas por la irrigación, pues una hectárea da 150 toneladas. Las fresas y frutillas de terrenos irrigados, son escelentes; ellas ganaron el premio en la exposición de Londres. Una hectárea produce por valor de 5,000 pe- sos fuertes de esta fruta.. Podria decirse cosas análogas de otros cultivos, pero basta con lo que acabamos de citar para que se com- prenda la importancia de la irrigación. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, como dice el refrán. El esceso de producción en los terrenos ir- rigados, deprime el precio de las legumbres y verduras que suelen no enco úrar mercado para su espendio pues el consumo es inferior al producto. Ademas, el cultivo no siempre es fácil y la. irrigación encuentra obstáculos, de consideración á veces. Las aguas sucias se estancan; es necesario trabajar mucho el terreno, emplear muchos brazos y pagar fuertes sa- larios. Algunas objeciones mas, aunque de menor importan- cia, se levantan contra la irrigación. En los paises fabriles, se dice, los residuos líquidos de las fábricas, que van mezclados con las aguas de cloaca, perjudican á las plantas cultivadas. Nosotros, como ya lo hemos manifestado, no cree- mos que este perjuicio sea apreciable. Los residuos líquidos, en general corrosivos, de las fábricas, van muy diluidos á los terrenos de irrigación y su poder ---- fc*l-(> — pernicioso queda anulado ó neutralizado, en gran parte por lo menos. Se ha dicho también, que los pastos ele los campos irrigados son dañosos. El doctor Smee ha insinuado que la leche de las vacas que se alimentan con ellos, produce el tifus. Tal opinión ha sido negada formal- mente por el doctor Spence y es contraria á los princi- pios mas elementales de la fisiología animal y vegetal. Se ha afirmado alguna vez que los huevos de ciertos entoasarios, se comunican al organismo de los animales y de éstos al hombre; pero nada se ha probado á este respecto. Por el contrario, la química y la esperiencia, han demostrado, por lo que hace á la leche, por ejemplo, que la de las vacas alimentadas con pastos de terrenos irrigados, es mejor que la común, lo mismo que la manteca fabricada con ella. Una compañía, en Londres, mantiene 250 vacas durante cuatro años, en un prado irrigado y hasta 1870, época en eme se recogió el dato, solo tiene que felicitarse por los resultados obtenidos. Lo que suele perjudicar á la calidad de los pastos, es el esceso de agua que les suministra, pero en este punto el mal se remedia fácilmente, mezclándolos con ciertos granos y obteniendo por este medio, un alimento de primera clase para los animales. En resumen, apreciadas todas las dificultades y ob- jeciones, uno se vé tentado á inclinarse á la irrigación de prados permanentes, por regla general, recurriendo al cultivo por escepcion; pero nada definitivo puede aun decirse acerca de tales preferencias, pues las esperien- cias no son concluyentes, ni son aplicables los hechos de un país y un clima á otros paises y otros climas. Así, tomando las esperiencias practicadas en mayor escala, que son las de Inglaterra, poco sacaremos de ellas aplicable á nuestro país, porque el clima de Ingla- - 249 — térra, el valor de los productos y otros factores del pro- blema, son muy diferentes de los nuestros. Veamos ahora cómo se practica la irrigación. El riego con aguas de cloaca, no difiere del riego con agua natural, sino por el mayor cuidado que exige. Se ha ensayado nueve métodos ele irrigación, de los cuales dos exigen preparación del terreno. Estos métodos son los siguientes: Io Riego por desborde en planos inclinados—Para este se dispone el terreno formando planos inclinados y se hace correr el agua por un canal practicado en la parte superior de cada plano. El exeso de agua se der- rama por los bordes del canal, baña el plano y el so- brante pasa á otros canales que sirven para otros planos. Se practica también en la superficie, canales secundarios ó ausiliares, que pueden ser hechos por las ruedas de un carro que recorra el terreno. 2o Riego por tablones.—El terreno será dispuesto de manera que su superficie presente un desnivel pequeño. El canal conductor de las aguas se hallará colocado en la parte mas alta y suministrará lícmido á otros ca- nales secundarios; de estos el agua pasará á rieleras, convenientemente dispuestas en toda la superficie del ta- blón, cuya magnitud es variable. Este método exige mucho trabajo y el empleo de gran número de brazos. Se considera epue los dos métodos mencionados son los mejores: los siguientes conservan la configuración del terreno, no requieren preparación, pero la absor- ción, circulación y penetración délos líquidos, no se ha- ce tan bien como en los ya descritos. 3o Riegos por canales de ni reí—Aplicables álos ter- renos de buena pendiente. Se practica canales en direc- ción opuesta á la de la pendiente, de lo que resultan ca- nales en todas direcciones; cada nanal riega por desbor- — 250 — de el tablón próximo; todos ó muchos canales pueden ser llenados á la vez. Este método exije poco trabajo. 4o Riego por canales en espiga—Exige mayor trabajo que el anterior y es aplicable á terrenos de pendiente mediana, como de 3 á 8 sobre 1,000; puede servir de suplemento en el riego por otros métodos. Para prac- ticarlo se hace un canal principal del cual parten ramas oblicuas. 5o Riego por sumersión—Se forma tablones limitados por un borde prominente, especie de platos de figura diversa, cuya hondura es próximamente de 6 centí- metros. El agua arrojada en ellos desborda cuando su can- tidad crece y pasa á otros tablones. Se usa para peque- ñas proporciones de líquido. 6o Riego por infiltración—Aplicable á terrenos ele gran pendiente; es defe -tuoso, pero útil y quizá pre- ferible para el riego de bosques ó plantíos de árboles. Su hace por medio de canales que no dejan desbordar las aguas. 7o Riego por manga—^e hace como lo deja compren- der su denominación. Ha sido abandonado por defec- tuoso y por el trabajo que exije. 8o Riego subterráneo Se practica por medio de tubos de barro poroso enterrados á cierta profundidad. En mi opinión este método es sencillamente absurdo. 9o Riego tubular de Brown—Este procedimiento no requiere nivelación ni preparación del terreno. El riego se egecuta por medio de tubos de plomo, provisto de agujeros en sus paredes; el líquido es inyectado en los tubos por una bomba. Cuando el aparato está en fun- ción, cae sobre el terreno una verdadera lluvia de líqui- dos de cloaca. La opinión general no es favurab'e á este sistema aun tajando sus sostenedores alegan en su apoyo que los tubos ocupan poco lugar; que la rapidez — 251 — ele la distribución de las aguas evita todo mal olor; que la forma de lluvia en que se hace el riego, hace unifor- me la caida sobre toda la superficie y facilita la pene- tración; que puede practicarse en cualquier tiempo y á cualquiera hora y por último, que el plomo de los caños no se inutiliza y puede ser vendido. Tales son los métodos de irrigación ensayados. Aun cuando los dos primeros son considerados como los mas ventajosos, no deben ser empleados esclusiva- mente, pues las condiciones del terreno ú otras causas, pueden hacer que sea preferible en casos dados, el em- pleo de los menos favorecidos, siquiera sea corno ausi- liares. Después de algún tiempo es menester secar el terreno, dejando de irrigarlo si es permeable ó colocándole un drenage conveniente si lo es poco. Ya se sabe por lo que hemos dicho, á qué profundidad deben ser enterra- dos los tubos permeables, debiendo recordarse que para que la irrigación sea benéfica, las aguas no deben atra- vesar con mucha rapidez la tierra, razón por la cual la colocación superficial ele los drenes es mala, pues deja fuera del alcance de la oxidación las partes profundas del terreno. Sitio en que debe practicarse la irrigación —Es bue- no que el campo irrigado diste algunos quilómetros de las ciudades y ele sus alrededores poblados. Asi se evita á los habitantes, los inconvenientes de la humedad, de la fetidez que á veces se produce y de la contaminación de las aguas de pozo. La prescripción higiénica en este caso, está ademas de acuerdo con la razón económica, pues aparte de lo*di- cho, los terrenos próximos á las ciudades son caros y sería difícil para las empresas procurarse áreas conve- nientes. Están atendible esta observación, que en Croydon el Consejo de salubridad estaba dispuesto en una época, á -- 252 elevar las aguas de cloaca á 45 metros ele altura, por medio de bombas, para dominar un terreno, si no conse guia renovar su contrato con los propietarios de las tierras que hasta entonces irrigaba. Según sus cálculos la operación resultaba ventajosa, pues el costo de la elevación de un metro cúbico de líquido á 75 metros, era de 1 centesimo de franco, valor inferior al de la décima parte del precio de un metro cú- bico de agua fecal. El costo de trasporte era menor aun. En Londres la construcción ele un acueducto hasta la orilla del mar, no encarecía sino en la cantidad de 3 milésimos el valor de un metro cúbico, por cada miriá- metro de camino. En caso de adoptarse el empleo de bombas, deberá separarse de las aguas las materias sólidas, por medio déla rueda de Milburne; los líquidos deberán llegar á las máquinas por canales descubiertos, los que como se sabe, permiten el depósito de los cuerpos pesados que podian entorpecer la marcha de los émbolos y válvulas. Haciendo un resumen de cuanto hemos dicho sobre irrigación, después de las ideas manifestadas con la ma- yor claridad que hemos podido, presentaremos nuestras conclusiones en la forma siguiente: El agua de cloaca debe emplearse en estado fresco y natural. Debe ser conducida al terreno por tubos que tengan buena pendiente. Los cuerpos inertes deben ser separados. Debe impedirse el estancamiento. En caso necesario se empleará bombas para elevar las aguas. El terreno será preparado. Debe preferirse la distribución por pendiente natural. El terreno será permeable y contendrá un buen dre- naje. La circulación se hará sin entorpecimiento. El terreno será grande y de propiedad de la empresa. Estará á cierta distancia de las ciudades y pobla- ciones. Se prevendrá en lo posible los accidentes. Dosis por hectárea—Averigüemos ahora, la cantidad de agua de cloaca, eme debe echarse en un terreno y ra- ciocinaremos sobre la aplicación de los datos entre nosotros. La dosis varía según el clima, las condiciones del terreno, la calidad de las aguas y el objeto que princi- palmente se tenga en vista. Suponiendo iguales las condiciones, veamos qué vo- lumen de agua admite un terreno y qué ventajas higié- nicas y económicas ofrece su irrigación. Algunos agrónomos en Londres, han señalado como dosis la cantidad de 1,500 metros cúbicos por hectárea. Otros agrónomos en Bélgica, dan la cifra de 200,000 metros cúbicos como aceptable. Como se vé, aqui se trata de dos estremos cuya dife- rencia es enorme. ¿Cómo se esplica esta diferencia? Indudablemente la cuestión no ha sido examinada en todas partes, bajo el mismo punto de vista. Unos han procurado sola- mente obtener una depuración conveniente, teniendo por objetivo la resolución de un problema higiénico, mientras que otros han mirado solamente, ó principal- mente, el producto agrícola. De ahí la distancia entre las dos cifras. Si se riega escasamente un terreno con agua de cloa- ca, las cosechas son pobres; si se aumenta la dosis, las cosechas aumentan; si aun se sigue aumentando, las cosechas crecen todavía, pero hasta cierto límite, sin que los beneficios guarden proporción con las dosis; el au- mento en las cosechas se verifica aun cuando se alcance aechar 25,000 metros cúbicos sobre cada hectárea; pa- sar de esta cifra seria inútil y perjudicial, pues el esceso poco benéfico en un terreno ya irrigado, seria muy pro- vechoso en otro que no hubiera sido aun abonado. Los ensayos hechos en Rugby nos enseñan que las cosechasen un terreno regado con 7,500 metros cúbicos por hectárea, comparadas con las del mismo terreno no irrigado, daban un aumento de 12.50 por ciento por ca- da 1,000 metros cúbicos de líquido; que echando sobre el terreno, regado ya con la primera dosis, 7,500 metros cúbicos mas, se obtenia una cosecha con 10.50 por ciento de aumento sobre la del terreno ya irrigado; que echando una tercer dosis de 7,500 en la tierra que habia recibido las dos primeras, la cosecha ofrecia un aumen- to de 8.50 por ciento sobre la anterior. Se ve que los beneficios van disminuyendo, que los aumentos no son proporcionales á las dosis y que el poder productor tiene un límite, habiendo una verdadera conveniencia en no emplear un esceso de líquido en el mismo terreno, pues el esceso aplicado á terrenos vír- genes de abono mejoraría en un 12.50 por ciento el valor de las cosechas. El límite que se encontró para, los terrenos de Rugbv fué de 12,000 metros cúbicos por hectárea. Otros ensayos en Londres determinaron á establecer la cifra de 8,000 metros cúbicos como límite, pero los terrenos eran malo-. Colocándonos en un medio pru lente, podemos adop- tar la cantidad de 10,000 metros como dosis general y capaz de responder al proposito económico. Esta cifra daría un metro cúbico de agua para cada metro cua- drado de terreno por año, ó lo que es lo mismo, un metro de agua sobre toda el área en igual tiempo. Esto por lo que hace al cultivo; pero él no es nuestro único ni principal objeto. No teniendo en cuenta el cultivo, las dosis pueden ser aumentadas en grande proporción, sin perjudicar á la purificación de las aguas. - 255 — En terrenos arenosos se puede echar 40,000 y aun 50,000 metros cúbicos por hectárea, pero seria impru- dente llegar á estas cifras, á no ser en casos escepcio- nales y aun en estos, no debe pasarse de la dosis de 40,000 metros cúbicos. Traigamos á la memoria otras cifras que la esperien- cia arroja. Con la dosis de 10,000 metros cúbicos, se obtiene el máximo producto agrícola y una escelente depuración. Con 20,000, mediano producto y depuración conve- niente. Con 40,000, muy débil producto y depuración incom- pleta, siendo la cantidad indicada, la mayor que puede purificar, no satisfactoriamente, una hectárea de tierra. Es indispensable relacionar estas^cifras con el núme- ro de habitantes ele una población. Las cantidades varían : Io con la proporción de agua que se suministra á cada habitante; 2o con las lluvias, cuya fuerza, duración y frecuencia dependen del clima y topografía de los países, siendo el volumen de agua que por esta causa se agrega, proporcional á la esten- sion de la población. La cantidad de líquido que las cloacas arrojan, es igual á la provisión mas las lluvias, menos las pérdidas. En Paris el aumento por las lluvias es de 12 por ciento, en Londres de 10 por ciento, sin contar las grandes lluvias. Si se tiene en cuenta la diferencia de clima y esten- sion, entre las dos ciudades, se nota que los resultados son casi iguales en este punto. Es claro que cuanto mayor es la provisión de agua, menor es el tanto por ciento de aumento por las lluvias. Las pérdi las crecen con la provisión hasta cierto límite y como la provisión no es en general escesiva, se puede admitir sin cometer un gran error, que el aumen- to causado por las lluvias, dada una provisión conve- — 256 niente, sirve para compensar las pérdidas y que la emisión de las cloacas es sensiblemente igual á la pro- visión ele agua. Los cálculos relativos al aumento han sido hechos en ciudades que recibían de 120 á 140 litros por dia y por habitante. Con una provisión media de 170 litros y relacionando primero las cifras de las dosis de líquido con la super- ficie del terreno irrigable, luego esas mismas cifras con el número de habitantes y por fin, este número con la estension del terreno destinado á la irrigación, se ob- tendría la siguiente tabla que muestra el dato práctico verdaderamente útil para la resolución del problema que estudiamos: Número de habitantes correspondientes á una y media hectáreas- arraigadas. 250. Máximo producto agrícola, exelente depuración. 500. Mediano producto, buena depuración. 1000. Débil producto, máximo volumen de agua cpie puede purificarse. Así la menor superficie de terreno que se puede des- tinar para la purificación de las a^uas de una población de dos millones ele habitantes, es la de 3,000 hectáreas. Si la provisión de agua se apartara mucho de las ci- fras indicadas, los datos presentados no serian aplica- bles, si bien en ese caso, los líquidos se hallarían menos cargados de materia orgánica. Valor del agua de cloaca.—¿Las aguas de cloacas tienen un valor? Se les ha negado en Francia, pero allí el agua sobre la cual se esperimentaba era incom- pleta, no contenia materias fecales. Aplicadas ala irrigación las aguas de cloaca tienen indudablemente, un valor que varia según las diversas circuntancias ya indicadas. - 257 — El valor que se les ha asignado fluctúa entre 0 francos 5 centesimos y 0 francos 40 centesimos por metro cú- bico, es decir entre 1 y 8. ¿ Por qué hallamos tal diferencia ? Io los líquidos so- metidos al examen, no tenían la misma composición, por las causas que alteran su riqueza en abono. 2o unos han razonado refiriéndose al riego continuo, que res- ponde ante todo, á las necesidades de la higiene y otros al riego intermitente que respondía á las necesidades del cultivo. Asi, un cultivador decia con razón: " prefiero pagar 0 francos 20 centesimos por una tonelada de abono lí- quido, cuando lo necesito, que 0 francos 5 centesimos en todo tiempo. " Tomando el término medio entre los valores calcula- dos, se llega á la cifra de 0 francos 125 milésimos por metro cúbico, es decir, de 12 á 13 centesimos de franco. Otras varias esperiencias han hecho que se dé á las aguas de cloaca los valores de 8, de 10, de 12, de 13 y de 15 centesimos de franco por metro cúbico, precios cuyo promedio nos conduce próximamente al de 12 ó 13 cen- tesimos, que es el señalado anteriormente. Como la riqueza de las aguas y las condiciones de la irrigación varían, los precios pueden ser calculados se- gún lo indica la tabla siguiente. El valor del agua de cloaca será de: 0 f 20 en casos escepcionalmente favorables, consultan- do las necesidades del cultivo. 0 f 15 para dosis de 10,000 metros cúbicos por hectárea. 0 f 10 para la dosis intermedia de 20,000 m. c. por hect. 0 f 05 para dosis de 40,000 m. c. por hectárea en que todo se sacrificaá la depuración. Las tres últimas cifras corresponden al riego de una y media hectáreas, por las aguas provenientes de 250, de 500 y de 1,000 habitantes. — 258 — El clima y la calidad de los terrenos hacen variar el precio del agua, de manera que los cálculos de las em- presas deben basarse, para evitar ilusiones ruinosas, sobre el precio de 0 francos 15 centesimos por metro cúbico, considerándolo como el mas favorable. Mas prudente sería calcular sobre un término medio tomado entre 0,10 y 0,05 centesimos de franco, sobre todo si ha de emplearse en la irrigación, la totalidad del agua, lo que no dejará de suceder con bastante frecuencia. Las empresas deberán ademas poder disponer por lo menos, de una y media hectáreas por cada quinientos habitantes de la población cuyas aguas empleen. Es preciso también tener presente que los gastos de instalación de los establecimientos, son escesivos y que no disminuyen sensiblemente, por lo reducido déla po- blación á que han de servir. La diferencia de valor entre un establecimiento destinado á servir una pequeña po- blación y el que ha de servir á una mayor, es casi in- significante, con relación álos capitales empleados. La instalaciones pues casi igual, para cantidades variables de agua.de cloaca. Si solo se tiene en vista un fin higiénico, las condicio- nes del problema de la irrigación se modifican favora- blemente, no contando con el valor de las aguas de cloaca; en tal caso los gobiernos podrían subvencionará las empresas, mirando este gasto como ocasionado por un servicio público y las empresas podrían, con este auxilio, hacerse dueñas de los terrenos irrigados. Como las aguas de cloaca son tan fecundantes, aun cuando se tratara de obtener beneficios agrícolas, po- dría comprarse á bajo precio, terrenos pobres, de mala calidad, con tal que fueran permeables y que ofrecie- ran facilidad á las corrientes líquidas, terrenos que bien pronto serian transformados por el abono que se deposi- tara en ellos. -- 259 — Aplicación de los estudios anteriores á la ciudad de Buenos Aires.. A la luz de los principios establecidos y de los hechos observados, veamos si las condiciones peculiares de Buenos Aires nos muestran las ventajas ó desventajas que haya para la irrigación, como medio ele saneamien- to de la, ciudad, examinando cada factor del problema higiénico separadamente y con relación á la localidad. Clima.—El clima de Buenos Aires debe figurar entre los climas templados, y su temperamento entre los se- cos, pues solo llueve 60 dias por año, mientras que en Europa llueve por término medio 110 dias ele los 365 que tiene el año. Luego nuestro temperamento por lo que hace á este punto, favorece los resultados cíela irrigación. Temperatura—Los dias escesivamente fríos son ra- ros; la temperatura no es jamas tan baja que impida la vegetación; la tierra no se hiela, si se nos permite esta espresion usual y no ocurre aquí lo que en Europa y otros paises, donde el agua intersticial de los terrenos se congela, inhabilitándolos para los usos agrícolas Por lo tanto la irrigación puede tener lugar aqui hasta en invierno. La oxidación de la materia orgánica se halla favorecida por la temperatura, sin que esta afirmación importe contradecir la idea de que el calor acelera las fermentaciones, pues todo es cuestión de grados y de concurrencia de circunstancias. Las temperaturas ele- vadas podran favorecer la putrefacción de las grandes masas de materia orgánica amontonada, pero contribui- rán á la oxidación déla misma materia esparcida sobre estensas superficies y en contacto con la tierra. Las bajas temperaturas, por el contrario, obstan á la veri- ficación de las acciones químicas y las vitales de las plantas. -- 260 — Calidad del terreno—Nuestras tierras son arcillosas en general; se encuentra en ellas secciones arenosas también y hay en alguna estension, grandes capas de conchilla (materia calcárea de origen animal). La arci- lla trabajada ofrece bastante permeabilidad. La con- chilla es demasiado permeable, pero tiene un gran poder purificador. como lo comprede cualquiera que tenga no- ciones elementales de química. Se puede aplicar á nuestros terrenos un sistema de tubos permeables, sin gran costo ni trabajo, pero no debe exigirse á estos otro servicio que el de secar la tierra cargada de líquidos, favoreciendo por este medio la aereacion de los terre- nos. Los tubos permeables no pueden servir para secar manantiales, á menos que la red sea apropiada espe- cialmente para tal objeto, en cuyo caso la magnitud ele los conductos y la disposición seria diferente. Feliz- mente por lo que hace á este punto, no existen manan- tiales en nuestras tierras irrigables, los terrenos son se- cos y el riego con abonos líquidos, seria para ellos de suma utilidad. Veamos ahora si nuestros campos se acomodan para la aplicación de las reglas de irrigación establecidas. Empleo de los líquidos de cloaca—Estos pueden ser empleados en estado natural y fresco; no hay para ello obstáculo alguno; no existen entre nosotros fábricas, cu- yos residuos alteren la composición de las aguas de cloaca. Por otra parte, dada la provisión de agua, las materias fecales se hallarán en un estado de dilución conveniente. Conducción de tubos cerrados de buena pendiente hasta el campo de irrigación—-Siendo nuestros terrenos planos, no habrá dificultad para la colocación de los tu- bos con la pendiente necesaria. Separación de los cuerpos inertes de magnitud apre- ciable—Aqui como en cualquier parte, puede hacerse la separación, por medio de la rueda de Milburne. — 261 — Impedir el estancamiento—Esta es cuestión de la di- rección de las obras y regla de fácil observación. Empleo de bombas para elevar las aguas— Si el ter- reno elegido requiriera el empleo de bombas, la instala- ción de éstas podría ser tal que los depósitos de agua dominaran muchas leguas de tierra, dadas las pequeñas diferencias de nivel entre las superficies. Preparación del terreno—Puede hacerse la prepara- ción con poco trabajo, pues su configuración y calidad no exigirá grandes remociones de tierra. La disposición de las superficies podrá ser fácilmente adaptada al sis- tema ele irrigación que se prefiera, por sus condiciones generales. Distribución por pendiente natural—En ninguna parte se prestará mejor que aqui el terreno para apli- car esta regla. Si alguna dificultad se presentara, la instalación de las bombas vencería inmediatamente el obstáculo, dominando el campo irrigable. Permeabilidad y drenaje—Cualquiera de nuestros terrenos preparado tendrá la suficiente permeabilidad; muchos la tienen sin previa preparación. No vemos tampoco eme impedimento puede presentarse para el drenaje. Rapidez de la corriente—La circulación de los lí- quidos se hará sin entorpecimientos. Nuestros terrenos ni son horizontales ni muy quebrados y admitirán por lo tanto, modificaciones en sus pendientes, sin que se haga para ello grandes gastos. Magnitud del terreno—Pocas ciudades se encuen- tran tan favorecidas como Buenos Aires por este lado. Existen en las cercanías de la capital grandes porciones de terrenos desocupados, cuyo precio no es superior á los medios de que disponemos. La empresa, dueña de las obras, ó el gobierno, ó la Municipalidad, podrían pues adquirir cuanto terreno fuera'necesario para atender á las exigencias de la salubridad. 17 — 262 — Situación del campo irrigado lejos délas poblacio- nes—Se puede elegir terreno á buena distancia de la ciudad, cuyas vecindades ademas no son muy pobla- das. Evitar accidentes—Cuestión de administración. Dosis de liquido sobre superficies dadas—Casi pode- mos decir que en Buenos Aires podrá echarse la dosis mas favorable á los fines de la salubridad y del cultivo, sin economizar terreno. Adoptando la proporción de 1 1[2 hectáreas para 500 habitantes, para los 200,000 que se supone á Buenos Aires, se necesitará 600 hectá- reas, teniendo en cuenta que la provisión de agua será, como lo sabemos, de 181 litros por habitante. Con esta dosis se obtendrá un producto mediano si se cultiva los terrenos y una depuración satisfactoria. Valor del agua de cloaca—Se estima en 10 fr. 575 milésimos el valor de las materias fecales que un hom- bre espele durante un año. Calculando sobre esta base, el valor fertilizante de las aguas provenientes de 200,000 habitantes, seria de 2.115,000 francos ó sea 84,600 ar- gentinos oro. Por medio del cultivo y deduciendo gas- tos en jornales y otros indispensables, podría quedar un sobrante ó beneficio neto de 44,800 argentinos, suma que seria suficiente para el pago de los gastos de insta- lación, según el doctor Aberg, á quien pertenecen estos cálculos. Asignando al agua, fecal un valor de 0 fran- cos 10 centesimos por metro cúbico y calculando sobre una provisión de 36,000 metros cúbicos, los resultados son superiores, pero se aproximan á los indicados por el doctor Aberg. Es de notarse que el valor del abono aumentará cuando los agricultores se acostumbren á 'usarlo y lo soliciten para sus tierras. Examinando el doctor Aberg, las diversas clases de cultivo, encuentra que el beneficio sería por término medio, de 120 argentinos por año, y por una hectárea — 263 - 687 milésimos ó sea una cuadra cuadrada. Un benefi- cio mayor seria escepcional. Aplicando los diversos datos á Buenos Aires y dedu- ciendo 50 por ciento de gastos, el doctor Aberg calcula una entrada de 80 argentinos por una hectárea 687 mi- lésimos (una cuadra cuadrada) lo que para 2,699 hectá- reas 200 milésimos (una legua cuadrada) daría 128,000 argentinos. Los cálculos d'el ingeniero Cogían dan re- sultados semejantes. Los del doctor Aberg, respecto al cultivo del eucaliptus, son fantásticos de puro lujo- sos, en la opinión de personas entendidas en la materia. Objeción relativa á la irrigación y cultivo en Bue- nos Aires—Los opositores á todo adelanto y á toda in- novación, por espíritu de rutina, dicen " nuestro terreno es fértil, no necesita abonos." Lo mismo se dijo al principio de los terrenos de Vir- ginia, lo cual no impidió que después de cierto tiempo de cultivo, se hallaran empobrecidos hasta el último estremo y reclamaran abono, so pena de no producir cosechas que compensaran los gastos. Todo terreno por rico que sea, tiene un capital limitado de materia fertilizante y es fácil comprender que ese capital no se reproduce por sí mismo. No hay en la tierra fertilidad indefinida y es una locura económica esterilizar los ter- renos por exacciones anuales, sin preveer su cansancio y acudir con tiempo á remediar el mal. Al tratar estas materias suele entrometerse un pa- triotismo ridículo, en virtud del cual se quiere dotar al suelo natal de calidades perdurablemente benéficas, ha- blando en nombre del entusiasmo y no de la razón. Hay quién cree en Buenos Aires que es mal argentino el que no sostiene acaloradamente la fertilidad inagota- ble ele sus campos. Mientras tanto, los agricultores, los que tocan de cerca las cosas, comienzan ya á reco- nocer la necesidad de abono y muchos se proveen con 'ventaja, de las pequeñas cantidades que algunos esta- — 264 — blecimientos de la ciudad y villas, pueden suminis- trarles. Antes de establecer el primer ferrocarril también se levantaron objeciones contra las vias férreas; entonces se decia " ¿ para qué queremos ferrocarriles si nuestras pampas son un ferrocarril en todas direcciones ? " Y sin embargo, la circulación en la campaña era á veces imposible por los bañados, por los arroyos, por los pantanos y por la blandura del terreno húmedo, en el cual se enterraban los rodados. Y la conducción de los productos rurales á los mercados, era una obra de ro- manos, dispendiosa y difícil, obra en la cual el valor de la mercancía se aumentaba fabulosamente, por la des- trucción de vehículos y de animales y por el tiempo empleado. Para venir de Chascomús una tropa de car- retas, empleaba medio año; ahora la carga viene en pocas horas. Para entrar á la ciudad por el camino de Flores tardaba una semana, ó se estacionaba esperando que secara la tierra, una carreta tirada por tres y cuatro yuntas de bueyes; hoy la carreta, despojada de sus ruedas, se trepa con su carga sobre un wagón y hace el viage en veinte minutos. Por el proyecto del doctor Aberg, la Municipalidad de Buenos Aires debe tomar á su cargo, la irrigación y cultivo de los terrenos. Esto asusta á algunos espíritus timoratos que hallan hasta inmoral el que la Municipa- lidad se haga cultivadora. Nosotros no participamos de esta opinión. Pensamos por lo contrario, que tal idea es benéfica y miramos en ella una garantía para los intereses urbanos. No hay entre nosotros empresas con grandes capitales, que se contenten con un reducido tanto por ciento y no especulen usurariamente con las penurias públicas. Los únicos agentes capaces de aco- meter empresas de la magnitud de éstas, son las auto- ridades que gozan del apoyo público y que disponen de algunos medios. Ellas son dueñas ó pueden serlo de —- 265 — los terrenos y es ya valor entendido que los terrenos destinados á la irrigación deben pertenecer á las obras. ¿ Qué mal habría pues en que la Municipalidad se hicie- ra empresaria y cultivadora ? ¿ A quién mas que á ella le interesa el bien público? ¿ Quién debe velar por la higiene de la ciudad ? ¿ Se teme que sea mala admi- nistradora? ¿Y no podría serlo una empresa? Si el pueblo no se halla contento de una Municipali- dad, puede cambiarla ; para eso es soberano, pero no podrá espropiar, sin grandes sacrificios, las obras de una empresa, en el momento en que su administración no le satisfaga. La tiranía de una autoridad formada por elección popular, es transitoria, la de una empresa, fundada en el derecho de propiedad, suele perpetuarse. La Municipalidad puede pues hacerse empresaria de irrigación y cultivo, con ventaja para el municipio y utilidad para la agricultura de los terrenos cercanos. Nota—El Sr. Nystromer, representante de Bateman, ingeniero director de las obras de salubridad de esta ciudad, ha tenido á bien revisar todos los capítulos de este libro relativos á las obras, y debo á su benevolencia y á su alta competencia el haber podido dará mis descripciones la exactitud necesaria y haber introdu- cido datos y comentarios de gran importancia científica. Ademas de esto, el Sr. Nystromer, á quien doy las gracias por su valiosa cooperación, consultado respecto á los puntos que tratan sobre el empleo de las aguas de cloaca, se ha servido ha- cerme las observaciones que consigno en seguida. •" Los capítulos que acabo de revisar, dice el Sr. Nystromer, tienden á probar, de una manera muy lu- cida, que el agua cloacal tiene un valor agrícola consi- derable, y que la irrigación es el único medio admisible — 266 — de utilizarla, y de librar alas poblaciones de sus acu- mulaciones inconvenientes de residuos orgánicos. « Sin perjuicio de reconocer plenamente el valor de las razones teóricas que conducen á tal conclusión, y de admitir que ese sistema, aplicado con las precauciones que sugiere la experiencia á terrenos abundantes y ba- ratos, y bajo favorables condiciones climatéricas y geo- lógicas, es el mas perfecto de cuantos se conozca, creo, sin embargo, que no debe desconocerse el hecho que la práctica ha demostrado en aquellos puntos donde ha sido aplicada la irrigación, que ninguna regla uni- versal puede establecerse que asegurare un perfecto éxito, tanto del punto de vista sanitario como del finan- ciero. Creo, por ejemplo, que no seria prudente reco- mendarlo como la única solución del problema, en Buenos Aires, mientras no se hayan hecho ensayos en una escala bastante grande para justificarlo, y ademas . creo que sería dudoso que se saquen las utilidades apuntadas, sea por la Municipalidad ó por empresas privadas. « De los informes pasados al parlamento británico, resulta que solo dos de las 25 poblaciones donde se practicaba la irrigación declararon haber sacado de ella alguna utilidad, siendo de escasa importancia am- bos pueblos. « En la conferencia que sobre el particular tuvo lugar el año 1877, en la « Society of Arts », se pronunció el dictamen, basado sobre un cúmulo considerable de los datos mas recientes, de que ninguna utilidad debería esperarse por parte de la localidad que establezca el procedimiento de la irrigación, y solo una muy reduci- da por la del agricultor. « Respecto álos casos citados de Milán y de Edim- burgo, se deduce ele los informes oficiales publicados que en la primera de estas ciudades solo habia una pe- queña proporción de «water closets» en comunicación — 20)7 - con las cloacas, hallándose servida la ciudad principal- mente por sumideros; en cuanto á la segunda, la Co- misión real nombrada para estudiar la polución de los ríos, informa que: la experiencia adquirida en Edim- burgo no debe citarse como un ejemplo de buen éxito en la purificación de las aguas cloacales por medio de la irrigación, sino mas bien como un ejemplo del mayor producto de pastos obtenido por ese medio en un área limitada de terreno. Las condiciones insalubres de estos prados así regados no admiten duda, y durante las lluvias fuertes pasa á la mar parte de las aguas cloacales. « En cuanto al valor agrícola de las aguas cloacales, los análisis hechos por el Dr. Frankland (cuya compe- tencia es reconocida) del resultado de la explotación en Barking presenta algunos hechos notables: mientras que el agua, procedente de las cloacas, contiene 6. 24 de ni- trógeno combinado; laque sale de los prados regados . contiene aun nada menos que 4. 34, ó sea mas del 70% de la proporción primitiva. Al considerar qué parte del 30 ojo remanente puede estimarse haya sido absor- bida para la fructificación de la cosecha, debe tenerse presente que una gran proporción del nitrógeno viene en forma de carbonato de amoniaco, sustancia volátil, siendo forzoso creer que alguna parte del mismo debe haberse disipado en la atmósfera, de modo que en rea- lidad la cantidad de nitrógeno asimilada por las plantas habrá sido mucho menor que la indicada por el aná- lisis. . «Se llega pues prácticamente á dudar de si el riego con productos cloacales tiene algún valor especial finan- ciero superior al practicado con agua. Es fuera de duda que la experiencia futura se encargará de la solución de este punto, pero mientras tanto el hecho insinuado puede muy bien servir de explicación á las dificultades finan- cieras que han rodeado las explotaciones agrícolas, fun- - 268 — dadas sobre ese riego, las que parecen demostrar que los dineros gastados en pago del agua cloacal como agente fertilizado!'han sido, hasta cierto punto, perdidos. « Por lo que se refiere á esta ciudad, el Sr. Bateman no rechazó la irrigación, según entiendo que se despren- de de sus informes, pues al contrario, en la página 7 de su informe de 21 de Setiembre 1871, se lee lo siguiente: " La aplicación de las aguas cloacales al suelo, en for- " ma de irrigación, es el único procedimiento que ha " llevado acabo su purificación con buen éxito, pero, " sin embargo, no ha sido éste aun adoptado en gene- " ral. El aumento extraordinario de los productos agrí- " colas del suelo asi regado, y la aparente perfecta se- " guridad para la higiene consiguiente, hacen suponer " que la irrigación por medio del agua cloacal vendrá " á ser casi universal, y que por su auxilio nuestros " rios permanecerán libres de polución, adquiriendo " mayor valor nuestros terrenos por su feracidad au- " mentada. " Soy de opinión, sin embargo, que en el caso de Bue- " nes Aires no debería contarse exclusivamente con este " sistema, sino que debería poderse disponer de medios " mas seguros."—Sigue ocupándose del asunto, pero con lo trascrito basta para clesmostrar cómo habia enca- rado la cuestión. Empero, en vista de lafalta de experien- cia en las condiciones particulares de Buenos Aires, del volumen considerable de agua arrojada por una ciudad de esta importancia, y de la gravedad proporcional de las consecuencias, si el riego no produjere perfectos re- # sultados, en caso de ensayarse la irrigación, opino que seria no solo prudente sino absolutamente necesa- rio preparar una salida al Rio de la Plata para el pro- ducto de las cloacas, utilizable en cualquier tiempo y en cualesquiera circunstancias. El gran volumen y conti- nua corriente del río haría que fuese improbable todo — 269 - inconveniente que pudiera temerse por la mezcla de las aguas. « En tal virtud, al proyectarlas obras del conducto de desagüe, se ha tenido preséntela posiblidadó la nece- sidad de introducir la irrigación. Efectivamente, termi- na ese conducto precisamente al llegar al terreno que se habia conceptuado el mas aparente, de cuantos fueron inspeccionados páralos fines déla irrigación, laque puede establecerse en cualquier momento casi sin otros gastos que los consiguientes á la preparación del terreno. No serian supérfluos los caños colocados desde la terminación del conducto hasta el rio, pues du- rante las temporadas lluviosas no puede hacerse el riego sin perjudicar la vegetación, siendo precisamente tam- bién en tales momentos que se produce el mayor volu- men de agua cloacal, á la que seria forzoso dar salida. » XI Policía de los suburbios—Mejoras de las ciudades. Policía de los suburbios—Eos suburbios hacen parte importante de las ciudades y sin embargo, por la na- turaleza de las cosas, no son mirados con el interés debido por parte de las autoridades. Allí en los arra- bales, se aglomera todo cuanto hay de malo, de inmun- do, de miserable, de corrompido y de mal sano. Allí va, podemos decir, la espuma de la ciudad, lo que arrojan sus calles centrales, lo que rechazan sus casas lujosas ó decentes, tanto en materia de industrias, dé profesiones, de medios de ganar la vida, como de establecimientos de perversión y de insalubridad. Los suburbios son el refugio de los bandidos, de los ladrones, de la mujeres de mala vida y la madriguera cielos vicios y de la in- curia. Allí se dejan ver con su aspecto mas ó menos grotesco y repugnante, los catees, fondas, tabernas y caneabas de la mas baja especie ; allí se come, se bebe y se baila, en medio de la suciedad y la miseria. Los pequeños mercados ó puestos donde se vende comestibles, se hallan surtidos con los restos de la ciu- dad; el pescado es averiado, la fruta podrida, la carne mala, los granos carcomidos, las verduras fermenta- das. Las pulperías ó almacenes contienen las provi- siones mas detestables, que solo toleran los miserables - 271 — consumidores, en virtud de su precio y en fuerza de la necesidad. Las partes bajas ele las ciudades, las cercanas á las murallas donde las hay, ó las que tocan los límites del municipio, son frecuentemente convertidas en mulada- res donde se vacia los desperdicios de la población. En ellas se hallan establecidas industrias insalubres y repugnantes- allí figuran en gran número los criade- ros de chanchos, de patos y de gansos. Allí viven los animales confundidos con los hombres, respirando el mismo aire y pisando la misma humedad. Los mataderos públicos, las fábricas de cuerdas, las casas en que se trabaja materia animal, convierten ge- neralmente los suburbios de las ciudades, en sitios mal- sanos, en los cuales la putrefacción de los residuos or- gánicos está en su apojeo. Por último, en la mayor parte de las ciudades, los cementerios forman en reali- dad los arrabales y las habitaciones de los pobres, se- mi-destruidas, destechadas, abiertas, figuran á poca distancia de las sepulturas. Se observa que en los suburbios, la via. pública, la edificación, el alumbrado, la provisión de agua y la policía, son tan malas ó tan escasas, que casi podria decirse faltan enteramente. Por esto los barrios po- bres y lejanos, que por sus condiciones naturales, mas necesitan de la acción pública y de los beneficios de la higiene, privados de ellos, como lo están, constituyen una amenaza continua y terrible contra la salubridad de las ciudades. Los habitantes del centro, los aristócratas, los que creen vivir higiénicamente, se imaginan librarse de la contaminación y ponerse fuera del alcance de las malas influencias, no pisando los barrios descuidados, pero se olvidan de que si bien ellos no van á tales sitios, és- tos les mandan sus productos dañosos por la atmósfera, como si los suburbios quisieran vengarse del abandono; — 272 — arrojando por las ventanas de las ricas habitaciones, el mal olor y la peste. Para asegurar el bienestar y la vida, no basta cui- darse á sí mismo, es menester cuidar también á los demás, y esta regla que domina la higiene individual, rige asi mismo en materia de higiene pública. Así los barrios centrales, aristocráticos, ricos, lujosos y cuidados de las ciudades, no serán salubres, si en los alrededores no se observa una prudente higiene y si el capital no interviene para formar allí jardines, via pública limpia, habitaciones aseadas, aunque pequeñas y baratas. Poregoismo, las gentes acomodadas de las poblaciones, deben cuidar del modo de vivir de los po- bres, porque la salubridad de una ciudad es un resulta- do de muchos factores y no un producto de la acción individual ó colectiva aplicada á una sola sección, á una calle, á un barrio. Todo cuanto hemos dicho pues del cuidado délas ca- sas y calles centrales y de las comodidades que en ellas se proporciona á los habitantes, es aplicable á los su- burbios, reclamando para ellos aunque no todos los beneficios, porque á esto se opone la naturaleza de las cosas humanas, á lo menos la mayor parte de ellos: agua abundante, luz abundante, aire puro y renovado, y aseo conveniente. Mejoras de las ciudades.—Hemos hablado délas ciu- dades, bajo el punto ele vista de sus necesid i les prin- cipales, y como sise tratara de formar ciudades mode- los. Todo ello está muy bueno, pero debemos tomar las cosas como son y observando que nuestras ciuda- des distan mucho de amoldarse á las prescripciones in- dicadas, bueno es que mencionemos qué es lo que pue- de hacerse para mejorar las condiciones de sus habi- tantes. Las ciudades son edificadas sin consultar la higiene; la mayor parte de ellas ha sido construida en una época - 273 — en que esta ciencia estaba en su infancia. De ahí que muchas se hallen mal situadas, que casi todas sean mal niveladas.y que todas las antiguas tengan calles escesi- vamente angostas, absolutamente hablando, ó con re- lación á la altura de los edificios y al tráfico que en ellas se verifica. La mejora mas urgentemente reclamada, es la de dar ensanche á las calles y la de abrir nuevas plazas. La medida tiene por objeto dar espacio, aire y luz, que son los modificadores higiénicos mas importantes. En una ciudad sana cada habitante debe disponer ele cuarenta metros cuadrados, es decir, cuarenta metros cuadrados es la superficie que necesita un hombre para vivir con comodidad en medio ele una población nume- rosa. Esta cifra está calculada tomando en cuenta los diversos componentes que entran en el problema com- plejo de la salubridad. A cuarenta metros cuadrados por habitante, responde teóricamente la densidad de la población, la altura de los edificios, la anchura de las calles, la magnitud de las habitaciones y por lo tanto, la buena dotación de luz y de aire. Desgraciadamente, aun en las ciudades cuya esten- sion dividida por el número de habitantes, da el cociente de cuarenta metros cuadrados, no dispone en realidad cada habitante, de semejante superficie, porque la den- sidad de la población varía con los barrios y así se en- cuentran eme en los centrales cada persona dispone de menos espacio y aun en los lejanos, si bien hay terre- nos desocupados, los pobres viven aglomerados en sitios reducidos. Mucho conseguirán los higienistas, si por medio de la formación de anchas vias urbanas, dan desahogo á la población, presentándole buenos depósitos de aire y de luz en las calles, como han conseguido en Paris, por ejemplo, las diversas administraciones que guiadas por un noble y sabio principio, han transformado la ciudad; - 274 — pero no lo conseguirán todo, si no evitan que esas mis- mas higiénicas medidas sirvan para producir nuevos males en los centros muy poblados. En efecto, á par de los ensanches de calles, ha renacido el espíritu de especulación. Los terrenos han toma- do valores colosales ; las casas de las calles favore- cidas tienen precios fabulosos y los industriales y co- merciantes, teniendo ante todo en cuenta su negocio, se han amontonado materialmente en las pequeñas ha- bitaciones, construidas sin criterio y en vista solamente de un aumento inmoderado de lucro. La consecuencia natural de tales condiciones de vida, ha sido la insalubridad de los domicilios, la proporción mayor de las enfermedades, la alarma de las familias y por último la despoblación relativa de los barrios cen- trales, cuyas casas convertidas en escritorios, oficinas, depósitos, tiendas y cafees, son solo habitadas durante el dia ó transitoriamente. De esta manera ciertos bar- rios de las ciudades, muy concurridos en las horas de trabajo, quedan vacíos durante la noche, lo cual á mas de facilitar los robos y producir un aumento de gastos considerable á los industriales, desequilibra la distri- bución de la población en las diversas áreas de terreno edificado. La facilidad de las vias de comunicación, tales como la baratura de los carruajes de plaza, la instalación de líneas de trenvías ó de ómnibus, que es una gran mejo- ra y muy moderna, no está exenta de males, juzgando la cuestión de cierta manera. Facilitar las comunica- ciones, es un medio de ensanchar las calles centrales, pues la relación del terreno ocupado con el número de los permanentes, varía en proporción de las personas que se alejan ; pero este medio especial de ensanche es un medio formal de despoblación. ¿Criticaremos en- tonces que se facilite la circulación urbana ? No, por pierto; hacemos notar el efecto de ella sobre la densidad — 275 — de la población, pero creemos que las ventajas para la salud general que se obtienen con estas fugas tempora- les de la gente industriosa hacia los barrios menos edi- ficados son mas dignas de consideración que los males resultantes de la despoblación intermitente, si se nos permite la espresion. Así, examinando en nuestro caso particular, la in- fluencia que ha tenido en Buenos Aires sobre la salud y el bienestar de sus habitantes, el establecimiento de las líneas de trenvías, observamos que muchos comer- ciantes é industriales, cuyo negocio está y tiene que estar en el centro, han removido sus familias de las estrechas casas centrales, hacia las mas cómodas, es- paciosas y baratas de los barrios retirados, donde la salud, la de las criaturas, sobre todo, es mas lujosa, donde su desarrollo se verifica con mayor facilidad, lo que es ya ganar un capital de vitalidad y de fuerza para después, donde la atmósfera es mas pura y mas oxige- nada y donde, por último, hay menos elementos de in- moralidad y perversión. Los padres de familia y los jóvenes trabajadores pasan su dia en el foco de los ne- gocios, y cuando éstos cesan, por las diversas líneas de trenvías se retiran al seno de la familia, donde son ale- gremente recibidos y donde pasan la noche lejos de los cafees, de las diversiones y libres de la tentación de gastar en placeres ficticios y corruptores, el dinero que se emplea mejor en dar pan y educación á los hijos. Resultado: un aumento de gastos por el valor de los viajes diarios, pero en cambio, supresión de gastos de médico, de botica, de lujo, de teatro, de diversiones y aumento de bienestar, de tranquilidad y'de placeres puros sin mezcla de remordimientos. Si al hacerse el ensanche de las calles ha de tenerse en vista la higiene pública, la Municipalidad debe adop- tar un sistema para que el resultado sea satisfactorio, Tras del ensanche viene la nueva edificación, y si se — 276 — quiere hacer no solo calles higiénicas, sino también ca- sas higiénicas, es indispensable que la autoridad inter- venga en los planos, examine si ellos son adaptados al objeto á que se destinan las construcciones y vigile la manera de verificarlas. ¿Será esto atentar á la propiedad ó á la libertad indivi- dual ? No sé lo que será por ese lado, pero si sé que será cuidar de la salud pública y usar del mismo dere- cho en virtud del cual la autoridad prohibe ó permite el establecimiento de industrias, acepta ó rechaza las de- lincaciones en terreno propio, quita las muestras salien- tes, borra los letreros disparatados, arregla el tráfico, señala el peso del pan, examina la calidad de los alimentos, reglamenta el ejercicio de las profesiones, impone la vacuna, todas cosas que atentan en cierta manera á la libertad individual y al derecho de pro- piedad. ¿ No hace demoler una pared que amenaza caerse ? ¿no indica el número de personas que pueden dormir en una alcoba ? ¿ Por qué no podría entonces vigilar en cierto límite la distribución y capacidad de las habita- ciones y la calidad de los materiales, en protección de los futuros moradores de cada casa? Al fin y al cabo una casa no es siempre habitada por su dueño; cuando se alquila sirve al público, á un habitante indetermina- do, que está bajo la protección de la autoridad y bajo su dominio, por las conexiones que cada familia, cada in- dividuo y todo lo que le rodea, tienen con la salud pú- blica. Ademas, si la salud del pueblo es como se dice, la suprema ley, no neguemos á la autoridad responsable, los medios de aplicar esa ley, los poderes necesarios para hacerla cumplir y para llenar debidamente su misión. En Buenos Aires las casas son por lo general húme- das, rara es la casa seca; se vé á las familias cambiar — 277 — constantemente de casa, teniendo por principal motivo la humedad de la que dejan. ¿ De qué depende este mal que tanto afecta á la salud? De la mala elección de los materiales, de las aguas salinas que se emplea en las mezclas, de que muchas son construidas en barro y edificadas á la ligera y gastando lo menos posible, sin que les importe á los propietarios la salud de los in- quilinos. Así, por una pequeña economía, por un des- cuido, se deja en cada habitación un germen perpetuo de enfermedad. Muchas son ocupadas cuando los rebo- ques están casi frescos y los cuerpos de los moradores absorven la humedad y ganan reumatismos y tubér- culos. ¿ No deberá siquiera la autoridad entrometerse en esto y no permitir la ocupación de una casa sino en su debido tiempo ? En Europa son mas precavidas las familias y no ha- bitan las viviendas antes de haberlas secado, aun cuan- do sea por medio de un procedimiento criminal, como es el de permitir á los pobres sin hogar, que hagan el papel de estufas pasando la noche en ellas. Ya que las municipalidades han de tener ciertas atri- buciones para la buena administración de las ciudades, viene bien aquí hablar un poco de presupuestos. Hay comunmente una grita contra los impuestos mu- nicipales, que hace (-oro á otra mayor por el mal estado de las vias públicas, del alumbrado y demás servicios. Queremos, como dice Monlau, vivir á la moderna y pa- gar á la antigua ó no pagar contribución alguna. Alguna vez las protestas están justificadas. Las mu- nicipalidades suelen ser cuadrillas de ladrones que es- pantan con sus estafas é inmoralidades. No se borrará pronto de la memoria la confabulación admirable de una municipalidad de Nueva York, que habia elevadoel robo á la categoría de principio y habia ligado á sus manejos una gran parte de la población, para esplotar al resto de la manera, mas inicua, llegando los escándalos á tal punto que fué necesario una conmoción social, un levan- tamiento, para destruirla organización de pillaje y dis- persar la pandilla de ladrones. Entre nosotros no faltan tampoco ejemplos de mal- versación de fondos y quejas justas del pueblo y de la prensa, pero necesario es decirlo en honor de la verdad, generalmente son los empleados secundarios quienes se apropian los dineros públicos, y á quienes condena la opinión y castigan las corporaciones administradoras, aun cuando muchas veces no consigan rocobrar lo perdido. Los servicios municipales exigen gastos crecidos y no es justo reclamar á la autoridad un mediano desempeño de su cometido, si no se la dota de los fondos necesa- rios. ¿ Quiénes deben costear los gastos municipales ? ¿Se- rán solamente los habitantes de los municipios ? ¿ Es injusto que se haga pesar ciertas contribuciones direc- tamente afectadas al pago de servicios urbanos, sobre todos los habitantes de una nación ó de una provincia, como sucede actualmente en Buenos Aires, respecto á las obras de salubridad de la ciudad, para las cuales se ha contraído un empréstito que la provincia paga? Por regla general, cada ciudad debe llenar su presu- puesto, pero no se falta ala equidad én ciertos casos, haciendo contribuir para las mejoras urbanas á los ha- bitantes de la campaña. Esta última proposición quedará legitimada, si recor- damos que el beneficio de las capitales redunda en bien de las comarcas, que la riqueza de las primeras fomenta la riqueza general, que á los hospicios, establecimientos de.educacion y manufacturas de los grandes centros de población, acuden de distintas partes los enfermos, los educandos y los industriales y que los centros populosos son los mercados sin los cuales la industria rural y — 279 — agrícola languidecerían en la mas desesperante pobreza. No, es pues, un egoísmo malentendido el principio en virtud del cual se reclama un gasto mayor en beneficio de las ciudades, sino una ley de compensación y de equilibrio económico. Fuera de los servicios mencionados, hay otros puntos eme las autoridades municipales no deben descuidar. Para manejar bien una casa es necesario conocerla, para administrar una hacienda es menester formar su inventario. Para dirigir el movimiento de las ciudades es por la misma razón indispensable conocer sus re- cursos, los servicios que reclaman y el estado positivo de su economía interna. Una buena municipalidad deberá por lo tanto saber la historia, la biografía y la descripción del municipio en sus mas pequeños detalles. Sin esto faltará toda base á cualquier reforma que se intente. La autoridad deberá tener el plano detallado de la ciudad y el inventario minucioso de sus existencias, ha- ciendo un balance general á fin de cada año, en que se señale las mejoras realizadas y los cambios operados. Vamos á poner en forma de lista los datos que la ad- ministración debe poseer. Deberá conocerla situación de la ciudad, su topogra- fía, su nivel, la época de su fundación, su temperatura, sus vientos, lluvias y tempestades, su clima, en fin, su geología, su esposicion, su estension, el número de sus habitantes, su provisión de agua y canales subterráneos, su alumbrado y los elementos de las compañías que lo sirvan, el número y altura de las casas, la distribución de los edificios públicos, el largo y ancho de las calles, la estension de las plazas, el estado del pavimento, los caminos de entrada, los puentes, pasajes y mercados, las plantas y animales que contengan, los mataderos, ferias, casas de abasto, fondas, cafees y edificios desti- nados á las diversiones públicas; la estadística de mé- — 280 — dicos, farmacéuticos y hombres de profesión, los hospi- tales y casas de sanidad, las enfermedades reinantes con las épocas de recrudescencia, las epidemias y epizoo- tias; la estadística de matrimonios, nacimientos y mor- talidad, con el cálculo de la vida media; la noticia relati- va á los usos y costumbres de los habitantes, á sus ves- tidos y alimentos, á la adulteración de comestibles y be- bidas y á su abundancia; la relación délos medios de vivir, la industria y el comercio, los vicios y sus correc- tivos; el aumento y disminución de la prostitución; los medios de educación y moralización, la pobeda y la cri- minalidad; en fin, la cuenta de todo cuanto permanece y se mueve en la ciudad y de todo cuanto tiene influencia sobre el bienestar del pueblo. La tarea es, como se ve, inmensamente pesada. ¿ Quién se encargará de ella ? Una administración de- bidamente organizada y establecida sobre bases sólidas y duraderas. Todo ello no es por cierto obra de un dia; lejos de esto, una organización capaz de responder átales exigencias, no puede establecerse sino después de muchos años de ensayos, de tentativas pacientes y de vida urbana regu- lar, pero será la obra posible si alguna vez se comienza, y una utopía, una esperanza irrealizable, si asustados por la magnitud de la empresa, nos resistimos á darle principio. Los primeros pasos serán difíciles y costo- sos, pero los buenos resultados parciales serán anima- dores y la continuación del trabajo mas practicable. Una vez comenzada la recopilación ele documentos y su sana interpretación, cada año se adelantará algo, se reformará algo y se completará lo que en el anterior hu- biere quedado sin concluir. Los habitantes incluirán poco á poco, entre sus costumbres, la práctica de los actos que la autoridad imponga para metodizar la vida higiénica de las ciudades y con el esfuerzo de todos, el gran libro municipal será formado y sus páginas solo - 281 — sufrirán alteraciones de cantidad y detalle, con el andar de los tiempos. Para facilitar el desempeño ele las funciones de las autoridades y el cumplimiento de las ordenanzas vigen- tes, la Municipalidad debería publicar y repartir gratui- tamente un Código que contenga las disposiciones san- cionadas, código que sería revisado cada año, con el fin de incluir en él las nuevas ordenanzas, corregir las alteradas y suprimir las que hubieren sido derogadas. Este registro sería útil é instructivo á la vez, y la Murficipalidad solo tendria que felicitarse de la medida adoptada, pues vería aliviado su inmenso trabajo por el concurso voluntario de los obreros diestros, á quienes habría enseñado el arte admirable de vivir higiénica- mente, gozando de la propia libertad y respetando la agena. El libro descriptivo de la ciudad, formado con los datos que hemos enumerado, podría también ser repar- tido profusamente, y enseñando á cada habitante todo cuanto puede desear respecto á la capital en que vive, lo vincularía mas á ella, le haría tornar mayor interés por su mejoras y progresos, le dispondría favorable- mente para contribuir á su adelanto y remediaría la posición ridicula y sensurable en que se encuentran en general los hijos de las ciudades, quienes las conocen menos que los estrangeros curiosos é investigadores, como sucede entre los parisienses, cuya cuarta parte por lo menos, no conoce de Paris mas que las calles, como sucede en Londres donde nacen y mueren viejos muchos ingleses, sin haber salido de un barrio y como sucede en Buenos Aires, cuyos hijos leerían la descrip- ción minuciosa de la ciudad, encontrando sorpresas y novedades en cada línea. XII Cuestiones relativas á las defunciones—Destino de los cadá- veres humanos—Cremación—Embalsamamiento—Inhumación— Cementerios, CUESTIONES RELATIVAS Á LAS OEFUNCIONES. La importancia de la materia que vamos á tratar, nos pone en el caso de hacer de ella un capítulo aparte. En realidad, y haciendo por un momento abstracción de los sentimientos humanos, considerando el asunto científicamente, todo lo que se refiere á los cadáveres es un párrafo del capítulo de higiene que trata de la limpieza y desinfección de las ciudades. Los cadáveres son un elemento de infección temible y ante los ojos del higienista figuran á la par de todos los detritus que es necesario alejar ó destruir. Pero choca á los senti- mientos del hombre y á sus creencias, equipararlos restos humanos á los residuos líquidos y sólidos, capa- ces de contaminar el suelo y la atmósfera, y esa es la razón por la cual se separa en el estudio, materias que deberían hallarse juntas, si se atendiera solo ala lógica y correlación de los puntos sujetos á nuestro examen. Al hablar de los cadáveres, dos son los objetos que debemos tener en vista: el culto por los muertos y las atenciones de la higiene pública. Por lo tanto, frecuen- — 283 - temente ocurrirá que lo uno se presente como obstáculo para atender á lo otro y lo otro como un impedimento para ocurrir á las exigencias de lo primero; así las creencias chocarán con los principios de la higiene y el clamor general se levantará no pocas veces contra la ciencia, que manda en nombre de la salud del pueblo. El culto de los muertos es, quizá el mas antiguo y mas arraigado de los cultos; á él se ligan los movi- mientos instintivos del hombre y las preocupaciones de todos los tiempos. Se tiene por los cadáveres de nues- tros semejantes un sentimiento complejo, mezcla de temor y de cariño, de atracción y repulsión, de recuerdo y de esperanza, un sentimiento producido por la reelec- ción de nuestra propia miseria, que es como el eco de un instinto egoísta que resuena en un vacío descono- cido, trayendo á nuestra mente la percepción informe de aspiraciones y dudas envueltas en conmociones in- descifrables. Para las inteligencias claras y científicas, el culto de los muertos, es un producto natural del orgullo huma- no debido al juego de conmociones orgánicas inevita- bles. En nuestros muertos nos adoramos á nosotros mismos, al creer en la inmortalidad de su espíritu, negamos á las fuerzas naturales el poder de destruir, de aniquilar, de reducir á la nada nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestras pasiones; al concederles una inmortalidad inducida, nos la concedemos á nosotros mismos; ponemos nuestros intereses en la cabeza de sus cuerpos yertos y al abogar por el respeto que nos inspiran, descontarnos antes de su vencimiento y duran- te la vida, el respeto que queremos inspirar después de muertos. Comoquiera que sea, reflejos de egoísmos ó intui- ciones inesplicables, el culto de los muertos es un sen- timiento natural, cuyos límites solo pasan las cabezas desequilibradas; es un sentimiento digno de todos ¡os — 284 — miramientos y respetable por la intensidad con que se halla grabado en el corazón del hombre. Dejando á un lado las cuestiones que afectan tan de cerca las creencias generales, tratemos el punto con re- lación á la higiene, comenzando por preguntarnos, cuál es la mejor manera de deshacerse de los cadáveres. Tres medios de aplicación posible en la actualidad de nuestra civilización, se nos ofrecen desde luego, pues no es lícito hablar de un cuarto medio, del cual solo puede tratarse en las altas regiones ele la ciencia. Es- tos medios son : la destrucción por el fuego, la momifi- cación y la inhumación; el último sería la esplotacion de los cadáveres, su aplicación á la industria, medio que ningún pueblo aceptaría en las épocas pre- sentes. LA DESTRUCCIÓN POR EL FUEGO, Ó CREMACIÓN, eS UU medio antiguo ; de él hablan las historias de tiempos remotos ; nosotros lo encontramos bueno, piadoso, con- forme á las exigencias de los sentimientos humanos y de la higiene, todo ello en teoría. La cremación tiende á resucitar y los repetidos ensayos que en todas partes se practica, han puesto en tela de juicio sus ventajas é inconvenientes. Los sostenedores de la cremación in- vocan las prácticas antiguas, pero no presentan sino descripciones incompletas y casos particulares. Nadie ha probado hasta ahora, sin embargo, que la cremación en la antigüedad no fuera incómoda, difícil en la prác- tica y de aplicación restringida. Por el contrarío, es de creerse mas bien, que se empleara en casos escepcio- nales, y que siendo naturalmente las industrias mas atrasadas y por lo tanto la producción de altas tempe- raturas artificiales mas difícil, las cremaciones serian incompletas y requerirían largas horas. Actualmente la cuestión está en pleno estudio. En varios pueblos de Europa se hace esperimentos, apli- — 285 — cando aparatos perfeccionados y se busca con avidez la solución del problema. En Francia, Gratiolet y Le Maire, pensaron proponer no hace mucho al prefecto del Sena, una modificación que, según ellos, respondía á todas las necesidades de la práctica y evitaba toda objeción. La modificación consistía en inyectar en los vasos de los cadáveres, sus- tancias con las cuales se impidiera la putrefacción y se conservara por cierto tiempo los cuerpos para incine- rarlos después. Las esperiencias hechas con tintura de coaltar, daban resultados satisfactorios; aquellas en que se empleaba agua fénica no eran tan felices; con el empleo de fena- tos se observaba que las bases de éstas dañaban á los tejidos conservados ; con una mezcla de tres partes de aceite pesado de hulla, con una de coaltar, el cuerpo inyectado se conservaba bien ; esta mezcla es preferi- ble al coaltar puro, que es muy espeso y de difícil ma- nejo. Pero con todos estos líquidos, los dermester (in- sectos de la piel) invadían los tegumentos y los destruían en parte, pues siendo volátil el ácido fénico y perdiendo su ácido las sustancias empleadas para las inyecciones, en cuya composición entra este ácido, los cuerpos em- balsamados no quedan protegidos por el agente conser- vador que se volatiza y entran entonces en función las fuerzas destructoras. Por lo tanto, la conservación es temporal, pero dura todo el tiempo necesario para los fines que el higienista se propondría en este caso. Bajo la influencia de los productos mencionados, no solo se obtiene la conservación de cadáveres en los cua- les aun no ha comenzado la putrefacción, sino que aun en aquellos en que ésta se ha iniciado, el proceso des- tructor se detiene y las plumas y el pelo que empezaron á desprenderse, se consolidan y sostienen después de la inyección. Empleando su procedimiento, Gratiolet y Le Maire, — 286 — han podido presentar un cadáver perfectamente conser- vado durante siete años, apesar de hallarse espuesto al aire libre. Como se ve, el proyecto de Le Maire y Gratiolet, es un sistema misto de embalsamamiento y cremación. Por él se puede detener la putrefacción, durante un tiempo mayor que el que la ley exige para permitir la exhumación, término que en la mayor parte de los pue- blos civilizados es de canco años. Pero no se consigue todo con evitar la putrefacción ; es preciso también evitarla acumulación, y á esto res- ponde la cremación posterior. No habría para la cremación dificultad alguna, según los autores ; los cadáveres inyectados arderían mejor, pues las sustancias empleadas, siendo combustibles, fa- vorecerían la incineración. Ademas, la práctica de la inyección sería en estremo fácil; los mismos médicos encargados de comprobar las defunciones podrían diri- girla; un ayudante podría practicarla, como lo hacen los mozos de anfiteatro; los útiles necesarios costarían poco y la operación figuraría pronto entre las costum- bres, con gran ventaja para la salud pública, encomen- dándose á la cremación, un trabajo que hoy verifícala tierra en mucho tiempo y con grandes dificultades á veces. A primera vista la proposición que examinamos pa- rece salvar todas las dificultades, atendiendo á las preo- cupaciones religiosas, á las susceptibilidades del senti- miento y á las prescripciones de la higiene ; pero si la miramos de cerca las ventajas desaparecen. El uso de las inyecciones no sería en la práctica tan fácil; el número de cadáveres sería á veces consi- derable; en tiempo de epidemia las manipulaciones no estarían exentas de peligro ; las familias opondrían alguna resistencia á esto que para ellas sería una pro- fanación, su dolor aumentaría presenciando la operación — 287 — (y no querrían dejar de presenciarla) todas las circuns- tancias y accidentes quedarían dolorosa y desagradable- mente grabados en la memoria y costaría mucho evitar por medio del hábito, el horror que naturalmente ins- piraría la prepararon de los cadáveres; la acumulación por otra parte, se produciría en grande escala y habría un constante tráfico entre los depósitos y los hornos de incineración, con los cadáveres cumplidos, que hubie- ran llenado su tiempo y los nuevos que se tragera á los depósitos. Las familias estarían ademas suspensas de una fecha, la señalada para la cremación de sus deudos embalsamados; todo no habría concluido con la com- probación de la defunción y la estraccion del cadáver de las casas, como concluye hoy; habría por lo tanto dos dolores en vez de uno, el dolor causado por la muerte y renovado el dia de la cremación; los padres, hermanos y esposos ausentes, tendrían que acudir el dia señalado, á presenciar la combustión délos cadáveres de sus deudos y las facciones de estos conservadas, se presentarían á los ojos llenos de lágrimas, con la forma y aspecto que tuvieron el dia de la muerte. Añádase á esto, que las casas serían convertidas en pocos años en depósitos fúnebres de urnas cinerarias, enviadas allí después de largo tiempo de ausencia de los restos que- ridos y cuando ya los sentimientos eme hacen tolerables semejantes recuerdos materiales, se hallarían casi estin- guidos. En atención á tales reflexiones y en caso de adoptarse la incineración, como medio general, mas valdría, me parece, optar por la cremación inmediata. Veamos si en el estado actual de nuestra civilización y dados nuestros medios y recursos, tal procedimiento resuelve el arduo problema.' Tres dificultades se presentan desde luego, que pode- mos llamar higiénicas, económicas y morales. Dificultades higiénicas.—Losg ases que se despren- — 288 - den durante la combustión de la materia orgánica, están dotados de notable fetidez y son dañosos para la.salud. Nuestros mas fuertes focos de calor no alcanzan á des- truir todos los productos de la combustión de las mate- rias sólidas orgánicas; una masa considerable de flui- dos aeriformes escapa á la acción del fuego, ya por ser los gases muy estables, ya por atravesar, con suma rapidez los focos de calor. Véase lo que pasa actual- mente en las usinas donde se trabaja sobre materia or- gánica por medio del calor. En todos estos estableci- mientos hay un mal olor constante, los productos ga- seosos son recogidos muchas veces en líquidos que se saturan bien pronto y son arrojados lejos de los sitios en donde su presencia sería nociva.y aún así el mal no es completamente remediado. ¿ Cuánto mal estar causa- ría la fetidez de los gases y la presencia de las aguas saturadas, conociéndose el origen humano de los gases y de los líquidos contaminados? ¿adonde se arroja- ría las aguas ? ¿ sería tolerable tal estado de cosas ? ¿ los productos volátiles y los líquidos mencionados no da- rían origen á epidemias mortíferas ? Los egemplos que se cita de los tiempos antiguos y las prácticas actuales en los campos de batalla, no son antecedentes satisfactorios; aquellos ejemplos se pre- sentan sin detalles que permitan apreciarlos debidamen- te; esta-s prácticas se verifican en circunstancias escep- cionales y una vez en muchos años. No nos cuentan los historiadores si la incineración se hacia en grande es- cala y si causaba algún daño á la salud pública y en cuanto a la combustión délos cadáveres en los campos de batalla, las condiciones en que se hace la elimina de la comparación con lo que podríamos verificar en nuestros cementerios; en los campos de batalla la com- bustión se hace al aire libre, allí no se trata de re- cojer cenizas, de aislar la de cada cuerpo, ni de meto- dizar la operación; allí los cadáveres de los que mueren — 289 — por su patria, son amontonados y entregados á las lla- mas y los ejércitos abandonan el triste sitio donde el fuego primero, el sol después y el oxígeno del aire puro descomponen las partes blandas de los cuerpos cuyos huesos quedan sobre la tierra como un recuerdo du- rable ele la barbarie humana, cuya fórmula es la guerra. Dificultades económicas.—Tomemos una población como la de París que dá, término medio 150 cadáveres diarios y 1,500 en tiempo de epidemia y aún mas en las grandes pestes. Adoptada la cremación habría que someter á ella á todos los cadáveres, pues no podría hacerse escepciones, ni sería justo adoptar el sistema si no habia de ser de aplicación general. Por lo tanto, para responder al servicio en todo tiempo, el estable- cimiento de cremación debería contener 1,000 crisoles por lo menos, convenientemente dotados de todo lo ne- cesario para funcionar aisladamente. ¿Cuánto costaría semejante instalación, cuánto su mantenimiento? Con los aparatos de gas hechos con el mayor esme- ro, el menor tiempo que se necesita hoy para la carbo- nización de un cadáver, es dos horas y aun así la com- bustión es muchas veces incompleta. ¿Cuánto duraría la cremación de cada cuerpo en la aplicación en grande escala, teniendo en cuenta las pérdidas de tiempo, los descuidos, el desarreglo y descompustura délos hornos y los mil contratiempos que se originarían, por grande que fuera la vigilancia de los preliminares y de la ope- ración ? No nos parece exagerado admitir como térmi- mino medio la duración de seis horas para cada cuerpo, lo que obligaría á tener en constante función un núme- ro considerable de hornos en los tiempos normales y todos ellos durante las epidemias. Añádase á esto que las deficiencias ele la carboniza- ción exigirían muchas veces someter de nuevo á la ac- ción del fuego los cadáveres no consumidos — 290 — En los pueblos chicos y de escasos recursos no habría usinas y si las hubiera, la rareza relativa de las defun- ciones haría de cada cremación un acontecimiento de- sagradable y doloroso. Los cadáveres de los pueblos pequeños serían enviados á las capitales para su cre- mación, lo cual á mas de aumentar considerablemente el número de ellos en las grandes usinas y por lo mis- mo el trabajo y el gasto, impondría sacrificios pecunia- rios á las familias ó á las autoridades y los tormentos consiguientes aun viage en tan tristes condiciones, á los deudos del muerto. Pero se dirá que en las poblaciones pequeñas po- drían continuar las cosas como están. Ello es verdad, mas eso mismo es una prueba de la imposibilidad prác- tica de aplicar el sistema como medida general, pu- diendo preveerse que esas diferencias no dejarían de suscitar reclamos y exigencias de parte de las poblacio- nes poco favorecidas. Dificultades morales. —Cada familia querría presen- ciar la cremación de sus deudos, aislar y recojer las ce- nizas, trasportarlas á las casas y conservarlas en urnas que pasarían como herencia sagrada, de jeneracion en jeneracion, convirtiendo cada domicilio en un depósito fúnebre, de dimensiones colosales, en las casas de fami- lias antiguas. En cada uno de los actos de la cremación ocurrirían episodios tristes, quizás peligrosos y siempre dolorosísimos. Los deudos del difunto, por la moral, por el qué dirán ó por los sentimientos mas lejítimos, se verían obligados á permanecer largas horas en la usina, todo el dia tal vez, cuando retirado el cadáver de su le- cho de fuego, se viera que la combustión no habia sido completa. De allí llantos, renovación de sufrimientos, reclamos y disgustos. No habría administración por hábil y poderosa que fuera, que llenara las exigencias del público! Por último, bueno es también tomar nota de que con — 291 — la cremación, queda cerrado á los tribunales un camino para descubrir ciertos crímenes, cuya investigación es ahora fácil, gracias á las exhumaciones jurídicas. Estado actual de la cuestión.—En ninguna parte hoy, apesar de los esfuerzos de las sociedades científi- cas, la cremación constituye un medio de general apli- cación. Hasta ahora, lo mas que se ha conseguido es el compromiso individual ó colectivo de los miembros de ciertas corporaciones, quienes legan sus cadáveres pa- ra ensayos destinados á propagar la cremación. La publicación comentada de cada operación, muestra lo escepcionales que son las incineraciones y el reducido número de sus adeptos. Sin embargo, la formación de asociaciones es un elemento poderoso de propagación y un medio sino económico, á lo menos no superior á los recursos de las corporaciones. Los asociados pueden en efecto formar por suscricion un fondo destinado á la erección de un horno, provisto de todo lo necesario para la incineración y á la conservación del establecimiento particular, que podría al principio ocupar un sitio en los cementerios, como lo ocupan hoy los sepulcros de cier- tas congregaciones. Como el número de familias sus- critas en cada grupo, seria restrinjido, el de los cadáve- res lo seria también y la corporación podría llenar su objeto sin gran dificultad. El resto del trabajo quedaría entonces librado á la autoridad y quizá de esta manera seria posible la adopción jeneral del sistema. Creemos que en Buenos Aires se ha tratado de establecer algo de este género; algunas publicaciones han sido hechas á este respecto, pero hasta ahora no se ha practicado, se- gún lo entendemos, esperiencia alguna. La prensa no ha debatido con ahinco la cuestión ni aqui ni en otras partes; la sociedad no ha tomado un vi- vo interés en el asunto; las autoridades eclesiásticas tan celosas de sus privilegios, parece que no le han dado gran importancia, el fanatismo no se ha sublevado, no — 292 — se han levantado pasiones ni en pro ni en contra, deján- dose traslucir que tanto los opositores como los propa- gandistas, miran como muy lejana la práctica de seme- jante medio de destrucción de los cadáveres. Embalsamamiento—Esto constituiría el segundo me- dio. Para la momificación de los cadáveres y su con- servación en los cementerios se presentan dificultades análogas á algunas de las ya mencionadas. ¿Qué se haría con las momias cuando su número fuera grande ? En Ejipto no enterraban los muertos porque, según di- cen los autores, las inundaciones ponian los cadáveres al descubierto y daban lugar á formidables putrefaccio- nes, cuya influencia era terrible como se comprende, parala salud pública. Esto esplicaria por si solóla preferencia que daban los ejipciosal embalsamamiento. No está sin embargo probado que este fuera un método universal; es mas bien de creerse que no lo fuera, dado el costo de la operación y el trabajo que exije, pues en Ejipto como en todas partes, habia pobres que no podian hacer frente á semejantes gastos, habia epidemias mor- tíferas que suministraban cientos y miles de cadáveres. á los cuales debió ser imposible embalsamar, en el tiem- po marcado por las necesidades de la higiene y ni el pueblo mas empeñoso, ni la administración mas rica, han podido llenar semejante tarea, por grande que fue- ra el respeto por los muertos y el deseo de conservar los cuerpos. Aun con estas restricciones debió ser en Ejipto cuestión grávela de las momias, pues no se dice qué se hacia con ellas cuando su número era exesivo. Los ejipcios no quemaban los cadáveres: el fuego era considerado por ellos como enemigo, así la materia constitutiva de los cuerpos humanos, era secuestrada por siglos á la circulación jeneral. Entre los americanos del suri se ha usado una forma de conservación análoga al embalsamamiento en cuanto á su resultado; los primitivos peruanos momificaban — 293 — sus muertos encerrándolos en vasijas de barro que eran luego enterradas. La higiene con este procedimiento era en cierta manera consultada, el suelo no se con- taminaba, pero no se producía la destrucción de los cuerpos. En resumen, la momificación por cualquier procedi- miento que se emplee, no consulta ni la higiene de un modo absoluto, ni la circulación de la materia, ni los lejítimos sentimientos que se tiene por los muertos; las momias son horribles y repugnantes y no inspiran otro sentimiento que el de la repulsión. Inhumación.—Nos queda por examinar el tercer me- dio de secuestración y destrucción de los cadáveres, constituido por* su depósito en la tierra, donde son en- tregados á la putrefacción. No debemos olvidar que nuestro propósito es devolverá la tierra, con la mayor prontitud y el menor peligro para la salud de los vivos, la materia de los cuerpos animales. ¿ Hacemos esto por medio de la. inhumación, tal como se practica en nues- tros dias? Vamos á verlo en lo que sigue. Cementerios.—Nuestros cementerios son depósitos de cadáveres. Todo cuanto á ellos se refiere forma una gravísima cuestión de higiene pública, debatida en todos los tiempos y no resuelta aun en la práctica, de un modo satisfactorio. No ha mucho tiempo se enterraba en las casas; las huertas y los jardines particulares eran los dormitorios perpetuos de los muertos de la familia. La muerte era asimilada al sueño y la palabra cementerio se hace derivar de una griega que significa dormir. Los peligros de semejante costumbre se hicieron lue- go sentir y los muertos tuvieron que salir de las casas á reposar en cementerios comunes, mas ó menos lejos de las habitaciones. Los terrenos adyacentes á las iglesias fueron elegidos para las inhumaciones, pues las gentes han unido siempre el respeto por los muertos á las ideas religiosas, razón por la cual se buscaba una — 294 — especie de protección para los que dejaban de existir, colocando sus cadáveres en sitios benditos, considera- dos santos por su proximidad á los templos donde se rinde culto á la divinidad. Aun ahora mismo en las ciudades mas adelantadas subsiste en parte tan perniciosa costumbre, aun cuando sea por escepcion. Todavía se entierra no solo en los terrenos descu- biertos de propiedad de las comunidades religiosas y próximos alas iglesias, en los jardines y huertos ele los conventos, sino aun en las mismas iglesias. Muchos templos tienen su piso sembrado de cadáve- res, otros conservan inmensos sótanos llenos de nichos, donde sufren desde hace siglos una putrefacción lenta los cuerpos humanos y lo que es peor todavía, durante ciertos dias se permite al público el descenso á tan pestí- feros antros, como un culto pagado álos muertos. En los mencionados sótanos con un aire viciado, con una luz escasa, los cadáveres se consumen, con una lentitud increíble y dan por años y por siglos, gases infectos que aspirados envenenan. Muchos cajones se hallan allí reventados, hendidos, mostrando por sus aberturas los miembros carcomidos de los cuerpos; otros no e*ontie- nen ya mas que los huesos, otros encierran momias asquerosas y repugnantes y todos son un elemento de peste que por honor ele la civilización, debería ser por siempre apartado de nuestra vista. A causa de esto ha habido iglesias á las cuales no se podia entrar; se ha prohibido decir misa en varias de ellas por largas épocas. iMonlau cita el caso de haberse suspendido durante ocho dias, todo servicio en una iglesia en cuyos sótanos habia reventado el cajón que contenia el cadáver de un arquitecto y afirma que en diversas circunstancias, has- ta los médicos han tenido que incluir entre sus precep- — 295 — tos, el de no consertir á los enfermos débiles ó conva- lecientes, la concurrencia á ciertos templos. La razón ha podido algo en los últimos tiempos y la rutina y las falsas ideas religiosas, vencidas en parte,- han hecho posible la espulsion de los cementerios á sitios cuyas condiciones daban una mayor garantía á la salud pública. Pero esto no se ha conseguido sin grandes dificulta- des. En España se ha necesitado recibir lecciones do- lorosas para decidirse á prohibir la inhumación en las iglesias y en terrenos centrales ele la población. En Paris figuraba, puede decirse en el seno de la ciu- dad, el cementerio de los Inocentes con veintitantos cementerios intraurbanos mas, hace cien años, y solo después de tristes esperiencias, de pestes y de aumento considerable ele mortalidad en las calles vecinas á los cementerios, pudo obtenerse su clausura. Se cuenta que el cementerio de los Inocentes, hoy mercado del mismo nombre, daba tan mal olor y producía tal corrup- ción, que era imposible conservarlos alimentos en las casas cercanas, pues todos se alteraban en pocas horas: En Londres, la intensidad de las epidemias de cólera en las vecindades de los cementerios, decidió á las au- toridades á crear algunos fuera de la ciudad y á cerrar los internos. Sin embargo allí, por una de esas aberra- ciones incomprensibles, allí donde tanto se estudia las cuestiones higiénicas, todavía subsisten varios cemen- terios intraurbanos. En Buenos Aires, el suelo de muchos templos y las huertas de los conventos contienen los restos de cientos de cadáveres y los sótanos de varias iglesias, son pan- teones visitados todos los años por el pueblo amante de espectáculos repugnantes. Puede también decirse que escepto el de la Chacarita, que se encuentra á buena distancia de la población, nuestros cementerios son in- — 296 — traurbanos. El cementerio inglés está actualmente en el seno de una nutrida población; era, cuando se esta- bleció, apartado del centro, pero el municipio creciendo ■en todo sentido, no tardó en rodearlo de tal manera que ahora se encuentra implantado en medio de las casas. El cementerio del sud está también situado en una calle concurridísima y rodeado de casas y de quintas habitadas. Este cementerio fué llenado durante la terrible epide- mia de fiebre amarilla del año 1871; su creación data de pocos años y su servicio ha sido de corta duración; rara vez creo se presentará en las ciudades un ejemplo semejante al que ofrece el cementerio del sud, rara vez un terreno virgen y de regular estension, se inhabilita en tan poco tiempo, recibiendo casi de golpe todos los cadáveres eme podia contener. Al cementerio de la Recoleta le sucede algo análogo: cuando la población de Buenos Aires era pequeña, este cementerio se hallaba situado á una distancia de los centros poblados que respondía medianamente á las exigencias de la higiene* hoy existe á pocos metros de sus muros la estación principal de un tren vía, á unas cuantas cuadras se halla la estación ele otro tren- vía, la calle que conduce á él es muy poblada y atrás, al frente y á los lados, hay casas y quintas habitadas por personas que parecen cuidarse poco del peligro de tan perniciosa vecindad. Por estas condiciones y por los largos años trascurridos desde su apertura, el ce- menterio de la Recoleta, que literalmente no puede recibir ya mas cadáveres, debió haber sido cerrado definitivamente, pero parece que en Buenos Aires no se quisiera admitir la igualdad ni aunante la muerte; la Recoleta es el cementerio aristocrático, allí tienen sus panteones todas las antiguas y pudientes familias de la ciudad y en virtud de los derechos adquiridos, los — 297 — muertos ricos y conocí los, han conquistado el triste pri- vilegio de no podrirse, como lo harían en tierra no satu- rada y de infestar la población con las pestíferas emana- ciones que nos mandan desde sus nichos abiertos y sus cajones lujosos. El cementerio de la Recoleta es actualmente un ce- menterio intraurbano y constituye por lo tanto una amenaza á la salud pública. El cementerio de la Chacarita, mas higiénico por lo que hace á su distancia de la población, presta ya un servicio forzado; ya no caben en él mas cadáveres y re- quiere ensanches proporcionados á la mortalidad. Todos nuestros cementerios están pues llenos, no te- nemos en realidad cementerios; tenemos depósitos de muertos que ocupan todo el espacio y en los que no po- demos enterrar mas cadáveres, sin atentar contra las nociones mas vulgares en estas materias. Urge por lo tanto no solo cerrar los cementerios intraurbanos, sino también prohibir las inhumaciones en el único extra- urbano existente y habilitar nuevos terrenos para enter- rar nuestros muertos. En este punto las autoridades deben ser inexorables y romper con teidos los privilegios, las preocupaciones y los derechos adquiridos, pues nadie tiene derechos contra la vida desús semejantes. Es necesario cortar radicalmente todo abuso en este ramo de la administra- ción, sin admitir privilegios ni escepciones. ¿ No es acaso un escándalo que todavía se entierre en los patios de los monasterios los cadáveres de las monjas que falle- cen ? ¿ Es compatible con el grado de civilización que alcanzamos la tolerancia en tales materias ? ¿ Puede admitirse que los ritos, las prácticas religiosas ó las re- glas de las comunidades, se sobrepongan á los dictados de la razón y de la ciencia ? Cuando se emprende una reforma, la convicción debe — 208 — dar energía para llevarla á cabo y toda transgresión debe ser castigada y toda tentativa contrariada. Las comunidades religiosas no tienen privilegio para violar las leyes de la higiene, porque la naturaleza no. hace escepciones para nadie. Las personas eminentes, las familias distinguidas, no pueden tampoco atentar á la salud de los vivos, en nombre de derechos adquiridos ni de preeminencias sociales, y ya que solo es verdad en teoría que todos somos iguales ante la ley, seamos por lo menos en la teoría y en la práctica, todos iguales ante la muerte, haciendo comunes nuestros cementerios. xm Distancia., esposicion, topografía, calidad del terreno, esten- sion, muros, salas y habitaciones de los cementerios, Continuemos el estudio de las cuestiones relativas á las defunciones. La mejor crítica que puede hacerse de los cemente- rios actuales, resulta de su comparación con los modelos que la higiene presenta. Así, pues, para que se vea cuan lejos estamos de la posible perfección en este pun- to, vamos á mencionar las principales condiciones que una sabia administración debia tener en vista para erigir y mantener estos establecimientos indispensables en nuestra vida social. Distancia.—La que haya entre una ciudad y sus ce- menterios no debe ser ni exigua ni exagerada. Una distancia inferior á dos quilómetros es ridicula, superior á doce, es exagerada cuando no hay fáciles y rápidos medios de comunicación. Al elegir el sitio para esta- blecer los cementerios, no debe medirse la distancia partiendo del límite actual délos municipios, sino de su límite probable en el transcurso de los años, durante los cuales los cementerios puedan continuar prestando ser- vicios. Este cálculo no será difícil toda vez que se to- me como base para apreciar el desarrollo probable de la población, las condiciones á que esta se halle sujeta, su industria, su comercio, su riqueza, la topografía de su terreno y la energía de sus medios de adelanto. Er- — 300 — ror grosero sería calcular las distancias tomando en cuenta la estension edificada, pues la esperiencia de to- dos los dias nos muestra que las ciudades en su creci- miento, abrazan y absorben las villas que las rodean, convirtiéndolas en barrios propios, razón por'la cual los cementerios que fueron antes extraurbanos, son inclui- dos con el tiempo, en la masa general de los edificios. Considerando asi las cosas, ni aun nuestro cemente- rio de la Chacarita se halla situado auna conveniente distancia, pues todo el poder de expansión de la ciudad de Buenos Aires, se dirige principalmente'hácia el oeste y noroeste y es legítimo afirmar que dentro de pocos años, nuestros edificios urbanos llegarán á tocar los límites de aquel cementerio. Ya en Europa algunas ciudades han comprendido la necesidad en que se hallan de situar sus cementerios á larga distancia y han emprendido con brio la reforma. Londres ha establecido su necrópolis á 40 quilómetros y Paris su cementerio de Mery sur Oise á 23 quilóme- tros, á pesar de todas las resistencias y de todas las objeciones. Estos dos cementerios como el nuestro de la Chacarita, están servidos por una vía férrea. La hi- giene de las dos ciudades se encuentra garantida por este lado, pero ¿tiene la autoridad derecho para impo- ner un viaje forzoso á las familias? ¿está exento de peligros el transporte de los cadáveres á tan largas dis- tancias ? ¿ deben soportar los vivos en nombre de la hi- giene, los grandes sacrificios y las incomodidades re- sultantes de semejante medida ? Cuestiones son estas, eme no tienen una solución satisfactoria, encaradas por la faz de la economía y bienestar de las poblaciones, pe- ro esnesesario fijar la atención en que la autoridad no hace siempre lo que desea sino lo que puede y que la elección es muchas veces impuesta por las circunstan- cias. Nadie elegirá ciertamente sitios muy retirados pa- ra destinarlos al servicio de las localidades, pudiendo — 301 — elegirlos á una distancia conveniente; la crítica podrá ejercitarse cuanto se quiera sin alcanzar jamás á demos- trar que vale mas la propiedad que la vida, y el aleja- miento ó proximidad de los cementerios es cuestión de vida ó muerte para las sociedades. Esposicion y topografía.—Se situará al norte ó al oeste en general los cementerios, porque habitualmente los vientes reinantes son los del sud y del este. La re- gla como se comprende no es absoluta; circunstancias habrá que la modifiquen, tales como las relativas alas corrientes de aire, cuya influencia sóbrela salud es va- riable. Entre nosotros por ejemplo, el viento norte no es el que reina con mas frecuencia; sin embargo, él pro- duce sobre gran número de personas, un malestar ma- nifiesto, y si á sus insólitas condiciones, añadiera la de traernos efluvios fétidos, tendríamos razón para consi- derarlo como eminentemente pernicioso. Por esto de- cimos, por regla general los cementerios deben estar si- tuados hacia el rumbo opuesto al del origen de las cor- rientes aereas habituales, de.manera eme los vientos no lleguen á los cementerios sino pasando por las ciudades; es decir, deben hallarse tras de las ciudades con rela- ción al viento mas frecuente. El terreno de los cemen- terios debe tener cierta elevación para prestarse mejor á la ventilación; no hayaanveniencia en que'seahorizon- tal, la hay en que tenga alguna pendiente y en que la inclinación de esta sea hacia el campo y no hacia la ciudad, pues de ésta manera los líquidos filtrados no podrán ponerse en comunicación con las aguas de los pozos usados por la población, ni contaminar el suelo habitado. Queda dicho que no ha ele ser poblada la vecindad de los cementerios; y entre estos y las ciudades debería haber nn bosque de árboles-grandes, donde se detengan las emanaciones que por acaso pudieran dirigirse hacia ellas; un rio, un arroyo, es también buen obstáculo pa- — 302 — ra las infiltraciones y una colina, una eminencia hace el papel de pantalla que detiene los vientos cargados de ga- ses dañosos. Las aguas délas lluvias deberán correr de los cemen- terios hacia el campo, evitándose la posibilidad de las inundaciones, cuyas horribles consecuencias es fácil calcular. Naturaleza del terreno.—Los terrenos calizos son escelentes, descomponen con suma rapidez los cadáve- res; los arenosos ó silíceos son también aceptables, per- mite la oxidación y penetración del agua; los arcillosos son poco permeables y suelen formar al rededor de los cuerpos, una masa compacta que los aisla é impide su descomposición; los salitrosos conservan y momifican los cadáveres. Monlau, de cuyo libro tomamos mucha parte de ló que vamos esponiendo, refiere que el anti- guo campo santo de Pisa, se halla cubierto con una gruesa capa de tierra, llevada allí por las galeras pisa- nas, de los santos lugares de Jerusalem, razón por la cual recibió el nombre ele campo santo; nombre que se ha dado después por estension, á todos los cementerios; esa tierra tenia la propiedad, según decian, ele consumir los cadáveres enterrados en ella, en veinticuatro horas, fenómeno increíble en nuestra opinión; atribuyese ese poder disolvente á la gran cantidad de sales alcalinas y calizas que aquella tierra contenia. Calidad delsubsuelo.—La permeabilidad del subsue- lo, es indispensable para la destrucción de la materia anima) enterrada. El suelo debe ser permeable hasta una profundidad mayor que la de las sepulturas. Si al hacer la escavacion se encuentra agua ó se da con piedra ó materias muy duras, él terreno será considera- do poco aparente; en tal caso, si no se puede disponer de otro, se podrá remediar el defecto cubriéndolo con una capa de tierra permeable, lo cual equivaldría á for- — 303 — mar el terreno y demandaría gasto y trabajo conside- rables. La abundancia de agua en el subsuelo debe mirarse como un defecto grave, pues ella podría arrastrar á largas distancias y en diversos sentidos, los productos de la putrefacción. Tampoco este defecto es insanable, pues el subsuelo podia secarse previamente por medio de tubos permeables. Estension.—El área que ocupen los cementerios de- berá estar en relación con la población, la mortalidad y las diversas condiciones que influyan sobre la rapidez de la descomposición, sin olvidar las dimensiones del terreno destinado para cada inhumación. Todo ello como se ve, puede reducirse á dos factores: tiempo y espacio. En cuanto al tiempo necesario parala descomposición completa del cuerpo humano, las opiniones no están de acuerdo, probablemente porque las esperiencias han si- do hechas bajo la influencia ele condiciones diversas. Unos afirman que la descomposición se verifica en un año, otros en diez y ocho meses y otros han llevado la exageración hasta señalar un período de cuarenta años. Hemos visto también que se tenía como dato verídico, lo referido respecto al cementerio de Pisa, donde la des- composición se hacia, al decir de las gentes, en veinti- cuatro horas, dato falso en nuestra opinión. Antes de manifestarla idea mas admitida respecto á este punto y de enumerar las diversas causas capaces de retardar ó acelerar la descomposición, creo conve- niente dar una ligera noeaon de las faces que recorre la putrefacción, y tomo de Monlau los párrafos siguientes: « Admítese generalmente, dice este autor, los cuatro períodos que siguen: « Io Tendencia á la descomposición, revelada por el husmo que despide el cuerpo muerto, principio de al- teración de su color, primera invasión de las moscas — 304 — para depositar sus huevecillos en la entrada de las fo- sas nasales y de las órbitas. " 2o Putrefacción incipiente. Reblandécense mas y mas los tegidos, pierden las fibras su re-istencia á la tracción, imprégnalas cierto humor viscoso, altérase mas profundamente el color y los gases que se des- prenden clan ya un olor infecto y característico, ó sea el hedor cadavérico, que es el mas repugnante de los hedores, sin escluirel délos escrementos. " 3o Putrefacción adelantada. Las partes blandas se. resuelven en un putrílago ó podre negruzco, del cual emanan miasmas fétidos mas ó menos amoniacales. " 4o Putrefacción consumada ó completa. Ha desa- parecido el olor amoniacal; el que despide el cadáver es ya soportable, muy débil ó nulo: todos los tejidos, menos el oseo, han perdido las formas orgánicas, no quedando mas que un esj-aso residuo, de aspecto terreo, pardo ó negruzco, untuoso al tacto y que en semejante estado s.e dice mantillo animal. " Resulta, por tanto, que un cuerpo que se pudre absorbe el oxígeno del aire y deja desprender una ma- yor ó menor cantidad de amoniaco, ya libre, ya com- binado con los ácidos carbónico, hidrosulfúrico, acético, etc. Muedios de estos.ácidos aparecen mezclados con el gas óxido de carbono, con el hidrógeno fosforado, gases que arrastran consigo efluvios fétidos, ó un hedor que varía según los períodos de la putrefacción. ' Las fases mencionadas han sido divididas en grandes secciones y son la síntesis de un trabajo cuyo detalle es mas variado. Las obras de medicina legal nos enseñan los progre- sos de la disolución de los cuerpos, siguiéndola paso á paso, casi dia por dia, y nos muestran las modificacio- nes que esperimentan los cadáveres según sea tierra, agua ú otras materias sólidas ó líquidas el elemento dentro del cual hayan sido depositados. Pero tan mi- — 305 — nuciosa descripción, muy útil para los médicos legistas, no lo es tanto para nosotros, satisfaciendo á nuestras miras la división indicada. Todo lo que dificulta la absorción del oxigeno retar- da la putrefacción; todo lo que la facilita obra en el sentido opuesto con tal de que concurran en igualdad de condiciones, las circunstancias de que vamos á hablar. Temperatura y humedad—-La temperatura muy ele- vada seca los tejidos, la muy baja impide las reacciones químicas. Bajo la influencia l t ■ • i' * i • * 1 'i í «i*i*3*i*ítí* *^w ^É * -* í* 4 .4 ■* •■* ^ I í < •' ■•* i i 4 t 4-V«V«Vv ■■«VíViVi ^^^^^Tá^^y^ ■ar^%| ' # ^%¿Sl ***** **** ****% *x* Vi^Aw í fil R € •% •fe; •y •fe < !% 3***á-fe m •fe. 4 ÜNH ^•ft: «| **| VÉ- !P^s'. W&. irv - •áftítí*'* í \* . ____s„JéS+fr»" 'Tf-Hr* # üHf* *s :** ' *". -~.J , C*v\ '"' - -. ct''íS?« •" **